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En el cielo las estrellas
En los árboles la luna, en los caminos el duende y en mi corazón un sol que se apaga y que se prende. En la playa las sombrillas, en el jardín la amapola y en mi ventana un gorrión que no quiere verme sola. En la mañana el lucero, en el viento las veletas y en las torres los gallitos colas largas y alas quietas. En el cielo las estrellas y en el sendero las flores y en la lluvia cien barquitos cargados con ruiseñores.
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Nono aprende a volar Una mañana, Nono se levantó contento, contentísimo como todos los días, dispuesto a salir en busca de travesuras travesurísimas, como todos los días. Se lavó la cara con un dedo y se peinó los pelitos con dos. Después comenzó a vestirse: primero las medias verdes a rayitas blancas…después el mameluco remendado…los zapatos colorados con la punta larga y enrulada como la cola de un chancho y el sombrerito con cascabeles…Pero al final, cuando fue a ponerse el saquito que le había tejido Doña Ratona del bosque, se encontró con que no le cabía. —¡Qué raro que es esto! No puede ser…si hasta ayer me quedaba como pintado… Intentó nuevamente, pero no lo logró. -¿Se me habrá achicado…o yo me habré agrandado? Salió corriendo a mirarse en la laguna para descubrir lo que pasaba. —¡Ohhhhh…!!! ¡Lo que me salió en la espalda! ¿Qué será? —Parecen montañitas- dijo la nutria desde la orilla. —No… ¡son pelusitas! ¿No ven que se mueven? –opinó la coneja Pirula asomándose por el hueco de un tronco. —¡Pero no diga disparates! ¡Esas no son ni pelusitas ni montañitas…! ¡Son alas! –explicó saltando la rana. —¿Alas? –preguntó intrigado Nono-. ¿Cómo los pajaritos? —Alitas, como las mariposas –agregó el sapo. —¿Alitas como los angelitos? –volvió a preguntar Nono. —Exactamente como los angelitos, ¡y como los duendes! –dijo Don Paco, el guardabosques, que pasaba por allí-. ¿O te has olvidado que sos un duende? —¡Pero claro…! Y a los duendes nos salen alitas justo el día que cumplimos cinco años. ¡Entonces quiere decir que hoy es mi cumpleaños! ¡No me había dado cuenta!
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Entonces todos lo felicitaron y le hicieron una fiesta. Y cuando la torta con velitos se terminĂł, Nono fue corriendo a inscribirse en el jardĂn de infantes del bosque para que le enseĂąaran a usar sus alitas.
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El ángel Juanito Este angelito tenía la cara negra como un deshollinador. Vivía por supuesto, en el cielo, con otros angelitos que, como él, sabían tocar la flauta, el arpa o la guitarrita y cantar canciones de noni noni, para que duemieran los chicos sin sueño. Juanito y sus amigos ángeles se diver tían muchísimo en el cielo jugando al carnaval con el agua de la lluvia o al tatetí, con las tres Marías, o a las esquinitas…o al fideo fino. A veces, también se entretenían dibujando monigotes en las nubes, con el dedo que habían mojado en los colores del arco iris. Un día, en el cielo pasó algo raro. Fue un ruido fuer te que entró sin pedir permiso, como Pedro por su casa, y haciendo ¡Pf f fzzzz…! recorrió el cielo de punta a punta hasta asentarse en la luna, ¡como si tal cosa! Naturalmente las estrellas temblaron, las nubes suspiraron y el sol se puso furioso. —¡Esto es un atropello! —dijo sacudiendo su melena amarilla. —Tiene ra zón —dijeron los angelitos al verlo tan indignado—. ¡Ya no se puede estar tranquilo ni en su propia casa! —¡Vámonos de aquí! —ordenó el más gordito—. Volveremos cuando ése se vaya y deje de aturdirnos. Y agitando las alas como los gorriones, todos volaron hacia la Tierra. —¿Qué pasa? —les preguntó la estatua de la pla za al verlos llegar tan apurados—. ¡Han dejado el cielo sin ángeles! —¡Puf f…! Es que no nos gusta lo que está pasando allá arriba —dijo uno. —¡Se ha llenado de astronautas! —agregó otro. —Queremos quedarnos aquí… —Bueno…está bien. Pero sabrán que aquí tendrán que trabajar.
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—Estamos dispuestos. Cualquier cosa será mejor que ese ruido… Y entonces las estatua les buscó trabajo a todos. Unos, a cantar en la iglesia…otros, a cuidar a los chicos en los juegos…otros, a regar las flores de los canteros. —Y vos, Juanito, a… —¡A cuidarme a mí! –dijo un deshollinador asomando su cara tiznada por la punta de una chimenea. -¡Buena idea! –exclamó Juanito-. Seré tu ángel de la guarda. Y desde entonces, allá van los dos negritos en bicicleta. El deshollinador pedaleando y silbando…y su ángel de la guarda, sentado en el manubrio…¡saludando!
