¡La Guerra del Fin del Mundo!

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ÍNDICE

Sección expresión escrita. Página 2. ------------------------------- Bienvenidos al fin del mundo. Página 3. ------------------------------- Apocalipsis, de Elleh Étoile. Página 7. ------------------------------- Carta de suicidio, de Chris J. Martin. Página 10. ------------------------------ Aviso de reclamación, de Bremen. Página 12. ----------------------------- Cuento de una princesa, de Ana Abad. Página 16. ----------------------------- El fin del mundo según Mario, de Carlos R. Página 19. ----------------------------- Nosotros también tuvimos sueños, de Lish. (finalista) Página 22. ----------------------------- El día que el cielo se volvió rojo, de Cyanide. Página 25. ----------------------------- Ese puto imbécil era su puto mejor amigo, Andrea Neptune. Página 28. ----------------------------- Quererte era una misión suicida, de Efi. (finalista) Página 30. ----------------------------- Ocaso, de Victoria Herondale. Página 34. ----------------------------- Sonidos de decadencia, de Javier Villalba. Página 38. ----------------------------- Signal fire, de Bullet. (finalista) Página 42. ----------------------------- Tan vivos y tan muertos, de K.

Sección dibujo y fotografía. Página 45. ------------------------------ Por Victoria Herondale, María Pascual y Andrea G.

Sección encuesta. Página 47. ------------------------------ Preguntas. Página 51. ------------------------------ La banda sonora del fin del mundo.

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Bienvenidos al fin del mundo. "Así se acaba el mundo: no con una explosión, sino con un gemido." T.S. Eliot.

Siempre es interesante jugar a ser Dios y escribir la forma en la que va a terminar el mundo. Por ese motivo, entre todos hemos acabado formando un conjunto de relatos donde cada uno nos da su particular visión del fin del mundo. Muchas gracias a todos por participar, incluido los que solamente hayáis contestado a las preguntas de la encuesta, y mil gracias a Elleh por ofrecerse a ayudarnos. No sé si vale la pena decirlo, pero nos ha costado mucho elegir únicamente un ganador, e incluso tener que elegir tres finalistas (iban a ser cuatro en principio pero). Por último, pedimos que el libro libre mantenga la función que su propio nombre indica, y una vez el ganador lo haya leído, lo abandone para que otra persona pueda leerlo. Y por si la curiosidad os invade, se trata de Battle Royale. Principalmente por seguir la línea de destrucción y muerte en la que parece se basa este concurso. Esperamos que os haya gustado tanto participar como leer este concurso, y queremos que disfrutéis de él tanto como nosotras.

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Sección expresión escrita.

Apocalipsis. (Elleh Étoile) twitter.com/ellehletoile

— ¡Maldita sea, Maddison, qué coño estás haciendo! Intentar no morir, pedazo de gilipollas. Maddison se tiró al suelo, espada en ristre, cayéndose de golpe contra su costado ya herido. Haciendo una mueca, se levantó a trompicones y echó a correr, escapando del inmenso fuego sin control que se esparcía a sus espaldas. Su comandante, maldito bastardo sin cerebro, estaba de pie delante de una absurda construcción que, con mucho optimismo, llamaban tanque. Tanque, ¡ja!, como si pudieran tener tanta suerte como para poseer uno de esos. Maddison, que corría como si le persiguiera el mismísimo diablo, saltó un par de cadáveres carbonizados y pasó de largo a su comandante. —¡Maddison, dónde vas, imbécil! ¡Vuelve aquí! Ahora mismo, comandante, pensó con sarcasmo. Siguió corriendo. El puto planeta se estaba abriendo en dos ante sus propios ojos y ¿esperaba que se detuviese a admirar la vista? Andaba listo. El bosque ardía con la furia del viento mientras Maddison —de nombre James— saltaba por todos los restos humanos, metálicos y biológicos que encontraba a su paso. Hacía unos treinta minutos aproximadamente, aquello había sido la primera línea de defensa ante el llamado Apocalipsis, aunque ahora cualquiera lo diría. Para James, que además de apreciar mucho su vida, era un cínico, lo de luchar contra el Apocalipsis cuando el Apocalipsis venía directo del mismísimo Infierno era de idiotas perdidos. Y lo del mismísimo Infierno no era una metáfora, por cierto. La enorme grieta, llena de lava y fuego, pareció encontrarle en medio del caos y, con una rotura limpia, le cortó el paso.

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—Joder. James, de puntillas en el límite del abismo, miró de frente a la oscuridad de la caída y notó cómo el estómago se le subía directo a la boca. Perfecto, ahora además de morir iba a hacerlo vomitando durante toda la caída hasta el fondo. Sin embargo y quizás porque Dios no había cortado su hilo aún, Maddison consiguió volver a erguirse y dar dos pasos atrás. —Tienes la flor en el culo, Maddison—se dijo a sí mismo. Levemente histérico, con las rodillas hechas gelatina y el ácido del estómago destrozándole la tráquea, James miró a ambos lados de la inmensa grieta y solo vio infinito. Joder, joder, joder. O empezaba a correr a ciegas a derecha o izquierda esperando encontrar un puente o una forma de cruzar o… o saltaba. Volvió a mirar abajo, a las paredes rocosas negras y calcinadas y estuvo a punto de echar el desayuno. El Infierno —maldito hijo de puta— estaba escalando literalmente las laderas del precipicio en sendas manadas de… cosas. ¿Qué coño era eso? Algo normal, desde luego, no. Los siguió mirando durante largos minutos —porque, a pesar de la opinión que tenía James de sí mismo, era tan idiota como el resto de la humanidad— y perdió unos valiosos instantes en los que podría haber echado a correr y quizás haberse salvado. Pero aun cuando James creía lo contrario, a Dios le importaba una mierda si vivía o no. Dios, que estaba ya hasta las narices de la humanidad, era más propenso a verlo muerto que a seguir aguantándolo en vida. Por lo que, cuando las hordas de… cosas traspasaron el límite del precipicio y se situaron en tierra firme, dejando paso a cuatro enormes sombras que se alzaron del fondo del mundo, Dios cerró los ojos y se echó una siesta. Seamos claros. Cuando digo enormes quiero decir colosales, ese tipo de tamaño comparable a una ballena muy grande o a un planeta pequeño… más como un planeta pequeño que como una ballena, en realidad. Tan ensimismado se había quedado Maddison con las cosas —babosas, escurridizas y negras— que seguían saliendo del centro de la Tierra que no vio a los cuatro enormes bichos que cayeron casi encima de él. Cuando lo rodearon, lo único que hizo James —porque, al fin y al cabo, era un soldado del fin del mundo y, por tanto, básicamente imbécil— fue levantar su espada y abrir los ojos hasta que casi 5


