Literatura barata es una revista
independiente de divulgación de la creación y la crítica local.
Miroslava Ramírez
Corrección de estilo Édgar Camacho
Ilustraciones
EDITORIAL La cualidad del hombre rebelde consiste en su inconformidad con las circunstancias adversas, en su rechazo a la alianza con la moral de la renuncia, en su aspiración temeraria de vivir a pesar de todos los infortunios de su destino (…) la rebelión es un esfuerzo constante , un intento por agotar todo y agotarse antes de morir. M IJAIL M ALISHEV
Claudia Elena Guzmán
Producción y diseño editorial Bibiana González
Dictaminación Blanca Aurora Mondragón
Promoción artística Alfonso de los Cobos
Mecenas Ana Rocío Guzmán
Correveidile
Bienvenidos al tercer número de su revista del corazón: Literatura barata. Para esta entrega se convocó a la comunidad a escribir sobre la revolución, la rebelión, la sedición y demás temas hermanos. La respuesta sobrepasó toda expectativa. Las voces que encontrarán aquí abordan la rebelión desde muchos ángulos: un poco de
zoofilia onírica cortesía del museo de Orsay; un diálogo platónico-aporético sobre la enajenación que provoca el fútbol; los lamentos de un burócrata (con cargo al erario), la subversión de la masculinidad tejida con recuerdos, agujas y lana; un poco de parodia a Marx; ardor homoerótico en la Arena México; asesinas del ello, dolce-gorestronzo… hasta llegar a la rebelión de las rebeliones, la de la sinrazón. Agradecemos la generosidad, tiempo, disposición y solidaridad de todos los que colaboraron en este número. Literatura barata se esfuerza para que estas voces cautiven a más ojos y oídos en este valle de lágrimas Toluca.
ÍNDICE DE AUTORES Y DE ALGUNAS DE SUS REBELDÍAS América Gösthi Reciente triple L por la Universidad Autónoma del Estado de México. De naturaleza insurrecta, nací cuando la hora retrocedía. No existo para encajar; de temperamento independiente pues éste no me pertenece y no soy capaz de controlarlo; regularmente destruyo lo que toco. Gusto de los días lluviosos, del olor a tierra mojada, de un buen café o un excelente vino pero puedo perder la cabeza por el whisky. Luchadora entusiasta de metas pequeñas que me propongo (y nunca cumplo). Me encanta encerrarme en mí misma para pensar todo y nada. Tengo sentimientos intensos. Hace días me divorcié del cigarro pero sigue fascinándome su olor en mi ropa. No podría vivir sin Viviana. Día por medio tengo un lío
en la cabeza pero aprendí a vivir con ello. Siempre llego tarde a todos lados. El personaje se come al actor. Yo soy el actor. Llevo años luchando por cambiar, espero que algún día se note. Hay días en los que juego a vivir, a ser mamá o maestra; en otros días menos importantes zurzo palabras.
sidero que no puedo responder sin el previo establecimiento de una jerarquía en mis actos de rebelión. Cosa que no haré porque el corazón de la rebeldía se reduce a decir no a las prescripciones que impone un Poder invisible y que, al carecer de rostro, los ingenuos lo confunden con las caras de sus representantes.
Lo más rebelde que he hecho: Creer que se podía vivir de amor. Lanzarme a hacerlo y descubrir que valió la pena.
Guillermo Gonzaga Martínez
Noé Epifanio Julián Noé Epifanio Julián no sabe hacer otra cosa más que hablar y escribir. Y ambos ejercicios, a la fecha, los sigue haciendo muy mal. Sobre la pregunta «¿Qué es lo más rebelde que he hecho en la vida?» con-
Soy un malasangre, enfermo e inspirado por sabrá dios que malos espíritus berrendos del infierno... En general no hay maldad en mí, sólo las ganas de herir sensibilidades, y derrochar lo recursivo-recurrente de los dogmas dizque divinos pero que resulta evidente que son producto de la estupidez del hombre. Con todo respeto aclaro que no discuto justo ahora la existencia de Dios sin embargo, soy divino.
Gerardo Betancourt Y siempre, cuando me veo al espejo, me veo tejido; de estambre, de henequén, de listones, siempre con mis bigotes. Estaba registrado en lo de Spencer Tunick. Arrodillados frente a catedral y encuerados parecía que adorábamos más a los dioses aztecas que alguna vez se adoraron muy cerca de ahí, si no es que ahí mismito. Mi ritual fue en silencio. No me importó si se robaban o no mi ropa, no sentí las veinticuatro horas sin dormir. Recostado en la plancha del Zócalo, con las bolas al aire y con el cielo en la cara, mantuve un diálogo con mis 1.69 de estatura, con mi tez clara, con mis vellos, mis cejas, mis barbas y mis bigotes. Parado, encuerado, no saludé a la bandera ausente, saludé a mis manos, mis brazos, mis pies, mis piernas, mis nalgas. No gocé del cuerpo ajeno, gocé de mis lunares, de mis venas que se hinchan, de mis nudillos anaranjados, de mis ojos cafés, de mi cabello castaño.
Hoy, mi cuerpo y yo somos cómplices y no nos guardamos los secretos. Blanca Aurora Mondragón Vida bien vivida. Mucha e intensa. Yo soy mujer libre y de buenas costumbres.
poesía y ensayo, así como participaciones como lector de obra creativa en encuentros de escritores. Actualmente colabora como corrector en la revista Contribuciones desde Coatepec de la Facultad de Humanidades. María del Carmen Mejía
Me gusta recorrer el mundo sobre una motocicleta Kawasaki Ninja ZX-10R 2010 verde chillón. Alejandro Solano Alejandro Solano Villanueva: licenciado en Letras latinoamericanas por la Universidad Autónoma del Estado de México. Ha participado en diferentes encuentros, congresos y coloquios, a nivel nacional e internacional. Además ha organizado diversos eventos dentro y fuera de la uaem, entre los que sobresalen las cuatro emisiones del Necroloquio de Putrefacción Múltiple y el III Congreso Nacional de Estudiantes de Literatura. También ha obtenido diferentes premios en cuento,
Joven narradora nacida en Toluca en 1997. Actualmente estudiante de secundaria.Se dice que cumplir con las reglas nos hace buenos. Una de las normas es tratar a los mayores con respeto. En lo personal, creo que el respeto debe ganarse siempre (por edad, género, etcétera). Un maestro no tenía respeto. Me atreví a responderle mal. Quería cambiar el trato que nos tenía. Lobsang Castañeda Ensayista mexicano. Licenciado en Filosofía por la Universidad Nacional
Autónoma de México (UNAM ). Ha publicado en diversas revistas y suplementos literarios. Figura en la antología El hacha puesta en la raíz; ensayistas mexicanos para el siglo XXI (México, Fondo Editorial Tierra Adentro, 2006). Fue becario de la Fundación para las Letras Mexicanas (2004-2006) y del programa Jóvenes Creadores del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes (FONCA).
verdadero olvido (2003), Juro que ha vuelto (2005), Hogar dulce hogar (2008), A mis amigos (2010) y Kamasutra para desesperados (2011), todas ediciones independientes de la autora.
