Monstruos de agua D.R. © 2020 Carmen Mendoza Cámara Foto de portada: Pixabay. D.R. Para esta edición © 2020 Lengua de Diablo Editorial Pueblo de San Antón, Cuernavaca, Morelos, México http://www.lenguadediablo.com http://www.twitter.com/lenguadediablo http://www.facebook.com/lenguadediablo Primera edición junio 2020 en plena pandemia por el Covid19. Ex-livris: Jacobus de Teramo - El Demonio ante las Puertas del Infierno, del libro “Das Buch Belial”; publicado en Augsburgo, 1473.
Atribución-NoComercial-SinDerivadas 4.0 Internacional (CC BY-NC-ND 4.0) Usted es libre de: Compartir — copiar y redistribuir el material en cualquier medio o formato. La licenciante no puede revocar estas libertades en tanto usted siga los términos de la licencia. Bajo los siguientes términos: Atribución — Usted debe dar crédito de manera adecuada, brindar un enlace a la licencia, e indicar si se han realizado cambios. Puede hacerlo en cualquier forma razonable, pero no de forma tal que sugiera que usted o su uso tienen el apoyo de la licenciante. NoComercial — Usted no puede hacer uso del material con propósitos comerciales. SinDerivadas — Si remezcla, transforma o crea a partir del material, no podrá distribuir el material modificado. Todos los derechos reservados, incluida la reproducción en cualquier forma. All rights reserved, including the right to reproduce this book, or portions thereof, in any form. Impreso y hecho en México. Printed and made in Mexico.
MONSTRUOS DE AGUA
CARMEN MENDOZA CÁMARA
MONSTRUO DE AGUA Todo estaba quieto, no existía nada, sólo había oscuridad y silencio. De pronto comenzó el sonido, la primera vibración que hizo temblar la cúpula negra del escenario. Fueron retumbos y exhalaciones de la naturaleza. Los científicos le llamaron Caos a ese estado de las cosas, y cuando por fin después de muchos miles de años se fue apaciguando el desorden, se le nombró Cosmos, que es la armonía con el universo. Entonces se formaron las estrellas, las galaxias, los sistemas solares y el planeta Tierra. En el mundo comenzó la separación del cielo, de la tierra, del agua y del aire. No había vida. Sin embargo, el aire, el agua, el calor, la tierra, formaron una unión química de la cual se desarrolló la vida. Un caldo primigenio con toda clase de sales minerales, compuestos amoniacales, luz, electricidad y en un proceso gradual, a lo largo de mucho tiempo, comenzaron a surgir los primeros organismos vivos. Y sucedió que en un lugar en específico de la Tierra, dos larvas pequeñas comenzaron a reproducirse sin haber adquirido su forma adulta; de ahí surgió una nueva especie de salamandra acuática que se asentó en las aguas dulces de un lago. Su progenie adopta las mismas condiciones de engendrar prematuramente sin alcanzar la madurez sexual; neotenia se llama este fenómeno. Estas larvas-salamandras procrean criaturas de color del acero con tonalidades tornasol; algunos nacen albinos y con sonrisa de tiernos niños. Ambos ejemplares poseen branquias externas que se abren y cierran como sutiles ramos de coral. Estos infantes perpetuos flotan despreocupados un sueño de agua en los canales del lago, como si supieran que su destino es utópico. Hay criterios indoctos que sólo mencionan leyendas de 5
dragones, del kráken, de sirenas, o de unicornios como animales fantásticos y es porque no conocen a este extraordinario ejemplar, que atesora la capacidad de regenerar sus miembros al ser amputados, incluso algunas partes de su cerebro. Su carne es objeto de codicia entre los insaciables pobladores que la cocinan sin descaro en platillos regionales y los utilizan en la medicina tradicional. Pero más insaciables son las doncellas anhelantes que se zambullen a los canales del lago, con el deseo de que penetre en sus húmedas vaginas ese animal en forma de lingam vivo y así adquirir el poder regenerativo que posee. A su vez, los nativos con miradas lúbricas, descubren que la hembra tiene una vulva similar a la de la mujer, incluso que tiene evacuación periódica de sangre cada 28 días. Del apareamiento de humano con el monstruo del agua emergerá una nueva civilización mestiza, que adquirirá un sino fatal con todos sus atributos indeseables, será nombrada axólotl y fundará una nación llamada México.
