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*SE NEGESITA AYUDA..
Por GEOBGE BUSH
La carretera empeoró, sacudiéndolo. Hacia delante, Siteve pudo ver una luz brillante en rel horizonte. Al menos no era el útnico tonto que manejaba por esta carretera tan mala. Sólo que, al hacerse la luz más intensa, ya no piarecía ser la de un coche.
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Era como si la luz estu¡viera encima de la carretera y nc: en ella. Demasiado alta para ser fla de un trailer. ZSería un avión volando demasiado bajo? Su corazó,n empezó a palpitar rápidamente. Las pal'mas de sus manos qe huntedecieron, impidiéndole sostener bien el volante.
Estaba casi directamente sobre é1. Brillante, enceguecedora . i La cosa aquélla estaba tratando rle pegarle! Se paró en los frenos. El coche patinó y se deslizó de lado, deteniéndose finalmente a lar mitad del acotamiento.
Más que un cuento, este breve relato es una fábula de ciencia ficción no exenta de humor y de reflexión moral. Además plantea la posibilidad -no tan absurda si pensamos en lo descabellado que casi siempre es el fenómeno OVNI- de que los humanoides extraterrestres busquen a sus conejittos de lndias insertando anuncios en los periódicos, aunque en este caso no es exactamente un "conejillo" lo que ellos necesitan.
Sacudido y mareado Stevt-. levantó la cabeza lentamente y vio un gran rayo de luz que inunolaba toda el área alrededor del cor:he. Entonces sintió un gran deseo, r:na compulsión por pararse debajo de aquel resplandor. Apenas sinrtió eso cuando ya lo estaba hacienclo. Envuelto por la luz Steve mi ró hacia arriba. En alguna parte, sobre é1, estaba la nave espacial. Srrficientemente grande como para impedir cualquier cálculo sobre lia distancia que lo separaba de ella.
L u, tr"=, del coche cortaban la noche como una navaja, buscando el eterno cordón de la carretera. Steve estaba cansado. Le ardían los ojos y sentía su cuerpo adolorido. Sus movimientos y reacciones se habían vuelto automáticos, mientras el coche lo acercaba más a su destino. Sin embargo, al doblar en una curva Steve pensó que todo eso valía la pena, Aleanzó con la mano el recorte que estaba encima del montón de periódicos sobre el asiento de junto. Con la iuz del tablero sólo pudo leer las letras grandes: SE NECESITA AYUDA. Leerlo otra vez no serviría de nada. Seguía siendo tan vago corrlo la primera vez. Aunque ajusffia a él de una manera ex-
Steve se concentró en el área a la que se aproximaba. Sólo había oscuridad en todas direcciones. Puso las luces altas. Le revelaron una carretera mucho más pequeña de lo que esperaba.
Era alguna clase de ruta corta o desviación.
Sus pensamientos regresaron a su nuevo empleo. Todavía no era de é1, pero con la racha de mala suerte que traía detrás, se lo mérecía. Tenía que merecérselo.
Sintió como si se derritiese or desvaneciese, perdiendo luego toda sensación física para convertirse en puro pensamiento.
Después ya no estaba en la carretera sino parado dentro de la nave, consciente de su magnificencia: las paredes estaban llenas de estantes con equipo y había enormes bancos frente a las consolas de controles esparcidas a su alrededor. Y esperando ante él se encontraba una figura. Humanoide. De pelo plateado, cara como de santo, sin arrugas, aunque de alguna manera revelaba bastante edad.
-Bienvenido, mi amigo --dijo el anciano. Mientras su esencia es una con mi nave, soy capaz de comunicarme con usted en su lengua. Sé que ha venido en respuesta a nuestro anuncio. No esté asustado, Yo soy el Anciano. Busco ayuda. traña.
Ya no había mucha demanda para mandar un hombre a la Luna. O a cualquier otro lugar. Los racionamientos habían terminado con todo eso. Gente con su entrenarniento ya no tenía cabida. Pero esta vez debía hacerlo.
