Revista literaria del Instituto Sinaloense de Cultura AĂąo 1 | NĂşmero 3 | Noviembre de 2011
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Contenido 3 Editorial 4
Inés Arredondo | A N A S E G OVI A C A M E L O
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Vivir con Inés más de un mes | JUA N E S M E R IO
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La lectura: pluralidad de vidas en nuestro mundo | DI N A G R I JA LVA
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Inés Arredondo. El fluir de las palabras en Río subterráneo | E R N E S T I N A Y ÉPI Z
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Los secretos del Malecón | N I N O G A L L E G O S
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Criaturita | A L E Y DA ROJO
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La llana palabra en Inés Arredondo | A LM A VI TA L I S
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La verdad, o el presentimiento de la verdad | M E L LY PE R A Z A
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Encuentro con Inés Arredondo | F L OR I N A JU DI T H OL I VA R R Í A CR E SP O
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Inés Arredondo | B L A N C A L I L I A MON TOYA
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Héctor López Gámez, Torek, más que un pintor | JUA N R A MO S
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El recorrido de un jardín como práctica estética | G UA DA LU PE AGU I L A R
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La hora | L O U R DE S A R E N A S
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Loco | H É C TOR TOVA R
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Comienzas | M A RG A R E T AT WO OD. T R A DU CC IÓN P OR Ó S C A R PAÚ L C A S T RO
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Boscoso | PAU L C E L A N . T R A DU CC IÓN P OR RU BÉ N R I V E R A
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El canto, atajo para el retorno | F R A N C I S C O M E Z A S Á N C H E Z
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Los rumbos de la narrativa latinoamericana actual | C É S A R B. VA L E N Z U E L A C O TA
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Have a nice day! | C L AU DI A B A Ñ U E L O S
ME MOR I A DE CU E R P OS
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Subterráneo al hablar | H É C TOR C H ÁV E Z F I E R RO
C UA DE R NA V Í A
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El espejo del alma | VÍC TOR LU N A
L A T I N TA DE L C A L A M A R
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Callos de Luvina | JUA N E S M E R IO Naíma Álvarez Rangel. Artista plástica y maestra de Diseño Gráfico, quien radica en Culiacán, ilustra con sus dibujos y siluetas femeninas (cuerpos desnudos de voluptuosas formas y largas cabelleras), las páginas de este tercer número de Timonel y de esta manera, comparte con nosotros, su pasión por el color y el manejo de su técnica pictórica sobre el lienzo o la hoja de papel.
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E DI TOR I A L
N
oviembre, recuento anticipado del año que se va y nos deja con la sensación de ser habitantes de un presente ininterrumpido: paréntesis de un pasado que no termina de marcharse y preámbulo del fuego de un tiempo siempre por venir. Lo efímero que puede resultar una existencia no se discute. Ninguna batalla vale contra la muerte. Sin embargo, toda gran obra sobrevive a su creador. Hamlet es Shakespeare. Cervantes, Don Quijote; Mary Shelley, Frankestein; Flaubert, Madame Bovary; Virginia Woolf, La señora Dallowey; Emily Brönte, Catherine Earnshaw de Cumbres borrascosas; Marguerite Yourcernar, Ana Soror; Simone de Beauvoir, La invitada; Susan Sontag, El amante del volcán; Elena Garro, Los recuerdos del porvenir; e Inés Arredondo, Mariana, La sunamita y el Río subterráneo por el que no terminamos de navegar y aguas adentro, en este vigésimo segundo aniversario luctuoso de la ya mítica escritora sinaloense, hacemos uso de las páginas de Timonel para apropiarnos un poco de su gran legado literario. En este tercer número, damos las gracias a Ana Segovia Camelo, quien, conocedora de su estirpe, sabe que es la hija de una gran escritora y consciente de que en sus genes habita el lenguaje de lo literario, con una prosa sencilla pero no por ello irrelevante o exenta de belleza, se permite compartir con nosotros el mundo de sus ancestros. El de la familia Camelo Arredondo. Al dar vuelta a la página Juan Esmerio, con la sencillez característica de su prosa, nos narra su primer acercamiento a la obra de Inés Arredondo. Víctor Luna se ocupa también de narrarnos su experiencia como lector de la citada escritora. La doctora Dina Grijalva, connotada ensayista, nos dice que nadie que verdaderamente ame la buena literatura puede escapar al embrujo de un relato como «Las mariposas nocturnas». En otro apartado, Ernestina Yépiz, autora del texto «El fluir de las palabras en Río subterráneo», pretende mimetizarse con el personaje que escribe la carta al sobrino ausente y de pronto es ella quien
M ario L ópe z Valde z
escucha las voces que emergen del fondo del río, pero, en realidad, una (el personaje narrador) habla de lo vivido y la otra (quien escribe el texto) de lo leído. Y con el propósito de mostrar también parte de la actual narrativa sinaloense es que publicamos «Desde el malecón», un cuento del maestro Nino Gallegos, en el que un hombre (lobo estepario) rumia su soledad de «roedor civilizado» en el pequeño apartamento que habita. Sin embargo, el muestrario no estaría completo sin el relato «Criaturita» de Aleyda Rojo, donde el personaje principal, un Humbert Humbert en versión femenina, manifiesta su deseo hacia un adolescente de trece años, quien, por cierto, termina por ser el seductor. Y como la poesía nunca puede faltar, Óscar Paúl Castro traduce un poema de Margaret Atwood, en el que deletrea el mundo; lo nombra para que exista. Rubén Rivera escribe su versión de un poema de Paul Celan. Lourdes Arenas se nos revela como incipiente poeta y Juan Ramos nos ofrece una entrevista con Héctor López Gámez Torek un hombre en comunión con su quehacer artístico. La artista plástica Guadalupe Aguilar nos retrata con palabras el entorno casi paradisiaco del jardín botánico de Culiacán y el maestro Héctor Chávez nos muestra con «Subterráneo al hablar», el lenguaje del cuerpo. En el apartado de comentarios sobre libros, Frank Meza publica el texto leído en la presentación de Memorias del cuerpo, de Moisés Vega. Continuamos con un ensayo de César Benigno Valenzuela, sobre la narrativa latinoamericana actual y otro más de Claudia Bañuelos, que esta vez escribe sobre la novela policiaca moderna. Y para despertar el paladar, en lo que a textos se refiere, cerramos con la columna «La tinta del calamar. Callos de Luvina», del escritor y en sus ratos de ocio chef, Juan Esmerio. Pero no podemos irnos, sin dejar constancia de nuestro agradecimiento a la pintora Naíma Álvarez, quien con sus dibujos y grabados de mujeres eternamente preñadas, dadoras de vida (que intentan tocar con sus labios a la luna), ilustra el presente número de Timonel.
| Gobernador Constitucional del Estado de Sinaloa
F r ancis co F rí a s C a st ro
| Secretario de Educación Pública y Cultura
M arí a L uis a M ir anda M onrre al
| Directora general del isic
É lme r M end oza
| Director de Literatura y Publicaciones
E rne st ina Yépi z
| Jefa del Departamento Editorial
M ari tza L ópe z, J uan E sme rio Navarro Wendy F éli x , I ván Vá zq ue z N iebl a
| Editores
|Redacción
Timonel es una publicación trimestral del Instituto Sinaloense de Cultura y del Gobierno del Estado de Sinaloa. Es de distribución gratuita y los contenidos que aquí se publican son responsabilidad de sus autores. Todos los derechos reservados, ninguna parte de esta publicación deberá reproducirse total o parcialmente sin citar la fuente. Culiacán (Sinaloa), noviembre de 2011.
Diseño
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Inés Arredondo
ANA SEGOVIA CAMELO V E N IR A L M U N D O E S E N S Í U N AC ON T E C I MIE N TO PRODIG IO S O, Y YA A D U LTO S E S CUA N D O N O S H AC E MO S C ON S C I E N T E S DE N U E S T RO PA S O P OR E S TA T I E R R A . PE RO, A DE M Á S , A L A S PE R S ON A S N O S S U C E DE N MU C H A S C O S A S M Á S Q U E N O S DI B UJA N C OMO S E R E S H U M A N O S . E N E S TA O C A S IÓN ME R EF E R I R É A L H E C HO DE S E R L A H I JA DE U N A G R A N E S C R I TOR A , I N É S A R R E D ON D O, PA I S A N A DE TOD O S L O S S I N A L OE N S E S , Y Q U E ME R E C E M Á S Q U E N A DI E S E R L E Í DA P OR S U S C ON G É N E R E S .
Cómo surge una escritora es un misterio, el caso de mi madre considero que es la conjunción de varios factores que parecerían inusitados ya que mi abuelo, Mario Camelo, vino de Tabasco a cumplir con su labor de médico militar, pero conoció a mi abuela Inés y se casó con ella en Culiacán. Formaron una familia numerosa y divertida. Mi abuela era una mujer inteligente, hermosa, atrevida, talentosa y humana, que lo ayudó incluso como enfermera en la Cruz Roja y en el Hospital Civil. Ellos fueron pioneros en este campo y tenían muchos ideales en los que trabajaron tenazmente convencidos de llevarlos a cabo. Además, a mis abuelos, provincianos instruidos, les gustaba leer, bailar, ir al teatro, escuchar música, vestirse a la moda y estar al tanto de los acontecimientos mundiales. Fueron fundadores del Club Rotario, de la Cruz Roja y una pareja con una muy activa vida laboral y social.
Mi abuela había sido alumna interna del Colegio Montferrant por propia voluntad, pues aunque vivía a unas cuadras de este, le parecía más interesante pasar todo el día con las monjas y sus compañeras. Así que te recitaba lo que quisieras de poesía, sabía bordar, cantar y bailar. Tenía mucha curiosidad por todas las cosas y transmitía esa alegre satisfacción de poder conocerlo todo. Sabía muy bien qué hacer con su inteligencia. Mi abuelo era un médico culto y sabio, observador y de pocas palabras. Le encantaban los niños, yo creo que si no hubiera sido ginecólogo hubiera escogido ser pediatra. Él fue quien le recitó por primera vez el poema del Cid a mi madre de pequeña. Había en casa de mis abuelos mucho revuelo en torno a quién sabía contestar las preguntas retadoras de mi abuelo. Él ponía en duda los conocimientos y razonamientos de sus hijos a la hora de la sobremesa y les pedía explicar, por ejemplo, principios de la ciencia o contar acontecimientos históricos, explicar dichos o refranes o atinar una adivinanza, entre otras muchas perspicacias. Así se entretenían. Sí, mis abuelos hicieron una mancuerna afortunada en el sentido de mostrarle a sus vástagos la riqueza de poder compartir un panorama de quehaceres y conocimientos apasionantes. Incluso mis tías, junto con mi madre, montaban obras de teatro en la casa e invitaban a sus conocidos y amigos a sus presentaciones. Se mandaban a hacer los vestuarios y se las ingeniaban para crear la escenografía. En esto intervino mucho el espíritu de mi abuela, quien tenía un talento teatral innato, el cual ella compartía a su vez con las puestas en escenas del grupo de los adultos. Así era el ambiente donde nació mi madre, la primogénita, receptora de los intereses y habilidades de sus padres. La conocedora de la gestación familiar desde sus orígenes, la que conocía la historia de principio a fin, la que parecía saberlo todo. Y lo digo así porque era una sabionda, una niña apasionada de la lectura, una inteligencia que captaba y dirimía sobre muchas cuestiones de dentro y fuera de su casa. Su seriedad y compromiso como hermana mayor le otorgó un estatus especial entre los hijos. Tenía un sentido de responsabilidad natural surgido del amor por su familia.
La familia (fragmento). Grabado en linóleo, en tinta de café.
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Pero como ustedes sabrán, este amor tiende a expandirse y todas las amistades y parientes cercanos o lejanos se fueron agregando a este universo filial. Yo tengo la sensación de que los Camelo Arredondo eran un termómetro de lo que pasaba en Culiacán. Estaban al tanto de todo, fuera un pequeño detalle o un gran suceso. Es como si esta conciencia de hermana mayor se hubiera extendido desde el núcleo familiar a toda la comunidad culichi. Y digo esto porque creo que mi mamá se mantuvo fiel a la literatura con esta misma actitud, un valor por toda la cultura y el arte como la forma más efectiva de compartir nuestra humanidad, a la que podríamos llamar, nuestra filiación. Es interesante la época que le tocó vivir a mi madre. Por un lado, ella recitaba en público, la invitaban a las reuniones donde había artistas o académicos de fuera; por tanto, como sor Juana Inés de la Cruz, ella lucía en la corte cultural de su pequeña provincia. Pero, por otro lado, también fungía como embajadora del Club Rotario y estaba en el centro de las intrigas e intereses sociales. Creo que este cocktail femenino no resulta tan fácil de beber. Sí, mi madre, bella por dentro y por fuera; inteligente y valiente en los pensamientos y en las acciones… así era. Fue con esta fortaleza que se lanzó a estudiar filosofía en la capital del país. Fue impulsada por estos padres y estos hermanos como llegó a tierras extrañas a conquistar desde su heredad, desde sus aprendizajes en su natal Culiacán, los anhelos más íntimos que albergaba en su corazón e intelecto. Aunque mi madre tenía la inquietud de encontrar la solución a sus cuestionamientos teológicos en la filosofía, se dejó guiar finalmente por la literatura. Con la teoría analizaba sus dudas, pero ella quería encontrar un sentido más vital. Su cambio al estudio de las letras españolas le abrió muchos caminos. Estaba como pez en el agua. Desde adolescente mi madre escribía en un diario que le regalaron cuando cumplió quince años, pero no creo que se haya preconcebido como escritora; su etapa de estudiante preparatoriana y de los primeros años en la universidad estuvo muy centrada en el teatro, el cual dirigió y actuó. Todavía le llegaban bocanadas dramáticas de su juventud provinciana. Fue ya más adulta, casada y madre de Inés, su primogénita, que mi madre escribió su primer relato como escritora. La convivencia con otros jóvenes escritores de la Facultad de Filosofía y Letras y su casamiento con mi padre, Tomás Segovia, intensificaron su pasión por la literatura. Perteneció a la Generación de Medio Siglo, ávida de conocimiento universal y de aportar creaciones de calidad. La exigencia que supuso para ella este grupo la hicieron concebir a la literatura desde la inteligencia y el compromiso existencial. La obra escrita implicaba una postura ante la vida que te obligaba a tomar decisiones responsables y creo que mi madre la ejerció a cabalidad. La escritura de mi madre tuvo una etapa muy importante de inspiración sinaloense, sus cuentos sobre Eldorado, acerca de historias que le contaron o presenció en Culiacán, expresan el gran deleite por la narración. Los
tiempos en que contar lo era todo pues no había televisión. Ella recuerda a su padre contándole cuentos y yo a ella leyéndonos La Ilíada a mis hermanos y a mí. Pero otra vez nos encontramos ante otra combinación de aspectos distintos, pues a estos relatos se agregan después los relatos citadinos o cosmopolitas, influidos de otras lecturas acordes con su momento histórico. Sabía mirar lo cercano y lo lejano, lo propio y lo ajeno, podía ser universal. Así que ahora su papel de madre y escritora la colocaba ante más disyuntivas en su vida. A ella le tocó el movimiento del 68, Marx y Freud, Sartre y Camus; además de la revolución del hippismo, los Beatles, etc. Sin embargo, estaba abierta a los cambios, a tomar responsabilidad sobre los nuevos roles sociales, a educarnos a partir de la libertad y las nuevas transformaciones. Pienso que ella fue muy consciente de hacernos crecer responsables de nosotros mismos, sin exigirnos seguir un camino determinado, nos dio libertad para elegir y respetó nuestras rebeldías. Sabía mucho de eso pues ella misma tomó grandes y serias decisiones, desde divorciarse hasta continuar publicando cuentos que muchas veces no serían entendidos y apreciados como ella hubiera querido. No crean que yo halago a Inés Arredondo por ser mi madre; ahora, con la edad, he podido comprender las grandes vicisitudes a las que se enfrentó. Salir de la familia, de la provincia, del matrimonio y del rol común de mujer para ser una escritora entre muchos escritores masculinos. Ser divorciada y tratar de sostener económicamente a su familia. Y, lo más difícil, atreverse en su literatura a plantear temas tabús desde una perspectiva femenina muy original y audaz. Dejar ver el aspecto doloroso o difícil de las situaciones directamente, sin miramientos, y con gran honestidad, inteligencia y sensibilidad. En su búsqueda de la verdad, quizás no tuvo la suerte de ser más conocida, pues yo creo que se adelantó a su época. La complejidad, lucidez y solución que encontramos en sus cuentos es producto de gran reflexión y conocimiento tanto de contenido como de forma, pero también de sabiduría humana. Es verdaderamente una gran escritora. Y yo, como hija, no dejo de sorprenderme cuando releo sus cuentos. ¿A qué horas los concibió? Aunque yo transcribía a máquina algunos de ellos, y casi me sabía de memoria su cuento de Mariana, no tenía idea de lo que estaba en mis manos. Es hasta hora, ya adulta, que puedo apreciar su estilo impecable y lo adelantado de sus propuestas. Ahora sí me consta que soy hija de una gran escritora, de una gran mujer con una gran vocación literaria, de una gran Inés, un gran espíritu que enaltece las letras mexicanas. Es hasta ahora que tengo la suerte de elogiarla ante ti lector para que la leas y aconsejarte al oído que no te desanimes si sientes que no entiendes todo. Ya ves que a mí me pasó por no saber que eso sucede con los genios literarios, es decir, con mi madre.
Ana Segovia es maestra de filosofía, editora y poeta.
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Vivir con Inés más de un mes
JUAN ESMERIO N AC Í E N 1965, PO C O DE S P U É S DE Q U E M A ZATL Á N R E C I B I E R A L A S E Ñ A L DE U N T S U N A M I . E S E M I SMO A Ñ O IN É S A R R E D ON D O P U B L IC Ó S U PR I M E R L IBRO, L A S E ÑA L, E N E DI TOR I A L E R A .
