Madonna - Veni Vidi Vici

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VENI VIDI VICI

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Veni vidi vici (vine, vi y vencí) es una alocución en latín atribuida a Julio César, quien supuestamente la utilizó en una carta al Senado Romano alrededor del año 46 a. c. luego de haber logrado una rápida victoria en su breve guerra contra Farnaces II del Ponto en la Batalla de Zela. La frase se utiliza para referirse a una inmediata y decisiva victoria. “Fui constante como la estrella Polar tenía fuego ardiendo en el corazón nunca me rendí peleando en la oscuridad vine, vi, vencí” (“Veni Vidi Vici”, Madonna, 2015)

© Los autores madonna-venividivici.tumblr.com proyecto.mdna@gmail.com Edición a cargo de Germán Weissi y Alejandro Parrilla Selección musical, investigación, asesoramiento y producción Alejandro Parrilla / parritaduarte@gmail.com Arte de tapas Alejandro Alonso Marcucci alonsomarcucci.tumblr.com alonsomarcucci@hotmail.com Edición artesanal de 100 ejemplares. Noviembre de 2015, Buenos Aires, Argentina. Permitimos la reproducción de los textos que integran este libro siempre que se cite el nombre del autor y las referencias de esta edición.

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Madonna & yo Por Karina Macció

¿Por qué Madonna? ¿Cuál es mi conexión? La nuestra, desde la poesía, por qué ella. Te cuento de mí, esperando que quizás un retazo de esto te toque. La primera vez que recuerdo haber escuchado a Madonna, sonaba “Papa Don’t Preach”, tenía doce años y estaba en la casa del chico que me gustaba. ¿Podés creer? Me había invitado a merendar después de la escuela y estábamos jugando en la Commodore. Precisemos: él estaba jugando a las peleas de kung fu o a las carreras, no sé. Por supuesto que era lo que menos me importaba. Esa tarde de chocolatada fría y galletitas surtidas, en la casa con patio de mi compañero de sexto grado, lo único que quería era que de repente en un acto de arrojo absoluto, me besara en su habitación, en el borde de la cama, frente a la tele. Sin embargo, él estaba nervioso (también yo, pero dejé de estarlo cuando vi que de verdad se estaba concentrando en pasar de nivel), y mis expectativas adrenalínicas dieron paso al embole. Resulta que había un hermano mayor rondando por allí. Era más grande que nosotros, estaba en la secundaria, pero yo lo conocía de haber compartido la escuela y de ir a la casa de mi amigo. El hermano me encantaba de otra manera. Tenía toda la onda: un jopo enorme, pantalones ajustados, chombas coloridas impecables. Y estaba escuchando Madonna a todo volumen, lo adoré (qué gracioso cómo se dan las cosas: luego me hice muy amiga de él, más que de mi pretendiente, años después supe que había tenido el valor de empezar a salir con chicos a pesar del revuelo que causó en su familia). Mientras se iba quedando sin luz la habitación en la que estábamos, bajo la titilante pantalla repetitiva, Madonna me sacó del aburrimiento. Bailé sentada, moviendo los pies, balanceándome, tratando de rozar a mi compañero obnubilado en su juego. Abracé a Madonna por primera vez. La grabé de la radio en mis cintas caseras junto a Michael y a Cyndi. Estaba atenta a sus canciones. Ella me acompañó en cada paso de mi iniciación sexual, del despertar erótico del cuerpo que se estiraba como nunca, ensanchaba las caderas, la cola, y me empezaba a pedir corpiño.

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Madonna sonó en unos de los primeros lentos que bailé, “Live To Tell”, cómo me apretaron esa vez, pese a que me resistía con todas mis fuerzas, el chico, varios años más grande, sabía como atraerme hacia él, como apoyarse contra mí. En un momento lo sentí tanto que lo empujé antes de que terminara la canción. “Me tengo que ir”, pero no podía en verdad, mi abuela venía a buscarme, así que me escondí en el zaguán con los rosales, mientras repetía primero la balada que me había quedado rondando en la cabeza, y luego todas las canciones de Madonna que me acordaba, en voz muy bajita las tarareaba tratando de imitar la pronunciación, deseando que el tiempo pasara más rápido con ella. Escucharla, mirar alucinada sus videos el sábado a la tarde cuando no existía MTV ni la tele de cable, aprender las letras de memoria, traducirlas, copiar elementos de su vestuario, dejar que Madonna me mostrara cómo ser sexy, rebelde, frágil, cómo transformarme sin miedo a probar a todo, constituyó gran parte de mi educación sentimental. En cada fiesta, en cada discothèque a la que fui, cuando sonaba su música, yo volaba bailando, cantando. Alrededor todo se borraba (se borra, esto es también ahora): momento para que el corazón se acelere y sientas cómo se enciende la sangre cuando tirás pasos. A su ritmo, puedo ser otra, puedo ser yo en una nueva versión, dejar colgada la tristeza mohosa que a veces me embarga y simplemente, bailar. Madonna es uno de mis secretos para el estado alegre en el que me gusta vivir, amuleto de poder contra la parálisis, estrella de la suerte por la que me dejo elevar, por la que me dejo creer que todo es posible, que vale la pena hacer lo que te gusta –como escribir poesía–, o tomar la iniciativa en lo que sea, aún para declarar tu amor a alguien que no sabés si te corresponde. PD: y en realidad, todo empezó con las exclamaciones de mi abuela, aunque recién ahora me dé cuenta.

Madonna mía

a la Madonna decía mi nonna, me miraba urdir historias, recitar rimas a la Madonna andá a jugar y no pronunciaba así

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italiana algo en dialecto exclamaba Madonna mía clarito a mí, porque yo meta escribir meta inventar meta buscar Madonna, cuando la vi supe la nonna me regaló una estrella mi propia diosa guardiana erótica reina madre para alumbrarme rebelde que diera vuelta corsés, corpiños, garras, sacara bombachas, peinados castos, preconcebidos pelos, creara tetas, pezones chupetín y tachas por doquier collares y rosarios, cadenas rotas música, Madonna, música las notas explorando mi cuerpo poroso entre tules nos divertíamos nos abríamos sin culpa, solas diamantes por espejos nos favorecían lentejuelas y canciones nos enamoraban todas nosotras en ella chicas tan chicas que podían expresar sexuar bailar que podemos alardear, arder, saltar, ser novias punk rock, coger en iglesias o aulas, tener bebés, abortar, elegir hombres o chicos, mujeres, amantes dirigir o dejarnos llevar cantar escribir como vírgenes pecar como deseamos

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pedir como queremos perder, gozarnos ser fiesta Madonna puro baile musical, novela, espectáculo, rayo de luz láser, bola disco que nos ilumina si desechamos el cuerpo. Nonna, nunca te agradecí. Entendí después, cuando no estabas a la Madonna mía tu conjuro, esa fuerza que me dabas exclamativa, azorada Madonna! energía para cambiar sin atarme viajar sin restricción vivir para contar, rebelde de corazón siempre entregando en cada escena todo el amor en cada palabra porque yo es nada sin el otro. Me llamaste, nonna, me soltaste pusiste el sonido, la picazón en mí, el latido. Gracias nonna! Y a la Madonna!

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X-Static Process / Visual

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Hablemos de amor Por Fernanda Nicolini

Sos la hija que quiso ser madre pero antes salió a la pista mirá cómo salió el mandato sacrificial atado al cuerpo y una intuición cuál es el cielo que se persigue cuando tus piernas se liberan del suelo y se mueven al ritmo de un corazón salvaje no hay sumisión escuchá escuchá otra vez el golpeteo de lo que estaba prohibido antes de que descubrieras que dios era mujer y tenía poderes en su voz ellas no son como vos algunas chicas no son como vos sos la hija que quiso ser madre y pidió que la luz la atravesara como un falo y la luz lo hizo se hizo en la pista.

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Pachamama electrónica Por Facundo R. Soto Se despereza levantando los brazos, como si fuesen edificios que emergen de la nada y rompen el espacio. Allá arriba mueve las manos, las agita para un lado y para el otro, como si fuesen un cisne. Se levanta de la cama y camina, lento, deslizándose como si alguien, debajo del piso, la arrastrara con un imán. Después de unos pasos, cuando se da vuelta, ve la cama prendida fuego. Las llamas suben y bajan. Rojas y azules, emanando calor. Estira el brazo, y con cuidado, agarra el iPhone que estaba en la funda de la almohada plateada. Baja las escaleras. Corre hasta la cocina, dejando una ráfaga de chispas y brasas por el piso que forman un camino iluminado. Sentada en la mesa de la cocina, espera que la mucama le lleve el desayuno; mientras tanto mira su iPhone. Está intacto. Lo prende. Entra al software que pone debajo de la almohada cada noche, que registra los movimientos de su cerebro. Ahora, a través de gráficos serpenteantes y de colores, con curvas celestes, verdes y rojas, observa los períodos en los que descansó y en los que no. Los momentos en los que tuvo más intensidad, que fueron en la fase de REM, cuando sus pupilas se movieron incesantes hacia arriba y hacia abajo, cuando su pulso cardíaco se aceleró y el corazón parecía que iba a explotar como una bomba. Ahí fue cuando su sueño cobró vuelo y su deseo intentó escapar, cobrar vida y color, pasar al día. Pero justo en ese momento se despertó envuelta en calor, y ahora no recuerda nada de su sueño. Con el índice y el pulgar agranda la imagen. De nuevo intenta recordar el sueño que tuvo anoche, pero lo único que recuerda es el fuego que ahora están apagando sus empleados, el jardinero y la mucama. Fuego, en su sueño, como el que vio en la cama cuando se levantó. Mariquena, antes de morder el durazno, acaricia la piel colorada, con manchas naranjas y amarillas, y lo levanta. Lo pone bajo la luz. Cierra los ojos y lo huele. El olor le recorre el cuerpo. Cierra las piernas. Algo caliente, como unas llamitas de fuego o unas plumas suaves y movedizas, le acariciaran la entrepierna. Contrae su chochi. Exhala el aire, y vuelve a oler el durazno. Otra vez aprieta sus piernas, y un líquido blanco se le escapa de sus labios vaginales. Muerde el durazno, lo mastica con rabia mientras le saca la cáscara, delicadamente, a una banana; pero no se la come, la deja pelada a un costado. Revuelve los cereales en la leche, mien-

