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LIBRO VIII
from Meditaciones
by Jenny Rivas
LIBRO VIII
1. He aquí una reflexión que puede ayudarte también a desterrar la vanidad: si has practicado las máximas de la filosofía toda tu vida o, por lo menos, desde tu juventud primera, hacerlo no ha sido mérito tuyo, pues muchas personas saben, y tú mismo también, que has estado muy lejos de ello. Hete aquí, pues, confundido; desde ahora en adelante ya no te será fácil adquirir el honroso título de filósofo: tu situación misma te lo impide. Luego si juzgas bien el estado de las cosas, no te preocupes más de la reputación que hubieras podido dejar después de la muerte y conténtate con pasar el resto de tus días tal como tu naturaleza sea.
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Que tu reflexión te lleve a conocer los deberes que el espíritu te impone y que por ningún pretexto te apartes de este estudio. Has querido buscar la felicidad en esta vida, y ¿por cuántos caminos no te has extraviado? En los sofistas de las escuelas, en las riquezas, en la gloria, en los placeres, en ninguna parte has podido encontrarla. ¿Dónde está, pues? En la práctica de las acciones que la naturaleza del hombre exige. ¿Y el medio de practicarlas? Ateniéndose siempre a los principios que son el origen de nuestros deseos y de nuestras acciones. Pero, ¿cuáles son estos principios? Los que engendran los verdaderos bienes y los verdaderos males, es decir, los que nos hacen discernir que solo es bueno en el hombre lo que le hace justo, moderado, valeroso, libre; y que solo es malo lo que produce en él el efecto contrario a estas bellas cualidades.
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2. Antes de llevar a cabo cualquier acto, pregúntate: ¿para qué me servirá? ¿Me arrepentiré? Dentro de poco ya no existiré, todo habrá desaparecido para mí. ¿Qué puedo esperar más, si mi acto presente es digno de un ser inteligente, sociable y sometido a la misma ley de Dios? 3. ¿Quiénes son Alejandro, Cayo, César y Pompeyo en comparación a Diógenes, Heráclito y Sócrates? En efecto; estos penetraban las cosas a fondo, en sus principios y en su sustancia, y por nada se trastornaba el equilibrio de su alma. Por el contrario, los primeros, ¡cuántos cuidados, qué esclavitud!
4. No, no dejarás de hacer lo mismo, aunque te costara la vida el hacerlo.
5. Desde luego, no te preocupes, porque todo acaece según las leyes de la naturaleza universal. Tu misma persona, antes de lo que te figuras, se habrá desvanecido como la de Adriano, como la de Augusto. Después, examina con mucho cuidado el objeto que te llama la atención y acuérdate de que es preciso que seas hombre de bien. Aquello que la naturaleza del hombre te exige puedes hacerlo sin titubear. Di lo que tú creas más justo, pero siempre con dulzura, modestamente y sin disimulo. 6. La misión de la naturaleza del universo es la de trasladar allá lo que está aquí, de cambiarlo de estado y, en fin, de volverlo a quitar de este sitio para llevarlo a otro. Todo es una mudanza continua. Vive, pues, sin miedo, que no sucederá nada nuevo ni extraordinario; todo se halla repartido en justa proporción.
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7. El ser, en general, se encuentra satisfecho cuando lleva a cabo las funciones que le están encomendadas. Luego para que el ser razonable lleve bien a cabo sus funciones, es preciso que no admita en su criterio incertitudes ni falsedades; que dirija únicamente sus esfuerzos hacia un fin útil a la sociedad; que no manifieste ni deseos ni temores, salvo en lo que dependa de nosotros mismos, y que acepte fríamente la suerte que le haya sido asignada en la Naturaleza de la cual forma parte, como la hoja lo forma también de la planta. En cuanto a esto, hay, sin embargo, una diferencia: porque la hoja forma parte de un ser desprovisto de sentimiento y de razón y expuesto a sufrir múltiples violencias, en tanto que el ser humano depende de una naturaleza que no admite sujeciones, que en ella todo es inteligencia, todo es justicia, y que distribuye a cada individuo, equitativamente y según el puesto que ocupa en la sociedad, una parte de duración, de materia, de razón, de fuerza y de accidentes. Sin embargo, has de tener en cuenta que no hallarás esta distribución equitativa comparando un individuo con otro, sino que habrás de comparar toda una especie con el conjunto de otra.
