El Cerdo de Oro

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EL
CERDO
DE
ORO
 

















































 PERSONAJES:
 UN
HOMBRE

(Treinta
años)
 ELLA

(bella
mujer
de
unos
veinticuatro
años)
 EL
CLIENTE

(tímido
cuarentón)







 
 





















































ACTO
UNICO
 
 Habitación
modestamente
amueblada,
en
Nueva
York.
 Una
cama,
una
mesa,
tres
sillas,
un
lavabo.
Cortina
que
cubre
un
ángulo
del
 recinto.
 
 UN
HOMBRE
está
fumando
y
mirando
la
televisión.
Oye
pasos
que
se
acercan.
 Deja
rápidamente
el
cigarrillo
en
un
cenicero,
apaga
el
televisor
y
se
oculta
 detrás
de
la
corina.
Queda
la
luz
encendida.
ELLA
y
EL
CLIENTE
entran.
 
 EL:

(Desconfiado)

¿Vives
sola?
 ELLA:

Sola.
Dejé
la
luz
encendida
porque
sé
que
regreso
en
seguida.
 EL:

¿EN
seguida?

No
podías
tener
la
seguridad
de
que
llegara
yo.
 ELLA:

Tú
o
cualquier
otro.
En
diez
minutos
más
o
menos…
 (Se
analizan
mutuamente;
EL
se
da
cuenta
de
pronto
que
el
cigarrillo,
depositado
 en
el
cenicero,
humea
todavía)
 EL:

¡Aquí
hay
alguien!

¡Mira
el
cigarrillo!


(Observando
alrededor
con
zozobra)
 ELLA:

¡Es
mío!

¡Siempre
me
fumo
un
cigarrillo
después
de…
(indica
la
cama)
mi
 trabajo!

Pero
dejo
aquí
la
colilla.

No
es
correcto
que
una
señora
fume
por
la
 calle.
 EL:

¿Señora?
 ELLA:

(Mirándole
con
sorna)

¿Lo
dudas?

¿O
creías
que
soy
virgen?
 EL:

No.

Sólo
quería
saber…

¿Eres
casada?
 ELLA:

Hasta
cierto
punto…
Todas
nos
casamos…
relativamente…
¿No
te
parece?


EL:

(Ambiguo)

Sí…
 ELLA:

¿Fuma
tu
mujer
por
la
calle?

¿O
en
los
restaurantes?

¿Dice
palabrotas?

 ¿Te
lo
da
todo
en
la
cama?...

¡No
sería
una
verdadera
señora
si
lo
hiciera!
 EL:

Está
de
veraneo…
Todo
este
mes.
 ELLA:

(En
una
transición
absolutamente
natural)

Veinticinco
dólares,
la
 primera
vez.
Veinte,
la
segunda.
 EL:

¿Por
qué
menos
la
segunda
vez?
 ELLA:

Después
del
estreno,
valgo
menos,

¿no?

Es
como
si
fuera
tu

mujer.

 Veinticinco
por
adelantado.

(El
cliente
extrae
veinticinco
dólares
y
se
los
ofrece)
 ELLA:

(Indicando
una
hucha
de
cerámica
en
forma
de
cerdito
que
está
encima
de
 la
cómoda)

Mételos
en
el
cerdito,
por
favor.

No
me
gusta
tomar
el
dinero.

No
lo
 toco
nunca.

Destruye
el
encanto
de
nuestro…
(Juntando
los
índices
de
ambas
 manos
con
un
gesto
expresivo
de
unión)
 (El
cliente
introduce
los
billetes
en
la
ranura
del
cerdito.

Se
da
cuenta
de
que
es
 inamovible,
formando
parte
integrante
de
la
cómoda)
 EL:

No…
no
se
mueve.
 ELLA:
Está
encolado
en
el
mueble.
El
dinero
va
a
parar
en
el
primer
cajón.

Que
 está
cerrado.
L
llave
la
tiré
al
río.

Sólo
cuando
sea
viejecita
tocaré
ese
dinero.

Lo
 necesitaré.

Mi
cerdito
me
devolverá
oro
de
sus
entrañas…
Su
oro…
Y
yo
lo
 adoro…


(Se
ríe)
 EL:

Como
el
becerro
de
Aarón…
¡Que
no
te
castigue!
 ELLA:

¿Qué?