En el verano de 1983, luego de pasar mi adolescencia rotulando bardas para el partido en que militaba mi padre, me inscribí en un taller literario que coordinaban Marisela Ricutti y Nino Gallegos. Dato curioso: pagué inscripción. Éramos un grupo pequeño y nos hicimos amigos de inmediato (yo conservo prácticamente todas las amistades de ese tiempo). Al concluir el verano el taller siguió. Nos reuníamos en una casona —hoy en ruinas— del viejo Mazatlán, por la calle Sixto Osuna. En algún momento nuestros tutores decidieron que al taller le hacía falta un nombre. Se eligió el de Inés Arredondo. Luego hubo una disputa sobre quién había propuesto el nombre y José Luis Franco, esposo de Marisela Ricutti, aclaró en El Sol del Pacífico, donde tenía un suplemento, que la iniciativa había sido suya. Franco firmaba sus colaboraciones con su nombre propio y con seudónimo y heterónimo, aunque era fácil saber que eran de él mismo por el tono monocorde de su prosa. «No conocen a Inés por lo redondo» tituló su artículo. Hacia mediados de los ochenta tuve un ejemplar de La sunamita dedicado con esa caligrafía infantil y austera de alumna de colegio de monjas. Era un folleto publicado por la Conasupo en papel revolución. La dedicatoria, escrita en tono admonitorio, hablaba sobre la seriedad que significaba elegir el oficio de escritor. Más que unas líneas cálidas parecían un regaño, o eso me pareció: yo estaba en esa edad tan susceptible a las llamadas de atención de los adultos. Vi dos veces a Inés Arredondo. Fue en Culiacán cuando la uas le entregó, junto con Raúl Cervantes Ahumada, el doctorado honoris causa (aún recuerdo la primera línea del discurso que improvisó: «En Sinaloa me han leído poco, y me han leído mal».). Yo estaba de visita en la ciudad, y para poder verla (no sabía de la ceremonia de entrega) me tuve que quedar un par de días más. Como parte del festejo, Óscar Liera montó Opus 123, uno de los dos relatos donde Inés fue más allá de las diez páginas (el otro es Sombra entre sombras). Ahí la volví a ver, al día siguiente, en la sala Lumière, a escasos cinco metros de mí. Nunca he sido tímido pero no me atreví a saludarla porque lo que iba a añadir me pareció ridículo: Señora, yo pertenezco a un taller que lleva su nombre. Ella charlaba con una mujer, de seguro una amiga. Sus palabras, gestos y maneras me parecieron cordiales, sin ese
Gestación. Grabado en metal, al agua fuerte.
tono de regaño de la víspera. Estaba de pie, con un bastón de plástico en la mano, esperando el segundo acto de la obra. El mes siguiente no sé qué revelación me sorprendió más: el embarazo de Alma, fruto de esos dos días adicionales en Culiacán, o saber que la madre de mi hijo tenía cierto parentesco con Inés, y que incluso una de sus tías había servido en la casa del doctor Camelo, apellido que por más de una razón quedó borrado de la literatura de la que fue, en cierto sentido, mi tutora. Yo siempre desconfié de la veracidad de la información (más por mis dificultades en esa ciencia que los culichis manejan con tanta soltura, la genealogía, que por otra razón) pero años después una hermana de Inés y uno de sus hijos, Francisco Segovia, me la habrían de dar por cierta. El día de la muerte de Inés, Nino Gallegos (Marisela Ricutti se había separado del taller) le hizo un homenaje en el Museo de Arte de Mazatlán. En la improvisada mesa habló, entre otros, el impresor Rafael Franco. Me parece que el propio Nino, que estuvo al pendiente de los últimos días de la señora vía telefónica, leyó un poema en tono elegíaco que hablaba de la enfermedad de ella. Hacia el último año del gobierno de Francisco Labastida, Gonzalo Celorio —al principio de aquel coordinador de un taller
7 en Difocur— organizó un curso de literatura latinoamericana al que íbamos una cofradía cordial. Religiosamente comíamos y bebíamos con nuestros maestros. Uno de esos maestros fue Armando Pereira. A él lo llevamos al Cachi Anaya, donde luego de oír cantar Hello Dolly a César Ibarra, acompañado de la espléndida banda del mismo nombre, le recomendó que se olvidara de la literatura y se pusiera blusear. César, quien para arrancarse en su inglés de tono grave y notas altas pedía que le llevaran el micrófono a la mesa, no le hizo caso. A Pereira lo dejamos hacia las cuatro de la mañana en el hotel. Dos horas después, muy cerca de ahí, en una zona exclusiva de la ciudad, explotó una bomba que lo hizo saltar de la cama. Eduardo García Aguilar, quien cerró el curso, aseguró que ese era el método para cobrar deudas de los colombianos. Armando Pereira me habló seis meses después para decirme que su mujer vendría a Culiacán para continuar una investigación que había iniciado en el DF. Moví a Claudia Albarrán (la conocí durante una comida posterior a un reconocimiento que se le hizo a Arredondo en el primero de dos festivales cuando Sigfrido Bañuelos fue director general de Difocur) una semana completa: hizo entrevistas entre amigos y familiares de Inés (Vita Podesta, la amiga entrañable de Inés a lo largo de su vida; sus amigos del teatro universitario, con Inés como directora inflexible: Olga Acedo y Héctor López Gámez Torek, que aún dice de memoria unos versos que Inés escribió de niña y que por alguna razón quedaron fuera de su biografía; y los hermanos de Inés que viven en Culiacán). Juntos fuimos a Eldorado, la mítica finca de los Redo, en una suburban que la señora Vita Podesta prestó a Claudia. Más que el eco de las páginas de ciertos cuentos de Inés, a mí me perturbó charlar con un descendiente de la familia que fue dueña de vida y almas en Sinaloa antes de la Revolución, tan lejos del linaje de sus ancestros; y el árbol genealógico de la familia —obviamente apócrifo— que echaba raíces nada menos que en las venas mismas de los reyes de España y Portugal. El año 2000 Claudia, gran amiga desde entonces, me envió Luna menguante, que trajo a la tierra de Inés. A la presentación que hicimos en Difocur no asistió nadie de su familia, ni amigos cercanos, a pesar de que yo les llevé la invitación a su casa e hice llamadas telefónicas. Al parecer ya conocían el libro y no les agradó. En realidad Claudia, que ama hasta el delirio la obra arredondeana, hizo una biografía bastante discreta considerando que tuvo acceso a un diario de juventud de Inés y a la información privilegiada que provenía de la servidumbre de la madre de su biografiada, y de otros escritores contemporáneos, que le hablaron de la vida posterior al divorcio de Tomás Segovia, su primer esposo. Hacia 2009, antes de la aparición de las obras de Inés Arredondo en el Fondo de Cultura Económica, yo hablé con Martí Soler para proponer al Instituto Sinaloense de Cultura no solo como coeditor (lo mismo que había hecho Difocur veinte años antes con Siglo xxi Editores): ahora nos interesaba que la obra se tradujera al inglés. Don Martí, su antiguo editor, me dijo que eso era posible: bastaba que el fce se enlazara con el departamento de literatura de alguna universidad de los Estados Unidos para que un traductor especialista en literatura mexicana pusiera manos a la obra. El Instituto Sinaloense de Cultura asumiría el gasto. En 2008 Bellas Artes hizo un homenaje a Inés. Nosotros hicimos lo propio en Culiacán. El Colegio de Bachilleres, por iniciativa de Doris Castro, compró más de cien ejemplares de sus Obras completas y las regaló, previa lectura, entre los alumnos. Las películas Mariana y La sunamita, basadas en historias de Inés, y con
guión suyo y de Juan García Ponce, causaron revuelo en Culiacán entre los protagonistas locales (todos querían una copia de la cinta que los retrataba jóvenes y hermosos), a donde llegaron luego de una serie de gestiones con la filmoteca de la unam. Mi secretaria, la señora Emma Silvia Niebla, lloró al recordar al personaje de carne y hueso, amiga suya de juventud, que fue el leit motiv de la primera historia; una mujer incomprendida por su belleza, inteligencia y actitud —vaya cocktail subversivo para el Culiacán de aquellos años. Maritza López, directora de Literal, preparó un número especial donde se incluyeron textos de los estudiosos de su obra, incluidos análisis académicos, en cuya comunidad nuestra mujer tiene muchos fieles, y fotografías de una exposición muy emotiva; con las fotos incluso hicimos un catálogo, en coedición con el inba y conaculta, que se llamó La verdad o el presentimiento de la verdad, publicación que no estuvo, en términos editoriales (el librito parece un misal), a la altura de lo que nosotros imaginamos. Don Miguel Tamayo, al ver las imágenes, me regaló una copia de una foto de Inés cuando era niña y cuya particularidad era que aparecían dos infantes —uno de ellos su hermano Jaime Humberto —que habían nacido el mismo día que ella. Fue una pena que esa foto, tomada por el padre de don Miguel durante un cumpleaños de la triada tierna, no se haya podido colgar en la exposición y obsequiar al inba, que es el dueño del archivo. Me cuenta la señora Rosa María Hass que alguna vez una amiga de juventud de Inés le dijo en una reunión: —Ay Inés, no entiendo tus cuentos. —Te perdono tu falta de inteligencia —le contestó la que se definió como autora de 33 cuentos y siguió como si nada en la mesa del café. También en una charla con Papik Ramírez, director de Cultura municipal, le dije a este que a más de una persona no le haría gracia que el nuevo museo de las adicciones —que supliría, en ese delirio por refundar instituciones sin ton ni son, al auditorio municipal Inés Arredondo— conservara el nombre de la mujer que nació ahí junto, cuando la calle aún se llamaba Independencia. ¿Qué falta para que Inés Arredondo llegue al lector en una época en que el género en que ella escribió, el cuento, está de capa caída (en sus páginas web las editoriales dicen que si es un libro de cuentos el que piensas enviar a dictamen, mejor no lo mandes); en un tiempo donde la novela, sobre todo si es policíaca, es el símbolo de la modernidad en el arte de narrar? Estudios ciertamente no, como lo demostró la doctora Dina Grijalva Monteverde en el libro que publicó este año y donde analiza los cuentos de lo que ella llama «el ciclo de Eldorado», y al que solo faltan Opus 123 y Wanda, parte central de Los espejos, publicado en 1988, año en que ya eran editos algunos de los integrantes del taller que llevó su nombre. Ahora que su obra, a la que se ha incluido un cuento de literatura infantil, está en una editorial —el Fondo de Cultura Económica— que tiene sucursales en algunas capitales de América Latina y España, esperemos que sus libros se reimpriman más constantemente en tirajes altos, pues antes no llegaron a la segunda edición, salvo Río subterráneo, que tuvo un gran tiraje en la serie Lecturas mexicanas, y sus Obras completas, publicadas en Siglo xxi Editores. Y, sobre todo, que el estatus que se le ha dado como «una de las grandes narradoras de América Latina del siglo xx» se refleje en un número mayor de lectores.
Juan Esmerio es narrador y poeta. Su libro más reciente es Mantarraya, 2010.
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La lectura: pluralidad de vidas en nuestro mundo D I N A G R I J A LVA 1. A partir de la lectura del primer libro, en los lejanos años de infancia, el leer ha ejercido gran fascinación e influjo en mí. Primero los libros para niños y muy pronto los cuentos, poemas y fragmentos contenidos en el Tesoro de la juventud —maravilloso regalo de mi tía a mis hermanos y a mí y que leíamos y releíamos con inextinguible entusiasmo—, los libros me han acompañado siempre. Y siempre he disfrutado tanto la lectura en soledad como la lectura compartida. Mis hermanos y yo viajamos juntos a Troya y vivimos también juntos las peripecias de Ulises en su regreso a Ítaca y juntos nos deslumbramos con la magia del lenguaje repitiendo una y otra vez aquellos versos de «qué galán que entró en vergel/ con cintillo de diamantes/ diamantes que fueron antes/ de amantes de su mujer». En cambio, fue en soledad como leí Bernardette, Heidi y Corazón, esta última lectura acompañada de ríos de lágrimas, sobre todo con El pequeño escribiente florentino y De los Apeninos a los Andes. En esos años de infancia leí libros de la biblioteca familiar que después supe que no eran lecturas infantiles —recuerdo el Elogio de la locura, novelas de Paul Bourget, el enorme volumen, que apenas podía sostener en mis pequeñas manos, de las Memorias de ultratumba de Chateaubriand—, muchos de esos libros no los comprendía, por supuesto; pero agradezco a la vida y a mi padre el haberme regalado siempre el placer de poder vivir por horas y días en otras épocas y culturas y el vislumbrar a través de la letra escrita otras formas de pensar, sentir y amar. En mi turbulenta adolescencia —turbulencia del alma, mi vida siempre ha sido más intensa en mi interior que en la llamada vida real— seguí sumergiéndome sin cesar en el placer de la lectura en sus dos modalidades: en silencio y soledad, por un lado; o en compañía y voz alta. Pasé silenciosa por el bautizo de El lobo estepario y de Rabindranath Tagore y gocé una y otra vez con las rimas de Bécquer, los poemas de Lorca, Hernández y Alberti leídos una y otra vez tanto en la intimidad de mi habitación como con mis hermanos y nuestros amigos. Tal vez en la nostalgia de la niñez tenga su origen este placer de compartir el gozo de la lectura al leer en voz alta o al escuchar cuentos, poemas y fragmentos de novela, y en esa nostalgia esté el origen de mi gusto por la enseñanza de la literatura; en el aula siempre mis alumnos y yo leemos en voz alta y alternamos los comentarios de análisis con el compartir las emociones que el texto despierta en nuestras almas. 2. Mi encuentro con los intensos cuentos de Inés Arredondo fue a través del libro Río subterráneo. Debo haberlo leído el año de su
publicación —en 1979— o si acaso al año siguiente. Eran mis años de descubrimiento de la gran literatura latinoamericana, de Rayuela, Cien años de soledad, El astillero, Entre Marx y una mujer desnuda, Pedro Páramo; de los cuentos de Quiroga, Cortázar, Borges, Rulfo. Eran también mis años de descubrimiento de Rimbaud, Baudelaire, Lautreaumont. Los estudiantes de Letras queríamos sentirnos mínimamente tan crueles como los poetas malditos o etéreos habitantes de Macondo; pero más que nada soñábamos ser la Maga; hasta las mascotas eran bautizadas como Rocamaudour ante el evidente desconcierto de quienes nos rodeaban. Eran también los años de sueños revolucionarios, de lectura de los poetas guerrilleros, de Roque Dalton, Erwin Castro, Otto Raúl Castillo. En esos años de entrega total a la literatura y al sueño de revolución llegó a mis manos la primera edición de Río subterráneo. Recuerdo que fueron tres cuentos los que me deslumbraron en la primera lectura: Las palabras silenciosas, Río subterráneo y Las mariposas nocturnas. Confieso que no había leído todavía La señal, ese excelente libro que inaugura las publicaciones arredondeanas. De ese libro los tres cuentos que tocan con mayor intensidad algunas fibras de mi sensibilidad son: Estío, ese estremecedor cuento donde una madre descubre su deseo por su hijo; El membrillo, que narra magistralmente el despertar de una adolescente primero al maravilloso mundo del amor y luego al infiernos de los celos; el tercero (no en orden de preferencia) es Mariana, uno de los cuentos de Inés en donde explora la búsqueda del amor total, del amor absoluto; búsqueda que si es auténtica puede conducir hacia la muerte, ya sea asesinando al ser amado, como sucede en este cuento y en otro de los textos de Río subterráneo: En Londres; o a la propia muerte de quien emprende esa búsqueda como en Wanda, en donde el entrañable personaje adolescente sueña con ser poeta y con el amor absoluto y finalmente prefiere el suicidio al mundo prosaico que lo rodea. Este cuento y Sombra entre sombras, de Los espejos, último libro publicado por Inés Arredondo, son dos textos que nos sumergen en nuestro mundo interior de pulsiones y deseos más recónditos; la autora tiene la virtud de permitirnos asomarnos a esos abismos en donde fluyen con intensidad anhelos reprimidos que emergen durante la lectura y nos sobresaltan. Viví con Laura primero el mundo de perversión al que la introduce su esposo y luego su despertar al amor y al deseo cuando conoce al joven Simpson, quien encarna al hombre de nuestros sueños: «¿Cómo decirlo? Lo vi en lo alto de la escalera: fuerte, rubio, ágil, seguro de sus movimientos y con un dejo desdeñoso en la cabeza que me recordó el grabado de alguien —¡Aquiles! Era lo más bello vivo que había visto./ La boca me sabía a miel./ Vino hacia mí y sus ojos
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azules llenaron mi alma de luminosidad.» A partir de ese deslumbramiento, Laura vive con el hombre de sus sueños una vida en donde lo sublime del amor se entrelaza con las perversiones más aberrantes y nosotras vivimos con una intensa amalgama de horror y deleite ese paraíso infernal construido palabra a palabra por la autora. 3. Regresemos a Río subterráneo, un cuento que nos narra la historia de una familia, en donde el amor y la locura se viven a fondo. Los cuatro hermanos que habitan en un sitio cercano al río San Lorenzo asumen su destino de manera total y con ellos sentimos que la vida debe vivirse con intensidad aunque ello nos pueda conducir a la demencia y a la muerte. En el universo arredondeano los personajes viven la vida como pasión y con ellos aprendemos que solo viviendo plenamente en la pasión —lejos de la banalidad y de la impostura— se puede aspirar a una vida plena. Río subterráneo es un relato en donde la locura que se va posesionando paulatinamente de cada uno de los personajes parece apropiarse del texto mismo. Es un cuento sobre la locura que parece escrito desde la locura misma. La narradora —la última de los cuatro hermanos que han ido sucumbiendo a su destino inexorable de pérdida de la razón— escribe una carta a su sobrino y le dice que lo hace para evitar que él también sucumba al mal familiar; aquí lo asombroso es cómo, al avanzar en la lectura, vamos sintiendo que la locura va apropiándose del discurso y línea a línea es un sumergirse en ese mundo de alucinación, universo en donde los intentos de mesura de Pablo, de Sergio y de Sofía para evitar la desmesura que es la locura, son vanos. Al leer este relato vamos viviendo línea a línea y párrafo a párrafo cómo el delirio se va posesionando paulatinamente de la narradora y de su discurso. La menor de los cuatro hermanos escribe a su sobrino que ella asume su destino que la conducirá inexorablemente hacia la locura y le relata —a él y a quienes leemos esta historia— que le contará «lo que se ha ido acumulando en un alma provinciana que lo pule, lo acaricia y perfecciona» y ese pulir, acariciar y perfeccionar es lo que hace no solo con sus emociones, lo hace también con el lenguaje. Dice que su hermana la instruyó en el arte de contar: «supe que ella empleaba todo el día para buscar el modo, las palabras para decir las cosas», y le decía: «Hay que contenerse. Ser conscientes, perfectamente lúcidos, dar a los hechos, los sentimientos y los pensamientos la forma adecuada, no dejarse arrastrar por ellos». La única manera de contener la locura en el alma de estos hermanos es la búsqueda de «palabras tibias que calientan la herida» y por ello Sofía y su hermana menor se prohíben cualquier expresión desacompasada. Y de una manera exquisita la narradora comparte la historia de la locura que va poseyendo inexorablemente a cada uno de los cuatro hermanos. Con cada relectura de este magistral relato vuelve a mí la certeza de que es difícil encontrar una mejor puesta en palabras del terrible malestar que implican la angustia y el desasosiego: «cuando me habló de su angustia, de que se le metía en el pecho y no lo dejaba pensar, ni respirar, porque lo iba invadiendo, poseyendo desde esa herida primera que es igual a un cuchillo helado en un costado del pecho» y líneas más adelante cita las palabras de Sergio para describir su estado anímico, y nos encontramos ante una de las más logradas imágenes verbales de la angustia:
Quiero encontrar una cosa tersa, armónica, por donde se deslice mi alma. No estos picos, estas heridas inútiles, este caer y levantar; más alto, más bajo, chueco, casi inmóvil y vertiginoso. ¿Te das cuenta? Siento que me caigo, que me tiran, por dentro, ¿entiendes?, me tiran de mí mismo y cuando voy cayendo no puedo respirar y grito, y no sé y siento que me acuchillan, con un cuchillo verdadero, aquí. Lo llevo clavado, y caigo y quedo inmóvil, sigo cayendo, inmóvil, cayendo, a ningún lugar, a nada. Lo peor es que no sé por qué sufro, por quién, qué hice para tener este gran remordimiento, que no es de algo que yo haya podido hacer, sino de otra cosa, y a veces me parece que lo voy a alcanzar, alcanzar a saber, a comprender por qué sufro de esta manera atroz, y cuando me empino y voy a alcanzar, y el pecho se me distiende, otra vez el golpe, la herida y vuelvo a caer, a caer. Esto se llama la angustia, estoy seguro.