Ama a Lady Gaga y le gusta fumar mota mientras escucha a los Jefferson Air Plane. Entre sus proyectos inmediatos está el de no reprobar a sus alumnos de Literatura universal de la uaem. Es zurdo.
Joven en proceso de construcción. Estudiante de Letras latinoamericanas. Artista. Rechaza las instituciones, a los trajeados. Como no puede besar, escribe. Güero, ex güero, neo güero, proto güero, pos güero.
Marlú V.
Édgar Camacho
Poeta de verso breve y esperanzado característico del estilo al que define como Poesía inútil plasmado en los poemarios Poesía inútil (1998), Fondo toqué (1999), Los cinco humores (2000), Breves en Perú (2001), Limítrofe (2001), Saludos de Europa (2002), Diario de un
Ilustrador mexiquense que narra desventuras y moralejas con trazos simples y manchas de acuarela con mucha personalidad.
Considera que lo más rebelde que ha hecho en la vida es vivirla todos los días. Guillermo Rodríguez
LA MEDIA REVOLUCIÓN El momento angular es una magnitud física importante en todas las teorías físicas de la mecánica, desde la mecánica clásica a la mecánica cuántica pasando por la mecánica relativista. Su importancia en todas ellas se debe a que está relacionada con las simetrías rotacionales de los sistemas físicos. Bajo ciertas condiciones de simetría rotacional de los sistemas, es una magnitud que se mantiene constante con el tiempo a medida que el sistema evoluciona, lo cual da lugar a una ley de conservación conocida como ley de conservación del momento angular.
Una rueda gira y gira tantas veces como su momento angular le indique... ¡Proletarios de todos los países, uníos! Los primeros pasos En la colonia El Seminario, una colonia bonita de clase trabajadora de la bella ciudad de Toluca, estaba el buen señor Karl Marx en su casa. Resulta que Karl era un personaje muy ilustre en la ciudad. Le habían hecho muchos
homenajes últimamente, y era invitado cada fin de año a las celebraciones que el H. Ayuntamiento organizaba. Incluso se remodelaría la Plaza de armas de la ciudad y justo en la esquina, frente a la bellísima catedral, iban a erigir un monumento de él por su invaluable contribución a la humanidad —en que oscuridad tan terrible habría vivido el mundo de no ser por él—. Resulta así, Karl se había casado unos seis años atrás con una bellísima mujer de nombre Itandehuitl. La conoció en su juventud cuando estudiaba economía política en el ilustre Instituto de Economistas de San Cristóbal Huichochitlán: se enamoraron. Con una beca otorgada por el instituto fueron juntos a terminar sus estudios en la Pontificia Universidad del Vaticano donde, por supuesto, les dieron mención honorífica y en el mismo Vaticano a la postre se editaron y publicaron todos los tomos de El capital que es la obra maestra de Karl.
Después de un año de matrimonio, la familia Marx tuvo su primogénito: un muchacho torpe y escuálido, pero amado por sus padres. Por nombre le pusieron Adamsmith, ya que entre los talentos de Itandehuitl estaba el ser neolingüista. Karl en una tarde fría de invierno llevaría a Adamsmith al parque de la tercera edad en el centro para que jugase ajedrez con otros niños, el juego más popular en esos días; Karl le había regalado la edición Wey tlatoani la más codiciada por los coleccionistas. Con su respectiva bendición papá e hijo emprendieron la marcha hacia el parque. Durante el camino Adamsmith, que era muy curioso, además de torpe, le preguntó a su papá por el significado de la palabra revolución a lo que Karl responde dulcemente entablando el siguiente diálogo infantil: —Hijo de mi vida, una revolución es una vuelta. Para comprobarlo pega una goma de mascar en la llanta de tu
bicicleta, mueve tu bicicleta unos metros adelante o atrás según tus preferencias y cuando el chicle suba y regrese a la posición original habrás tenido una revolución. Pero, ¿por qué preguntas, hijo? —Porque mis compañeritos de la escuela están hablando de una revolución. Dicen que están hartos de comer verduras y carne, dicen que han escuchado hablar que en el gabacho había hamburguesas, dulces, y botanas. —Pero, hijo, eso no es sano. —También dicen que podrías tomar las cosas que no son tuyas de manera que nadie diga nada, y le quieren quitar los calzones a la maestra sin que ella diga nada. —Pero tienen cinco años... ¿Para qué quieren quitarle los calzones? —Porque en las escuelas gabachas hacían ese tipo de bromas sin que nada pasará. Si lo hacemos aquí,
somos castigados severamente; dicen que eso es libertad. ¿Es eso la libertad, papi? —No hijo, eso es ser borrego. —También dicen que debería ser legal quitarle su almuerzo a los niños como yo, y me molestan por ser menos fuerte y algo estúpido; siempre lo hacen cuando no hay autoridad que lo impida. —Hijo, todos tienen derecho a su almuerzo. Si ellos quieren más, que demuestren que necesitan más alimento que los demás, ¿les has dicho eso? —Sí, padre, pero insisten que no todos somos iguales, que ellos por ser indígenas puros tienen más derechos que yo que soy mestizo. ¿Por qué no somos indígenas puros, papi? —Porque el azar, y no otra cosa, dijo que así seriamos, pero la raza no hace diferencia; la diferencia la hace el trabajo, hijo. Los únicos que no disfrutan de la vida
como todos son los eclesiásticos. Como sabes insisten en no querer trabajar, pues dicen que están dedicados a Dios, Dios del que no han podido demostrar su existencia ni tampoco ponen a prueba su fe en él. —Pues no sé, padre, estoy pensando en mi necesidad de riqueza, poder y opulencia; no me importa si otro se queda sin comer, mientras yo engorde como cerdo, quiero riqueza y muchas barbies para jugar. Creo que me gustan las barbies, papi, ¿estoy mal? —No, hijo. Sólo eres joto, pero no hay nada de malo en eso, lo malo es eso que piensas, crees que todo lo que ha hecho tu padre es malo. Cuando no hay pobreza, no necesitas ir a la guerra, no hay necesidad de robar, trabajarás en lo que te agrada, y no tienes porque envidiar a los demás, pero no lo entiendes aún porque sólo tienes cinco años; me atengo a tu entendimiento y te pido que no te unas a esa revolución: la violencia no es buena y los fines
que buscan son poco menos que salvajismo darwiniano mezclado con esclavitud; recuerda todo lo hecho por la humanidad antes de esta era. Entonces Adamsmith guardó silencio y caminó junto a su padre, pero el mal y la torpeza que habían en él ya habían marcado su vida. Fue la última vez que acudió al juego de ajedrez con su padre, fue la última vez que quiso escuchar a su heroico padre. Se unió al movimiento de segundo de kínder llamado Democracia neoliberal que después en tercero de kínder sería conocido como Capitalismo.