se salieron de sus cuencas. James, que se jactaba de tener un instinto de supervivencia superior a cualquiera de sus compañeros —que ya estaban muertos— acababa de caer en la peor trampa para dicho instinto: contraatacar. O, en su desgraciado caso, intentarlo. Temblando de pies a cabeza, a punto de echar hasta el intestino grueso por la boca y con las manos abrazando a ese trozo inservible de madera —porque sí, amigos, los soldados del fin del mundo luchan con palos— miró a las cuatro sombras a las cuencas vacías de sus ojos y James Maddison, soldado raso del Ejército DEFDM (del fin del mundo, para qué ser más originales), casi se muere del susto ahí mismo. —Jumano—rugió una voz (James no supo descubrir a cuál de ellos pertenecía—. ¿Lijto para morriiir?? James, cuyo cerebro acababa de hacer ¡puff! y convertirse en líquido, parpadeó como el idiota que era y fue incapaz de responder. ¿Que si estaba listo para morir, decía? ¿En serio? —No—respondió tan rápido que fue incapaz de reprenderse a sí mismo. Santo Dios, estaba hablando con seres que venían del Infierno, con el mismísimo Apocalipsis. Y ahí fue —quizás por la muerte inminente, por la certeza de la extinción del ser humano o porque James, de golpe había recuperado toda la inteligencia perdida durante treinta años de vida — cuando Maddison comprendió que no había escapatoria. Él, que siempre, siempre había creído a pies juntillas que era el hombre más amado por Dios Todopoderoso, que no moriría de forma absurda ni a manos de un imbécil callejero ni a lomos de los Jinetes del Apocalipsis, acababa de comprender que era tan poco importante como el resto de la raza humana. —Pojjjjj adioojj, jumano. El jinete levantó su mano y convirtió a James en cenizas más rápido de lo que se dice ¡muerto! y, aunque a los cínicos que están leyendo esta historia, a los ilusos y los fantasiosos, a todos, en realidad, les parezca imposible… sí, James Maddison era, hasta el momento en que decidió jugar a ser un héroe de accidente, el último ser humano vivo que quedaba en la Tierra. Por lo que, si sumamos dos más dos y analizamos seriamente lo que le sucedió al soldado James Maddison podemos afirmar, sin temor a equivocarnos, que la extinción de la humanidad fue tan patética como orgullosa había sido su vida. Así que adiós, James Maddison y adiós a la humanidad a la que representabas… espero que se viva bien en el Infierno, dicen que su próxima apertura será en Marte. 6


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Carta de suicidio. (Chris J. Martin) http://beautifuldemons.blogspot.com.es/

[Trabajo de Rehabilitación]

Me gustaría que esto fuera una carta de amor, pero es una despedida. Quizás nadie me diga adiós con la mano, ni llore mi ausencia o le eche flores a una piedra inanimada con mi nombre grabado en ella, pero me gustaría despedirme del mundo, de vosotros. Porque ha llegado el final inevitable para todos. Cada uno tiene el suyo y le llega en una determinada hora de su vida. Hace poco en el grupo de rehabilitación nos propusieron una actividad que consistía en crear un final para el mundo, pintarlo o describirlo, daba igual. Porque hay muchas maneras de que eso pase, y cada uno tenemos una perspectiva diferente, además de distraernos. Nosotros nunca estaremos presentes en el final del mismo porque para entonces algo catastrófico habrá terminado con la humanidad por lo que no lo podemos explicar con exactitud y certeza; de ahí mi frustración a hacer este, aparentemente, simple trabajo. Quienes ya lo han entregado han escrito narraciones sobre catástrofes y guerras, incluso invasiones alienígenas en conspiración contra nuestro planeta, por supuesto no faltaron los globos y los pinchos. Mañana por la mañana se acaba el plazo para entregarlo y yo casi he terminado el mío. Me quedan varias líneas de esta carta y una bala en la cabeza. He pensado mucho en ello y finalmente he concluido que en realidad es bastante fácil. El mundo se acaba a cada segundo, en cualquier parte, de cualquier manera. Al dar el último beso a alguien, al coger de la mano a un ser querido por última vez, al ver a un tren partir con la persona que amas dentro, al dejar una ciudad, al romper con alguien, al soltarse de un abrazo, al decir adiós. Porque el mundo no es el planeta. Porque cuando una estrella se apaga lejos de la Tierra también se acaba un mundo y el de los astros que giraban a su alrededor. Nosotros los creamos, los vemos crecer y muchas veces los destruimos o los vemos consumirse. Un mundo bien puede ser una persona o un simple gesto. Porque todo tiene una historia, todo tiene un principio y un final, tanto un tenedor de plástico como el gato de la vecina del quinto. Puede que hoy se acabe el mundo para mí, pero mañana el de otra persona seguirá girando. Y es aquí donde llegamos a la conclusión, pensé en irme mucho antes que tener que hacer este trabajo. El experimento ha sido un hecho oportuno, un golpe de suerte. Ya no tengo a nadie. Hubo un tiempo en que mi mundo estaba completo pero el amor se me resbaló de los dedos, la guerra se llevó a mis amigos, y la enfermedad hizo perecer a mi hija, lo mejor que me ha pasado. Tras caer en las drogas y encontrar en el alcohol un antídoto que hacía que diera 8


