La ira injusta te esclaviza...
La ira injusta te esclaviza... El mal uso de la ira, alimentándola, o solo tratando de «controlarla» puede conducirte a conflictos, amarguras y problemas físicos, emocionales y mentales. Esto no solo puede hacerte daño, sino que también puede destruir las relaciones con los amigos y seres queridos.
La gracia de Dios y el perdón te liberan...
La gracia de Dios y el perdón te liberan... Los autores Neil Anderson y Rich Miller te muestran cómo Dios te puede liberar del autoengaño y la autosuficiencia, a fin de que puedas ser quien eres en Cristo. Explican la diferencia entre la ira justa y la injusta, y cómo la vida en la gracia y el perdón hacia los demás te permitirá deshacerse de las cadenas de la ira.
El poder de Cristo te llena...
El poder de Cristo te llena... Controla tu ira te ayudará a echar abajo las fortalezas de ira que haya en tu vida, de modo que puedas comenzar a descansar en la presencia de Jesús y a caminar en el poder del Espíritu Santo. Tú puedes experimentar liberación y satisfacción y llegar a disfrutar las riquezas de la misericordia y la gracia de Dios de maneras grandiosas como nunca antes has experimentado.
Neil T. Anderson es el fundador del Ministerio Libertad en Cristo y un muy solicitado conferenciante sobre la vida centrada en Cristo. Es el autor de los éxitos de librería Rompiendo las cadenas, Victoria sobre la oscuridad y Diariamente en Cristo, así como coautor de muchos libros, incluyendo Pureza bajo presión y Libre del miedo. Rich Miller es autor y conferenciante del Ministerio Libertad en Cristo y un hombre cuyo corazón late por la restauración y la renovación de la iglesia. Es el coautor de Libre del miedo, El plan de batalla para la guerra espiritual y Cómo guiar a los adolescentes hacia la libertad en Cristo. www.editorialunilit.com
Producto 495626 Vida práctica / Autoayuda www.clubunilit.com
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Publicado por Editorial Unilit Miami, FL 33172 Derechos reservados © 2011 Editorial Unilit (Spanish translation) Primera edición 2011 © 2002 por Neil T. Anderson y Rich Miller Originalmente publicado en inglés con el título: Getting Anger Under Control, por Neil T. Anderson y Rich Miller. Publicado por Harvest House Publishers Eugene, Oregon 97402 www.harvesthousepublishers.com Traducción: Dr. Andrés Carrodeguas Edición: Rojas & Rojas, Editores, Inc. Diseño de la portada: Ximena Urra Fotografía de la portada: © 2011 Roman Sigaev. Usada con permiso de Shutterstock.com. Reservados todos los derechos. Ninguna porción ni parte de esta obra se puede reproducir, ni guardar en un sistema de almacenamiento de información, ni transmitir en ninguna forma por ningún medio (electrónico, mecánico, de fotocopias, grabación, etc.) sin el permiso previo de los editores, excepto en el caso de breves citas contenidas en artículos importantes o reseñas. El texto bíblico ha sido tomado de la versión Reina Valera © 1960 Sociedades Bíblicas en América Latina; © renovado 1988 Sociedades Bíblicas Unidas. Utilizado con permiso. Reina-Valera 1960® es una marca registrada de la American Bible Society, y puede ser usada solamente bajo licencia. Las citas bíblicas señaladas con NVI se tomaron de la Santa Biblia, Nueva Versión Internacional. © 1999 por la Sociedad Bíblica Internacional. Las citas bíblicas señaladas con LBD se tomaron de la Santa Biblia, La Biblia al Día. © 1979 por la Sociedad Bíblica Internacional. El texto bíblico indicado con «NTV» ha sido tomado de la Santa Biblia, Nueva Traducción Viviente, © Tyndale House Foundation 2008, 2009, 2010. Usado con permiso de Tyndale House Publishers, Inc., 351 Executive Dr., Carol Stream, IL 60188, Estados Unidos de América. Todos los derechos reservados. Usadas con permiso. Producto 495626 ISBN 0-7899-1704-1 ISBN 978-0-7899-1704-1 Impreso en Colombia Printed in Colombia Categoría: Vida cristiana /Vida práctica /Autoayuda Category: Christian Living /Practical Life /Self Help
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Dedicatoria El ataque terrorista del 11 de septiembre de 2001 al Centro Mundial del Comercio y al Pentágono se produjo mientras estábamos realizando la corrección de estilo final de este libro. Sentimos profundamente, como muchos en el mundo entero, la sacudida que produjo esta terrible tragedia. Los habitantes de los Estados Unidos reaccionaron sin dar crédito a sus ojos, y se preguntaron cómo era posible que nos pasara esto a nosotros, que somos una nación que ama la paz. Sin embargo, lo que llevaba la intención de desalentarnos y destruirnos tomó un giro diferente. Sacó a la superficie un heroico espíritu de fraternidad, y reveló que la iglesia sigue siendo el alma de la nación. Esos deplorables actos de violencia causaron una justa indignación que llevó a nuestro país a unirse contra un terrorismo impío. Este acto de guerra evidencia que en este planeta se libra una batalla continua entre el bien y el mal. La batalla no es entre cristianos y musulmanes, ni tampoco es entre los Estados Unidos y el mundo árabe. No obstante, aunque sea triste decirlo, en parte nuestra ira ante estos acontecimientos no es justa, y ha sacado a flote lo peor de nuestra intolerancia y de nuestros odios. En el momento de escribir estas líneas, no sabemos qué acción va a llevar a cabo nuestro país para buscar justicia, pero oramos que busquemos justicia, y no venganza. También oramos que nuestra respuesta no brote del orgullo, sino de la humildad. Es momento de humillarnos, apartarnos de nuestros caminos centrados en nosotros mismos y orar. Podríamos hallarnos al borde de un conflicto mundial, o podríamos estar presenciando el comienzo de un avivamiento también mundial. Tal vez ambas cosas. Pero si se acerca un avivamiento, «¡Señor, que comience por nosotros!».
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Dedicamos este libro a los policías y bomberos que dieron su vida para que otras personas pudieran vivir. Está dedicado a las inocentes víctimas que iban en aviones comerciales usados como armas de guerra. Está dedicado al recuerdo de las madres y los padres, los hermanos y las hermanas que perdieron su vida aquella trágica mañana en Nueva York, Pensilvania y Washington, D. C. Por último, está dedicado a todos los que sirven en las fuerzas armadas, y se enfrentan a la posibilidad de morir por su país y por la causa de la justicia y la libertad. La libertad siempre ha costado un precio; costó la vida de Jesús para que nosotros tuviéramos vida y libertad en Él. En esto hemos conocido el amor, en que él puso su vida por nosotros; también nosotros debemos poner nuestras vidas por los hermanos. 1 Juan 3:16 Neil y Rich Septiembre de 2001
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Contenido Una epidemia de ira . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 11 Primera parte: Cómo actúa en ti la ira 1. Ira: una cuestión de vida o muerte . . . . . . . . . . . . . . . 29 2. Metas y anhelos. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 43 3. Airaos, mas no pequéis. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 61 4. Fortalezas mentales. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 79 5. Esquemas carnales de la ira. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 99 Segunda parte: Cómo actúan en ti la gracia y el perdón 6. Maravillosa gracia. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 121 7. Gracia para vivir. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 137 8. La necesidad de perdonar . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 157 9. Perdonemos de corazón. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 181 Tercera parte: Cómo actúa en ti el poder de Dios 10. Destruyamos las fortalezas de ira: Primera parte . . . . 205 11. Destruyamos las fortalezas de ira: Segunda parte. . . . 221 Notas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 243
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Una nota de los autores Al relatar las historias y los testimonios reales que hay a lo largo de todo el libro, hemos cambiado los nombres para proteger la identidad y la privacidad de las personas. Para facilitar la lectura, por lo general no nos hemos distinguido el uno del otro en cuanto a autoría o experiencias, y preferimos usar el «yo» y el «nosotros», en vez de «yo (Rich)» y «yo (Neil)». Las excepciones son las ilustraciones que se refieren a nuestras familias.