EL TEJEDOR
Don Alfredo, mi abuelo materno, fue cuidador de huertas de mango y siempre andaba con un arma; cada que la usaba, ocasionaba un éxodo en la familia de mi mamá. Don Pepe, mi abuelo paterno, fue carnicero; es imposible olvidar la forma de como él mismo mataba al guajolote el día de Navidad. Pepe, mi papá, fue trailero. Se enseñó a conducir tráileres cargados de refrescos y pipas cargadas de gasolina. Mi papá estaría sentado en su pipa esperando su turno para cargar gas (el nuevo negocio familiar) cuando la explosión de San Juanico lo alcanzó. La madrugada del 19 de noviembre de 1984, Pepe se arrojaba a un charco con el cuerpo incendiado. Se convirtió en uno de los 2500 heridos que arrojaría la explosión. Después de
dolorosos cuidados, con quemaduras de tercer grado en casi todo su cuerpo y a punto de mutilarle la pierna derecha, mi papá fue uno de los miles de muertos que nunca acabaron de contar. Mi abuelo Alfredo cambió el cuidado de mangos por el de combustible, En un asalto a la gasolinera, murió a tiroteos, «pero se llevó a dos bandidos», decía la gente. A don Pepe sólo le dejó de funcionar el corazón. Hoy, no sé qué diría mi papá de que a mi edad no sé conducir ni una moto; no sé qué diría mi abuelo materno si supiera que me aterran las armas; no sé qué diría el papá de mi papá si supiera que soy incapaz de matar un pollo y comérmelo; no sé qué dirían los tres si supieran que sé y me gusta tejer.
LAS MUJERES Y LA ESFERA —¿Qué se puede esperar de una civilización cuyos ídolos son una manada de burros que piensan con las patas? —¡Por Dios, no te expreses así del juego de los hombres! ¡Ay, si te oyeran, qué golpiza te darían! ¡Y ni se te ocurra morder a la Esfera Prohibida. Recuerda lo que le pasó a Eva por semejante osadía! —¡Ay, sumisa!, ¿por qué hablas así de la mujer que nos abrió los ojos a la sabiduría y a la vida? ¿Ya olvidaste que ella fue la primera en rebelarse contra la Ley del Señor que, desde entonces, nos tiene sometidas? —Claro que no. Sólo te lo digo para evitar los golpes que pudieras recibir a causa de las blasfemias de tu boquita. —No dudo que algún gañán descerebrado lo intente. Tan irritante llega a ser la verdad cuando trepana los oídos de la necedad. Sin embargo, eso no es lo preocupante, sino el hecho de que haya millones de papanatas que ni siquiera se atrevan a escuchar, ensordecidos como
están, por la barahúnda proveniente de los estadios. —Olvídate de esa turbamulta argüendera y dime lo que tengas que decir a esos engañados. —¡Con tanto acierto has dicho engañados comadrita! Sé muy bien que debajo de esa jeta de señorota que te cargas se esconde una Eva que se niega a cumplir con la ley de los hombres. —¡Ah, por favor, mujer! ¡Ponle menos crema a los esquites; no los vaya a confundir con una sopa de elotes! Y vamos, cuéntame lo que tengas que decir; al fin y al cabo que yo no se lo diré a nadie. Te lo prometo. —Está bien, ya que lo has prometido voy a decírtelo, pero escucha atentamente porque no voy a repetirlo: ¡Cuánto asombro me produce este mundo cada vez que miro a las parvadas de hombrecillos y niñitos aferrarse, con tanto denuedo, a los nombres de los jugadores cobijados con los mantos de los clubes futboleros! Cualquier
juego que tenga que ver con transacciones de dinero es ya de por sí malo. Desde el momento que el fútbol se convirtió en un gran negocio, perdió todo su encanto, pues ya no se trata de jugar limpio y de ganar sino de hacer trampas y engañar a los incautos para que ensucien sus pobres cuerpecitos con esas camisetas merdosas, tapizadas con logotipos empresariales y nombres de ídolos de pacotilla convirtiéndose de esta manera en anuncios espectaculares andantes, sin goce de sueldo en la promoción comercial de eso que la mísera vulgaridad llama cultura deportiva. Aunado a eso, es sumamente comprensible el crecimiento desmedido de la industria literaria en torno a los chismorreos futbolísticos, desde periodiquitos hasta revistillas y libracos (otra prueba de que es un buen negocio) sin olvidar los grandes espacios que se le han concedido al juego del hombre en los demás medios masivos
de comunicación. De tal manera que las conversaciones de la mayoría se reducen a la rumia de lo que han visto, leído o escuchado en la televisión, la prensa y la radio, que también encuentran hospedaje en el mundo virtual. Para resumir: el habla de las multitudes, su cultura, consiste en chácharas insignificantes que los mantienen ocupados en discusiones vanas. Pero esos hombrecitos y sus mujercitas no se dan cuenta y sienten que se les acaba la vida nada más de pensar que un día les quitaran esa pasta que les impulsa a mover el diafragma y las quijadas en el desayuno, la comida y la cena, en las charlas con la familia y los cofrades de la oficina o bien al salir del trabajo, camino al bar o la cantina, sin olvidar los domingos y días entre semana que les programan para asistir al estadio o ver por la pequeña pantalla o escuchar por las ondas hertzianas esas transmisiones (con sus repeticiones) y comentarios
de camelos acerca del movimiento de las esferas en los campos de juego. Esas mentes erradas ni siquiera se imaginan que la vida se agita, ansiosa de creatividad, debajo de toda esa faramalla discursiva. Y bueno, para no hacértela tan larga, esto es poco más o menos lo que quería decirte. —Ahora ya entiendo por qué iniciaste la conversación con esa pregunta tan provocadora y, sin embargo, todavía no sé muy bien cómo responderla. —No te apures, mujer. Una respuesta a esa pregunta no cambiará en nada esta trama cruel de la vida. Toda vez que lo único que podemos esperar de una civilización podrida, al estar constituida de esa manera, es un empobrecimiento de la vitalidad y el olvido de la potencia del lenguaje para descubrir las farsas que les venden a los hombres como verdades irrefutables.