8. No te es posible aprender todo de la lectura; pero puedes abstenerte de cualquier acto de violencia; puedes sobreponerte al placer; puedes despreciar el orgullo; puedes evitar la ira contra los malvados e ingratos; ¿qué digo?, hasta puedes ayudarles. 9. Que nadie te oiga quejarte desde ahora de la vida social ni de la tuya.
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10. El arrepentimiento es una especie de reproche que se hace uno a sí mismo por haber despreciado alto útil. Luego es preciso que el verdadero bien sea asimismo algo útil y que un hombre virtuoso y honrado consagre a ello todos sus esfuerzos. El hombre verdaderamente honrado y virtuoso no podrá arrepentirse de haber despreciado el placer: por consiguiente el placer no es ni útil ni un bien.
11. Esto, ¿qué es en sí mismo por su propia constitución? ¿Cuál es su sustancia y cuál su materia? ¿Dónde empieza su acción? ¿Qué hace en este mundo? ¿Cuánto tiempo durará?
12. Cuando te cueste trabajo levantarte, acuérdate de que una de las prerrogativas de tu organización particular y de la naturaleza humana consiste en dedicarse a ocupaciones útiles a la sociedad y que si continúas durmiendo serás como el bruto. Desde luego, todo lo que se halla de acuerdo con la naturaleza de cada individuo le sienta mejor, le presta mayor servicio y es hasta más apropiado a sus gustos. 13. A medida que te venga un pensamiento a la imaginación, considera, a ser posible, su naturaleza, su carácter moral y la parte de verdad que puede contener.
14. Cuando vayas a hablar con alguien empieza por preguntarte a ti mismo:
“¿Cuáles serán las opiniones de ese individuo acerca de los verdaderos bienes y de los verdaderos males?”. Porque has de tener presente que si hay ciertas opiniones acerca del placer y del dolor, de las causas de uno y otro, del honor y del deshonor,
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de la vida y de la muerte, no debes maravillarte y encontrar extraño que haga esto o lo otro. Recordaré, pues, que no puede dejar de obrar tal como lo hace. 15. Si ridículo es encontrar extraño que una higuera dé higos, no lo es menos asombrarse de los acontecimientos que continuamente se repiten en el mundo. Es lo mismo que si un médico y un piloto se extrañasen, el uno, de que su enfermo tuviese fiebre y, el otro, de que su navío navegara con el viento contrario.
16. Ten presente que aun cambiando de idea forzosamente y obedeciendo al que te corrige, no por eso dejas de ser libre, porque tu acción, siendo un efecto de tu voluntad y de tu discernimiento, proviene directamente de tu alma.
17. Si el acto depende de ti mismo, ¿por qué lo haces? Si depende de otro, ¿a quién podrás pedir cuentas: a los átomos o a los dioses? Sería esto una verdadera locura en cualquiera de ambos casos. ¿Quizás a un hombre? No tienes por qué dirigirle ningún reproche. Si, en efecto, puedes conducirle por el buen camino, condúcele; si no te fuera posible, corrige sencillamente el acto. Y si aun esto no pudieras, ¿por qué habrías de quejarte? Ten en cuenta que no debe hacerse nada en vano.
18. Lo que muere no cae fuera de este mundo. Luego si permanece en él, tiene forzosamente que transformarse y disolverse en sus elementos, que son los del mundo y los tuyos propios. En consecuencia, estos elementos se transforman, pero no mueren.
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19. Todos los seres han sido creados para un objeto; el caballo, la vid, por ejemplo. ¿No te parece natural? El Sol te dirá: “He sido creado para hacer tal cosa”, y los demás dioses te dirán lo mismo. Pero ¿y tú? ¿Para qué has sido creado? ¿Acaso para divertirte? Ve, pues, por ti mismo, si esta respuesta tiene sentido común.
20. La Naturaleza considera igual el principio, la duración y el fin de sus obras. ¿Es un bien para una burbuja de aire cuando permanece en la superficie o un mal cuando estalla? Igual comparación puede hacerse hablando de una lámpara.
21. Considera este cuerpo bajo todos sus aspectos; examina bien lo que es y las evidencias de la vejez, la enfermedad y el libertinaje. Una vida corta es la suerte del que celebra y del que es celebrado, del que recuerda y de quien es recordado. Además, la vida se pasa en un rincón de este mundo, y aun en este lugar reducido los hombres no se hallan nunca de acuerdo. ¿Qué digo? El hombre no está de acuerdo consigo mismo, y en el espacio, la Tierra entera no es más que un punto.
