Queridos animalitos

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Mi amigo el grandote

Este animalote grandote, grandote anda muy campante cruzando la selva un ratito al paso y otro poco al trote. La trompa delante, la cola detrรกs, va por el sendero lo mรกs elegante, mi amigo elefante. La cola detrรกs la trompa delante este animalote grandote grandote.



El Hipopótamo

Este animalito, es un animalote que anda por el río paseando en un bote. Como es tan porfiado, no quiso ponerse la capa del tío. Si pesca un resfrío, este animalote, dirá ¡atchís! y entonces, el bote en el río bailará de risa. ¡Pobre amigo mío!


¿Quién será?

Este es un animalote flaquito como un palote. Su nombre empieza con jota, su cola termina en afa, si su altura no me engaña ¿será acaso una jirafa?



Hace Rij, hace Raj…

Este animalote que tiene melena y también bigote, cuando come dice raj… cuando sueñas, dice rij… y si lo hacen enojar dice ruj, dice ruj… ¿Dónde están, quiénes son los que no me tienen miedo? ¿No ven que soy un león?



El Colibrí

Yo conozco un colibrí que se ha hecho su casita adentro de un alelí. Tiene esta casa chiquita, sus cortinas de organdí, una mesa y cuatro sillas de cáscara de maní, y en la sala un organito que si lo mueven así… les contesta do, re, mi… Y aquí termina la historia de mi amigo colibrí que vive como en la gloria adentro de una alelí. ¡Me das risa ji…ji…ji… que este loco pajarito viva tan cómodo allí.



Piripintita

Esta paloma pinta piripinta puso en su nido cuatro huevos blanquitos piripintitos. Cuando salga la luna piripintuna, los cuatro pichoncitos aliblanquitos volarรกn hasta el cielo para traerme, cuatro estrellas pintitas piripintitas chiquititas platiblanquitas.



Plin y las gallinas

Este es un cuento cortito que cuenta la historia de un gusanito. Se llama Plin y es amigo del sol, del aire y del rosal que crece en el fondo del jardín. A Plin le gusta madrugar y bañarse con las gotas que el rocío de la noche deja sobre el pastito de los canteros. Después se seca con las hojas del rosal. -¡Cuidado…cuidado, Plin! –le dijo auqella mañana el rosal- no te muevas tanto que puedes arruinar mis pimpollos. -¿Tus pollos…? -No Plin. Yo no dije mis pollos…!dije “pimpollos”! El gusanito lo miró pestañeando sin entender lo que le decía. -Mis pimpollos, Plin, son mis flores, ¿sabes? -¿Pero tus flores no se llaman rosas? -Claro…pero las rosas antes de abrirse se llaman “pimpollos”. ¿Entendiste? Y son muy tiernos como los bebés…si los arruinas, mis ramas no tendrán rosas. -¡Ahhh! Así que son tus flores, y se llaman pimpollos. ¡Ji ji ja ju!...¡Qué risa! -¿Qué cosa te da risa? -Que yo había entendido “pollos”… ¿Te imaginas un rosal llenos de pollitos prendidos en sus ramas? ¡Ji ju ja ja!...


Al oir esta conversación, Palmira, Dalmira y Edelmira, tres gallinas que andaban por los alrededores picoteando granitos, pararon la oreja y alarmadas se pusieron a contar sus pollitos para ver si no les faltaba ninguno. -3…11…49…uno ¡dijo Palmira! -18…109…4…-contó Dalmira. Edelmira ni empezó siquiera, porque se dio cuenta de que, como ninguna de ellas había ido a la escuela, no sabían contar, ¡qué barbaridad! Entonces les dijo a sus amigas: -¡Esas cuentas son una mamarracho! Lo mejor será que nos acerquemos al rosal. Así lo hicieron. Cuando estuvieron junto a la planta, la observaron con atención y se tranquilizaron al no ver en ella ningún pollito, pero en cambio las tres vieron a Plin, muerto de risa, sobre una hoja…y ¡zas!, sin decirse nada largaron un picotazo, pero con tan mala puntería que lo único que consiguieron fue sacudir las ramas de tal manera que el pobre gusanito voló por el aire y fue a aterrizar sobre otra hoja y luego sobre otra y otra, impulsado por nuevos intentos de las tres gallinas, hasta que por fin, fue a parar asustadísimo, justo arriba de uno de los pimpollos cerrados. -¡Es mío…es mío! –decían las gallinas- ¡yo lo vi primero! Entonces el rosal abrió el pimpollo y el gusanito cayó sin darse cuenta en el fondo de una preciosa rosa roja, donde no pudieron alcanzarlo Edelmira, Palmira y Dalmira. Desilusionadas por el fracaso, las tres volvieron a buscar granitos en la tierra. ¿Y Plin? Vive muy contento en su nueva casita con perfume de primavera.



