ERMITAÑXS
MARTINIANO ESCARDÓ | LEANDRO N.
Prólogo ¿Qué atesorás tanto que no podés compartirlo? La pregunta por lo propio se nos difumina en la ausencia de límites que nos propone la hiperconexión virtual. Compartimos todo, sin saber bien qué tenemos para dar. ¿Los abrazos son siempre de a dos? En estos tiempos, la soledad, el estar con unx mismx, es un tesoro que nos regala el derecho de elegir realmente qué y con quien compartir. Los escritos que integran este fanzine fueron alumbrados entre paisajes desolados y monstruos que aparecen en espejos inevitables, descubiertos a la luz de la esperanza de una conexión genuina con lxs otrxs. Desafiando el ruido cotidiano, Leandro N. y Martiniano Escardó nos invitan a un refugio para oír-se en lo profundo, lo natural y lo ancestral que nos habita. Pero a la vez nos interpelan a no aislarnos, a observarnos en la inquietud que nos impulsa en doble sentido: hacia dentro para reconocernos y ser reales, hacia afuera de la cueva para encontrarnos con lx Otrx y construir para transformar. Un deseo: que todo aquello que te alimenta construya en tu ser montañas para escalar. Un mantra: entregarse a la perpetuidad del aprendizaje, nos vuelve libres. Vale Triplevé y Cami Cantero Diciembre 2019
Martiniano Escardรณ
El lado sombra de la espada. El lado sombra de la mente. Lo frío, lo helado, lo hiper-racional, secuencial. El aluvión de palabras que no deja lugar para el silencio. Cuando no hay un hueco para la escucha. Interna y externa. Cuando lo emocional parece extraño. Cuando lo intuitivo parece lejano. Cuando el inicio parece postergado. Por el aluvión de palabras que precede al desborde que precede al tsunami que precede a la retirada del agua hacia otro lugar, donde las palabras no llegan, no tocan, no alcanzan, o sobran. Porque todo eso es miedo. El miedo que contrae, que habilita lo gélido e inhabilita habilitar la tierra del cuerpo, el espíritu amarillo, lo azul del mar. Proyectar en otro ser es más fácil, más entretenido. Así nos lavamos las manos con ceniza gris de acuarela rebajada. Ni siquiera cenizas de madera. Bajar. Un silencio. Escuchar. Un silencio. Captar. Un silencio. Sentir. Un silencio. Conectar. Un silencio. Quedate acá. Que la espada también tiene su lado luz. Un silencio.
Ragnarok. Cuando el lobo Fenrir abra su boca, devore a la luna y lastime la superficie de la tierra. Cuando la serpiente dormida despierte del mar y se muerda la cola. Cuando desconfiemos de nuestrxs hermanos y hermanas. Cuando el otrx sea posible amenaza en lugar de espejo. Cuando ante la duda, la opción sea la lanza y el escudo antes que nada. Cuando los que están en la torre asciendan más para encerrarse y blindarse. Ragnarok. Tendremos que salir con nuestras magias (harán falta magxs), con la palabra, con la mirada de los tres ojos atentos, con el cariño como arma y lo suave como bastión. Y con el corazón en la mano. Porque si va a ser inevitable, que sea. Porque hay mucho de final en la era, en el día, en la hora, en el instante. Bajarse del caballo, partir la lanza y armar un pincel. Con el escudo hacer un bastidor y ponerse a pintar… Parecen buenas opciones. Y si se parte la tierra, pongamos un punto en común más adelante, donde nos podamos reencontrar. Ragnarok.
A veces, la mejor manera de cuidar algo es compartiéndolo. Entregarlo a la trama es entregarse a esa trama. Prestarle algo a alguien sabiendo que no lo va a romper, es pretender tener demasiadas certezas en este caos. Creer para ver. Soltar algo propio confiando en que eso va a volver mejorado, es acercarse un poco al misterio infinito. De la vida, de la muerte. Dejarse llevar por ese misterio es un poco nadar en él, salir con un nuevo fulgor. Poder mirar así la obra vieja, pero nueva. Reconocible, pero elevada. ¿Qué atesoras tanto que no lo podes compartir con nadie? Tus dibujos. Tu arte. ¿Algo sagrado? Tu voz. Tu silencio. Tu tristeza. Tu furia. Tus velos. O las veladuras.