22. Cuídate bien de lo que tienes entre manos, de lo que piensas, de lo que haces y de lo que quieres dar a entender. No experimentas en vano estas inquietudes; tú quieres ser virtuoso, pero mañana mejor que hoy. 23. Si realizo un acto, lo hago pensando en el bien de la Humanidad; si me sucede algún accidente, lo acepto teniendo en cuenta que viene de los dioses y del origen de todas las cosas y de todos los acontecimientos.
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24. ¿Qué ves del baño que tomas? Grasa, sudor, agua sucia, cosas repugnantes. Pues lo mismo ves en cada una de las circunstancias de tu vida y en todo lo que está al alcance de tu vista.
25. Lucila ha enterrado a Vero; más tarde, a Lucila le llega su turno; Segunda, a Máximo, y en seguida a ella; Epitincán, a Diótimo, y luego Epitincán; Antonino, a Faustina, y después él; Celer, a Adriano, y al poco tiempo Celer; y siempre lo mismo. En cuanto a esos hombres que tenían tanto talento, tan gran previsión o tanto orgullo, ¿dónde están? Aquellos genios sutiles, tales como Clarax, Demetrio el platónico, Eudémonos y tantos otros que han existido, ¿qué ha sido de ellos? Sólo han durado un día; todos han muerto ha mucho tiempo. Algunos no han dejado ni siquiera un recuerdo; de otros, solo su nombre ha pasado a las leyendas, y la mayor parte, hasta de las leyendas ha desaparecido. Acuérdate, pues, de esto: el compuesto insignificante de tu ser tiene que dispersarse y el débil principio de tu vida habrá de apagarse o emigrar y ocupar un puesto en otro sitio. 26. No hay nada que colme tanto de alegría al hombre como el comportarse de acuerdo con la naturaleza humana. Luego es propio en el hombre amar a sus semejantes, despreciar todo lo que afecta a los sentidos, distinguir lo falso de lo verdadero, observar cuidadosamente la naturaleza universal y acatar todos los acontecimientos que las leyes nos aporten.
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27. Tengo tres analogías: una con el medio que me rodea; otra con la causa divina, de donde procede todo lo que sucede a los seres en general, y la tercera con los que viven conmigo. 28. O el dolor es un mal para el cuerpo (¡en este caso, que se queje!) o lo es para el alma. Pero depende de ésta el guardar la presencia de espíritu y la tranquilidad que le son propias y no admitir que sea un mal. En efecto: todo lo que es discernimiento, voluntad, deseo y aversión reside dentro de nosotros mismos y ningún mal puede penetrar hasta allí. 29. Borra de tu pensamiento lo que solo es pura imaginación y háblate interiormente así: “En este mismo momento solo depende de mí el que no exista en mi alma ningún vicio, ninguna pasión, en una palabra, ningún desorden; para esto me basta únicamente con ver cada cosa tal como es y hacer de ella el uso que merezca”. Acuérdate de este poder del cual estás investido por la Naturaleza.
30. Hablar en el Senado con más dignidad que elegancia, y lo mismo en las conversaciones particulares; emplear un lenguaje sincero.
31. La corte de Augusto, su mujer, su hija, sus nietos, sus yernos, su hermana Agripa, sus parientes, sus cortesanos, sus amigos, sus médicos, sus arúspices, todo ha sido segado por la guadaña de la muerte. Torna luego tus miradas por otro lado: ve, no la muerte de cada individuo en particular, sino la de toda la familia de Pompeyo, por ejemplo. Lee también este epitafio en los mausoleos: «Aquí yace el último de su estirpe». ¿Cuánto no trabajaron los antiguos por dejar un heredero de su nombre?
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No obstante, ha sido necesario que uno de sus descendientes quedara el último y que con él desapareciese toda su raza. 32. Es preciso que ordenes tu vida acto por acto; y si cada uno de ellos lo haces como debe hacerse, puedes estar satisfecho. Luego nadie puede impedirte que obres como debes. “¿Y si sobreviene algún obstáculo extraño?”, preguntarás. No; nada puede impedirte que seas, por lo menos, justo, moderado y razonable. “¿No habrá, quizá, otra circunstancia que me arrebate cualquier medio de obrar?” dirás todavía. En este caso, resígnate ante el obstáculo mismo; obra como te esté permitido, sin protestar, y de ello provendrá luego otra acción, que entrará, igualmente, en el plan de vida que debes seguir. 33. Recibir sin orgullo los favores de la fortuna; perderlos sin lamentarse.
