La realidad de los laicos

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Acercamiento a la realidad del laicado Leticia Estrada Silva

Suelo

comenzar el curso de Teología del ser y misión del laico con una sensibilización

respecto a la realidad que vivimos los laicos. El acercamiento a dicha realidad permite poner sobre la mesa, desde el inicio del curso, los retos, desafíos y temas pendientes. La eclesiología se prolonga en la teología del laicado, al detenerse en uno de los miembros de la Iglesia y analizar las implicaciones de su pertenencia a la Iglesia y al mundo. Pues, como afirma el Documento de Puebla, en el n. 786 los laicos y laicas “son hombres de la Iglesia en el corazón del mundo, y hombres del mundo en el corazón de la Iglesia”. Se trata de una teología relativamente joven, nacida unos cuantos años antes del Concilio, cuenta con aportes del Magisterio que le dan solidez, pero también constituye un tema sobre el cual hay mucho que aportar y más aun, por realizar en la práctica.

Desde hace algunas décadas se escucha resonar la expresión, la hora de los laicos, ¿Cuando comenzó esta hora, ya estamos en ella, realmente llegó?

La realidad desafía a la Iglesia frente a los cambios culturales que emergen de un mundo secularizado,

globalizado,

moderno,

postmoderno

y

digital.

Muestra

múltiples

manifestaciones y necesidades religiosas, identificadas con un rechazo, desconfianza y

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desencanto frente a las instituciones religiosas, incluida la Iglesia Católica. No es un rechazo a Dios ni a lo religioso, como pensaban hace algún tiempo las teorías de la secularización, es un despertar religioso con múltiples facetas y una profunda necesidad de paz, de adherirse a algo que de sentido, más allá de lo material y de calidez; por eso abundan cada vez más expresiones de religiosidad a la carta, rápidas, sin compromisos profundos, y ciertas actividades seculares se transforman en ritos religiosos.

En este contexto nos encontramos con un laicado muy diverso. Por una parte están los laicos comprometidos conscientes de su vocación, que constituyen una realmente minoría; por otra, abrimos la gama a laicos sin identidad y con participación difusa en la vida de la Iglesia. El Documento Evangelización de las Culturas en la Ciudad de México, conocido como ECUCIM, cita, en los números 1340-1341 una posible tipología de bautizados: Los no practicantes ni creyentes, ciudadanos

de

un

mundo

secularizado, indiferentes ante lo religioso. •

Los que sí son creyentes

pero

no

practican,

su

fe

es

individual y estiman que la relación con Dios es un hecho interior y privado. •

Los practicantes pero no

iniciados en la fe, cuya falta de formación les impide integrar en sus vidas el mensaje del Evangelio.

La existencia de este tipo de bautizados laicos obedece a una complejidad de factores de tipo histórico, social, sumado también a una falta de seguimiento y acompañamiento pastoral de los católicos que en el mayoría reciben el bautismo siendo niños.

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La publicación, Panorama de las Religiones en México, realizada por el INEGI, revela que de acuerdo al censo del 2010, el 83 % de los mexicanos se considera católico. Aunque la cifra ha disminuido respecto a la década anterior, llama la atención que el catolicismo sigue siendo mayoritario en nuestro país. La experiencia señala una realidad apabullante: la mayoría de estos laicos que se declaran católicos no son conscientes de su vocación, son muchos los que ignoran la llamada personal de Dios, expresada en el Bautismo y la Confirmación. Los problemas sociales que afrontamos, como la corrupción, violencia, narcotráfico, injusticia, secuestros, violaciones a los derechos humanos, abortos…, dan prueba de una tremenda escisión fe-vida en un país que se dice ser mayoritariamente católico.

Frente a estos desafíos habría que preguntarnos ¿A dónde nos llevará el “catolicismo”, así como lo vive la mayoría, tal vez ocasional, de fiestas y compromisos sociales, pero no nacido de la conciencia de ser cristiano y miembro de la Iglesia? ¿Qué papel específico hemos de jugar los laicos comprometidos en este contexto, y frente a esta realidad, específicamente en una sociedad marcada por la corrupción, la violencia y la tristeza actual por los miles de desaparecidos?

A esta realidad, contraponemos los fundamentos del ser y actuar del laico, que han sido puestos por el Magisterio de la Iglesia y que de alguna manera delinean lo que debiera ser el laico por su plena pertenencia a la Iglesia, su potencial y misión, especialmente como fermento en las realidades temporales. Todo este aporte Magisterial no es nuevo.

Desde hace algunas décadas el tema del laicado comenzó a resonar con fuerza en el Magisterio de la Iglesia.

A continuación enlistaré los documentos que abordan el tema.

En primer lugar, el Concilio Vaticano II, en la constitución Lumen gentium, colocó la bases para una renovación eclesiológica profunda, donde el laicado encuentra su identidad y protagonismo como miembro corresponsable de una Iglesia pueblo de Dios y comunión. Dicha constitución dedica el capítulo cuarto al tema del laicado, donde describe esta vocación, el número 31 , es particularmente rico y denso, nos dice: 3


