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SIMULACRO Mag | ISSUE 07

JULIA SCRIVE-LOYER | “Tenemos que cultivar nuestro jardín”, dice Cándido al final de la novela de Voltaire. Éste último fue un optimista en el medio del siglo XVIII. Ese gran siglo lleno de confusiones pero también de mucho espíritu. Siglo sangriento, por primera vez, por una causa que parecía afectar a la humanidad entera. De ahí la importancia que tuvo La Declaración Universal de los Derechos Humanos en el mundo, siendo punto de partida para futuras independencias - especialmente la de Haití, lo cual me parece de una justicia poética hermosa. Voltaire se preocupó mucho por el ser humano y su condición. Denunció la esclavitud y la ignorancia; condenó el absolutismo. Si Voltaire rechaza la ignorancia - podemos verlo también en Micromegas - ¿es correcto decir que en Cándido, la única condición posible para ser feliz es siendo naif? Cuesta un poco creerlo, ya que Barthes dijo que Voltaire fue “el último escritor feliz”. Ser naif vendría a ser aquí sinónimo de ignorancia. Ignorancia a nuestro pesar, tal vez, pero ignorancia. ¿Somos realmente conscientes de ser ignorantes cuando lo somos? Si somos naif es porque no lo sabemos todo. Es verdad que ante la ignorancia total, el mundo parecería mucho más simple. ¿Cuáles son entonces los peligros de cultivar nuestro jardín? Nos centraremos en tres aspectos de la obra, tres etapas; la primera es el paraíso. La segunda es la catástrofe, el caos al descubrir que el optimismo no es más que “la rabia de sostener que todo está bien cuando todo está mal”. La última parte es el paraíso consciente.

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