34. Acaso hayas visto alguna vez una mano, un pie o una cabeza cortados y separados por completo del resto del cuerpo; pues precisamente es la imagen del que se niega a aceptar los accidentes de la vida en lo que de él depende y se desliga del mundo o causa algún ataque a la sociedad. Obrando así te has arrojado fuera del seno de la Naturaleza; al venir al mundo formabas parte de ella, y ahora te has apartado. No obstante, a ti te queda el recurso de poder volver a reunirte con ella, privilegio que Dios no ha concedido a ninguna criatura integrante de la Naturaleza; estas, una vez cortadas y separadas, no pueden ya unirse al todo. Ve, cuán grande es la bondad suprema al haber dotado al hombre de una prerrogativa tan noble. En primer lugar, te ha concedido la
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facultad de no separarte por completo de la sociedad, y luego, la de reunirte a ese gran cuerpo, arraigar en él y ocupar el puesto que te corresponde.
35. Cada uno de los seres racionales ha recibido de la Naturaleza las facultades que su condición puede admitir; hay una particularmente que todos hemos recibido. Así como la Naturaleza aparta y dispone todo aquello que parece ser un obstáculo para el cumplimiento de sus designios, de igual modo el ser racional tiene la facultad de aprovechar el obstáculo para el bien y hacer uso de él para su conducta. 36. No te alarmes ante la idea que te vas formando en tu vida entera. No consideres en conjunto las dolorosas pruebas de todo género que, sin duda, habrás de sufrir, sino a medida que las vayas experimentando dirígete esta pregunta: “¿En qué consiste o qué es lo que en este momento no puedo soportar?” . La contestación te avergonzará seguramente. Ten en cuenta, luego, que no son ni el porvenir ni el pasado los que nos apenan, sino el presente. Luego las penas presentes no son casi nada si las reduces a su intensidad real y si te reprochas a ti mismo el no poder soportar una carga tan liviana. 37. ¿Están sentados todavía Pantea o Pérgamo cerca de la tumba de Vero, y Cabrias o Diótimo en la de Adriano? ¡Curiosas preguntas! Pero, aun cuando estos libertos estuvieran sentados allí todavía, ¿se darían cuenta de ello los muertos? Y suponiendo que pudiesen notarlo, ¿se alegrarían acaso? ¿Serían por eso inmortales esos libertos? El destino de todos, hombres y mujeres, ¿no es el de envejecer y luego morir? Y cuando estos
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mueran, ¿qué será de los que vengan después? Todo esto no es más que hediondez y putrefacción dentro de un sudario. 38. Si eres capaz de ser claro, sé claro en tus juicios poniendo en ellos toda la prudencia posible.
39. En la constitución de un ser racional no conozco ninguna virtud que se oponga a la justicia; pero sí conozco una en oposición a la voluptuosidad: la continencia.
40. Si logras separar la opinión que te haces de aquello que te aflige estarás tú mismo completamente seguro. “¿Quién?” Tu razón. “Pero yo no soy únicamente razón”. De acuerdo; pero que tu razón no se atormente, y si alguna otra parte de tu ser se halla afligida, que haga lo que tenga que hacer. 41. Un impedimento en los apetitos es igualmente un mal para la naturaleza animal. En el reino vegetal, cualquier impedimento en la vegetación es un mal para la planta. Y de igual modo un impedimento cualquiera en la inteligencia es un mal para la naturaleza inteligente. Aplícate, pues, a ti mismo todas estas consideraciones. ¿Qué sufres algún ataque de dolor o de placer? Esto sólo tiene que ver con los sentidos. ¿Qué tropiezas con algún impedimento en la satisfacción de tus deseos? Si los has formado sin condición ni reserva, es un mal para ti como ser racional. Pero si consideras el impedimento como un hecho común y ordinario, no podrá herirte, y en este caso no será ya impedimento. Si tu espíritu no lleva a cabo las funciones que le están encomendadas, nadie, sino tú, es quien lo impide. En efecto: ni el fuego, ni el hierro, ni un tirano, ni la calumnia, ni nada, en una palabra, puede hacer presa de él;
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cuando se encierra en sí mismo, forma una especie de esfera cuya superficie es inalterable. 42. No debo causarme pesar a mí mismo, ya que jamás se lo he causado a nadie, o por lo menos a sabiendas.