Hace unos cuantos meses compartí con mis alumnos de primer año de Letras la lectura de varios de los cuentos de nuestra mejor escritora y vivimos juntos con intensidad esas historias narradas magistralmente. Cuando llegó el turno a la lectura de Río subterráneo, fuimos leyendo lenta y acompasadamente uno a uno los párrafos que se van engarzando para retratarnos las vicisitudes de la familia de Sergio y Sofía para tratar de contener la locura; al concluir el relato un silencio inusual imperaba en el aula, como si el efecto del relato siguiera reverberando en cada uno de los estudiantes y la intensa emoción suscitada no pudiera abandonarlos; y de pronto, con sorpresa descubrí que una de las alumnas —sentada en la primera fila— tenía el rostro cubierto de lágrimas. Esperé unos minutos y propicié sus palabras y dijo todavía estremecida por los sollozos: «es que eso es lo que yo siento, esa angustia es lo que yo siento y nunca he podido expresar». Días después ella me comentó que el hecho de haber compartido la lectura le proporcionó la posibilidad de compartir sus emociones y que ello la ayudó a comprender la intensidad de su malestar. Creo que ese efecto de catarsis es propiciado en varios de los relatos de Inés Arredondo. Y lo que permite lograr ese efecto es la esmerada y sabia elección de cada una de las palabras que forman sus textos: es el discurso literario. Y tal vez la lectura colectiva potencie ese efecto, de la misma manera que la tragedia griega lo propiciaba al combinar el talento de Esquilo, Sófocles y Eurípides con la representación pública. Por ello, seguiré gozando del placer de la lectura en soledad, viviendo desde mi habitación múltiples vidas y visitando ambientes, épocas y espacios diversos, con los personajes que habitan en los libros y solo están esperando nuestra compañía para cobrar vida mientras leemos sus peripecias. Y seguiré también propiciando la lectura en compañía, como era práctica habitual todavía en la época del Quijote, cuando en las ventas o en cualquier espacio al terminar la jornada de trabajo se reunían alrededor de quien supiera leer y escuchaban arrobados las aventuras de Amadís, de Oriana, de Esplandián, del Lazarillo de Tormes y de don Quijote y Sancho Panza.
Dina Grijalva es ensayista y narradora. Doctora en Letras por la unam. Este año ha publicado dos libros: Eldorado: evocación y mito en la narrativa de Inés Arredondo y Eros: juego, poder y muerte. El erotismo femenino en la narrativa de Luisa Valenzuela.
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Inés Arredondo El fluir de las palabras en Río subterráneo No salgas de tu ciudad. No vengas al país de los ríos. Nunca vuelvas a pensar en nosotros, ni en la locura. Y jamás se te ocurra dirigirnos un poco de amor.
ERNESTINA YÉPIZ Como en una liturgia, un acto de misa mayor, el personaje narrador-protagonista de Río subterráneo (nombre del relato que también da título al segundo libro publicado por Inés Arredondo). Una mujer, sacerdotisa suma, que habita la casa de sus antepasados, la misma que tiene una gran escalinata que da hasta los márgenes del río, donde las corrientes pueden arrastrarlo todo y el ruido del agua al chocar contra las piedras se asemeja a voces que provienen quién sabe de dónde, las que sus hermanos Pablo, Sergio y Sofía, en la más desquiciada de las pretensiones intentaron alguna vez descifrar. Ella, tentada a hacerlo también, se resiste e incapaz de huir de su destino, se mantiene dentro de la casona: desde ahí escribe con maestría, como quien sabe a perfección su oficio, una carta a un sobrino ausente, a quien le pide no la visite jamás, ni por amor, ni por curiosidad, bajo cualquier argumento o pretensión debe mantenerse lejos y nunca caer en la tentación de ir a buscarla y reencontrarse con sus orígenes, pues de hacerlo, nada, absolutamente nada, podría salvarlo de la locura que lo acecha y que por herencia ancestral le corresponde. El personaje-protagonista habla en nombre de lo que ha vivido, lo que ha visto y de lo que le enseñó Sofía, fuente de sabiduría, hermana mayor, quien a su vez, tuvo que esforzarse por comprender a su hermano Sergio y hacer de la angustia que este padecía, belleza, arte y armonía, concretada en la escalera de piedra que parte del centro del patio de la casa, hacia las arenosas y revueltas aguas del río y que, ideada por Sofía y construida por Sergio, despierta en quien la contempla asombro y admiración, aunque al posar los pies sobre el primer escaño, al dar el primer paso, cualquiera que lo haga sienta que toca el borde del abismo y sin ningún barandal al cual asirse, al menor movimiento en falso, puede caer al vacío, y tocar el fondo significa perderse, no volver más a la superficie y aunque el último escalón (justo el que se sitúa sobre los terrenos blandos y movedizos de la margen del río) sea también el primero, el principio equivale al fin y tocarlo es acercarse demasiado: es ahí
donde andan sueltos los fantasmas de la locura, los que no pueden ni deben ser escuchados, porque manejan un lenguaje ambiguo, donde las palabras no corresponden al nombre de las cosas, sino que tienen significados múltiples. Dicen esto, aquello y lo otro también. Es como si los mismos dioses (de acuerdo con el precepto platónico de la creación) hablaran por boca de ellos: el lenguaje de los sentidos y de la poesía y no el de la razón. Y si bien Sofía no pudo ni quiso oponer resistencia a las voces que llegaban desde el fondo del río y se dejó llevar hasta el cuarto artesonado (el mismo que por algún tiempo ocupó Pablo y luego Sergio), ella, quien cuenta la historia, se propone no balbucear, no buscar el origen de las palabras que nombran el mal, no tener memoria de su nacimiento y sobre todo no emitir jamás el grito, el aullido de animal herido que desgarraba las gargantas de sus hermanos y que ahora desgarra la de Sofía. «El alarido que está oculto en todos, en todo, sin que lo sepamos.» Sin embargo, ella sabe que lo posee, le recorre la carne y todos los días, mientras con movimientos lentos riega las plantas, lo escucha emerger y propagarse por toda la casa y no le sorprende reconocerse en él, pero se niega a emitirlo e incluso a comprenderlo. No quiere ser tocada por la angustia, esa enfermedad que ha padecido toda la familia: cáncer que su cuerpo alberga. Ella no debe dejar que «eso» que la corroe por dentro emerja a la superficie, pues podría infectar a cualquier alma que se encuentre cerca. Los personajes de Río subterráneo habitan un espacio que no les corresponde. Una realidad que no es la suya, pues siempre están yendo más allá, mucho más lejos y solo basta una pequeña rendija para atisbar el mundo real: el de las aguas que fluyen vertiginosas hacia el mar, pero adentrarse en las corrientes marinas es zozobrar, individualizarse, encontrarse con ese otro que todos traemos dentro y que siempre está ahí y es así como Sergio se encuentra en el grito de Pablo y Sofía en la mirada de Sergio. «¡Mírame!» pide Sofía a Sergio y al verse en esos ojos ausentes sabe que su querido hermano navega
11 en medio de la noche y, como un ciego, toca la luz sólo para naufragar de nuevo y en esos naufragios Sofía reconoce su destino, sabe que ella misma habrá de habitar el cuarto artesonado e instruye a la pequeña hermana para que mantenga el orden de las cosas, se convierta en «la guardiana de lo prohibido», pues el equilibrio no debe romperse jamás, alguien debe mantenerlo y esta tarea corresponde a la hermana menor, a quien Sofía instruyó: «para buscar las palabras, la forma de decir las cosas, tomando siempre en cuenta y en primer lugar y antes que nada la angustia de Sergio». Sergio ya no está y es ahora Sofía quien requiere que las palabras sean cuidadosamente seleccionadas y en ese lenguaje aparentemente ambiguo encontrarles su real significado. Desde entonces al momento en que nuestra protagonista se asume como narradora de los hechos, escribe su carta, han pasado largos 30 años. El sillón acuchillado es testigo mudo del tiempo transcurrido, desde aquella noche en que Sergio, impecablemente vestido y con la corbata bien anudada, encendió las luces, abrió las puertas y sin oponer la menor resistencia, más bien indiferente, dejó que hordas de revolucionarios saquearan la casa, mientras Sofía, sentada sobre el poyo de la ventana, los miraba impasible y los individuos se marcharon carcajeándose y llevándose todo. Después, más allá del «quién vive», de algún disparo y el ladrido de los perros, los días y las noches de Sergio y Sofía transcurrieron entre conversaciones y lecturas de libros que hablaban de dioses y rituales divinos. Del caos y del mundo que se destruye para volver a crearse, lo que hace de todo acto de vida un perpetuo recomienzo y de esta manera se mantiene el sagrado equilibrio. El mismo que nuestra protagonista se empeña en guardar, porque sabe que ese es su destino. Y confiesa al destinatario de su carta: «Sólo a ti te diré que quizá me he sostenido porque sospecho, con temblor y miedo, que lo que somos dentro del orden del mundo es explicable, pero lo que nos toca a nosotros vivir no es justo, no es humano y yo no quiero como quisieron mis hermanos, entender lo que está fuera de nuestro pequeño orden. No quiero, pero la naturaleza me acecha». (Escucha voces que la llaman.) La protagonista-narradora de Río subterráneo se sabe marcada por el destino e infectada por la angustia (la enfermedad de sus hermanos) y desde las primeras líneas de la carta que escribe, advierte: «Voy a hablar de lo otro, de lo que generalmente se calla, de lo que se piensa y lo que se siente cuando no se piensa. Quiero decir todo lo que se ha ido acumulando en un alma provinciana que lo pule, lo acaricia y perfecciona sin que lo sospechen los demás». Y es así, como una a una, «la guardiana de lo prohibido», selecciona las palabras que le permiten nombrar «el mal» y de esta manera mantener el equilibrio del mundo habitado por Sofía, el del sobrino ausente, el de los otros y el suyo, desde donde puede narrar, sin ninguna pretensión de razonar los hechos y situaciones que la atañen, pues el acto de nombrar se circunscribe más allá del ámbito de la lógica y de lo razonable. En realidad tiene que ver con fuerzas que se mueven en el mundo de las sombras y si bien se puede alcanzar la luminosidad del conocimiento, este enceguece, encandila demasiado, enloquece a quienes pueden poseerlo. Inés Arredondo, quien, de acuerdo con una de sus
En tu cama 2. Dibujo en grafito.
biógrafas, «pasó los últimos años recluida, deambulando entre la habitación y la sala, oscilando entre la lucidez y la confusión. Siempre sostenida por analgésicos y antidepresivos»,1 en Río subterráneo (en realidad en casi todos sus relatos), parece delinearse, narrarse a sí misma, encarnar la voz protagónica de este cuento de belleza delirante, donde el lenguaje se sale de sus cauces habituales y toca el terreno de lo poético que de tan luminoso llega a encandilarnos, y de pronto, nos damos cuenta que no son los ojos de la razón o los de la inteligencia los que leen sobre la página, sino los de la intuición y los sentidos que se alertan conforme la mirada avanza sobre los escenarios y situaciones que viven los personajes arredondeanos, que de tan reales parecen representarnos. Debo confesar que me siento representada, porque yo también (al igual que la hermana de Sofía y Sergio), podría ser quien escribe la carta y parada al borde de la escalinata escuchar las voces que emergen del fondo del río. Ernestina Yépiz es maestra en Letras, egresada de la UNAM. Narradora y poeta. Su libro más reciente es El café de la calle Mulberry, 2010.
1. Claudia Albarrán, «Inés Arredondo a 80 años de su natalicio», Literal, núm. 27, julio-septiembre del 2008, p. 6. Nota. El resto de las citas corresponde a fragmentos de Río subterráneo en Inés Arredondo, obras completas, Siglo xxi Editores, 2006.
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Los secretos del Malecón
NINO GALLEGOS 1. Desde una madrugada a oscuras, distante del claro amanecer aún sin insinuarse el alba, desperté buscando la cajetilla de cigarros y el encendedor, y al no encontrarlos, encendí la luz de la lámpara sobre el buró quedándome, por un instante, encandilado. Nunca he sido víctima del insomnio, durmiendo las horas a mis horas. Al encender el cigarro, desperté de mí como quien inhala hondo y le da un golpe a la vida, redespertándola. Uno, a veces, dispone de la vida de una manera insaludable pero placentera. Entre el dormir, despertar y levantarme para verle la carátula al reloj de pared, eran las cuatro y media de la oscurana madrugada, recordando que no tenía pendiente alguno y menos preocupación alguna. De manera que estaba despierto y levantado, fumando. Hace tiempo que me dejaron viviendo solo, y de todo lo que extraño de ella, ha sido las relaciones sexuales matutinas. Entonces, vivo y trabajo para un departamento que estoy rentando en el Malecón, con vista a la playa Norte, al embarcadero de los pescadores y a una cofradía de borrachos ingentes e indigentes que saben vivir y morir del trago entre salvamentos marinos y naufragios terrestres. 2. He pasado de profesor de preparatoria a maestro de universidad, y los preparatorianos siguen siendo casi los mismos como universitarios: pasan de largo por el Malecón de la enseñanzaaprendizaje con una prisa que los jala más de los pies que de las cabezas. Son muchachos y muchachas más hormonales que neuronales, y ojalá que no sean tan neuróticos como yo cuando me exasperan por no entender lo que leen. Los grados escolares son igual que los escalones para llegar al triunfo profesional: una subida para tontos, estúpidos e idiotas, desde donde yo les enseñó mis propias caídas en la impartición de las horas-clase. Hay una muchacha de mirada triste con un cuerpo de tocarle las nalgas y los senos, es lo que me pasa cuando la contemplo. Nunca he podido ir más allá de lo que contemplo y pienso cuando se trata del cuerpo de una muchacha con la mirada triste, enterneciéndome más su mirada que su cuerpo. Y qué manera de enternecerme con ella, pidiéndome prestado el libro de poemas: Los perros románticos, del poeta chileno, Roberto Bolaño, del cual había leído algunos poemas para algunos cuantos interesados en la materia de Literatura y Periodismo, sobresaliendo y saliéndome la muchacha de la mirada triste, al final de la clase, para prestarle el libro y ver en sus ojos un atisbo de alegría por haber conseguido lo que deseaba y quería: un poco de poesía. 3. Ahora, divorciado, por incompatibilidad de caracteres, y de regreso a la soltería con cincuenta años pasados, he dejado, después que me dejaron, la vida social que antes concurría, pasando de adaptado a desadaptado, reinventándome a fuerza de vivir una vida más hogareña en una soledad que solamente yo sé cómo frecuentarla y confrontarla conmigo mismo: dejarla pasar
y que entre como esa muchacha de mirada triste al departamento para que ocupe todo lo que en el departamento existe y soy. Un hombre triste que escucha música y bebe vino tinto sentado en el balcón con vista al mar, dándole la espalda a la ciudad. 4. Voy a la universidad mañana y noche, quedándome el resto del día en casa que no es mi casa. Es un departamento, en arrendamiento, por un inquilino. Siempre hago lo que debo hacer: bañarme, secarme y vestirme; cocinar, lavar en la tarja y en lavadora. Subir a la azotea donde los tendederos, y desde donde veo hacia todos los lugares de la ciudad y el puerto, el mar, las tres islas, el faro, el Malecón. Bajo y barro, trapeo y reacomodo lo desacomodado en los interiores del departamento: lo que soy y lo que existe en él es lo que queda de mí en la estancia física y mental. Desde que me quedé, después del divorcio, compré macetas y tierra para plantas de sombra, regándolas cada tercer día y quitarles algunas hojas marchitas. De hecho, son plantas más fuertes que yo, porque soportan, a la sombra, la soledad día y noche. Lo cierto: yo soy la sombra de las plantas y las plantas son la sombra de nuestra soledad. Hay una enverdecida y reverdecida solidaridad entendida y sentida cada vez que nos ponemos música de A Lamuraglia o algo para los momentos nuestros de Galleon: Long lonely shadows. Disfrutamos la soledad y la sombra nuestras entre el puerto y la ciudad. 5 Fue ella la que empezó a cuestionarse y luego a cuestionarme el por qué éramos como fuimos y el por qué vivíamos como vivimos. La escuchaba en sus constantes interrogantes, y un día que no estuve dispuesto a escucharla más, le dije que si le incomodaba como éramos y vivíamos pues lo mejor, para ella, es que se fuera. Así fue. Al tiempo, nos reencontramos para firmar, de común y mutuo acuerdo, el acta del divorcio. Habíamos estado casados por bienes separados. Entonces, no hubo nada qué darnos, ni qué quitarnos. Ella era libre de responderse las interrogantes. Yo era libre de no escucharla nunca jamás. 6 Desde entonces, por cada noche que duermo y despierto en la madrugada, me levanto buscando un cigarro para encender y fumar, contemplando el amanecer líquido en la playa Norte. En el atracadero de lanchas que los pescadores las han dispuesto así luego de haber llegado de la pesca con pescados frescos, pronto la clientela de la gente que les compra y algunos pelícanos que siempre son los mismos se hacen presentes alrededor de la pescadería a la intemperie, engullendo los pelícanos las vísceras de los desescamados y desventrados pescados. De los borrachos, ni por asomo sus rostros abotagados, resecos, requemados y ajados. Cuando salgo y bajo del edificio de departamentos, no me encuentro con uno ni con ninguno de los demás inquilinos. Del estacionamiento del edificio al estacionamiento del campus universitario, manejo, fumo, bebo café y observo de reojo el mar matinal que se orilla sobre el Malecón con la llegada de las olas a las playas, sin ningún contratiempo. Me he dado cuenta que el mar y yo funcionamos de una manera en que la luna no nos hace falta, y esto se debe a los secretos del Malecón.
Nino Gallegos es poeta y periodista. Su libro más reciente es Aludra, 2009.
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Criaturita
ALEYDA ROJO Para Inés Arredondo
T E NÍ A T R E I N TA DÍ A S DE N AC I D O, C UA N D O L O CU IDÉ L A PR IME R A V E Z . N I S I Q U I E R A L E H ABÍ A N PU E S TO N OMB R E , POR Q U E M AY R A , E N T R E N OV IO Y N OV IO, N O S E DA B A DE SC A N S O PA R A PE N S A R E N C ÓMO L L A M A R A S U HI JO. L E PROPU S E E L N OM B R E DE M A NOL O Y C ON TA L DE N O S E G U I R L O L L AM A ND O BEBÉ , AC EP TÓ Y JU N TA S F U I MO S A L R E G I S T RO C I V I L . T E N Í A MO S DI E C IO C HO A ÑO S R E C I É N CU MPL ID O S Y N O S PR E PA R ÁB A MO S PA R A A B A N D ON A R E L B AC H I L L ER ATO; YO C ON L A M Á X I M A P U N TUAC IÓN ; E L L A , DE PA N Z A Z O, PORQ U E C ON F I A B A E N S U BE L L E Z A , E N S U C A R I S M A Y T E N Í A L A C E RT E Z A DE Q U E L O S HOM B R E S AC U DI R Í A N A S A LVA R L A .
