Crónicas de Islandia de John Carlin

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C UA D E R N O S DE HORIZONTE

Crónicas de Islandia

El mejor país del mundo JOHN CARLIN


John Carlin LONDRES, 1956

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John Carlin, es escritor, periodista y guionista, hijo de padre escocés y madre española. Nació en Londres, vivió su infancia en Buenos Aires y estudió en Inglaterra, país en el que reside en la actualidad. Colabora en varios medios internacionales, entre ellos El País, donde escribe sobre política y deportes. Fue corresponsal en México, Sudáfrica y Estados Unidos para el diario The Independent y en nuestro país ha sido galardonado con el Premio de periodismo José Ortega y Gasset. En el tiempo que vivió en Sudáfrica tejió una estrecha relación con Nelson Mandela, quién prologó su libro, Heróica tierra cruel (2004) y tras él apareció El factor humano (2008, ambos en Seix Barral) que inspiró la película Invictus (2009) dirigida por Clint Eastwood, e interpretada por Morgan Freeman y, más recientemente, La sonrisa de Mandela, 2013 (Debate), entre otras publicaciones. Crónicas de Islandia, corresponde a diferentes entregas publicadas en su totalidad en el diario El País entre 2006 y 2012. | www.johncarlin.com


CUADERNOS DE HORIZONTE

Crónicas de Islandia

El mejor país del mundo JOHN CARLIN


Título de esta edición: Crónicas de Islandia. El mejor país del mundo Primera edición en la línea del horizonte ediciones: marzo de 2016 © de esta edición: la línea del horizonte ediciones: www.lalineadelhorizonte.com info@lalineadelhorizonte.com © del texto: John Carlin © de la maquetación y el diseño gráfico: Víctor Montalbán | Montalbán Estudio Gráfico © de la maquetación digital: Valentín Venzalá Imagen de cubierta: Agurtxane Concellón Depósito Legal: m-5003-2016 isbn:978-84-15958-40-6 | ibic: wtl; idnc Imprime: Cofás | Impreso en España | Printed in Spain Todos los derechos reservados. Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.


Crónicas de Islandia

El mejor país del mundo

prólogo ... 7 I el país más seguro del mundo ... 10 el sol de medianoche ... 23 lo mejor de europa y estados unidos ... 35 una tribu sin complejos ... 48 el laboratorio humano ... 60

II partida perdida, bobby ... 73 la buena vida ... 86 el primero en caer ... 107

III aurora boreal ... 121



PRÓLOGO He vivido en nueve países y trabajado como periodista en más de cincuenta. Por eso será que la gente me pregunta con cierta frecuencia cuál es mi favorito. Mi respuesta es que siento ternura por Argentina, donde me crié; pasión por Sudáfrica, donde viví los años más emocionantes; amor por España, donde nació mi madre; y afinidad por Gran Bretaña, donde nací e hice mis estudios. Pero el país que más me ha deslumbrado, aunque nunca haya vivido ahí, ni tenga con él el más mínimo vínculo familiar, es Islandia. Pienso en Islandia y me brillan los ojos. Como sociedad representa la cima de la evolución humana. Como individuos, los islandeses son gente dura y encantadora, culta y campechana, muchas veces brillante pero siempre con los pies en la tierra. Su tierra, un lugar hostil y bello a la vez, frío, rocoso y rodeado de mar, bañado en una luz especial, única, mágica. Y encima se come de maravilla. Estoy generalizando a lo grande. Si queréis saber más, si queréis conocer a los islandeses y sus paisajes y el equilibrio social casi perfecto que han conquistado os ofrezco esta pequeña serie de artículos que he escrito a lo largo de los últimos diez años. Fui por primera vez en 2006 atraído por un dato: según Naciones Unidas