Steve se quedó helado al oírlo hablar, inoapaz de responder. Detrás de la figura tres criaturas de baja estat'ura entraron a la sala. Definitivarnente no eran humanoides.
-No s¡e alarme - cont¡nuó el Anciano--, estos son sólo mis sirvientes. Venga. déjeme mostrarle algun¡s nnaravillas.
Guió a Steve hacia una de las paredes con estantes llénos de recipientes de formas raras como de vidrio, que en su interior tenían lo que parecfa ser diminutas chispas.
-En estos crisoles está la esencia electrónica de algunas de las más grandiosas mentes de mi raza tJna crisis de energéticos -coment:ó steve.
-cxplicó el Anciano-. Es casi el mismc¡ proceso por el cual pasó usted para entrar aqui. Mi planeta está sufriendo enormemente de una falta de energía.

- iExactamente! dijo el Anciano 1¡ fgnató hacia el inierior de la gran¡ ñave. Toda esta tecnologfa, los tbillones de años luz que he viaja{o. . Todo con el único propósitér de encontrar una nueva fuente de energfa. Todos los íntelectos $rl)remos contenidos dentro de los crisoles sólo están esperando ser dn,samblados cuando séa posible.
-¿Pero qué quieren de mí?
-preguntó steve.
Antes de recibir una respuesta Slteve empezó a elevarse del piso. 'Ifodo obieto que no estaba sujeto al pirc de alguna manera empezó ;a flotar y a moverse a la deriva, amontonando la habitación. A través de las cosas flotantes, Steve vio al Anciano nadando hacia sus sirvientes.'.-iEl switch! -gritaba-. iApaguen el $,lr¡tch!
Por un momento hubo silencio. Luego sobrevino un desplome trernendo. Y de repente Steve e descubrió tirado en el suelo. Todo estaba hecho un disparate. La voz del Anciano hizo eco a través del cuarto.
-tCuántas veces les he dicho gue no jueguen con los controles antigravedad? -gritó de nuevo el Anciano iUstedes tres jamás aprenderán!
Del sitio donde estaba tirado, el viejo se volteó en dirección a Steve. Sus ojos se posaron en la enor- me cant¡dad de vidrios rotos que destacaban entre todo el desorden.
- iLos crisoles! -exclamó. El Anciano movíó la vista del vidrio al techo. Steve síguió su mirada. Millones de chispas diminutas bailaban en la parte superior del cuarto.
-iTodo se ha perdido! -gimió el An-ciano.
-No lo está --dijo Steveseñalando hacia los estantes-. Todavía quedan muchos.
. Z Está el nombre Centacar Durilius entre ellos? -preguntó el Anciano.
Steve buscó entre las filas restantes de recipientes.
--Lo siento, su nombre no está aquf -contestó Steve finalmente.
-Da lo mismo --murmuró el Anciano bajo su aliento-, además siernpre estaba creando problemas.
Steve despejó su garganta.
-ZEstábamos hablando de por qué me necesitan? -le recordó al Anciano.
-Por sus conocimientos, por supuesto-. le explicó el viejo humanoide mientras se paraba y se dirigía hacia él* , y por lo que puede aportar de su mundo. Es fermium 1o que necesitamos desesperadamente.
'' iFermium! ZUn elemento de transuranió? -exclamó Steve asombrado-. Dudo que jamás se haya producido más de un dedal lleno en la Tierra.
La cara del Anciano se puso roja, y dándose vuelta caminó ruidosamente por toda la nave, golpeando las pequeñas chispas que segulan infestando el aire como mosquitos. Steve lo siguió. Se detuvieron frente a la proyección de un gran mapa estelar.
--¿No es este el cuarto planeta de la galaxia de Andrómeda? ^ pre'gunto el Anciano señalando un pequeño punto en la gráfica.
-No --contestó Steve--. No lo es.
Mientras los hombros del Anciano se encorvaban, Steve pensó en el montón de periódicos que se encontraban en el as¡ento de su coche y en el único anuncio que habfa recortado de ellos.
.-¿Ha considerado alguna vez la posibilidad de sustituir a esos tres sirvientes?, --preguntó entonces