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Otoño
Como un fantasmita envuelto en neblina ya viene el otoño, por aquella esquina. Los árboles tienden alfombras crujientes, para que sus días recorran pacientes, las calles, los campos, las plazas de abril, en sus bicicletas de lluvia y marfil. Como fantasmita bañado en neblina, ya dobla el otoño, por aquella esquina.
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El hombrecito de la valija El hombrecito de la valija llegó en el tren de las diez. —¿Sus documentos, señor? —le dijo muy serio el jefe de la estación. —¿Documentos? ¡Ah, ésos no los tengo! ¡Se me han perdido con tantos viajes! —¿Cómo? ¿Y viaja sin documentos? -Claro, si no se necesitan para nada… —¿Cómo es eso? —Total…¿usted tiene documentos? —¡Por supuesto! —Y sin embargo, no viaja…Mire lo que son las cosas… ¿tiene los documentos para pasárselo sentado detrás de esa ventanita? ¡Documentos, documentos…! ¿Qué impor tancia tienen? Me parece que me llamaba Juan…o Pedro…o José. Creo, no estoy seguro. —¿Cómo “me parece”? ¿Cómo “creo”; “no estoy seguro”? —Lo he olvidado. Hace tanto tiempo que en todas par tes me llaman El Hombrecito de la Valija. Usted también puede llamarme así, si quiere. El jefe de la estación lo miró sorprendido y le contestó: —Lo siento, Hombrecito de la Valija, pero no podrá quedarse en este pueblo si no tiene documentos, ni profesión, ni… —¡Un momentito, jefe! Eso de la profesión no se lo permito. ¡Soy coleccionista! —¡Ahhh…! ¡hubiera empezado por ahí! Ahora la cosa es distinta. Un coleccionista es una persona importante. —¿Le parece? —Si. Por acá han venido varios: uno coleccionaba piedritas; otro, bichitos; otro, sueños, y hasta hubo uno que se llevó los bolsillos llenos de cantos de pájaros. —Mmmm…, me parece que a ése lo conozco.—
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—Y usted, ¿qué colecciona, si no es indiscreción? —¿Yo? Primaveras. —¿Primaveras? ¡Nunca se me hubiera ocurrido ese tipo de colección! ¿Dónde las guarda? —Aquí, en la valija. —¡Oh…! ¿Por qué no me las muestra?, deben ser lindísimas. —¿Abrir la valija? ¡Pero qué ocurrencia!; se me volarían todas las primaveras que junté en mi vida. —¡Claro!, entiendo…Entonces, tratándose de una persona impor tante, podrá quedarse en el pueblo todo el tiempo que necesita. Digamos… —Tres meses —interrumpió el Hombrecito. —¿Tres meses, nada más? -Veamos…Hoy es 21 de septiembre. Se quedará hasta… —Hasta el 21 de diciembre, señor. Y el Hombrecito de la Valija se alejó de la estación muy contento, dejando sobre el andén tres florcitas que se le cayeron del bolsillo.
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Y tal como lo había prometido, el 21 de diciembre, justo a los tres meses de su llegada, se preparó para partir. Todo el pueblo fue a la estación a despedirlo y cuando el tren se aprontó para salir, lo abrazaron, lo besaron y le dijeron adiós con lagrimitas de colores. —¿Vas a volver? —le preguntó una nena con trencitas que lo había acompañado en todos sus paseos. —Si vos querés…A lo mejor, el año próximo. —¿¡Sí!? —���������������������������������������������������������� Y te traeré una primavera lejana para vos sola; una primavera chiquita que quepa en una caja de fósforos, ¿sabés? De pronto, la máquina silbó; los vagones hicieron chuf, chuf; los pañuelos se agitaron y el hombrecito coleccionista se alejó en el tren de la diez, llevándose en su valija la primavera del pueblo llena de mariposas, sol y pastito verde. A la mañana siguiente, en los árboles comenzaron a cantar las chicharras y los jardines olían a manzanas de verano.
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Estornudando Los ratones de París cuando estornudan dicen ¡achís! igual que en mi país.
Y en Viena un avestruz cuando estornuda seguro dirá ¡achús! igual que en Chascomús.
Pero en cambio en Moscú, las vaquitas resfriadas dicen ¡Mu…! pues viajan en tutú.
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Viento El viento despeinador corre por los caminitos y el invierno lo maneja, con un motorcito a cuerda, ¡sentado y tomando mate, detrás de los eucaliptos!