—¿Quieres decir, entonces, que estamos condenados eternamente a escuchar esos discursos vacíos? —Yo no hablaría de eternidad ni de condena: esas son palabras religiosas. Yo, al igual que Eva, soy atea. No creo en la ley de los hombres ni en la de los dioses masculinos (¿acaso hay otros?) que obligan a comprar y tragar, para regurgitar discursos inútiles. Basta con que uno se rehúse a escucharlos y ya con eso los habremos combatido bastante...
TRES ACUARELAS CON GATO Había estado en el Museo de Orsay en París hacía unos meses; es cierto, pero nunca creí que fuera motivo de insomnio o duermevela. Lo cierto es que aquellas tres acuarelas con gato, casi idénticas, me produjeron una suerte de éxtasis y de escalofrío sensual, que aún siento cuando las recuerdo. Las contemplé durante media hora por todos los ángulos. Al fondo de los cuadros estaba una cama destendida y la vista de espalda del cuerpo de una mujer sentada. El ángulo inferior izquierdo era dominado por un gato negro sentado, de espaldas también. El mismo lecho, la misma mujer, el mismo gato, los mismos colores pastel en las tres acuarelas. Tres acuarelas con gato, decía la cédula en la pared clara. Las pinturas, de pronto, cobraban movimiento; había algo distinto en ellas, ¿qué era? La mujer parecía sostener en las manos invisibles una sábana con la
que cubría sus pechos; sin embargo sólo se miraba su espalda, su pelo un poco revuelto, la forma de sus nalgas. La segunda acuarela tenía las mismas imágenes; quizá se miraba un poco la pierna izquierda de la mujer. La tercera tenía más definida la pierna izquierda, un poco de su pubis. No pude descubrir el motivo de tanta sensualidad. Quizá es porque el arte no tiene explicación, pensé, y salí del museo. Luego de medio año soñé que encontraba en una página web las Tres acuarelas con gato, pero cada una tenía un poema emblemático al pie, ¡Dios santo!, ¡aún hoy quisiera saber qué decía cada poema! No pude controlarme entonces; mi cama se convirtió en un intenso horno de fuego y sudores. En el sueño miraba detenidamente cada acuarela y leía con deleite cada palabra, cada sílaba. Mis manos se convirtieron, lo sé, en las mejores conocedoras de mi cuerpo, de mi sexo anhelante.
Tres acuarelas con gato repetía mi mente en el sueño, y miraba los colores, aquel lecho, aquel pequeño gato negro, de espaldas, aquellas pinturas casi iguales, ¿qué decía cada poema? Mi entrepierna desprendía sus excitantes olores a cada embestida de mis dedos, mi cuerpo se estremecía a cada sílaba, a cada color, a cada detalle. La duermevela se prolongó no sé cuánto tiempo; no podía desprenderme de las imágenes, no existía nada más, sólo yo y las Tres acuarelas con gato, y mi cuerpo entre las sábanas blancas, y mis manos en cada milímetro de piel, y aquel pequeño gato negro, de espaldas. El sueño, por fin, me develó el secreto y vi el motivo del clímax: el segundo cuadro mostraba un poco la pierna de la mujer y el brillo de la humedad, característica de la saliva; el tercero descubrió la pierna de la mujer llena de casi imperceptibles rasguños de gato y su pubis lleno, repleto, de pelos de gato.
LA REBELIÓN DE LA SIN RAZÓN «Debatirse entre la locura y la cordura. Debatirse entre la razón y la sinrazón»: así se dice, así se escucha comúnmente. Esto es lo que se dice y se escucha por todos lados. Pero, ¿es cierto? ¿Nos encontramos cada día a medio camino de la razón y su carencia? ¿Estamos igualmente próximos a la cordura que a la locura? Si así se dice, si el dicho se dice así, es porque hay algo detrás de él. Una causa subyace al dicho común: «debatirse entre la locura y la cordura» o «debatirse entre la razón y la sinrazón.» Creo que valdría la pena saber cuál es. Que estemos siempre —en cada cosa que hacemos o dejamos de hacer, en cada sitio que pisamos y a cada momento— entre la razón y la sinrazón, a medio camino de una y otra, resulta, si no aterrador, al menos peligroso, arriesgado, ya que todos los «trayectos existenciales» que podemos emprender (a partir de tal dicotomía) terminan siendo previsibles, unidimensionales. Me explico.
Estar «entre la cordura y la locura» significa, en última instancia, estar entre la razón y la razón, en medio de lo racional, plenamente situado en lo racional, absorto en sus interiores, sumergido en sus profundidades, pegado a sus pliegues. Significa no tener alternativas. No tener, por ende, salida. Estar, como también se dice, atrapado sin salida. Debatirse «entre la razón y la locura» no es en realidad un «debatirse» sino un resignarse; un convencerse al fin de que, instalados ya en el sendero de lo racional, no hay nada más que hacer ni lugar a donde moverse. La alternativa («o esto o aquello» diría Kierkegaard) no se aplica en este caso, no rige, no funciona. Para que algo esté «entre» (para que algo participe de lo «entre») debe vislumbrar, al menos, dos extremos, dos posibilidades, dos orillas, dos opciones. Si entre un polo y otro se juega la libertad entendida vulgarmente, la capacidad de decidir, la inclinación, estar
«entre» la cordura y la locura significa no poder decidirse, cancelar dicha inclinación. La indecisión es, entonces, producto de una lucidez que ve en el binomio razón-sinrazón una misma (sola) cosa. Pero, tal vez sea mejor hablar de una tensión no «entre la locura y la razón» o «entre la sensatez y la demencia» sino «entre la razón y la sin-razón», «entre la razón y la falta de razón», «entre la razón y la carencia de razón». Es decir, entre dos auténticos opuestos. Hablar de razón y de falta de razón sería similar a hablar de luz y oscuridad, de claridad y penumbra, del ser y la nada, de presencia y ausencia. Concedámoslo. Sin embargo, ¿cómo puede uno estar en la ausencia? En la ausencia no «se está» jamás. En la ausencia no «se está» nunca. Uno no puede, tampoco, situarse en la nada. No puede uno estar en donde, por antonomasia, nunca «se está». No puede uno estar en ninguna parte,
en ningún lado, en ningún lugar. Siempre se está en algún lado, en alguna parte, en algún lugar. Perogrullo dixit. Volvamos, entonces, a nuestro asunto. «Estar» entre la razón y su carencia significa «estar» en el «entre», en ese «punto neutral» que, al más mínimo paso, se desvanece, deja de ser. Si, «estando» en ese «entre», nos inclinamos hacia el lado de la razón, si dejamos de ser entre para aproximarnos (para entrar) al umbral del territorio ocupado por la razón, entonces no nos queda más que abrazar la tautología y la repetición. También existe un dicho al respecto: «entrar en razón», que significa «recuperar la razón que se ha perdido», reafirmarla, reconocerla como lo único (y lo más) importante. Tenerla como la presencia presente por excelencia. En cambio, si «estando» en ese «entre», nos «inclinamos» hacia el lado de la sin-razón, nos dirigimos hacia
ella, nos aproximamos y cruzamos el umbral que abre su propio «territorio» (siempre ficticio), simplemente dejaremos de ser, no seremos, no estaremos, no figuraremos y, por ende, no nos será posible desplazarnos hacia ningún lado. Es decir, no podremos movernos ni cruzar umbral alguno. No haremos nada. Parece, pues, que ir hacia la sin-razón resulta del todo imposible. Por ello, «el hombre sin-razón» (en caso de existir) no puede nunca decirnos «lo que ve», en dónde «está», qué es «lo que siente», cómo «es» él mismo, cómo «le va», qué «le está pasando». La «locura», entendida como sin-razón, es incognoscible, inescrutable y, por lo tanto, intratable-incurable. Los psiquiatras tratan a los que tienen la razón exagerada, exacerbada, desbordada, pero no a los que «han perdido» la razón o a los que carecen de ella. Esto ya lo
ha dicho millones de veces Leopoldo María Panero. Basta con hojear su Aviso a los civilizados para constatarlo. La psiquiatría, tal y como la entendemos comúnmente, es un timo, una mentira, un engaño. Esto no quiere decir que no sea útil para «algo» sino que la utilidad que verdaderamente tiene no es la que dice tener, que lo que se propone remediar no es lo que, en realidad, puede curar o corregir. Los seres sin-razón no pueden ser tratados. Más aún, ni siquiera pueden ser «conocidos». No podemos decir, sin alejarnos de la mentira, que conocemos a alguien sin razón o que estamos acostumbrados a convivir con alguien que, por determinadas causas, claras o misteriosas, ha «perdido la razón». No es posible conocer a alguien que ha «extraviado la razón».