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Una epidemia de ira S El mundo tiene un problema serio y creciente en cuanto a la ira, y los Estados Unidos no son la excepción. Una encuesta reciente realizada por el U. S. News revela que «una amplia mayoría de los estadounidenses sienten que su país ha ido más allá de todo límite anterior en cuanto a malos modales. Nueve de cada diez estadounidenses piensan que la grosería se ha convertido en un serio problema, y cerca de la mitad considera que es algo en extremo grave. El setenta y ocho por ciento dice que este problema ha empeorado en los diez últimos años»1. En los centros de trabajo de los Estados Unidos, más de dos millones de personas al año son víctimas de la delincuencia, y el setenta y cinco por ciento de estos casos son simples asaltos. Los trabajadores de entre treinta y cinco y cuarenta y nueve años de edad son los blancos más comunes, y cada año el treinta y siete por ciento de ellos son víctimas de la violencia en el trabajo. Desde 1994 hasta 1996, los negocios clasificaban la violencia en los centros de trabajo como la primera de sus preocupaciones2.
¿Por qué somos tan iracundos? ¿Por qué nuestras oficinas y negocios se han convertido en sementeras de ira? Leslie Charles, en su libro Why Is Everyone So Cranky? [«¿Por qué todo el mundo es tan irritable?»], escribe: «La gente dice que trabajar ya no es tan divertido como solía ser. No tienen tiempo. Siempre están atrasados. Siempre los ponen en alguna situación difícil. Se les indica que se muevan en una cierta dirección, y después se les dice que den media vuelta y se muevan en otra»3. 11
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Un artículo reciente de un periódico describía este cuadro acerca de un trabajador de oficina: Uno está atascado en medio del tránsito, lo cual hace que llegue tarde al trabajo por tercera vez en una semana. Al entrar por la puerta, pasa junto a un compañero de trabajo al que no soporta, el cual le dirige una sonrisa hipócrita, junto con el comentario de «Llegaste tarde». Sigue caminando, pero la ira que está comenzando a hervir debajo de la superficie comienza a subir. Cuando llega a su escritorio, se encuentra un montón de trabajo que le espera, y su jefe quiere que lo haga lo antes posible. Piensa en tomarse una taza de café, y entonces nota que alguien se llevó hasta la última gota, y no se tomó la molestia de volver a llenar la cafetera. Ya se siente como si le fuera a estallar la cabeza. Se siente bien irritado, y ni siquiera son las nueve de la mañana todavía4.
Una encuesta Gallup reciente indica que cuarenta y nueve por ciento de los encuestados se enojan en el trabajo, y uno de cada seis se enoja tanto que siente ganas de golpear a alguien5. Por otro lado, una encuesta que realizó Access Atlanta por la Internet reveló que el sesenta y siete por ciento de los que respondieron se habían enojado tanto en el trabajo, que habían pensado en abofetear a un compañero. Escapar de un ambiente hostil así retirándonos a la paz y la seguridad de nuestro hogar no parece ser la respuesta. Los expertos en el campo de la violencia doméstica creen que el número de casos de violencia en el hogar asciende a unos cuatro millones al año. El treinta por ciento de las mujeres de los Estados Unidos informan que su esposo o amigo, en un momento u otro, ha abusado físicamente de ellas6. De hecho, de los cuatrocientos cincuenta mil millones de dólares que cuesta el delito cada año, cerca de la tercera parte tiene que ver con violencia doméstica y maltrato de menores. Por ejemplo, en 1995, los servicios de protección a menores confirmaron cerca de un
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millón de casos de maltratos a niños7. Y aquí no se incluyen los millones de incidentes de explosiones de ira, palabras llenas de odio y miradas furiosas, como tampoco los incontables casos de descuidos y maltratos que no se reportan. Si se puede medir el carácter de una nación por la forma en que trata a los jóvenes, los enfermos y los ancianos, los Estados Unidos no saldrían bien parados. Los casos reportados de maltratos a ancianos aumentaron en un ciento seis por ciento desde 1986 hasta 1994, según el Centro Nacional contra el Abuso de Ancianos. El total de incidentes va desde un millón hasta dos millones anuales, aunque tal vez solo se reporte uno de cada catorce casos8. Tanto si se manifiestan en una violencia y en unos malos tratos abiertos, como si lo hacen por medio de una hostilidad y un abandono encubierto, está claro que la ira, la impaciencia, la frustración, la falta de respeto y los malos modales se han convertido en parte de la personalidad estadounidense. Tanto si se trata de ira al conducir el auto, como si es ira en un avión, ira en la tienda de víveres o ira en los eventos deportivos, la ira se ha vuelto de repente «nuestra ira». Y somos demasiados los que sentimos que nuestra ira es justificada. En un artículo reciente de USA Today, una maestra de escuela primaria es probable que hablara por muchas personas cuando dijo: Si has tenido que estar metido en unas autopistas que han estado congestionadas año tras año, su ira pudiera parecer racional. Ahora somos, ¿cuántos, doscientos sesenta millones? Nuestros caminos no fueron construidos para recibir un número tan grande de personas. Los estacionamientos de los supermercados están repletos. Es difícil entrar a un banco. El aeropuerto le indica a uno que llegue hora y media antes de la salida de su vuelo. Los estacionamientos son carísimos. La aglomeración de personas se ha convertido en parte de la sociedad en general, y eso contribuye a crear la sensación de que «todo da lo mismo»9.
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¿De veras? ¿Tenemos el derecho de sentirnos enojados?