Viento El viento caminador se ha subido a la azotea. Pobre ropita colgada… ¡Vieran cómo la menea! 17
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Un cuento enredado
Un día Marcela se acercó a su papá, que estaba leyendo el diario, y le dijo: —¿Me das muchas monedas para comprar muchos caramelos y muchas figuritas? —No, no, no…Nada de caramelos porque se te picarán los dientes —y siguió leyendo el diario. —¿Figuritas tampoco? —Tampoco. —¿También me hacen picar los dientes? —No, nena…Las figuritas no hacen picar los dientes, pero… —y siguió leyendo los avisos clasificados con cara muy seria. —¿Pero qué? —Que bueno…que después andan tiradas por todas partes —y se puso a leer la página de deportes con más entusiasmo que la de los avisos. —¡Entonces dame monedas para comprarme chicles! —¿Quéeee? ¡Chicles, menos, porque…-y papi se distrajo leyendo los resultados del Prode: ¡visitante…local---empate! —Papiiii…Entonces me compro chocolatines, ¡muchos chocolatines, y para eso necesito muchas monedas…¿Me das? —¿Te doy qué cosa? ¡Ah sí…las monedas para comprar… ¡Nooo! ¡Qué ocurrencia, Marcela! Los chocolatines enferman
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el higado y además…!Qué barbaridad, las cosas que están pasando en el mundo! —dijo papá y dio vuelta la hoja meneando la cabeza mientras Marcela, ya impaciente porque no podía correr al quiosco a comprar nada, se acercó y tironeándolo de la camisa dijo con energía: —Está bien. ¡Entonces contame un cuento! —y sin esperar respuesta se trepó en las rodillas de papá, quien no tuvo más remedio que cerrar el diario y aceptar la propuesta de Marcela. —Bueno…Está bien… papá le contará un cuento a su nena, porque los cuentos son mejores que los caramelos y las figuritas y todas esas cosas. A ver…¿qué cuento te gustaría? —Uno de esos que empiezan con había una vez… Y papá, que ya estaba un poco olvidado de los cuentos que a él le contaban cuando era chiquito, empezó: —Había una vez una nena que se llamaba Caperucienta… —¡Ji…ji…ji…! –se rió Marcela-. ¡No se llamaba Caperucienta! Se llamaba Caperucita, papi…Seguramente vos te confundís con la que perdió el zapatito de cristal en la fiesta… —¡Ahhh! Tenés razón…Me confundo con la Blancacienta. —¡Ji…ji…ji…! –volvió a reírse a carcajadas Marcela, que conocía bien todos esos cuentos—. No es Blancacienta, papá…!Es Blancanieves! Ji…ji…ji… -¿Blancanieves es esa que preguntaba: “Espejito, espejito, ¿quién es la más bella durmiente del bosque?” —¡Pero no, papi! ¡Estás haciendo un lío…!La bella durmiente es otra…! —Ah…sí…tenés razón, Marcela. A ver si ahora recuerdo: Caperucita Colorada… —Caperucita Roja, Roja, Roja, papi…Bueno, contame, ¿y? —Caperucita Roja fue al mercado y se encontró con un tigre que le dijo: “¿A dónde vas, niñita roja?”, y Caperucita le contestó: “Voy al quiosco a comprar caramelos, chicles y chocolatines…y figuritas…”
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—¿Qué disparate estás diciendo, papá? “Voy a casa de mi abuelita que está enferma”, le contestó Caperucita. —¡Ah…eso es! ¿Y el perro qué le decía entonces? —¿Qué perro, papá? ¡Era el lobo! —Ah…sí…!Ya me acuerdo! Que después vienen los siete enanitos y las tres hermanas se van al baile del palacio, hasta que Blancanieves se pincha un dedo con la rueca y se queda dormida, porque la bruja le dio una manzana envenenada y viene el príncipe y le dice: “!Qué boca tan grande tienes!” —¡Bieeen, papi, bieeen! Me gusta tu cuento todo enredado… ¿Qué más? ¡Contame! ¿Cómo sigue? Ji…ji…ji. ¡Es lindísimo este cuento enredado! ¿Cómo termina? —Y bueno…termina que…Mirá, Marcelita, mejor yo te doy muchas monedas y vos vas a comprar un libro de cuentos para papá…
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Esto sí, esto no No me interesan las nueces, por arrugadas. Tampoco las ciruelas por estiradas. En cambio, sí, me gustan los maníes, ¡gusanitos rellenos con alelíes…!
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Un sueño Cuando por la mañana me despierto con un ojo cerrado y otro abierto alcanzo a ver que la noche se va volando llevándose mis sueños de contrabando.