El perrito de la pata azul

A Julián le encantaba dibujar. Dibujaba en el cuaderno, en los papeles del escritorio de papá, en las servilletitas de papel y en el espejo del baño, cuando se empañaba con la ducha. Por eso, esa mañana, volviendo de la escuela, se puso contentísimo al ver terminada la pared que cerraba el terreno baldío de la esquina. Una pared lisa y blanca como una gran hoja de cartulina y una doble hilera de vidrios rotos que se asomaban por arriba. Apenas terminó de almorzar corrió a la cocina, buscó un corcho y lo quemó en la llama del gas hasta ponerlo negro como un carboncito. -¡Me quedó bárbaro! –comentó, mostrándoselo a su mamá. -¿A dónde vas con eso? Te vas a ensuciar la ropa… -No…sólo voy a dibujar en la pared de la esquina…Y se fue contento con su corcho. Primero dibujó una casita con humo en la chimenea. Al lado de la casita un árbol y arriba del árbol un pájaro grande como una gallina. Después una nube y después el sol, con cara de monigote y lleno de rayos que parecían una melena. Contento con su obra, se retiró unos pasos y se quedó mirándola como hacen los artistas.



Entonces el sol le guiñó un ojo y a Julián le pareció oír que alguien le decía algo. -¿Me hablaste? –le preguntó. -Sí…dije que todos ustedes hacen lo mismo: una casita…un arbolito y siempre yo con cara de monigote y melena…!Bah…! ¿No saben hacer otra cosa? ¿Un perrito, por ejemplo? -¿Un perrito? ¡Gran cosa…! –dijo Julián y se puso a dibujar un perrito y cuando sólo le faltaba una pata para terminar, el perrito empezó a mover la cola y dijo ¡guau! A esta altura el tizne del corcho se había consumido y Julián tuvo que terminar su dibujo con un lápiz azul que tenía en el bolsillo. Entonces el perrito volvió a decir ¡guau! Y saltó a la vereda. Y aquí termina la historia que explica cómo y por qué, Julián tuvo un perrito con una pata azul.



La guardería de Doña Ratona

Sucede que los tiempos han cambiado y hasta los animalitos del bosque están tan ocupados como los señores y las señoras de la ciudad. El topo hace túneles subterráneos todo el día, las hormigas transportan mercadería de aquí para allá, el pájaro carpintero serrucha y clava sin descanso, las arañitas tejen y el puercoespín dirige el tránsito para que no haya choques ni empujones entre los trabajadores. Sólo la Ratona del bosque y su amiga, la señorita Cigarra Cantora, se lo pasan lo más campantes; una, sentada en su sillón hamaca, comiendo queso en la puerta de su casa, y la otra…canta que te canta arriba de un árbol. Por supuesto, todos los vecinos están indignados con ellas: -¡Son unas haraganas! –decía la Mamá Mona cuando pasaba camino al taller de costura, con su hijito abrazado al cuello. -¡Unas desconsideradas…! –repetía en cada salto la señora Cangura zangoloteando en su bolsillo a la cangurita que todos los días la acompañaba al trabajo. -Yo diría unas sinvergüenzas! –agregaba Doña Comadreja mientras iba y venía, haciendo mil cosas, ¡con sus cuatro comadrejitas sentadas sobre la espalda! Tantas acusaciones hicieron reflexionar a Doña Ratona, quien, dejando de hamacarse, un día le dijo a su amiga:


-Señora Cigarra…, ¿sabe que yo creo que tienen un poco de razón? -¿Quiénes? –preguntó la cigarra interrumpiendo su canción. -Nuestras vecinas, con eso de que somos unas haraganas, ¿no le parece que podríamos…? -¿Qué? ¿Trabajar? ¡Ah, no, eso sí que no! Yo sólo sé cantar y de aquí no me muevo. -¡Claro, claro! Yo tampoco sé hacer otra cosa que hamacarme y comer queso…Pero, ¡se me ha ocurrido una idea! Doña Ratona se levantó, se fue al fondo de su casa, donde ella acumulaba montañas de latas abolladas, cajas vacías, macetas rotas, zapatos viejos, y los trajo uno por uno, diciéndole a la cigarra: -¡Ayúdame a poner esto en condiciones! to.