¿Tenemos buenas razones para sentirnos enojados? Casi a diario aparece en los periódicos alguna nueva manifestación de ira. En la Florida, un entrenador de pelota de una escuela secundaria le rompe de un golpe la quijada a un árbitro en una disputa acerca de una jugada. Dos compradores se golpean por quién merece el primer lugar en la fila de una caja que acaba de abrir. En California, un conductor enojado saca de un tirón un perro del vehículo que chocó con su auto y lanza al animal hacia el tránsito que viene en dirección contraria. El perro muere, y el hombre es sentenciado a tres años de cárcel. En Reading, Massachusetts, un padre enfadado golpea al entrenador de hockey de unos jóvenes hasta dejarlo inconsciente. El entrenador, Michael Costin, muere dos días después. El padre se declara «inocente» en el juicio ante la acusación de homicidio sin premeditación. Un jovencito de quince años se cansa de que sus compañeros de clase lo humillen, y les dispara en su escuela secundaria de un barrio residencial en San Diego. Mueren dos y quedan trece heridos. ¿Es justificado que convirtamos nuestra sociedad en una repetición instantánea del Show de Jerry Springer? (Lo curioso es que un día después de haber escrito nosotros lo anterior, se ordenó el arresto de Ralf Panitz por haber asesinado a su exesposa. Ambos se habían estado insultando en el Show de Jerry Springer a principios de esa misma semana)10. Tal vez mostremos nuestro desacuerdo con la cabeza mientras los muros del decoro se vienen abajo con estrépito y los estallidos públicos de ira se convierten en algo normal, pero lo cierto es que la ira no tiene nada de nueva. Tampoco lo tiene la sensación de sentir que nuestra ira está justificada. Hace cerca de dos mil ochocientos años, Jonás, el profeta renuente, se sentó en el puesto de espectador que se había hecho él mismo a las afueras de la ciudad de Nínive, con la esperanza
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de ver el castigo que enviaría Dios. Aunque solo fuera eso, Jonás estaba preparado para tener su buena sesión de autocompasión, y los únicos huéspedes invitados eran «yo, mí y conmigo». El profeta estaba enojado porque la gente de Nínive se había arrepentido al escuchar su predicación, y sabía que Dios (¡a diferencia de él mismo!) es «clemente y piadoso, tardo en enojarse, y de grande misericordia, y que se arrepiente del mal» (Jonás 4:2). Él quería que la ciudad quedara destruida, pero al parecer, Dios se inclinaba más a perdonar a sus habitantes si se arrepentían. Así que Jonás se enojó. Entonces el Señor le hizo una pregunta; la misma que nosotros nos tenemos que hacer: «¿Haces tú bien en enojarte tanto?» (Jonás 4:4). Jonás trató de ignorar la cuestión que Dios le estaba señalando, y Dios decidió darle al profeta una lección objetiva. He aquí el resto de la historia: Y preparó Jehová Dios una calabacera, la cual creció sobre Jonás para que hiciese sombra sobre su cabeza, y le librase de su malestar; y Jonás se alegró grandemente por la calabacera. Pero al venir el alba del día siguiente, Dios preparó un gusano, el cual hirió la calabacera, y se secó. Y aconteció que al salir el sol, preparó Dios un recio viento solano, y el sol hirió a Jonás en la cabeza, y se desmayaba, y deseaba la muerte, diciendo: Mejor sería para mí la muerte que la vida. Entonces dijo Dios a Jonás: ¿Tanto te enojas por la calabacera? Y él respondió: Mucho me enojo, hasta la muerte. Y dijo Jehová: Tuviste tú lástima de la calabacera, en la cual no trabajaste, ni tú la hiciste crecer; que en espacio de una noche nació, y en espacio de otra noche pereció. ¿Y no tendré yo piedad de Nínive, aquella gran ciudad donde hay más de ciento veinte mil personas que no saben discernir entre su mano derecha y su mano izquierda, y muchos animales? (Jonás 4:6-11)
Como sucede hoy con la mayor parte de la gente, el estado de humor de Jonás se basaba en las circunstancias. Cuando
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Dios «preparó» la calabacera para que le diera sombra, Jonás se alegró. Cuando Dios «preparó» al gusano y al recio viento solano, se sintió enojado y afligido. Cuando las cosas iban como Jonás quería, su ira estaba bajo control. Pero no hizo falta mucho para que estallara de nuevo. Jonás tenía motivos para estar enojado con los ninivitas, pues lo que hacían los convertía en merecedores del castigo divino. Sin embargo, no estaba dispuesto a manifestarles bondad y misericordia, ni siquiera después de que se arrepintieron. Le molestó que Dios hubiera decidido perdonarlos. Por último, estaba furioso contra Dios porque le había quitado su sombrilla de playa y había subido la temperatura del termostato. Jonás era un hombre iracundo, y estaba convencido de que tenía derecho a serlo, aunque aquello lo matara.
Raíces de la ira Dios reveló que a Jonás le importaban más su comodidad y el bienestar de una planta que las almas de un pueblo. Al igual que Jonás, hoy en día muchos creyentes están atascados en su ira y, como consecuencia, llevan una vida de aflicción. Una madre nos escribía diciendo: Ahora que están en esto, pudieran pensar en escribir un libro para adolescentes amargados. A través de los años, la amargura de mi hija de dieciséis años la ha ido alejando de Cristo para lanzarla hacia la cultura pop. Su irónica situación existe, según me parece, en muchos hogares donde han predominado los valores de la escuela, la iglesia y la familia. En su caso, la situación le presentaba un dilema. Si escogía a Cristo, nunca «encajaría» entre sus compañeros. Si escogía la cultura pop, pondría en peligro sus relaciones en el hogar y con este Dios «distante» al que «de todas maneras no
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Una epidemia de ira 17 le importo, porque no me da lo que quiero». Así que se mantuvo firme en su amargado desafío. En el hogar, actúa con enojo. En la escuela, está decidida a volverse más dura y más difícil para que no le hagan daño. Al pensar en el pasado, veo que yo no tenía idea alguna acerca de las raíces de amargura, y las consecuencias que trae una manera de pensar equivocada. Por fuera, daba la impresión de que teníamos la situación bajo control. Sin embargo, se presentaron etapas críticas de amargura que no tuvimos las herramientas necesarias para verlas ni enfrentarlas. Ahora estamos interviniendo notablemente en su vida como padres. Tenemos la esperanza de que todavía no sea demasiado tarde. Sin duda alguna, su amargura ha destruido casi por completo su relación con su padre y conmigo, ha hecho que interactúe socialmente de una manera poco saludable con sus compañeros, y ha dañado seriamente su relación con Dios. Sentimos todo esto como si estuviéramos metidos en una olla de presión, pero lo interesante es que, al que no sabe nada, le parece una niña «buena» de «buena familia». Los jovencitos «buenos» pueden llevar dentro una amargura bien enraizada y capaz de destruir.’
El apóstol Pablo nos advirtió que en los últimos días se presentarían tiempos «peligrosos» y «difíciles» (NVI). Hay otra traducción que habla de que «en los últimos tiempos va a ser muy difícil ser cristiano» (La Biblia al Día). Cuando leemos esta lamentable letanía de una vida que transcurre atada a una raíz de ira egocéntrica, nos parece estar leyendo los titulares del periódico de hoy: Porque habrá hombres amadores de sí mismos, avaros, vanagloriosos, soberbios, blasfemos, desobedientes a los padres,
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18 Controla tu ira ingratos, impíos, sin afecto natural, implacables, calumniadores, intemperantes, crueles, aborrecedores de lo bueno, traidores, impetuosos, infatuados, amadores de los deleites más que de Dios. (2 Timoteo 3:2-4)
USA Today lo expresa de esta manera: «Los sociólogos más distinguidos afirman que la nación se halla en medio de una epidemia de ira que, en sus formas más suaves es inquietante, y en sus formas peores se vuelve mortal. Esta epidemia sacude a los que estudian las tendencias de la sociedad y a los padres que temen que la nación haya caído en un precipicio cultural»11. Un padre lo expresó muy bien cuando dijo: «Hemos perdido una buena parte de lo que mantenía [unida] a nuestra sociedad. Hemos perdido nuestro respeto por los demás. El ejemplo que les estamos dando a nuestros jovencitos es terrible»12. Este sentimiento oculto de hostilidad y falta de respeto que corre por nuestra nación, quedó captada en un artículo que escribió Alan Sipress para el Washington Post: La violencia vehicular ha llegado a esto. En medio de la agitada vida de muchos habitantes de Washington, ya no hay tiempo para la muerte. En el pasado, los autos se echaban a un lado para permitir que pasaran los cortejos fúnebres. Ahora, lo normal es que los conductores interrumpan los cortejos en las intersecciones, en lugar de permitir que continúen con el semáforo en rojo, y se dedican a entrar y salir del desfile, en lugar de detenerse, según afirman los directores de funerarias y la policía. Estas acciones suelen ir acompañadas de bocinazos, malas palabras y gestos repugnantes13.