Así, con Manolo berreando por un lado, me concentré en mis notas: estaba decidida a sacar diez para conquistar una beca en España. Estudiaría Letras Hispánicas, haría mi tesis sobre Sor Juana, publicaría libros, dictaría conferencias, viajaría. Era lo que se dice, una chica disciplinada. Los papás de Mayra envidiaban a los míos y cuando se encontraron en la clausura de fin de cursos y más noche, durante el baile de graduación, insistieron en preguntar de qué vitaminas me dieron para que saliera tan ordenada. El departamento que mi amiga y yo compartimos los tres años de preparatoria era un reflejo fiel de nuestras personalidades: mi habitación intachable, olía a limpio; mientras que la de ella, hedía a semen fresco. Cuántas horas de estudio concentrado se vieron alteradas por los gemidos de la otra recámara y cuántos estallidos de furia debí contener cuando, al cierre de algunos semestres, su
boleta superaba a la mía solo porque ella sí accedió a mercar su cuerpo con el profesorado. Me consolaba una idea: por muy potente que fuese el arma del sexo jamás superaría a la del talento. Breve fue la espera para confirmar mi teoría: salió embarazada y nadie se extrañó que de un casado, un tipo que no volvió a aparecerse nunca más. Mayra quiso conservar el departamento. Ella no aspiraba a estudiar en el extranjero, realizaría la licenciatura en una universidad del estado: hizo tres años de psicología, luego saltó a comercio internacional y para cuando yo retornaba de la Península Ibérica con un hermoso título, ella trabajaba de correctora de estilo en un periódico local. Me invitó a compartir la renta, pero me negué rotundamente. Desde Madrid, a través de Internet, había contactado a un promotor de bienes raíces, quien me ayudó a conseguir una casita en el centro. Era un barrio tranquilo, de gente adulta, a cinco cuadras de la playa. Amaba a mi ciudad: Mazatlán estaba en mi sangre y siempre soñé volver. Pues no bien hube desempacado mis maletas, cuando Mayra se presentó con Manolo en brazos. Un niño hermoso, sano: un bólido que corría de extremo a extremo en mi sala. Era muy parecido a su mamá; tenía extremidades largas, unos ojos inteligentes y el cabello dorado. Mayra me preguntó si no se me antojaba tener uno y le respondí que en lugar de niños, adoptaría una perra. Conseguí una hembra pastor belga que extravié al año y medio. Cuando la saqué a jugar en la playa, mi amiga pasó con Manolo y me lo encargó media hora. La media hora se extendió noventa minutos más y entre mascota y niño, me volví loca. Manolo corría al agua, la perra a la calle. Opté por cuidarlo a él y la mascota subió a la avenida; para cuando tomé al escuincle en brazos para buscarla, alguien se la había llevado. Cuando Mayra retornó, con la melena alborotada y la blusa abotonada al disparejo, le aventé a Manolo y le eché la culpa de que la perra se hubiera escapado. Durante quince días me negué a recibir llamadas suyas. Y un domingo, llegó a mi casa con una hembra doberman, cuya mirada me hizo perdonarla. Manolo estrenaba una mochila con dibujos de Batman, en cuyo interior llevaba la pijama y las pantuflas; tras comer, me enteré de que ella saldría una semana a Cabo San Lucas, con un novio que también la llevaría a conocer las pinturas rupestres. «No sabes la enorme recompensa que obtendrás por cuidar a Manolo, amiguita». Y antes de que pudiera negarme, se esfumó. Y, tan pronto como dejó de verla, el niño comenzó a llorar a grito abierto, la perra a ladrar y el celular a timbrar. Al chico le puse un helado de vainilla en la mano, a la perra un monito de peluche que extraje de la mochila de Batman
14 y, cuando contesté, la llamada se había cancelado. Era Mariano. Un colega de la universidad que me invitaba a comer y luego al cine. Le expliqué la situación y propuso que fuésemos a ver una infantil. Era nuestra primera cita. También fue la última. Manolo derramó las palomitas sobre el asiento trasero de su auto; cuando Mariano intentaba extender su mano hacia mi muslo, el chico se lanzaba a morderlo, como una fiera. Apenadísima, le pedí a mi amigo me llevara a casa y no se molestó cuando me despedí en la puerta. En la azotea, la perra, a quien llamé Abril, había destrozado una blusa tejida. Bajé a preparar dos sándwiches y Manolo devoró ambos. Comía como si la mamá jamás le diera alimento. Quiso más helado de vainilla y, aunque aún quedaba medio litro en el congelador, se lo negué y traté de mantenerlo ocupado con la televisión, mientras me duchaba para relajarme y luego, leer un poco. Salí del baño, busqué la tanga por toda la recámara y me quedé petrificada cuando, en el cuarto de televisión, el chico de cinco años, ajeno a las caricaturas, se entretenía con mi pantaleta. ¿Qué haces, criaturita?, anda, trae eso para acá. En lugar de obedecerme, se la metió bajo la ropa y me retó: si quieres que te la regrese, sácala de aquí. —Mayra, tu hijo te necesita. —Amiguita, aguanta otros tres días, ¿qué te cuesta? Estoy pasándola very good, por favor, Liz, no seas egoísta. Tengo que colgarte, ya salió de la ducha. Muchas tangas, mascadas, blusas y otras prendas extravié a lo largo de los años. Siempre informé de manera puntual a Mayra; pero ella, como la mayor parte del tiempo estaba con sus pasiones, nunca tomó nota de mis advertencias. Mi vida sentimental era inversamente proporcional a mis éxitos profesionales. Me convertí en una académica de respeto. Mis investigaciones eran bien pagadas en diarios nacionales, en revistas especializadas; a menudo recibía invitaciones para asistir a congresos internacionales. Y entonces era cuando Mayra correspondía, cuidando a mi mascota y echándole vueltas a mi casa. Era la mejor amiga del mundo, mientras no se atravesara un hombre. Cuando Manolo entró a la adolescencia ya nos dábamos el gusto de salir a cenar, ir al cine, tomar la copa. Mi casa estaba mejor ubicada que la suya (para entonces ya se había conseguido un crédito hipotecario, a insistencia mía), el crío se quedaba jugando nintendo o leyendo. Manolo se mostraba más centrado. Le atraía el arte, quería ser arquitecto. Hacía planos, proyectos. Reunía material desechable: envases de leche, latas de atún, cartón y construía edificios extravagantes que luego decoraba con dibujos y colores. Todos los premios escolares eran para él; sus profesores de secundaria no escatimaban elogios; a Mayra no le importaba o fingía no importarle. Aseguraba que ya con mantenerlo era suficiente. Lo cierto es que sus finanzas nunca fueron equilibradas; en dos ocasiones estuvo a punto de perder la casa y mi aguinaldo fue a parar al banco para salvarla. Ese tipo de acciones la volvía melosa, me llamaba hermana, amiga del alma y no paraba de repetir que un día, Manolo me recompensaría ampliamente. El chico, que se hallaba inclinado, anudándose las agujetas para ir a su actividad vespertina de futbol soccer, levantó el rostro y me son-
rió de una forma enigmática, que me erizó la piel. Mayra captó enseguida mi turbación y en lugar de preocuparse, soltó una risotada: «te hace ruborizar un chamaco de doce años; ay, amiguita, cómo te falta experiencia». Sentí como si hubiese descubierto un crimen, un delito imperdonable y me puse aún más nerviosa, eres una tonta, le dije, y corrí al baño a orinar y serenarme. Descargar la vejiga es uno de los placeres íntimos que más disfruto; esa tarde, sin embargo, me dolió, como si en lugar de agua, desechara sangre de una herida imposible de curar. Y como mi evacuación parecía prolongarse, me gritó que ya se iban, de acuerdo, cierra bien la puerta. Liberada de ambos, salí del baño y, al principio, no advertí una anormalidad en la maqueta que Manolo dejó sobre la mesa de la sala. La llevé al estudio y puse sobre los anaqueles a la altura de mi rostro. Tuve que observarla muy atenta, es decir, admirada; y mi admiración por el acabado perfecto de la casa a escala, no permitía rebasar ese primer nivel de fascinación que deja paso al análisis: el chico se esmeró en los interiores, decorándolos de un textil delicado, femenino; donde no había errores, manchas o cualquier tipo de imperfección humana. Fui a la cocina y me preparé un expreso. Me senté a degustarlo en una poltrona de mimbre, mientras sacudía las zapatillas y las hacía a un lado para sentir las baldosas heladas, húmedas. El efecto de la cafeína me sentó de maravilla y terminó por limpiar la neblina que opacaba mi sentido analítico. Cuando descubrí de qué material estaba hecha la casita, mi propio edificio interior se derrumbó. Era el satín de mi bata de dormir. Esta vez, no lo delaté. No tenía sentido hablar con Mayra, me hubiera dicho lo de siempre. Cargué con una especie de culpa, de vergüenza y pedí mi año sabático en la universidad. Sin avisarle a Mayra, llevé conmigo a mi perrita chihuahueña (Abril ya había fallecido) y me instalé en Guadalajara, en un departamento próximo a la avenida Chapultepec. Visité ����������������������������������� a una antigua amiga, la doctora Carmen Vidaurre Arenas, catedrática de la Universi-
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En tu cama. Dibujo en grafito.
dad de Guadalajara, en quien confié mis penas. Carmen, tan bella como inteligente, me ofreció una respuesta académica basada en la tradición grecolatina; mitos, textos y paratextos se mezclaron en el discurso, brillante y rizado como su cabello. Todas las tardes caminaba hasta las librerías Gandhi y Siglo xxi, buscaba libros sobre el tema, conocía gente. En una de esas, conocí a un escritor sinaloense, César López Cuadras, quien me regaló un ejemplar de su novela Macho profundo y recomendó a mi amiga (le dije que el caso le sucedía a otra) actuar como el personaje de Nabokov: robarse al nínfulo y viajar con él por todo el país, hasta que la abandonara. Cuando se establece una relación entre dos personas cuyas edades son muy distanciadas, aseguró, lo mejor es disfrutarla, sin ponerle tope, la vida misma se encargará de terminarla, sin que ninguno de los dos intervenga. No muy convencida retorné a Mazatlán y en el autobús una mujer joven me recomendó que si una criaturita venía hacia mí, suplicándome la dañara, los efectos no serían responsabilidad exclusiva mía; además, sentenció, ¿quién te asegura que al final la dañada no seas tú? Arribé a mi casa de madrugada y como ya no tenía sentido intentar dormir, me vestí para hacer ejercicios en la playa. Saqué la bicicleta y pedaleé hasta Olas Altas, donde la até a una lámpara pública. En Mazatlán no hay lugares adecuados para estacionar bicicletas y uno se debe atener a los árboles y los tubos de los señalamientos. Corrí por la arena cuarenta minutos, aprecié el amanecer y compré el periódico para leerlo mientras desayunaba. En esa etapa me encontraba cuando mi vecina llamó a la puerta: el hijo de su amiga ha venido a verla todos los días desde que se marchó. Le regalé bolillo salado de Guadalajara y cerré. Volví a sentir que cometía un error enorme al no advertir a Mayra, pero decidí equivocarme por única vez en mi vida y no contárselo. No pude terminar el café y me metí al baño. Me desvestí y miré mi cuerpo en el espe-
jo: tenía treinta años y me sentía una vieja decrépita por enamorarme de un niño de trece, un adolescente al que lo único que me faltó darle fue la vida. Era como estar enamorada de mi propio hijo. ¿Cómo podría ver a Mayra a los ojos sin sentirme miserable?, ¿cómo podría salir a la calle y saludar a las mujeres sin que me vieran como una amenaza?, ¿quién entregaría su amistad a una mujer como yo, después de saber que seduzco muchachitos? Sin embargo, bajo la regadera, mi piel palpitaba, encendida; era como una roca volcánica antes de ser arrojada por el cráter. Pensaba en Manolo y golpeaba mi cabeza contra la pared, cómo me hubiera gustado reventarme los sesos, en lugar de sentir ese flujo cálido y placentero que huía de mí, como si se avecinara un terremoto. —Ay, amiguita tengo que pedirte un enorme favor, no puedes negármelo. —A ver, dime. —Conocí a alguien. —Ajá. —Me invita a París. —¿Y…? ¿Pretendes que yo te regale los boletos? —Ja, ja… eres una chucha. No, amiga; en realidad quiero que cuides a Manolo. —Tu hijo tiene quince años y no creo que necesite protección. —Mira, no tienes que traerlo a tu casa, con que lo invites a comer y vigiles que vaya al colegio. —Mayra… debes saber algo que no he podido decirte… —No tienes que explicar nada; ya sé que mi hijo es un malvado, pero tú eres la única persona en quien puedo confiar. Teníamos seis meses sin vernos; era increíble lo desarrollado que estaba. Había alcanzado una estatura de uno setenta y cinco, tenía cuello de toro cebú gracias a las prácticas de futbol americano; unas manos enormes, rudas y una boca tan hermética como jugosa. Le dije que había comida en el microondas y salí de mi casa, como si huyera del diablo. Fui a pagar recibos, hice cola en los bancos, compré despensa. Todo con una calma inaudita para darle tiempo de comer y marcharse. Cuando ya no tuve más trámites en la calle, retorné y al abrir la puerta me decepcionó no ver su mochila. En la cocina, los platos limpios sobre el escurridor me hicieron pensar que hacía rato de su partida. Todo cambió cuando empecé a subir a la recámara. Perfume de incienso, unas velitas. En cada peldaño, las maquetas de casitas recubiertas con trozos de ropa interior mía. Hacer el amor con un hombre inteligente y sensible, es hacerlo con Dios. Pero hacer el amor con un muchacho que viste recién nacido y cuidaste de enfermedades, es una conmoción. Sabía que ya no podía huir; que fuera donde fuera, estaría él dentro de mí. Cuando ascendí el último escalón lo tuve de frente. Desdichada, sin armas que oponer, comencé a llorar sobre su pecho: no me condenes, por favor. Solo esta vez, me dijo. Solo esta vez.
Aleyda Rojo es narradora. Su libro más reciente es Brujas del tiempo.
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La llana palabra en Inés Arredondo
A LM A VI TA L I S
Sin título (fragmento). Óleo sobre tela.
Hablar de la obra de Inés Arredondo es hablar de una narrativa bestialmente humana, poética, erótica y estratégica. No solo por los temas que aborda con gran maestría y perfecto pulso, sino por el engarce exacto de la joya: la palabra. Solo una maestra que, lejos de los múltiples títulos que pudo haber obtenido en el tránsito de sus estudios académicos, conocía de sobra las aristas, las caras y los vértices de cada pieza desde siempre. Conocía de sobra su poder, capaz de mover emociones hasta llegar al éxtasis. Las palabras llanas, las que aprendemos en casa con los padres, en la casa del rancho de los abuelos, en la iglesia y luego en la escuela con los amigos. Palabras que se saborean como una fruta, como lo hacen sus personajes con el membrillo, la sandía, las cañas y los mangos gordos; que se huelen en la alquimia del amate, del laurel de la India, de los abedules, de las amapas con el viento encendido del estío, que se sienten arder en la piel y en el resto de los sentidos. Arredondo no necesitaba de orlas de organza bordada ni de accesorios barrocos, porque conocía el profundo significado de la palabra y por ende el de los silencios. Sabía, sabía dónde y cuándo le funcionaban y que menos es más. Me alegra saber que admiraba
a William Faulkner y que fue discípula de Carlos Pellicer, qué par. La palabra en manos de Arredondo ya no era la misma, se volvía piedra preciosa pulimentada por sus vivencias, por su intelecto, por su visión, por su pasión al oficio. Y es que como ella misma lo menciona en Las palabras silenciosas: «Si no conocemos el valor de las palabras de los hombres, no los conocemos a ellos». Sabía perfectamente de lo que hablaba.
Mujer de todos los tiempos. Logró trascender y dar un sentido distinto a la literatura perfilada hacia la sobriedad y los cánones sociales repletos de prejuicios. «Lo que trato de revelar en mis cuentos, es el género de cosas que fríamente racionalizadas se pierden o no son nada.» Inés Arredondo, una gran cuentista que tocó temas escabrosos a los que muchas escritoras temían en esa época: amor, lujuria, pasión, homosexualidad, vejez y decrepitud. Fueron trabajados magistralmente. El erotismo femenino está implícito en su obra, que saltó las barreras de los prejuicios y la fobia. Inquieta el contenido de sus cuentos. Ella tuvo la osadía o el privilegio de escoger su infancia, su propio mundo y su extraordinario estilo literario, y esa dulce y diáfana niñez marcada por un orden básico determinó en gran parte su futuro.
La verdad, o el presentimiento de la verdad
Guardiana de lo que no se nombra. Tal vez en la brevedad de su obra estriban los signos que la colocan en su extraordinario nivel o dimensión literaria. Por citar algunos: el incesto, un tema velado, trasgredido y oculto en los pliegues del alma. En los cuentos de La señal y Los espejos, entre ellos: «Estío», en el cual el deseo incestuoso por su hijo aparece con la revelación monstruosa en su dosis de locura, prisionera de prejuicios y miedo al infierno: «En medio de
El apersonamiento de las palabras Inés Arredondo se adueñó de las palabras. Las hizo suyas dándoles una identidad única y personal. Hablemos de una de ellas: sagrado, tan mencionada en Estío como en El membrillo, en La señal, en La sunamita, en Las mariposas nocturnas, etc., dicha en cada una de estas historias, adquiere un significado y un sentido diferente, multidimensional, con una carga adjetiva según ha sido el hecho, el tema, el ritmo, el tono, la atmósfera, los personajes: y otra celestial, divina, digámoslo mejor: arredondeana. La prosa poética, erótica... unos fragmentos Inés era poeta. La prosa de Inés era poesía y eso la hizo diferente de sus contemporáneos, dilucida Claudia Albarrán.
M E L LY P E R A Z A aquel beso, el vértigo de aquel cuerpo joven junto al mío, el deseo como río fluyendo». Ese instante que se rompe al pronunciar el nombre sagrado. Adversidad, persistencia y coraje, su obsesión por las palabras y sus temas intrincados: aborto, voyerismo, autosacrificio y masoquismo. En Sombra entre sombras tres personajes complejos: Laura, Ermilo y Samuel se mueven entre degradante lujuria, pasiones sucias e insensatas que no encuentran su acomodo en su concepto de lo prohibitivo.
17 Su cuerpo se estiró infinitamente y quedó suspendido en el salto que era un vuelo. Dorado en el sol, tersa su sombra sobre la arena. [...] mis manos recorrieron la línea esbelta, voluptuosa y fina, y el áspero ardor de la corteza. Las ranas y la nota sostenida de un grillo, el río y mis manos conociendo el árbol. Caminos todos de la sangre ajena y mía, común y agolpada aquí, a esta hora, en esta margen oscura. [...] En medio de aquel beso único en mi soledad, de aquel vértigo blando, mis dedos tantearon el torso como árbol, y aquel cuerpo joven me pareció un río fluyendo igualmente secreto bajo el sol dorado y en la ceguera de la noche. Estío, pp. 15-18.
Hago mención de estos tres fragmentos de Estío, porque descubro en ellos una gran carga poética y erótica que bien pudieran construir por sí solos un exquisito poema. De entrada la historia nos va contando el proceder de los tres personajes (la madre, Román y Julio) muy a la manera de Arredondo, quien conforme avanza, no puede, no quiere evitar por ningún motivo dar ese desenlace rico, donde esa belleza natural de su palabra llana sale a relucir. El sol denso, inmóvil, imponía su presencia; la realidad estaba paralizada bajo su crueldad sin tregua. Flotaba el anuncio de una muerte suspensa, ardiente, sin podredumbre pero también sin ternura. El sol entraba por las vidrieras altas, amarillo, suave, y el ambiente era fresco. Se podía estar sin pensar, descansar de sí mismo, de la desesperación y de la esperanza. Y se quedó vacío, tranquilo, envuelto en la frescura y mirando al sol apaciguado deslizarse por las vidrieras. Un escalofrío lo recorrió y cerró los ojos... Pero los labios calientes lo tocaron, se pegaron a su piel… Era amor, un amor expresado de carne a carne, de hombre a hombre, pero que tal vez... La señal, pp. 40-41.
las emociones; envolviéndonos en un sopor infinito, como en medio de un sueño. Ermilo comenzó a besar las flores, una por una, y yo no sentí sus labios sobre mi piel. Cubierta de frescura y perfume lo dejé que besara una a una las abiertas flores del limonero y, como ellas me abrí. Sentí algo que acariciaba mis entrañas con una ternura y un dulce cuidado como el que había en acariciar con los labios los azahares. No hubo abrazos ni besos, si sentí apenas el roce de su cuerpo sobre el mío. Diría más bien que una sombra me había poseído, muy para mi placer, únicamente para mi deleite. Después de mi gustoso y lento espasmo me quedé dormida entre mis flores, y nadie interrumpió mi sueño.