-¡Cómo no, Doña Ratona! La acompañaré con mi can-

-Y así fue; mientras la cigarra cantaba a todo trapo, Doña Ratona limpió, lavó y pintó todos los cachivaches convirtiéndolos en un montón de preciosas cunitas. -¿Y eso? ¿Qué piensa hacer con ellas? ¿Las venderá? -No. Pondré una guardería para que las mamás del bosque que trabajan puedan dejar sus bebés sin preocupaciones. Yo los cuidaré sin moverme de i sillón, y usted será la maestra de música. -¡Qué brillante idea! ¡La felicito, Doña Ratona…, la felicito! –y siguió cantando mientras Doña Ratona colgaba en la puerta de su casa barrida, limpita y ordenada, un cartelito que decía: GUARDERÍA DE DOÑA RATONA. Y desde ese día…!Si vieran! Daba gusto pasar por allí. Todos los días, antes de irse a trabajar, cada mamá pasaba y dejaba allí su hijito, y al volver…encontraba a cada bebé en su cuna, mientras Doña Ratona vigilaba su sueño, en su sillón, comiendo queso, y la cigarra les cantaba el arrorró desde una rama del árbol.


Una flor para la lluvia

En ese pueblo vivían muchos animalitos: Pak, la coneja; Pek, el grillo; Pik, la hormiga; Pok, la tortuga; Puk, el topo, y otro montón más. Todos con sus casitas, sus jardines y sus sogas para colgar la ropa lavada. Los días de semana, por la mañana, todos salían y hacían compras en el mercado menos los más chiquitos que iban a la escuela; por la tarde paseaban dando vueltas por la plaza, y los domingos jugaban a las visitas y tomaban té con migas de pan en casa de algún vecino. Aquel domingo, que amaneció nublado, Pok, la tortuga, estaba invitada a casa de su amiga Lucy, la liebre. Emprendió el camino muy tempranito, cosa de llegar puntualmente a la hora del té. Caminó, caminó un largo rato y al mediodía, cuando ella ya estaba en mitad del camino, el cielo dijo ¡Brrr! Y Pok vio una nube negra justo arriba de su cabeza. -¡Qué barbaridad! ¡Ahora sí que estoy frita! Empieza a llover y seguramente se me arruinarán mi collar y mis zapatos de taco alto…- Los demás vecinos, que aún no habían salido de sus casas se arrimaron a las ventanas y con caras de aburridos se quedaron detrás de los vidrios mirando la lluvia, sin poder salir. En eso, Pik vio un gran crisantemo que se acercaba caminando por la calle.



-¡Miren! –gritó alarmada- ¡una flor que camina! -¿A dónde? ¿A dónde? –dijeron los otros alarmados. -¡Allá…allá…! ¡Viene para aquí…vengan a verla! -¡Ohhh…tiene zapatos de taco alto! Y enseguida todos los curiosos corrieron a la calle a esperar bajo la lluvia al crisantemo que se acercaba despacito…despacito, hasta pasar por medio de los curiosos sin que ninguno descubriera que se trataba de Pok, tapada por un enorme crisantemo como un paraguas amarillo. -¡Ohhh! –volvieron a repetir asombrados- ¡Una flor que camina…!! -¡Y con zapatos de tacos altos! ¡Qué fenómeno…! Tanto barullo hicieron con sus voces que hasta al sol le llegó la noticia. ¿A ver? –dijo de pronto, asomándose por entre la nube oscura- ¿A ver la flor que camina? Y claro…apenas se asomó, paró la lluvia y en el cielo apareció el arco iris. Entonces Pok soltó su paraguas y tocó el timbre en casa de su amiga. -¡Qué puntualidad, Doña Tortuga! ¡Ha llegado justito! ¿Se enteró de ese asunto de la flor que camina?...