Al parecer, este sintomático alejamiento del respeto y la cortesía más elemental hacia una ira egocéntrica se ha venido a producir solo en los últimos cinco o diez años. Alguien lo explica así: «La manera en que uno trata a sus muertos dice algo
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acerca de su nivel de civilización. Las tradiciones del pasado se han perdido, y está claro que el respeto que se debería tener con los cortejos fúnebres ya no existe»14. El más elemental respeto por los vivos tampoco aparece por ninguna parte. Los conductores que se acercan demasiado al auto que va delante, se les meten delante sin haber espacio, y hasta atacan a otros conductores, no están viendo a los demás como prójimos que deben amar tanto como a sí mismos. Se han convertido en oponentes, obstáculos e incluso enemigos. Aunque las circunstancias agravantes hacen peor la ira en los Estados Unidos, la Biblia señala con claridad que la raíz de todo este problema se halla en el corazón del ser humano: Y llamando [Jesús] a sí a toda la multitud, les dijo: Oídme todos, y entended: Nada hay fuera del hombre que entre en él, que le pueda contaminar; pero lo que sale de él, eso es lo que contamina al hombre […] Porque de dentro, del corazón de los hombres, salen los malos pensamientos, los adulterios, las fornicaciones, los homicidios, los hurtos, las avaricias, las maldades. (Marcos 7:14-15, 21-22)
La ira divide y mata La ira es una enfermedad del corazón que puede llegar a matar. En nuestro ministerio directo con la gente, casi todas las personas sin excepción, están pasando por problemas con una amargura sin resolver. A partir de lo que hemos observado, podemos decir que el problema de la amargura y la falta de perdón podría muy bien ser el problema más extendido y debilitador que existe en el cuerpo de Cristo hoy. La epidemia de ira que hay en los Estados Unidos ha infectado ferozmente también a la iglesia. Nuestro adversario, el diablo, trata de dividir para vencer. Trata de dividir el corazón del ser humano, porque un hombre
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de doble ánimo es inconstante en todos sus caminos (Santiago 1:8). Ataca a un matrimonio, a una familia o a una iglesia, porque toda «casa dividida contra sí misma, no permanecerá» (Mateo 12:25). Hasta los grupos humanos y las naciones mismas son presa fácil de las estrategias de Satanás, porque «todo reino dividido contra sí mismo, es asolado» (Lucas 11:17). La exhortación de Pablo a la iglesia de Éfeso presenta un fuerte contraste con el espíritu de resentimiento, hostilidad y furia tan evidente en las culturas humanas. Esto es lo que les escribe: Por lo cual, desechando la mentira, hablad verdad cada uno con su prójimo; porque somos miembros los unos de los otros. Airaos, pero no pequéis; no se ponga el sol sobre vuestro enojo, ni deis lugar al diablo […] Ninguna palabra corrompida salga de vuestra boca, sino la que sea buena para la necesaria edificación, a fin de dar gracia a los oyentes. Y no contristéis al Espíritu Santo de Dios, con el cual fuisteis sellados para el día de la redención. Quítense de vosotros toda amargura, enojo, ira, gritería y maledicencia, y toda malicia. Antes sed benignos unos con otros, misericordiosos, perdonándoos unos a otros, como Dios también os perdonó a vosotros en Cristo. (Efesios 4:25-27, 29-32)
Todas las tardes el sol se oculta sobre la amargura no resuelta de millones de seres humanos. Esta amargura envenena el alma y pudre la cultura. El diablo se siente satisfecho, y el Espíritu Santo de Dios se entristece. He aquí una historia personal típica de un hombre que luchaba con una amargura perenne que no había resuelto: He luchado con la ira toda mi vida, desde que era un niño de corta edad. Mis compañeros siempre se metían conmigo, y mi padre criticaba siempre todo lo que yo
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Una epidemia de ira 21 hacía. He mejorado mucho. Sin embargo, me parece que sigue habiendo en mi mente alguna fortaleza de amargura. Me enojo mucho si alguien me trata mal o me falta al respeto, en especial si se trata de un miembro de mi familia. No me aferro al resentimiento tanto tiempo como antes, pero todavía parece haber algún bloqueo en el proceso de perdonar. Reacciono con tanta rapidez en mis arranques de ira que ni siquiera me doy cuenta de dónde proceden ni por qué aparecen. Mi esposa me dice que me enojo «para sentirme feliz», como si tuviéramos un control directo de esa forma sobre nuestros sentimientos. Sé que el problema está en mi mente, pero los pensamientos negativos parecen estar tan enterrados que ni siquiera sé dónde se encuentran. Ore que Dios me revele las raíces de esta esclavitud.
Por la gracia de Dios, este libro es un intento nuestro por lograr precisamente eso: examinar el fenómeno de la amargura, sacar al aire tus raíces y proporcionar una manera de permitirle a Jesús que te libere de su controladora influencia.
Se puede resolver la ira La ira nunca desaparecerá por completo de nuestra vida mientras estemos aquí y no en el cielo. Tampoco debería hacerlo. Hay su momento y su lugar para una amargura bajo control. La ira es sierva nuestra cuando llevamos una vida liberada en Cristo. En cambio, es la dueña en una vida derrotada. Si lo que queremos es enojarnos y no pecar, necesitamos ser como Cristo, y enojarnos con el pecado Necesitamos ir más allá del «manejo de la ira», que solo es un medio de impedir que nuestra ira estalle en una forma de conducta airada que sea destructiva para nosotros mismos o para
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otras personas. La meta es resolver las cuestiones personales y espirituales que se hallan tras la ira, y descubrir el fruto del Espíritu, que es «amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre y templanza» (Gálatas 5:22-23). Los que están vivos y libres en Cristo no manejan la conducta destructiva, sino que la vencen. «No seas vencido de lo malo, sino vence con el bien el mal», escribió Pablo en Romanos 12:21. Suena bien, ¿no es así? Tal vez te suene demasiado bueno para ser cierto. Quizá has tenido que luchar toda la vida con la ira, sin haber tenido mucho éxito en cuanto a vencer el dominio que tiene sobre ti. O, a lo mejor, estás viviendo con un hijo que explota por cualquier cosa. Quizá lleves en el cuerpo las cicatrices de una ira desenfrenada. O por lo menos, las llevas en el alma. Te queremos ofrecer una esperanza. En Jeremías 32:17, el profeta declara: «¡Oh Señor Jehová! he aquí que tú hiciste el cielo y la tierra con tu gran poder, y con tu brazo extendido, ni hay nada que sea difícil para ti». Si Dios puede crear y controlar un universo tan inmenso, ¿no va a ser capaz de controlar tu ira, y darte el poder necesario para enfrentarte a la ira de los que te rodean? No hay razón para creer que eres un caso desesperado; una excepción a la regla. Pablo escribe: «El Dios de esperanza os llene de todo gozo y paz en el creer, para que abundéis en esperanza por el poder del Espíritu Santo» (Romanos 15:13).
¿Qué quieres en verdad? Por otra parte, tal vez lo opuesto sea lo cierto. A lo mejor, te gusta la ira. Con ella consigues lo que quieres y cuando lo quieres. Aprendiste a controlar a la gente con tus explosiones de ira cuando eras niño, y la técnica te ha dado resultado. Te has vuelto todo un experto. En lugar de dar patadas contra el suelo, levantas la voz (¡y mucho!), miras de frente y amenazas.
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La gente te tiene miedo, y te gusta ese momento de poder y de control. O a lo mejor piensas que la ira es un medio de protegerte para que no te vuelvan a maltratar. Es cierto: la ira te podrá dar de momento lo que quieres. Pero la ira carnal nunca te dará lo que de veras necesitas o deseas, porque «la ira del hombre no obra la justicia de Dios», como nos dice Santiago (1:20). Algunas de las personas más inseguras de la tierra son las que controlan y maltratan con su ira. El uso de la ira y el sexo como porras para apalear, oprimir y manipular a los demás revela una enfermedad del alma que solo Cristo puede vencer. Por tanto, ya sea que alguien te haya dado este libro (lo cual tal vez te ha enojado), o que lo hayas tomado por decisión propia, te tenemos una buena noticia. Jesucristo vino para libertarte del control de la ira. Vino para que tuvieras vida, y la tuvieras en mayor abundancia (Juan 10:10). Él nos ha prometido paz, pero no como la paz que da el mundo, basada en la existencia de circunstancias favorables (Juan 14:27). Es una paz mental y emotiva que llega tan adentro y es tan fuerte que sobrepasa toda comprensión humana (Filipenses 4:6-7). Las circunstancias negativas que harían caer en la desesperación a una persona normal las puede superar el Príncipe de paz que habita en nosotros. Esa poderosa paz puede reinar de tal manera en nuestra vida que el apóstol Pablo la describe diciendo que «el Dios de paz» está con nosotros (Filipenses 4:9). La presencia de Dios llena nuestra vida de amor, paciencia y bondad donde antes solo había hostilidad, resentimiento y furia. Confiamos en que, en lo más profundo de tu ser, esto sea lo que de veras quieres en la vida.