vueltas hasta caer desmayado o atropellado (como la última vez) tuve que ir a rehabilitación. Ahora supuestamente estoy bien pero por consecuente siempre seré un adicto. No obstante puede que esté curado de mis vicios pero el dolor sigue ahí. Y no es que esté loco, creo que estoy los suficiente cuerdo como para saber que el final ha llegado, que ya no tengo nada que hacer más que ir pidiendo para vodka o para cigarrillos. Cuando nada te emociona y esos hilos que tiran de tus labios hacia arriba formando una sonrisa se han roto, cuando no lloras ni ríes, no sientes. Cuando ni las peleas callejeras hacen salir el odio hacia ti. Cuando un cantante de rock no entiende su música ni le halaga la lujuria de sus fans. Cuando un escritor ni siquiera encuentra palabras para describir su estado moribundo y un pintor no es capaz ni de sostener su pincel. Cuando el sol no calienta, la luna no ilumina, y las estrellas no nos guían. Así como cuando el viento no mueve, el frío no nos hace temblar, y el ruido no suena. Cuando estás muerto pero respirando. Es entonces que te das cuenta de que no hace falta un gran tsunami, ni una gran sequía, ni un meteorito para destruir el mundo. Porque el mundo son las personas y el planeta no es más que el escenario de la obra. Hay algo peor que arder en lava o ahogarte en el océano. Es lo que me está pasando, morir para seguir viviendo. Considero que ya no tengo nada que hacer ni nada por lo que luchar. Amé, soñé, lloré, sufrí, grité, jugué, bebí, sentí. Viví. Todo lo que me importaba, todo lo que quería y me ataba aquí se ha desvanecido, como lo hizo mi ilusión, mi esperanza, mi luz, mi mundo. Es por eso que llegas a preguntarte ¿quién eres? O ¿qué eres? Y no tienes respuestas. Cuando la frase ‘Si no sientes no eres persona’ cobra sentido, y no lo ves todo claro, si no oscuro. ¿Qué hago yo aquí? Nada, y para no hacer nada me marcho. Así pues, me despido. Pensé que esto se llenaría de palabras hermosamente trágicas pero no, da igual. Poco me importa, y ahora veo que no es un error. Si se me permite dar un consejo a aquellos que quieran seguir mis pasos: si lloras antes de hacerlo, no lo hagas. Porque desperdiciarías la vida que te queda. Yo no estoy llorando ni tengo ganas de hacerlo. En el fondo albergaba esperanza pero se quedó en la intención. No es desesperación, es resignación. No sé qué pasará cuando todo quede a oscuras, pero quiero saberlo. Puede que encuentre a mi hija esperándome con una de sus sonrisas o puede que me quede para siempre en las sombras. No lo sé, no he tenido el placer de conocer a ningún muerto tras su fallecimiento, y es curioso que dentro de poco sea uno de ellos. Sé que lloraran no por mí si no por su falsa culpabilidad, su inoportuna inocencia y su confianza en mí. Pero no podrán hacer nada más que recordarme como un cobarde o un valiente según se mire. Yo no me considero ni lo uno ni lo otro. Si no alguien que se ha preocupado por la culminación de un trabajo y la meditada despedida. Solo tratarlo como si fuera vuestro último beso, vuestro último abrazo, la última vez que me cogisteis de la mano, o cuando dijisteis adiós a mi tren. Sencillamente es otro final, otro

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mundo acabado por una guerra, la guerra del fin del mundo, la que hay siempre dentro de nosotros y de la que todos algĂşn dĂ­a caeremos derrotados: la vida. Por Stephen Parker para el grupo de rehabilitaciĂłn de la coordinadora y asistente de abstinencia Lauren Miller, NY.

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Aviso de reclamación. (Bremen) http://fridaisproject.blogspot.com.es/

Debía reconocer que, por mucho que dijera la gente, por muchos libros que se escribieran sobre el asunto, pese a toda la literatura, toda la poesía, todo el vocabulario apocalíptico, por muchas películas sobre el tema que estrenaran, por todo el merchandising habido y por haber que vendieran en el Fnac… El Fin del Mundo era, básicamente, lo que parecía: muchas explosiones, demasiados muertos y cantidades excesivas de polvo. Sobre todo polvo. A granel. En cantidades industriales. Ni zombis, ni alienígenas, ni virus propagándose por doquier y sembrando el pánico a su paso, ni carne en mal estado, ni marisco maloliente, ni bombas nucleares… Ni nada. Polvo y cenizas, cenizas y polvo. Al principio las cenizas parecían nieve. Al principio había parecido bonito. La luz le daba de esa manera especial que hace brillar el polvo como si el mundo fuera a empezar a arder en cualquier momento, como si el aire se hubiera llenado de estrellas. Como pequeños Calcifer, el de El Castillo Ambulante, revoloteando por ahí, o como diminutos ojos de Sauron mirándolo todo con esa pupila que nunca se apagaba hasta que se apagó, claro. Oh, sí, al principio había parecido bonito, casi como un cuadro. Luego las cenizas solo fueron… cenizas. Ya no recordaba cómo era el mundo antes de ellas, antes de todos los todos. Antes de las Cenizas con mayúsculas y todos los gritos que vinieron detrás como una banda sonora mal afinada. Suponía que había sido más verde, de ese verde Heineken que te llena los ojos de chiribitas. Quizá un poco más azul, con unos toquecitos aquí y allá de ese rojo escandaloso. De un azul imposible, de un rojo llamarada. Pero eso era antes de que el gris lo invadiera. El Fin del Mundo es bonito hasta que llama a tu puerta como un testigo de Jehová. Molly miró el papel que tenía en la mano y resopló con el arte y el estilo de un jubilado que se encontrara entre los ochenta años y la muerte. —El mundo se acaba y a mí me sancionan en la biblioteca. Sullivan levantó la mirada de su libro y sonrió. El Fin del Mundo se había convertido en una mera costumbre, así que tomárselo con humor o con dramatismo era algo opcional, algo que se llevaba por dentro, como las procesiones. 11