Cegados por la ira, estamos condenados a deambular. Y repetir. Usamos la rabia como corona. Y divagamos, divagamos, divagamos. Y redirigimos esa furia a donde sea. Hacia afuera para devastar. Hacia adentro para devorar. ¿A dónde crees que llegaremos con todo ese peso? Vivir en medio de una tormenta como si fuera un estado inmutable es igual de absurdo que vivir sonriéndole de cara al sol radiante. Hay que permitir que ambas situaciones muten. La rueda gira, a menos que la frenemos. Lo que está quieto y estancado es porque que ya murió. Si algo vive, late. Y entonces gira. Y si gira muta (la luna, el sol, un átomo) Del centro hacia afuera. De afuera hacia el centro. Hagamos el viaje, recorramos los surcos conocidos para re-conocerlos y armar así surcos nuevos, inesperados. No nos apresuremos a coronarnos gobernantes de un imperio decadente. Hay más giros en esta rueda de los que podemos imaginar, si permitimos que se ponga en marcha.
Miramos hacia afuera, hacia el vacío. Miramos lo de adentro crecer y tratamos de clasificarlo. Mientras tanto, nuestros monstruitos aguardan que les prestemos atención. Justo ahora hay uno esperando ser nombrado, abrazado, amado. Están hechos de lo eterno, de lo previo a nuestra efímera encarnación. Atarlos con una cadena y posponer mirarlos es un riesgo. El mundo se brota de sombras oscuras, con nuestros monstruitos danzando a la luz de la oscuridad que consentimos en proveerles. Hacerles preguntas es alumbrarlos con nuestra pequeño farolito. Llamamos su atención y atenuamos la danza que hacen en la oscuridad del océano. Llaman nuestra atención. Mientras que no los miremos y le demos nuestro nombre, serán esas sombras devoradoras de nuestra voluntad, de nuestros momentos.
Con el tiempo, nada puede ser sin devenir. La semilla se hace árbol. La gota navega en el mar. El mar se retira en cataclismos y queda una montaña hecha de fósiles. Los fósiles, capa sobre capa, muestran la línea de tiempo. De lo que no fluyó, de lo que se fue quedando sin desarrollarse, sin poder ser. Lo pospuesto y lo estancado fueron dándole forma al sedimento donde se asentaron nuevas capas de fósiles. Y más fósiles. Pero el movimiento tectónico, en el devenir subterráneo, suma lo anterior a lo presente para ir hacia lo posterior. Y el fósil se consume en llamas verdes para nutrir a la semilla, y así es llevado por el mar. Y la semilla llevada por el viento cuando cae donde tiene que caer, está lista para compartirse, para ser, para devenir.
L e a n d r o N.
manifiesto Escribo poesía porque allí encuentro el silencio en la ciudad es un sótano donde enfrento cara a cara a los miedos, los prejuicios y la soledad. Sé que la verdad y la libertad no están allá afuera, están aquí dentro, cuando me hundo en lo profundo de los ríos de magma que corren por mis venas, quemando y saqueando fronteras y banderas. Escribo poesía para no olvidar amaneceres y puestas del sol, para dibujar mapas que no existen para contemplar silencios en renglones infinitos para tender puentes y acortar las distancias entre las galaxias donde puedan encontrarse tu mirada con la mía, o quizás nada de esto resulte y tenga que resignarme a soltar tu nombre en las montañas, donde mañana será lluvia que riegue el desierto o será invierno que congele mi respiración. Escribo poesía para hacer visible lo minúsculo, para sembrar palabras en la madrugada y cosecharlas en el crepúsculo. La poesía no es espectáculo, no tiene discípulos ni público, pero tiene maestros que marcan senderos y plantan árboles en el cemento. Y en el camino, ese destino abrazamos para hacerlo nuestro manifiesto de aquí, hasta el fin de los días y las noches.