Deja que Dios te moldee En las próximas páginas, vamos a ver primero la ira en general, y cómo funcionan en conjunto nuestro cuerpo, nuestra
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alma y nuestro espíritu. Después examinaremos la batalla por el control de la mente, y descubriremos de qué forma podemos evitar que las emociones nos controlen decidiéndonos a creer en la verdad y concentrándonos en ella. Veremos cómo hemos desarrollado fortalezas mentales, y examinaremos diversos esquemas carnales* de la ira. Después veremos la gracia de Dios, que nos ofrece perdón y una vida nueva en Cristo. El viaje hacia la liberación con respecto a nuestro pasado comienza cuando aprendemos a perdonar de corazón. A continuación aprenderemos a permitir que Jesús, manso y humilde, viva en nosotros y a través de nosotros en el poder del Espíritu Santo. No nos basta con saber qué hacer; necesitamos poder para hacerlo. Esa energía espiritual solo procede del Espíritu de Dios. Y en los capítulos finales, resumiremos lo que hemos aprendido, y hablaremos de la forma de destruir las fortalezas de ira. ¿Es posible ser libre de una ira controladora? La respuesta es un resonante «¡Sí!». ¿Va a ser un proceso sin dolor? Es probable que no. ¿Valdrá la pena? Por supuesto, tú mismo vas a tener que llegar a esa conclusión. Un día, Dios le dijo al profeta Jeremías que fuera a la casa del alfarero. Le prometió que allí le hablaría. Jeremías hizo lo que Dios le había indicado, y vio al alfarero moldeando algo en la rueda. «Y la vasija de barro que él hacía se echó a perder en su mano; y volvió y la hizo otra vasija, según le pareció mejor hacerla» (Jeremías 18:4). ¿Cuál es la moraleja de esta historia? ¿Por qué quiso Dios que Jeremías viera a aquel hombre trabajando habilidosamente en su oficio? «Entonces vino a mí palabra de Jehová, diciendo: ¿No podré yo hacer de vosotros como este alfarero, oh casa de Israel? dice Jehová. He aquí que como el barro en la mano *A través del libro vamos a utilizar la expresión «esquemas carnales» para referirnos a cualquier hábito que hayamos desarrollado al tratar de enfrentarnos a la vida y satisfacer nuestras necesidades, apoyándonos en nuestros propios recursos humanos, y no en los de Cristo. Básicamente, un esquema carnal es una manifestación de autosuficiencia.
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del alfarero, así sois vosotros en mi mano, oh casa de Israel» (Jeremías 18:5-6). Encontramos un eco de este pasaje en la segunda epístola de Pablo a Timoteo, donde escribe: Pero en una casa grande, no solamente hay utensilios de oro y de plata, sino también de madera y de barro; y unos son para usos honrosos, y otros para usos viles. Así que, si alguno se limpia de estas cosas, será instrumento para honra, santificado, útil al Señor, y dispuesto para toda buena obra. (2 Timoteo 2:20-21)
No hay mayor honor, no hay mayor privilegio ni gozo más grande que permitir que el Maestro nos moldee como a Él le parezca. Fuimos hechos para ser apartados, y útiles para el Maestro. Pero antes, el ser humano se debe purificar de todo lo que deshonra, incluyendo la amargura que le hierve en el corazón. ¿Quieres unirte a nosotros en esta oración? Amado Padre celestial, eres un Dios santo, y me has llamado a ser santo, a ser apartado para que me uses. Al igual que tú, puedo enojarme. Pero a diferencia de ti, puedo usar incorrectamente ese enojo. Tú me has llamado a la libertad, pero me has dicho que no use mi libertad como una oportunidad para la carne. Lo que debo hacer es servir a los demás con amor. Te ruego que me abras los ojos para que comprenda cuál es la fuente de la ira y la amargura que hay en mi alma. Libérame de mi pasado, para que este no tenga dominio alguno sobre mí. Lléname de tu Santo Espíritu, para que pueda llevar una vida justa llena de paciencia, bondad y dominio propio. Te doy gracias porque eres bondadoso y misericordioso, lento para la ira y abundante en misericordia y en verdad. Oro en el nombre del manso y humilde Jesús, amén.
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Primera parte
C贸mo act煤a en ti la ira
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Ira: una cuestión de vida o muerte Ira: Ácido que le puede hacer más daño a la vasija que lo contiene que a cualquier cosa sobre la que se derrame.
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ulio estaba tratando de terminar otro agitado día en la oficina. Su hijo tenía un juego de la Liga Menor de pelota a las cinco y media, y le había prometido que estaría presente, ya que las exigencias del trabajo le habían impedido estar en los tres juegos anteriores. Julio era un vendedor de seguros altamente motivado, que había ganado el premio al vendedor del año durante tres años seguidos. Su afán por ir ascendiendo en la corporación muchas veces entraba en conflicto con sus convicciones cristianas en cuanto a ser un buen esposo y padre, pero no le era difícil racionalizar su ética de trabajo. Los premios al rendimiento, los sueldos más sustanciosos y las comisiones más abundantes habían hecho posible que su familia tuviera un nivel de vida más alto y se pudiera permitir mejores vacaciones. Al final de la tarde de trabajo, las llamadas de última hora lo irritaban mientras se apresuraba a salir por la puerta. ¿Por qué la gente siempre tiene que llamar en el último minuto?, se preguntaba. Miró el reloj mientras entraba con su auto en el tránsito 29
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atascado de la hora pico. Tenía el tiempo justo para llegar, siempre que las autopistas colaboraran. Mientras se trataba de abrir paso hacia la carrilera más rápida, otro auto se le coló por delante de manera abrupta. «¡Estúpido idiota! ¿Dónde están los policías cuando uno los necesita?». El tránsito fue haciéndose cada vez más lento, hasta ir paso a paso, y Julio se encontró atascado detrás de un gran camión que le bloqueaba la visión, y que hacía que su carrilera fuera más lenta que las de los otros dos lados. Mientras se aferraba al timón, gritó enojado: «¡No deberían permitir que los camiones fueran por otras carrileras que no fueran la de la derecha!».
La respuesta del cuerpo a la ira ¿Qué estaba pasando dentro del cuerpo de Julio en respuesta a todas esas circunstancias frustrantes? Los pensamientos y sentimientos que corrían desbocados por su corteza cerebral izquierda ya les habían enviado una señal a las neuronas del hipotálamo, en un lugar más profundo del cerebro. El sistema de emergencia del hipotálamo, al activarse, había estimulado a los nervios del sistema simpático para que estrecharan las arterias que llevaban la sangre a la piel, los riñones y los intestinos de Julio. Al mismo tiempo, el cerebro había enviado a las glándulas suprarrenales una señal para que bombearan grandes cantidades de adrenalina y de cortisol en su torrente sanguíneo. Allí sentado en su auto detrás del camión, los músculos se le pusieron tensos, el corazón le latió con mayor frecuencia y le subió la presión arterial. En un estado así, su sangre se habría coagulado con mayor rapidez, de producirse una lesión. Los músculos situados a la salida de su estómago apretaban tanto, que nada podía dejar su tubo digestivo. Esto le causaba espasmos, que a su vez le producían dolores abdominales. La sangre era dirigida desde la piel, que sentía fría y húmeda, hacia los músculos, a fin de facilitar una reacción de «pelea o huida».