¿Qué
castigo?
 EL:

Nada…
Y…

¿tus
gastos?

¿Cómo
vives?
 ELLA:

Los
dos
primeros
clientes,
por
la
mañana,
colocan
los
verdes
cerca
del
 cerdito,
que
cubro
con
esto.

(Mostrándole
unas
braguitas
negras
que
están
 encima
de
la
cómoda,
cerca
de
la
hucha)
 EL:

(Curioso)

¿Los
dos
primeros?
 ELLA:

Sólo
los
dos
primeros.

Cincuenta
dólares
al
día
son
más
que
suficiente.

 ¿Quieres
un
café?
 EL:

Si
lo
tienes
hecho…

(Tímidamente)

¿Dónde…
lo
lavo?
 ELLA:

¿Qué?
 EL:

Mi…
mi
chiquitín…
que
está
deseando…
 ELLA:

(Indiferente)


Allí.


(Indica
el
lavabo)


(El
cliente
va
a
lavarse
mientras
 ELLA,
sin
darle
importancia
a
nada,
prepara
dos
tazas
de
café)
 EL:

No
eres
nada
curiosa.


ELLA:

Ni
pizca.





(El
café
está
preparado.
ELLA
se
sienta
a
la
mesa
y
lo
sirve)
 EL:

¿No
tienes
prisa?
 ELLA:

(Invitándole
a
sentarse)

No.
 (EL
se
sienta.

ELLA
le
observa.

Le
invita
a
beber)
 ELLA:

¿Dónde
has
enviado
a
tu
mujer?
 EL:

A
California.

¿Y
tú
a
tu
marido?
 ELLA:

Está
aquí.
 EL:

(Sobresaltado)

¿Aquí?
 ELLA:

En
la
ciudad
 EL:

(Sobresaltadísimo)

¿No
crees
que…
podría…?


(Señalando
la
puerta)
 ELLA:

Nunca
regresa
antes
de
medianoche.
 EL:

(Después
de
mirarla
unos
segundos)

¿Sabe
que
tú…?
 ELLA:

No
estoy
muy
segura.
 EL:

¿Lo
sabe
o
no?
 ELLA:

Supongo
que
sí…
que
lo
sabe…
Si
no,
volvería
a
casa
más
temprano.
 EL:

¿Quieres
decir…
que…
podría
venir
antes…?



¿Es
que
trabaja
en
algún
sitio,
 hasta
las
doce?
 ELLA:

No
trabaja.
 EL:


¡Ah!...

¿Y
acepta
el
producto
de
tu…
trabajo?
 ELLA:

Cuando
éramos
novios
le
hice
creer
que
era
rica.
Para
que
se
casara
 conmigo.
Así,
cuando
se
encuentra
con
los
cincuenta
dólares,
los
coge
para
los
 gastos
del
día.
 EL:

Pero
ha
de
imaginarse
que
salen
de
alguna
parte…
Clientes…
o…
 ELLA:

O
quizá
de
alguna
renta.

Es
un
tipo
taciturno.

Lo
acepta
todo
siempre,
sin
 preguntar
nunca
nada.

Y
ahora,
hablemos
un
poco
de
ti.
 EL:

(Constantemente
tenso
y
preocupado)

¿Podría
darse
el
caso
de
que
volviera
 ahora?
 ELLA:

Podría.

Pero
no
lo
ha
hecho
nunca.
 EL:

¡Pero
podría!...
¿Qué
hace
hasta
las
doce?

¿Dónde
se
mete?
 ELLA:

No
lo
sé.

No
me
lo
dice
nunca…

(Transición)


¿Tienes
hijos?
 EL:

Sí.

¿Y
tú?


ELLA:

A
él
no
le
gustan
los
críos.

¿Cuántos
hijos
tienes?
 EL:

(Pausa.

No
tiene
ganas
de
hablar
de
su
familia)




Tres.
 ELLA:

Enséñame
sus
fotos.
 EL:

(Pausa)

No
las
llevo
encima.
 ELLA:

¡Lástima!

¡Me
gustan
tanto
los
niños!...

(Le
mira)

Y
me
encantan
los
 hombres
que
llevan
siempre
encima
las
fotos
de
sus
hijos.

Con
ellos…
rindo
más.
 EL:

(Interesado)

¿Qué
quieres
decir?
 ELLA:

Sabes
muy
bien
lo
que
quiero
decir:

que
me
entrego
toda
entera.
 EL:

¿Con
más
pasión?...