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LA MASCOTA DE ADÁN Después de mucho pensarlo llegué a la conclusión de que necesitaba una mascota. Yo veía cómo algunas personas disfrutaban de sus animales, compartían con ellas momentos libres y, en ocasiones, terminaban amándolas más que a sus padres, hermanos o esposas. Dado que yo no tengo ni padre ni madre y mi única hermana por desgracia o fortuna sólo veo en Navidad, me queda únicamente una amante esporádica, Sofía, con quien sólo hago el amor cuando quiero mejorar la técnica. Me gusta olvidarla por temporadas y después volverla a encontrar, como si nunca me hubiera ido. Estaba consciente de que necesitaba alguien a mi lado, pero mi ambición no era una mujer ni un hijo. Las relaciones humanas son complicadas y siempre termina uno decepcionado. Mi deseo era sentirme necesario para alguien más, que al llegar a casa me ocupara en algo que alimentar o que me distrajera un poco. Lo que no sabía era si deseaba algún bicho raro o común como mascota. Fue por eso que visité una tienda especializada en ellas y busqué alguno que me conquistara. Vi muchos perros que me parecieron tristes, todos con cara de: ¿por qué mejor no estoy con mi mami? Cachorros destetados antes de tiempo, soportando niños que los molestaban a través de la jaula. Pero los que llevaban la peor parte eran los gatos. No sé por qué razón a los gatos los maltrataban con mayor saña. ¿Será por eso que hay gatos “ferales”?; esos que nunca se dejan tocar por la gente; han aprendido que los humanos somos unos salvajes en el trato y el sentir, huyen despavoridos cuando uno trata de acercárseles. Me tocó ver en la tienda un matrimonio que buscaba una raza específica de perro con el único fin de cruzar a su perra y ganar dinero con las crías. Ver tanto cariño fingido en ese lugar 7
hizo que me acordara de Sofía y la llamé. Tuvimos sexo varias veces, estaba más frenética y salvaje que los hurones de la tienda de animales. En el trabajo se acercaba el periodo de vacaciones y yo no deseaba dedicarme solamente a matar mi descanso en la ciudad. Como todavía no encontraba ninguna mascota que cuidar, podía alejarme tranquilamente de mi casa. Para ese momento ya estaba harto sobre la división esquizofrénica de Sofía acerca de los animales para querer, para comer y los animales para divertirse y apostar por ellos. Me aburría con ella como casi siempre. Así que consulté el mapa, busqué una playa desconocida que no fuera el típico lugar con vacacionistas que salen de su hotel y ya están con los pies directamente sobre el mar. Yo quería una playa sin demasiados turistas, con apenas lo necesario para encontrar dónde hospedarme y comer. Hice diez horas de viaje para llegar al Carrizal. Una brisa cálida y yodada me dio la bienvenida en el rostro. Era una ranchería de pescadores con una larga bahía en donde se encontraban diseminadas a todo lo largo de la playa enormes piedras. Para disfrutarla había que ser un experto nadador, porque era mar abierto, así me advirtió la dueña de unos cuartuchos de alquiler que acepté porque eran los únicos con ventilador y mosquitero en ese lugar. La dueña se llamaba Justina, vivía con su hija Leonora, una jovencita alegre que le ayudaba a hacer la limpieza de los cuartos y a cocinar en una choza pequeña que tenía la función de ser restaurante, cantina, tienda de abarrotes, ferretería y cuanta cosa se imaginaba uno; todo iba en razón del artículo que se necesitara. Leonora era linda y extrovertida, me contó que se levantaba muy temprano todos los días a comprar mariscos con los pescadores del lugar. Debía llegar de madrugada, porque de no hacerlo, toda la pesca se iba a las ciudades cercanas. 8