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tras se fija en su iPhone cuántas calorías está ingiriendo. Cuando termina de desayunar, eructa y se levanta. En ese momento aparece la mucama preguntándole si necesita algo. Camina hasta la sala de ensayo. El piso es de pinotea y está recién lustrado. La madera brilla. Las paredes, recubiertas por espejos, duplican la dimensión del lugar. Los bailarines la esperan elongando y charlando, agarrados de la barra. Cuando la ven se acercan, la saludan largando flores y peces por la boca, llenando sus ojos con estrellitas. La besan y la abrazan iluminados por su presencia. No dejan de adularla y elogiarla. Le dicen lo linda que está. Sienten su energía y su humor cambia. Mariquena los reúne en el centro del salón. Se toman de la mano y, a pedido de ella, cierran los ojos. Mariquena siente la energía de sus bailarines. Piensa que en ese momento, así, tomados de la mano e intercambiando la energía, viviendo el presente, sin pasado y sin futuro, todo está en armonía. Que las cosas volvieron a su lugar. Que está con las personas con las que quiere estar. La mano grande y fuerte de un bailarín, pelado, con barba candado y cuerpo de gladiador, la estremece. Sus dedos son gordos, largos y fuertes; toda su mano es agarrada por la otra. Otra vez vuelve a tener esa sensación entre las piernas. Esa sensación que tanto le gusta, pero que a veces quiere contener; como bolitas de fuego que dan vueltas en su interior. Las bolitas de fuego que le agujerean la chochi y se le escapan. El pianista toca temas lentos mientras bailan con Mariquena en el centro. Ella observa a S, que está sentado en cuero, con un corpiño rojo en forma de cono y shorts de cuero, en un costado, esperando que termine el tema para que empiece el siguiente, en el que él baila. Mariquena levanta la mano. Estira el índice y lo mueve para sí, pidiéndole a S que vaya, y le hace un gesto para que se ponga las botas. Después vuelve a mover el índice y gira las manos como mariposas para que S se incluya en la escenografía. Cuando se acerca, Mariquena le dice: –Seguime –el bailarín de corpiño rojo sobre los pectorales de gladiador, con short ajustado y botas de cuero, se incorpora. Se mueve tan rápido como ella–. Sos mi sombra –le dice–. Vamos. Vamos, que no decaiga, ahora vos sos yo. Así, ella llena su vacío. Y esa energía que le brota de la entrepierna, como espuma, se reproduce cuando S camina como un perro y ella le pone el taco en la espalda y se sube. Otro bailarín la agarra de la entrepierna para levantarla. Las pieles se frotan, y las bolitas de fuego salen como si se incendiara el tronco de un árbol. Ahora se refriegan las entrepiernas y los pezones se ponen duros como metal. S salta con energía. Sigue bai-

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lando y cantando. Se mueve en el piso, para arriba y para abajo, como si fuese un perro alzado, hasta que la música se va apagando y desaparece. Mira a Z, el bailarín negro, que está con un body disciplinario de cuero, aros de plata en los pezones y botas de tacón con hebillas. Se mueve con destreza, como si su cuerpo fuese de goma; va para un costado, cuando la música va para el otro, y para el otro cuando la música cambia de lugar. Hasta que sus movimientos decrecen y se va apagando. Deja que sus compañeros lo pasen y él se queda solo, al final del elenco, bailando de manera desincronizada, como ido, como apagándose, como una planta que se seca. Sin dejar de bailar, Mariquena pasa empujando a los bailarines con movimientos sensuales, hasta que llega a Z. Se para enfrente de él y lo mira. Estira el cuerpo, levanta la cabeza y le pasa la nariz, desde la cabeza hasta los pies; acercándose al oído le dice: –Cuando acabe el tema, termina el ensayo, y quiero verte en el camarín. ¿Ok? Mariquena vuelve al centro de la escena con el olor del bailarín negro contorneando su cuerpo. Ahora se mueve como si fuese un perro olfateando el aire, dejándose llevar por ese olor; se mueve frenéticamente, y no para hasta encontrarlo. En el camarín, Mariquena se sienta en una silla, de espaldas al espejo. Agarra a Z de la argolla que sale del collar de cuero, y lo lleva hasta ella, como si fuera a besarlo. Después lo empuja y Z se cae para atrás en el sillón. –Contamelo todo –le dice con voz de frutilla–, no puedo verte triste, amor, ¿qué mierda te pasa? –le pregunta Mariquena mirándole las estrellitas negras que Z lleva tatuadas en el hombro. Unas gotitas de sudor bajan de las axilas de Z, como en una cascada, hasta sus abdominales de bronce. Su cuerpo dorado brilla en la oscuridad. Z se cruza de piernas. No puede esconder el enorme bulto que se le marca en el short de vinilo. Toma aire. Lo larga para arriba, como si fuese humo de un cigarrillo azul, mueve las manos, haciéndose un espacio en el aire, y después, agachándose para desabrocharse las hebillas de las botas de tacos finos, largos y transparentes, le cuenta que se había enamorado del chico que conoció el sábado en Amerika. Fueron a su casa y cogieron toda la noche. –¿Se drogaron? –le pregunta Mariquena, sin hacer juicio de valor con su pregunta. –Fumamos porro, mucho. Me cogió toda la noche. Me abrí todo para él. Me entregué, todo. Y no me volvió a escribir, ni a contestar ningún mensaje –dice Z mientras se le afloja el pecho, sintiendo el fuego que antes Mariquena tenía en la chochi mientras bailaba; pero él lo siente en el

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pecho. Se acercan. Z la observa. Ve el aura plateada que irradia de Mariquena y que contornea su cuerpo. Cierra los ojos. La energía de ella llega hasta su cuerpo. Se acerca, lo abraza, le pasa la mano por el cuerpo; y a Z se le va el dolor. –Sí, tenés razón, ya voy a conocer al chico que sea para mí, ese no era… –Claro –le dice Mariquena, sonriéndole y dándole un beso húmedo sobre los labios–. Yo te voy a acompañar. A ver… Se me ocurre, mi amor, que antes de irte con alguien yo voy a ir a hablar con él. Si te hace sufrir se las va a ver conmigo... Z se ríe. –¿Seguimos? –Sos una santa. Sos santa… Santa Mariquena…–le dice Z dándole un abrazo fuerte, sin soltarla. Mariquena le frota la espalda, pensando que otra vez se convirtió en Evita, en Madonna, en la Pachamama, en La Madre de los Gays. Después se sueltan y salen del camarín agarrados de la mano. En la sala de ensayos bailan hasta que el día se diluye, hasta que se hace de noche y cada uno se va a su casa, atravesando la calle oscura donde vive y da clases Mariquena. Más tarde, Mariquena come arroz con langostinos empapados en salsa de mango, mientras mira la tele. Dos ojos, en blanco y negro, ocupan la pantalla de su smart tv. Se sorprende. Se sirve jugo de maracuyá y presta atención: “Hola, ¿querés saber mi proyecto secreto?”, dice una voz que le resulta familiar, que escuchó otras veces, y ahora se parece a la suya. Se siente confundida. Los ojos largan rayos, están electrificados. “Primero tengo una pregunta para hacerte. ¿Qué significa, para vos, la libertad? ¿Estás dispuesta a luchar por lo que creés?”. Mariquena se acomoda el pelo, mientras mira a Madonna en la tele. Quiere estar perfecta, igual a ella. Madonna le cuenta al periodista, sentada en un sillón rojo, cómo comenzó su gira. Con un concierto en Tel Aviv, justo cuando se había desatado la guerra, cuando Israel bombardeaba a Irán. Los productores le preguntaban si cancelaban el show o si tocaban mientras la guerra se daba curso en Irán. “¿Cancelar la gira? ¿Cancelar el concierto? –preguntó Madonna– ¿Con la cantidad de fans gays que tengo en Irán?”. Mirando a cámara explica que en Irán ser gay es como ser un criminal. “Amar y desear es considerado una herejía”, dijo mientras se le llenaban los ojos de planetas. Después aparecen imágenes de Madonna en San Petersburgo hablando

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en el escenario sobre los derechos de ser gay. El público la ovaciona. Después aparece ella, otra vez frente al periodista, contando: “Esa noche la policía había arrestado a 87 fans por ser gays. Por ser gays, ¿me entendés? Más tarde me denunciaron porque creían que había sido ofensiva cuando hablé de los derechos de los gays, y por supuesto, en contra de los mierdosos gobernantes”. Madonna, con el pelo largo y rubio, contaba que había sido demandada por miles de dólares, debido a la denuncia que hizo en el escenario. Mariquena la veía y las cosquillas en la chochi se reproducían, le subían y explotaban como pochoclos, mientras salían otras, y otras; como si nunca acabaran de salir, recorriéndole el cuerpo. Mariquena se miró las uñas. Brillaban. Se vio parecida a Madonna, y pensó que tenía que aumentar la cuota de las clases de baile que daba en su casa. Los gastos crecían y las cosas estaban cada vez más caras. Terminó el jugo de guayaba y cambió de canal. Hizo zapping hasta que dejó en MTV. Estaba a punto de empezar el show de Madonna en Estados Unidos, lo transmitían en directo. Tuvo miedo de que se cortara la luz o que alguien la llamara en ese momento. Apagó el iPhone. Bajó las luces. Se puso el traje de cuero y, enroscada como una víbora, esperó ansiosa que empezara el show. “Se que me aman, pero lo tomo como algo circunstancial. El amor no está garantizado”, dijo Madonna agarrando el micrófono como si fuese un pene, le pasaba la lengua como a un helado, con la guitarra colgando, balanceándola para un lado y el otro. Así empezó a cantar el tema más pop de su repertorio de la manera más punk y electrizante. Mariquena la veía y no podía creerlo. Sintió una emoción parecida a la que tuvo la primera vez que vio el mar, cuando vino de Misiones a Buenos Aires. El fuego quería entrar a su cuerpo a través de la caverna que se abría y cerraba, bordada por una sensación parecida a la de hormigas carnívoras que muerden la piel. Ella hacía un esfuerzo por contraerla, pero la tensión y las ganas de salir y explotar la mantenían despierta, en estado de éxtasis y plenitud. En la tele Madonna sigue cantando y bailando como si fuese el último día del mundo. Va y viene con la guitarra colgando. Corre de un extremo al otro del escenario. Cuando vuelve al centro, agarra el micrófono e intenta terminar la canción. Su voz no sale. Empieza a gritar y a golpear el piso con intensidad. En uno de esos golpes se le rompe la plataforma del zapato dorado que la mantenía elevada unos veinte centímetros del piso. Se desploma en el suelo formando un charco de carne reventada. Desintegrada como una hamburguesa que vuelve a ser carne picada,

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queda tendida en el escenario. Los asistentes se la llevan en silla de ruedas. Mariquena se pasa la cuchilla con la que había cortado un salame por el brazo. No alcanza a cortarse, pero se lastima la piel. Con la sangre se hace dibujitos en el brazo, y con el filo, rectas que van y vienen formando la letra M. En la segunda parte del show Madonna vuelve a aparecer en la silla de ruedas. “Hay que seguir, no queda otra”, dice a los gritos, y la multitud estalla en una ovación que se replica en eco hasta tocar las estrellas. Los ojos de Madonna giran como bolas perdidas por el espacio. Su voz se vuelve siniestra y la cara se transforma en la de una bruja. Hace movimientos extraños con las manos, como si acarreara energía de la gente y se la llevara para ella. Mientras tira otra, la que no le sirve. Después, intenta pararse pero se cae. Dos asistentes se acercan y la sostienen como si fuesen sus muletas. Ella los empuja y se cae. Arrastrándose por el piso, agarra el micrófono y empieza a pedirles plata. El público, como hipnotizado, le obedece. Le pide a la gente de su staff que bajen del escenario y que recauden toda la plata que puedan, que la pongan en las bolsas de consorcio que hay detrás del escenario. La gente abre la billetera y les entrega la plata, las tarjetas de crédito, todo lo que tienen. Madonna se ríe como una bruja y grita que también quiere la ropa y las zapatillas que valen la pena. Señala la gente que le gusta. La gente se desnuda y sus asistentes meten la ropa en las bolsas. Mariquena no puede creer lo que ve. Al día siguiente lee en Clarín digital que Madonna se encuentra en una isla, meditando en la playa todo lo que pasó. Suspende las clases de baile y reza al Marqués de Sade para que Madonna vuelva a ser la de antes, para que recapacite y devuelva el dinero que le quitó a sus fans. Pero antes de salir de Internet encuentra un video donde aparece Madonna en la playa, en sillas de rueda, y al ver a un par de paparazzi se da vuelta y grita: “Plata. Plata. La plata. Plata. Plata”.