¿Reaccionas
más
ardorosamente?
 ELLA:

Eso
es…
Con
más…
amor.

Déjame
ver
las
fotos.
 EL:

(Después
de
una
pausa)

¿Cómo
sabes
que
las
llevo?
 ELLA:

Por
tu
aspecto.
Tienes
tipo
de
ser
un
buen
padre
de
familia.

(El
duda)

 ¿Qué
te
pasa?

¿Tienes
miedo
de
que
las
contamine?
 EL:

(Rápidamente)

¡Oh,
no!

(Otra
breve
pausa
dubitativa.
Se
decide
y
las
saca
 de
su
billetero)
 ELLA:

Colócalas
encima
de
la
mesa.

Sólo
quiero
verlas.
 EL:

(Galantemente,
las
pone
en
manos
de
la
mujer)



Míralas.
 ELLA:

Guapos.

Sobre
todo
las
dos
chicas.

¿Cuántos
años
tienen?
 EL:

Veinte,
dieciséis
y
diez.
 ELLA:

¿Cómo
se
llaman?
 EL:

George,
Anne
y
Mary.
 ELLA:

(Veladamente
irónica)

Nombres
muy
originales.
 EL:

(Justificándose)

Los
eligió
mi
mujer…
 ELLA:

¿Tienes
alguna
foto
de
ella?
 EL:

No
estoy
aquí
para
recordarla
a
ella
precisamente…
¿Por
qué
no…?

 (Indicando
la
cama)
 ELLA:

(Fingiendo
no
comprender)

¿Por
qué
no
qué?


(EL
hace
un
gesto
 expresivo
que
ELLA
finge
no
ver)
 EL:

Te
di
el
dinero…
 ELLA:


(Poniéndose
en
pie
como
una
autómata)

¡Aquí
me
tienes!

(Ofendida)


 ¿Quieres
hacerlo
encima
de
la
mesa?

¿De
pie?

A
tus
órdenes.

¡Estoy
a
punto!


(EL
vuelve
a
encontrarse
incómodo
y
violento.

ELLA
dulcifica
su
tono)

¿Por
qué
 estropearlo
todo
con
prisas?

¿Adónde
tienes
que
correr?
 EL:

(Disgustado)

A
ninguna
parte…
pero…
 ELLA:

Pero…
¿qué?

¿Qué
te
pasa?

¿No
puedes
aguantarte
un
poco?

¿Cuánto
 tiempo
hace
que
no
has…
hecho
el
amor?
 EL:

Pocos
días.

No
es
por
eso…
 ELLA:

Entonces,

¿por
qué
tanta
prisa?

Deja
que
nos
conozcamos
un
poco
más.

 En
tu
provecho.
 EL:

¿En
mi
provecho?
 ELLA:


(Haciéndole
un
guiño,
un
mohín
picaresco)


¡Claro!...
 EL:

(Después
de
una
breve
pausa,
no
sabiendo
qué
decir)


¿Tú…
no…
no
tienes
 prisa?
 ELLA:


No.
 EL:

Las
otras…
 ELLA:

¿Qué
otras?...
 EL:

…Tienen
siempre
prisa.
 ELLA:

Porque
no
les
gusta
lo
que
hacen.

Porque
no
sienten
nada.
 EL:


(Mirándola)

¿Y
tú?
 ELLA:

A
mí
me
gusta
cuando
conozco
al
hombre
y
le
aprecio.

Me
encanta
 pasarlo
bien.


(Indicando
la
cama
con
un
movimiento
de
cabeza)


¡Gozar!
 EL:


(Halagado)

Ya…
pero…

Te
advierto
que
no
soy
rico…

Sólo
llevaba
encima
 esos
veinticinco
dólares…

¿No
pierdes
dinero
quedándote
aquí…
charlando
 conmigo?
 ELLA:

Hoy
he
tenido
ya
treinta
y
un
clientes.
No
quiero
más.

Me
bastan.

Y
tú…
 me
gustas.

(Mirándolo
provocativa
y
sonriéndole)
 EL:


(Sorprendido
y
turbado)

¡Treinta
y
uno!

¿Estás
segura?
 ELLA:

Loa
apunto
siempre.

