LA CELESTINA

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LA CELESTINA

Ext. Jardines de Melibea (noche) Melibea espera la visita de su amado Calisto, escondida entre una arboleda de sus jardines. En la lejanía escucha al joven sollozar y murmurar, inquieta mira hacia los lados hasta que el joven aparece de entre unos rosales que dan acceso a los jardines. MELIBEA Calisto mi dulce amor, ¿Cuál malestar padeces? ¿Qué pena te congoja? Tus tristes gemidos suenan desde el comenzar del camino. Melibea pone la cabeza de su amado entre sus manos, mientras este con la cabeza agachada se arrodilla ante ella.

CALISTO ¡Oh Melibea mi dulce ángel de amor! Aquí me hayo y postro ante tus hermosos pies a pediros perdón mi señora. MELIBEA ¿Qué sucede para que su pesar ha de disculparse en mi presencia y bajo su suplica? Melibea flexiona sus piernas para agacharse y poder ver su cara mientras sigue sosteniendo la cabeza de Calisto y entre tanto este intenta esquivar la mirada de la joven para que no le vea llorar. CALISTO Acompañado vengo señora de Celestina y mis criados, para que hagan mis palabras ciertas y pueda obtener su misericordioso perdón.

Melibea se pone de pie y quita sus manos de Calisto, llamando a los acompañantes con un tono altivo.

MELIBEA


¡Celestina, Sempronio, Pármeno! Que nuevas de tal gravedad me traen, para que mi amado haya de postrarse ante mí. con pesar de amargas lágrimas que le sella la boca y los ojos. Los acompañantes salen de entre una arboleda cercana donde se hallaban escondidos. CELESTINA Señora, aquí los presentes tratamos de ayudar al Señor Calisto en el cortejo … SEMPRONIO Que le hizo brujería señora y yo que ando más pelao que la sobaquera una rana. Y pues allí pensé yo que por que no sacar cacho de este asunto y ayudarla a que el negosio fuera de lujo. PARMENO Eso y que le había hechao el ojo a la Elicia, que está más buena que un pan. Y si le echaba el gancho sería como un guante pa la Celestina, pues eso de embrujarla a usted señora Melibea. Celestina le da una colleja a Sempronio, que estaba a su derecha y de forma algo sumisa se acerca a la joven Melibea. CELESTINA ¡Callaós mal nacios bastardos! Yo no embrujo mi señora, solo apaño, aconsejo y ato los cabos para que to salga bien. Pero hoy el señor Calisto vino y me pidió que viniéramos a revelar lo cierto de su enamoramiento. Pues el señor Calisto quiere que todo sepa, para que su digna señora decida qué hacer. Y a estos perros miserables no les escuche, que no se ha hecho na malo hacia usted mi señora.

Melibea da unos pasos hacia atrás alejándose levemente de los presentes y dejándose caer en un medio muro de piedra, mientras su mirada se va tornando cada vez mas incrédula. MELIBEA Mi abatido caballero, que de cierto tienen las acusaciones que mis oídos reciben. Dulce miel de mis labios, levante su cabeza que para ser coronada se hizo y dígame. ¡Suplico habléis la verdad!


Calisto se pone en pie y con su mano derecha sobre su pecho dirige su mirada hacia ella con un tono sincero y abatido. CALISTO Mi Señora, Si todos los caminos llevan al amor, ¿Cómo del amor he de salir yo? Dama de la eterna juventud, quería encontrarla en mi vida Con cada rayo de sol que la mañana brinda. Sin hallar solución a mi desdicha, Me dejé aconsejar. Deseaba que el Sol de su señora y el mío fuesen el mismo Pero su hermosa esencia no se me brindaba y la forcé para que así fuese. ¡Perdóneme agua de miel! Le traigo conmigo el remedio para acabar con el falso amor, que sus sentidos por mi padecen. Calisto se acerca a Celestina, dando la espalda a Melibea y cayendo sobre sus rodillas de nuevo al suelo. CELESTINA Señora, he aquí la verdad. Coja en sus manos y beba del remedio al delito confeso. Celestina se acerca a la joven Melibea con un pequeño frasco entre sus manos, y agarra la mano de la joven para ofrecérselo. Melibea se levanta del muro de piedra y comienza a caminar hacia el joven Calisto que permanece arrodillado. MELIBEA Caballero del amor, levantaros con honra os pido. No encuentro culpa en vuestra acción, ni delito en vuestros hechos. Solo habláis de amor y afortunada de vuestros actos soy. Melibea rechaza la ofrenda de Celestina tocando su hombro con delicadeza. Melibea continúa hacia Calisto y lo abraza, el cual ya se encuentra de pie pero sigue de espaldas a ella. MELIBEA ¡Celestina!, no preciso de remedio. Mi bienaventurado Calisto, creíste en la imposibilidad de que mi gracia no os escogiera y diste la Luna por tocar una estrella.


No sé qué será de mi mañana, pero mi sol siempre será el mismo que el vuestro. ¡Amor mío!, un barco parte mañana de puerto. Melibea deja de abrazar a Calisto, situándose frente a él y cogiendo su cara entre sus manos, le habla con una gran sonrisa. MELIBEA Partamos con el hacía incierto horizonte, donde el amor crea del infinito su límite. Partamos antes de que el sol despierte. Calisto la coge en brazos por su cintura y giran juntos dos vueltas, luego la baja y le ofrece su mano mientras le dice la última frase. CALISTO Mi señora, mi gloria, mi estrella que hace del cielo un oscuro. Que de cierta es su decisión, no haga juguete de niño mi corazón para diversión de su señora. Pues si verdadera es su propuesta, preparo mi mano en fuerza y prendemos la marcha ahora. Melibea se gira y llama a sus criadas que están tras el medio muro de piedra. MELIBEA ¡Elicia, Areusa! ¡Preparad con brevedad liviano equipaje! Marcho con el corazón que enseñó a mi oscura vida a latir. Melibea se detiene unos instantes y mira a sus criadas que están paralizadas sin decir palabra y con un tono triste pero esperanzador les dice unas palabras para sus padres. MELIBEA ¡Oh padre!, ¡Oh madre! Decidles que no sientan pesar por mi huida, pues los caminos del amor persigo y a sus placeres me clausuro. Decidles que su honra regresará en venidera alegría futura. Calisto toma la mano de la joven y comienza a caminar dirección a puerto, diciéndole unas palabras a las criadas de Melieba y a sus criados en un tono vivo y lleno de alegría.


CALISTO Marchemos mi señora, emprender nuestro camino debemos. Pues la noche quiere descansar y el día despertar tormentoso para unos, y regocijado para otros. ¡Elicia, Areusa! Agradeced a vuestros señores tan bella creación que he recibido como divino regalo. Decidles que no se apenen, ni maldigan. Pues con buenaventura habremos de regresar con honra y días de dicha. ¡Sempronio, Pármeno! Recoged las pertenencias de mi señora y apresurad vuestro paso, Que nuevas horas, días y años se aventuran.

La joven pareja se aleja apresurados y riendo hacía puerto.

FIN


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