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Supernatural / Visual

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Punto y coma Por Daniela Martínez

Dios, como todo buen solitario, había aprendido a amar el silencio. Entonces, ella usó los latidos de su corazón para seguir bailando. El silencio aprovechó y metió mano hasta destronar su corazón. “Se nos va, se nos va”, gritaban los médicos. Ella estaba entregándose amorosamente. Ella estaba arriba. Ella estaba abajo. Quién sabe cuál, una de las dos guiñó un ojo. La muerte ama la quietud porque nunca aprendió a bailar. Empezó a sonar un beat. Ella dijo: “Esa es la música que fabrica tu corazón. Solamente, seguí el ritmo”. Nadie supo que trocaron sus lugares. La de abajo volvió a pulsar. La de arriba se dedicó a organizar raves. Desde ese día, Dios le regaló el silencio a la muerte. Se convirtió en el DJ que mezclaba los ritmos cardíacos de los bailarines cada sábado a la noche.

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Conversaciones en la habitación de al lado Por Valeria De Vito

La palabra que empieza con “a” es “adiós” o es “amor”. Una letra de doble uso, dos palabras, letra dual. Los miércoles los dedico a escribir frases sueltas, renglones, rayas vacías, líneas atemporales, registros. Buscamos en Mercadolibre precios del pack. Hay varias ofertas, depende de la duración en el tiempo; cuánto más dura... No tiene costo de mantenimiento, se conserva al día, como un músculo. Como todo nuevo producto, estalla en el mercado y luego decae su venta. Tengo ganas de usarlo siempre. Con un puñado de versos lo podría armar. pero no sé muy bien cómo, y cuando lo intento desaparece.

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¿Qué sonidos puede emitir ese pack? Sabemos que es un paquete minúsculo, que podemos llevarlo a donde sea y que se adapta a cualquier situación. Es extraño suena raro siempre suena raro. ¿Siempre suena? El pack consta de dos extremos y tiene dos características fundamentales: forma y sonido. Si lográs usar los dos el pack crece, aparece, o se transforma. Te va a parecer que no lo necesitás, que no lo vas a usar, pero en realidad está mutando. Vas a notar cómo trabaja con la forma y el sonido cómo elabora secuencias magistrales. Desde la habitación de al lado escucho el trazo de una fibra ir, ir, ir... Son los ruidos que asume a forma o las preguntas sobre el papel.

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I’m Going Bananas / Visual

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Timbera* Por Leandro Montejano

¿Freddy? ¿Dónde diablos me has metido? Te escribo esto desde el mismísimo Infierno, espero puedas entender mi letra. El calor es insoportable y hay demasiada gente, ya he gastado todos mis billetes de un dólar para secarme la cara. Me has mentido Freddy y no veo cómo esta participación me ayudará en mi meta de dominar el mundo. ¿Acaso ya sabías que esta película ni siquiera tiene traducción al castellano? ¿Cómo harán Paula y la pequeña Melanie para entender el argumento? ¿Y qué demonios significa Vision Quest? Nos debes una buena explicación a ellas y sobre todo a mí, Frederick. Oh, aquí pasa otra vez la rechacera Linda Fiorentino. ¿Te has enterado que mide 1,71 metros, Freddy? Claro que no, no estás aquí para escucharla entre escena y escena decenas de veces hablando de cómo su altura y sus ojos de avellana la ayudaron a entrar por la puerta grande a Hollywood, sin mencionar que ella también es ítalo-americana. ¿Coincidencias? La detesto. Osó acercarse a mí, despidiendo olor a aceitunas y preguntándome si ya no había usado este mismo atuendo en Estrella afortunada. La miré y solo le contesté con una explosión de mi chicle globo color uva. Esto va a costarte caro, Freddy, y todavía me queda espacio para la peor parte. Escuché a la directora de arte (una chica que solo cambia los vasos de lugar y le dice a la gente que encienda cigarrillos) que alguien dijo que para que mi personaje tenga más “misterio” me pondrían en los créditos como “Cantante en el bar”. Ella me lo dijo sonriendo, y yo estoy al límite del llanto. Volverás con el otro en cualquier momento para cambiarle los pañales a su chimpancé. Los únicos momentos que disfruté fueron dos. Cuando echaron a dos personas del set (que en realidad es un bar al costado de una ruta) por fumar droga en el pasillo. Las apodé las hermanas Yoko y Ono. Un poco las envidié, y hasta sentí nostalgia de mis épocas de vagabunda. El otro es que pasan la canción todo el tiempo en repetición, Freddy… Esta es la parte donde me vuelvo un poco buena y te digo que tenías razón: la canción será un éxito en todas las pistas de baile. Aclaración: leer con voz de la que dobló a Madonna en la versión latina de A la cama con Madonna (¡hay que leerla con esa voz sí o sí!). *

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El director me dijo que mientras yo cante “Timbera” él filmará a los actores y a los extras actuando, pero me confesó que la cámara no estará realmente con ellos y que toda la atención estará puesta sobre mí, y escucha esto: en la película aparecerá la canción de principio a fin. ¡Las cosas toman otro color, Freddy! Volveré a escribirte pronto, aunque ya me han avisado que los rodajes suelen ser largos. Espero volver con buenas noticias. Iré a practicar la parte de los silbidos, que es la única que no me sale bien. Saludos desde el Infierno, X La Cantante en el bar XX

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Nothing Lasts Forever / Visual

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Un poema por encargo Por Noelia Rivero

Concurre lo dialógico si yo alguna vez… me hubiera servido el tema de haber escuchado la canción la hubiese cantado en el hospital la hubiese soñado al pie de la cama de mi madre la hubiese cantado en la fila del supermercado la hubiese bailado en el boliche hétero donde los pibes le tocan el culo a las pibas. Donde vomité mi Ser Donde toqué mi Ser ácido, flameante lava, hacia el cielo y contra el piso, luego baldeado. Sí, me levanté. Lo recuerdo en 36 años x mil (36.000) redonda recostada sobre el cuerpo de una ostra apoyada en el fondo del mar sobre la ínfima arena porque quedando invertebrada aun así percibo la ínfima arena y cuando se cierran las valvas pienso en el brillo de una luz incandescente.

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¡Fuiste, Torito! Por Emiliano Figueredo

Voy a ponerme mi traje de luces Voy a lustrar mi espada y mis cruces Voy a lucir una rosa en el pelo No es una venganza, la arena es mi suelo Voy a dejarte atrás y seguir mi camino No quiero perderme en el tren del destino Quise domarte y salí malherido Ahora es mi turno, mi tiempo de sentirme querido No vas a verme llorar No vas a oírme gritar Será un escape sorpresa Empezaré de nuevo en alguna otra tierra Sin corridas, ni lanzas, ni eternas promesas Tendré mi victoria Ganaré mi juego Voy a tomar fuerte las astas Jugaré mis cartas Atrás quedará tu acecho taurino Ya no tengo miedo a imponer castigo La muleta lista Los tacones puestos Las fotos quemadas Mis ojos bien negros En la noche oscura, miraré hacia el cielo Limpiaré mis lágrimas y enviaré mi beso Cuando llegue el día Dejaré el lamento.

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Vida poesía Por Jimena Repetto Conduzco un sueño lleno de bellezas. Supongo alguna vez existió un jardinero que pregonaba entre las rosas: nada es lo que parece. Mientras afuera el ruido de los anuncios de neón, adentro pintamos la vida con lo que queda de mundo. Una habitación metafísica me da esperanzas y me recuerda las estrellas no siempre estuvieron bajo el mismo cielo. La música llega y dice algo sobre la vigilia pero no siempre quiero escuchar.

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Has To Be / Visual

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Cuerpo cicatrices Por Gisela Galimi

Recorro en tu cuerpo cicatrices, las heridas son mías al contacto. Somos perros negros, con pasado, perros sin sombra entre los dedos, perdidos, solitarios. Lamer la herida cura, decía mi abuela, por eso se lamen los perros para levantar la cara, después a las estrellas, pero el lomo donde tu herida yace necesita mi lengua compañera la saliva amorosa del encuentro en la tarde donde truena el cielo. Tengo miedo no sé si lograremos sortear la noche, así ennegrecidos sortear con risas el tiempo del silencio. Tengo miedo, no de la herida, el labio, la sombra, sino de la plena luz de tu ausencia.

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Suya y Mía Por Nicolás Bolívar

En nuestro idioma se puede ser y estar otra es la cuestión ver para creer Solo el ojo derecho en cuadro esconderse no es así. ¿Habla español? she asked (resulta un poco confuso) vendí mi otro ojo al Diablo. Mírate en él he told her ¿qué ves aquí, verdad o mentira? Cíclope ahora le pertenezco. Vivir para contar que esclava de mi misma imagen no hay Dios ni hombre estoy sola, soy sola con ese de Satanás.

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Candy Perfume Girl / Visual

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Cardíaco Por Marimé Arancet Ruda

paso sobre paso me dicta bombeo cantiga de amigo porque te perdí cardíaco adiós de tinta que arroja la letra ganada empuño en ristre esta bienvenida al llanto en seco acuerdo arenoso amable jadeo para acompasar total descalabro derrumbe de Kali cimientos expuestos al cielo vacíos con pies agotados pero no rendidos con cámara de aire voy saltando andando dando dando

por eso

dando

entreno

respiro

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cantigo granado amigo solo para mĂ­.

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Till Death Do Us Part / Visual

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Belleza arruinada Por Cristian Godoy Cada vez que arreglamos para vernos en su casa, Fabián me viene a esperar a la parada. Yo voy porque sé que es importante que vaya, aunque no veo la hora de que pueda mudarse solo a otro lado. Lo lleno de mensajes, le escribo apenas salgo y cuando me subo al colectivo. Toco timbre faltando solo media cuadra, como si necesitara despistar al resto de los pasajeros, no adelantarles que estoy por bajar. Y aunque en todo momento respiro, es lo mismo que si dejara de hacerlo, porque el aire, tal como entra, sale, sin que mis pulmones se den por enterados; igual que un chico que logra meterse donde le tienen prohibido y evita desacomodar las cosas. Fabi me espera fumando en la vereda. Está tratando de dejar y me hace terminar su cigarrillo. No puedo disimular la cara, los nervios. Él dice lo mismo de siempre, que no tenga miedo. En su barrio pasan cosas como las que pasan en todos los barrios. Es peor si demostrás que estás asustado. Entonces yo me obligo a caminar las cuadras que nos faltan a un ritmo más lento. Traje la minipimer. Vine a decirle que no voy a ir al casamiento de su hermano. La minipimer iba a ser mi regalo. También me había comprado la ropa. Fabi dice que me va a devolver toda la plata que gasté. Yo le respondo que no la quiero y que los regalos no se devuelven. “¿Vos no me amás?”, pregunta. Tiene el pecho hundido pero trata de mostrarse entero. Yo siento que es inútil que le explique que es la primera vez que me pongo a salir en serio con un chico, que no me animo a entrar con él de la mano en ese salón, que me entienda, que a mí todo esto me cuesta más. Y hasta es inútil que le diga que sí, que lo amo. Cuántas veces se puede explicar lo mismo. Entonces lo abrazo, pero es como estar abrazado a una almohada; Fabi se queda quieto y blando, absorbiendo mis formas. Quisiera irme por la ventana, no tener que saludar a su familia, haciendo de cuenta que todo está bien, aunque ellos y yo sepamos que no. Abro la puerta despacio. Se escucha la tele del comedor con el volumen bajo, a los padres que están hablando rápido y al mismo volumen. Camino por el pasillo, mirando fijo hacia delante. No tengo que apurar el paso ni mostrarme alterado, solo estoy yendo al baño. La madre, en vez de ofrecerme mate como haría en cualquier otro momento, finge estar