¿Quieres
verlo?


(Le
muestra
una
página
de
un
 cuaderno
de
notas)

Fecha
de
hoy:
treinta
y
una
cruces
rojas…
Añado
una…,
la
 tuya…,
y
eres
el
treinta
y
dos.
 EL:

¿Y
tu
marido
no
ve
nunca
esas
cruces
rojas?
 ELLA:

Una
vez.

Le
dije
que
eran
besos;

besos
para
él.

Quedó
convencido.
 EL:

(Incrédulo)

¿Te
creyó?
 ELLA:


Se
lo
tragó.


EL:


(La
observa)

¿Con
los
otros…

(Indicando
el
cuaderno)

hablas
tanto
rato
 antes…?
 ELLA:

Solamente
con
los
que
me
gustan.

Con
los
que
hubiera
soñado
casarme…
 eventualmente.

El
sexo…
sin
amor,
es
horrible.
 EL:

(Confundido
pero
vagamente
halagado)


Gracias…

¿Te
han
enseñado
las
 fotos
de
sus
hijos,
algunos
otros?
 ELLA:

Únicamente
los
mejores.

Los
buenos
padres
y
los
buenos
maridos.

Y
yo
 los
premio.
A
los
otros,
los
castigo.
 EL:


(Sorprendido
y
algo
alarmado)


¿Cómo?
 ELLA:


Hay
mil
maneras.
 EL:


¿Qué
me
hubieras
hecho
a
mí,
de
no
enseñarte
las
fotos?


(ELLA
lo
observa
 con
una
irónica
sonrisa)


Dímelo
por
favor.
Soy
curioso.
 ELLA:

A
veces
no
conviene
serlo.
Es
mejor
que
no
lo
sepas.
Como
no
ha
de
 ocurrirte
nada…(EL
CLIENTE
se
encuentra
incómodo.
Tiene
miedo.
Piensa
con
 horror
que,
de
no
haberle
mostrado
sus
fotos,
quizá…)



Dime:

¿cuántos
años
 tenía
tu
mujer
cuando
te
casaste
con
ella?

¿Era
virgen?
 EL:

(Observándola,
ligeramente
ofendido
por
tanta
pregunta)

¿Qué
te
importan
 los
pormenores
de
mi
vida?
 ELLA:

Ya
te
lo
dije.
No
es
curiosidad;

es
simpatía.
Me
interesa
conocerte
a
fondo.
 EL:

Necesitaríamos
algunas
horas…
y
yo
no
puedo
estar
aquí
hasta
que
venga
tu
 marido.

¿No?
 ELLA:

Tenemos
casi
tres
horas
de
tiempo.
Gozaremos
intensamente.
Como
dos
 auténticos
amantes.
Como
apasionados
amantes
que
se
encuentran
después
de
 una
larga
separación.
 EL:

(Vagamente
temeroso)

¿Tres
horas?
 ELLA:

O
un
poquito
menos,
si
te
parece
demasiado.

Hasta
que
te
canses…
Como
 prefieras,
desde
luego.
El
hombre
es
el
que
manda
y
decide:
intensidad,
posturas,
 duración…
Mandas
tú.
 EL:


Al
otro,
al
que
vino
antes
que
yo…
(Indicando
la
hucha),

¿cuánto
tiempo
le
 has
dedicado?
 ELLA:

¡Ah!

¿A
ése?

Era
un
gordinflón.
Un
hombre
de
negocios.
Negro.
No
me
 gustaba.
Pocos
minutos.
 EL:

¿Ne…
negro?

¿Aceptas
a
los
negros
entre
tus
clientes?
 ELLA:

Son
hombres
como
los
otros…

¡Mientras
paguen!...
 EL:

¿Cómo
los
otros…?

Se
dice
que
son
diferentes.
 ELLA:

¿En
la
cama?


El:


Sí.
Se
dice…

 ELLA:


Eso
es
inventado
por
algún
humorista
de
color.
Son
como
tú
y
como
miles
 de
hombres.
A
menudo,
peor.
Ignoran
lo
que
significa
la
palabra
ternura.
No
 esperan
a
que
la
mujer…
 EL:

A

que
la
mujer…

¿qué?
 ELLA:

…Llegue
a
gozar.
No
me
digas
que
tú
también
eres
uno
de
esos
egoístas…
 EL:


¡Oh,
no!