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Como aquellos pensamientos de ira continuaban, el aumento en los latidos de su corazón había hecho que bombeara hacia el torrente sanguíneo mucha más sangre de la que necesitaba para estar allí sentado en el auto. Su cuerpo estaba preparado para saltar a la acción, pero no había ningún lugar adonde ir. Se sintió tentado a soltar un poco de vapor bajando el cristal de la ventanilla y diciéndole a alguien lo que pensaba de él, o a tocar el claxon, pero sabía que no serviría de nada. La adrenalina liberada estaba estimulando las células adiposas de Julio para que vaciaran su contenido en el torrente sanguíneo. Esto le proporcionaría más energía todavía en el caso de que la situación exigiera una acción inmediata. Sin embargo, todo lo que podía hacer Julio era permanecer allí, furioso por la situación del tránsito, mientras que el hígado le convertía la grasa en colesterol. No tenía nadie con quién pelear, ni ningún lugar hacia donde huir. Se sentía atrapado. Con el tiempo, el colesterol que se forma de la grasa que no se usa en su torrente sanguíneo se acumulará y formará una placa dentro de sus arterias que comenzará a bloquear el movimiento de la sangre. Si continúa la lucha de Julio con la ira, un día se podría cerrar por completo la llegada de sangre a una parte de su corazón. Y Julio sería una estadística: uno más en el medio millón de estadounidenses que sufren cada año un ataque al corazón. Una de estas personas fue el famoso psicólogo John Hunter, quien «sabía lo que la ira le podía hacer al corazón: “El primer sinvergüenza que me enoje me va a matar”. Poco tiempo después, en una reunión de médicos, uno de los oradores hizo unas afirmaciones que enfurecieron a Hunter. Cuando se puso en pie para atacar amargamente al orador, la ira le causó una contracción tan fuerte de los vasos sanguíneos del corazón que cayó muerto»1. La ira mata de otras maneras también. Es trágico que con demasiada frecuencia la ira domina a la persona y saca lo peor en ella, en especial cuando los celos se mezclan. Proverbios 27:4
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dice: «Cruel es la ira, e impetuoso el furor; mas ¿quién podrá sostenerse delante de la envidia?». Lo mismo si la violencia escoge como arma un auto, como si escoge un avión, un explosivo, un arma de fuego, un germen o una sustancia química, su amenaza trae de punta los nervios de esta nación. Y ese temor muchas veces se manifiesta en forma de furia. De hecho, cada vez se va haciendo más evidente una oculta corriente de hostilidad en los Estados Unidos y alrededor del mundo. Son demasiados los que se hallan ya en el punto de ebullición y, ¿quién sabe cuándo la provocación más insignificante los va a lanzar a una furia de consecuencias mortales? ¿O quién sabe cuándo la calculada hostilidad de los terroristas va a estallar en forma de una destrucción masiva, aquí o en otra nación? De cualquiera de las dos formas, la ira puede matar.
El papel que desempeña la personalidad En mi primer pastorado, uno de los miembros más prósperos de esa iglesia me dio un libro y me dijo: «Debe leer este libro, porque creo que lo va a necesitar». El libro era Type A Behavior and Your Heart, por Meyer Friedman y Ray Rosenman. El hombre que me dio el libro, un ingeniero altamente motivado de la IBM, me explicó que él tenía una personalidad del tipo A, y sospechaba que yo también la tenía. Después de leer el libro, vi algunos aspectos de mi personalidad que sí eran del tipo A. (Prediqué un mensaje unas semanas más tarde titulado «Jesús era del tipo B»). Friedman y Rosenman son dos cardiólogos que comenzaron a notar que ciertos tipos de personalidad tenían mayor tendencia a problemas cardíacos. A los que trabajaban de sol a sol subían los escalones de dos en dos, se tomaban poco tiempo libre y se sentían motivados a lograr sus metas los clasificaron como del tipo A. Son los grandes triunfadores de este mundo, orientados hacia las tareas, motivados por el logro de sus metas. Las personas
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del tipo B viven con mayor sosiego, no se dejan motivar tanto, y quizá tengan un interés mayor en las relaciones2. Estas observaciones han tenido un profundo efecto en nuestra sociedad. No solo estas clasificaciones de las personalidades en tipo A y tipo B se conocen muy bien, sino que los autores comenzaron un verdadero diluvio de investigaciones sobre las enfermedades psicosomáticas. Antes de la publicación de su obra, no se consideraba que el estrés fuera una de las cosas que más contribuían a las enfermedades del corazón, al cáncer y a otras enfermedades graves. Hoy se considera que el estrés es una de las grandes causas de enfermedades mortales. Redford y Virginia Williams, en su libro Anger Kills, adaptaron la labor de Friedman y Rosenman al problema de la ira. En su investigación, demuestran cómo los que poseen una personalidad hostil son más propensos a las enfermedades coronarias. Durante muchos años, los investigadores, los terapeutas y los centros de estudios superiores han usado el MMPI (siglas del inglés de «Inventario Multifásico de Personalidad de Minnesota») para evaluar a sus clientes y estudiantes. Puesto que se han conservado los resultados de muchos de estos exámenes, se han podido comparar muchos años más tarde con la salud física de los que se hicieron los exámenes. Los esposos Williams, junto con otros colegas, lograron aislar ciertas respuestas al MMPI que reflejaban actitud de desconfianza hacia los demás, frecuencia en experimentar sentimientos de ira, y expresión declarada de suspicacia en una conducta agresiva. De esta forma resumen sus hallazgos:
1. Las personas hostiles —las que presentan un alto nivel de desconfianza, ira y agresividad— tienen un riesgo mayor de desarrollar enfermedades mortales que las personas menos hostiles.
2. Al alejar de sí a los demás, o al no percibir el apoyo que podrían obtener en sus contactos sociales, las personas
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hostiles se podrían estar privando de los beneficios del apoyo social en cuanto a mejorar la salud y aliviar el estrés.
3. La activación más rápida de su reacción de huir o pelear, en combinación con una reacción relativamente débil del sistema nervioso parasimpático para lograr la vuelta a la calma, constituye un mecanismo biológico que quizá contribuya a los problemas de salud que afligen a las personas hostiles.
4. Las personas hostiles también tienen una tendencia mayor a dedicarse a una serie de formas de conducta arriesgadas —comer más, consumir más bebidas alcohólicas, fumar— que les podrían dañar la salud3.
El cuerpo, la mente y la ira Las personas sí mueren de enfermedades psicosomáticas, lo cual indica que en nuestro cuerpo están pasando más cosas que una simple reacción a la vida en el plano físico. También debemos tener en cuenta lo que no es físico: el alma. Para comprender cómo interactúan entre sí el cuerpo y el alma, pensemos en la forma en que Dios nos creó a su imagen. Veamos el diagrama que aparece en la siguiente página: En la creación original, Dios formó a Adán y Eva del polvo de la tierra y sopló en ellos el aliento de vida. Esta unión del aliento divino y del polvo de la tierra es lo que constituía la vida física y espiritual que poseían Adán y Eva. Todo ser humano está compuesto de una persona interna y una persona externa. En otras palabras, somos materiales e inmateriales. Nuestra persona externa, o parte material, es nuestro cuerpo. Por medio de los cinco sentidos del cuerpo nos relacionamos con el mundo que nos rodea. La persona interior, o parte inmaterial, está formada por el alma y el espíritu. Por haber sido creados a imagen
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de Dios, tenemos la capacidad de pensar, sentir y decidir (alma), y también de tener comunión con Dios (espíritu). Porque somos sus obras «formidables, maravillosas» (Salmo 139:14), es de sentido común el pensar que Dios haya creado a la persona exterior para que trabaje junto con la persona interior, como por ejemplo, el caso del cerebro y la mente. Su correlación es evidente, pero son fundamentalmente distintos. El cerebro es como una computadora orgánica, y cuando nos llegue la muerte física, volverá al polvo. En esos momentos, si somos creyentes nacidos de nuevo, estaremos presentes con el Señor, pero no estaremos allí sin una mente, porque la mente forma parte del alma, la persona interior.