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concentrada en la televisión. El padre, al que no le sale tanto fingir, se levanta a calentar el agua. Me meto en el baño e intento mear. Pero estoy nervioso, no me sale. Igual tiro la cadena. Aprovecho el ruido para aflojarme, dejo escapar un llanto demasiado corto que apenas lo largo por la boca me lo vuelvo a tragar. Abro el agua fría, meto la cabeza en la pileta. Pienso lo mismo que ya pensé otras veces, en los pocos meses que llevamos juntos: esta vez la cagué. Cuándo vas a hablar con tu viejo; pensás que no se da cuenta. Fabi reclama, mete presión. No entiende que no le puedo poner fecha exacta a una charla que lleva al menos una década de atraso. Tampoco entiende que es mi problema, aunque lo involucre a él. Dice que no es justo porque me abrió las puertas de su familia, y porque me tratan como a un hijo más (si bien no nos damos besos estando enfrente de ellos, ni nos agarramos de la mano). Yo le recuerdo la cantidad de veces que él también viene a mi casa, que come la comida de mi vieja o que llama muy tarde a la noche. “Pero no es lo mismo –me interrumpe–, porque no les terminás de decir la verdad”. Y aunque tiene razón en todo, sé también que nunca nada de lo que yo haga le va a parecer suficiente. El edificio tiene apenas tres pisos. La escalera está por afuera, a la intemperie. Fabi dijo que me acompañaba hasta la parada pero yo le pedí que no. Para qué estirar la pelea, estar esperando sin hablarnos o, peor aun, lastimarnos al pedo con más reclamos hasta que aparezca el colectivo. Antes de salir, manoteé su atado de cigarrillos. Un piso más abajo, sentada sobre la escalera, está Emilse. La reconozco a pesar de que tiene puesta una capucha y todavía me falta bajar un par de escalones. Ella se hamaca sobre el cemento con las manos en los bolsillos de la campera. Siempre hace un poco más de frío que en el resto de la ciudad, un grado o dos, y hasta el cemento se siente más duro. Es un barrio que intenta expulsar a su gente y a la vez no la deja salir. Emilse es unos años más chica que nosotros y me cae muy mal, como todos los amigos que Fabián tiene de la infancia. Jamás me animaría a decírselo, pero una de las cosas que más admiro de él es que, aun habiendo nacido acá, parece de otro lugar. Emilse está embarazada de cuatro meses. El novio es un flaco que trabaja de delivery y vive en la otra punta del barrio. Están juntos, se pelean y a la semana se vuelven a juntar. El flaco es fachero, demasiado fachero para ella; yo no debo ser el único que lo piensa. La última vez que se apareció con la moto, escuchamos gritos y puteadas y nos asomamos por la ventana de la habitación de Fabi. La

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vimos a Emilse de espaldas, igual que la veo yo ahora pero a mayor distancia, la misma campera con capucha. El flaco la tironeaba para que se subiera a la moto y ella no quería. Fabi salió disparado, decidido a meterse en la pelea y defender a su amiga. Yo traté de frenarlo. No podía parar de pensar en que esos pendejos irresponsables estaban por traer un hijo a este mundo. Después ella logró soltarse y empezó a pegarse trompadas en la panza. Yo la veía encorvada sobre sí misma, con la boca desmesuradamente abierta, como si el cuerpo entero licuado a fuerza de puñetazos se le fuera a lanzar por ese agujero. El pibe le gritó loca de mierda y se fue. Fabi corrió detrás de la moto (qué hubieras podido hacer, Fabi, si lo alcanzabas). De repente la casa se había vaciado, todos los vecinos estaban en la calle. Entre dos le sostenían los brazos a Emilse para que no continuara agrediéndose. Y yo arrodillado todavía sobre el colchón de mi chico, observando desde la ventana. Es la primera vez que voy a tener que caminar solo hasta la parada. Si ven que estás asustado es peor, repito mentalmente, pero no funciona, no me logro tranquilizar, necesito que esas palabras las diga Fabi. Me quedo tildado, indeciso, parado sobre el escalón. Emilse pregunta si le doy un cigarrillo. Me siento al lado de ella. Busco el atado en el bolsillo y se lo alcanzo. Imagino cómo debe verse la postal desde afuera; el novio del puto convidándole puchos a una embarazada. Mi viejo y el de Fabi se vieron una sola vez, casi por accidente. No habrán sido más de cinco minutos. Era el día en que Fabi y yo nos íbamos de vacaciones. Se suponía que él tenía que tomar un remís, pasar a buscarme y de ahí a Retiro. Pero el remís lo clavó, y en su barrio no hay otra agencia donde llamar, ni paran los taxis. Atendí el celular, preocupado por la hora, y le grité que por qué no había llegado. Cuando me explicó, le seguí gritando, no puteándolo a él, pero a su barrio, y a la gente de mierda que lo habita. Corté y mi viejo, a pesar de que había escuchado la conversación, no despegaba los ojos del diario y mordía una medialuna de grasa. Le pedí que por favor largara todo y me llevara con el auto. Mi vieja estaba a punto de sumarse; tuve que insistirle en que no hacía falta, la convencí cuando le dije que así podíamos meter parte del equipaje en el asiento del acompañante. Yo les había mentido a los dos. Les dije que éramos varios los amigos que nos íbamos de vacaciones. Pobre mi vieja, a mí no me molestaba que viniera a la terminal, pero sabía que una vez allá en Retiro, nos iba a querer acompañar hasta el andén, y yo no podía permitir que me vieran subir al

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micro solamente con Fabi. Mientras que mi viejo, en cambio, nos dejaría en la entrada sin demasiada ceremonia y se iría rajando. Nos estaban esperando sobre una rotonda en la avenida, Fabi, su papá, la hermana más chica y el bolso. El bolso era demasiado pequeño dada la cantidad de días. Mi viejo estacionó y se bajó a abrir el baúl. Quiso meter todo ahí amontonado como si ya supiera de lo nuestro, para que no me mudara de asiento y así no tener que vernos, uno al ladito del otro, a través del espejo retrovisor. Yo debería haber bajado también a saludar al viejo y a la hermana de Fabi pero no pude, me quedé duro en el asiento del acompañante, ajustando y desajustando la correa del cinturón. Me conformé con saludarlos desde el vidrio. Me dije que estábamos apurados. Vi que el padre de Fabi le palmeaba la espalda al mío y que después lo abrazaba al hijo y le besaba el pelo, como si el otro aún midiera lo que medía en la infancia. Fabi se subió al auto con cara de orto, aunque de todas maneras se estiró para darme un beso y le sentí aliento a cigarrillo. “Se pudrió todo con el Fabi, ¿no?”, dice Emilse y da una pitada larga. Yo me pregunto si se habrá escuchado algo de nuestra discusión a través de la ventana. Al mismo tiempo me parece advertir que se sonríe, aunque la capucha se interpone. No le respondo, apenas asiento con la cabeza, ella tampoco debería poder seguir mis gestos con precisión. De alguna manera, ambos entendemos que el trato que espontáneamente sellamos consiste en permanecer sentados en silencio, sin joder al otro. La pregunta que acaba de hacerme, en tal caso, no busca ninguna confirmación sino dar el tema por cerrado. La campera le queda floja y no se le llega a ver la panza. Miro sus labios que van largando el humo y un mechón de pelo rubio que se escapa por el costado. Le descubro un leve temblor en la mano que sostiene el cigarrillo, se nota su esfuerzo por controlarlo. Alcanzo a tener por primera vez una intuición de qué es lo que el pibe de la moto puede haber visto en Emilse. Una belleza arruinada. Un perro nos ladra furioso desde la calle aunque ninguno lo haya provocado. Prendo fuego con mi encendedor, acerco la llama. Es otro más de los cigarrillos de Fabián que tengo que terminar por él.

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Tengo que salvar a mi bebé Por Sebastián Giannetti

Estoy viendo cómo se desdibuja la realidad y cuánto más caro voy a pagar cada una de tus lágrimas. Es cierto el mal hombre puede esperar para morir y reírse de todas las estrellas que se apagan. Yo sé que no vas a volver lo veo a través del muro que me separa del calor de tu alma. Si solo pudiera verte danzar en el vientre de la tierra que te guarda cuán feliz hubiese sido ser la raíz de aquel milagro. Arderá el sol en mis pupilas cuando tú de nuevo nazcas y sabremos tus padres y yo que la sinrazón de este páramo es menos triste ante cada palabra. Ve, ve con Dios a jugar hasta que yo te llame.

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Inside Of Me / Visual

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Suspensivo tiempo Por Carolina Balderrama

abandonar la idea de vos sin mirar atrás no hay por qué correr tan solo visiones desacostumbradas llegan sin lugar para habitar toma el hilo desde el principio tira fuerte ahí estás con un bolso en la mano no se escapa de la niñez hay un tiempo suspensivo y otro en el que quedarse ya no preocupa.

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¿De qué se trata? Por Germán Weissi

El staff de María Livia nos recibe en la punta del cerro con cantitos acerca de dejar ir justo a nosotros que subimos a recuperarlo todo. Es el inicio de una charla sobre geometría sagrada nadie dice estrellas dicen carnaval dicen fórmula 1 de luces en el cielo hay que desaquietarlas y hacerlas bajar acá nomás del precipicio sigue todo encendido. “Esa constelación forma una salamandra”, dice una estoy seguro de que es La Cardone no pretende distraerme pero me quedo embobado con su pelo nuevo La meditación es guiada trato de estar presente en las actuales circunstancias pero cualquier misterio interrumpe mi mente: cúanto se puede estar sin máscara cúanto arrodillado sin dolor cuánto con la cabeza exclusivamente puesta en una rosa polar.

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Ray Of Light / Visual

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Cabello de ángel Por Gabriela Luzzi Decían que cerca de la costanera había una señora que cuidaba chicos en su casa: una enana que tenía un patio inmenso y cobraba muy barato. Mi madre, que hacía meses venía pensando dónde me dejaría cuando terminaran las clases, consiguió la dirección. Fuimos en el Citroën, hasta llegar a una construcción con cuatro ventanas que terminaba en una tranquera. Mamá golpeó en la ventana que estaba más cerca de la tranquera, una mujer corrió la cortina y le hizo una seña. Después, desde el fondo, se escuchó la voz diciendo: “¡Pasen!”. Nos recibió la enana en el patio, donde había tres hileras de hamacas, con chicos hamacándose y otros que jugaban en la tierra, corrían por todos lados o tomaban agua de una canilla en el paredón lateral. Bien al fondo había un galpón, donde la enana dijo que trabajaban su marido y su hijo, haciendo objetos de acrílico, y más lejos, una huerta que apenas se veía. También contó que en total ya cuidaba a cincuenta chicos. Pero, por todo lo que mamá le había dicho, iba a hacer una excepción y me iba a aceptar. No entramos a la casa. La enana dijo que ningún chico quería ir adentro, lo cual ella entendía, y que a mí también me iba a permitir estar en el patio el tiempo que quisiera. “Mándela con un gorrito si no está acostumbrada al sol”, aconsejó. En algún momento apareció uno de sus hijos, mucho más alto que nosotras, venía desde el fondo para mostrarle nuevos llaveros de acrílico que estaban haciendo, con un caracol adentro. Hablaron de las cosas que se podían hacer con acrílico, y la enana contó que esa era la profesión de los hombres de la casa cuando no estaban embarcados. Cuando volvíamos, mamá dijo que al menos iba a estar con otros chicos, y que no podía quedarme todo el verano sola, encerrada. Que probase y si no me gustaba veíamos cómo arreglarlo. El lunes siguiente empecé. Mamá me dejaba en la tranquera y se comunicaba con la enana por la ventana. Yo llegaba al patio y esperaba el turno para agarrar una hamaca, de la que no me bajaba hasta que era la hora de irme. A todos los que estaban ahí, de alguna manera, nos habían mandado porque nuestros padres no tenían una mejor opción, pero igual me parecía extraño que hubiese tantos chicos en la misma condición que yo, que no fueran de mi barrio, ni de mi escuela.