43. Unos se regocijan de una cosa, otros de otra; el mayor gozo para mí sería si lograse poseer una guía razonable que no tuviese aversión por ningún hombre ni por nada de lo que con ellos se relacione; y que acogiese todo con benevolencia, sin dar a ningún objeto más valor de lo que tuviese en realidad. 44. Procura, pues, aprovecharte únicamente del presente. Aquellos que tratan sobre todo de dejar un nombre a la posteridad no quieren creer que los hombres del porvenir serán exactamente iguales a los que hoy les soportan a duras penas, y que unos y otros serán mortales. Además, ¿qué pueden importarte las vanas aclamaciones de esas gentes y la opinión que lleguen a formar de ti? 45. Llévame y arrójame adonde quieras. El genio que reside en mí permanecerá por doquier tranquilo; quiero decir que estará contento si piensa y obra como lo exige la condición humana. ¿Es, acaso, importante que mi alma sufra y se degrade, que se humille, se agobie y caiga en la consternación por una cosa tan insignificante? ¡Cómo! ¿Quizá crees que merece la pena?
46. No puede suceder nada a ningún hombre que no sea accidental en él; como tampoco puede suceder nada a un buey que no sea accidental al buey; ni a una vid lo que no sea
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accidental en la vid; ni a una piedra lo que no sea accidental a la piedra. Por consiguiente, si lo que sucede a cada uno de los seres es un caso ordinario e inseparable de su existencia, ¿por qué razón habrás de indignarte? Ten, pues, en cuenta que la común naturaleza no ha hecho insoportables las cosas excepcionalmente para ti.
47. Si te afliges por una cosa que está fuera de tu alcance, no es la cosa precisamente lo que te aflige, sino la idea que tú te formas; luego en ti está el borrar esta idea de tu espíritu. Si lo que te apesadumbra es una secreta disposición de tu alma, ¿quién te impide corregir tu opinión, que es la causa de ello? Del mismo modo, si estás triste por no poder hacer tal o cual cosa, que a tu parecer está de acuerdo con la sana razón, ¿por qué no haces un supremo esfuerzo en vez de entristecerte? Una fuerza superior me lo impide –dirás acaso–. –No te lamentes, pues, porque la causa que te impide obrar no depende de ti. –La vida es una infamia si no hago esta acción –replicarás todavía–. –En ese caso sal de la vida con tanta tranquilidad como tiene al morir el que la ha hecho, y, al mismo tiempo, perdona a los que te han obligado a ello. 48. Ten presente que el espíritu que te guía se vuelve invulnerable cuando se recoge en sí mismo; escucha sólo a él y haz únicamente lo que él te ordene, aun cuando sea por una loca obstinación. ¿Qué será, pues, si, guiándose sólo de la razón, ha formado una opinión firme después de maduro examen? De este modo, el alma, libre de toda pasión, es una especie de ciudadela. El hombre no podrá jamás encontrar un asilo donde se halle más seguro de huir para siempre del poder
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de un dueño. El que no conoce este asilo ha sido mal instruido y el que, conociéndolo, no se refugie en él, es un miserable. 49. No agregues nada a la impresión primera de tus sentidos. Que te anuncian que tal o cual habla mal de ti: te anuncian esto, pero no te dicen que te han herido. Veo que mi hijo está enfermo: en efecto, pero no veo que el peligro sea inminente. Atente siempre a la primera impresión que ofrecen los objetos sensibles; no agregues nada interiormente y no habrá lugar a emocionarte. Figúrate, más bien, lo que debe pensar de estos objetos un hombre instruido y al corriente de todo lo que suele suceder en el mundo.
50. ¿Qué este fruto está amargo? Déjalo. ¿Qué hay espinos en el camino? Apártate. Basta con esto; y, sobre todo, no digas: “¿Por qué se halla en el mundo tal o cual cosa?”, pues servirías de mofa al hombre que ha estudiado la Naturaleza, del mismo modo que se burlarían de ti el carpintero y el zapatero a quienes les afearas el dejar a la vista en sus talleres las virutas y los recortes de su trabajo. Sin embargo, estos tienen sitios donde guardar los desperdicios, en tanto que la naturaleza del universo no tiene nada que se halle fuera de sí misma. Precisamente, lo que más te debe admirar es el arte de la Naturaleza, que, sin haberse asignado más límites que los propios, cambia y aprovecha todo lo que le parece corrompido, viejo o inútil, para hacer nuevas producciones. La Naturaleza no necesita materia extraña ni lugar para verter lo que se desperdicia. Ella sola se basta y encuentra todo lo necesario: lugar, materia y arte.