No hay nadie que haya «perdido la razón». Todo mundo tiene (y todos conservamos) aunque sea un gramo de razón, una pizca de cordura. Incluso ahí donde parece que ya no queda nada racional o cuerdo. Incluso ahí donde todo es absurdo, ilógico, descabellado, incongruente o inverosímil. Siendo estrictos, los «locos» (en el sentido de los que participan o están sumergidos en la sinrazón) no existen, no están, no son, pues, como afirmaba Hegel, «todo lo real es racional y todo lo racional es real». Así, pues, la sin-razón termina siendo un presupuesto de la razón, un postulado racional, un término que sirve para «nombrar» (y, con ello, para adjudicarle razón) a lo desconocido, a lo otro, a la nada. En el mundo no hay «locos», no hay «locura», no hay «sin-razón». Sólo hay, y en demasía, mecanismos racionales que intentan nombrar lo irracional.
Entonces, nosotros mismos no podemos hablar de «locura» (en el sentido de la sin-razón) al escribir. Un ensayo no puede hablar de lo que no existe. En consecuencia, nuestro «tema» (la sin-razón) siempre es y ha sido la razón, los excesos de la razón, los sueños de la razón; podríamos decir, en tanto camino único, en tanto dirección única, en tanto línea recta de la reflexión. De la «locura» (en el sentido de la sin-razón) no se puede hablar. De la «locura» no se puede decir nada. Sobre la «locura» no se puede escribir nada. Nada. Nunca. No. Tan sólo, utilizando una imagen ilustrativa, dejar un espacio en blanco:
Y tal vez ni siquiera eso, ya que delimitar o enmarcar un «espacio en blanco» es, de alguna manera, medirlo, pronunciarlo, decirlo. Delimitar un «espacio en blanco» es ya convertirlo en un espacio, o sea, otorgarle un nombre (y, por lo tanto, adjudicarle una razón de ser), una condición, un lugar en el mundo. Pero la nada no se puede delimitar ni señalar. No se puede ilustrar, enseñar (ni en el sentido académico, ni en el sentido fenoménico), circunscribir o detectar. La nada es huérfana. Este ensayo (que pretendía, en un primer momento, hablar de la sin-razón) es, en realidad, un fracaso. La sin-razón (como tema de reflexión y de escritura) es imposible. Incluso decir «imposible» implica ya una manera de forzar a la sin-razón a dejar de ser sin-razón.
Mejor enmudecer. Mejor el silencio. «De lo que no se puede hablar hay que callar» dice Wittgenstein. Si todo apelar al lenguaje es apelar al ser, si todo el ser es lenguaje, si todo lo susceptible de ser nombrado de alguna manera ya siempre es, entonces, lo que no es (por ejemplo, la sin-razón) no puede ser designado con palabras. Dice Hans-Georg Gadamer: «El ser que puede ser comprendido es lenguaje». La sin-razón no puede ser comprendida porque no es y porque no es lenguaje. Por eso nunca nos debatimos realmente «entre la razón y la sin-razón»; nunca estamos «entre esto y lo otro» cuando hablamos de razón y de sin-razón, porque ya siempre permanecemos en el mismo sitio.
La sin-razón es, en este sentido, la rebelión máxima, ya que va en contra de la normalidad, el orden y la tranquilidad pública. La sin-razón subvierte las leyes del lenguaje y de la representación. Sin ser, desobedece y opone resistencia. Sin tener un nombre, despliega una fuerza rebelde. Es la seducción del abismo. De ahí su poder. De ahí su belleza.
LA BUROCRACIA ACTUAL Soy burócrata. Tengo un escritorio acompañado de un número de empleado. Tengo la vida puesta en la vida del de al lado, pero conservo mi alma intacta, y mi versión de Dios y me gustan los halagos. No pienso que mi paga me compre, pero agradecería tener un precio más elevado, y adquirir con lo que sobre el derecho a escupirle a los bastardos
que me pisan el cuello con sus nuevas botas de hacendados.
EL TRABAJO El trabajo es el gran ausente; manjar sedoso, cabellera que se peinan los pudientes. El trabajo se ha vuelto para nosotros los pobres en la gran puta de los negros dientes. Se compra, se muerde y hasta se le hereda o se le miente. Apresuramos el paso ante el temor social de su huĂda imberbe. Y por el trabajo hemos ya entregado el traje dignamente del papel del hombre en un paraĂso naciente al que llamĂĄbamos Patria donde ĂŠramos hijos no solo gente.
EDIFICIO QUE PARECE RASCACIELOS Esquelético, imponente, erguido en la arrogancia de un hipo de ingeniero, vestirá de vidrio y de empleados prisioneros y su destino de cárcel no lo sospecha ni el gobierno porque lo adopta como un silente cencerro que se nos cuelga a todos los que no tenemos un apellido extranjero, pero que vemos cómo se rasga nuestro cielo con este picahielo envuelto en honestos brillos de cemento.