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Los que estaban un día, al otro día no estaban o cambiaban de horario, y los permanentes no me prestaban atención, ni siquiera reclamaban por mi uso indefinido de la hamaca. Empecé a ser para ellos la chica que no jugaba. La enana se mantenía adentro y si la veíamos siempre tenía puesto un delantal de cocina, lo cual nos daba la idea de que estaba trabajando en algo. No salía casi nunca, y menos como yo hubiera deseado que saliera, para organizar juegos. Entonces pensaba que la enana cobraría tan barato que no alcanzaba para que también organizara juegos. ¿Qué era lo que preparaba todo el santo día? Tal vez una merienda, pero no llegábamos nunca a tomarla, porque antes nos venían a buscar. La única presencia constante de ella en el patio era una orden, que nadie se atrevía a desobedecer y que, ni bien llegabas, los que hacían turno completo te repetían con seriedad y miedo: no se podía pelear ni gritar porque la enana te echaba. Después de mis primeras semanas y cuando ya pasaba desapercibida a los ojos del resto, alguien me empezó a observar desde un costado de las hamacas. Era de la misma altura que yo, y si bien tenía una sombra de bigotes en el labio superior, pensé que se trataba de una nena, porque tenía el pelo hasta los hombros. No estaba esperando su turno para hamacarse, quería hablar conmigo. Me contó que ella podía ir adentro y que la enana le daba de comer y la dejaba dormir la siesta. Al rato me preguntó si me animaba a jugar adentro de la casa. “¿Pero no nos van a retar?”, pregunté. “No”. Abrió primero la puerta del mosquitero y después la de madera, saludó a la enana, que trabajaba en la cocina, y agarrándome de la mano me llevó hasta una habitación oscura. Sobre una de las paredes había una cama cucheta, el resto de la habitación no se llegaba a ver del todo. Me señaló la cama de abajo. Como había alguien en la cama de arriba, que parecía estar durmiendo cubierto por una manta, le pregunté si no estaríamos molestando a esa persona, que por el tamaño probablemente era uno de los hijos de la enana. Me dijo que no, esa persona solía dormir de día y nunca se había despertado. Se acostó y me dijo que le gustaría jugar a un juego donde una forzara a la otra a dar un beso, que lo jugáramos sin darnos el beso. Le dije que no sabía cómo hacerlo y ella se corrió para hacerme un lugar. La cama estaba desordenada, me acosté boca arriba y ella se puso encima mío. Me agarró las manos y pidió que me resistiera. Me empecé a retorcer debajo

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de su cuerpo, y ella daba besos en la almohada, como si me los diera en la boca. Sentía la presión firme y constante de su cuerpo sobre el mío, y una verga chiquita y dura como el carozo de una ciruela que me pasaba su energía. Por un momento me olvidé que tenía que resistirme y sentí su corazón que latía junto al mío. La persona que estaba en la cucheta de arriba seguía durmiendo sin moverse. Ella se puso un dedo sobre la boca y me sacó de la habitación hasta el patio. Desde ese día, cuando la veía aparecer, frenaba lentamente la hamaca, acariciando la tierra con la punta del pie, me bajaba y me ponía a su lado. Ella me llevaba de la mano. Como a medida que avanzaba el juego yo tenía más miedo de que se despertara el hombre que dormía arriba de la cucheta o de que nos escuchase y le contara a alguien lo que hacíamos, un día le dije a mi amiga que no iba a jugar. Ella puso bajito una radio que sacó de la oscuridad, y tapó la cama colgando una frazada para que quedáramos como adentro de una carpa y no se viera ni se escuchara nada. Con el paso de los días descubrí que me gustaba más jugar abajo que arriba. Arriba mi destreza no era tan buena como la de ella, y mi boca quedaba sobre la tela de la almohada. En cambio, abajo, podía sentir todo el cuerpo de ella refregándose en el mío y cómo me dominaba con su peso, y su pelo y su cuello se deslizaban por mi boca. Un día, sin previo aviso, como pasaba con los demás chicos, mi amiga dejó de aparecer al costado de la hamaca y ya no la volví a encontrar. Después de una semana de esperarla, decidí abrir la puerta de la casa y me metí en la cocina. Era una cocina acomodada al tamaño de la enana. El piso estaba más arriba que el resto de la casa y los muebles eran chiquitos. La encontré parada al costado de la mesada. Miraba pensativa los objetos desparramados por ahí. La saludé y ella hizo un gesto, como de aspirar el aire de golpe. Le dije que quería ayudarla, pero en vez de responderme miró a un costado, como buscando algo. Después se hizo la que agarraba un cucharón, le temblequearon las manos, pero no lo terminó de agarrar. Le dije que quería aprender a cocinar y a pesar del evidente malestar que le causaba mi presencia no se animó a mandarme afuera. “¿Qué estás preparando?”, pregunté. “Voy a hacer un pastel de choclo”, dijo. Sobre la mesa había una parva de choclos. Me dejó que los pelara. Con los dedos abrí la punta de las chalas y metí las manos por el costado

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para terminar de despegarla de los granos. La enana aprovechaba todo, me dijo que la barba que quedaba adherida al choclo la separara también y la fuera poniendo en una de las ollas, porque con eso hacía sopa. Ese día cuando volvimos en el Citroën le conté a mamá que con la barba de choclo se podía cocinar una sopa como de cabellos de ángel. Al día siguiente le pedí que me dejara ir con una pollerita de tenis que había sido de ella cuando era chica. Era una pollera con vuelo, de color azul y me quedaba ajustada a la cintura. Ni bien entré, otra chica me miró y mordiéndose apenas los labios se bajó de mi hamaca. Yo me subí y empecé a balancearme. La pollera volaba formando distintos dibujos cada vez, y varios chicos enfrente de mí se pararon a mirarme hasta que me di cuenta de que no tenía puesta la bombacha. Paré la hamaca de golpe y corrí a meterme en la cocina. Entré gritando y la enana me tranquilizó. Me dijo que llamaría a mi mamá al trabajo y que si nos autorizaba a hacer el gasto me llevaría a comprar una nueva. Me dejó sentada en la cocina, en un banquito, mientras hablaba por teléfono. Por fin apareció sin el delantal de cocina y con un monedero bajo el brazo. Se había cepillado el pelo también. Me llevó a un negocio de ramos generales, que estaba una cuadra antes del mar. Me dijo que eligiera la que más me gustara. La vendedora sacó tres modelos y yo elegí una que era con rayitas blancas y azules y elásticos rojos. Era la bombacha más bonita que había tenido en mi vida, y me hacía juego con la pollera. La semana siguiente era una de las últimas del verano, y mamá se tomó vacaciones. Fuimos a la playa todos los días. La bombacha que me había comprado la enana parecía una malla y mamá me dejaba usarla.

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Ese lado b de las amapolas Por Blanca Lema

Si te estrujas... el día comienza en la tinta azul. Es la flor brutal haciéndose camino viendo las señales pasar. Te pega, te golpea, te ama, te chorrea, te apalabra. Tu karma se pierde en el cielo. La escena balbucea se repite, se repite, falla. Tanta seguridad, tanta decepción paradisíaca. Solo porque no quieres enloquecer te pierdes todo esto. Trinar con la luz Amadonándote. No digas nada, no expliques nada. No nada. ¿Cuál es la danza para esta flor glotona? Solo un pequeño salto para no mentir. Solo un pequeño paso para sentir. En la mano cabe dar así. Supón que mañana te enamoras Extrañas el dolor. El oxígeno celeste. El glorioso momento en que se asusta de ti, el papel que escribes.

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Estar descascarado des editado por completo y sin embargo... ves las seĂąales pasar en ese lado b de las amapolas

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Nocturno Por María Gutiérrez “Así el claquear de mandíbula llamado esquizofrénico y su risa inexplicable es un acto canibálico como el poema quisiera ser…” Teoría del miedo, Leopoldo María Panero

caída en picada tembladeral quietud, persistencia fuertes agudos tambor de hojalata resonando violento como mantra la paz sonora activa enérgica los cuerpos se sacuden se mezclan en cadencia gritan y ven girando como trompos el oído se agudiza el tembladeral reaparece enloquecido de encontrarse cálida voz rebelde y romántica levantarse post apocalíptico.

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Paradise (Not For Me) / Visual

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Polémico paroxismo Por Jorgelina Arena

la repetición absoluta socorre el diluvio por la superficie parodian golpes liquidifican su fuerza distraen la vista en la ventana lengua amordaza invade el dominio de la lluvia perversa circula tartamudea pretextos vibra en mi boca ¡Polémico paroxismo! enuncia ensayos “OooooAaaaahhh...” (bostezo) enumera clásicos “OooooAaaaahhh...” (bostezo) poderosa pondera proust pero lee el amante de lady chatterley patética silencia el verdadero ritmo de las gotas

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Justify My Love / Visual

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La voix du temps (Othervoix mix) Por Walter Ch. Viegas

Tu voz sexista es feminista la voz de los tiempos. machista Más rápido que un rayo de luz el tiempo pasa lento para los que esperan.

vigorexia ortorexia

Es adictivo permarexia no hay cura obsesiva se acelera compulsiva pone tu amor a prueba. lasciva La vorágine. proteínas La voix du temps. calorías La bestia escondida.

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Back In Business / Visual

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La nueva Por Cecilia Capella Rafaela la sigue con la mirada por toda la oficina. Su melena rubia, su camisa impecable, los pantalones de vestir de lana que insinúan un culo imposible de tan redondo, nadie en la oficina tiene ese culo, seguramente bien trabajado en un gimnasio. La mira ir y venir entre su escritorio y la impresora, chequeando andá a saber qué cosa. ¿Qué pantomima es esa? ¿Está tratando de convencer a los demás que tiene mucho trabajo? Algo no funciona, la rubia se inclina para abrir una de las bandejas de la impresora. En cuclillas sobre unos tacos altísimos el pantalón de lana le ciñe bien las piernas y la cadera. ¿Qué trata de probar, que le importa su trabajo más que a los demás, en este lugar, justo, al que a nadie le importa nada?¿O simplemente lo hace para exhibirse, mostrar ese cuerpo obviamente preparado para las miradas? Un oficinista se acerca a la rubia a ayudarla con la impresora. Es el papel, se traba siempre. «Una trola nueva en la oficina», piensa Rafaela mientras trata de concentrarse en las planillas de asistencia que tiene que chequear antes de mandarlas a la dirección. Repasa los nombres de los presentes. La rubia se olvidó de firmar. El cadete ya llegó para llevarse la planilla. La rubia los mira a través de la hilera de escritorios al otro extremo de la oficina. Se da cuenta de su olvido, se para, esboza una sonrisita y hace un gesto con la mano para que la esperen. Atraviesa la oficina con pasitos cortos y ligeros, increíblemente ágiles para estar encaramada en esos tacos. Rafaela la espera con fastidio. ¿Cuánto debe medir sin esos coturnos? Un metro cincuenta, cincuenta y cinco, como mucho. “Es una enana”, se dice Rafaela mientras la ve acercarse. Le parece algo típico de esa clase de mujer; olvidarse de firmar, olvidarse de llevar a cabo los pasos burocráticos pertinentes, como si estuviera más allá de eso, como si estuviera para otra cosa, seguramente mejor, más digna de ella. Pero después de todo, hay que firmar. Más que un olvido es una forma de dejar de manifiesto que esta es una de las muchas concesiones que se digna hacer a la burocracia ministerial, con sus memos, sus planillas, sus escalafones, sus opresivos y señoriales muebles de oficina testigos de alguna época de mayor opulencia del gobierno, ahora meros resabios de una pasado difícil de datar. Y ella, Rafaela, todavía joven como para conformarse con uno de los trabajos más burocráticos dentro de la burocracia, engordando el culo en su silla, día tras día, controlando memos.