Otro sueño Cuando yo me levanto cada mañana y me arrimo a los vidrios de mi ventana veo un sueño risueño que se me escapa con un bostezo prendido en la solapa.
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El regalo de Paco
Pa bl o a pa r tó cuidados a me nte l os pa p e l e s y las cintas qu e suj e ta ba n l a c aja. Leva ntó la ta pa y e nc ontró la ta r j eta: “¡Fe liz cumpl e a ños, Pabli to!” Nada d e f ir ma, nada d e fe c ha, nada d e nombre s impre sos c on l etr i ta s n e gras. Pe ro e so no l e imp or ta ba a Pa bl o, p orqu e é l s abía mu y bi e n qu e e l re g a l o ve nía d e pa r te d e Pac o. En se guida e mpezó a s ac a r las pi ez as d e l ju e go y las puso sobre l a m e s a. En e l fo ndo a pa re ci e ron unos a nte ojos d e a la mbre c e l e ste, sin v idr i os, y e l foll eto ex pli c ati vo. Pa bl o l o a br i ó y c ome nzó a l e e r: Pa so uno: “Ubiqu e un c a ba llito d e plásti c o bla nc o e ntre las va ras d e l c a r r i to d e plásti c o c o l orado, sin e qui voc a r se.” Pa s o d o s: “ E n g a n c h e l o s va g o n e s d e m a d e r a a n a r a n j a d a a l a l o c o m oto r a d e m a d e r a n e g r a .” Pa s o tre s: “A j u s te l a s p ati l l a s d e l o s a nte o j o s a s u m e d i d a y c á l c e l o s b i e n, c o s a q u e n o s e l e vaya n a c a e r d u r a nte e l v i a j e.” —¿El v i aj e? ¿qu é v iaj e? —se pre guntó Pa bl o e n voz a lta mi e ntras se p o nía l os a nte ojos y mira ba a lre d e d or c on ci e r ta sor pre s a p or l o d e l “v i aj e”. E n s e g u i d a oyó l a voz d e Pa c o q u e l e h a b l a b a d e s d e l a l o c o m oto ra:
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-¿Cómo “qué viaje”? A veces no te entiendo, Pablo, decís cada cosa rara… Pablo miró la locomotora. —¡Ah, Paco! No me había dado cuenta que estabas allí… ¿Desde cuándo sos maquinista? —Y…hace mucho. ¡Desde que era así chiquito! ¡Vamos, subí! Pablo corrió por el andén y se trepó a uno de los coches. Por suer te estaba vacío y pudo sentarse del lado de la ventanilla. Levantó el vidrio y se puso a mirar. Vio casas con paredes rosadas, cercos con flores y chicos que le decían: “¡Chau, Pablo! ¡Feliz cumpleaños!” Después se metieron en el campo y vio horneros, vaquitas y de cuando en cuando ranchitos y ombúes. De pronto un corderito blanco entró por la ventanilla y se acurrucó a su lado. Por fin el tren paró en una pequeña estación con olor a menta y cantos de calandrias. Pablo oyó la voz de Paco que lo llamaba. Levantó el corderito en los bra zos y descendió. Desde un carrito colorado tirado por un caballito blanco, Paco le gritó: —¡Eh, Pablo…! ¡Aquí estoy! —¡Hola! ¿Sabés qué pasaba, Paco? ¡Casi no te conozco con
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ese chambergo de gaucho! ¿De dónde lo sacaste? Antes no lo tenías… —¿Antes? ¿Cómo no…? ¡Si lo uso desde que era así chiquito…! ¡Dale! ¿Subís? —¡Ah! —contestó Pablo y subió al carro con su corderito en los brazos. Conversando y conversando atravesaron quintas con frutales, montes de eucaliptos y arroyitos con sauces en las orillas. Después de un largo rato Pablo dijo: —Me parece que tengo sueño. ¿Si me duermo un rato? —Dormí…Allí tenés una manta. —Cuando lleguemos vos me despertás, ¿eh? —Todavía falta como una hora… ¡Eh! ¡Sacate los anteojos! ¡Nadie duerme con los anteojos puestos…! Entonces Pablo se los sacó y fue justo en ese momento, ¡justo al llegar a la tranquera!, cuando mamá abrió la puerta del dormitorio y se acercó para darle un beso diciéndole: —¡Feliz cumpleaños Pablito…! ¡Ohhh…! ¿Y ese corderito? ¡Qué precioso! ¿De dónde salió a aquí en tu cama? ¡Ah, ya sé! No necesito pensar mucho… ¡Seguro que es un regalo de Paco! —Beeee… -dijo el corderito y mamá le hizo upa. —¡Qué Paco éste…! Nunca se olvida de tu cumpleaños…-
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La cajita En esta cajita con firuletes rosas guardo mil cosas. Una estrella, una flor, una estampita y novecientos setenta y siete recuerdos de cuando yo era chiquita. Esta linda cajita guarda un secreto, si la tengo cerrada nadie oye nada, pero cuando la abro, sale a charlar conmigo Caperucita.