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Islandia tenía la mejor calidad de vida de cualquier país del mundo. Vi con mis propios ojos que era verdad. También vi las secuelas de la crisis económica que en 2008 azotó al mundo occidental. Islandia fue el primero en caer en el pozo pero también, gracias al ingenio y pragmatismo de su gente, el primero en salir. Esto fue, en buena parte, gracias al papel protagónico que tuvieron las mujeres en la tarea de reconducir la economía del país. Hace poco me enteré de otro dato sobre Islandia que no me sorprendió: que es el mejor país del mundo para ser mujer. En un mundo contemporáneo tan revuelto y confuso, con tanta desigualdad, violencia y miedo, Islandia ofrece un oasis de calma y un modelo a seguir. El partido político que aspire a imitar lo que han hecho los islandeses tiene mi voto. Espero que las palabras que he escrito os convenzan, o al menos lo suficiente para animaros a ir para allá y verlo con vuestros propios ojos. Una recomendación, eso sí: ir en verano, no solo para no pasar frío sino para poder ver la imagen de Islandia que tendré grabada para siempre en la retina: la puesta de sol sobre el océano a la una y cuarto de la mañana y, dos minutos después (sí, dos minutos), el amanecer. Londres, enero de 2016


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EL PAÍS MÁS SEGURO DEL MUNDO

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Islandia tiene menos de trescientos mil ciudadanos y, que yo sepa, sólo uno de ellos que viva en mi ciudad, Barcelona. Antes de ir allí pensé que sería conveniente hablar con él, ver si podía darme un par de pistas, quizá sugerir gente a la que conocer. Me dijo que podíamos quedar al día siguiente. Me sorprendió. Cualquier periodista al que se le pregunte sabe que no existe nadie más difícil de convencer para una entrevista que un futbolista profesional de primera. Políticos, escritores, actores, son fáciles. Futbolistas, una pesadilla. Es comprensible. Lo suyo no es hablar. Es jugar. Y, sin embargo, la gente parece esperar que sean tan duchos con el lenguaje como con el balón. No suele ser así. Eidur Gudjohnsen, el fichaje islandés que ha hecho el Barça este verano, es la excepción a la regla. A un montón de reglas. Si se le pusieran alas, sería un ángel. De rasgos exquisitamente finos, cabello rubio platino y más delgado de lo que parece en televisión, tiene además el don de las lenguas. Habla seis idiomas y el séptimo está en camino. «El español parece fácil —dice, sin arrogancia, como quien enuncia un hecho—. Lo aprenderé enseguida». Se muestra franco, confiado, sereno. Le encanta ser islandés y se enorgullece de ser capitán de la selección nacional.


¿Incluso aunque casi siempre hayan perdido? «Somos un país pequeño que se cree grande», explica el ángel en perfecto inglés. «Tenemos grandes ambiciones como nación, y eso da a los islandeses una gran camaradería. Yo la veo cuando juego en la selección nacional. Ser el capitán de mi país es maravilloso. Podemos estar perdiendo, pero siempre hay un espíritu positivo, un puño en el aire, la convicción de que podemos darle la vuelta al marcador». ¿Qué es lo que le gusta de Islandia? «La frescura del aire, la frescura que tiene todo. Es incomparable. Me gustan las veinticuatro horas de luz natural en verano, que puedo empezar una partida de golf a medianoche y acabarla a las cuatro de la mañana. La comida me parece estupenda». ¿La comida...? «Magníficos restaurantes en Reikiavik, créame». Vale, ¿y qué más? «Me gusta el paisaje. Cuando vuelvo a Reikiavik después de una temporada fuera, subo a una elevación que se encuentra en el centro de la ciudad y observo las montañas de alrededor, y esa vista siempre me emociona». Pero lo mejor —lo mejor de todo lo que tiene Islandia para Gudjohnsen, un hombre que, a sus veintiocho años, ha viajado por todo lo largo y ancho de este mundo—, es lo seguro que es. «Tengo dos hijos pequeños, de cuatro y ocho años. Cuando estoy en mi país, los niños pueden salir de casa, puedo no verles