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La rubia ya está del otro lado del escritorio de Rafaela, sonriendo. “Se me olvidó firmar, es que todavía no me acostumbro”, admite, y toma sin pedir permiso la lapicera de Rafaela. La nueva se inclina sobre el escritorio, nunca la vio tan de cerca. Tiene la piel blanca y lisa, casi traslúcida. Un mechón de pelo rubio cae sobre su cara de rasgos pequeños y felinos, su cadenita de oro cuelga perpendicular al escritorio y ahora Rafaela puede ver desde donde está sentada sus senos firmes enfundados en un corpiño de encaje blanco. Un vaho de perfume floral le embadurna los ojos que recorren sin pudor su pecho apenas marcado por algunas pecas para luego detenerse imantados por el hueco que se forma entre los huesos de la clavícula. Al alzar la mirada se encuentra con los ojos azules de la rubia que la miran fijamente. Rafaela aparta la vista algo avergonzada y enseguida hunde la nariz en la planilla en donde la nueva había estampado su firma (una “M” como un moño). Rafaela siempre es la última en retirarse de la oficina, pero esa tarde, al terminar la jornada, observa que la rubia todavía está en su escritorio. ¿Por qué no se apura a irse como los demás? ¿Cuánto trabajo puede tener el primer día? ¿Qué mierda quiere probar? Algo se trae entre manos. Rafaela decide quedarse en su lugar hasta que la rubia decida irse, ella siempre es la última en retirarse y este día no va a ser la excepción. Es difícil ver qué es lo que está haciendo al otro lado de la oficina, apenas la puede divisar por entre la fila de escritorios y computadoras que llenan el salón. Rafaela inclina la silla hacia atrás haciéndola balancear en sus patas traseras buscando una mejor perspectiva. Apenas ve su melena rubia asomando detrás de un monitor. De pronto, la nueva apaga su máquina, se para, recorre el salón desierto con la mirada. Rafaela está a punto de caerse, trata de permanecer lo más inmóvil posible en el precario equilibrio que la sostiene. La nueva no repara en su presencia, camina hasta el fondo del salón y desaparece detrás de unos enormes ficheros metálicos. Rafaela mira la hora en el gran reloj de la pared. Las seis y cuarto, si sale ahora todavía está a tiempo de tomar el tren. Después de todo no es su problema lo que pase en esa oficina, ella apenas es una empleada, ni siquiera de las más antiguas. Rafaela piensa en su gato y en que no le dejó suficiente comida. Coloca todos los memos en la carpeta correspondiente y está a punto de salir cuando nota que en la última planilla la nueva se olvidó de consignar su horario de entrada. Típico. Rafaela toma la carpeta y avanza resueltamente hasta donde desapareció la rubia. Del fondo del salón empiezan a llegar murmullos, risitas ahogadas, una voz masculina. Los pasos de Rafaela se tornan inseguros, los últimos metros se aproxima

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de puntillas, con el falso pudor de quien sabe que está cometiendo una indiscreción pero no piensa detenerse. Llega hasta los ficheros, las voces son ahora jadeos. Entre los muebles de metal encuentra una hendija, Rafaela pega el ojo a la ranura y observa. Allí está la rubia con el oficinista de la fotocopiadora, abrazados, besándose, manoseándose, él la agarra del culo y la trae todavía más contra sí, ella le chupa el cuello. De pronto la nueva toma el control, lo empuja contra el fichero detrás del cual se oculta Rafaela. Ahora la puede ver de frente a la rubia, observa su camisa abierta, su piel blanca y sedosa, el pantalón de lana desabrochado. La mira tomar una de las manos del oficinista y llevarla hacia su pecho. El muchacho se deja hacer; acaba de descubrir en la docilidad una nueva fuente de placer, el goce de no pensar, de dejarse llevar. La nueva guía la mano masculina hacia el vientre y finalmente la mete en su bombacha. Detrás del fichero, medio agazapada tras los cajones plateados, Rafaela sostiene la carpeta de memos a la altura de su sexo y casi sin darse cuenta empieza a frotarse rítmicamente, sin pensarlo, dejándose llevar como se está dejando llevar el oficinista al otro lado del mueble, dejando que su mano siga las órdenes de su nueva dueña, dejando que su tajo le moje los dedos obedientes, enroscados en los pelos de su pubis. La rubia se detiene, lo mira empalagada de placer, le desabrocha los pantalones y busca su verga enhiesta, dura, victoriosa. La nueva se agacha, la contempla alborozada, se coloca a la misma altura a la que está Rafaela, del otro lado, apoyada en su carpeta, en trance hipnótico sexual. Pero algo sucede, el trance se rompe, no puede continuar. La mirada de la rubia se encuentra con la suya, es un instante pero se encuentran, no hay duda, se miraron. Es un despertar brusco; la conciencia, suspendida durante esos minutos de goce, retorna al cuerpo con violencia, reprochándole el abandono en una sacudida nerviosa. Rafaela a lo único que atina es a correr, a esconderse, a escapar de esa mirada azul que la interpela como una pregunta de la que sabe la respuesta, pero que por algún motivo no puede poner en palabras y se le traba con un nudo en la garganta. Sale de la oficina, atraviesa los pasillos desiertos del ministerio, entra al baño de damas, se mete en unos de los cubículos y cierra la puerta. Trata de calmar la respiración todavía agitada. ¿De qué se esconde? ¿Por qué tanta vergüenza? El nudo se cierra aún más haciéndole saltar algunas lágrimas. «¿Qué me pasa?». Escucha unos tacos avanzar por el corredor, entrar al baño, pararse frente a su cubículo. Son los tacos de la nueva. Empujan suavemente la puerta. Allí estaba ella, con la melena rubia algo desordenada, el rostro reluciente, una sonrisa calma. Rafaela la mira,

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no sabe qué decir. La nueva avanza, posa suavemente sus labios en los de ella, le da un beso largo, tierno, reparador. El calor de su boca y de su cuerpo la reconforta. La nueva le seca las lágrimas, suavemente, con la yema de sus dedos, le acaricia el pelo. “Sos hermosa”, le dice, y se va. Rafaela la mira alejarse, sin poder emitir palabra, embelesada en una eufórica sensación de levedad como solo el descubrimiento de algo nuevo e inesperado nos puede dar.

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Corazón rebelde Por Gabriela Tavolara

nuestro amor tiene un límite yo no jugaba a ese juego de la mamá y el papá necesito un latido un latido

resuena en nuestro abrazo fuego sol

una nube algodonosa sobre una mañana celeste bien temprano en los días soleados puedo ser muy feliz mientras los otros duermen o puedo subirme a la nube: me lleva para atrás o para adelante, simplemente no estoy presente brillo plateado enceguecedor turbulencia me absorto fantasma necesito un latido un latido un latido

es tan extraño ahora ser la mujer ser el hombre ser una pareja de la pareja

apretarte simple y real respirar

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necesito un latido un latido un latido un latido

la fotografĂ­a de nuestros roles las personas las relaciones tan complicadas cada vez hay menos gente real a mi alrededor

la coreografĂ­a de nuestros roces

necesito un latido un latido un latido un latido un latido

cronometraje imperfecto diccionario obsoleto

sincronicidad

necesito un latido un latido un latido un latido un latido un latido me enseĂąaste a dormir desnudos: abrazarte, soltarnos, darnos vuelta aprovechar cada piel que pueda llevarme en esas horas cuando quisiera no tener que dormirme

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una frecuencia desestabiliza mi mente necesito un latido un latido un latido un latido un latido un latido un latido esos momentos en que quedarnos juntos en la cama es todo el fluir que estoy buscando desaparece la rutina el momento ÂżdĂłnde estĂĄ el momento? tic tac tic tac tic tic tac necesito un latido un latido un latido un latido un latido un latido un latido un latido te llamo telepĂĄticamente aunque parezca que vivo por otra cosa no tengo cajas para mi lenguaje

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History / Visual

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[ Tetris-Multi-Dimensión ] Por Laura A. López El domingo me sentaba de maravillas. Tarde de sol en la plaza con lectura entre amigas, niña megáfono y cerveza fría. Sumamente feliz desde temprano, tomando fotografías y presentando hombres mujeres que con sus palabras decían algo más acerca del paisaje que giraba despacio. Y nos oía. Dorada cigarrera la barranca, humeando cables, aviones y poesía. Así hasta que las voces pidieron juegos. Otros cánticos. Despedidas. Volví a mi casa sorprendida aún por los aplausos que reconocieron en los versos algo parecido a la razón en sus vidas. “Claro que amor permanece. Amor es un trabajo de tiempo completo”. Mientras, la música seguía. Algún que otro trago, la temperatura en aumento, Venus y la brisa. Caminando más tarde en dirección a la avenida, una sensación extraña en el costado. Pequeño subrayado de la próxima caída. Tres semáforos después, besos con G. y dos hasta La Boca. En un colectivo atestado, híbrido de noche y salidas, recordamos nombres de seres amados o bien encantados por la boca de una niña. Los años y las frenadas eclosionaron. Comencé a atenuarme. Dejé caer mis manos. G. que viajaba conmigo pedía detener el paso, llamar a una ambulancia. Ayuda. Algo. Durante un minuto el viaje pudo ser un calvario. Ojos abiertos, sin reacción ni movimiento. ¿Qué me habrá pasado? Comencé a ver los rostros de tinte azulado. –¿Estás bien? De nuevo en el colectivo. –Sí, sí. Tomé a G. de un brazo y nos bajamos. Lejos de La Boca y sin posibilidad de realizar movimiento alguno. Estado líquido. Bullicio de arteria. Hormiguero. La piel se erizaba al viento. Nacer inesperadamente de nuevo. Pulsos vitales. Ir y venir de gente. La poesía se recitaba por dentro. –­ Cuando quieras, vamos. –No, G. No puedo. Mirando y escuchándolo todo en la travesía de volver al cuerpo. Las palabras, el silencio. Tragar saliva. Pararse y avanzar en dirección opuesta al centro. Por Plaza Italia nos detuvimos a comer algo. Dos combos. Y hablamos de los excesos, los segundos tiempos, el encanto y la fragilidad de reconocerse en otro. Si alguna vez viviste algo parecido. Más tarde caminamos un poco y nos subimos a otro colectivo. Ya más vacío. Nos acomodamos y, con un guiño que nos amparaba de segundos desmayos, nos reímos. Pasaron los días, me fui recuperando. De un pasado de choque. De la felicidad sin reparos. Con el clic de la grieta en mis colores primarios, empezamos con A. a comunicarnos. Primero en un bar céntrico, seguido de una historia