Sombra entre sombras, p. 253.
Al citar este fragmento de Sombra entre sombras, sin querer omitir el resto de sus cuentos de ninguna manera, es con la única intención de hacer notar, de resaltar únicamente la artesanía literaria y la belleza natural de sus palabras en todas estas frases dignas de una lira, una décima o un soneto. Me queda claro que para sentir ese infinito placer al transitar por la narrativa de Inés Arredondo hay que estar dispuestos, y tal vez un poco locos. Solo así es posible penetrar y descifrar ese mundo no apto para todos, donde Inés nos regala lo mejor de ella: lo más sagrado.
Alma Vitalis es artista plástica y escritora. Autora de la novela Reposo absoluto y los libros de cuentos La aparecida del callejón Quinta Águila y La muerte de Remigio.
De nuevo en La señal hace gala de esa palabrería sencilla y fina que nos arrastra a la escena, al momento justo en que brotan
Melly Peraza es escritora y promotora cultural. Autora de las novelas: La rama seca, Cazador de sombras y Se le hizo tarde al tiempo. Ha participado en los talleres de Élmer Mendoza y César López Cuadras, entre otros.
Pasión purificadora de pecados. ¿Qué fuerza habitó en el sentimiento de Inés Camelo Arredondo, para abordar el lado oscuro del ser humano y desmenuzarlo, reconocerlo y escribir de esa manera? Retar al lector, obligarlo a reflexionar, a pensar qué tan delgada es la línea de lo que llamamos cordura y locura, que muchas veces traspasamos sin enterarnos, o preferimos ignorarlo. En sus cuentos se palpa un mundo imperfecto, carente de alegría, no aparece una sola ráfaga de euforia en ningún personaje. Ella escribió tras esa línea prohibida, tras esa verdad callada que algunas veces acusa sin clemencia al propio yo. Buscó y rescató en los límites de lo prohibido, lo sublime del amor, las experiencias y vivencias humanas, que si muchos escritores han tocado, cuando lo hace una mujer y en esa época retrógrada y desacralizada, no era muy común. ¿Cuál verdad buscó incesantemente Inés Arredondo? ¿La verdad insatisfecha de la mujer? ¿El amor y el odio danzando en un cuerpo? En Sombra entre sombras aparecen esos dos sentimientos en un juego peligroso, la ruptura de los límites, el asco, el deseo y el miedo mezclados, y una inquietante vergüenza hacia lo que, en cánones de aquella época, «no debe ser»: desnudez y sangre, el instinto animal al descubierto en noches de dolor, amor y muerte. Sombra entre sombras: una madre llena de culpas por vender a su hija, una suegra novia, el típico trueque. Una niña de quince
años puesta en una charola de plata para un tipo de casi cincuenta, y después... veinte años de relaciones brutales emulando ante el qué dirán; una felicidad inexistente. Laura, al aparecer Samuel en su vida, recorre un lento y doloroso aprendizaje donde descubre la porquería, la humillación y la violencia bajo la personalidad homosexual y vil de Ermilo. Un círculo infernal, así lo llama la autora. Después, la muerte llega y arrebata. Se extraña a Ermilo, la víctima, extraña al desalmado. En su intimidad falta el verdugo. Samuel busca a otros Ermilos, y la promiscuidad, las orgías, son el complemento. El amor purifica la perversión. Los prejuicios juegan un papel muy importante dentro de la perversidad. Laura permanece muchos años practicando la agresividad a sí misma, la deslealtad a sus sentimientos, cuando el alma se le ilumina al descubrir su amor por Samuel, el intruso, quien también la ama. Su vida dulce amarga coronada y purificada con su propia decadencia, envuelta en ese amor que la congeló y quemó al mismo tiempo. Al final, dos seres hundidos en el abismo de la degradación, y en el goce de lo prohibido. Su casa, como su vida, al transcurrir el tiempo, es algo asqueroso: saqueada, abandonada, sucia destrozada y con olor a semen y vómito. Laura envejece, a los setenta y dos años, es una partícipe de la locura de Samuel después de la de Ermilo, goza de una felicidad enferma que espera con beneplácito, la redención en la muerte.
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Encuentro con Inés Arredondo
FLORINA JUDITH O L I VA R R Í A C R E S P O El primer encuentro con Inés lo tuve hace un par de años con el cuento de La sunamita de su primer libro La señal (1965). Su lectura me perturbó con el tema del incesto, contada en un círculo perfecto, donde nada sobra y nada falta, en esta historia Arredondo muestra la perversión de Apolonio, la descripción física en voz de Luisa…«más pequeño que antes, enjuto, sin dientes»… Nos lleva de inmediato a imaginarlo, ahí en su lecho de muerte, en su enorme cama. Con pulso de cirujano, Inés corta capa por capa la piel de Polo hasta llegar al averno de su alma, allá, donde las sombras se convierten en demonios y toman posesión, nos enseña, entonces, la lascivia y la lujuria… «el viejo estaba mirando con una fijeza estrábica mi pecho jadeante, el rostro descompuesto y las manos temblonas[…] y aquella mirada fija y aquella cara descompuesta del primer día reaparecían con mayor frecuencia». La avaricia es otro de los demonios que está presente en el cuento, en la vieja criada… «si no te casas los sobrinos de México no te van a dar nada. ¡No seas tonta![...] y en la prima jovencilla y pizpireta[…] y luego te quedas viuda y rica y tan virgen como ahora». Y no podía faltar otro demonio: el sacerdote cómplice. Y en el otro extremo Luisa, Lichita es arrastrada al epicentro del pecado, el vacío y la muerte… «sentí que la muerte rozaba mi propia carne».1 El segundo encuentro fue a través de la revista Literal en memoria de los ochenta años de su natalicio, la leí con la avidez de la niña que descubre por primera vez las palabras, quería conocer todo de ella y leí, leí, hasta la madrugada, afiebrada, descubrí que no solo tenía en mis manos la historia de Inés Arredondo, sino la historia de mi padre, que recién me había contado que de niño junto con mis abuelos habían ido a trabajar a Eldorado, Sinaloa, una hacienda azucarera de la familia Redo, «en un lugar que está entre el mar y la margen norte del río San Lorenzo», no sabía en ese momento que leía, si leía la historia de Inés o la de mi padre. Encontrar en un mismo punto geográfico estas dos historias; historias que se asemejan a un cuento, pero que son realidad; realidad que se convierte en cuento en la pluma de Inés Arredondo. En los dos relatos encontré los caminos polvosos, los
veranos abrasadores, el sol denso de las tres de la tarde, el calor seco y terrible, los poros sudorosos, las bocas cansadas, las caras curtidas, los pies llagados, la muerte, el hambre, la epidemia, la hacienda, los niños. Conocedora del paisaje de Eldorado supo contarnos lo que nos quiso contar. Me sentí identificada con Inés, cuando comparte su encuentro con la escritura y expresa lo siguiente: Creo que puedo precisar, más o menos el momento en que comencé a escribir… mi segundo hijo había muerto, pequeñito… mi dolor era mío únicamente. Solo yo sentía mis entrañas vacías… mi estado psicológico no era normal: entre el mundo y yo había como un cristal que apenas permitía hacer las cosas más rutinarias y atender como de muy lejos, a mi pequeña hija Inés… (Albarrán, 2008).
Con estas palabras sentí que Inés me hizo un guiño, una señal. La señal… para mí esta señal, que no sé si es la del mundo y su pecado o la de una desolada redención… O mi redención, la redención de mis propias muertes en la palabra escrita, de esta forma escuché la voz de Inés Arredondo: «Quiero ser la mejor narradora». (Escritores del mes, 2010).
Bibliografía —Albarrán Claudia, «Inés Arredondo a 80 años de su natalicio», Literal, núm. 27, julio-septiembre del 2008, p. 6-9. —Escritores del mes (2 de Noviembre de 2010). Recuperado el 30 de septiembre de 2011, de literatura: www.literatura. inba.gob.mx —Arredondo, Inés. Obras completas, Siglo xxi Editores, México, 1988. 1. Las citas de la narrativa de Arredondo están referen-
ciadas de Inés Arredondo. Obras completas, Siglo xxi Editores, México, 1988.
Laberinto en gestación. Grabado en metal, al agua fuerte.
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Inés Arredondo
BLANCA LILIA MON TOYA El nombre que escogiste es parte de tu sino, Inés profunda, rebelde, como la otra Inés. Tus historias son fuego que envuelve y purifica, son gritos retenidos que luego nadie para, son búsqueda y encuentro. Sangre agolpada, calor, naturaleza, fuerza avasalladora que irrumpe en la soledad, atrapa al subconsciente, lo desnuda ante propios y ajenos, asumir la ignorancia del deseo no hace la inocencia. El calor seco y ardiente importaba menos que lo que dentro de sí escondía lleno de mortifico cruel. ¿Puedo besar sus pies? Sintió el asco del hombre, también respeto y amor por algo más sagrado y esa fue la señal que lo cambió todo. El calor del cemento, la gente apretujada y la mujer aquella no era muy deseable. El camión que no llega, rozón de muslo insolente, ella lo mira a los ojos. Al ver que ella lo observa él se siente desnudo por toda su pobreza. Cuando ascienda de puesto la hará bajar la cabeza. La venganza supuesta se reduce a la nada. La ve bajo unas ramas con su cabello suelto disfrutando la vida y se suma a su gozo. Ojos mansos fijos en mí, cuerpos desnudos, deseo inextinguible, madre loca y ausente, ratas que ruñen y huelen la muerte del que aún me mira con su mano extendida. El proveedor de vírgenes vive y sufre el rito de cada mujer que acepta vender su cuerpo al hacendado. En la selección de jóvenes se encuentra con una que se propone ser sujeto activo y no objeto del deseo. La niña mira a hurtadillas una masa deforme que mueven a escondidas de miradas curiosas, palpa el fuerte dolor y sufre de abandono. Los padres tienen miedo que la historia se repita en otro ser deforme. Una vida resuelta no mitiga las ansias desatadas. Una joven, un marido y el amante de ambos. Cuando el triángulo cesa la pasión no les basta, buscan siempre al sustituto para acicatear sus demonios. Leer a Inés Arredondo no es fácil, nada es predecible, sus historias sacuden emociones, perturban el espíritu, te hacen partícipe del clima que te envuelve y respiras con sus personajes. En ella no hay pasividad, la misma es aparente, hay rompimientos, búsquedas de fondo que den sentido a la vida.
Florina Judith Olivarría Crespo es doctora en Psicoterapia, profesora e investigadora de la Universidad Autónoma de Sinaloa. Ha tomado cursos y talleres con Élmer Mendoza, Juan José Rodríguez, Vicente Quirarte, Antonio Parra y Enrique Serna en los géneros de novela, poesía y cuento. Blanca Lilia Montoya es escritora. Autora de la novela Tatuajes al viento. Integrante de la Asociación de escritores «La narrativa que viene», Élmer Mendoza”.
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Héctor López Gámez, Torek, más que un pintor
JUAN R AMOS M E AC E R Q U É A D ON H É C TOR L ÓPE Z G Á M E Z H AC E SIE T E A ÑO S O M Á S C ON L A I N T E N C IÓN DE E N T R E VI S TA R L O PA R A Q U E M E H A BL A R A DE S U OBR A PICTÓR IC A
La espera. Óleo sobre tela, Héctor López Gámez, Torek.
Q U E , S E G Ú N M E I N DIC A B A L A E S C A S A I N F OR M AC IÓN OBT E NIDA H A S TA E N TONC E S DE É L , E R A F IG U R AT I VA , L O C UA L N O M E PA R E C Í A TA N IN T E R E S A N T E , AUNQ U E DE A N T E M A N O R E C ON O C Í A S U VA L OR , S OBR E TOD O POR SE R PIONE RO DE L A S A RT E S PL Á S T IC A S E N N U E S T RO E S TA D O Y POR Q U E MU Y PROB A BL E ME N T E F U E E L PR I M E R A RT I S TA Q U E R E A L I ZÓ U NA E X PO SIC IÓN E N SINA L OA .
La primera sorpresa que me llevé fue que para López Gámez la pintura sí es importante pero quizás no más que el resto de las artes que de alguna manera él ha practicado y, sobre todo, que ha amado y disfrutado toda su vida: la música, el teatro, la literatura —de la que destaca la poesía—, la danza, incluso. Conversando un poco más con él, entendí algo que era elemental pero que sólo la experiencia de conocerlo verdaderamente me permitió comprenderlo: lo que ama don Héctor López Gámez es la vida, vista casi siempre desde una perspectiva estética, lo cual manifiesta a través del deseo de viajar, de conocer personas y culturas; de entender tragedias y hazañas, ya sea de personas de carne y hueso o creados a través de la ficción; de encontrar una historia o imagen en el paisaje o en un recoveco de cualquier ciudad o en el patio de una casa, para darle vida ya sea en un cuadro o en una soñada pieza musical, en un poema o en una coreografía. A Torek, para referirme a él por su nombre de batalla, cada conversación lo lleva a recordar poemas u obras teatrales, y el tema de cada arte desemboca sin falta en otro arte o en más de una de las disciplinas artísticas que conoce. Junto con esto entendí, por consecuencia, que a este hombre no se le puede limitar al tema de la plástica ni de ningún arte en particular. Con un ejemplo basta. La espera es un pequeño cuadro figurativo (20 x 40 cm, aproximadamente, al parecer al óleo) de influencias surrealistas que representa a una mujer mirando el horizonte donde se percibe un som-
21 brío crepúsculo, el cual comunica una gran desolación por el predominio de los azules y grises en contraste con la apariencia espectral, blancuzca, de la figura humana. Torek no se conformó con crear esta excelente imagen. Además, escribió un poema en endecasílabos («Jamás esperes al que nunca vuelve» es uno de los versos). Luego concibió la pieza literaria como letra de, comenta él, «una sonatina», y enseguida propuso una interpretación, que él mismo canta o tararea o silba con vivo entusiasmo. Y en otros casos habla de coreografías, surgidas de otras imágenes de su autoría. Lo consideramos pintor porque las herramientas que más dominó y desarrolló tienen que ver con la pintura, terreno en el cual es un singular caso en Sinaloa. Me refiero a que encontramos entre sus cuadros obra figurativa y, dentro de esta, obra realista o surrealista. Sus temas van de un paisaje, urbano o rural, a un sueño o a un recuerdo de su juventud; transitan de una tragedia personal a un concepto del arte, por señalar algunos ejemplos. Lo que más me ha llamado la atención, además de la destacada calidad artística de muchos de sus cuadros, es su capacidad para expresarse a través de su obra figurativa y asimismo poder llegar al espectador, a veces con gran fuerza, a través de formas y composiciones geométricas, como es el caso de la serie a la que pertenecen La fatiga, Deliberación, Rechazo y Perseverancia, entre otras. De cara al sol, que es un cuadro figurativo de buen tamaño (1.80 por 80 cm, quizás), es formidable para quien disfruta de este estilo pues la representación del paisaje urbano, de la luz del sol, sus aguas y sus reflejos, así como el ritmo vital que evoca, parecen tener vida; mejor dicho, tienen vida, que recobra el cuadro cada que alguien lo admira. Además, lo mismo ha pintado cuadros de formato grande, como de pequeñas dimensiones —lo que es todo un reto, lo saben los pintores—, cuadros, los más pequeños, que parecen un orificio hacia otra dimensión (como La espera o Y ahora qué). Héctor López Gámez, junto con Miguel Ángel Velázquez Tracy (1935), José Muro Pico (1940), Arturo Móyers (1938) y Rina Cuéllar, principalmente, es considerado precursor de las artes plásticas sinaloenses, lo cual expresan solo coleccionistas, pintores y demás interesados en las artes plásticas. Moreno a la arabesca, mirada de búho mitológico, ojosfaros permanentemente anonadados, don Héctor, en su tercera edad, es un mago hechizado en su propia experiencia de vida y en su mundo onírico, único sitio, este último, donde el espacio y el tiempo le conceden su libertad («cuando duermo me libero, camino, corro, miro», comenta). Don Héctor es pues una especie sui géneris —como todo hombre libre—, borgiano en cierta manera, que supo dar luz a lo que tuvo a su alcance, especialmente a su obra artística, mientras buscaba, como se busca la amistad, los espíritus más elevados, fueran reales o ficticios —que al fin le han parecido igualmente reveladores. A pesar de sus casi noventa años, con la fortaleza reducida —evidente en su ya dificultosa marcha—, Torek disfruta como pocos dialogar de variadísimos temas: del Cerro de la Chiva sinaloense —donde soñó crear, en lo más alto, un espacio de diversión nunca visto en el mundo— salta su imaginación a Seattle, donde habló inglés por vez primera, y regresa a Acapulco, donde ejerció
como diseñador publicitario y donde se hizo hombre de mundo; igualmente conversa sobre lo que le comunican los versos amorosos de Alba de Acosta o la belleza dramática de El gesticulador, de Rodolfo Usigli, o las confesiones personales que le hizo Inés Arredondo y el canto popular u operístico. Puede ir también de la tragedia común o literaria al concepto artístico e incluso sabe moverse de vez en vez, como un experto, entre adjetivos altisonantes, en medio de frases grafitescas (como aquella declaración recurrente, mitad en serio mitad en broma, de considerarse tu leño, por haber nacido en el Tule). La ficha del Diccionario de la cultura sinaloense, editado en 2002 por el Gobierno de Sinaloa, señala que don Héctor López Gámez nació en El Tule, Mocorito, Sinaloa, en 1921. Egresó de la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales de la uas y desde 1961 firmó sus cuadros como Torek. También indica el Diccionario que estudió pintura y dibujo en Guadalajara y en Seattle, Estados Unidos. Lo que no se puede aseverar, como sí lo hace el mencionado Diccionario… (porque formalmente fue así, al parecer), es que también tomó cursos en la Academia de San Carlos y en La Esmeralda, pues un día me confesó que solamente se asomó a esos cursos, y, como no le gustaron ni el ambiente ni las costumbres que ahí imperaban en ese entonces, cuando él era muy joven, lo único que hizo ahí fue aprender, dicho con sus propias palabras, «lo que no debe hacerse». En lo que no se equivoca la ficha del aludido Diccionario me comentaba Torek, es en que en 1953 expone su primera individual en la uas; exposición que, según refiere, él preparó a petición del propio rector, al mismo tiempo que ensayaba para debutar en teatro, junto a Inés Arredondo, y se alistaba para presentar su examen profesional con el cual obtendría su título de abogado en la misma universidad. Torek ha participado como pintor en numerosas exposiciones colectivas y un buen número de individuales; publicó también una importante cantidad de ilustraciones tanto en esa revista casi mítica, por el calibre de sus colaboradores, que fue Letras de Sinaloa, como en la revista Presagio, que dirigiera un reconocido periodista y escritor sinaloense ya desaparecido, José María Figueroa Díaz. Fue también profesor en la Escuela de Artes y Oficios de la uas y en la Escuela de Artes José Limón de Difocur, ahora isic, algunos de cuyos alumnos destacan o destacaron, por lo menos en Sinaloa (como Luis González, quien desde hace rato trasciende estas fronteras). Asimismo, perteneció a la desaparecida Academia Alejandro Hernández Tyler y a la Academia de la Cultura Roberto Hernández Rodríguez. Actualmente Torek, con varios proyectos que aún le quitan el sueño, vive en el retiro, sin luz en sus ojos, aunque aún con buen humor, y con una entereza ejemplar, además de esa generosidad que le es propia para ofrecer sus conceptos a todo el que se le acerque dispuesto a escuchar y a comprender la complejidad de su sentir.