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en diez horas y tener la absoluta certeza de que no les va a pasar nada». Supongo que los adultos también, le sugiero, pensando en que Islandia está absolutamente alejado de la locura terrorista que aflige al mundo, sin dejar de ser, al mismo tiempo, un país que tiene agua corriente, electricidad e internet de banda ancha. «Lo mejor de Islandia —insiste Gudjohnsen con pasión—, es que es el lugar más seguro del mundo». Y no sólo el más seguro, sino, según Victoria Abril, el mejor. Le cuento a Gudjohnsen que he leído hace poco un breve artículo de revista en el que la actriz española decía, después de rodar allí una película llamada 101 Reykjavik, que Islandia era un país tan ejemplar que los jefes de Gobierno de todos los países del mundo deberían ir a pasar allí un par de semanas para ver cómo es una sociedad ideal. El jugador más famoso de la historia del fútbol islandés alza una ceja y sonríe, como reconociendo que sí, que no vendría mal la idea. Queda un último asunto que necesitaría mencionarle antes de despedirme de él. —¿Me puede sugerir algunas personas a las que entrevistar? Tal vez viejos amigos suyos, vecinos, gente del mundo del fútbol, expertos en general, que puedan ayudar a darme una visión razonablemente exhaustiva de lo que hace que Islandia sea Islandia —Sabía que iba a preguntarme eso


—dice—, y he reflexionado un poco. La verdad es que sólo hay una persona. —¿Solo una? —Una, sí, una persona que estoy segura de que le va a proporcionar todo lo que necesita. —¿Y quién es? —Mi mamá. —¿Su mamá? —Sí, mi mamá. Durante las cuatro horas de vuelo con Icelandair a Reikiavik me preparo para mi encuentro con la madre de Gudjohnsen, cuyo número de móvil el futbolista me ha dado, leyendo un poco sobre su país.

Algunos datos: · Islandia es el único país de la otan que no posee Fuerzas Armadas, puesto que fueron abolidas en el siglo xiii. · Solo una ínfima parte de los 679 policías del país — una unidad de crisis llamada Los Vikingos— lleva armas; el índice anual de asesinatos es inferior a 5 y la suma total de la población carcelaria es 118. · Islandia tiene la mayor densidad de teléfonos móviles per cápita del mundo (hay más móviles que habitantes), y las tres cuartas partes de la población están conectadas a internet. · La mortalidad infantil es la quinta más baja del mundo y la expectativa de vida es sólo inferior a la

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de otros 10 países, entre los 226 del planeta. · Reikiavik es la capital más septentrional del mundo, e Islandia está más al norte que la mayor parte de Alaska, pero, aunque los inviernos son oscuros, la temperatura es varios grados más suave que la de Nueva York. · Islandia presume de tener el Parlamento más antiguo del mundo, el Althing, fundado en 930. · Todos los hogares tienen agua caliente gratuita por cortesía de la naturaleza, gracias a los pasadizos subterráneos de tipo volcánico; en ningún otro país hay documentadas tantas erupciones volcánicas, y posee 33 volcanes. · Islandia (que tiene el tamaño de Inglaterra) es el séptimo país menos densamente poblado del mundo (el primero es Mongolia) y el número 25 en la lista de países menos habitados (el primer lugar lo ocupa el Vaticano). · Porcentaje de tierra cultivable: 0,07; porcentaje cubierto de glaciares: 12. · El primer país en exportaciones es el Reino Unido; el quinto, España (pescado). · No existen la educación privada ni la sanidad privada: los servicios públicos son tan buenos que no hay demanda. · Islandia legalizó el matrimonio gay en 1996. · Los islandeses compran más libros per cápita que cualquier otro país del mundo.


