Era uno de los primeros dĂas de septiembre y todo el jardĂn estaba alborotado e inquieto.
Las hojitas nuevas temblaban y las primeras mariposas volaban de un lado a otro, comentando la preocupante noticia que acababan de recibir: “Pronto estaré con ustedes. Stop. Llegaré con la primavera. Stop.” Así decía el telegrama que firmaba, La Vaquita de San Antonio.
Imagínense ustedes… ¡Los yuyitos fueron los primeros en alarmarse ante tal amenaza! —¡Qué desgracia espantosa!—decían— A las vacas les gusta muchísimo el pasto. Es un enorme animal que nos va a tragar en dos bocados… —Firma en diminutivo para disimular…— se lamentaban los brotecitos que recién estaban asomando— ¡Pero al fin y al cabo, una vaca, aunque sea chiquita sigue siendo una vaca! Y eso es muy grave para un jardín.
—No nos dará tiempo para refugiarnos en nuestras casas y apenas llegue, ¡pláfate, pláfate! Nos pisará con sus patazas, sin darse cuenta —decían algunos bichitos. —¿Y qué nos dicen de nosotras? Seguro que ni nos ve y apenas oscurezca se acostará a dormir en nuestro cantero y… ¡adiós violetas…! — murmuraban temerosas las pequeñas flores.
Entonces todos, bichitos y plantas se reunieron para conversar sobre la situación y después de cambiar ideas y más ideas, decidieron que los bichitos, se mudarían al jardín vecino, y las plantas volverían a esconderse en la tierra. Así estarían a salvo de la inoportuna visitante.
Aquella mañana, Don Santiago, el jardinero, se llevó la sorpresa mayor de su vida. —¿Pero qué es esto? —se preguntó más que sorprendido al llegar al jardín— ¿Qué ha pasado en mis canteros?... Ayer estaban tan lindos y hoy no hay nada… ni un brote… ni un rastro de césped…— y movía y removía la tierra sin encontrar explicación a lo ocurrido. Durante varios días repitió la operación con pala y rastrillo, pero ¡nada! No aparecía ni una sola planta.
Inútilmente llamaba a las mariposas y a los caracolas que vivían allí. ¡Nadie le contestaba ni A! —Y ahora… ¿qué le digo a la primavera cuando me pregunte qué he hecho con mi jardín? ¿Cómo le digo que ayer estaba precioso y hoy se transformó en un baldío? ¿Cómo… cómo? No me lo podrá creer y seguro me dirá que soy un mal jardinero… ¡Qué problema misterioso…!
En esas preocupaciones estaba el pobre Santiago cuando ve que allá, por el medio de la calle, venía Doña Primavera, rodeada, como siempre, por una nube de bichitos alegres.
Un pequeño cascarudito oscuro, con pintitas rojas y blancas sobre las alas, fue el primero en llegar al desolado jardín. Extrañado, al ver que ninguna flor salía a recibirlo, se posó sobre la tierra y golpeó con sus patitas: —Toc, tip, tap… ¿Hay alguien aquí? Desde adentro, una margarita contestó tímidamente: —Me parece que no estoy… pero si me dice quién es se lo podría averiguar enseguida…
—¿Pero qué pasa? ¡Soy la Vaquita de San Antonio! ¿Acaso no me conocen? Vengo a visitarlos. ¿O es que no han recibido el telegrama que les envié? Entonces al oir esto, por todos los rincones se asomaron ojitos y hojitas. Flores y brotes… yuyos y ramitas… caracoles y mariposas… grillos y escarabajos.
—¡Ohhhh…! ¡Ahhhh…! —decían entre risueños y sorprendidos— ¡Qué terrible confusión…! No es una vaca. Sólo se trata de un bichito pequeño como un granito de arroz. De inmediato el jardín se cubrió de pimpollos y pastitos verdes. Los caracoles asomaron sus cuernitos al sol y un colibrí apareció jugueteando sobre una rosa.
Mi nombre es Marta Giménez Pastor. Yo escribí este libro. Me gustan los versos en sube y baja y las canciones para los caminos. Hoy quiero compartir contigo un problema misterioso. ¿Puede una vaca aunque sea chiquita seguir siendo una vaca? Juguemos a las escondidas y encontremos un bichito pequeño como un granito de arroz.. Quizá él pueda respondernos.
Mi nombre es Alejandra Taubin. Yo ilustré este cuento. A manera de secreto les cuento que ando por la ciudad buscando calles que difícilmente encuentro. Pero no todo tiene mal final. Algunos de mis dibujos se encontraron con las letras y terminaron siendo libros. Hoy ensayo con puntos, rayas y colores, que quieren capturar nuevos personajes (hasta ahora escondidos).
Este libro fue impreso en Color Efe, Paso 192, Avellaneda, en el mes de febrero de 1991. Las películas en color las realizó Offset Difo, Rosario 4751, Adolfo Sordeaux y se encuadernó en Gráficas Guadalupe, San Martín 3773, Rafael Calzada.