Juan Ramos es editor, periodista cultural y poeta. Autor de: Poemas inversos y Del silencio a la piel (en coautoría con Héctor Chávez).
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El recorrido de un jardín como práctica estética Ningún paraíso aparece azarosamente, parte de la condición paradisíaca es su búsqueda y recreación. El Jardín Botánico Culiacán es un paraíso intermedial que relaciona estrechamente a la naturaleza y al arte,1 está situado muy cerca del centro de la ciudad en un paraje donde mágicamente el bullicio se transforma en ulular y un pensamiento puede llegar a ser tan alto como un árbol. La gama de sensaciones que aquí se experimentan va del verde sutil al rojo intenso y son producto de la exuberancia de las palmeras, la linealidad de los bambús, la cercanía de una estrella estrellada,2 la desfragmentación de formas y colores en el agua, los reflejos cóncavos y convexos de la propia corporalidad,3 la perfección geométrica del acero y las flores,4 el perfume potenciado de los jazmines5 y la contundente historia de unas bancas.6 Las posibilidades narrativas que ofrecen las más de mil especies vegetales que aquí siguen creciendo se multiplican por quince intervenciones artísticas emplazadas entre el sin número de follajes en transformación constante dando como resultado infinitas revelaciones sobre las formas en que se funden la naturaleza y el artificio. Una batuta7 muestra la armonía de la transformación de la muerte en vida, el instrumento está hecho del tronco de un olivo negro que murió en el jardín, el árbol eventualmente volverá a la vida a través de la música que un director con esta vara dirija. También el movimiento de los viandantes enriquece las construcciones narrativas que los árboles y las obras ofrecen, todos pareceríamos andar en la búsqueda de algo que seguro encontraremos: un paraíso. Los caminos y veredas del Botánico están dispuestos para que les cambiemos de dirección y dibujemos nuestros propios trazos. La experiencia de recorrerlo puede convertirse en una práctica estética que despierta nues-
tra capacidad creativa para poder pensar como piensan las piedras o construir como lo hacen las arañas. Se trata simplemente de vernos a nosotros mismos sentir, para ello es imprescindible dirigir la atención hacia los propios procesos perceptivos en un estado de atención plena que nos puede llevar a comprender la lengua de los pájaros y a vivir instantes en lo que pareciera consumarse la reunificación del hombre y las cosas, de la naturaleza y la cultura. Imagino que las mañanas blancas de invierno son propiciatorias de este estado porque el caminante fundido en la blancura y espesor de la niebla se desenvuelve más fácilmente en un campo propio creado por el espíritu en donde las cosas tienen un aspecto muy diferente a la vida corriente y están unidas por vínculos distintos a los lógicos. Para entender la lengua en la que aquí se canta, el jardín ha de recorrerse con un caminar lento y con una actitud dispuesta a la sorpresa, como se sigue el itinerario pautado por una escultura para construir su sentido. En el Botánico la complicidad entre caminar y construir contenido es esencial, recorrerlo con intención estética requiere además del andar rítmico, la disposición plena para la percepción sensorial y una actitud atenta hacia las formas, los colores, los ruidos y los susurros, el sólo andar no implica la vivencia estética de ningún lugar. Los dadaístas fueron los primeros en ejercer el acto de andar como una práctica estética consciente proponiéndolo como una forma de anti-arte, los surrealistas como deambulación, una especie de escritura automática en el espacio real capaz de revelar las zonas inconscientes y las partes oscuras de la ciudad, y los situacionistas en forma de deriva, una actividad lúdica colectiva que se proponía investigar los efectos psíquicos que el contexto urbano produce en los individuos. Con los minimalistas la prác-
La hora
LOURDES ARENAS La noche ha llegado Hace frío El invierno avanza Sus fauces se agigantan para engullirse despiadadamente el fruto de la tierra La sangre ha dejado de fluir Se convierte en manantial congelado La risa enmudeció Mis lágrimas son diamantes quebradizos Y el corazón se me ha escarchado.
Mariposa (fragmento). Pastel seco.
GUADALUPE AGUIL AR
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Loco
1. Todas las notas al pie de página de este ensayo especifican la ficha técnica —autor, título, año y técnica o materiales— de las obras de arte emplazadas en el jardín a las que se hace referencia. 2. Pablo Vargas Lugo, Estrella rota, 2007. Estructura de metal y cemento. 3. Dan Graham, Concave-convex hedge folly, 2005. Pabellón de cristal. 4. Olafür Eliasson, The flower archway, 2005. Estructura de solera de acero y plantas aromáticas. 5. Veleska Soares, Caprichos, 2005. Mármol, agua, acero inoxidable. 6. Teresa Margolles, Sin título 2006, Concreto y agua usada para lavar cadáveres. 7. Fernando Ortega, Finale, 2009-2010. Nueve fotografías y batuta. 8. Richard Long, White Quartz ellipse, 2005. Cuarzo blanco. 9. Gabriel Orozco, Go 4 no border, 2006. 360 discos de ónix y mármol.
HÉCTOR T O VA R Loco sí mas no he perdido la memoria todo lo recuerdo paso a paso y palabra por palabra ¿No fue ayer apenas cuando recién nacidos nos amamos y entre las grandes bestias nos alimentamos y parimos nuevos soles planetas y constelaciones?
Mar y tierra. Pastel seco.
tica de andar se convirtió en una forma de arte autónoma. Richard Long, cuyas piedras8 son parte de la ruta de nuestro jardín, fue el primer artista en hacer de su andar en la naturaleza una obra de arte. Aquí y ahora s������� olo ��� depende del visitante la decisión de convertir su recorrido en una experiencia creativa productiva o meramente contemplativa. El cuerpo inmerso en este paraíso pronto olvida la seca sensación del asfalto y se mimetiza con el ambiente, de pronto nos podemos convertir en un árbol que camina. Otra posibilidad es jugar al go,9 acomodar las fichas del tablero de hojas secas como nos venga en gana. Al igual que en este juego chino aquí las sensaciones se suceden sin regla y la partida puede desembocar en una reflexión sobre la cuadratura del círculo. El Botánico no es un lugar donde ocurre la representación. Luz, texturas, profundidad, olores y sabores se presentan de modo directo poniendo nuestra sensibilidad a flor de piel. Un recorrido abierto a la percepción entre sus veredas no ha de limitarse a la experimentación de estados sensitivos alterados, la vivencia puede transformarse en una verdadera experiencia estética que amplíe el campo perceptivo-relacional del caminante y contribuya a fomentar la conciencia de cuidado y respeto hacia otras zonas de naturaleza esparcidas por la ciudad. Crecer hacia adentro de esta obra de arte y natura significa crecer más allá de nosotros mismos.
Loco sí mas no pongo las manos sobre el fuego para asegurar nada de lo que no sea testigo Loco sí mas no mentí cuando conté mi historia Loco sí mas no ciego cada vez veo más claro y torno a retomar el hilo de mi historia. Érase que era…
Guadalupe Aguilar es doctora en bellas artes por la Universidad Politécnica de Valencia e hilandera de ululares, una de las vertientes de su práctica artística es la relación arte y naturaleza. Ha realizado tres exposiciones individuales en el extranjero y participado en varias colectivas con instalación, video y arte sonoro. Héctor Tovar es poeta. Su libro más reciente es Los trabajos secretos. Lourdes Arenas es psicoterapeuta y especialista en desarrollo humano.
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Comienzas / You begin M A RG A R E T AT WO OD Traducción por Óscar Paúl Castro Comienzas así: esta es tu mano, este es tu ojo, ese es un pescado, plano y azul dibujado en el papel, casi con la misma forma de un ojo. Esta es tu boca, esta es una O también podría ser la luna, como tú quieras. Este es el amarillo.
You begin this way: this is your hand, this is your eye, that is a fish, blue and flat on the paper, almost the shape of an eye. This is your mouth, this is an O or a moon, whichever you like. This is yellow.
Afuera, si miras por la ventana, está la lluvia, es verde porque es verano, y más allá están los árboles y el mundo: es redondo y sólo posee los colores de estos nueve crayones.
Outside the window is the rain, green because it is summer, and beyond that the trees and then the world, which is round and has only the colors of these nine crayons.
Este es el mundo, más grande y mucho más difícil de comprender que lo que he dicho. Entiendo que lo rayonees así con el color rojo y después con el naranja: el mundo se está incendiando.
This is the world, which is fuller and more difficult to learn than I have said. You are right to smudge it that way with the red and then the orange: the world burns.
Una vez que hayas aprendido estas palabras aprenderás que hay más palabras que las que puedes aprender. La palabra mano flota sobre tu mano como una nube pequeña sobre un lago. La palabra mano aferra tu mano a la mesa, tu mano es una piedra tibia que sostengo entre dos palabras. Esta es tu mano, estas son mis manos, este es el mundo, no es plano, es redondo, y tiene más colores que los que podemos ver. Tuvo un principio y ha de terminar. Esta revelación ha de alcanzarte. Esta es tu mano.
Óscar Paúl Castro es poeta y traductor. Su libro más reciente (colectivo) es Renovigo —piezas teatrales—.
Once you have learned these words you will learn that there are more words than you can ever learn. The word hand floats above your hand like a small cloud over a lake. The word hand anchors your hand to this table, your hand is a warm stone I hold between two words. This is your hand, these are my hands, this is the world, which is round but not flat and has more colors than we can see. It begins, it has an end, this is what you will come back to, this is your hand.
Rubén Rivera es poeta y fotógrafo. Su libro más reciente es Defensa de oficio.
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Boscoso PAU L C E L A N Traducción por Rubén Rivera Boscoso, desde la estera braman los ciervos, alrededor el mundo estruja la Palabra, que bordea tus labios, inspirada desde el prolongado verano. La sigues y sientes deslizarse su sentido como un viento, en el que mucho confiaste, el brazo arquea alrededor del páramo hacia ti: quien del sueño resucita y al sueño regresa, adormecería hasta un muerto. Tú lo cargas hacia las aguas, donde se refleja el alción, junto al ningún lugar de los nidos. Lo adormeces de un lugar a otro entre la hierba, esa que implora nieve profunda en los árboles resplandecientes, tú lo adormeces más allá de la Palabra, y allí nombra lo que en ti ya es blanco.
Wooded Wooded, from the mating bellows of stags, around the world presses the Word, which fringes your lips, infused from the prolonged summer. She heaves it away and you follow him, you follow him and stumble you sense, as a wind, which you long entrust, the arm bends around the heath to you: who from sleep whence came and sleep hence turned, may lull he who is cursed. You weigh it down towards the waters, in which is reflected the kingfisher, near to the nethermost nests. You lull it downwards through the swath, that craves snow deep in the tree-glow, you lull it beyond to the Word, which there names that which is already white on you. Sin título. Grabado en linóleo, en tinta de café.
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El canto, atajo para el retorno FRANCISCO MEZA SÁNCHEZ Desde sus primeras páginas Vega hace recordar una de las consideraciones de Baudelaire en sus flores malsanas: el peor de los monstruos es el aburrimiento. Así, el combate contra el tedio, contra el marasmo de la repetición, contra ese tiempo que viaja a la velocidad de una sangre coagulada es punto de flexión para su poesía. Si bien es cierto que el tono de Lizalde impregna de manera notable la expresión poética en Memorias del cuerpo, habrá que señalar que tal efecto fue predeterminado por su autor; que se incorpora a esa tradición y asimila un tono; pero, al hacerlo, también defiende su temperamento y su intimidad con la misma fuerza. Es absolutamente agradecible la falta de engolamiento y de apropiación de demonios ajenos en la expresión de Vega. En ningún momento su poesía puede ser vista únicamente como un homenaje, sino como una posición frente al mundo, un decir de los infiernos domésticos y de las breves glorias que hinchan el pecho en la rutina. Hay días Como cualquier día de marzo De mil novecientos noventa y tantos Para sentarse a tragar saliva A oír el salmo de las chicharras Con el asombro en la punta de la lengua.
Otra característica notable, sobre todo en un poeta que ha nacido y crecido en un puerto, es que no hay un solo poema cuyo tema sea el mar. No obstante, los elementos marinos aparecen relampagueantes en algunos textos, como partes de una escenografía de fondo. Habrá que señalar que en Memorias del cuerpo, el tono es mesurado, es una escritura en versos que rara vez superan las 14 sílabas, una estructura que no da pie al versículo. Por ello, haciendo un ejercicio de lectura en voz alta, se puede notar la aceleración y concreción del timbre del poeta. En este mismo sentido, al pasar los primeros poemas del libro, el autor nos va preparando para la lectura de dos poemas de largo aliento, mejor dicho, de series de escritura que configuran un poema de aliento mayor. Me refiero a uno que da título al libro Memorias del cuerpo y a Namasaga, que es el que cierra el libro. El papel de la mujer juega un lugar notable en la escritura de Moisés Vega, dentro del desosiego de la cotidianidad, de los golpes de grisura, del marasmo de los esfuerzos inútiles; es precisamente la mujer el sitio donde se renuevan los votos y se canta. Pero esta mujer no es de sándalo ni de rubí, sino la dama que suda junto al poeta, sus combates y sus soliloquios en la sombra. Se
desacraliza la imagen poética de la mujer, es decir, la mujer sublimada da paso a la mujer terrenal. Sin embargo, en momento de claridad Vega nos dice: «después de todo una muchacha vale más que un verso». En este primer libro Vega enseña sus armas poéticas, ya que el tratamiento de sus poemas nos habla de un oficio constante, de un sentir y ver el texto como un todo, como una maquinaria presta a decir y a cantar línea a línea; en Memorias del cuerpo, a pesar de ser su primer libro como solista, podemos observar una madurez escritural considerable. Los poemas tienen significación e intencionalidad de principio a fin. Moisés no se conforma con hacer imágenes originales o exóticas, sino que mesura la imaginería para darle apuntalamientos al sentido total de sus poemas. En varias ocasiones, Moisés nos hace pensar que el autor de sus textos tiene mucha más edad: «Llevas en la garganta la fatiga del mundo». Por otro lado, en la cuestión del desarrollo tópico de los textos, aparece un guiño a esta época trazada por la velocidad y la precipitación, por los estereotipos y los planes de vida prefacturados; un guiño entre líneas: la sensación de que siempre se llega tarde a los paraísos prometidos, la sensación de que el poeta canta aquello que no es el nirvana imaginado: «Malparido de mi época llegué tarde a la noche de los barcos», dice Moisés. Sin embargo, Moisés sabe que todo aquel que está en el retorno es Odiseo, que Ítaca algunas veces puede ser un edificio multifamiliar y otras veces la noche de un cíclope que clama ante la nada. Así, desde referentes clásicos hasta elementos de la rutina más vulgar y aburrida, el joven poeta va tejiendo la tensión dramática de su poesía. Decía Roland Barthes que la palabra es la herramienta con la que el hombre profana la realidad. Entonces el trabajo del poeta es profanar lo ya profanado, incluso la escritura de otros. En Moisés Vega está presente esa actitud de ceñir a través de su lengua una versión distinta del tiempo, del tiempo que le tocó por vivir y, por ende, recordar; el tiempo es la tumba que el poeta debe saquear, las ruinas donde un hombre puede escuchar la música de sus pasos por los días que le han sido otorgados. Escribir es regresar, escribir es una isla donde una Penélope aguarda.
Francisco Meza es poeta y ensayista. Su libro más reciente es La bitácora y un día más (2009).
Los rumbos de la narrativa latinoamericana actual C É S A R B. VA L E N Z U E L A C O TA ME PROPON G O DIBUJA R U N M A PA DE S C R I P T I VO DE L A N A R R AT I VA L AT I N OA M E R IC ANA ACT UA L . L A S RU TA S PROP U E S TA S S ON T R E S . A PA RT I R DE C A DA U N A E L L E C TOR S E MOV E R Í A E N T R E L A S OBR A S DE AU TOR E S PRO C E DE N T E S DE DI E C IN U E V E PA Í S E S Y
biografía y viceversa. Los proyectos literarios que buscaban explicar una época, que caracterizaban a la literatura latinoamericana, son cosa del pasado. La intimidad prevalece. Se parte de lo cercano hacia lo universal. Fabulan la historia, construyen sus narraciones sobre los silencios que implican propuestas novedosas para la novela y el cuento. «Reconstruimos con nuestra “filosofía barata y zapatos de goma” a los pensadores alemanes, a sabios del Oriente, a los clásicos, los grafitos de los metros, la mítica popular. Cada quien se arma un rompecabezas con sus referentes y necesidades», resume para el periódico El País la cubana Wendy Guerra, autora de Todos se van.
POR E N DE DIE C I N U EV E MU N D O S , Q U I E N E S , A DE M Á S , N O C OMPA RT E N U N E S PA Ñ OL L A T IN OA ME R IC A N O, S I N O M U C HO S .
Cada dirección posee sus particularidades, que incluso podrían resultar contradictorias entre ellas. Sin embargo, es importante que el lector conozca los detalles de esos caminos, luego vendrá el encuentro con los libros. Después, la conclusión propia. Primera dirección Los escritores de la narrativa latinoamericana actual son emigrantes. Su exploración es sin prejuicios ni presiones; emprenden aventuras individuales. Los une la diversidad de sus propuestas estéticas y estilos. Tratan temáticas globales, y entre sus filas cuentan con más mujeres que en otras épocas. Los narradores se alimentan de diversas tradiciones: leen y estudian a japoneses, norteamericanos, ingleses, franceses, españoles, brasileños, a diferencia de países como Estados Unidos donde se focaliza la atención en los autores propios. Han dado un paso de costado y abandonado la sombra que sobre el continente literario había dejado el llamado boom. Sus obras no reconocen los límites impuestos por los géneros: cruzan del ensayo a la novela, añaden ficción a la
Segunda dirección La narrativa latinoamericana actual se ha rendido ante los cánones anglosajones, es su sierva solo para conquistar un fragmento del mercado. La fuerte presión editorial frena el surgimiento de nuevas propuestas narrativas en Latinoamérica. La adquisición de derechos de autor durante la Feria de Frankfurt, por parte de las grandes editoriales norteamericanas determina el universo literario, como señala Alexander Prieto Osorno, en su texto Literatura latinoamericana de cajón. Prieto Osorno agrega que desde los años noventa en la literatura son el «realismo sucio», las historias de travestis y homosexuales, la literatura «existencial» juvenil, la ciencia-ficción y novela negra los temas y estilos que predominan y han sido reelaboradas por los jóvenes narradores, quienes las han adaptado a los personajes y las realidades de cada país. Narradores como Raymond Carver y una larga lista de norteamericanos influye, quizá como nunca antes en estos jóvenes narradores quienes pueblan sus historias de asesinos, alcohólicos, prostitutas, drogadictos, ladrones, pordioseros, que podrían deambular por casi cualquier ciudad latinoamericana. Tercera dirección La literatura latinoamericana ya no existe. «Lo más preciso sería denominarla como “narrativa hispánica de América” (nha), en donde hispánica no se refiere a la lengua
Sin título (fragmento). Pastel seco.