Además, inventaron la novela, o algo muy parecido. Jorge Luis Borges era un tremendo admirador de las sagas islandesas, sobre las que escribió: «En el siglo xii, los islandeses descubren la novela, el arte de Cervantes y de Flaubert, y ese descubrimiento es tan secreto y tan estéril para el resto del mundo como su descubrimiento de América». Los hallazgos arqueológicos realizados en Terranova confirman que fue un islandés, Leifur Ericsson, quien descubrió América, si bien Ericsson y sus contemporáneos no se establecieron allí como harían los españoles quinientos años después en el Caribe. Borges se equivocó al decir que las sagas se habían escrito en el siglo xii (fue en el xiii), pero sí es cierto que las sagas se anticipan a la novela, porque son relatos lineales en prosa, con un principio, un nudo y un desenlace, y unos héroes que viven aventuras. Pero lo que constituyen es, con su inexorable melodrama (he leído la Saga de Njál, que está traducida al español, y he hojeado alguna más), versiones vikingas de los culebrones de televisión contemporáneos. Dinastía con cascos de cuernos —y más sangre—. Los temas son el amor, la traición y la venganza, y gran parte de la acción se desarrolla en torno a mujeres manipuladoras e intrigantes, los malvados prototipos de Lady Macbeth y la Alexis de Joan Collins.

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El único parecido que puedo verle a Olof Einarsdottir, la mamá de Gudjohnsen, con Joan Collins es lo joven que parece para su edad. Me esperaba lo que se me había anunciado, una madre. Sin embargo, lo que encontré fue una mujer alta, delgada, rubia, toda enjoyada, con zapatos de tacón y unos vaqueros ceñidos, a la que muy bien habría podido tomar por la novia de Gudjohnsen, o por un miembro del reparto de la serie de la televisión británica Mujeres de futbolistas. Pero, antes de hablar con ella, contaré cuáles fueron mis primeras impresiones de Islandia. El trayecto de cuarenta minutos en autobús, a las tres de la mañana, bajo la luz del amanecer (en verano, hay luz de amanecer toda la noche), me permitió ver un paisaje de lava oscura, llano y accidentado, tan desprovisto de vida —ni un solo arbusto, ni una brizna de hierba— que entendí inmediatamente lo que había leído alguna vez de que la nasa enviaba allí a sus astronautas a entrenarse en la época de los viajes a la Luna. ¡Y ése era el rincón de Islandia en el que viven dos tercios de la población! No me pareció extraño que durante los siglos de colonización danesa, un rey de Dinamarca pensara en una ocasión que lo mejor que podía hacer por sus remotos súbditos era despoblar la isla y transportar a todos sus habitantes a varias colonias que poseía en las Indias Occidentales.


El rey, que cambió de opinión, se habría sorprendido al saber que, doscientos años después de su muerte, una ciudad portuaria de cabañas y nativos medio muertos de hambre, a la que llegaban, por término medio, dos barcos al año desde tierras extranjeras, se ha convertido en una de las mecas más de moda para millonarios y jóvenes en busca de fines de semana de raves, procedentes de Europa occidental o del equidistante Estados Unidos. Lo único que pude ver al salir a pasear al centro, a las nueve de la mañana del domingo, fue a unos cuantos rezagados de las actividades nocturnas bebiendo café —muy bueno, como todo el que se bebe en Islandia— en el urbano Café Paris que, por cierto, servía los mejores croissants que he comido al norte de Buenos Aires. Las camareras hablaban un inglés perfecto, igual que todos los taxistas. Antes de entrar en mi primer taxi islandés, esperé a que saliera una anciana islandesa. Vi cómo entregaba su tarjeta de crédito al conductor, que la pasó por una máquina colocada en el salpicadero y luego le daba el recibo para que lo firmara. Al llegar al aeropuerto de Reikiavik había cambiado un montón de dinero, porque había oído que Islandia era muy caro, pero pronto descubrí que, para los islandeses, el dinero en efectivo pertenece a la Edad Media. Pagar con dinero delata inmediatamente que uno es extranjero.