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lejana, con bisabuelos, tenores y barcos. Luego unas fotos por esta red, un número por esta otra, hasta que nos encontramos. Del patio y la feria de ropa, al vino ya abierto con dos vasos. –¿La música que te gusta? –La que vos quieras. Así un rato hasta que P. entra en escena. En la mesa se sacude el tercer vaso como lo hacen las palabras, las fotos, los amigos de años. No hay habitación demasiado pequeña si nos quedamos. Y nos quedamos. Hubo días de paseos, dos o tres. Noches de calor en un mes de invierno. Lecturas, sexo y discusiones. Ácido convidado. Madrugadas de lluvia sobre el puente. Ronquidos incendiarios. Acá no dejás el whisky ni los zapatos. A. planea un viaje y me hace parte de él. Observo desde el otro lado de la estación de tren y digo que no con la cabeza. Insiste. Como si estudiara un mapa con el recorrido marcado y lo viera al revés. Lo enderezo y se violenta. Le hago saber que las historias de borrachos no son agradables (y así se ingiere el destilado del verbo que ya nada sostiene). Ni siquiera por un rato. A. se encarga de demostrarlo cambiando hechos y palabras. Explicaciones poco satisfactorias al momento de justificar su maltrato. Ahora soy peligrosa porque vivo y hablo (igual, no tardo mucho en terminar mi relato). Porque cambio. Y no me dejo engañar como un mozo de barrio. Devuelvo llaves. Silencio el eco de ataques en mensajes y llamados. No vamos a excitarnos llorando. Ya bastante con la fachada poética que justifica la arrogancia de echarlo todo a perder. Adiós bebé, hasta acá llegamos. Si la nuestra tampoco es una historia de amor. Mejor así. Quizás aprendamos algo.

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Hechizo Atrae Hombre Por Marinero Miel

El siguiente hechizo te permitirá atraer hacia vos al hombre de tus sueños, a ese hombre que te tiene completamente loco (o loca), y que invocas con tu cuerpo y tu mente todas las noches antes de dormir. Signos a utilizar: foto tuya - foto del hombre a atraer - miel cinta roja - vela blanca - tela roja -maceta con flores rojas. Realización: Elige una noche de luna nueva. Enciende una vela blanca en la oscuridad. Escribe en la parte trasera de la foto de él, tu nombre. Escribe en la parte trasera de tu foto, su nombre. Pon miel en tu foto y pega la foto de él encima, cara con cara. Di: “Nos vamos a encontrar, nos vamos a mirar, nos vamos a acercar, nos vamos a abrazar, nos vamos a besar, me vas a dar calor, te voy a dar calor, nos vamos a acostar, vamos a gozar, nos vamos a amar”. Ata las fotos con la cinta roja haciendo tres nudos. Por cada nudo di: “Que venga que venga, que nadie lo detenga; que corra que corra, que nadie lo socorra”. Envuelve en la tela roja las fotos con el amarre. Entierra la tela roja donde has envuelto las fotos con el amarre en una maceta que tenga flores rojas. Deja que la vela se consuma sola, será el tiempo que necesita el hechizo para consumarse y el amor para ser consumado. Dentro de los próximos diez días te encontrarás con él. Sorpréndete. Pon en juego tu seducción y coquetería para que se genere el levante. Un porcentaje lo hace el hechizo y otro muy importante la capacidad de sorprenderte a vos mismo (o misma). Verás ondular un manto de plata y oro.

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Shanti/Ashtangi / Visual

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NN Por Alejandro Parrilla N se levantó como todas las mañanas, cansado pero neutral. Sabía que ese día no era importante por ningún motivo, por eso se lavó los dientes, defecó y se bañó. Después salió a tomar el colectivo para ir a trabajar. No se sentía de ninguna manera y eso no lo ponía ni bien ni mal. Llegó al trabajo donde abrió los mails y rápidamente se hizo una taza de café. Conversó y se rió con ciertos compañeros de trabajo que le caían bien mientras hacía tiempo, esquivando su tarea. Una de sus compañeras contó sobre una película de superhéroes que había visto la noche anterior en el cine y los mensajes de publicidad subliminal que estaba segura y orgullosa de haber captado. N no le daba mucha bola porque sabía que ella era fantasiosa, aunque tenía sentido y siempre había escuchado hablar acerca de que esas cosas podían existir. N también recordaba haber visto Viven de Carpenter en Sábados de Super Acción. Él tenía claro que “esas cosas existían” pero nunca se había detenido a pensar cómo. En un breve rato de ocio, N googleó “publicidad subliminal” y se entretuvo mirando avisos que, si bien a primera vista no se notaba, tenían tetas, culos, cuerpos perfectos y hasta una pija en un póster de una película de Disney. Cuando salió del laburo caminó hasta el colectivo mirando los carteles, recordando y haciendo un esfuerzo por ver, como Leon-O, más allá de lo evidente. Cuando llegó a casa se tiró en el sillón e hizo zapping hasta colgarse con El Rey León. Al día siguiente N se levantó, se duchó, desayunó y fue al trabajo otra vez. Su mente completaba dibujos distraídamente en el paisaje, y cuando se vio víctima de su propia subliminalidad sonrió. Abría los mails y se disponía a trabajar justo cuando Yahoo Noticias le espetó que habían sacado de un bar a un famoso cantante norteamericano sin vida. Justamente había hecho la canción de una película de Disney hacía cuatro años. N se felicitó por recordarlo y percibió que al tema no le había ido tan bien, y la carrera de la estrella desde entonces era una incógnita. Hubo un destello de orgullo en su cabeza, N había atado los cabos sueltos. Algo pasaba. No se animaba a conjeturar nada porque tenía miedo de no tomarse a sí mismo en serio, pero se juró llegar a casa e investigar un poco más. El día pasó sin mayores contratiempos hasta que por la noche, después de comer, recordó el caso y se metió en la computadora a husmear. El hecho había conmocionado a la opinión pública, como les gustaba decir a los medios.

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Entre varios links que fue abriendo encontró algunos que aseguraban (ciertos más serios que otros, según él juzgaba criterioso) que no había sido una sobredosis sino que era una cuenta pendiente saldada por parte de oscuros círculos de poder y religión. N se sobresaltó un poco. La existencia de otras personas en el mundo que habían concluido lo mismo que él no solo le sumaba veracidad a su teoría sino que, más importante, no estaba solo y no estaba loco. Cerró la compu y se fue a dormir satisfecho. N volvió a levantarse, a tomar su desayuno, ducharse, cambiarse y viajar al trabajo. Pasó el día conversando con otros compañeros y contándoles su teoría, la mayoría asentía distraídamente, pero varios escuchaban atentos y le daban la razón. Solo una compañera, rubia, delgada, en sus cincuenta y pico bien llevados lo miraba fijo con la expresión vacía, sin entender o sin querer hacerlo. Durante el día, N se distrajo bastante con el trabajo y olvidó parcialmente su deber de investigador, pero cuando llegó a su casa se dedicó a hurgar una vez más acerca de los masones, los Illuminati y el Nuevo Orden Mundial que sobrevendría pronto sobre la Tierra para someter y dominar a todos los ciudadanos. N estaba entre excitado y aterrado, sabía que había algunas de esas cosas que tenían que ser mentira pero tantas otras eran evidentemente ciertas. No era casualidad que tanto el triángulo como el ojo único, potentes símbolos oscuros, estuvieran en el dorso del billete de dólar. Ese fue uno de sus últimos pensamientos del día antes de dormirse. Ese y el de los ojos fríos de su compañera incrédula... ¡Qué bronca! Si solo leyera la mitad de lo que acababa de leer él. La noche fue molesta por el calor, algo inusual para esa época del año, y N se despertó fastidioso. Se bañó, desayunó y salió para el trabajo. Era fácil ahora identificar los triángulos en ciertas estructuras de los edificios del centro porteño. Se sentía potente, con sabiduría, lego, pero en cierta forma desprotegido. Llegó a la oficina y se puso de lleno a laburar pero ya no podía sacar su mente de aquello que, sentía, le había sido revelado. Vio videos que hablaban de reptilianos y de una casta de humanos superiores que si bien no se hacían notar ante el público estaban ahí, esperando latentes, por algo o alguien. N sabía que trabajaba para una multinacional pero nunca se había imaginado que esta podía formar parte de ese plan macabro. ¿Y si el dueño de la compañía era uno de ellos? ¡Él mismo estaba a su oscuro servicio! No podía ser. Al mismo tiempo no concebía la idea de hacer algo al respecto porque, bueno, él tenía que laburar para ganarse la vida y pagar el alquiler y la comida, y a fin de cuentas, vamos, que él no era un pelotudo y que no podía ser. Sus compañeros lo notaron un poco distraído ese día pero nada más. No se dieron cuenta de que N sudaba

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profusamente y que casi no había tocado el trabajo en esa mañana. Llegó entonces la hora del almuerzo que para N fue interminable, porque si bien compartía risas y anécdotas, se sentía cada vez más inseguro y amenazado por ese ambiente propio y familiar, que él ahora desconocía. A eso de las dos pidió retirarse porque se sentía mal y se fue a su casa. Antes de ir a hablar con su superior se cruzó dos veces con la rubia cincuentona de mirada gélida. Ella se limitó a asentir con la cabeza a modo de saludo. A N no le preocupaba que fuera reptiliana o algo así pero ¿y si ella sabía? ¿Y si la rubia percibía que N no estaba en condiciones porque en realidad él se había dado cuenta de todo? Por supuesto que le dieron permiso para irse; que se mejorara durante el fin de semana y que lo esperaban el lunes recuperado ya de vuelta fue lo que le dijeron. A N le pareció extraño, ¿dónde se ha visto que dejen ir a un empleado libremente a su casa cuando dice que le duele cualquier cosa? ¡Nadie vendría a trabajar si fuera así! No tenía sentido. N se volvió en taxi, llegó, prendió la tele para distraerse pero no pudo, hizo fuerza y se durmió. Se despertó alterado a las cuatro de la mañana del sábado. Había tenido pesadillas. Vio tele mientras hacía tiempo para volver a dormirse o empezar el día pero no podía apartar su cabeza de lo que pensaba que sabía, y de lo que poco a poco se iba dando terrible cuenta: ellos sabían que él sabía. Era claro, era evidente que los grupos que dominan el consumo de todos nosotros habían descubierto que él había visitado todos esos sitios de Internet y que había estado hablando de más. ¡Qué estúpido! ¿Cómo pudo ser tan descuidado? Al mediodía N salió a comprar algo de comer pero no le fue fácil. La china del supermercado parecía inofensiva pero N sabía que, siendo la china una cultura milenaria, la cajera podía contar con información que el resto de nosotros ignorábamos. Pagó rápido y se fue acelerando el paso. Llegando a su casa, a N le entró la duda de si la china no sería coreana. Decidió salir a pasear para despejar la cabeza y se tomó un colectivo en un acto de valentía. El haber madrugado le jugó una mala pasada y se quedó dormido en el asiento, babeando contra la ventanilla. Se despertó cuando el chofer anunciaba que habían llegado a la terminal, quedaba solo él a bordo. N se sobresaltó. ¿Dónde estaba? ¿Quién era ese tipo que le gritaba? Por la ventanilla solo vio un descampado con muy pocos enormes edificios a la distancia y un cielo gris plomo amenazante. Se bajó aterrado cuando el chofer le volvió a gritar de mala gana que esa era la terminal. Cruzó temblando la calle y se puso a llorar aferrado al poste de la parada del lado contrario mientras el colectivo desaparecía detrás de un portón cercano. Casi se caga encima, no podía más. Veía