No…

(Perplejo)

¿Cuántos
negros
hoy?
 ELLA:

(Abre
el
cuaderno
y
cuenta)

Veintidós.
Les
excito
por
mi
piel
blanca…
Dos
 pilotos
vietnamitas,
un
turista
alemán,
un
policía
brasileño,
tres
marinos
 franceses
y
dos
comerciantes
italianos.
 EL:

(Tratando
de
ocultar
su
desagrado)

¿Todos
casados?
 ELLA:

Sólo
diecinueve.
 EL:

¿Todos
con
hijos?
 ELLA:

Sólo
catorce
de
ellos.
 EL:


¿Y
cuántos…
te
han
enseñado
sus
fotos?
 ELLA:

Solamente
nueve.
 EL:

Pues
habrás
castigado
a
cinco…

¿Qué
les
has
hecho?
 ELLA:

¿Vamos
a
estropear
la
velada
con
particularidades
desagradables?

 Hablemos
de
ti.

¿Cuántos
años
tenías
cuando
utilizaste
por
primera
vez
la
 estilográfica?
 EL:

¿La
estilográfica?
 ELLA:

(Apuntándole
con
el
índice
la
bragueta)


¿Cuándo
descubriste
que
tenías
 un
arma
entre
la
piernas?



(Pausa)



A
mí
puedes
decírmelo.
Dentro
de
unos
 momentos
seré
tuya.
Toda
tuya.

¡Tu
mujer!


¡Más…
apasionada
y
más
íntima
que
 tu
propia
mujer!
 EL:


(De
mala
gana)

A…
a
los
once
años.
 ELLA:

¡Qué
precocidad!


¡Bravo!
 EL:


(Que
no
ha
olvidado)

Esos
ne..

esos
negros,
esos
extranjeros,
que…

¿eran
 limpios?
 ELLA:

(Indiferente)


Creo
que
sí.
 EL:


(Alarmado)


¿Crees?

¿No
los
has
lavado?
 ELLA:


¡No
sois
bebés!

Os
laváis
solitos,

¿no?
 EL:

Pero…
suponiendo
que
uno
de
ellos
estuviera
enfermo…


ELLA:

Me
tiene
sin
cuidado.
 EL:



(Asustadísimo)


¿No
te
importa?
 ELLA:

Digamos
la
verdad,
sólo
la
verdad
y
nada
más
que
la
verdad:
cuarenta
 clientes
al
día,
durante
siete
años.
Si
las
enfermedades
me
preocuparan
me
 moriría
de
angustia
cuarenta
veces
diarias.
He
superado
ese
temor.
Ni
me
 acuerdo.
 EL:

Y…
si
el
último
tuviera…
alguna
enfermedad
 ELLA:

¿Qué
último?
 EL:

El
que
ha
estado
aquí
antes
que
yo.
 ELLA:


¡Ah!...

¡Cosas
de
la
vida,
amigo
mío!

Hay
que
confiar
en
el
destino.

 (Transición,
durante
la
cual
el
hombre
trata
de
ocultar
su
enorme
preocupación)


 Con
tu
mujer…,

¿cuántas
veces
por
semana?
 EL:

A
tu
doctor…,

¿cuántas
veces
por
semana?
 ELLA:


¡Oh!

Dos
veces
al
año.

¿Y
tú?
 EL:

Dos
veces
por
semana.
 ELLA:

¿Al
médico?

Tú
estás
obsesionado
por
el
miedo
a
las
enfermedades.
Creo
 que
no
te
gustaría.
 EL:

¿Qué?


(Silencio
embarazoso;
ELLA
le
mira)

¿Qué
es
lo
que
no
me
gustaría?
 ELLA:

Si
tienes
tanto
miedo
de
contagiarte,

¿cómo
es
que
se
te
ocurre
ir
de
 putas?
 EL:

Dime
la
verdad:

¿estas
segura
de…
de
no
estar…
mala?
 (ELLA
lo
mira
y,
después
de
un
corto
silencio,
le
habla
maternalmente,
con
 simpatía)
 ELLA:


¿Recuerdas
que
he
hablado
de
castigo,
para
algún
cliente?
 EL:


Sí.
Y
no
acabo
de
comprender
a
qué
te
refieres.
 ELLA:


(Lentamente,
explicándose
con
cordialidad)