Pensé que en la mañana podría recorrer otras bahías rumbo al sur y regresar al atardecer. Así que madrugué y aproveché para ir con Leonora a la playa y que los pescadores me orientaran un poco sobre los recorridos. Amaneció nublado y con ráfagas de aire. Camino hacia la playa, el viento levantaba la arena y me raspaba el rostro como si fuera lija. Leonora dijo que era probable la entrada de un norte, malas noticias para mis vacaciones en el mar. Los largos cabellos de Leonora se levantaban con el aire, lo mismo que su vestido, tendría dieciocho años o poco menos, con un cuerpo frondoso y apetecible. Mirar sus nalgas tan firmes y el pequeño vestido comenzaron a excitarme, sin embargo, me hizo recordar que mis experiencias con mujeres jóvenes nunca fueron gratas. Me adelanté a sus pasos y me concentré en recordar algo digno de lástima, como la aburrida cara de mi jefe todos los días en las mañanas. Cuando llegamos comenzó a llover muy fuerte; había neblina y yo con un frío terrible. Me avergonzó ver que los pescadores, algunos sin camisa y otros con ropa más ligera que la mía, no se quejaban. Siempre me ha parecido que a los hombres de mar ni el frío ni el calor les penetra en esa piel curtida por la sal y el sol. Envidiaba su físico con esa fortaleza primitiva, el privilegio de estar solos en medio del mar, apoderándose de él todos los días, llenándose hasta el hartazgo de azul. Yo deseaba en el fondo ser como ellos, salir a la conquista del océano. Entre los pescadores estaba el tío de Leonora. Él me comentó que el clima estaría así posiblemente durante tres o cuatro días, y que si yo quería conocer las bahías que estaban a poca distancia, habría que esperar; el único camino de terracería que existe para llegar se vuelve intransitable cuando llueve así. 9
“Tres o cuatro días”, casi el mismo tiempo que había previsto para vacacionar, pero no con frío y tormentas. Regresé molesto y solo a mi cuarto en el pueblo. A lo mejor si hubiera escogido el destino de un turista común, hubiera podido encontrar otras opciones para evitar el tedio que veía caer sobre mí. Me metí a la cama con frío y sin ninguna cobija para taparme; sólo estaban las sábanas percudidas y con la humedad en el ambiente, parecía como si las hubieran mojado. Me levanté a las cuatro de la tarde, hambriento y muy contrariado por el cambio de planes en mi viaje. Justina había preparado un caldo de mariscos. Me senté a la mesa mientras afuera seguía la tormenta. Cuando terminé de comer, Leonora destazaba pescados en un lavadero con la pileta de agua al lado. Sobre la orilla de la pileta se encontraban varios baldes; en uno de ellos había camarones y en el otro reposaban almejas que se movían de repente. Las conchas eran como bocas abiertas inhalando aire. Me detuve a mirarlas un buen rato. Las toqué con el índice y pude ver cómo enseguida guardaban su lengua circular, cerrando su concha herméticamente. Hicieron un chasquido sorpresivo; las vi como si fueran unas comadres agraviadas que interrumpí en pleno chismorreo; ellas asomaban con gusto su lengua y mis dedos entrometidos fueron a romper su espectáculo. Esperé varios minutos hasta que contemplé cómo lentamente volvían a abrir sus fauces cóncavas, mostrando poco a poco, otra vez, su cuerpo nebuloso de color coral. Eran seis bivalvos del tamaño de la palma de mi mano, pero había uno en particular tan grande como mi puño. Su concha era mucho más tersa y con unas rayas en forma de arcos a lo ancho de su cubierta, las líneas eran de color café y se iban degradando del más intenso hasta el más tenue. Me parecía majestuosa, nunca había visto una igual, así, viva. Me perturbaba ver esa carnosidad interna mostrarse con 10