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como un grupo de pibes a lo lejos había parado de jugar a la pelota para mirarlo disimuladamente. Él era el objetivo. No le iban a robar, no lo iban a amenazar, no lo iban a violar. Lo iban a sacrificar. Habría pedido un taxi por teléfono si hubiese sabido dónde estaba pero el terror de preguntarle a cualquiera era más fuerte, además, aparte de aquellos pibes, como a una cuadra, no se veía a nadie. Habrán sido diez eternos minutos los que le tomó al colectivo volver a salir y casi N se le tira encima para subirse. Se bajó más calmado cerca de su casa y se encerró. La tarde trascurrió nublada y N, decidido a no volver a incursionar en el afuera, se dedicó a adelantar capítulos de una serie que estaba viendo hacía unas semanas. Por la noche, ya tarde, fue asaltado por el convencimiento de que no podía ser que las series estuvieran excluidas de ese sistema perverso de dominación y que cualquier cosa grabada en un estudio de cine o de televisión podría ejercer influencia sobre él, así que decidió colgar la temporada por la mitad. Esa noche casi no durmió, aunque estaba cansado. Al amanecer se rindió y descansó todo el día hasta que se despertó al atardecer. No sabía qué hacer, estaba hambriento porque ya casi no quedaba comida en la casa y decidió poner música para distraerse. En una lista de Spotify noventosa apareció después de un rato sorpresivamente un tema del artista que acababa de morir esa semana y de vuelta el temor. Claro, los músicos también forman parte de esto, quieran o no, los sometidos al orden o los que lo ejercen impunemente. Y la sorpresa, ¿por qué le había aparecido en SU lista de los noventa si él nunca lo escuchaba? Detuvo la música. Pasó el resto de la noche despierto con la tele apagada y la persiana cerrada. Se acordaba de la rubia. El lunes por la mañana llegó y N no fue a trabajar. No podía salir, afuera estaba el enemigo, había llegado a la conclusión de que si iba, iban a acabar con él de alguna forma, en el baño del trabajo, poniéndole veneno a la comida o a su café. Siguió buscando grupos de Facebook que hablaran del tema e intentó consultar con gente que la tenía más clara acerca de qué podía llegar a hacer, pero cuando les exponía el tema, sus miedos y sus dudas, los que no lo tomaban por pelotudo inmediatamente le dejaban de hablar. ¿Sabrían todos ellos algo que él no? Después de todo era Facebook, la CIA sabía exactamente qué era lo que él estaba buscando y descubriendo. N se levantó el martes de su cama deshecha y de donde casi ni había salido por dos días, la habitación tenía olor. Olor a él y olor a encierro. No quedaba comida en la casa, y si hubiera quedado tampoco la habría consumido, estaba seguro de que estaba envenenada. Tuvo que hacer ayuno durante tres días más hasta que finalmente, vencido por el hambre

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y la desesperación, se cortó a sí mismo a la altura del muslo y empezó a comer de su propia carne cruda. N se daba cuenta de que así mucho no iba a durar. N estaba preparado para lo peor, pero ¿qué los demoraba tanto?, ¿por qué no venían ya a matarlo?, ¿por qué no aparecía la rubia del laburo con un arma y le disparaba a quemarropa? No lo sabía. Tampoco iba a esperar a averiguarlo. Decidió que no les iba a dar esa satisfacción. Abrió la ventana de su departamento, desnudo y sangrando, por primera vez en varios días sintió el aire fresco en la cara y se arrojó orgulloso al vacío. Fue la coreana del super la que lo encontró.

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Let It Will Be / Visual

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Casareal… (last order) Por Julia Wong

La piel de la noche, un sonido, ignora las cáscaras del día una sirena se explora en tus manos ah manos, costillas, hígado azul no hay nada como la sangre fresca de una emperatriz de tu sangre me desprendo de tu cintura de pez romano /acuchillado por un puñal torso dolido en esquinas tibias, me reconozco como devota infiel a tus córneas reventadas /en el firmamento yo, como Brutus, he preferido la libertad nosotras, tan sentimentales y sedientas de amor en el sur del mundo yo, como Brutus, he apuñalado tu espalda yo, como Brutus, no sé qué hacer con esta patria que te condena dibujamos una guirnalda de albóndigas en tu cuello blanco, /quedé calma, amando tu sangre derramada calma sobre tu cuerpo azul tratando de olvidar lo que ya no queda no queda nada de tu sonrisa. Sobre tus vastos feudos, /tus súbditos musicales te extraño, reina del silencio extraño tu serenidad tu ardorosa nobleza la gallardía de tu piel sobre el hambre del mundo sobre todos los hindúes arrodillados sobre las carabelas y camellos yo, como Brutus, me hice tu amiga, tu hija y luego al mamar tu pecho real te clavé la daga más fina en el centro la daga del amor y la fama, luego del olvido que no quede nada de ti, que tu reino fuera mío eso quería, que tu reino me acunara. y en tu reino, el mar es la cancha donde se juega el partido

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/de la locura el mar que sabe más del tiempo y de los huesos de tus respiraciones inspiradas en ciudades invisibles construidas alrededor de turistas inocentes tus castillos, mamotretos artificiales /de un arquitecto jurásico que te designó monarca del Mar emperatriz del mar, el mar es tu almohada y tu sepulcro de allí emerges taciturna y allí volverás con tu melancolía mientras tanto auscultamos tus costillas como si en ellas estuvieran inscritas la razones de la humanidad el último hueso de tu gloria. Sacerdotisa de perros. vivimos por los siglos de los siglos de tus sobras, /de tu corona de migajas. vives en mí, como el eco de la ola roja en partículas de arena /olvidada en zapatos viejos..

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Setlist “Get Up” (Madonna & Jon Gordon, inédita, 1981) “Burning Up” (Madonna, Madonna, 1983) “Like A Virgin” (Billy Steinberg & Tom Kelly, Like A Virgin, 1984) “Gambler” (Madonna, BSO Vision Quest, 1985) “Papa Don’t Preach” (Brian Elliot, letra adicional de Madonna, True Blue, 1986) “Till Death Do Us Part” (Madonna & Patrick Leonard, Like A Prayer, 1989) “Promise To Try” (Madonna & Patrick Leonard, Like A Prayer, 1989) “Supernatural” (Madonna & Patrick Leonard, Cherish single, 1989) “Back In Business” (Madonna & Patrick Leonard, I’m Breathless, 1990) “I’m Going Bananas” (Michael Kernan & Andy Paley, I’m Breathless, 1990) “Justify My Love/The Beast Within” (Lenny Kravitz & Ingrid Chávez, letra adicional de Madonna/letra extraída de la Biblia, The Immaculate Collection/Justify My Love single, 1990) “Bye Bye Baby” (Madonna & Shep Pettibone, Erotica, 1992) “Secret” (Madonna & Dallas Austin, Bedtime Stories, 1994) “Inside Of Me” (Madonna, Dave Hall & Nellee Hooper, Bedtime Stories, 1994) “You’ll See” (Madonna & David Foster, Something To Remember, 1995) “Ray Of Light” (Madonna, William Orbit, Clive Muldoon, Dave Curtis & Christine Leach, Ray Of Light, 1998) “Candy Perfume Girl” (Madonna, William Orbit & Susannah Melvoin, Ray Of Light, 1998) “Sky Fits Heaven” (Madonna & Patrick Leonard, Ray Of Light, 1998) “Shanti/Ashtangi” (Madonna & William Orbit, tomado del Yoga Taravali, Ray Of Light, 1998) “Has To Be” (Madonna, William Orbit & Patrick Leonard, Ray Of Light single, 1998) “Paradise (Not For Me)” (Madonna & Mirwais Ahmadzaï, Music, 2000) “Gone” (Madonna, Damian LeGassick & Nicola Young, Music, 2000)

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“American Life” (Madonna & Mirwais Ahmadzaï, American Life, 2003) “Intervention” (Madonna & Mirwais Ahmadzaï, American Life, 2003) “X-Static Process” (Madonna & Stuart Price, American Life, 2003) “Let It Will Be” (Madonna, Mirwais Ahmadzaï & Stuart Price, Confessions On A Dance Floor, 2005) “History” (Madonna & Stuart Price, Jump single, 2006) “Some Girls” (Madonna, William Orbit & Klas Ahlund, MDNA, 2012) “Best Friend” (Madonna, Alessandro “Alle” Benassi & Marco “Benny” Benassi, MDNA Deluxe, 2012) “Never Let You Go” (Madonna, inédita/sesiones de Rebel Heart, 2014) “Nothing Lasts Forever” (Madonna, inédita/sesiones de Rebel Heart, 2014) “Queen” (Madonna, Terius Youngdell Nash & Mike Dean, inédita/ sesiones de Rebel Heart, 2014) “Two Steps Behind Me” (Madonna, inédita/sesiones de Rebel Heart, 2014) “Living For Love” (Madonna, Thomas Wesley Pentz, Maureen McDonald, Toby Gad & Ariel Rechtshaid, Rebel Heart, 2015) “Ghosttown” (Madonna, Sean Douglas, Evan Kidd Bogart & Jason Evigan, Rebel Heart, 2015) “Illuminati” (Madonna, Toby Gad, Maureen McDonald, Larry Griffin Jr., Mike Dean, Kanye West & Brown, Rebel Heart, 2015) “Joan Of Arc” (Madonna, Toby Gad, Maureen McDonald & Larry Griffin Jr., Rebel Heart, 2015) “Inside Out” (Madonna, Jason Evigan, Sean Douglas, Evan Kidd Bogart & Mike Dean, Rebel Heart, 2015) “Messiah” (Madonna, Tim Bergling, Arash Pournouri, Salem Al Fakir, Magnus Lidehall & Vincent Pontare, Rebel Heart Deluxe, 2015) “Beautiful Scars” (Madonna, Rick Nowels, Dacoury Natche & Michael Tucker, Rebel Heart Super Deluxe, 2015) “Addicted” (Madonna, Tim Bergling, Arash Pournouri, Carl Falk, Rami Yacoub & Savan Kotecha, Rebel Heart Super Deluxe, 2015)

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Índice X-Static Process. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 7 Some Girls. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 9 Burning Up. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 11 Supernatural. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 17 Never Let You Go. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 19 Gone. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 21 I’m Going Bananas. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 23 Gambler . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 25 Nothing Lasts Forever. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 27 Get Up. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 29 You’ll See. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 31 American Life. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 33 Has To Be. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 35 Beautiful Scars. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 37 Joan Of Arc. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 39 Candy Perfume Girl . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 41 Best Friend. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 43 Till Death Do Us Part. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 45 Papa Don’t Preach. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 47 Intervention. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 51 Inside Of Me. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 53 Promise To Try. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 55 Inside Out. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 57 Ray Of Light. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 59 Like A Virgin. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 61 Sky Fits Heaven. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 65 Ghosttown. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 67 Paradise (Not For Me). . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 69 Secret. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 71 Justify My Love & The Beast Within. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 73 Addicted . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 75 Back In Business . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 77 Two Steps Behind Me. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 79

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Living For Love. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 83 History. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 87 Bye Bye Baby. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 79 Messiah. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 91 Shanti/Ashtangi . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 93 Illuminati. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 95 Let It Will Be. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 101 Queen. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 103

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