Muerte en el jardín de treboles alessandra tenorio

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Alessandra Tenorio

MUERTE EN EL JARDÍN DE TRÉBOLES CUENTO


MUERTE EN EL JARDÍN DE TRÉBOLES Autor: Alessandra Tenorio© Alcalde de Lima: Luis Castañeda Lossio Gerente de Eduación y Deportes: Francisco Gavidia Arrascue Subgerente de Educación: Alfredo Gonzales Avila Jefe de Proyecto: Alex Alejandro Vargas Asesor Legal: José Antonio Alarcón Cuidado de Edición: Martín Galarza Diseño y diagramación: Leonardo Collas Foto de Portada: http://www.gratisography.com/#nature MUNICIPALIDAD METROPOLITANA DE LIMA Gerencia de Educación y Deporte Subgerencia de Educación Programa Lima Lee Jr. Conde de Superunda 169 5to Piso - Edificio CONFINA, Cercado de Lima Teléfono: (01) 632 1300 Anexo 1625 Correo Electronico: buslima@munlima.gob.pe

Edición Digital, Noviembre 2015


Alessandra Tenorio

MUERTE EN EL JARDÍN DE TRÉBOLES CUENTO

Programa Lima Lee


Agradecimiento especial al autor por la autorización de publicar su obra en el marco del proyecto de promoción de la lectura “BUS DE LA LECTURA”.


Ahora que perdimos la pelea con las plantas ya no habrá cuarta hoja entre los tréboles Alessandra Tenorio

Ella soñaba con golpes en la ventana. Cuando era niña tenía un noviecito que se escabullía de su casa, se ponía los patines y daba tres golpes en la ventana de su cuarto. Ella miraba el reloj: una y media de la madrugada. Sabía que él llegaba a verla. Se bajaba de la cama sin hacer ruido y le abría la puerta. Salía a la calle en pijama porque él la invitaba a ver las estrellas, y no le importaba arrastrar las medias en los adoquines de su calle porque él era capaz de patinar las veinte cuadras que separaban sus casas para realizar ese ritual nocturno. Fue el único periodo de su vida en que todo era verdaderamente bonito y fácil. 5

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Eran las tres de la mañana, madrugada del lunes, después de una semana terrible que no valía la pena evocar. El recuerdo de aquél muchachito se le cruzaba con el recuerdo de ella. Lucía se había ido hace siete días. Vació el closet, sacó cada uno de sus disfraces: el vestido largo lleno de bobos con el que había actuado de Julieta hace un mes, el traje blanco que usó mientras sufría en Antígona; cada uno de esos disfraces que ella conocía y que había ayudado a arreglar para que quedaran perfectos en el cuerpo de Lucía. Lucía había llenado la maleta con sus cosas y no la había cerrado sino que la había dejado abierta y medio desparramada en el sofá que estaba junto a la puerta de entrada. Cuando Ramona llegó, vio la maleta y supo que Lucía había decidido irse. Levantó la tapa, dentro solo había ropa, los disfraces del teatro, algunos pares de zapatos, su maquillaje; sin embargo, no estaban los discos que ella le había regalado. Esos donde estaban las melodías que Ramona LIMA LEE | Bus de la Lectura

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había compuesto de noche, tocando el violín bajito para no despertarla, porque Lucía tenía ensayos en el teatro muy temprano, en la mañana. Era definitivo entonces, Lucía no dejaba los discos nunca, los llevaba con ella a todo sitio. Era definitivo, a pesar de haber dejado la tapa de la maleta abierta como esperando una palabra para no cerrarla. “Tantos intentos por las puras” —pensó, Ramona— “tantos intentos y haber fracasado y estar de nuevo en lo mismo”. Entró al cuarto, pero Lucía no esta allí, tampoco en la cocina, así que empujó la puerta del baño y la encontró sentada en el piso meciéndose para adelante y para atrás como si fuera una autista. Lucía la vio, se puso de pie, se apartó el cabello de la cara y le dio la mirada más triste del mundo sin decir una palabra. Y qué decir, no había más que decir después de cinco años de una relación de sube y baja que nunca pudo alcanzar el punto medio. Ramona solo podía pensar en una cosa, en cómo tocaría 7

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en el próximo concierto si Lucía no le daba la palmadita de la buena suerte. —Llévate también el jardín de tréboles —le dijo rompiendo el silencio. —No —dijo, Lucía— yo no sabría cuidarlo, quédatelo tú, total tú siempre tuviste más suerte con los tréboles. —Imagina —dijo, Lucía, saliendo del baño y caminando hacia la sala— si hubiéramos comprado el cachorro que querías esto sí hubiera sido difícil. —Sí —contestó, Ramona, riendo— hubieras tenido que pelear por la custodia. Lucía llegó a la sala y cerró la maleta, la puso en el piso y bajó la cabeza para que el cabello le cubriera la cara. —Cuídate, cuídate mucho —le dijo a Ramona sin mirarla. —Tú también cuídate, Lucía.