—La burocracia nos sobrevivirá a todos. Y en algún lugar recóndito de aquel mundo que se acababa un funcionario, creyendo que nadie lo observaba, sonrió con pedantería, como si los escuchara.

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Cuento de una princesa. (Ana Abad) https://twitter.com/ana_abad_

Érase una vez una princesa que vivía tras las murallas de un reino encantado, que servían para proteger a los habitantes de los peligros del exterior... Un momento, así es como Lisa empezaría esta historia. Yo no creo en los cuentos de hadas. Quizá debería concederle el honor de elegir el estilo;

pero

soy

un

narrador

egoísta,

así

que

volveré

a

empezar.

Para comenzar ese reino encantado no existe, a no ser que quieras llamarlo reino del infierno. Probablemente la única parte verídica sea la de las murallas: estaban ahí para proteger a los habitantes de las personas como nosotros, como ella y como yo. Éramos parte de la escoria de la humanidad. La gente demasiado pobre como para permitirse vivir bajo techo, pero suficientemente afortunada como para no tener que habitar el desierto nuclear que la rodea; y créeme cuando digo que sé de lo que hablo, tuve que atravesar varios kilómetros de muerte para llegar aquí. Prácticamente es un milagro que esté vivo. Pero me voy por las ramas, el importante no soy yo. Es ella. Nuestra bella princesa no pertenecía a la realeza, pero debería haberlo hecho si este mundo hubiera sido justo. En realidad, tampoco se puede decir que fuese especialmente bella: cuerpo delgado por la malnutrición en la que vivíamos, bajita, con las manos llenas de callos producidos por las horas de trabajo, no demasiado pecho y pelo cobrizo cortado de manera irregular. En otras palabras, una chica del montón. Y sin embargo, su sonrisa era capaz de llevarte al cielo, de hacer que creyeses que existía una solución a tus problemas, que la guerra y las bombas que devastaron la mitad del planeta fueron sólo una pesadilla, y que la felicidad se encuentra de verdad en los pequeños detalles. Y sus ojos, marrones como el chocolate que nunca había tenido ocasión de probar, eran simplemente preciosos. ¿Que si estaba enamorado de ella? Por supuesto, aunque no lo admitiría nunca. Lisa era una amapola en mitad de tanta destrucción, y supongo que eso me dejaba en la posición de abeja. Sí, era una abeja con ganas de polinizar una flor. Veo a la princesa acercarse con una cesta llena de todo tipo de frutas. Es fácil imaginarse a Lisa dando saltos con la cesta como Caperucita Roja. Me fijo en que varias personas nos miran con envidia. Hoy en día es difícil conseguir comida hasta si tienes dinero, así que si no lo tienes… es prácticamente imposible, y todos los años mueren varias personas de hambre. Imagino que lo lógico es pensar que, siendo unos marginados como éramos, todos seríamos “una piña de amor y 13


fraternidad que se apoya” y otras cursilerías por el estilo; pero lo cierto es que cuanto menos te relacionaras, menos probabilidades tenías de caerle mal a alguien. Porque como ese alguien extendiese un rumor peligroso sobre ti que llegase a las autoridades de La City… Podías darte por muerto. Nos alejamos de las miradas desconfiadas y vamos a dar una vuelta. Lisa me ofrece un puñado de fresas con una sonrisa y yo acepto encantado. Tras un rato de conversación sin sentido, me hace una pregunta. —Ka… ¿Por qué estamos aquí?— me dice en apenas un susurro. Su pregunta me desconcierta. Debo de haberla mirado con extrañeza, porque añade: —ya sabes… ¿Por qué vivimos fuera de La City, si dentro tienen sitio de sobra? —Tras un rato caminando en silencio mientras pienso la respuesta, contesto con sinceridad. —Porque nacimos fuera de ella, supongo—. Lisa me mira con sus grandes ojos, y sé que está enfada porque levanta ligeramente la ceja derecha, aunque sigue conservando su sonrisa habitual. — ¿Y te conformas con eso? ¿No preferirías tener un futuro ahí dentro? ¿Un plato de comida diario? — me dice subiendo el tono cada vez más. — ¿Un toque de queda estricto y poco espacio? No, gracias. Además, ahí dentro no hay futuro para ti, ni comida, ni nada. Como mucho, hay una bala con tu nombre como la de tu madre. — ¡Eres gilipollas! ¡Te odio! —Me grita antes de irse corriendo. Estoy acostumbrado a que me llamen gilipollas. También estoy acostumbrado a que me lo llame ella, pero el odio que había en su voz en ese momento… Mentiría si dijera que no me ha afectado, pero continúo aparentando indiferencia. En realidad, me arrepiento de haberle recordado a su madre, pero una parte de mí dice que la culpa es suya por provocarme. Ambos volvemos en silencio y enfadados, separados por varios metros, mientras yo me pregunto si el problema de Lisa es que está con la regla. Esa sería una razonable explicación a su bipolaridad. Cuando llegamos otra vez a nuestro “barrio” (un montón de casuchas llenas de agujeros agrupadas de mala manera y tan juntas como para oír a los vecinos hacer “cosas de mayores”), nos separamos sin despedirnos. Me quedo pensando en lo que me ha dicho Lisa un rato, hasta que el cansancio consigue que le dé un poco de razón. Sin embargo, lo único que consigues pensando así es morir. Si alguien la oyese hablar así… Y aunque me sienta culpable por cortarle sus alas, sé que es lo mejor para ella. O eso creo. ¿Es mejor una mariposa que no puede volar o una mariposa muerta? Oigo el silencio, de repente roto por el grito de una voz que conozco muy bien. Salgo corriendo para ver como los guardias llegan hasta donde está Lisa y la agarran antes de que pueda darse 14