tanta impudicia. Si la tocaba en un leve parpadeo volvía a cerrar su valva, para después, tranquilamente con todo descaro, volverme a enseñar su intimidad nacarada. –A mí también me gusta jugar con las almejas antes de comerlas, ¿cuántas te pongo en el plato? –Creo que ninguna. Es increíble verlas vivas. ¿Me puedo quedar con ésta que es la mayor? –¿Quedártela o comértela? –¿Cuánto tiempo puedo conservarla fuera del mar? –No sé. Si le pones hielo tal vez aguante varios días, pero ¿para qué la quieres? Una extraña vergüenza impidió que le dijera lo que estaba pensando hacer con esa almeja. Acababa de descubrir en ese pueblo de pescadores algo más que la mascota que andaba buscando; las posibilidades de divertirme con ella serían distintas. Hay ocasiones en que el deseo se manifiesta de la manera más absurda, inundando los sentidos de emoción y adrenalina, esperando enfebrecidamente lo que está por venir. Esa almeja sacudía mi ánimo cotidiano y me permitía descubrir a un desconocido para mí mismo. Lo único que me importaba en ese momento era averiguar cómo mantenerla viva y llevarla hasta mi casa; sin embargo, mi ignorancia era tan grande que desconocía incluso qué comían esos moluscos marinos. –¿Tú sabes qué comen estos animales? Leonora me miró como si me hubiera vuelto loco, y tal vez lo parecía por el encantamiento perturbador que me dejó el bivalvo y ella lo notaba. –Nunca se me hubiera ocurrido qué es lo que comen. Mmh, supongo que “bichos” del fondo del mar. ¿Para qué la quieres? No deseaba influir con mis pensamientos a esa jovencita. “¿Para qué la quieres?”, volvía a preguntar una y otra vez y yo sin saber qué contestar ni en ese día ni en años. 11
–Es que… la quiero de… de mascota. Me gustaría llevarla a mi casa. Tal vez si le acondiciono una pecera pueda vivir conmigo. –Entonces debes de llevártela pronto. Apenas lleva unas horas que la sacaron del mar. Si le pones agua salada, a lo mejor vive más. –Eso mismo estaba pensando hacer. Me fui directamente al mar con dos cubetas sin importarme la lluvia y el viento que arreciaba con mayor intensidad en esos momentos. Si la chica tenía sus dudas sobre mi locura, con esa acción se le confirmaban todas. Me encontraba poseído de vida, tenía ilusiones, algo que había dejado de sentir desde hacía años. Surgían sensaciones progresivas de deseos por cumplir, uno tras otro se precipitaban en una ansiedad apremiante por hacerlos realidad. Recogí el agua en los baldes con bastante dificultad desde la orilla de la playa; el mar estaba muy golpeado por la tormenta, llevaba trozos de algas y mucha arena. Esperaba que eso ayudara para conservar viva a la almeja. Convertido en una sopa llegué a la choza. La dueña estaba sentada en la mesa del comedor con su hija y dos mujeres que me miraban sorprendidas. Justina me acercó un vaso con mezcal, tómelo, me dijo, se sentirá mejor. Lo bebí de un trago y me llevé la botella. “Resultó borrachín el huésped”, alcancé a oír que dijo una de las mujeres, yo sólo las miré a todas en silencio, con esas caras tan humanas, tan infinitamente menos bellas que mi almeja. NOSOTROS, era lo único que me importaba en ese momento. Nosotros, el reino del pronombre enlazado que pocos privilegiados saben de verdad lo que significa. Lo primero que hice fue sumergir a la almeja en el agua de mar. Poseía una lejanía inalcanzable, atesorando ante mí un entrañable retazo de mar, con todas sus algas y sus brisas, con todos los aromas que brindaban esos elementos que yo le había acercado 12
