Loco malo final

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Diagramado, maquetado y maquillado por Lamberto. Ilustraciรณn en solapa por el Turco. Ambos trabajos para .



Prólogo Paciencia Pasado Sentado en el paraíso - MB Todo negro Tu nuevo mundo – Rolvider Cable al piso El nudo en la soga Algo un poco mejor La furia de la naturaleza Tarde La nula suavidad del otoño Bajoagua – NG Hielopuro Castigo Volver a verlos Oscuro aeropuerto Miedo al miedo Buscando resguardo Desvelo Cuando todos duermen El día Sueños y pesadillas Lienzo en blanco Tuve un sueño Ella Soledad amiga

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Destino la nada Pasar el tiempo Levantarse y seguir El gran día Bar Humo espeso El laberinto charrúa Llegando a las sombras De Goya Segundo mes Ganar Siempre vamos a perder Ritual para vivir Tu vacío Un solo círculo Arrepentido Mensaje al mar Remar Una laguna – MB Todavía está a tiempo Un solo Por qué Y llegó el final El peso del fin Adiós

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Epílogo

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Entré al laberinto, solo /recorrí con miedo pero sin apuro. Juan Pablo Martín no está loco ni es malo: sencillamente se siente solo. Como en aquel célebre Aleluya de Cohen, ya estuvo aquí y conoce este cuarto, conoce este piso. Pero aquí no hay Dios (ni padre ni madre: güacho). La puerta se cerró; una vida quedó afuera y él, adentro. Nuestro narrador –pues así lo llamaremos, ya que sus textos se cohesionan como un relato más que como pequeños poemas- parece habitar un cuarto húmedo, baldío y huérfano. Allí camina en círculo, temeroso y temerario entre trozos de espejos rotos. Sus líneas resplandecen como fragmentos de un alma que estalló en esquirlas. Quizá de eso se trate la poesía: un lugar cuyo reflejo jamás nos permite salir indemnes. Él lo sabe. Y lo asume oyendo y pronunciando voces donde la segunda persona oscila entre fantasmas de un pasado próximo y su propio ser. Los versos construyen una suerte de monólogo interior, una letanía de imágenes y pensamientos que se mueven con la intuición de un perro negro corriendo un tren que se aleja. Si siempre nos hicimos fuertes a los golpes…¿por qué esta iba a ser la excepción? Casi como si boxeara con su sombra, Loco Malo apela al estoicismo y la honestidad brutal, sin ambiciones superfluas. Consciente o no, Juan Pablo Martín traslada parte de su imaginario como artista plástico al verbo. No puntualmente desde la temática, sino desde la textura:

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muchos de sus versos parecen figuras o líneas de carbonilla, seca y ríspida, sobre paredes áridas. La mejor salida es a través, dijo un gran poeta. Y para salir de ese cuarto o laberinto, apela a la dureza propia de un carbón. Hace poco leí algo sobre el carbón. Cualquiera sabe que no brilla como el diamante. Pero quizá no todos sepan que ambos están compuestos de carbono. El carbón se convierte en grafito y si bien es improbable de modo natural, se puede convertir (como grafito) en diamante. Para ello debe exponerse a altísimas temperaturas y niveles de presión. Lo que quiero decir- o quizás comprender- es por qué algunos no saben no arder. Y es que inclusive lo más duro y oscuro del mundo puede hallar su luz. Así que al arrojarse al fuego, no está más que buscando su alma, que es alma de diamante. Y quien halla su alma puede sentirse mal y un poco loco. Pero ya nunca se sentirá solo. Mister, músico de rock&roll.

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Todo esto no es más que el estado de sospechosa tranquilidad, previo aviso de la destrucción que viene. El ojo de la tormenta que permite contemplar lo arrasado y saber que falta la otra mitad y la desesperación que sobreviene con la esperanza de saber que va a volver. El soñante no sabe al comienzo cómo terminará el sueño. Aquel interpela a la muerte en cada amanecer, sin obtener respuesta. Se trata de hablar los segundos después de levantarte, de intentar narrarlos, contemplarlos y reproducirlos. Repasar esos instantes en los que no sabes si es pesadilla o realidad. Es ahí donde te aprieta el pecho a fondo, donde hay que gritar. Es ese malestar de no saber realmente qué es la soledad, la muerte o la locura, pero aún así intentar descifrarlo, poniendo en juego todo. Esa angustia clavada en la piel que no te deja saber si el sueño es real. Son esos segundos de incertidumbre mirando a la nada, despojado de todo. Mientras tanto nos queda esto: el miedo a la oscuridad eterna. Así se traduce en este caso; en espasmos de dolor y tormento. Transformando las pesadillas en imágenes y palabras que llenen ese vacío, dándole una turbia luz, tenue y amarillenta, al respirar lento y entrecortado de la madrugada. Esperando el silencio permanente. Porque cuando sepamos realmente cómo es, no se lo podremos contar a nadie. Mientras tanto nos queda ese sentimiento construido de cotidianeidades, que no sabemos si son ciertos, pero que nos erizan la piel, en instantes de desolación. Lo que se siente al imaginar cuando la uña es capaz de rasgar la piedra, y tratar

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de armar un saber biológico que no tenés, porque para entender cómo es la sensación de que te corten un brazo te lo tienen que cortar. Mientras tanto nos queda esto: si podés hablar de la muerte es por que no moriste. Si realmente estás loco nadie te creerá lo que cuentes de ese estado. Si estás sólo, por siempre, no habrá a quien contarle cómo se siente. Esa angustia sostenida nos hace armar un lienzo manchado con nuestros miedos. En medio de este período (pesadillarealidad) intentamos crear nuestro universo de imágenes sombrías que nos salvan de pensar en cómo será eso que creemos sentir. Correr lentamente la mirada del agujero negro infinito, mirando de reojo. Así dejaremos pasar el tiempo entre espasmos de vida, hasta que finalmente entendamos todo eso que nos perturba y nos quiebra, pero ya no podremos contárselo a nadie. Y mientras tanto nos queda esto: El solitario esqueleto de la verdad.

Panzram Döring

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