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El payaso Ja, Ja, Ja En la esquina había un circo y en el circo había un payaso que se llamaba Snif y alrededor del payaso había muchos chicos que aplaudían ¡Plaf plaf plaf!, ¡Plif plif plif!..., porque Snif hacía payasadas muy graciosas. Pero un día, en el circo de la esquina, pasó una cosa muy rara y loca: ¡Snif perdió la memoria y naturalmente se olvidó de todas sus payasadas! Se dio cuenta aquel domingo, cuando sentado frente al espejo de su camarín, no se pudo acrodar de nada de lo que acostumbraba a decir cuando salía a la pista, ni tampoco de cómo tenía que maquillarse la cara para aparecer frente al público. —¿Cómo era que lo decía…? Buenas muchas… ¡No, tampoco era así…! ¿Cómo era…? Como Snif demoraba en aparecer, los chicos se impacientaron y empezaron a llamarlo con insistencia, ¡Snif, Snif, Snif!, como si todos estuvieran resfriados, hasta que al fin el payaso decidió aparecer así nomás, sin acordarse de nada. —¡Bieeeeeennnnn…! – gritaron todos apensa vieron asomar la punta de sus zapatones por un costado de la carpa y enseguida aplaudieron ¡plaf plaf plaf, plif plif plif!, esperando las diver tidas reverencias y saludos con que el payaso acostumbraba a contestarles. Pero esta vez, Snif los miró como si no los conociera y se quedó quieto en medio de la pista mientras pensaba: —¿Cómo era que hacía…? ¡No me puedo acordar…! Pero por más que pensó y repensó, todo fue inútil. ¡No pudo acordarse de ninguna payasada! Entonces apareció el director del circo y tratando de ayudarlo pidió a la banda que tocara su musiquita, ¡pero también eso
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fue en vano! Apensa sonaron los primeros compases, Snif, en lugar de bailar, se sentó sobre la arena y siguió pensando: —¿Pero cómo diablos eran mis payasadas…? Al ver esto los chicos se miraban sorprendidos. Uno dijo: —¿Estará enojado…? —No… -dijo otro—. Si los payasos nunca se enojan. A lo mejor está enfermo. Entonces Juanito pegó un salto y dijo: —¡Mi papá es médico y sabe curar payasos! Voy a buscarlo… —y salió corriendo. En un patatuz estuvo de regreso con el papá médico, que revisó a Snif haciéndole cosquillas en la barriga y dándole golpecitos en la espalda. luego le pidió que sacara la lengua y que dijera “Aaaa”, pero allí ocurrió una cosa terrible. Snif comenzó a hacer pucheros y contestó: —¡No me acuerdo cómo se saca la lengua! ¡Buuuaaa…! En la platea, los chicos también empezaron a lagrimear, pero por suerte el papá médico los interrumpió preguntándoles:
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—¿Cómo se llama este payaso? — ¡Snif, doctor…! ¡Se llama Snif! —contestaban todos. -Snif Snif…¿así como si estuviera lloriqueando? —le preguntó el papá de Juanito. —Si…Snif, Snif es mi nombre. De eso me acuerdo. Entonces el médico papá de Juanito lo palmeó en un hombro diciéndole: —¡Pero amigo! ¡Dónde se ha visto un payaso con nombre de llanto? ¡Con razón! ¡Ahora me explico por qué se ha olvidado de hacer reir! Los payasos tienen que tener nombre de risa…Creo que ya tengo el remedio. —¿Si? ¿Cuál, doctor? —Muy sencillo… ¡Cambiarle el nombre! —¿Le parece? — ¡Por supuesto, señor payaso…! —gritaron los chicos aplaudiendo ¡plaf plaf plaf!, ¡plif plif plif! La banda volvió a tocar su musiquita y ese domingo, el circo continuó la función, con el payaso Ja ja ja, haciendo payasadas.