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ESPÍRITU «El espíritu vivifica» 2 Corintios 3:6 Romanos 8:11
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Usando la analogía de la computadora, si el cerebro es la máquina, la mente es la programación. En nuestra vida terrenal, ni el soporte físico ni la programación sirven de nada si no están funcionando los dos. Y como explicaremos más adelante, el cerebro no puede funcionar de ninguna otra forma que la forma en que está programado. El cerebro es el centro del sistema nervioso central, que incluye también la espina dorsal. Del sistema nervioso central
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salen las ramas del sistema nervioso periférico, que tiene dos canales diferentes. Uno de los canales es el sistema nervioso somático. Ese sistema es el que regula los movimientos de los músculos y del esqueleto. Es el que está controlado por nuestra voluntad. En otras palabras, siempre que tengamos la salud física adecuada, podemos tomar la decisión mental de mover nuestros miembros, sonreír y hablar. Claro, el sistema nervioso somático recibe órdenes de nuestra voluntad. No hacemos nada sin pensarlo primero. La respuesta de la acción al pensamiento puede ser tan rápida que apenas estemos conscientes de la secuencia, pero esta siempre se produce. (Aunque se producen movimientos musculares involuntarios cuando el sistema se deteriora, como es el caso de la enfermedad de Parkinson). El otro canal es el sistema nervioso autónomo, que regula todas nuestras glándulas y trabaja junto con nuestras emociones. No tenemos un control directo del funcionamiento de nuestras glándulas por medio de nuestra voluntad. De la misma manera, no tenemos un control volitivo directo de nuestras emociones, entre ellas el sentimiento de enojo. Nuestra voluntad no puede hacer que nos caiga bien una persona por la que sentimos animadversión. Podemos tomar la decisión de ser amables con esa persona, aunque no nos caiga bien, pero no nos podemos decir que dejemos de sentir animadversión hacia ella, porque no nos es posible manejar así nuestras emociones. Sin embargo, cuando reconocemos que estamos enojados, podemos controlar la forma en que vamos a expresar esa ira. Podemos mantener nuestra conducta dentro de ciertos límites, porque eso es algo sobre lo cual nuestra voluntad tiene control. Y ciertamente tenemos control sobre lo que pensamos y creemos, y eso es lo que controla lo que hacemos y la forma en que nos sentimos.
Control de lo que pensamos Podemos hacer algo parecido cuando hablamos con una persona enojada. Si le decimos que no debería estar enojada,
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produciremos en ella sensación de culpa, haremos que tome una posición defensiva (racionalización) o lograremos que reaccione con violencia contra nosotros. Pero sí podemos animarla a dominar su conducta. Por ejemplo, le podemos decir: «Sé que estás enojado en estos momentos, pero no tienes por qué tomarla con otras personas, ni tampoco contra ti. ¿Por qué no sales un momento? Cuando te hayas calmado, regresa y hablamos». Sin embargo, tendrías más éxito si le dijeras que dejara de enojarse al igual que ella si tratara de mantener funcionando su sistema nervioso autónomo. Es importante que comprendamos que lo que está causando este tipo de respuesta del sistema nervioso autónomo no es el cerebro, ni tampoco es el cerebro el que está causando que nos sintamos airados. Es la mente, y la forma en que ha sido programada. Tampoco son las circunstancias de la vida ni las demás personas las que nos hacen enojar. La forma en que percibimos a esas personas y esos sucesos, y cómo los interpretamos, es lo que determina si vamos a perder la compostura o no. Y esa es una función de nuestra mente, y de la forma en que está programada. Apliquemos este razonamiento al problema del estrés. Cuando las presiones de la vida comienzan a aumentar, nuestro cuerpo trata de adaptarse. Nuestras glándulas suprarrenales lanzan hormonas al torrente sanguíneo que nos capacitan para estar a la altura del problema. Si la presión persiste demasiado, el estrés se convierte en desasosiego, el sistema deja de funcionar bien y nos enfermamos. Pero, ¿por qué algunas personas reaccionan de manera positiva ante el estrés y otras se enferman? ¿Será que algunas tienen mejores glándulas suprarrenales que las demás? Es cierto que hay quienes son físicamente capaces de manejar las cosas mejor que otros, pero esa no es la diferencia primordial. La diferencia se encuentra en la mente y no en el cuerpo.
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Las creencias y la ira Supongamos que los dos socios de un negocio encuentran un contratiempo. Acaban de perder un contrato que pensaban que los llevaría a un nuevo nivel de prosperidad. Uno de los socios, que no es creyente, ve esto como una crisis financiera. Esperaba que aquel nuevo contrato lo hiciera triunfar en la vida, y se convirtieran en realidad muchas de sus metas. Pero sus sueños quedaron hechos añicos. Reacciona con ira ante todos los que tratan de consolarlo, y llama a su abogado, para ver si puede iniciar un litigio contra la compañía que rompió con el contrato. El otro socio es cristiano, y cree que el verdadero éxito en la vida consiste en convertirse en la persona que Dios quería que fuera cuando lo creó. Tiene fe en que Dios le suplirá todo lo que necesite. Por tanto, esta pérdida produce en él un impacto muy pequeño. Experimenta algo de desilusión, pero no se enoja porque ve ese contratiempo temporal como una oportunidad de confiar en Dios. Uno de los dos socios se encuentra estresado y furioso, mientras que el otro está experimentando muy poco estrés y muy poca ira. ¿Puede tener la fe en Dios esa clase de efecto en nosotros? Claro que sí, porque en nuestro ejemplo, la diferencia se encuentra en los sistemas de creencias de los dos socios, y no en su capacidad física. En la literatura sapiencial leemos: «Cual es su pensamiento en su corazón, tal es él» (Proverbios 23:7). La forma en que nos comportamos brota del depósito de lo que creemos.
¿En qué piensas? La ira no se produce en un vacío. Como todas nuestras emociones, es ante todo un producto de nuestra vida mental. Supongamos que andas de compras un día, y alguien te tumba de repente y te cae encima. No tienes la menor idea de por qué lo ha hecho. Si lo primero que piensas es que esa persona es
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descuidada o abusiva, lo más probable es que te enojes. Tu sistema nervioso responderá de inmediato, y capacitará a tu cuerpo para que reacciones huyendo o peleando. Si tus sentidos externos te indican que esa persona es un ladrón armado, el chorro de adrenalina que recibirás en tu torrente sanguíneo de inmediato te preparará para que huyas o te protejas. Si tus sentidos externos captan que solo se trata de unos chiquillos que estaban jugando sin que nadie los supervisara, te sentirás inclinado a sacártelos de encima, sacudirte el polvo y regañarlos por ser tan descuidados. Cualquiera que sea el caso, tu ira es una respuesta natural a la forma en que tu mente interpreta los datos que recogen tus cinco sentidos. Supongamos que tu pensamiento inicial se dirige a la otra persona, y no a ti mismo. Tal vez te preguntes qué le ha sucedido que te ha caído encima. Es posible que te sientas enojado, o al menos sorprendido, hasta que tus sentidos externos te den datos nuevos importantes. Entonces te das cuenta de que esa persona está en problemas, y tu enojo se convierte enseguida en compasión, y esto causa que grites por ayuda. Pero al examinar las cosas con mayor detenimiento, te das cuenta de que esa persona está borracha, y ha quedado inconsciente. Ahora te sientes enojado, y te sacas de encima a la persona con unas fuerzas que no sabías que tenías. Por tanto, la forma en que sientes depende de los datos que recibes y la forma en que tu mente los interpreta.