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Sin título (fragmento). Grabado en linóleo, en tinta de café y óleo.
28 del escritor, sino a su filiación imaginaria», señala Jorge Volpi en su texto Breve guía de la narrativa hispánica de América a principios del siglo xxi (en más de 100 aforismos, casi tuits). Desde finales de los sesenta hasta finales de los ochenta, los dictadores y el realismo mágico dominaron a la literatura latinoamericana. Este último fue el instrumento para interpretar la realidad del continente, pero extendió una sombra sobre toda la literatura que aquí se producía. Sin embargo, se le dijo adiós al tópico tropical y exuberante y se desvaneció la sombra sobre el resto del panorama creativo. Luego llegó un nuevo estereotipo: la narcoliteratura. Decenas de libros se han publicado sobre el tema y derivadas de este las ganancias económicas se han multiplicado. El problema es que un tema urgente se convierta, a causa otra vez de la necesidad de exotismo de occidente, en obligación. McOndo y el Crack contribuyeron a la quiebra del realismo mágico, se pronunciaron contra esa América Latina ya en pedazos. «McOndo querían señalar que existía otra América Latina, dominada por las contradicciones de la modernidad y no por la magia o el exotismo. El Crack buscaba reencontrar los orígenes del boom. Más allá de sus flaquezas juveniles, McOndo y el Crack contribuyeron a jubilar esa construcción de tres décadas llamada América Latina», explica el autor de En busca de Klingsor. Será que usted está de acuerdo en que hay una narrativa latinoamericana actual dueña de una diversidad de sus propuestas estéticas y estilos que abreva de una multitud de tradiciones y plantea propuestas novedosas sobre la novela y el cuento. O quizá una narrativa latinoamericana sometida al mercado y que impide el surgimiento de nuevas formas narrativas en Latinoamérica. O tal vez una narrativa hispánica de América, como propone Volpi, en la que no hay narradores latinoamericanos, sino argentinos, mexicanos, peruanos o chilenos. Vamos a los libros en busca de respuestas. Autores a seguir: Andrés Neuman, Santiago Roncagliolo, Guadalupe Nettel, Edmundo Paz Soldán, Ena Lucía Portela, Juan Gabriel Vásquez, Andrés Barba, Lina Meruane, Claudia Amengual, Oliverio Coelho, Guillermo Martínez, Wendy Guerra, Leonardo Valencia, Pablo de Santis, Diego Tréllez, Pablo Casacuberta, Iván Thays, Antonio José Ponte, Juan Carlos Botero, Ronaldo Menéndez, Martín Solares, Inés Bortagaray, Jorge Eduardo Benavides, Florencia Abbate, Fabrizio Mejía, Pilar Quintana, John Jairo Junieles, Samanta Schweblin, José Pérez Reyes, Claudia Hernández, William Ospina, Álvaro Enrigue, Rodrigo Hasbún, Ana Gabriela Alemán, Marcelo Birmajer, Eduardo Halfon, entre muchos otros.
César Valenzuela es licenciado en ciencias de la comunicación, corrector de estilo, crítico literario y promotor cultural.
Si se trata de no pensar, creerse las incongruencias, pasar el tiempo, informarse sobre los avances técnicos y financieros del mundo de las drogas, hacerse las ilusiones de que la policía mexicana y la norteamericana pueden ser la misma cosa —aunque su discurso diga todo lo contrario y sus detectives (mujeres también) realicen maniobras de rápido y furioso1—; y si se trata de que los asesinos sean lo más inverosímil posible y que el más cruel, sanguinario, poderoso y rico capo del cártel sea una mujer, que además es joven, bonita, culta, inteligente y con inclinaciones artísticas, estaríamos hablando del fracaso no solo de la literatura sino del arte en general. Aunque creo que lo que menos viene al caso al leer esta novela es el arte literario y los elementos probatorios de su literariedad. Porque cuáles serían estos elementos: trama, personajes, técnica, estilismo, estética. Si de lo que se trata es de que se lea rápido, se sienta la adrenalina de una serie de televisión gringa, que sea traducible aunque con concesiones autóctonas, que sus personajes provoquen risa sin comprometerse mucho2 y que el arte versus snuff y bdsm se ponga en la misma mesa de discusión3 hay que mejor ir al cine, ver series de televisión o cuando menos aventarnos los últimos best sellers norteamericanos. Pero bueno, la novela negra siempre es un síntoma, y qué podemos esperar si los milagros escasean y las pretensiones no pasan de tener dinero, aunque no se tenga nada de lo demás. O tal vez nos pase como con la novela negra norteamericana. Durante mucho tiempo se estuvo leyendo con los parámetros de la no-
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Have a nice day! CL AUDIA BAÑUELOS vela de enigma, considerándosela por tanto como mala novela, una novela confusa, caótica, que nada tenía que ver con las primeras novelas de detectives, al estilo de Conan Doyle y Edgar Allan Poe. Quizá ahora nos suceda lo mismo, queremos ver a Hielo negro como novela negra, cuando lo que debería de ser es una serie de televisión que nadie ha tenido el presupuesto para grabar.4 Hielo negro (Bernardo Fernández bef, 2011), que comparte nombre con una novela policiaca norteamericana de los noventa de Michael Connelly y que toma su nombre de una droga sintética, viene a decirnos un poquito tarde, como siempre,5 que el futuro del narcotráfico se verá en las drogas de diseño.6 Porque aunque se quiera hablar de una nueva generación de narcos, los narcos que crecieron en la abundancia y han ido a estudiar a universidades extranjeras, los narcos que ven por debajo del hombro a los rancheros sinaloenses o colombianos pero que siguen diciendo apá7 y de policías que en lugar de recurrir a la tradición literaria de Chandler, Hammett, o Mc Bain, o cuando menos a la de Stieg Larsson, toman sus modelos de películas como Titanic o Amor sin barreras8 es que ya, o soñábamos con ir a Hollywood, o cuando menos terminar ganando un premio con suficientes ceros, con la complicidad de otros que tal vez sueñan lo mismo y esperan ser correspondidos. Pero me gusta, no lo niego, me gusta Dan Brown9, me
gustó el Código da Vinci, aunque me suena más a La conspiración, o La fortaleza digital. Me gusta que me tengan en la madrugada leyendo encerrada en el baño para que la luz no le moleste a nadie y me gustaba cuando tenía que levantarme a amamantar a mi hija al amanecer, un ratito, un poquito nada más, cuando ella ya se durmiera y yo no pudiera conciliar el sueño pero no tuviera cabeza para algo más serio y tampoco pudiera prender la televisión porque en mi casa no hay sala de televisión. Me gustan las series también, con mi hijo adolescente me desvelé tantas noches viendo la serie 24, Prison Break, Lost. Digo, no se puede leer a Proust todos los días. Uno puede apasionarse también de las series. Son chingonsísimas las series. Tienen una manera excelente de manejar el interés del espectador, la tensión dramática; es admirable su estructura narrativa, pero su lenguaje es otro, su espíritu es otro, su intención no es propiamente la de trabajar la lengua, ni la estética, ni el estilismo. Y me gustó leer a bef, aunque leerlo con ojos literarios es como pretender jugar damas chinas con las reglas del ajedrez.
1. Ya iba muy encabronada. Al tipo le valía madres, se iba a clavar al Colegio y no lo iba a sacar ni Dios. Fue en ese momento que le dije a Bustamante: —Agarra el volante, cabrón. —Pero vamos a más de cien, niña. —Que lo agarres, te digo —y me salí por la ventana… Y sin pensarlo le disparé a las llantas. Todo fue muy rápido. Volaron en pedazos, el tipo perdió el control y se estrelló sobre la barda del Colegio a unos metros de la entrada. Yo regresé al volante apenas para frenar, cerrándole el paso, aunque dudo que hubiera podido arrancar. —No mames, parejita, como de La Ley y el Orden. O Miami Vice. 2. Como un murmullo escuchan la voz de Lizzy Zubiaga: … doce elefantes se columpiaban sobre la tela de una araña… en medio de los doce cadáveres con tiro de gracia hay una carita feliz con un mensaje garrapateado con spray sobre la pared: have a nice day! 3. —¿Eso significa que mi obra está a la altura de la de Henry Lee Lucas? —preguntó emocionada. 4. —Así que, ¿cómo le va a la señorita Andrea Bauer?—preguntó Santiago para romper un silencio incómodo. 5. «Cocaína. Heroína. Marihuana. Crack. Son tan… tan nineties». 6. «Como una epifanía reconoce que la pastilla que Abraxas
sostiene en la palma de su mano es el Hielo Negro, el santo grial de las anfetaminas que ha estado buscando… Cuando segundos después en la pantalla aparece el mensaje successful bonding: stable component el Médico estalla en una risotada frenética que retumba en los pasillos vacíos del laboratorio, vacíos a aquella hora de la madrugada». 7. —Quedamos que estudiarías bisnes manachment o esa madre questudia el Lalito en Mayami… —Ni madres, jefe, eso déjaselo a los narquillos hijos de tus amigos. Yo soy artista. 8. «El primer día se la pasó llorando tirada en su cama, comiendo helado de vainilla de un bote de a litro de Santa Clara». (Nota. Allá sería Haagen Dazs o Ben & Jerry). 9. «Con los goggles del simulador virtual puestos, el Médico cambió un oxidrilo en el modelo tridimensional que flotaba frente a sus ojos. Por fuera el laboratorio parecía el casco abandonado de una hacienda, perdida en la sierra de Jalisco, cerca de la frontera con Colima. Por dentro era un gigantesco cubo de concreto y acero enterrado en el subsuelo. Nadie, desde un helicóptero militar de detección de drogas, hubiera adivinado que debajo se hallaba un laboratorio bioquímico de destilación masiva de anfetaminas, con cuarenta empleados dedicados al proceso en tres turnos. Un complejo químico industrial de ocho niveles subterráneos».
Claudia Bañuelos es coordinadora de clubes de lectura y coordinadora de la Feria del Libro de Los Mochis.
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MEMORIA DE CUERPOS Cuando Ernestina Yépiz me dijo que este número de Timonel estaría dedicado a Inés Arredondo, decidí abordar el tema de la composición coreográfica y una de sus fuentes temáticas: la literatura. En particular me refiero a la coreografía Subterráneo al hablar, que fue creada por Talya Sato tomando como impulso creativo la obra de Inés Arredondo. Esta coreografía integró el X Ensamble José Limón y fue comisionada por el XXV Festival Internacional de Danza José Limón en abril pasado. Para adentrarme en el tema, creí necesario incluir los testimonios de Talya Sato, de Berenice Arias y Lucía Sato, bailarinas que son parte del elenco original de esta coreografía. Pero antes algunas apreciaciones. Aunque en las obras coreográficas son los bailarines los que ejecutan de manera creativa los movimientos, y durante el montaje, en algunas ocasiones, contribuyen con un porcentaje del lenguaje de movimiento de las obras, definitivamente es el coreógrafo(a) quien debe elegir y crear los movimientos, él es quién imagina cómo será la obra y motivará su crecimiento. No hay regla que señale qué llega primero: el tema, la intención, la motivación o una frase de movimiento; el impulso creativo o el detonador varía según la persona y el tiempo. Pero, ¿de dónde surgen las ideas para las coreografías? Tienen muchas fuentes: la experiencia misma de la vida, la música, el teatro, la leyenda, la historia, la psicología, la literatura, el ritual, la religión, el folklore, las condiciones sociales, la fantasía, en fin, las fuentes son muy variadas. Y puede haber un millón de temas, sin embargo, cualquiera que sean los coreógrafo(a)s lo someten a la primera prueba: la acción. ¿Posee el tema de manera inherente la motivación del movimiento? Recordar que la danza es el lenguaje artístico del movimiento por excelencia, que despierta el sentido cinético al manifestar las sutilezas del cuerpo y del alma.
Gestación. Pastel seco.
Subterráneo al hablar
HÉ CTOR C HÁV EZ FIE R RO Muchos coreógrafos en el mundo han creado a partir de lo que les provoca una obra literaria, un ejemplo es El emperador Jones de José Limón, basada en la obra homónima de O'Neill, por decir algo. En lo que concierne a las diez ediciones del Ensamble José Limón, han creado obras basadas en la poesía de Gilberto Owen, entre otros, Víctor Ruiz (quien mantiene su obra Náufragos, creada para el Ensamble, en el repertorio de la compañía Delfos); de Jaime Labastida el coreógrafo alemán Dominick Borucki y los mexicanos Álvaro Valdez y Neisma Ávila; y Miguel Mancillas, Víctor Ruiz y Jorge Domínguez crearon desde su propia perspectiva y concepción estética una nueva lectura del Otelo de Shakespeare y en referencia a la Pavana del moro de Limón. Ahora sí, vayamos al grano, acá los testimonios de Talya Sato, Berenice Arias y Lucía Sato. En Culiacán encontramos a una joven admiradora de Sasha Waltz:* Talya Sato, de la generación de coreógrafo(a)s emergentes en México; culichi de nacimiento y profesional de la danza, ganadora en dos ocasiones del Premio Culiacán de Coreografía y del concurso Ópera Prima 2010 del inba, entre otras cosas. A ella se le comisionó, como ya dije, realizar el x Ensamble José Limón en homenaje a Inés Arredondo. Me consta el trabajo de
investigación previo al montaje. La obra estrenada durante el Festival incluía la presencia de decenas de niñas, cuatro jóvenes bailarinas y cuatro bailarines varones y se apoyaba en la proyección de algunas imágenes de Inés Arredondo. Toda obra escénica es perfectible y en pasadas fechas vimos una nueva versión de Subterráneo... (la misma Guillermina Bravo presentaba diferentes versiones de algunas de sus obras) en donde vimos una propuesta basada solo en el movimiento de los cuerpos, la música y la iluminación (también cambió el vestuario); la obra se fortaleció en su estructura, en unidad y claridad. Ojalá tengan muchas funciones para madurar la obra. A continuación Talya Sato nos cuenta lo que representó para ella este montaje: H. CH. F. Talya, fue en la década de 1930 que se idearon y enseñaron teorías sobre composición de la danza escénica en Europa y América (Kurt Joos, Rudolf Von Laban, Mary Wigman, Doris Humphrey, etc.), y en México en los años cuarenta en la llamada Época de Oro de la Danza Moderna Mexicana, en el siglo pasado. Cuando se montaba una coreografía un guionista se ocupaba de escribir la historia de la coreografía en ciernes, después de eso, el músico y el coreógrafo componían música y danza (y los
MEMORIA DE CUERPOS
pintores, la escenografía y el vestuario) en base a ese guión. En la década de los setenta con la irrupción mundial de la danza contemporánea y en los ochenta del teatro de danza (pienso en Merce Cunningham y Pina Bausch) los métodos de composición dan un gran salto. En la actualidad ha cambiado mucho la dinámica de creación de las obras. ¿Qué puedes decirnos sobre las nuevas maneras de componer? T. S. La danza de hoy en día se transforma a la par de una nueva generación social que tiene como característica un desarrollo individualista y concentran su arte en el libre albedrío. Ahora lo contemporáneo no tiene límites, más bien tiene mucha pasión y mucha rebeldía. El orden de la creación es inimaginable, puede estar inspirada por una música, una obra de arte, un llanto, una sonrisa, una injusticia, y la evolución de esa obra se encuentra al empaparse del tema seleccionado ya sea indagando en libros, historia, psicología. Para mí la creación coreográfica es entrar en un mundo paralelo que me permite plasmar y transformar lo emotivo a lo físico. H. CH. F. ¿Cuál fue tu primera coreografía, qué te impulsó a hacerla, de qué trató, cuántas coreografías has realizado? ¿Has recibido reconocimientos como coreógrafa? T. S. Mi primera coreografía se llamó Epidemia, me encontraba yo en una situación emocional que al contarla con palabras no era suficiente. Me inspiré en el poder que posee la sociedad sobre un individuo y cómo cuando uno quiere hacer las cosas diferentes, vienen las críticas destructivas ante ese tipo de rebeldía. Se presentó en La Habana, Cuba, ya que la maitre Ramona de Saá Bello al ver la obra, me invitó a hacer la apertura del 60 aniversario de la Escuela Cubana de Ballet, también en diferentes eventos del Festival Internacional de Danza José Limón en Mazatlán y Culiacán, así como en Pirouetteando 2009 de Guadalajara, Jalisco. El Cacerolazo, que es mi compañía de danza, cuenta hoy con dos obras de formato largo: Subterráneo al hablar y Lega-LlegaLlegará, que ganó la primera temporada de estrenos Opera Prima 2010, presentándose en el Distrito Federal y también en la Feria de las Artes de Sinaloa en el teatro Socorro Astol en marzo del 2010. Cuenta con 7 obras de formato corto, desde 3 minutos hasta 15, que son: Dos palabras pendientes, que se presentó en Alcobendas Madrid, España, produciendo un alto impacto entre intérpretes y coreógrafos; La Espera, que se bailó en Mazatlán, Sinaloa, en el Festival de Danza José Limón 2009; Oka 1 muerto y Al fin el principio, que se estrenaron en Guadalajara, Jalisco, en Pirouetteando 2009; Explotó en cólera, que presentamos en el Encuentro Internacional de Solistas y Duetos del 2010; Epidemia, ganadora del Premio Culiacán de coreografía Héctor Chávez 2008, y Mudéis, que también es Ganadora del Premio Culiacán de Coreografía Héctor Chávez 2007. H. CH. F. En el caso específico de Subterráneo al hablar, ¿qué hiciste para adentrarte en el tema y cómo lo abordaste, qué te significó? T. S. La obra nació gracias a la invitación del maestro Héctor Chávez Fierro. Él me hizo la petición de hacer una coreografía que estuviese inspirada en Inés Arredondo en vista de que mi ensamble se presentaría en el tan esperado teatro que posee el nombre de nuestra cuentista culiacanense: mia. Él me entregó sus cuentos y nos citamos con escritores, nos tomábamos cafecitos para hablar de la obra; este fue un proceso de lo más enriquecedor y acogedor que he tenido. A medida que me adentraba en la historia y los cuentos de Inés la fui conociendo, e incluso encontrando similitudes con ella. Su vida la reconozco como muy valiente, entregada a su arte y dividida
su historia. Los coreógrafos estamos para ser inspirados por esta calidad de artistas, así que he de decir que me dejó marcada para siempre. Berenice Arias Leal es una muchacha de 23 años, culichi, bajita de estatura, pero creo, alta en sus anhelos artísticos. Descubre la danza contemporánea al terminar la preparatoria y decide hacerla su vida, y para eso ingresa a la Licenciatura en Danza Contemporánea de la Escuela Superior de Danza de Sinaloa, en donde es parte de la primera generación de esta escuela a punto de graduarse. Berenice es integrante de la compañía El Cacerolazo Danza y confiesa que había escuchado sobre Arredondo solo por el modular que lleva su nombre; para saber quién era ella tuvo que leer su biografía y sus cuentos. «Me parece que fue una mujer arriesgada, capaz de hablar sobre temas sensibles, sobre todo para su época, por lo tanto era una mujer valiente y comprometida con ella misma, por eso se sintió libre de expresarse de esa manera.» Para ella es muy importante como persona y bailarina tener la oportunidad de interpretar «un personaje tan fuerte y femenino a la vez; ha llegado a ser inspirador, me despierta la capacidad de no sólo moverme al ritmo de la música sino profundizar más en las sensaciones para representarla; me parece imposible no imaginarme en cada movimiento su sufrimiento, amargura y pasión que refleja en sus cuentos». Por su parte, Lucía Sato, bailarina profesional egresada de la Escuela Profesional de Danza de Mazatlán, se inició en la danza en su natal Culiacán en 1998 como integrante de la compañía entonces llamada Sinaloa Danza Teatro. Ha ampliado su visión sobre la danza en el Conservatorio Superior de Danza de Madrid María de Ávila, en la licenciatura de coreografía. Ha interpretado coreografías de Claudia Lavista, Michael Foley, Javier Basurto, Talya Sato, Miriam Aghar, entre otros. Lucía bailó en estado de gravidez, sin duda esto le ofreció un grado de dificultad técnica e interpretativa. «Ciertamente mis seis meses de embarazo hicieron que buscara diferentes métodos de entrenamiento, limitándome de ejercicios en el piso, boca abajo o fuertes para las abdominales, con la interpretación fue más bien inspirador el tener un ser dentro de mí creciendo». «Respecto al personaje pude relacionarme con ella leyendo su biografía y varios de sus cuentos; abrió en mí un panorama distinto, mucho más oscuro y realista, fuera del mundo perfecto y soñador que cualquier madre quisiera para sus hijos, pues sus pérdidas me hicieron reflexionar sobre mi propio embarazo teniendo compasión por su situación, a la vez que logró transmitirme esa reflexión sobre el mundo al que llegó mi hijo, ahora llamado Leonel». Definitivamente ha habido muchas obras coreográficas nacidas por el impulso que otorga la obra literaria, como es el caso de Subterráneo al hablar, que además dio oportunidad para que talentos jóvenes de la danza conocieran a Inés Arredondo y su obra. Finalmente la que sale ganando es la danza y sus públicos ¡Enhorabuena! ¡Viva la danza!