El paseo de Úrsula

Aquella linda mañana de sol mamá escarabajo le puso a su hijita Úrsula un sombrerito celeste, le prestó su sombrilla a lunares y le dio permiso para dar un paseo por el jardín, mientras ella aprovechaba para hacer limpieza general. Lavó los vidrios y plumereó los techos; barrió el patio y lo estaba por baldear, cuando atrajeron su atención muchas voces y exclamaciones, que venían de los jazmines. Se asomó a la ventana y vio una nube de bichitos revoloteando alarmados alrededor de algo que estaba sobre el césped. -¿Qué pasa? ¿A qué viene ese bochinche? –preguntó. -¡Un monstruo Doña Paquita! ¡Un monstruo nunca visto! -¡Ohh…! ¿Viene para acá? -No…!Qué va a venir, si no puede caminar…! –agregó un mosquito. -¡No me diga! ¡Pobre! ¿No tiene patas? -Sí que las tiene…!Pero las tiene al revés! -¿Cómooooo…? -¡Claro! En vez de tenerlas para abajo…!Las tiene para arriba! –exclamó una hormiga agarrándose la cabeza. -¡Qué espanto! -Y allí no termina la cosa Doña Paquita –intervino el grillo-. ¡Tiene en la cabeza una escafandra celeste! -¡Ahhh! ¡Entonces es un marciano! –gritó la señora escarabajo abriéndose paso entre la multitud para verlo.



Cuando estuvo cerca, bien cerca del marciano, se puso los anteojos y lo miró. Frunción el ceño y lo volvió a mirar, y ante el asombro de todos le dijo: -¡Pero Úrsula, hijita! ¿Qué haces aquí con las patitas al revés? -Es que…me estaba subiendo al jazminero y ¡pláfate! Me caí panza arriba y ninguno de estos tontos ha sido capaz de ayudarme. ¡Yo solita no puedo darme vuelta! Entonces mamá escarabajo le hizo a upa y le dijo sana sana. Después le enderezó el sombrerito celeste y, de la mano, despacito, se la llevó caminando por el pastito de jardín.


La casita de Doña Generosa

Para Generosa, la nutria, no había nada mejor que hacerle regalos a sus amigos: -Esta bellota es para usted, Doña Ardilla…Este pedacito de queso lo guardé expresamente para usted, Misia Ratona… ¡Mire qué suerte, Señor Conejo, aquí le tengo reservada una lindísima zanahoria!... Y así, todo el día no hacía otra cosa que oir: -¡Gracias, Doña Generosa…Es usted muy gentil señora nutria… ¡Qué amable es usted, querida amiga!... Tampoco sabía decir que no, cuando le pedían algo. Por fue que cuando aquel día llegó hasta su casa el Oso Chirunfio y le dijo: -Doña Generosa…¿No me regalaría la hoja de su ventana que está medio salida y a mí me vendría muy bien para mi dormitorio? Generosa no pudo decirle que no y Chirunfio salió con la ventana a cuestas. Y cuando al rato apareció la mona Victoria preguntándole: -Doña Gene… ¿No tiene algunas tejas que le sobren para componer mi techo? –la nutria Generosa, le contestó muy tranquila: -Que me sobren, no tengo…pero si necesitas puedes llevarte las que quieras. Y al día siguiente vino el Topo Piringo y le planteó su problema:



-Señora Nutria…¿No tendría algunas tablas de más para componer el piso de mi cocina? -No…de más no tengo Don Topo, pero debajo de mi cama se han aflojado algunas, si te vienen bien puedes llevarlas. –Y allá salió el topo con un manojo de tablas. Y después vinieron la tortuga, el gato y la lechuza hasta que poco a poco, la casa de Doña Generosa se fue quedando sin puertas, sin techo, sin piso y sin ventanas. Y cuando ese día vinieron los vecinos, antes de que pidieran nada, ella les dijo: -¿Qué? ¿También necesitan las paredes, muchachos? ¡Y bueno…llévenlas! Total! Yo puedo dormir muy cómodamente en el tronco de ese árbol. Y muy contenta ya se encaminaba con su valijita hacia su nuevo domicilio, cuando oyó que los vecinos le decían: ted.