Por el nombre de laicos se entiende aquí todos los fieles cristianos, a excepción de los miembros que han recibido un orden sagrado y los que están en estado religioso reconocido por la Iglesia, es decir, los fieles cristianos que, por estar incorporados a Cristo mediante el bautismo, constituidos en Pueblo de Dios y hechos partícipes a su manera de la función sacerdotal, profética y real de Jesucristo, ejercen, por su parte, la misión de todo el pueblo cristiano en la Iglesia y en el mundo… El carácter secular es propio y peculiar de los laicos (…).A los laicos corresponde, por propia vocación, tratar de obtener el reino de Dios gestionando los asuntos temporales y ordenándolos según Dios. Viven en el siglo, es decir, en todos y cada uno de los deberes y ocupaciones del mundo, y en las condiciones ordinarias de la vida familiar y social, con las que su existencia está como entretejida. Allí están llamados por Dios, para que, desempeñando su propia profesión guiados por el espíritu evangélico, contribuyan a la santificación del mundo como desde dentro, a modo de fermento. Y así hagan manifiesto a Cristo ante los demás, primordialmente mediante el testimonio de su vida, por la irradiación de la fe, la esperanza y la caridad. Por tanto, de manera singular, a ellos corresponde iluminar y ordenar las realidades temporales a las que están estrechamente vinculados, de tal modo que sin cesar se realicen y progresen conforme a Cristo y sean para la gloria del Creador y del Redentor (fin de la cita).

Aquí se encuentra de manera programática, las líneas fundamentales de la teología del laicado. A las reflexiones de la Lumen gentium se suman los aportes de la constitución Gaudium et spes,

con su visión de apertura, diálogo y cercanía a los gozos y esperanzas de los hombres y mujeres de hoy; por su parte, el decreto apostólicam actuositatem, delinea el fundamento y alcances del apostolado de los laicos.

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El año 1987 es otro parteaguas en reflexión de los laicos, que da como fruto, en el año 1988, la exhortación Christifideles laici, de Juan Pablo II, cuyo magisterio y cercanía al tema del laicado es vasto y siempre un punto de referencia.

Se suman las reflexiones de las Conferencias del episcopado latinoamericano, especialmente Puebla, Santo Domingo y Aparecida con la preocupación por la evangelización del continente y donde los laicos juegan un papel singular. A lo anterior podemos agregar las enseñanzas del papa Benedicto XVI y las alusiones agudas del papa Francisco. De todo ello hablaremos a lo largo del curso. Enlisto todos estos documentos solo para afirmar que poseemos un amplio marco de referencia en torno al tema.

Pero qué ha pasado con toda estas enseñanzas, han transcurrido ya 50 años del Concilio Vaticano II y más de 25 de la Christifideles laici; habremos de preguntarnos ¿qué se ha logrado? ¿Qué tanto hemos avanzado? ¿Realmente se conocen y llevan a la práctica estas enseñanzas? Es indudable que el panorama es alentador, hay avances y grandes signos de esperanza que se palpan en miles de laicos comprometidos, que como abejas silenciosas desgastan su vida dando su tiempo y talento a la construcción del reino; pero también hemos de admitir con honestidad que Vaticano II es un proyecto sin comprender del todo y sin realizar en gran medida, no solo por parte de los laicos, sino de los demás miembros de la Iglesia, me refiero a los presbíteros, diáconos, religiosos y religiosas.

Ser laico es vocación, misión particular y camino de santidad. El papa Juan Pablo II, en la Christifideles laici no. 58, afirma que “la formación los fieles laicos tiene como objetivo

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fundamental el descubrimiento cada vez más claro de la propia vocación y la disponibilidad siempre mayor para vivirla en el cumplimiento de la propia misión”.

La misión de la Iglesia no puede realizarse sin los laicos por dos razones: Una de carácter eclesial y otra pastoral. Los laicos somos parte de la Iglesia y ésta no puede hacer su servicio plenamente sin la madurez y contribución de uno de sus miembros. En este sentido, ya el decreto Ad gentes nos decía, en el n. 21:

La Iglesia no está verdaderamente fundada, ni vive plenamente, ni es signo perfecto de Cristo entre las gentes, mientras no exista y trabaje con la jerarquía un laicado propiamente dicho. Porque el Evangelio no puede penetrar profundamente en la mentalidad, en la vida y en el trabajo de un pueblo sin la presencia activa de los laicos. Por tanto, desde la fundación de la Iglesia hay que atender, sobre todo, a la constitución de un laicado cristiano maduro (fin de la cita).

Los desafíos que presenta el mundo actual y en particular los de nuestro país, requieren de un laicado maduro, que no llegará a ser realidad sin un verdadero cambio de mentalidad por parte de los pastores, religiosos, religiosas y de los mismos laicos y laicas.

En el caso de los pastores es necesario superar la visión de considerar a los laicos como mero objeto de dedicación pastoral, destinatarios pasivos o colaboradores abnegados. Los laicos, como hemos afirmado, estamos llamados a un papel activo.

En el tema del laicado es necesario superar las dificultades internas de relación clérigos laicos; los laicos no han de ser vistos como competidores del clero; unos y otros han reconocer las funciones, competencias y tareas según cada vocación y misión, trabajar de modo armónico, en comunión y colaboración; además es necesario valorar a los laicos por sí mismos, desde lo que pueden aportar a la Iglesia y no solo por la escasez de sacerdotes. Alcanzar la corresponsabilidad requiere facilitar el camino a los laicos, empeñando recursos en su formación.

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El mayor reto está en que los laicos lleguen a descubrirse como Iglesia, partícipes y responsables de su misión en la común condición bautismal y en la variedad de ministerios.

Como hemos dicho he los desafíos son muchos, el tema es amplio y la formación de los laicos constituye una verdadera responsabilidad para quienes acuden a los estudios superiores, pues seminaristas, religiosos y religiosas, presbíteros y laicos comprometidos tenemos en nuestras manos la posibilidad de impulsar dicha formación, ser potenciadores de un protagonismo sano y adecuado de la vocación laical, dentro de la Iglesia comunión, para que ellos, los laicos y laicas crezcan y la Iglesia toda se vea fortalecida y nuestra sociedad también.

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