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Los islandeses pagan sus cigarrillos, sus cafés, todo, con tarjetas de plástico. El taxista tenía alrededor de cincuenta años y unos brazos como jamones, pero hablaba inglés como un nativo. Mejor, incluso. El islandés, por lo general, habla inglés mejor, con más corrección, que la típica persona inglesa. Después de diez días allá no me cabe la menor duda. Tiene que ver con un sistema educativo que es manifiestamente superior, además del uso de subtítulos no sólo en todos los cines, sino en todos los programas de televisión cuya lengua original es el inglés. Hablar inglés en Islandia es tan corriente y natural como hablar castellano en Cataluña. Por eso, casi todo el mundo habla un tercer idioma. Lo más sorprendente del centro de Reikiavik, aparte de una catedral peculiar y extrañamente grande —una arquitectura que igual podría pertenecer al siglo xii que al xxii, a una saga que a una novela de ciencia-ficción—, es el número de bebés y de embarazadas jovencísimas que hay. La segunda cosa es la densidad de restaurantes y bares (sushi, tapas, indios, mexicanos, asiáticos de fusión, italianos, franceses, además de tabernas islandesas tradicionales en las que se sirve ballena, frailecillo, cormorán y tiburón putrefacto). La tercera, la escasez de farmacias, y ninguna, que yo haya visto, con la


profusión de medicinas para problemas estomacales que se suelen ver en el mundo occidental. Con un sistema de salud gratis tan bueno y una expectativa de vida tan larga, está claro que éste es un negocio en el que no merece la pena invertir. En cuanto a la calidad de las tiendas de moda y de diseño (en las que se ven marcas locales compartiendo el espacio, orgullosas, con los grandes nombres italianos), las tiendas de delicatessen en las que se encuentra jamón ibérico y las ubicuas librerías, quizá no asombraría si estuviéramos, por ejemplo, en Copenhague. Pero estamos en una ciudad de cien mil habitantes (o sea, del tamaño de Algeciras u Orense) que a las nueve de la mañana de un domingo tiene el aire, los colores y las dimensiones —sobre todo en sentido vertical, porque todos los edificios son bajos— de la aldea de pescadores ártica y remota que hasta hace muy poco fue. «Me sorprende que le haya enviado mi hijo a verme, porque siempre me está diciendo que no debo hablar con la prensa», comienza Olof Einarsdottir, mientras cierro la boca que se me ha quedado abierta y me repongo de la sorpresa que me ha causado oír que es ya abuela por triplicado. Esa ha sido su respuesta cuando le he dicho que me costaba creer que tuviera un hijo de veintiocho años. En cuanto a su sorpresa porque su angélico Eidur me haya enviado, le

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explico que no tengo ningún interés, en estos momentos, en hablar de fútbol ni, ya puestos, de su hijo. «Si lo que quiere es aprender cosas de nuestro país», declara la bella señora Einarsdottir —sonriente, pero de firme apretón de manos y mirada segura—, lo que le recomiendo que haga durante el tiempo que esté aquí, con cualquiera al que entreviste, es preguntar cómo es posible que, en el plazo de veinte años, hayamos pasado de ser un país pobre, oscuro y atrasado a ser uno de los lugares más modernos, prósperos y en expansión de la Tierra». Así se lo prometo, y ella mira en su ordenador una lista con los nombres y los números de personas a las que debo ver. Es la eficacia personificada, como claramente tiene que ser para dirigir una operación logística que, en los ajetreados meses de verano, recuerda a los desembarcos del Día D, pero todos los días de la semana. La empresa que posee es la mayor compañía de turismo de aventura en Islandia. Activity Group tiene cien motonieves y media docena de gigantescos todoterreno para hielo, seguramente lo más parecido a un ejército que tiene Islandia. Su segundo marido (el padre de Gudjohnsen es un ex futbolista profesional que jugó en Holanda y Bélgica) es socio en la empresa y además tiene tiempo para ser uno de los