cuenta. Ella se agita y empieza a gritar, sin embargo nadie hace nada. Por un momento siento el impulso de decir algo y actuar como un héroe, pero se va tan pronto como llegó. Yo no soy un héroe, aprecio demasiado mi vida y no soy idiota. Su mirada se encuentra con la mía durante unos instantes, sin que ella deje de gritar, y sé que la voy a tener grabada en mi memoria durante toda mi vida. Probablemente ni siquiera sepa por qué la están arrestando, al igual que nunca sabrá que siento lo que le he dicho antes, que si no tiene futuro ahí dentro es porque lo tiene conmigo aquí afuera. El guardia se cansa de sujetarla y la golpea hasta que pierde el conocimiento. Si no está muerta ya, lo estará antes de que se acabé el día. Y, en el fondo, lo comprendo. Tiene sentido, un retorcido sentido. Este no es lugar para princesas ni cuentos de hadas.

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El fin del mundo según Mario. (Carlos R.)

Mario removió con el pie los guijarros del suelo en busca de la piedra adecuada. Una pequeña nube de polvo se arremolinó en torno a su zapatilla, que al esparcirse con el viento dejo al descubierto un pedrusco redondo del tamaño adecuado. Se agachó para arrancarla de su lecho y sujetándola en su pequeña mano comprobó su peso. Una mueca de satisfacción se dibujó en su rostro y entorno a él una ruidosa multitud de enfervorizados seguidores comenzaron a corear su nombre. Se dispuso a lanzar. Miro con desdén al bateador y luego a las gradas para sentir de nuevo el calor del su fans. Ese público fiel que ahora permanecía en respetuoso silencio ante la liturgia previa al lanzamiento. Lanzó el brazo hacia atrás para tomar impulso y de fuerte latigazo hizo volar la bola por el aire. Antes de que ésta llegara a su destino pudo escuchar los gritos de euforia y admiración ante semejante lanzamiento. Sin lugar a dudas había sido el mejor en toda la historia de las series mundiales. Su pecho se hinchó de gozo y su cara se iluminó con la satisfacción de tan increíble lanzamiento. Sería incluso mejor que en aquella ocasión cuando pilotaba el avión de radiocontrol en la competición de jóvenes pilotos acrobáticos. El avión no mediría más de medio metro pero funcionaba genial. Subido en la pequeña cabina de la aeronave manejaba con soltura los pedales que movían el timón de cola y los mandos que controlaban los stings de las alas, ejecutando una tras otra asombrosas acrobacias. Al aterrizar una muchedumbre extasiada corrió hasta él para abrazarle y besarle por sus increíbles hazañas. Entre ellos su madre, que al llegar hasta él le dio un fuerte abrazo estrujándolo contra su pecho. Al levantar la cabeza y mirarle a la cara, le pareció observar como sus ojos se humedecían. Seguramente se acordaba de su padre, piloto como él, si éste viviera a buen seguro que estaría tan emocionado como ella. Pero ésta iba a ser una ocasión incluso más increíble. Una jugada que todos recordarían por mucho, mucho tiempo. Una jugada que pasaría a los anales de la historia. La piedra silbó en el aire y cayó a peso en el estanque, lo que provocó que una nube de agua se elevara en lo alto, semejante a un hongo atómico en miniatura. Del epicentro surgió una onda que rápidamente se propagó en círculos concéntricos hasta alcanzar la orilla. Mario quedó extasiado ante el impacto. Esa imagen le recordó otra que hacía bien poco había visto en la tele. En un programa muy chulo explicaban de forma muy gráfica cómo se habían extinguido los dinosaurios. Del cielo gris comenzaron a caer diminutas gotas que primero alcanzaron su rostro y luego acribillaron sus zapatillas. Empezaba a llover y pronto su madre le pediría que volviera a casa. Pero antes de ello debía lanzar una piedra algo mayor para ver si así conseguía que se elevara todavía más el agua 17