para restaurarla. Y ella ahí, sola, en el fondo de ese cubo de metal, abría y cerraba su concha lentamente. Quise ser igual de pequeño y sumergirme con ella, gozar de ese ambiente salado y primigenio, penetrar en su intimidad, atrapar la incandescencia del olor de su carne en mi piel, aprender su lenguaje hasta complacerla, alimentarla de mí, que no le faltara nada para mantenerla viva a mi lado. La belleza ha salido a mi encuentro en medio de todas las imperfecciones y desastres que hay en este mundo, ha surgido un puente de plata que une lo ideal y lo verdadero. ¿Quién puede poseer un trozo de mar? ¿Quién puede naufragar en ese espacio sin palabras y revolcarse en un violento silencio? Creo que yo alcancé eso con mi almeja. Juntos conjugamos, unimos y armonizamos lo imposible: ella con sus filos y yo con mi carne, disparamos juntos nuestros jugos, inundándonos deliciosamente de placer. Estaba hechizado con todo el seductor encantamiento que me provocaba con sólo ver su genitalia a pesar del imponente miedo que me producía al momento de cerrarse. ¿Qué importaba tener una laceración más en esta vida burda y ordinaria, si me la provocaba tan extraordinario ser? Mi embeleso por ella fue tan profundo como la propia naturaleza del bivalvo. Habían pasado seis días y apenas lo noté, no deseaba otra cosa que perderme en esas cuatro paredes con ella; sólo salía del cuarto para comprar alcohol, nadie me dirigía la palabra, para los demás sólo era un borracho alucinado. En la mañana el tío de Leonora me pidió que desocupara el cuarto. Mi estancia se había vencido y las mujeres no se sentían a gusto con mi presencia. –Puedo pagar un poco más por el alquiler. –Mi hermana ya no lo quiere hospedado aquí. Ella me dice que usted se ha vuelto un fastidio, gritando y embriagado todo el día. 13
Vaya sacando de una vez sus cosas y me desocupa el cuarto hoy mismo. –Estoy embriagado, pero de mar, soy el poseedor del mar, lo disfruto en mis ojos, en las manos, en la punta de la lengua; ustedes qué van a saber de una embriaguez como ésta. –¡Váyase, o se las verá conmigo! Me pareció excesiva la molestia del hombre, pero había algo que me preocupaba más que buscar dónde hospedarme; la almeja estaba cerrada desde ayer, la había tomado con mis dos manos y pude ver que soltaba varias burbujas pequeñas. Tal vez ella también se estaba despidiendo de mí a su modo, no podía atesorarla a mi lado por más tiempo. El egoísmo humano que yo tanto criticaba lo ejercía igual o peor. ¿Por qué no podía gozar sólo el placer de alimentarla y dejarla libre? Era inútil querer conservarla y condenarla a morir. No me pertenecía, no podía atraparla, era necesario devolverla al mar, pero yo quería acompañarla a esa su esencia, sumergirme en ella totalmente, aunque yo lo perdiera todo. Hay relaciones entre dos seres que no sacian, que son como una enfermedad que deja secuelas y escalofríos. Lo que esa almeja dejó en mí fue más grande que todo lo que había recibido de cualquier relación humana. En el Carrizal todos supieron de las heridas y la sangre que perdí después de soltar a la almeja, no supe cómo llegué a este hospital del pueblo más cercano. Sólo Leonora, la única conocida, me buscó aquí, dijo que era familiar mío y ha estado visitándome. Los médicos todavía no saben si me recuperaré. Mientras, a Leonora le gusta que le cuente cómo poseí y fui poseído, la historia de mi apego al mar. 14
CARMEN MENDOZA CÁMARA Egresada del diplomado en creación literaria de la SOGEM. Ha publicado el libro de anécdotas y recetas “Al calor del sabor”, el cuento “Azul Celestial”, además de otros cuentos y artículos en publicaciones electrónicas y en antologías colectivas. Es cocinera y panadera de oficio. Los temas recurrentes de sus textos son los animales, las tradiciones mexicanas y culinarias. Asiste al mítico taller del escritor Francisco Rebolledo en Cuernavaca.
Monstruos de agua dos cuentos de Carmen Mendoza Cรกmara se editรณ en junio de 2020 en el antiguo barrio de La Carolina Cuernavaca, Morelos y se compartiรณ libremente. Derechos reservados el autor y Lengua de Diablo Editorial.