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El cartero del bosque Dicen que hace muchos años la vida en la tierra era mucho más tranquila que ahora. Caían lluvias saltarinas, el cielo casi siempre estaba celeste, y de noche, las estrellas se mezclaban con las luciérnagas haciendo grandes rondas sobre los campos y las montañas. Dicen también que en los bosques, los árboles conversaban entre ellos contándose viejas historias de duendes y hadas. Pero un día llegaron los hombres y dijeron: -Hemos oído voces en el bosque… -Algunos dicen que son las brujas que viven en lo alto de sus árboles. -O los demonios, tal vez, que lo recorren por la noche… -Hay que hacer algo. -Para espantar a la brujas nada mejor que el fuego… -¿Y si fueran hadas…? - ¡Eso! ¡Nada de fuego! ¡Podríamos lastimarlas…! -¿Entonces…? Entonces los pájaros, que habían oído esto, fueron volando a contárselo a los árboles, y esa noche los árboles de todos los bosques se reunieron en asamblea y resolvieron: -No hablaremos más para no asustar a los hombres. Nos escribiremos cartas, contándonos nuestras cosas. -Buena idea… Escribiremos cartas en nuestras hojas… -Y las haremos llegar de una punta a otra del bosque… -Pero, ¿cómo?... ¿Quién las llevará? ¿De qué manera…? Entonces Dios llamóa al viento y le dijo: -Bajarás a la Tierra y serás el cartero de los árboles. Y así fue. Desde entonces los árboles escriben cartas en sus hojas y el viento del otoño las reparte. 32
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Las estrellas viajan en ómnibus Nadie sabe cómo ni por qué, un día, el ómnibus de la escuela llegó a la esquina y, en vez de doblar para la casa de Pedrito, se detuvo y después de hacer tres veces ¡chuff chuff! y dos veces ¡prrr…! empezó a levantarse del suelo como si fuera un helicóptero y a subir, pasando los árboles y los rascacielos hasta confundirse con las nubes. —¡Por fin!...un colectivo en el cielo –dijeron los angelitos y le hicieron señas para que se detuviese. El ómnibus frenó frente a una media luna florecida y en seguida todos se acercaron corriendo y treparon y se empezaron a pelear por sentarse del lado de la ventanilla. —Prohibido asomarse o sacar los brazos por la ventanilla, ¿eh? —les dijo con energía Juan, el chofer. Entonces todos se quedaron quietos. El colectivo emprendió nuevamente la marcha y anduvo toda la tarde de nube en nube. Y al caer el sol, en una esquina apareció una margarita blanca. —¿Y eso? —preguntó Juan el chofer—. ¿Qué clase de semáforo es ése? —Es el lucero que indica la hora de dormir —le explicaron. —¡Ahhh…! –le dijo Juan el chofer, y por el espejo vio a los angelitos bostezando. Las mamás los estaban esperando a la puerta de cada casa igual que a los chicos que vuelven de la escuela. Los angelitos fueron bajando, y cuando el ómnibus quedó vacío y se disponía nuevamente a aterrizar: —¡Chist chist…! —le dijeron las estrellas—. ¿Nos llevás a dar un paseo por la Tierra? —¡Sí… c on mu c ho gusto! Mis a mi gos se p ondrá n c onte n tísimos. 34
Y en seguida todas saltaron como chispitas, sobre los asientos. ¡Chucu…chucu…chaca…! El ómnibus bajó con mucho cuidado para no perder ninguna pasajera por el camino y aterrizó frente a obelisco. Esa noche la luna se quedó sola en el cielo y las calles de Buenos Aires se llenaron de lucecitas plateadas como las ramas de un árbol de navidad. —¡Linda noche…! —dijeron los porteños y siguieron caminando por Corrientes hasta el amanecer.
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Osita en la escuela
Ma má os a ha ll evad o a su hijita a la e scu e la pa ra qu e practiqu e cu e ntas d e suma r, cu e ntas d e re sta r y qu e e n l os re cre os ju e gu e a la ray u e la. L l e ga la s a lida y la osita di c e qu e e stá sor pre ndida, pu e s la se ñor ita du e ña d e la e scu e la, ni e nse ña a suma r ni e nse ña a re sta r… ¡sól o cu e nta cu e ntos d e nunc a ac a ba r!
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¡Luusstraaa…!