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Ramona se dio media vuelta y mientras caminaba hacia el patio escuchó que Lucía le decía llorando te quiero, mientras salía de la casa, ponía la maleta en la calle y cerraba la puerta. —Sí, me quieres y eso de que mierda me sirve —dijo Ramona mirando el jardín de tréboles. Luego vino lo de siempre, pasar en pijama la mitad del día, avisar que no iría al ensayo de la filarmónica y tomar una semana de vacaciones por problemas personales. Torturarse escuchando los discos que Lucía había olvidado en el closet. Ver los videos en los que Lucía actuaba. Releer las cartas que Lucía le enviaba mientras ella estuvo en el extranjero. Sabía que Lucía estaría en un hotel, la imaginaba llorando en los ensayos, comiendo poco — casi nada—, volviendo al hábito de maltratar su nariz, de salir toda la noche y regresar a escribir alguna escena de la soñada obra de 9

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teatro, esa que nunca llegaba a terminar y que luego quemaba porque se sentía una actriz de quinta que no se podía dar el lujo de escribir. En la mañana, Lucía llegaría a los ensayos y el director de escena la regañaría por esas ojeras tan grandes que no se quitaban con nada. Pero todo empezó a ser diferente. Esta vez ella no llamó a mitad de semana, ni siquiera llamó y colgó el teléfono. Porque así Ramona hubiera intuido de inmediato que era ella y la llamaría al mismo hotel de siempre y le diría: fuiste tú la que llamó. Lucía no respondería y allí se reiniciaría la conversación; y siempre lo mismo: yo te quiero, y yo también y porque carajo esto no funciona, y qué falla, Ramona, y qué nos falla, Lucía, y ahora qué, qué vamos a hacer ahora. Y siempre Ramona pagando la cuenta del hotel y Lucía comprando una botella de vino y terminar en la cama felices otra vez. Pero ahora no, fue el jueves cuando Ramona LIMA LEE | Bus de la Lectura

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comprendió que Lucía se había ido y que esta vez no llamaría. Compuso la melodía más triste de su vida, se emborrachó, se rompió la ceja contra el mueble de la sala, rompió los discos y deseó dormir un mes, un año, una vida. Pero despertó el viernes a media tarde; corrió al cajón del baño y tomó cuatro pastillas que la hicieron dormir hasta el domingo, el día más difícil de todos, cuando comprendió que los tréboles se estaban secando, incluso algunos habían muerto. El primer trébol había llegado cuando Ramona la conoció. Era su primera salida juntas. Lucía estaba emocionadísima porque Ramona había prometido regalarle un trébol. Ella siempre había estado obsesionaba con encontrar un trébol de cuatro hojas pero Ramona había llegado con un trébol cualquiera y Lucía extrañada le había preguntado por qué. “La suerte no existe” —le había dicho Ramona— “la suerte la haces tú”. Cuando se fueron a vivir juntas Ramona descubrió que Lucía había 11

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plantado el primer trébol en una maceta y luego había ido agregando otros, esa era la historia del jardín de tréboles. Claro que ahora no importaba, porque la suerte se había ido y solo quedaba ese jardín con tréboles amarillos y resecos. Ramona cogió la maceta, la miró, acarició los tréboles y la arrojó al piso con fuerza como quien intenta matar un amor de golpe para que no duela, pero era algo inútil, el jardín de tréboles ya estaba muerto.

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ALESSANDRA TENORIO Magister en Escritura Creativa, con mención en Poesía. Estudió Literatura en la Universidad Nacional Federico Villarreal. Poemas suyos aparecen en las antologías Poesía viva del Perú (Universidad de Guadalajara, México, 2005) y Poetas peruanas de antología (Mascapaycha editores, 2009). Asimismo dos de sus textos han sido traducidos al catalán para la antología poética Panamericana (Serie Alfa, 2005).

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