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SUGEL MICHELÉN DE GLORIA EN GLORIA

Un evangelio que salva y santifica

A mis queridos nietos: Mia, Marco, Maia, Zoie y Wesley, con el anhelo y esperanza de que sean creyentes apasionados del evangelio de la gloria de Cristo, de modo que sean transformados de gloria en gloria en la semejanza de nuestro bendito Salvador.

¡Los amo con todo mi corazón!

Introducción

Si alguna vez te has detenido a escuchar a dos personas en medio de una discusión, notarás que la mayoría de los seres humanos tienen la curiosa percepción de que las cosas debe‑ rían ser de cierta manera. Cada vez que alguien se queja con otro diciéndole: «Eso no es justo», está presuponiendo que hay un estándar universal de justicia al que todos debieran someterse. Sin embargo, eso no significa que esa persona viva o actúe de acuerdo con esa norma que reclama con vigor. Como señala C. S. Lewis en su obra clásica Mero Cristianismo, si bien es posible que exista alguna excepción aquí o allá, todo el mundo está consciente de que no vive a la altura de lo que reconoce como correcto.1

De ahí el sentido de frustración que muchos experimen‑ tan consigo mismos porque son conscientes de que no son como quisieran ser. Supongo que esa es una de las razones por las que las religiones tienen tantos adeptos y los libros de autoayuda son tan populares. La gente quiere ver cambios en su vida.

1 C. S. Lewis, Mero Cristianismo (New York, NY, Harper Collins Publishers, 20026), págs. 21‑24 (Lewis elabora esta idea mucho más en su libro).

Es probable que ese sentimiento se agudice entre los cris‑ tianos, porque no nos medimos con la regla generalmente aceptada por la mayoría, sino con la norma de Dios revelada en Su Palabra. Queremos cambiar y anhelamos ver más evi dencias de madurez espiritual.

El problema es que muchos cristianos no tienen idea de cómo avanzar o cómo trabajar eficazmente con esas áreas de su vida en las que les gustaría ver cambios más evidentes. Y aunque hacen resoluciones y promesas, con el tiempo se dan cuenta de que eso tampoco funciona y usualmente terminan más frustrados que al principio. Eso no quiere decir que hacer resoluciones sea incorrecto, sino que las resoluciones, por sí solas, no bastan para hacer la diferencia tan ansiada.

Incluso la ley moral de Dios es incapaz de producir ese cambio en nosotros. La función de la ley no es lograr que seamos lo suficientemente buenos como para ser aceptados delante de Dios. Por el contrario, uno de los propósitos principales de la ley es mostrarnos que somos incapaces de cumplir con sus demandas y así buscar la solución fuera de nosotros. Pablo nos recuerda que, «por las obras de la ley ningún ser humano será justificado delante de él; porque por medio de la ley es el conocimiento del pecado» (Rom. 3:20).

A modo de ejemplo podría decir que la ley funciona como los rayos X al permitirnos ver qué es lo que no anda bien, pero no puede resolver el problema.

Pablo señala que la solución se encuentra en el evangelio. «Pero ahora, aparte de la ley» –continúa diciendo– «se ha manifestado la justicia de Dios, testificada por la ley y por los profetas; la justicia de Dios por medio de la fe en Jesu‑ cristo» (Rom. 3:21‑22). Dios provee «por medio de la fe» en Jesucristo la justicia que no podemos alcanzar por nosotros mismos. Ese es justamente el corazón del evangelio, la esencia de lo que debemos creer para ser salvos:

«... que el hombre es justificado por fe sin las obras de la ley».

(Rom. 3:28)

El evangelio, sin embargo, no puede resumirse y llegar a ser simplemente un breve mensaje sobre cómo podemos ser perdonados y aceptados por Dios. El evangelio es como un diamante que posee muchas caras y solo podremos apreciar su hermosura al explorar cada una de ellas.

Otra analogía puede ser útil para explicar a qué nos refe rimos con respecto a lo multifacético del evangelio.2 El físico y matemático británico Isaac Newton descubrió en 1666 que un prisma de vidrio se dividía en siete colores del arcoíris si un rayo de luz pasaba a través de él: rojo, naranja, amarillo, verde, azul, índigo y violeta. Eso también sucede cuando la luz del sol atraviesa las gotas de lluvia para formar el arco iris. La luz blanca ya contenía dentro de sí todos esos colores, pero la identidad individual de cada uno no se hace visible hasta que pasa a través del prisma. El prisma separa los colo‑ res y nos permite apreciarlos.

2 Alister McGrath, Mera Apologética (Salem, OR, Publicaciones Kerigma, 2020), pág. 48.

Podría decir que algo similar sucede con el evangelio: es como un potente rayo de luz blanca que contiene un con‑ junto de elementos muy variados que los creyentes deben aprender a distinguir y valorar, no solo para poder evangelizar con mayor eficiencia, sino para su propio crecimiento en santidad. Eso es lo que he buscado desarrollar en este libro.

En la primera parte, la más extensa, nos detendremos a considerar qué es el evangelio; mientras que en la segunda parte veremos cómo Dios usa el evangelio para promover la santificación progresiva de los que hemos creído en Cristo.

Ha sido mi oración que el Señor use su contenido para bendecir a la iglesia de habla hispana al adquirir un mejor entendimiento de la obra redentora de Cristo, cómo esa obra redunda en nuestra santificación y cuáles son los recursos que la Escritura provee para vivir en santidad y para la gloria de Dios.

Sugel Michelén Santo Domingo

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