—¡Luuussssstraaaaa…! —dijo Paco, el lustrabotas, y un señor que subía muy apurado la escalera del subterráneo se acercó, apoyó contra la pared el envoltorio largo y flaquito que llevaba en la mano, y puso un pie sobre el cajoncito de Paco. —Una buena lustradita, pibe… —Chifff…chuifffff…chuifff –hacía el cepillo de Paco. -Un poquito más de pomada, pibe… —Chuifff…chuiffffiii…chifff… -volvería a hacer el cepillo. —-Más brillo, pibe… ¡Así! ¡Bárbaro, che! Tomás y quedate con el vuelto, porque no tengo tiempo de esperarlo. Y se fue muy apurado detrás de un taxi. —¡Señor…señor! ¡Se olvidó el paquete! ¡Eh, señor! Pero la puerta del taxi hizo ¡plaf! y el motor ¡prrrruuuum! y el señor desapareció. Paco golpeó dos o tres veces sobre el buzón con el envoltorio largo y flaquito y por una punta del papel rasgado aparecieron las plumas de un plumero. Casi sin darse cuenta, se lo puso entre las piernas y empezó a galopar en dirección al cajoncito de lustrar, barriendo la vereda con el penacho de plumas. Pero fíjense que no alcanzó a llegar a su lugar, porque apenas había dado el primer brinco, el plumero ya no era un plumero sino un lindísimo caballo negro que comenzó a trotar por en37
tre la gente, relinchando y arrancando chispas de las baldosas, hasta que por fin, despegó del suelo y empezó a dar vueltas a la manzana como los caballos de las calesitas. —¡Ohhh! ¡Ahhh! ¡Uhh! —decían todas las personas, asombradas, mientras corrían curiosas detrás del caballo. Cuando por fin, después de varias vueltas, se detuvo y paco logró bajarse, el plumero era otra vez un paquete largo y flaquito, con un penacho de plumas en un extremo. Entonces, por la esquina del buzón dobló el taxi con el señor muy apurado.
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—¡Pibe…pibe! ¿No viste un paquetito que me olvidé aquí…? ¿Sí? ¡Justo ése…! ¡Mirá qué suerte! ¡Gracias, pibe…! ¡Ehhh, chist…taxiii…! ¡Ufff, me lo tomaron…! ¡Estoy apurado, che…! Mi señora tiene que plumear los techos. —¿Sí? ¿Y por qué no se va en el plumero? —No digas… a ver…explícame… —Así, ¿ve?... Usted súbase atrás que yo lo llevo en ancas. Y se fueron los dos, subiendo y bajando como en una calesita.
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Cristobal, el vendedor ambulante
—¿Y eso? —le preguntó Doña Gertrudis a su vecina Lola. Las dos dejaron de barrer la vereda y apoyadas en la escoba miraron con curiosidad hacia la esquina, donde Cristóbal había instalado su negocio ambulante: un pequeño carrito, una sombrilla de playa y muchos paquetitos de colores. —Parece un botellero… —le contestó Lola a su vecina Gertrudis antes de baldear el umbral. —¡No…! Seguramente vende chucherías para los chicos… —comentó el almacenero Luis, que en ese momento levantaba la cortina de su negocio, y en seguida, asomándose por la puertecita de lata ondulada, le preguntó: -¡Eh!, ¡vendedor…! ¿Qué son…? ¿Juguetes? —Mmmm… ¡por ahí, por ahí…! —contestó Cristóbal. —¿No? Ah, entonces ya sé… ¡Son cosas dulces para los chicos! —Cosas dulces sí, pero no para chicos. —Ah… ¿para grandes? -Tampoco… —¿Para viejitos entonces? —preguntó desde su ventana el abuelo de Tito—. Pero amigo… ¡si los viejos no podemos comer dulces porque nos hacen mal…! —Estas cosas son dulces pero no se comen. ¡Se guardan! —le contestó Cristóbal. Después sacó una armónica de su bolsillo 40
y se puso a tocar y a bailar alrededor del carrito de colores. Tocó un valsecito criollo y comenzaron a rodearlo todas las cabezas blancas del barrio mirándolo con sorpresa. —¿Qué vendés, muchacho? —Le preguntó por fin Don Natalio. —¡Ilusiones, abuelo…vendo ilusiones! ¡Son para ustedes! —¿No digas? ¿En serio? ¡Qué clase de ilusiones serán ésas! —Y…ilusiones blancas, rosas, celestes… ¡En fin, las que ustedes prefieran! ¡Vamos, elijan…! Son todas nuevitas. Entonces todos los viejitos estiraron las manos diciendo: —¡A mí una rosa! ¡A mí esa celeste! ¡Yo quiero la blanca! Cuando el carrito quedó vacío y los viejitos volvieron muy contentos a sus casas, cada cual con su ilusión, Cristóbal el vendedor, cerró la sombrilla y cantando, cantando, se fue con su carrito, hacia otra esquina del mundo.
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El duende del ropero
Chicos, este duende,
Juega con el humo
vive en mi ropero,
de las chimeneas,
duerme en un zapato
galopa en el aire
todo el día entero.
sin que se lo vea. Trepado en los gallos
Pero por la noche,
de tantas veletas
este señor duende,
de vueltas y vueltas
quiere que lo saquen
haciendo piruetas.
a pasear en coche. Y por fin cansado Entonces se sube
de tanto correr,
sobre un carretel
cuando muere el día,
y se va rodando
se vuelve a esconder.
como por un riel. Aquí en mi ropero, Recorre senderos,
dentro de un zapato,
visita las plazas,
mi duende hará nono
canta con los grillos
por un largo rato.
que hay en los canteros.