-¡No, Doña Generosa!...Hemos venido a buscarla a us-

-¿A mííííí? –preguntó la nutria, sorprendida-. ¿Para qué a mí? -Para que vea la nueva casita que le hemos armado con todas las cosas que fuimos llevando de aquí. ¡Venga… mire qué linda ha quedado! Y Doña Nutria generosa se vio frente a su nuevo hogar: una preciosa casita con chimenea, puertita recién pintada y ventanitas con balcones llenos de flores. ¡Un regalo que le hacían sus amigos, para agradecerle lo mucho que ella les daba!



¡Qué zorro tan tonto!

Los jueves eran días de compras en el bosque. Los animalitos se levantaban más temprano que de costumbre y salían con sus bolsas hacia el supermercado de la cotorra Leticia. Doña Leticia los esperaba con los cajoncitos llenos de mercadería. Había avellanas para la señora Ardilla, trocitos de queso para doña ratona, zanahorias para el maestro Conejo, granos de maíz para misia Gallina, confites para la señora Mona y otro montón de cosas para los distinguidos clientes. Todos compraban y pagaban con sus correspondientes moneditas de hojas secas. Todos…!menos Don Eleuterio, el zorro!, que siempre se las arreglaba para distraer la atención de Leticia y llenarse los bolsillos de cosas que nunca pagaba. Con el movimiento del negocio, doña cotorra no advertía el robo, y el zorro se iba de lo más campante, diciendo: ¡Hasta otro día, vecina…! Pero cuando llegaba la hora de hacer la caja, ¡allí venía el problema! -¡Pero será posible! –exclamaba preocupada Leticia-, ¡me faltan dos rabanitos, tres nueces…un montoncito de alpiste…catorce tortitas y cinco chocolatines! ¡Se me está viniendo abajo el negocio…! Pero, por suerte para doña Cotorra, ocurrió esta afortuna-


da coincidencia: aquel jueves, al abrir su puerta, entraron muy apurados los compradores de siempre: la coneja, el gallo, doña Ratona, misia Mona, Eleuterio, el zorro, y detrás de ellos, por primera vez, entró la señora lechuza, que fue muy bien recibida. -Dichosos los ojos que la ven, vecina… ¡Por fin se decidió a venir! ¡Pase con confianza! Está en su casa querida…¿Qué va a llevar? -No…por hoy nada, doña cotorra…Vengo a mirar no más –y diciendo esto, se paró sobre el palo de una escoba y se puso a observar dando vuelta la cabeza de un lado a otro. De pronto, según su costumbre, dejó escapar un estridente chistido que retumbó en el supermercado-: ¡Chhhsssstttt…! Y entonces, ¿saben lo que pasó? ¡el zorro! El sinvergüenza zorro, que en ese momento se disponía a escapar con un puñado de galletitas en cada mano, se detuvo asustado y dijo: -¿Qué…? ¿Qué pasa? ¿Quién me chista? Doña lechuza volvió a chistar sin tener la menor idea de lo que pasaba, y el zorro, más asustado que antes, abrió las manos y dejó caer todas las galletitas, mientras trataba de disimular su robo diciendo: ¡Ohhh…! ¿Pero qué extraño? ¿Quién me habrá puesto tantas galletitas en las manos…Este…¿cuánto le debo, doña Leti? Y mientras todos se ocupaban de recoger del suelo las galletitas, el aprovechó para salir zumbando hacia su casa, para que no lo alcanzaran los picotazos de la cotorra Leticia.


Un botón colorado

La coneja Perengana era muy trabajadora. Todo el día se lo pasaba en la máquina, cosiendo para los vecinos. Que pantaloncitos…que vestiditos…que pañales para los recién nacidos, y con eso le alcanzaba para vivir muy contenta en su linda casita del bosque. Una mañana, en que Perengana estaba removiendo la tierra de su jardín, se le acercó malandrino, el zorro, y después de saludarla muy cortésmente le dijo: -¡Ah…yo no sé cómo hace usted, señora Perengana, para tener tantas y tan hermosas plantas en su jardín! -Muy sencillo, señor Zorro…las cuido, las riego todos los días y les remuevo la tierra una vez a la semana. Y usted ve, Don Malandrino, el resultado es que todo lo que siembro en mi tierra, se convierte en plantita… -Ya sabía yo que usted era la persona indicada para comprar esta semilla maravillosa que he traido de tierras lejanas! –y diciendo esto, el Zorro sacó del bolsillo un botón colorado que se había encontrado en el suelo y se lo mostró. Perengana, que como era costurera conocía bien los botones, dijo dudosa: -¿Una semilla, dice usted? ¡Qué raro…parece un botón, Don Zorro! -Exactamente lo parece…por eso la planta se llama “botonus parecidius”



