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¿Existen
dos cerebros?
Leonardo Bastida Aguilar
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Contrario a lo que se piensa, la ciencia también tiene ciertos sesgos, pero pocas veces provocan cuestionamientos por parte de quienes llevan a cabo investigaciones. Una de las voces que no se callaron, al darse cuenta que para el estudio del cerebro sólo se usaban roedores machos, dando por hecho que la información obtenida a través de ellos era aplicable para las hembras, fue la de Lu Ciccia, quien observó lo anterior mientras estudiaba su posgrado en biotecnología.
Ante las evidencias, emprendió una revisión epistemológica de lo que se ha planteado en el campo de estudios del cerebro desde la Ilustración hasta la fecha. A través de un recorrido por las principales investigaciones de cada época, la actual adscrita al Centro de Investigaciones y Estudios de Género de la UNAM explica cómo en diferentes momentos ha permeado la idea de que el tamaño de los cerebros varía conforme al sexo de las personas, y de esto dependen sus capacidades intelectuales.
En su argumentación, muestra el surgimiento de una visión dimorfista, en la que los cerebros responden al sexo de las personas y funcionan de manera diferente con base
Reseña
en sus diferencias fisiológicas. Esto da pie a una división del trabajo y de otras actividades con base en el sexo de forma arbitraria.
A pesar de la gran cantidad de estudios, muchos de ellos respaldados por instituciones académicas prestigiosas, para Ciccia, ninguna de las evidencias existentes con respecto a esta diferenciación sexogenérica es contundente. Por el contrario, se debe pensar en que las personas son trayectorias singulares, relacionales y que comparten experiencias en el marco de las normativas de género. Y las experiencias que viven son biológicas y psicológicas. Por lo tanto, la biología no es destino.
El resultado del ejercicio intelectual es La invención de los sexos.Cómo la ciencia puso el binarismo en nuestros cerebrosycómolosfeminismospuedenayudarnosasalir de ahí (Siglo XXI Editores, 2022) cuyo objetivo es nadar a contracorriente de esa injusticia epistémica que, si bien es contrarrestada, aún permanece en varios estratos de la comunidad científica y sigue justificando diferencias, que en realidad no lo son, pero sí impactan en la vida de millones de mujeres.