expulsada por el impacto. Exploró el suelo perforado por la incipiente lluvia en busca de algún guijarro de mayor tamaño. Al instante el asteroide surcó el espacio sideral abriéndose paso entre una cortina de cuerpos celestes hasta precipitarse en una trayectoria descendiente hacia la Tierra. El impacto sobre las aguas oscilantes bajo el peso de la lluvia generó un ruido seco y sordo al tiempo que elevó una enorme masa de agua hasta casi medio metro. Unas preñadas nubes negras trajeron consigo una lluvia más recia que comenzó a caer con más fuerza. Mario permaneció con la mirada perdida en estanque estrujando su cerebro para recordar cuál fue la explicación que habían dado para que aquellos enormes seres desaparecieran para siempre. Recordó entonces que no fue la caída del asteroide sino la enorme cantidad de agua que había levantado que cubrió el cielo por completo. Pero, entonces, ¿de qué habían muerto? Frunció los labios y enarco las cejas agudizando su mirada. Su rostro revelaba la determinación que acababa de tomar con objeto de desvelar tan enigmático misterio. Busco con la mirada la piedra otra piedra de mayor tamaño. Con ambas manos la alzó no sin gran esfuerzo y llevándola como dificultad se acercó a la orilla del estanque. El viento azotaba su cara golpeándola con las gotas de lluvia, y tras de sí oyó como su madre gritaba su nombre. Tomó todo el impulso que pudo para conseguir lanzar la piedra lo más lejos que pudiera dentro del estanque. Un segundo meteorito voló por el cielo aproximándose a gran velocidad a la Tierra. El impacto era inminente y la hecatombe que éste iba a causar sería la más grande jamás acaecida en la historia del planeta. La piedra impacto con fuerza sombre el agua con enorme estruendo al que siguió otro aun mayor al abrirse el cielo y derramar un lluvia de gélidos proyectiles que furiosos perforaron la superficie del planeta al chocar contra él. Mario dejó escapar un grito de pánico al tiempo que cubriéndose la cabeza con las manos echo a correr a casa. ¡Mamá, mamá! Gritaba con desespero. Ella era todo su mundo y él había sido tan imprudente de causar semejante caos. ¡Mamá, mamá! Sollozaba en su frenética carrera. Su madre le esperaba en la puerta con semblante preocupado al contemplar el cariz que había tomado la tormenta. Un enorme trueno retumbo en el cielo. Al llegar hasta ella Mario se lanzó a sus brazos sollozando. Esta lo apretujó contra su regazo y lo metió en casa. Mario seguía llorando desconsolado. Su madre se agachó hasta él y cogiéndolo de los hombros intentó calmarle. “Tan solo es una tormenta Mario, pronto pasará”. Mario entre sollozos intento hacerle comprender a su madre que no era tan solo una tormenta sino algo mucho peor. “No mamá, es el fin del mundo y ha sido culpa mía por tirar esa enorme piedra al estanque.” Su madre sonrió. Conocía perfectamente la febril imaginación de su hijo de 8 años. “Si es así, sentémonos entonces junto a la ventana a contemplar el fin de los días, también eso puede ser hermoso.” De pie, uno al lado del otro, contemplaban como un furioso viento empujaba en todas las direcciones los trozos del hielo que caían del cielo golpeando con furia en el cristal de la ventana. Mario pensó que su madre tenía razón, que aquella tormenta era lo más bonito que había visto 18


jamás. Contemplaba extasiado la fuera de la naturaleza e imaginaba como sería sentirse a los mandos del timón de un barco pirata mientras la galena los golpeaba con furia y él daba órdenes a sus bravos bucaneros dispuestos al abordaje del galeón español.

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Nosotros también tuvimos sueños. (Lish) http://bedtimest0ries.blogspot.com.es/

"No me arrepiento de estar donde estoy, ni de haber tomado las decisiones que he tomado, pero es que, nosotros también tuvimos sueños"

Éramos unos niños que jugaban con espadas sin ser de madera, que mataban mucho antes de saber lo que significaba el amor.

Éramos unos niños jugando a ser leyenda sobre paredones de hormigón teñidos de escarlata. Éramos números en interminables listas de desaparecidos.

Éramos salvajes, la esperanza escondida en un rincón del alma. Éramos el aliento conciliador de un abrazo por la espalda, cada niño nacido durante la guerra que lloraba al darse cuenta del frío. Hacía mucho frío. Éramos el insomnio y dormir con una pistola debajo de la almohada para no sentirse tan solo. Éramos esa botella de alcohol donde ahogarse, era la mejor solución.

Éramos la escoria, la repugnancia de una guerra que nos venía demasiado grande para unos niños que habían crecido allí, donde todo lo bueno con los años, se vuelve peor. 20


Éramos niños que olían podridamente, a miedo, a sangre, a desesperanza y a muerte.

Nos habían arrancado de las manos los juguetes, los sueños, las sonrisas, la inocencia, las ganas de vivir. Y ellos, tan inmortales, habían llenado nuestros bolsillos deshilachados con odio y rudeza, teníamos máquinas de matar entre las manos y aseguraban: que todo aquello, era como los videojuegos. Mentirosos. Mentirosos. Mentirosos. Muchos no encontraron el botón de "Continue?" después de un "Game Over". Estábamos en el mismo bando; verdugos, mártires y condenados.

Y al final, todos acabaríamos de la misma manera, muertos.

Lo peor de todo, era que aún éramos unos niños, y el mundo, se estaba acabando.

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El día que el cielo se volvió rojo. (Cyanide) https://twitter.com/srta_cianuro

Ruedo por la cama con dificultad, como a cámara lenta, hasta llegar al otro lado. Estiro el brazo y, a tientas, trato de bajar la persiana. Jodida luz. No puedo ni abrir los ojos. Tras varios intentos consigo dejar el cuarto en penumbra y vuelvo a dormirme. O a quedarme inconsciente, quién sabe. Despierto horas después, con la cabeza embotada y las extremidades que no quieren responderme. Voy al baño a trompicones (¿desde cuándo está ese mueble ahí?) y me miro al espejo. Menudas ojeras. Y esa barba... ¿Cuánto hace que no me afeito? Y este maldito dolor de cabeza. Joder, ¿dónde están las aspirinas?, pienso mientras rebusco en el armario. Me tomo tres de golpe y me meto a la ducha sin quitarme la ropa. Me siento y el agua (fría, casi helada), me empapa poco a poco al tiempo que mi mente se despeja. Trato de recordar qué hice ayer (¿qué día fue ayer?). Dónde fui la semana pasada. Con quién estuve el fin de semana. Pero no puedo responder a todas las preguntas y mi estómago ruge. Debería comer algo. Encuentro un tupper en la cocina, lo meto en el microondas. Espero que la comida esté en buen estado...Entonces me doy

cuenta de algo: silencio. Hay demasiado silencio. ¿Y los niños

chillando, los cláxones de los coches, los aviones sobrevolando las casas? Voy hacia la puerta delantera de la casa al tiempo que el microondas hace ¡click! y veo... espera... ¿eso es lo que creo que es? Me froto los ojos y vuelvo a mirar. Sí, lo es. Retrocedo un par de pasos y cierro la puerta, echo el cerrojo y pongo un par de sillas para atrancar la entrada. El vecino de al lado, ese hombre mayor que va a todas partes en bata, está sentado en medio de la carretera devorando un brazo. Supongo que de la mujer que está tendida a su lado. Esto es una pesadilla, ¿verdad? Tiene que serlo. Es como en aquella peli de terror, pero esto no es ninguna película. De un momento a otro me despertaré y... ¡CRASH! Se rompe el cristal. Se oyen pasos. 23