Verás:

cuando
un
hombre
 se
me
acerca,
trato
de
ser
cordial…
Porque
quiero
conocerle
bien;

por
dentro…
 Si
es
un
cabrón
que
rehúsa
las
confidencias,
la
comunicación,
o
si
es
tiránico,
 malvado,
tontorrón
o
extranjero…,

¿entendido?...,
yo
los
castigo.
 EL:

¿Cómo?
 ELLA:

Le
concedo…
intimidad.
 EL:


(Lleno
de
confusión;
no
comprende
nada)


¿Le
concedes…?
 ELLA:


Meterse
conmigo
en
la
cama.
Y
todo
lo
que
quiera…


EL:



(Perplejo.
Incrédulo)


¿Todo
lo
que
quiere?...

¿Y
eso
lo
consideras
castigo?
 ELLA:


(Hablando
muy
lentamente
y
mirándole)

Si,
en
cambio,
es
una
buena
 persona,
un
hombre
que
quiere
de
veras
a
su
esposa
y
a
sus
hijos,
entonces…
le
 digo
la
verdad.
 EL:


(Con
enorme
curiosidad)


¿Qué
verdad?
 ELLA:


(Después
de
una
brevísima
pausa
y
mirándolo
fijamente)



Que
estoy
 sifilítica.





(El
cliente
se
levanta
como
movido
por
un
resorte.
No
sabe
qué
 decisión
tomar.
Se
acerca
al
cerdito‐alcancía,
en
el
que
depositó
los
veinticinco
 dólares.
Está
indeciso;
lo
mira
como
si
quisiera
tocarlo,
romperlo)



Contigo
he
 sido
muy
honrada…
No
castigues
mi
honestidad
rompiendo
m
i
cerdito…
de
 oro…
Es
un
recuerdo
muy
querido…
Un
regalo
de
mi
madre…
 EL:

Pero…
mis
veinticinco
dólares…

¡Son
veinticinco
dólares!
 ELLA:

Te
costaría
muchos
más
si
no
te
hubiera
advertido.

Miles
de
dólares
para
 curarte,
para
curar
a
tu
mujer…

¡Miles!
 (El
cliente
decide,
repentinamente,
marcharse.
Sin
mirarla;
se
va
rápidamente,
 dando
un
tremendo
portazo.


EL
HOMBRE
aparece,
descorriendo
la
cortina;
 empuña
una
navaja.

Silencio
absoluto
y
total
inmovilidad
durante
unos
 segundos.

Los
espectadores
creerán
que
el
marido
ha
sorprendido
a
la
mujer
y
 que
está
dispuesto
a
matarla.

Coinciden
las
miradas
de
ELLA
y
EL
HOMBRE.

 Estallan
en
una
sonora
carcajada)
 EL
HOMBRE:


(A
ELLA,
que
sabía,
evidentemente,
que
el
marido
se
hallaba
 escondido
detrás
de
la
cortina)


Cuando
se
acercó
a
nuestro
cerdito
de
oro,
me
 he
dicho:

¡Si
lo
rompe,
se
la
corto!
 ELLA:


(Muy
divertida)


¡Ninguno
se
atreve!

¡Te
lo
dije!


Alguno
levanta
la
 mano,
pero
cuando
les
meto
lo
del
regalo
de
mamá…
 EL
HOMBRE.


(Consultando
el
bloc
de
notas,
con
la
cuenta
de
los
clientes)


 ¡Treinta
y
dos…!





¡Ochocientos
dólares
sin
que
ni
uno
solo
de
esos
cerdos
de
 plomo
te
haya
puesto
una
mano
encima!







¿Tenía
razón?
 ELLA:


¡Tú
siempre
tienes
razón,
machote
mío!



(Implorando,
con
zalamería
y
 coqueta)


Y,

por
hoy,
basta…

¿Verdad?


 EL
HOMBRE:


(Consulta
su
reloj)

Todavía
es
temprano.



¡Dos
más…
y
luego
te
 invito
al
restaurante!
 ELLA:

¿Cocina
china?
 EL
HOMBRE:


¡Italiana,
amor
mío,
italiana!



¡Necesito
alimentarme
bien!


 Acumular
energías…








¡Para
hacerte
gozar
como
una
fiera
esta
noche!

(Ríen
a
carcajadas.
Se
abrazan.
Se
besan…)


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