-¡Ahhh…! –contestó la coneja admirada de la sabiduría del zorro-. Y ¿cuánto cuesta esta semilla? -Mire…por ser usted…y no se lo comente a nadie…se lo daré por unas pocas monedas. -¡Qué bien, justamente es eso lo que tengo en mi alcancía! Y fue a buscar su chanchito lleno de monedas, para entregárselo al zorro. Malandrino se alejó muy contento con su negocio, y Perengana, también muy contenta, sin sospechar el engaño, se puso de inmediato a plantar su botón colorado. Pero por suerte, un gorrión que revoloteaba cerca había presenciado todo y recordando las muchas camisitas que la coneja les había hecho a sus pichones, tuvo una rápida idea para evitar el disgusto que ésta sufriría en primavera. Voló hasta las quintas cercanas y juntó todas las semillas que encontró desparramadas por tierra y volando volando, regresó para dejarlas caer en el mismo lugar en que Perengana había enterrado el botón colorado que le dejó el zorro. -¡Alguna germinará! –dijo el gorrión y se fue a su nido. Y así fue, pasaron los meses de invierno, y al llegar la primavera, un arbolito asomó entre la tierra removida. Poco a poco sus ramas crecieron hasta cubrirse de flores blancas. Y después, en verano, llegaron las manzanas rojas y perfumadas. -¡Venga, venga…! Don Malandrino –le decía la coneja al zorro, que desde atrás de otro árbol, espiaba sorprendido el nuevo árbol cargado de frutas-. ¡Acérquese, pruebe qué sabrosos los frutos del “botonus parecidius” que usted me vendió!



El almanaque del bosque

Qué lío se armó en el bosque cuando Pin y Pon descubrieron el almanaque que Toño el guardabosques tenía colgado en la pared de su casa, junto a la puerta, para que doña naturaleza se acordara de los cambios de estación, de las flores…de las hojitas que se caen y todas esas cosas… -¡Yo lo vi primero! –gritó Pin, dando un manotazo sobre el almanaque. -¡No, es mío! –gritó Pon, tironeándolo para su lado. -¡Yo lo quiero!... –dijo nuevamente Pin, quitándoselo y corriendo a toda velocidad por el caminito, mientras las hojas del despanzurrado almanaque volaban por todos lados. Ante tanta gritería, todos los vecinos salieron de sus casitas y al ver la escena protestaron contra las terribles ardillas, y, pacientemente, se pusieron a juntar las hojas desparramadas. También vino mamá ardilla y dándole una palmada en la cola a cada una de sus hijitas, les quitó las hojas rotas de las manos, luego las ordenó como mejor le pareció y las juntó con las que tenían los vecinos. Claro que como los animalitos no saben nada del orden de los meses, el almanaque quedó armado con un barullo tal de días y mezclados, que la pobre Naturaleza perdió totalmente el control de sus tareas. Y así fue como las hojas se caían en enero y los árboles florecían en junio…o las aguas se cubrían de escarcha


en febrero y las semanas se componían de seis domingos y un jueves y dos lunes y cinco viernes. Y así fue como junio venía después de octubre y abril iba delante de agosto y el viento no sabía cuando debía soplar ni la lluvia cuándo era el momento oportuno para caer…y así fue como en el bosque se llegó a fin de año sin que nadie se diera cuenta. Pero por suerte…! Por una gran suerte!, esa mañana, Dalmira la nutria, fue al pueblo a hacer compras y de allá vino muy contenta, corriendo y avisando a todos: -¡Vecinos…miren…vengan todos! ¡Miren lo que me regalaron en el pueblo! -¿Un almanaque sano? -¡Claro, porque fíjense qué casualidad! Parece que ha terminado el año viejo y viene uno nuevo…y toda la gente camina ligero y anda llena de paquetitos y moños y papelitos de colores y además en los almacenes dicen muchas felicidades y regalan estos almanaques con dibujitos plateados. Y el bosque se ordenó nuevamente y todos se abrazaron diciendo: ¡Feliz año nuevo!