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51. Obra inteligentemente. En tus conversaciones no seas difuso. No divagues en tus pensamientos. Evita, asimismo, el aspecto taciturno y las agudezas de ingenio. No consumas tu vida en los negocios. Que matan, que asesinan, que llenan de maldiciones (a los emperadores), ¿acaso puede impedirte todo esto el que conserves un alma pura, sabia, prudente y justa? Supongamos que un manantial de agua pura y cristalina fuese maldito por un transeúnte: el manantial no por eso dejaría de dar un agua excelente; y si arrojase en él basura o lodo, pronto haría desaparecer estas inmundicias sin que su agua se alterara. ¿Cómo harías tú para poseer interiormente un manantial inagotable como este? Vigilándote a ti mismo continuamente para proteger tu libertad, y con esta, tu bondad, tu sencillez y tu dignidad. 52. El que ignora que hay un mundo, ignora dónde está; el que ignora para qué ha nacido, ignora qué clase de ser es y lo que es el mundo. Y el que carece de cualquiera de estos conocimientos, no puede siquiera decir para qué ha nacido. Ahora bien: ¿qué dirás del que teme la crítica o busca las alabanzas y los aplausos de esos individuos que no saben ni dónde viven ni qué clase de seres son?
53. ¿Pretendes ser alabado por un hombre que se maldice a sí mismo tres veces en una hora? ¿Quieres complacer a un individuo que aun consigo mismo es desagradable? ¡Cómo! ¿Acaso puede agradarse a sí mismo un hombre que se arrepiente de todo lo que hace?
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54. No te limites a respirar en común el aire que te rodea, sino comienza a inspirarte en común del espíritu de cuya inteligencia soberana se halla rodeado el universo. Esta inteligencia soberana se extiende por doquier y se comunica a todo ser que tiene la facultad de atraérsela hacia sí, tan fácilmente como el aire que circula en los pulmones de todos los seres que respiran.
55. El vicio, considerado en términos generales, no causa perjuicio al universo; y considerado aparte, no es un mal para los demás. Sólo es perjudicial a quien no tiene la facultad de contrarrestarle oponiendo una firme voluntad.
56. La voluntad de mi prójimo es tan diferente de la mía como su alma y su cuerpo. La Naturaleza nos ha hecho, indudablemente, los unos para los otros; sin embargo, la razón que nos guía tiene su dominio aparte en cada uno de nosotros. De lo contrario, la perversidad de mi prójimo sería un mal para mí: Dios no lo ha permitido, por temor a que dependiese de la voluntad de otro el hacer desgraciado a uno mismo. 57. El sol parece fundirse en claridad; lo que hay de cierto es que pasea su luz por todos los ámbitos del universo. Pero no se agota, y su difusión no es más que una extensión. Por eso, en griego, sus rayos se denominan aktinés, del verbo ekteinesthai, que quiere decir extender. Ahora bien: ¿qué es un rayo? Puede uno formarse la idea de lo que es observando la luz del sol que penetra en una habitación oscura por un pequeño agujero; primeramente se dirige en línea recta, pero al tropezar con el cuerpo sólido que separa la habitación oscura del aire exterior
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se divide, por decirlo así, y lo que queda afuera se detiene, sin escurrirse ni caer. Así, pues, deben ser exteriormente la confianza y la función de tu alma. Esta debe llegar hasta los objetos sin disiparse ni tropezar con violencia contra los obstáculos que encuentra y sin que nada pueda derribarla. Es preciso que se detenga sencillamente y que ilumine todo aquello que sea susceptible de que sus rayos penetren. En cuanto a los corazones impenetrables, que se entiendan por sí solos, si se ven privados de claridad.
58. El que tiene miedo a la muerte, tiene miedo de verse privado de todo sentimiento o de tener otros distintos. Mas si no tiene ningún sentimiento, no sentirá, por consiguiente, ningún mal, y si adquiere otra facultad de sentir, será un ser de diferente especie y no cesará de vivir sin temor. 59. Los hombres han sido hechos los unos para los otros. Instrúyeles, pues, o toléralos. 60. La flecha y el espíritu vuelan, aunque no de igual modo. El espíritu siempre toma mil precauciones, considerando el objeto sobre todos sus aspectos y yendo más directamente y con mayor seguridad al fin que se propone. 61. Penetra hasta el interior del corazón de cada uno y permite también que todos puedan penetrar hasta el interior del tuyo.
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