GIALLO
O CÓMO TE VI MORIR SIN SABER QUE HABRÍA QUE DISFRUTARLO
Identifico el color amarillo, entre otras cosas, como la manera en que la naturaleza por medio de las flores y frutos anuncia la entrada de la primavera; también recorro una vez más en mi mente todos los vochos con los que me serví de pretexto para violentar a puñetazos los brazos de mis amigos, después de avistar uno de ese color transitando las vías de la ciudad y anunciarlo: «¡Vocho amarillo!» Tradición que se multiplica generacionalmente y compone el imaginario cultural de las cosas que conocemos sin saber por qué, pero repetimos con entusiasmo hasta nacerle una satisfacción personal, misma que incluso pudiera satisfacer un instinto hondamente arraigado en los recovecos de la psique humana y que, con el pasar de los años, se fortalece hasta mutar como un virus que resiste la penicilina. El color amarillo tiene muy mala reputación internacional: el norteamericano que quiere enfatizar la cobardía de un individuo lo utiliza con sentido peyorativo llamándolo
yellow, es decir, maricón, pusilánime. En África y Sudamérica el amarillo, como en los semáforos, es color de advertencia, de peligro si te pica el mosquito de la fiebre amarilla, que de amarilla no tiene nada salvo el nombre. Es una enfermedad viral que por cierto también se llama vómito negro (vómito de color negro debido a coágulos hemorrágicos en el estómago) cuyo síntoma describe mejor el padecimiento y, sin embargo, es mejor conocida como fiebre amarilla, seguramente por algún factor sociocultural. En México el amarillo es el color con el que se identifican los hinchas del club de futbol más odiado y querido del país: las Águilas del América. Tal partidismo puede costarte la integridad de tu orientación sexual frente a los demás, tus congéneres, familia, amigos, pastor de la iglesia, etcétera. En Italia el amarillo fue el color que eligieron algunas casas editoriales que publicaban historias de ficción; en
su centro gravitaba la violencia, el sadismo, la depravación y degeneración de las sociedades modernas en la década de los setentas alimentadas temáticamente por las noticias de la prensa sensacionalista y la larga tradición de las novelas de crímenes y género policíaco. El fumetto nero es este coctel de amarillismo periodístico, tabúes, estereotipos, misterios y crímenes sin resolver donde los protagonistas tradicionalmente son psicópatas anónimos que aguardan en las sombras de tu casa, detrás de las cortinas, tras el armario, esperando el momento preciso de ondear su cuchillo, machete, escalpelo, tijeras de jardinero, palo con clavo o cualquier arma puntiaguda para estocarte en la médula y hacerse un collar con los huesos de tu pelvis en un rito satánico que invoca a Belcebú, quien habrá de desflorar once vírgenes cuyo dolor es alterado por una droga que les causa placer mientras cercenan sus cuerpos indefensos y recolectan
su sangre en un cáliz tallado directamente del cráneo de un carnero. Sin embargo, el término giallo fue utilizado mayormente para denominar cierto subgénero del cine italiano de horror que se servía de las publicaciones para entramar sus historias que, por más sencillas que fueran las producciones, su impacto perturbó de tal manera a las audiencias que fue víctima de críticas devastadoras por parte de las comunidades conservadoras de distintos países a donde se distribuían estas películas, entre ellos Inglaterra. Ésta, durante la década de los ochentas, emitió una lista negra compuesta de setenta y dos películas prohibidas debido a su injustificable y desmedido despliegue de violencia, sangre, inhumanidad y tripas (...muchas tripas), entre ellas Antropophagus (1980) dirigida por Joe D’Amato, Ecologia del delitto (1971) de Mario Bava o Il paese del sesso selvaggio (1972), de Umberto Lenzi.
A pesar de que este último difiere de la directriz temática del giallo, el cine italiano del momento no sólo se sirvió del fumetto nero para hacer historias, sino que encontró un asidero en todos los temores de la civilización contemporánea y los llevó a dar un paseo desenfrenado por las carreteras psicodélicas de todo tipo de tabúes: caníbales, nazis, femmes fatales, extraterrestres, esoterismo, guerras nucleares, adolescentes-malditosantimoral, accidentes industriales catastróficos, zombies, realidades distópicas y postapocalípticas, usted diga. Rastrear históricamente el contenido temático del fumetto nero nos conduciría un tanto lejos de la línea del tiempo en que fue producido hasta la Francia decimonónica y los cuentos del famoso Rocambole, del autor de ficción Ponson du Terrail (1829-1871), ladrón de guante blanco de quien astucia y encanto fascinaron a los lectores parisinos ansiosos por narraciones fantásticas de
aventuras y suspenso nacidas de los bajos fondos: el lado oscuro que yace bajo la luz de la sociedad dominante. Del mismo modo las atrocidades de Fantômas, el supervillano de las historietas ilustradas a principios del siglo xx, a quien se le atribuye la herencia de Rocambole y es considerado responsable de influir a personajes posteriores como el Guasón de la franquicia Batman debido al revolucionario giro con que desarrolla su modus operandi al cometer crímenes. La barbarie con la que el villano se deshumaniza expone las condiciones instintivas del ser humano que lo reducen a la más pura forma de la vileza y el placer que extrae de sus fechorías, paraje que se presta para discutir en otra ocasión. La leyenda cuenta que la crudeza de Fantômas inspiró al primer editor de giallos o fumetto nero, quien halló una galería de temas para explotar al seguir un estilo narrativo similar al de la novela negra, la ficción detectivesca
o policíaca con ligeras variaciones en su organización discursiva y técnicas narrativas, aun compartiendo perspectivas de la realidad como la degradación del contacto humano en las sociedades modernas, lo cual también lo asemeja con la ficción pulp norteamericana e inglesa, donde su contexto se ciñe a la inmundicia de la vida urbana de las clases sociales marginadas aderezada con crítica, sátira y humor negro. A pesar de que los consumidores de este cine y literatura componen generalmente la escena underground, el efecto perturbó a jóvenes cineastas que en el momento crecieron viendo películas como Color me blood red (1965) de Herschell Gordon Lewis o, por otro lado mucho más artístico pero no menos perturbador, Salò o le 120 giornate di Sodoma (1975) del mítico Pier Paolo Pasolini, quienes guiaron éstas producciones por paraderos
más comerciales y vacíos, convencionalmente reducidos al vulgar despliegue de violencia cinematográfica de Hollywood en producciones que ahora son hito del cine de horror pop, como A nightmare on Elm street (1984) o Friday the 13 th (1980) que componen el subgénero conocido como slasher. Así que, si alguna vez pensaste que todas esas películas no tenían historia pues te equivocas. No todas ellas merecen los minutos que requieren para verlas y mucho menos apreciarlas, a menos, claro, que el género sea de tu predilección. Por lo pronto, recomiendo ampliamente el cine de explotación italiano y, por supuesto, el giallo, pues su nombre esconde más de lo que deja ver. ¿Con que el amarillo era para cobardes, eh?
