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JUAN SEVILLANO CASAMITJANA

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GRISELDA ROSAS

GRISELDA ROSAS

Manire Y Yo

Me despierto por la mañana, bien temprano, justo una hora antes de que salga el sol tal y como me han enseñado durante estos años a base de latigazos, ya lo tengo automatizado y más me vale tenerlo, porque si no ya sé lo que me espera… Bueno no, no lo sé pero prefiero no saberlo. Habiendo desayunado un chusco de pan sobrante de la cena de anoche de mis amos me dirijo a pie al areópago que no está muy lejos. Saludo a mi compañero Manire, otro esclavo como yo eh iniciamos nuestra tarea que es la de vigilar la ciudad hasta que se haga de noche. Parece que no ha empezado muy bien el día ya que un esclavo se ha rebelado contra su amo. Nosotros ya sabemos qué hacer: Uno habla con el amo para decirle que recibirá un castigo severo y otro habla con el esclavo para hacerle entrar en razón con frases como “¿Es que no te das cuenta que si no cedes estarás peor que ahora?” En el mejor de los casos el esclavo entra en razón, se arrodilla ante su amo y besándole la mano le implora perdón y le promete sumisión hasta que el amo lo acepta a cambio de unos cuantos más que justos, latigazos. En el peor de los casos, el rebelde acaba siendo asesinado con el apoyo de la justicia y relevado por otro nuevo. Esta vez ha ocurrido lo primero. Al mediodía llega el pequeño descanso para comer y eso sí que es comer, a veces son pan y pasteles, otras fruta y legumbres, otras carnes, otros pescados, otros huevos y queso y otras veces todo lo demás anteriormente dicho acompañado siempre de un botijo de vino tinto. ¿Cómo puede ser que un esclavo viva tal privilegio? Pues porque gracias a Calíope existen humanos libres más abiertos de mente que se ofrecen a hacernos tal recompensa para agradecernos el tener la ciudad tan segura. Siempre nos sobra, así que la comida restante la guardamos para la cena acompañada de la ración de fruta pasada que nos dan. Después del descanso seguimos con lo nuestro, ayudamos a la gente libre a llevar mercancía, interrumpimos peleas absurdas de hombres borrachos que casi siempre empiezan con un “Mi mujer es más digna de ser esculturizada que la tuya” y otros tantos conflictos que ocurren en las polis comúnmente. Al finalizar el día Manire y yo cenamos, recordamos momentos anecdóticos, nos despedimos y nos vamos a nuestro lugar correspondiente a dormir con el utópico deseo de que algún día alguien luche contra la esclavitud, no por nosotros, ya que gracias a Temis no estamos tan mal, pero sí por aquellos esclavos que tienen que decidir entre sumisión y muerte…

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