Procurando no hacer ruido, voy hacia mi habitación, abro el armario y saco la escopeta. Me escondo tras un mueble y espero a que quien quiera que sea el que ha entrado aparezca. Y, de repente, ahí está: es el vecino, el de la bata. Entonces se oye ¡BANG! y sus sesos decoran la pared. Me acerco con cautela. Parece que me lo he cargado. Sonrío. Levanto la vista y veo que hay tres cosas más frente a mí. Dos de ellos me suenan de haberlos visto por el barrio, pero están diferentes. Más pálidos, con la mirada ida y la ropa manchada de sangre. Alguno tiene restos de carne entre los dientes. Con un movimiento rápido los esquivo y echo a correr con la escopeta en la mano. Corro, corro, disparo a aquellos bichos que se ponen en mi camino y sigo corriendo hasta que me duelen los pulmones. Hasta que se me vuelven las piernas de gelatina. Hasta que me quedo sin munición. Hasta que me cogen de un brazo, me derriban y se lanzan sobre mí. Y lo último que veo es que el cielo es rojo...

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Ese puto imbécil era su puto mejor amigo. (Andrea Neptune) http://losuenosehacenrealidad.blogspot.com.es/

—No me niegues que volverías al año pasado, Dick —dijo Gijs—. No me lo niegues, tío. —Gijs, cuándo coño aprenderás. A mí me da igual lo que pasara, ¿sabes? Y también lo que pasará. Yo siempre pienso en lo que pasa. En el presente, ¿me entiendes? No le gustaba hablar con Gijs porque Gijs vivía en el pasado. El muy idiota no entendía el significado de pasar página, y eso le pasaba factura a los dos. A Dick le ponía nervioso, porque Gijs se empeñaba en recordar siempre lo que él llamaba los «buenos tiempos». Y qué si los de antes eran buenos y los de ahora no. (O al menos no tanto). Y qué. A Dick eso le importaba una mierda. Pero Gijs era tan estúpido... — ¿No echas de menos a Eva? —preguntó Gijs. —Claro que la echo de menos. — ¿Entonces? —Alzó una de sus cejas mientras se apoyaba en la barra del bar. —Sigues sin entenderlo, Gijs. Y no quiero hablar más de esto. Cállate. —Se revolvió el pelo rubio y bebió un trago largo del vaso que se había colmado con ron. Gijs le había dicho que estaba loco si pensaba beberse eso él solo. Pero a él le había dado igual. Le gustaba el ron así, seco. Y no le importaba lo que Gijs pudiera decirle. —Vale, está bien. —Gijs alzó las manos en señal de paz. Él no bebía nada, pero le dio una calada al porro que sostenía entre los dedos. Una larga—. Pero que conste —prosiguió— que yo sólo te hablo de ella porque sé con Eva eras feliz. —Ahora también lo soy —mintió. —No te lo crees ni tú. Y eso que le pones empeño, eh. A mí puedes engañarme, pero a ti no, Dick. Dick dejó el vaso sobre la barra, haciendo ruido. Enfadado. ¿Pero es que Gijs nunca aprendía? ¿Es que no entendía lo que era callarse, lo que era dejar el tema? ¿Lo que era vivir el puto presente? Porque parecía que no. Y Dick se cabreaba. 26


—Eres un puto imbécil, tío —dijo Dick—. Un puto imbécil, que lo sepas. Gijs suspiró. —No pensaba que cumplir promesas fuera tan difícil —dijo el moreno—. Pero sabes que los amigos son lo primero para mí. Y tú eres mi amigo. Sí. Gijs podría ser un puto imbécil y todo lo que Dick quisiera, pero ese puto imbécil era su puto mejor amigo. El único que lo había comprendido cuando Eva ya no estaba. El único que entendía que él no la quería olvidar, que el pasado estaba presente. Que Eva seguía allí, a su lado. Aunque estuviera muerta. El único que todavía se acordaba de Eva aparte de Dick. Y eso a Dick le quemaba. Porque el puto Gijs, el único que había mantenido a Eva viva aparte de él, no le dejaba pasar página. No le dejaba olvidarla y vivir el maldito presente. No le dejaba. Porque el puto Gijs se lo había prometido. Le había prometido no dejar que se olvidara de ella. Y el puto Gijs cumplía sus promesas. Porque era su mejor amigo. Porque Dick le había dicho que si la olvidaba sería el fin del mundo. Su fin del mundo. Y Gijs no estaba dispuesto a eso. Gijs no iba a dejar que Dick se convirtiera en cenizas por culpa del tío que se había encargado de pegarle un tiro a Eva. Gijs era su mejor amigo.