TELARAÑA La deleznable especie humana jamás está satisfecha. Fui siempre dócil, me acicalé con extremo cuidado y consumí mi ración con recato y en silencio. A la vez que el decoro y las buenas maneras echaban hondas raíces en mí, un odio inexplicable se intro ducía en mi corazón como una daga ardiente nutriendo de veneno mis entrañas, mientras una explosiva rebeldía estallaba en mis venas provocando un latido inquietante en mis membranas. Comencé a actuar con torpeza; tenía las uñas sucias y el pelo enredado, y a la primera reprenda de mi padre le arranque la cabeza de una dentellada, puncé el cuello de mi hermana. Mamá sostenía en sus manos la cabeza sangrante mientras me miraba con los ojos desorbitados. Decidieron casarme y ahogarme en la engañosa dulzura del hogar. Tras algunas noches de pasión desbordada, se apoderó de mí el aburrimiento. Sigilosamente
me deslicé una noche bajo las suaves sábanas y sacié mi apetito con los genitales de mi hombre. Este fue el fin, y hace algún tiempo que espero en este rincón oscuro, donde me afano con esmero en el tejido pegajoso y frío de mis redes analizando uno a uno los filamentos plateados y vibrantes que atraerán con su belleza y perfección a algún otro incauto.
ELLO No trato de justificarme, pero, la verdad, se esforzaba en amargarme la vida diciéndome cosas que yo no quería oír… y no digo que no le faltase razón, pero no se puede ir por el mundo haciendo daño gratuitamente… que si era una fracasada, que si en realidad hacia esto o lo otro por tal o cual causa, que si no me alcanzaba tal como era. Eso irrita, va minando tu aguante, llega primero a preocuparte, después a dolerte, y el dolor, cuando alguien te lo causa así, sólo por hacer daño, se convierte en irritación, y la irritación deviene en odio, además creo que en realidad era él el que quería reafirmarse a sí mismo, cobrar relevancia a costa de destruir mi ego. Yo había oído decir dónde se escondía, así que cogí el cuchillo que uso para desviscerar al pollo y lo hundí en mi abdomen. No pude ver la sangre de mi subconsciente muerto, porque antes la mía lo había inundado todo.
CATÁSTROFES DE LA NACIÓN Vivía con mis padres en ese tiempo, jamás pensé en el porvenir. Jamás pensé en presenciar el desastre venidero: comenzó a temblar. El pánico de ese momento me tenía congelada. Sentía miedo. No hice nada. Las cosas caían sin control: moblajes y adornos; más tarde las paredes. El miedo crecía, y con este llegaban escalofríos por toda mi corporación; mis manos empapadas como siempre en momentos nerviosos. No resistí el llanto. Sin imaginar en hacer otra cosa, intenté correr. Logré meterme bajo la incomparable mesa en provechoso estado. De pronto, caí al sentir un dolor insoportable. Evoco los sonidos del camión de bomberos y transportes médicos en las cercanías. La tarde del 10 de marzo de 1998, desperté en el hospital después de haber salido de la propiedad hecha pedazos. No me termina de convencer el ser sobreviviente de este desastre. No tengo certeza de lo mejor:
haber fallecido o vivir con las despreciables calcinadas en casi todo mi organismo. También por la devastadora noticia de mis padres, ahora extintos. Los acontecimientos hacían destacar al sentimiento de desesperación. Dentro de mí había inmensas ganas de tirar todo artefacto y salir de donde estaba. En el exterior podía morir por necesidades, o bien agrandar la aflicción. Todo el planeta al carajo, ya nada tiene sentido, nada importa.
EN LA ESQUINA NEUTRAL Sintió que se le recrudecía la cólera; los ojos le centellaron terriblemente, como llama, debajo de los párpados; y el héroe se gozaba teniendo en la manos el espléndido presente de la deidad. L A ILIADA
Y se quedó solo en el vestidor. Antes de la pelea todo mundo especulaba que iba a ser como Julio o como el Púas. A mí me dijeron que tiene una pegada como la de Mano de piedra; no, pues así ni Pepe el Toro le rompe la madre. Ahora, afuera, en la arena, Andrés escucha una jauría de comensales encarnizados que reclamaban su pobre actuación. No podía pensar. No quería pensar. Casi parpadeaba por impulso, y cuando cerraba el ojo izquierdo venía a su memoria el rostro moreno del cubano. El dolor se volvió más punzante. De momento sintió un tremendo sopor que terminó por tumbarlo en la mesa donde estaba sentado.
Una y otra vez las palabras de Macario retumbaban en sus oídos. Pendejo, eres un pendejo. Se mezclaban con los gritos y las rechiflas que se escuchaban a su alrededor. Se llevó las manos a las orejas y desesperadamente intentó darse la vuelta para no oír el concierto de insultos que giraban en círculos concéntricos sobre su cabeza. Cerró lo ojos y lanzó un tremendo grito que asustó al mismo eco del vestidor solitario. ¡A la mierda! ¡Váyanse todos a la mierda! Sin esperarlo, sin presentirlo, los sonidos fueron tomando forma y se convirtieron en la mirada café de Macario. Asustado, Andrés volvió a abrir los ojos. Se sentó con un movimiento brusco en la mesa y comenzó a sudar; más que en el ring, más que frente a la pera, el sudor recorría la frente, los párpados, la nariz, el pecho, como aquella primera vez. No sufras, chamaco, no sufras. Sufrir es para los pendejos, siempre le decía Macario; enjugaba sus lágrimas y besaba sus ojos y lo arropaba entre sus brazos.
Su padre lo había llevado por primera vez al gimnasio. Recordaba vagamente que era el mismo donde de pequeño esperaba horas enteras a que Macario y Felipe dejaran de entrenar: siempre fueron buenos amigos. Después de cada sesión de sparring el entrenador los llamaba, los corregía y después lo mandaba a bañar. La madre de Andrés decía que Macario era una mala influencia. Si no lo sabré yo; seguramente se lo lleva con las güilas de la Merced; si no lo sabré yo que duermo con él cada noche. Y Andrés escuchaba sin nada qué decir, aunque siempre le pareció gracioso cómo su madre pronunciaba güila. Era como si fuera a vomitar algo asqueroso, pero, por decoro, apretaba los dientes y lo regresaba al pozo de donde brotaba. Cuando su padre lo llevó al gimnasio, para que sea un hombre de a de veras y no un afeminado como los de los comerciales de champú, su madre se quedó en el coche.