Los sentimientos se ajustan a las creencias Esto trae a colación otro concepto importante. Si lo que creemos no está de acuerdo con la verdad, lo que sentimos tampoco va a estar de acuerdo con la realidad. Supongamos que un hombre, en su enojo, abre de golpe la puerta de la oficina de su jefe y le dice: «¡Le exijo que me diga por qué!». Su jefe, sorprendido, no puede comprender por qué se siente enojado. Sin que él lo sepa, ha estado circulando un rumor según el cual va a haber que anular algunos ascensos recientes, y el hombre dio por sentado
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que el suyo sería uno de ellos. Los rumores eran totalmente falsos, pero el empleado estaba furioso porque creía que eran ciertos. Cuando el jefe logró que se calmara, pudo convencer al empleado descontento que no había sucedido tal cosa. El hombre dejó de estar enojado con su jefe, pero es muy posible que se sintiera algo enojado consigo mismo… y con la gente que hizo circular el rumor. No son los sucesos mismos los que inician nuestras respuestas fisiológicas. Tampoco son las glándulas suprarrenales las que dan inicio a la liberación de la adrenalina. Lo que sucede es que nuestros cinco sentidos recogen los sucesos externos, y los envían en forma de señal a nuestro cerebro. Entonces la mente interpreta esos datos y toma decisiones, y eso es lo que determina la señal que va desde el cerebro y el sistema nervioso central hasta el sistema nervioso periférico. El cerebro no puede funcionar sino en la forma en que lo programe la mente. Por eso la renovación de nuestra mente nos transforma (Romanos 12:2).
Prográmate para una renovación La forma en que está programada nuestra mente se nota en nuestro sistema de creencias, el cual es reflejo de nuestros valores y nuestras actitudes ante la vida. Veamos de nuevo a Julio, el vendedor estrella. Él tenía ciertas creencias acerca de sí mismo, de la vida y de las cosas que valoraba. Es muy probable que sintiera que su valor como persona se hallaba atado mayormente a su carrera. Creía que tendría éxito si le iba bien en el trabajo y que fracasaría si no le iba bien. También tenía creencias con respecto a sí mismo: era vendedor y de los buenos. Pero además era padre, y sostenía ciertos valores cristianos en cuanto a lo que es ser un buen padre. Aquella tarde no quería retractarse de lo prometido y perderse el juego de su hijo. Pero tampoco quería perder un par de llamadas tardías que pudieran afectar sus ventas. ¿Qué era primero, vendedor o padre?
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Julio tomó aquella tarde unas decisiones que tuvieron un profundo efecto sobre la forma en que se sintió. Habría podido escribir la hora del juego de su hijo en su calendario, y darle la misma importancia que daba a sus citas de negocios. Entonces habría podido salir más temprano y evitar todo aquel exceso de tránsito. Su secretaria solo habría tenido que decirles a quienes lo llamaran que tenía una cita importante a la que no podía faltar, pero que procuraría hablar con ellos al día siguiente. En realidad, no era el atasco del tránsito lo que lo había enojado, sino el efecto acumulado de las decisiones equivocadas que había tomado aquel día. Cuando yo asistí a mi primera clase para el doctorado hace ya años, era el único que profesaba ser cristiano entre todos los que se matricularon. La instructora había sido monja y le encantaba hacer galas de su liberación con respecto a la iglesia. Creo que sentía un deleite especial por el hecho de tener en su clase a un «reverendo» al que pudiera poner en apuros de vez en cuando. Vi esto como un desafío a mi fe, y me sentí encantado de aceptarlo. Cuando se acercaba el final del semestre, se nos pidió que le habláramos a la clase de nuestros ensayos de fin de curso. Yo dije que estaba haciendo un ensayo acerca de la manera de manejar el enojo. Otra estudiante de doctorado protestó: «Usted no puede hacer un ensayo sobre el manejo del enojo». Le pregunté: «¿Por qué no?». «Porque usted nunca se enoja». Al parecer, ella habría respondido de manera airada a algunas de las saetas que se me lanzaban en clase. No podía creer que yo fuera a escoger el enojo como tema del ensayo, y me lo recordó varias veces. Le aseguré que hay ocasiones en que yo también me enojo. Nuestras diferencias se aclararon más cuando llegó el final del semestre. Ella y su hermano, que también asistía a esa clase, eran miembros de una secta. Y las diferencias entre nuestros sistemas de creencias se fueron haciendo cada vez más evidentes a medida que ellos eran probados por fuego.
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Lo que creemos sí afecta a la forma en que reaccionamos ante las circunstancias de la vida. Si nuestra identidad y nuestra seguridad se centran en nuestra relación eterna con Dios, las cosas de la vida, que son temporales, van a causar en nosotros un impacto mucho menor. A medida que seamos conformados a la imagen de Dios, nos iremos convirtiendo en un poco menos tipo A, y un poco más como Jesús. Si es ese tu deseo, te invito a unirte a nosotros en oración con respecto a esto. Padre celestial, te agradezco que me hayas hecho de manera formidable, maravillosa. Es asombroso que hayas hecho que mi espíritu, mi alma y mi cuerpo estén tan entretejidos e interconectados. Pero esa verdad me presenta también una grave advertencia. Puedo ver cómo mis percepciones correctas o incorrectas de la realidad han afectado negativamente mis emociones. Y cómo perder los estribos me hace daño físico a mí y daña emocionalmente a otras personas. Solo tú, Señor Jesús, dándome tu vida por medio de mi espíritu, puedes vencer esta lucha que llevo por dentro. Pero quiero que tú ganes, para poder asemejarme más a ti. Esto lo pido en tu nombre, Jesús. Amén.
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La ira injusta te esclaviza...
La ira injusta te esclaviza... El mal uso de la ira, alimentándola, o solo tratando de «controlarla» puede conducirte a conflictos, amarguras y problemas físicos, emocionales y mentales. Esto no solo puede hacerte daño, sino que también puede destruir las relaciones con los amigos y seres queridos.
La gracia de Dios y el perdón te liberan...
La gracia de Dios y el perdón te liberan... Los autores Neil Anderson y Rich Miller te muestran cómo Dios te puede liberar del autoengaño y la autosuficiencia, a fin de que puedas ser quien eres en Cristo. Explican la diferencia entre la ira justa y la injusta, y cómo la vida en la gracia y el perdón hacia los demás te permitirá deshacerse de las cadenas de la ira.
El poder de Cristo te llena...
El poder de Cristo te llena... Controla tu ira te ayudará a echar abajo las fortalezas de ira que haya en tu vida, de modo que puedas comenzar a descansar en la presencia de Jesús y a caminar en el poder del Espíritu Santo. Tú puedes experimentar liberación y satisfacción y llegar a disfrutar las riquezas de la misericordia y la gracia de Dios de maneras grandiosas como nunca antes has experimentado.
Neil T. Anderson es el fundador del Ministerio Libertad en Cristo y un muy solicitado conferenciante sobre la vida centrada en Cristo. Es el autor de los éxitos de librería Rompiendo las cadenas, Victoria sobre la oscuridad y Diariamente en Cristo, así como coautor de muchos libros, incluyendo Pureza bajo presión y Libre del miedo. Rich Miller es autor y conferenciante del Ministerio Libertad en Cristo y un hombre cuyo corazón late por la restauración y la renovación de la iglesia. Es el coautor de Libre del miedo, El plan de batalla para la guerra espiritual y Cómo guiar a los adolescentes hacia la libertad en Cristo. www.editorialunilit.com
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AMIGOS DE LA NATURALEZA GOING GREEN
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