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El barrio En el barrio en que vivo están mi casa y mi amigo, está también mi vecino y el que conversa conmigo solamente porque pasa por la puer ta de mi casa. En mi barrio todo es dulce: en las veredas, hay muchas rondas de arroz con leche y faroleras con escaleras, en el aire hay burbujas de naranjada y en las esquinas, baldositas de frutas abrillantadas. En el barrio en que vivo nunca ando sola… ¡siempre voy de la mano de una amapola!
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Adios tren Adiós tren que ya te vas a recorrer mil caminos, golondrina que allá va entre risas y pañuelos. ¡Adiós señor maquinista, adiós guarda y pasajeros! Sigan aquel caminito y díganme si va al cielo… Yo me quedo en este andén, andén de pueblo chiquito, con un ramito de adiós y un manojito de infancia. Aquí te voy a esperar, maquinita de juguete, para cubrirte, al llegar, con florcitas, los durmientes.
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Colorín colorado
Había una vez…hace muchos años…una niñita rubia que vivía con su mamá en una linda casita del bosque. Según pude averiguar, su verdadero nombre era Juanita, pero todos la llamaban Caperucita Roja (bueno… por eso de la capucha que ella siempre se ponía…). Un día su mamá le dijo: (ahora viene la parte de los bizcochos y la torta para la abuelita que vivía del otro lado del bosque, pero la salteo porque ustedes ya la conocen). —¡Caperucita, hijita mía! ¡No te detengas a juntar flores en el camino, porque puede aparecer el lobo!... ¡¡Oh… Oh… Ohhh!! —Sí, madre…bueno, madre…así lo haré, madre… —contestó la niñita y partió con su canasta hacia la casa de la abuelita. Apenas hubo caminado una o dos leguas más o menos, oyó que desde atrás de un frondoso árbol, alguien la llamaba: —Chist… ¡Eh…buena niña! Juanita se detuvo un instante con intención de volverse, pero recordando los consejos de su mamá, se hizo la disimulada y cantando bajito, continuó su camino para alejarse pronto del lugar. Pero nuevamente oyó la misma voz que le decía: —¡Eh, Caperucita! Soy yo, el conejo Pedrín… —¿Sí? ¿Y a qué viene tanto misterio para llamarme? —Es que quería invitarte… —y saliendo de su escondite le 46
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explicó que siguiendo el curso del arroyo seguramente llegarían al país de las maravillas, ¿viste? Caperucita lo miró sorprendida, se sonrió, lo volvió a mirar y dijo: —¿El de Alicia? ¡Bárbaro! ¡Dale! Sin más comentario salieron corriendo y no pararon hasta llegar al arroyo y ¡plaf!, tirarse de cabeza en el agua. Pedrín, buen nadador, avanzó dando brazadas, mientras atrás se quedaba Caperucita gritando desconsoladamente: —¡Socorro…socorro! ¡Socorro que no ´se nadar y me ahogoooooo…! Por suerte, el lobo, que andaba por los alrededores, oyó los gritos de la niña y corrió en su ayuda. —¡Ah, estos chicos…estos chicos! —decía mientras la sacaba a upa del agua-. ¿Se puede saber cómo se les ocurren tantas travesuras? —Él me dijo… ¡Él tiene la culpa! ¡Ji ji…ji…! —lloraba Caperucita Juanita, mientras se comía un bizcocho de su canasta. —Bueno… Bueno… ya pasó. ¡Basta de lágrimas y a continuar tu camino! Tu amigo Pedrín te acompañará. Los despidió con un beso, y colorín colorado este cuento complicado…se ha terminado.
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Duende
Los zapatitos del duende no son de cuero, están hechos con musgo del mes de enero. Los guantecitos del duende no abrigan nada, están hechos con hebras de agua plateada. El sombrerito del duende es muy paquete, lo tejió el arco iris en un periquete. El duende está vestido de mascarita, saquito con botones de margarita y un “bluejean” con parches en la colita.
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Índice
50
7
En el cielo las estrellas
8
Nono aprende a volar
10
El ángel Juanito
12
Otoño
13
El hombrecito de la valija
16
Estornudando
17
Viento-Viento
19
Un cuento enredado
22
Esto sí, esto no
23
Un sueño
23
Otro sueño
25
El regalo de Paco
28
La cajita
29
El payaso Ja, Ja, Ja
32
El cartero del bosque
34
Las estrellas viajan en ómnibus
36
Osita en la escuela
37
¡Luustraaa…!
40
Cristóbal, el vendedor ambulante
43
El duende del ropero
44
El barrio
45
Adiós tren
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Colorín Colorado
49
Duende