No quiero ver a Macario. Y ay de ti, Felipe, si mi hijo se vuelve una fichita como ese señor. No mames, siempre le contestaba Felipe. Te lo advierto, Felipe, te lo advierto. La mujer se quedó callada. Andrés miró a su madre con resignación, bajó del auto y entró al gimnasio detrás de su padre. Macario lo miró de pies a cabeza y después centró su atención en los ojos azules del muchacho. Pues tiene la estatura y la complexión, pero éste es un asunto de huevos, cabrón, de huevos, ¿entiende? Y se llevó la mano a la entrepierna y presionó su sexo en su puño. Felipe asintió con la cabeza, después le dijo algo al oído a Macario y se fue. Nunca fue el sueño de Andrés ser boxeador, pero quería intentarlo, darle una oportunidad al deporte, a su padre, a Macario.
Ya vámonos Andy, ya no hay nadie y tu mami vino por nosotros, dijo Ruth. Había pasado algunas horas callada,
esperando a que Andrés volviera en sí. Él no notó su presencia hasta ese momento. Las rechiflas y los gritos habían cesado; sólo estaba la voz chillante de Ruth en el vestidor. Sí, ya voy. Sólo me cambio; espérame afuera. Alguna vez Macario le dijo que se cuidara de esa chamaca. Es sólo una distracción, una puta que te quiere coger; luego se encontrará a otro. Así son las culeras. Tu único amor debe ser el box: es como tu madre y tu amante; come box, bebe box, coge box, y no te andes con pendejadas. Andrés no sabía por qué, pero golpeaba con más fuerza el costal. La voz de Macario entraba como ácido por sus oídos y el aliento de amargura se estancaba en su cuello. Se acercaba demasiado cuando le corra la postura o le daba alguna instrucción. Andrés sentía a veces cómo la barriga redonda le tocaba la espalda y el sexo rozaba la hendidura de las nalgas. Respiraba más rápido y sudaba lo suficiente para dejar la camiseta hecha un mar salado
de nervios. Una vez ya no lo soportó más: estaba entre excitado y molesto. Nadie tenía el derecho de entrar a su intimidad así; volteó y empujó a Macario fuera del ring. No se ponga así, Andresito, yo nomás quiero enseñarle. En aquellos días no pudo dormir, dejó de ir a entrenar, intentó olvidarse del box. Quiso hacer otras cosas: jugar fútbol, estudiar arte o literatura, hacer el amor una y otra vez con Ruth. Pero no sucedió. Ella se empeñaba en no tener sexo hasta que Dios dispusiera una vida de felicidad eterna para los dos. El mundo fuera del gimnasio era terrible, tantas cosas qué elegir y tan pocas instrucciones para hacerlo. Cabizbajo, aburrido, noqueado, Andrés regresó al gimnasio. Ya ves, cabrón, te pinche dije. Y Macario lo abrazó tan profundamente que parecía un encuentro esperado por largo tiempo. El día que Andrés regresó, rompió su marca por minuto en la pera, aprendió a dominar el gancho y el volado, y dejó
sin careta al sparring. Parecía revitalizado, feliz. Macario lo observaba en la esquina. Veía en el muchacho un grande, un guerrero, un dios. Es todo, aplaudió. Vamos a bañar. Mientras el agua caía sobre su cara, Andrés pensaba que no había nada ni nadie que perturbara esa paz. Macario entró a la zona de regaderas. Te conseguí tu primer pelea en la México. Andrés lo escuchó y volteó sorprendido. No tengo el nivel aún. Claro que sí. No seas puto; es con un pinche cubano culero. Macario se acercó al marco de la puerta del pequeño cubículo donde Andrés se enjuagaba el cuerpo por última vez. Observaba cada parte de su espalda, cada movimiento de sus músculos; después, la mirada se posó indiscreta, lasciva, en los muslos y finalmente en las nalgas de Andrés, que se erguían redondas y regordetas; coronaban la perfección del cuerpo joven, alentaban el deseo. Andrés no lo presintió siquiera. De momento, el aliento acre de Macario se depositó suavemente en su
nuca. Nervioso, Andrés se mantuvo firme ante el embate del intruso. Macario lo tomó por la cintura y Andrés volvió a sentir el voluminoso estómago en su espalda, pero esta vez no había nada entre ellos, ni siquiera la delgada tela de la playera; sentía el vello que brotaba del ombligo y que cosquilleaba en su espina dorsal. Entonces, el sexo de Macario se colocó en la hendidura de las nalgas. Andrés se sintió asqueado y excitado al mismo tiempo. Los dedos de Macario recorrían con sutileza el pecho, bajaron suavemente hasta el abdomen. Estás duro como una estatua. Eres una pinche roca que ningún cubano culero va a romper. Macario colocó en la palma de su mano el sexo virgen del muchacho, mientras el suyo buscaba romper la castidad de sus entrañas. Andrés sintió cómo el agua que caía de la regadera entraba despacio, conforme el miembro se abría paso. Al principio sintió mucho dolor, pero notó que jamás se había sentido así. La respiración se agitó, el cuerpo se mantenía firme, la
mano iba y venía con violencia, hasta que el silencio nació en los oídos de Andrés; las piernas temblaron, todo se volvió un vacío recóndito y placentero. No supo cuánto tiempo pasó, pero recuerda con claridad, en el vestidor donde ahora está solo, que su cuerpo se llenó de olor a manzanilla y azufre, y que se elevaba al techo con el vapor del agua caliente. Nadie podrá romper esta linda cara y este hermoso cuerpo. Vas a partir madres. Eres mucho mejor que tu padre. Y le dijo esto durante un mes hasta hoy, cuando todavía retumbaba en sus oídos: eres un pendejo. Y se quedó solo en el vestidor.
Cuando vio a Felipe en la tribuna, Andrés perdió la vertical de su entrenamiento y no pudo evitar imaginar a su padre con Macario haciendo el amor; tocándose los cuerpos mutuamente. Se llenó de celos, hasta lloró un poco antes de que cayera el golpe final en el pómulo izquierdo.
Por fin salió del vestidor. Ruth y su madre esperaban en el coche. ¿Y papá? Se fue con el mugroso de Macario. Ándale, vámonos, ya es noche. Súbete Andy, por fa, tu mami ya está cansada. Ya dentro, su madre le dijo que no quería que volviera al gimnasio y que tenían que ir mañana a elegir el traje para la boda con Ruth. Andrés no pudo pronunciar palabra ni de odio o resignación, ni de amor o aceptación. Tomó la mochila que había dejado abruptamente en el asiento, abrió la portezuela del auto y, sin más, desapareció en la oscuridad de Dr. Carmona y Valle.
Literatura
3 octubre 2011
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