una mirada Una mirada. Real, translúcida como cristal, luciérnaga en la oscuridad. Paciencia, resiliencia. Antena, conexión, coincidencia. Soledad compañera. El vaso está lleno pero no es suficiente para completar el vacío. Una mirada se hunde en el río y refleja la inmensidad de los árboles y las montañas, cuadros vivos, pintados con colores de las constelaciones que unen, traman, construyen. El tiempo es finito y el frío es un baldío sin alambrado que le da voz al silencio de las madrugadas donde el viento dobla y apaga el fuego. Incompleto. Disuelto. Una mirada se lleva el perfume de las flores silvestres que crecen entre las baldosas y ladrillos de un edificio abandonado, huella de recuerdos y desencuentros. Mirar hacia adentro. La verdad es un secreto. Una mirada. Un mapa sin líneas. Un abismo. El desafío de buscar la llave en el bosque o en el cielo estrellado, el desafío de buscar la llave en el bosque o en el cielo estrellado.
máscaras Quiero sacarme las máscaras que usamos para no asumir lo que somos y soltar tres deseos: el de encontrarnos entre las dunas, el de abrazarnos en cada luna, y el de inventar con runas un lenguaje mágico, único para nosotrxs. Cierro los ojos y escribo en una hoja para intencionar tener el coraje de movernos juntxs y bordear el filo de lo imposible, porque el viento que sopla fuerte en las laderas y la bruma espesa que aún amanece en primavera, niegan los caminos, riegan confusión y ansiedad. Un extenso alambre de púas advierte el fin del camino. Al otro lado está la nada: un abismo, un precipicio, la presencia inquietante del vacío, donde límites y distancias son monstruos de un mundo que ya no siento el mío. Inmóvil, eclipsadx soy un bosque petrificado por la furia de un volcán que creí apagado, entonces encuentro necesario moverme hacia donde las aguas toquen música con las piedras para que los deseos nunca se mueran atrapados en las máscaras que usamos para no asumir lo que somos.
olga Quiero abrigarme bajo los árboles sentado en la vereda de nuestra casa y en el techo rodeado de estrellas imantadas al cielo. Intenciono, escribo sueños, pido un deseo y un abrazo. Encuentro silencio donde caminabas, y un pantano donde había un río, pero en los fríos y lluvias de invierno crecen espejos que devuelven tu risa en el viento porque al fin de cuentas el tiempo, es circular. El final, liberarse, abrazar el desapego. La calma: paisaje inhóspito, árido, incómodo rodeado de valles y quebradas, tus ojos y tu piel cansada como tierra resquebrajada regada con savia de las sierras puntanas, van a abrigarme y abrazarme por siempre, en donde estés, abuela.
sendero Un sendero luminoso, indivisible, imperceptible desde la altura, invisible a las habitaciones repletas de sombras, está escondido en algún lugar de un bosque de coihues en Patagonia. Un muelle levantado con fotogramas del sueño y escapes de la vigilia, espera iridiscente al barquero para invitarlo a perderse en un laberinto, donde no existe el miedo, donde no existe el tiempo. Un puente como una fuente de agua cristalina espera entre las rocas, a quien extienda su mano al otro lado de la montaña, porque no es posible construirlo cuando no hay mañana cuando no hay miradas. Un deseo toma impulso y pinta surcos en el aire, trayectoria inalterable de una flecha que apunta al corazón inconmovible, a la piel dura, a la corteza de un viejo árbol, doblado por las tormentas. Una coincidencia círculo imperfecto, trazo indeleble. La tinta se inyecta en la piel y se expande como acuarela en el papel y es ahí, en esas orillas, donde deseo quedarme para escuchar la paciencia de tu río y encontrar un sendero para nosotrxs.
jardines de arena Soy un extraño en los jardines de arena, donde las miradas son aljibes abandonados, las espinas son pirámides y los corazones la negritud de un abismo que cubre el cielo. De tanto caminar por los jardines de arena, el cansancio nubló mis ojos y durmió mis piernas pero soy el musgo que crece entre las piedras ese que intenta, una y otra vez, convertir desiertos en alfombras de hierba. Me pregunto si tal vez deba retirarme al atardecer, como las mareas que recuerdan ausencias, o escalar hasta las cumbres de resiliencia, y dejarme caer, liviano en algún lugar entre las nubes y las estrellas. Me pregunto si tal vez vale la pena, demorarme y evadirme en los jardines de arena, o abrazarme a los vientos ingobernables y regar el páramo con el pulso del mar.
Todos los dibujos pertenecen a Martiniano Escardรณ. facebook.com/martiniano.escardo instagram.com/martiniano_escardo leandroene.blogspot.com Pensado, escrito e impreso entre Morรณn, Haedo y el cosmos, mediados de diciembre de 2019.