Los zapatos de Ratina

Era inútil, por más que doña Ratina miraba el almanaque patas abajo y patas arriba, nunca sabía en qué fecha estaba, porque…bueno, ella nunca había querido ir a la escuela. Es decir…, no había podido, porque ocurría que el polvillo de la tiza la hacía estornudar tanto que la señorita terminaba por mandarla afuera y entonces ella aprovechaba y, muy contenta, se volvía a su casa. Así era como ahora no sabía leer ni siquiera un numerito ni una letra. -Yo sé que es uno de estos días…pero no estoy segura si mañana, pasado o traspasado…pero seguro, seguro que estamos cerca. Ratina no se animaba a preguntarle a ninguna de sus vecinas porque seguramente le dirían: -Vio, vio, doña Ratina…Eso le pasa por no querer ir a la escuela…! No sabe ni siquiera cuándo es la noche de Reyes! Y ante esta situación decidió arreglárselas solita. -Bah…Yo, por las dudas, pongo los zapatos esta noche. Si vienen…y si no los vuelvo a poner mañana y pasado, hasta que lleguen. Me voy a dar cuenta cuando aparezca algún regalo. Y muy contenta limpió y lustró sus zapatos colorados y los puso en la ventana.


Al día siguiente se despertó tempranito y corrió a mirarlos y… -¡Hola! –le dijo una margarita blanca desde su zapato colorado izquierdo. -¡Eh! ¿A ti te trajeron los Reyes? –le preguntó Ratina. -¿Los Reyes? ¡No…! Yo vine porque me gusta vivir en una maceta colorada. Ratina le quiso explicar que eso no era una maceta sino su zapato, pero parece que la margarita no entendía nada de razones y Ratina no quiso perder más tiempo. Dejó a la margarita en su zapato colorado izquierdo y decidió que esa noche volvería a dejar sus zapatos con margarita y todo. -Sí… ¡Seguramente pasarán y me dejará algo en el zapato desocupado. A la mañana siguiente, Ratina abrió la ventana y …desde adentro de su zapato colorado derecho un gatito negro con manchitas blancas le dijo: -¡Miiiiau! –que en el idioma de los gatitos quiere decir ¡hola! -¡Hola! –le contestó Ratina y enseguida le preguntó-: ¿Te trajeron los Reyes? -¿A mí? No…Yo vine porque me gustan las camitas coloradas y siguió haciendo ron ron, hecho un montoncito. Nuevamente esa noche, Ratina se arrimó a la ventana y por ella vio que todos los vecinos habían dejado sus zapatos en las puertas y en los balcones. -¡Ahh… esta debe ser la noche de los reyes! –entonces, ligerito, se sacó una de sus pantuflas peluditas y la puso junto a la persiana. -Seguro que esta vez me dejan algo… -se dijo, y contenta, se fue a dormir. A la mañana siguiente, la despertó el canto de un pajarito.



De un brinco saltó de la cama y fue hacia la ventana. Apenas corrió la cortina, el canto del pajarito se transformó en un: -Buen día Ratina! –que salía de adentro de la pantufla peludita. -Buen día… -contestó la ratona y enseguida agregó: Seguro que a ti, sí, te han traído los Reyes ¿no? -¿Los Reyes…? ¡No…! Yo vine sola, volando, y como encontré este nido tan abrigadito, he decidido quedarme a vivir en él. ¿Tienes algún incoveniente? -No, no… ninguno. Puedes quedarte nomás, si te gusta. En eso aparecieron los vecinos por las ventanas mostrándose los regalos que esa noche habían dejado los Reyes. -¿Y a usted, doña Ratina, quizá no le dejaron nada porque no quiso ir a la escuela? -¿A mí nada? ¡Miren! Me han dejado tres regalos, para que sepan, ¿ven? Y muy orgullosa mostró al gatito negro, a la margarita blanca y al pajarito de la pantufla, que desde ese día la despertó cantado en la ventana.


Indice

Mi amigo el grandote

4

El hipopótamo

6

¿Quién será?

7

Hace Rij, hace Raj…

9

El colibrí

11

Piripintita

13

Plin y las gallinas

15

El perrito de la pata azul

18

La Guardería de Doña Ratona

22

Una flor para la lluvia

24

El paseo de Úrsula

27

La casita de Doña Generosa

30

¡Qué zorro tan tonto!

34

Un botón colorado

36

El almanaque del bosque

40

Los zapatos de Ratina

42


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