máximos responsables de la policía del país, el jefe de la unidad armada de Los Vikingos. «Somos el pueblo más afortunado del mundo... ahora, —dice la madre del futbolista, que vivió dieciséis años en Europa continental con su primer marido—. Hemos cambiado y nos hemos enriquecido en muy poco tiempo. Antes de nuestra independencia de Dinamarca, en 1944, antes de que los británicos y los americanos establecieran bases militares aquí en la Segunda Guerra Mundial, éramos una de las naciones más pobres de la Tierra». ¿África con más frío? «Exacto —sonríe—. La gente tenía que ser recia. No se trabajaba para gastar, gastar como vemos hoy, sino para sobrevivir. Hoy, este es el lugar perfecto para vivir. Muy seguro, sin pobreza, el mejor sitio para criar hijos. Y de pronto tenemos tanto dinero que no sabemos qué hacer con él. Los islandeses —ya verá— están obsesionados con comprar los últimos caprichos, los más nuevos. Nuestros coches son todos nuevos. Viajamos por todo el mundo. La gente en el extranjero no sabe casi nada de nosotros, pero nosotros sabemos todo sobre ellos». Como para probar que tiene razón, al salir de su oficina entablo conversación con los conductores de uno de sus megajeeps para hielo, un hombre grandón de treinta y tantos años. —¿Barcelona? —dice. ¡La mejor ciudad

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del mundo! Una joven secretaria levanta la vista de la pantalla de su ordenador. —No. Madrid es mejor. Más vida. —¡Pero el tráfico de Madrid...! —responde el conductor, que no sufre precisamente ese problema entre los glaciares. —Pero Madrid tiene menos turistas — replica la secretaria. El debate podría haber continuado todo el día, si no hubiera llegado mi siguiente taxista, que también habla inglés estupendamente. La madre del futbolista me da la mano con firmeza, me desea buena suerte y, mirándome a los ojos, dice: —Este es un país único y asombroso. Ya verá. El País. Agosto de 2006


CUA DE RNOS DE HORIZONTE La colección Cuadernos de Horizonte es una ventana a la que asoman ideas y también miradas con las que volver a reconsiderar los lugares que transitamos. Textos breves para pensar el viaje a través de la sociología y el pensamiento; la crónica o el relato breve, sin que falte una reflexión sobre la naturaleza y el paisaje.

otros T Í T U LOS CH#3

Al otro lado de la luz (ebook) RICARDO MARTÍNEZ LLORCA CH#4

Parábolas y naufragios de Robinson Crusoe (ebook) JUAN PIMENTEL CH#5

El paisaje y sus confines (ebook) EDUARDO MARTÍNEZ DE PISÓN CH#6

El paisaje habitado CARLOS MUÑOZ GUTIÉRREZ


Hay muchos países en el mundo pero el caso de Islandia es punto y aparte, y su historia, en las últimas décadas, trepidante y ejemplar. John Carlin, sin disimular su pasión de converso, nos cuenta que a pesar de haber visitado medio centenar de países en viaje de trabajo, el que de verdad le hace brillar los ojos de envidia es Islandia. Lo cuenta con humor delicioso en estos relatos que toman el pulso a una sociedad milenaria y sabia, audaz y visionaria, pero con los pies en un suelo de lo más hostil; que ha levantado un Estado moderno, justo y comprometido, bendecido por los primeros puestos en la lista mundial de países con mayor progreso y bienestar social y el primero en igualdad de género. El autor recorre la isla en varias ocasiones para averiguar las razones de este milagro. Habla con empresarias, políticos, artistas; habla con hombres y mujeres y nada, ni nadie, parece rebatir la idea de que Islandia, el país que más estrepitosamente entró en crisis, y el primero en salir, es un modelo a seguir. Como le cuenta una ministra: «Se ha cambiado la naturaleza de la discusión» y ahora parece que los hombres han aprendido a pensar, también, como las mujeres.

Siento ternura por Argentina, donde me crié; pasión por Sudáfrica, donde viví los años más emocionantes; amor por España, donde nació mi madre; y afinidad por Gran Bretaña, donde nací e hice mis estudios. Pero el país que más me ha deslumbrado es Islandia. JOHN CARLIN IBIC : WTL; IDNC

www.lalineadelhorizonte.com


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