Héctor Chávez es bailarín y coreógrafo. Director del Festival Internacional de Danza José Limón.
*Sasha Waltz. Coreógrafa alemana calificada por los especialistas como la refundadora del teatro de danza alemán. Considera a la danza contemporánea como la forma innovadora y futura del teatro.
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CUADERNA VÍA
El espejo del alma VÍCTOR LUNA
Sin título (fragmento). Óleo sobre tela.
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Hace más de veinte años que leí por vez primera a Inés Arredondo. Compré un libro cuyo sugestivo título me intrigó desde un inicio: Río subterráneo; la edición era de la mítica editorial Joaquín Mortiz del año de 1979; yo tenía muchos prejuicios sobre los autores nacionales y aún más sobre los regionales, mi visión de la literatura sinaloense era reducida e injusta; todo lo que oliera a literatura regional me parecía chambón y falto de originalidad, creía que no se podía crear una obra si uno se reducía al comportamiento cultural conformista del típico aspirante a escritor de provincia, y pensaba que todos los escritores en Sinaloa eran ejemplos del típico aspirante provinciano a escritor; por aquellos años me asfixiaba junto con un puñado de malditoides amigos, vagábamos de librería en librería, en busca de los libros que nos despertaran como despierta una bomba a una ciudad en la madrugada; recuerdo que Joaquín Mortiz puso en barata un gran número de sus títulos publicados y entre ellos estaba Río subterráneo, que varios amigos compramos solo por su bajo precio; fue la primera sorpresa que un escritor sinaloense me depararía en mi larga carrera de lector asiduo a las literaturas regionales. Río subterráneo es para mí el libro más entrañable de Inés Arredondo, no solo porque es el primero que leí, sino porque esencialmente creo que es el más planeado, el más pulido, a pesar de que no es el que contiene sus mejores cuentos; el tema de la mirada es desarrollado por Inés en una forma obsesiva y en todas sus variantes; esa carga simbólica del acto de mirar, Inés la explota con la maestría que le da ya el oficio de escritora en plena madurez. Nunca como lector de prosa me había enfrentado a una escritora como Inés Arredondo con dos desventajas en su contra: ser mujer y de provincia, y mucho menos había conocido el caso de una mujer con tanto talento literario, que le haya servido para librarse de esas desventajas, cuyo origen fuera sinaloense; en una literatura dominada por los hombres, las mujeres que escribían no eran tomadas en serio en los años en que Inés empezó a publicar sus primeros cuentos ya bien logrados, era difícil forjarse un prestigio en ese medio dominado por los grandes patriarcas de las letras mexicanas; desde Sor Juana no había habido un caso tan especial y sorprendente, ni siquiera Rosario Castellanos había logrado lo que Inés logró como escritora. Me fascinó el lenguaje literario de Inés Arredondo, su tratamiento de nuestro dialecto sinaloense, su ulterior desarrollo de una versión literaturizada de esa jerga que hablamos las gentes bárbaras del norte, su puesta en el campo de lo universal de nuestras historias; antes creía que un escritor debería hacerse de una cultura lo suficientemente erudita como para que lo curara de sus taras regionalistas, pero olvidaba que un escritor
tiene sus raíces en la lengua que lo vio nacer y particularmente en el pedacito de lengua que se habla en su lugar de origen, en su, hermosa expresión, «tierra natal». Ahora, exagerando mi provincianismo recién adquirido, he llegado a decir que un escritor es como los frutos que da la tierra donde nace, así las naranjas que se dan en Sinaloa difieren mucho de las que se dan en Sicilia, así los camarones sinaloenses son mucho más sabrosos (estoy comiendo unos mientras escribo esto para Timonel) y diferentes que los camarones que puede uno dejar de comer en el d.f. y que creo provienen de Veracruz con su peculiar sabor a caño, así, ahora creo que un escritor es también un producto de su tierra e Inés Arredondo es un perfecto ejemplo de lo que afirmo. Mientras que la literatura era dominada por los hombres, y los éxitos literarios mayormente pertenecían a hombres cuando Inés empezó a publicar sus cuentos, una literatura femenina se creaba lenta pero firmemente en el interior de nuestra tradición literaria nacional, e Inés Arredondo contribuía con naturalidad a la creación de esta literatura que ahora se va fortaleciendo y haciendo más poderosa con cada autora que se agrega a sus filas. Creo sinceramente que en la medida en que las escritoras de Sinaloa y de México lean y estudien la obra de autoras como Inés Arredondo fortalecerán la literatura femenina de México; aclaro: entiendo por femenina una literatura escrita por mujeres de talento e inteligencia como para no caer en esa especie de machismo horrible que algunas damas confunden con feminismo, porque la literatura femenina es muy diferente a la escrita por nosotros los varones, su diferencia radica en dos cosas contradictorias: la sensibilidad y la fuerza; Ana Kavan y Flannery O’Connor, son muy diferentes a Danilo Kis y Russel Hoban aunque se parezcan en algunos aspectos; Alejandra Pizarnik parece la versión femenina de Leopoldo María Panero, pero esto es falso pues su interés por la locura es diferente y tiene otro tinte artístico que el del poeta español; como diría Paz, el más femenino de nuestros poetas, sensibilidad y fuerza definen a la literatura escrita por Inés Arredondo. Finalmente debo decir que Inés Arredondo me develó una literatura posible, sobre todo una narrativa posible que mis compañeros escritores en Sinaloa están tratando de fortalecer y continuar: la gran literatura sinaloense, esa que puede ser servida, como nuestros camarones (y todavía quedan algunos en mi plato mientras termino este artículo) en cualquier mesa del mundo. ¿Usted gusta?
Víctor Luna es crítico y poeta. Su libro más reciente es Historia crítica de la literatura sinaloense, 2010.
Felipe Mendoza nas, que maneMendoza es un poeta que hace poemas inhabituales de cosas cotidia a su primo Rapoco un o jamos constantemente, se parecen en el color del adjetiv de los canallos, món López Velarde; en el tamaño de la metáfora a ese irlandés, padre ta: ¿Morir es cosa Owen: constantemente habla con su acento; pero cuando pregun vivir es lo difícil. que fácil?, nos recuerda a ese viejo tío ruso que se mató porque supo —Víctor Luna
Ilusiones para pescar en un barco llamado Melodía Ramón Perea ra; la trashuLa Biblia, el océano, la amalgama de vida campesina, ganadera y marine as, se refunden mancia, la lengua cahíta, la adicción a las aspirinas, en fin, las vividur en esta obra de teatro de Ramón Perea. —Sergio López Sánchez
Eldorado: evocación y mito en la narrativa de Inés Arredondo Dina Grijalva mágico, realista y En este libro de ensayos, Dina Grijalva nos adentra a un mundo la obra literaria de contradictorio, recreado y poblado por los personajes que habitan y mujeres que los es hombr Inés Arredondo, en donde las pasiones se desbordan y los y las asumen sin encarnan, quienes se saben seres marcados por el destino, las viven mayores preámbulos y con absoluta resignación. —Ernestina Yépiz
Versos para el recreo (antología de poemas para niños)
Compilación de Begoña Pulido no hay límites Dice Begoña Pulido en la presentación de este libro: «En la poesía a veces proque lo es para la imaginación, y todo puede relacionarse; esa extrañeza esta antología voca que nos cueste entenderla. Los poemas que hemos elegido para y comprendidas son poemas sencillos, versos cuyas imágenes puedan ser percibidas n en los niños sin dificultad». Es de agradecerse que haya editores serios que piensa como lectores de poesía.
Los trabajos secretos Héctor Tovar e más de cinDe su libreta, de cientos de versos que Héctor Tovar escribió durant en su primer en cuenta años, seleccionamos ambos unos cuantos que ahora aparec poeta jardinero libro. Son sus trabajos secretos, las flores del bien y del mal que un cuadro de beun ndo sembra ha cultivado en el Edén ruinoso. La forma es indistinta: Héctor Tovar hace gonias, adornando un cerdo ahumado o componiendo un poema, lo mismo que ha hecho toda su vida: inspirada y pura poesía. —Ricardo Echávarri
Penumbra Daniel Sepúlveda de una ciudad Penumbra es un poemario donde el poeta se siente náufrago dentro r salvarse del depoblada de cafés y rituales asfixiantes; su estrategia para intenta , se descubre poesía la sastre es recurrir a la creación, y ya investido con el aura de altivo e intrépido. —Dina Grijalva
LIBROS
RECOMENDACIONES
Definiciones perennes
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LA TINTA DEL CALAMAR
Callos de Luvina
JUAN ESMERIO DE S P U É S DE C I N C O DÍ A S DE E S TA N C I A E N E L df E M P I E Z O A P E N S A R E N M A R I S C O S . P I E N S O E N L O S C A L L O S DE L O B I N A DE L O S S Á M A N O. N O S ÓL O M E I M AG I N O C O M I É N D OL O S S I N O M E V E O B A J O L A S O M B R A DE L A G R A N C E I B A D O N DE T I E N E N S U C A R R E TA . M E DI G O E N T O N C E S Q U E N U E S T R A C I U DA D E S Ú N I C A , Q U E D U D O Q U E H AYA O T R O L U G A R DE L PA Í S D O N DE P U E DA C O M E R E S A DE L I C I A . M E S I E N T O TA N R E L A JA D O A H Í , E N E L V I E N T R E T I B I O DE L DÍ A , V I E N D O E N L A AC E R A L A S M A N C H A S R O S A S DE L A S F L OR E S Q U E E L V I E N T O DE A B R I L H A T U M B A D O, M I E N T R A S M E L L E VO E L P I C A DI E N T E A L A B O C A .
La lobina es un pez de agua dulce. Su nombre deriva de lobo por su rapacidad para cazar. Sus colores (verde musgo con una franja blanca en el centro) se parecen de lejos al róbalo, especie de mar con la que se le compara. Hasta hace algunos años yo era ortodoxo y no me apartaba de los callos de hacha, cuyo sabor me parece que apenas lo supera el abulón, esa cúspide de la cocina del mar; aunque pongan el grito en el cielo los amantes de las cucarachas y el percebe. Así que dudé mucho antes de probar estos callos que, en Sinaloa, solo se comen en Culiacán, que aprovecha su vecindad con presas y ríos para proveerse del pez, uno de los pocos que, a pesar de su ferocidad —o por eso mismo—, es el macho el que cuida el nido y las crías mientras la hembra busca las profundidades para fortificarse luego de desovar. Fui a dar a la carreta de los Sámano, la más ligera en esta ciudad donde hay algunas a las que se les podría en-
ganchar un burro, porque estaba fuera de una imprenta a la que iba seguido. Un día me asomé y me llamó la atención la forma en cómo estaba cortado el pescado: en trozos grandes, más bien cuadrados, de un color blanco, casi transparente. Me senté de inmediato y pedí una orden. El pepino y la cebolla —de un color morado que contrasta con los tronchos— es cortado de la misma manera: en rodajas grandes que le dan buena vista. Soy hijo de marisquero, y sé de las complicaciones prácticas de cocinar y servir en la calle, así que me llamó la atención la higiene con la que despachan el platillo. Además me fijé que todo viene troceado de casa, así que solo se dedican a servir, y a añadir sal, limón y pimienta. Yo prefiero que no le pongan sal a mi orden, pues me agrada darles una leve rociada de salsa de soya, no importa que pierda un poco el color, otro de sus atractivos —lo mismo que su tamaño. Voy a esa carreta (ubicada en Manuel Bonilla, casi esquina con Aguilar Barraza) porque además me gusta lo que ahí se platica. Padre e hijo —y otros clientes— son hombres de monte y conocen mucho de animales, bosques y ríos. En sus conversaciones aprendo sobre el alimento de los venados, el tipo de flor que prefieren y la época del año en que esta se da. Y también cómo el macho empuja a la hembra por delante cuando están a punto de salir a un camino pisado por humanos. Me agrada también oír sus correrías por cerros y cañadas. Estos hombres deben amar esos lugares para andar por ahí de noche, me digo, a como están las cosas en la montaña. En mi vida de entrometido por las cocinas de los lugares que he pisado, me he encontrado con tres tipos de cocineros: los que te niegan una receta, los que te la entregan con la lista de los ingredientes incompleta —por obvias razones— y los que te la dan con lujo de detalles. El señor Sámano es de estos últimos: te dice cómo hacer los callos cuantas veces se lo preguntes. En el fondo sabe que nadie se tomará la molestia de cortar el filete de lobina con la pericia de un taxidermista (yo lo he hecho y es realmente tardado y necesitas varios kilos porque los costillares son una lata). Y mucho menos que sus comensales metidos a cocineros le darán ese baño de sal y hielo —es el secreto— que le confiere consistencia a la carne. Vaya, capaz que no se animan ni a hacer ese aguachile que él consigue, sabedor del truco, con solo moler chiltepines en un molcajete y ahogarlos en agua; tal como lo hacía la gente del campo hace algunos años para acompañar, a falta de una buena salsa de tomate o queso, los frijoles de la hoya.
LA TINTA DEL CALAMAR
A Juan José Rodríguez, fiel al cartílago paradisíaco de los callos de hacha, no le gustan los callos de lobina. Quizá porque al final su paladar detecta ese sabor mineral a lecho de río. Yo ya no lo percibo. Incluso la como frita, algo que aprendí en el restaurant La Finca de Cosalá. Me dice el señor Sámano que zarandeada su sabor es más delicado por el menor nivel de sal que hay en su cuerpo. Nada más no la empanicen por favor, pues al ritmo que vamos solo sigue que, al estilo de Estados Unidos, empanicen los callos de hacha. (Algunos amigos me preguntan que de dónde viene el apellido de hacha de los callos. Es por la forma donde vive la almeja cuyo músculo comemos: semeja un hacha medieval. Ese es el origen de su prosapia. Ojalá que un día, si la rapiña de la especie lo permite, vean esa almeja sembrada como col en el mar de Cortés. Es una de las imágenes más sugestivas, por su fuerte carga erótica, que yo haya visto en la naturaleza.) Cuando el tedio de la oficina amenaza con asfixiarme, me refugio en esa carreta sin ruedas donde si lo deseo puedo acompañar mi aventura con un litro de cerveza (nunca más de ese límite). Al regreso mis amigas del Instituto me preguntan luego de saludarlas que de dónde viene ese olor a cebolla, y cuando les cuento que de unos callos excelentes, no me reprochan el tufo sino que no las haya invitado. «Míralo. Se fue solo, eh», me dicen. Pero a ese lugar rara vez llevo compañía. Yo me enamoré de la lobina hacia los años noventa, cuando la rondaba el fantasma del gnatostoma, una larva migrante que incuba este animal y que socaba la piel y otros órganos y que puede provocar la muerte. La larva es extraordinariamente móvil y difícil de atrapar incluso cuando, tendido el paciente en la plancha del quirófano, la busca el cirujano. La hermana de conocido restaurantero de mariscos de la ciudad, aficionada a estos callos hasta el empacho, padeció el bicho y hubo que sacar del menú, como medida profiláctica, esta entrada de lujo que ellos bañaban en salsa de soya. Un tanto desconfiado, en aquellos ayeres le pregunté al muchacho: —¿Son lobinas sanas? —Claro. De lo contrario ya estaríamos enfermos nosotros: diario comemos esto. Afortunadamente en la uas ya han desarrollado un medicamento contra esta enfermedad. Toco madera: espero no necesitar los servicios de la doctora Silvia Paz, que es la especialista en la materia. Además, me cuenta mi amiga Aurora Díaz, videoasta que ha tratado el tema, que a la larva se le ha mantenido a raya durante los últimos años; incluso la doctora Paz ha patentado un medicamento. De la lobina también se hace un ceviche apenas menos rico que los callos. Yo supe que era cliente mimado —parcela que trato de cultivar en los lugares donde voy a comer— cuando una vez llegué y pedí una tostada (que sirven al estilo Culiacán: en un plato hondo, con las tostadas aparte) y, como aquél ya se había acabado, sacrificaron unos trozos de los destinados a los callos y me
Sin título. Óleo sobre tela.
hicieron uno ahí mismo. Espero no ratificar mi membrecía con ese privilegio que el señor sólo dispensa a unos pocos: pedir fiado, pues su precio es más bajo que los callos de hacha. Nada más ajeno a la obra de Juan Rulfo que un pez. Pero a la sabrosura que es la lobina para el paladar, también podemos añadirle la del oído (ese sueño de los cocineros asiáticos: que todos los sentidos participen de un banquete), así que no me pude reprimir el juego de palabras del título. Ojalá no confunda a mis lectores de Culiacán. Si es así espero que la duda la disipen pronto en la carreta de los Sámano. Yo voy con ustedes.
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A NA SE GOVI A JUA N E SME R IO DINA G R IJA LVA E R NE S T INA YÉPIZ NINO G A L L E GO S A L EYDA ROJO A LM A VI TA L I S ME L LY PE R A ZA FL OR INA JUDI T H OL I VA R R Í A CR E SPO BL A NC A L IL I A MON TOYA JUA N R A MO S GUA DA LUPE AGUIL A R L OUR DE S A R E NA S HÉ CTOR TOVA R Ó S C A R PAÚL C A S T RO RUBÉ N R I V E R A F R A NK MEZA C É S A R VA L E NZUE L A CL AUDI A B A ÑUE L O S HÉ CTOR C H ÁV EZ VÍCTOR LUNA