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Quererte era una misión suicida. (Efi) https://twitter.com/Efimeera_

Esa noche pegué un portazo. Tenía el alma vacía y los ojos llenos, en los bolsillos aún me quedaban un par de balas y unas cuantas lágrimas para vender en la subasta a los que ya las habían agotado. Daba igual lo que me faltara porque me sobraban motivos. No me faltabas tú, pero me faltaba yo. Recuerdo que subí las escaleras dando zancadas, saltándome escalones como en la cama hacíamos saltos de tiempo y me extrañaba que el destino no me hubiera puesto multas por exceso de velocidad mientras corría atolondrada por los pasillos de tu casa, así como ya me había aumentado la cuota a pagar con el cabecero de tu cama. El aire que entraba a mi cuerpo me quemaba la garganta y mis dedos estaban ensangrentados de tanto pasearse por tus heridas. El trayecto se había vuelto infinito y ya la vida no daba tantas vueltas. El tapiz se despegaba a medida que subía y gritaron los cuadros antes de hacerse añicos. Salté hoyos negros sin salida, salté razones para dejarlo todo, salté un par de recuerdos felices y llegué a la cima del precipicio. Ahí estabas tú, con la botella en mano y los labios fruncidos, esperándome. Recuerdo tu grito de guerra, un insulto que hizo tronar mi cuerpo e hizo estallar mi corazón como una granada fragmentaria, cada pedacito dirigido hacia tus puntos débiles, hacia tus yagas, tus heridas a medio curar y hacia tu careta de niño fuerte. Recuerdo que me llamaste puta pero ya no sonaba tan bonito como a cuando lo decías a mientras me dabas una nalgada. Recuerdo haberte llamado escoria, y sonreíste. Y nos pusimos apellidos, como si no fuéramos más que eso. Puta Mediocre y Escoria Insulza. Reíste pero la alegría no te llegó a los ojos y yo me volví un aspersor, inundando la habitación de recuerdos tibios que escapan por mis ojos. Tú lo odiabas todo y yo amaba todo de ti. Tú llevabas el peso de ser persona en los hombros y yo llevaba el peso de tu quererte en los míos. A la vez nos destruíamos, lloró el espejo mientras nos observaba y el techo cayó sobre nosotros dejando que la lluvia se uniera al mar de mis lágrimas, amenazaba con ahogarnos. La casa se venía abajo, nosotros con ella… Y se venía abajo nuestro mundo. A simple vista vi acercarse el

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huracán, uno que ya no nos despelucaría el cabello luego de muchas risas, sino uno que amenazaba con destruirlo todo. Destruirnos. Te vi derrumbarte, como se derrumbaron las montañas en los lagos e hicieron mareas. Caíste de rodillas, débil y herido, me ensordeciste los tímpanos con tus gritos, mis palabras te herían la esperanza… Para ti éramos eso, sólo huesos y carne, para mí éramos corazones y mentes. Me vi seguirte, pero ya habías añadido a la lluvia tus penas. No podía salvarnos. Era el fin del mundo. Te vi ahogarte, y te vi llevarme contigo, y nuestro mundo marchitarse irremediablemente mientras flotábamos muertos en la catástrofe que nosotros mismos habíamos construido.

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Ocaso. (Victoria Herondale) https://twitter.com/happy_smilee

Una vez más, alzó la vista hacia el cielo estrellado. Dejó que la brisa nocturna le revolviera el cabello y le acariciara el rostro. Cerró los ojos y sonrió. Se sentía feliz, llena de vida pero al mismo tiempo sentía una tristeza enorme dentro de ella. Y rabia. «Pero quién soy yo para cuestionar sus decisiones» pensó ella. Notó entonces cómo se le humedecían los ojos, cómo lentamente caía una pequeña lágrima. Notó también sorprendida el contacto de ésta con su piel. Le siguieron unas cuantas más. «Así que esto es llorar». Al final de la calle, un muchacho de pelo negro, largo y ligeramente rizado miraba la Luna. Esa noche brillaba con fuerza, alzándose bella en lo alto. Todo parecía normal. Las calles estaban despejadas, silenciosas, apenas unas cuantas ventanas iluminadas demostraban que dentro de aquellas casas habían corazones que palpitaban llenos de vida. Quizás, reían, lloraban, se enfadaban, dormían o comían. Amaban. Resguardados en sus casas nadie intuía lo que ocurriría esa noche. Nadie excepto aquellos dos extraños que se abrazaban por primera vez. Que sentían cómo se aceleraban sus corazones asombrados. Que se miraban y sonreían. La chica saltó a los brazos de él, quién la cogió, riendo juntos; girando como uno solo. —Me llamo Eva. Es bonito, ¿verdad? – dijo ella, cuando sus pies volvieron a tocar el suelo. —Como tú. – una media sonrisa se dibujó en el rostro del chico. —Yo Isaac. —Como tu protegido... – murmuró Eva. Isaac desvió la mirada. Se había despertado hace un par de horas en la piel de aquella persona y al instante un torbellino de recuerdos pasó por sus ojos. Tan apenas unos segundos habían bastado para que ángel y humano se fusionaran. Sabía muy bien de dónde venía cada una de las dos partes que ahora formaban un solo ser. Sin embargo su parte humana se había debilitado, y era su parte angelical la que sentía por vez primera todas aquellas sensaciones y sentimientos que tanto lo habían maravillado. No obstante, no era la primera vez que pisaba La Tierra. Había bajado unas cuantas veces para realizar alguna misión, pero los ángeles en estas ocasiones toman una forma humana aparente; no sienten, comen o duermen. Fue en una de estas misiones cuando conoció a “Eva”. Había tomado apariencia femenina y él masculina, pero aunque ambos hubiesen tenido la misma, no habría importado. Los ángeles no tienen sexo. Y aman de una forma distinta, mucho más 31


profunda, pues normalmente dura eternidades. Al mirarse, los dos pudieron sentir cómo algo invisible y muy poderoso los unía para siempre. Él la había visto de lejos, una luz brillante, intensa, que se hizo mucho más grande cuando ella, se giró y le devolvió la mirada desde el otro lado de una calle abarrotada de transeúntes, de ruido, coches y motos. Pero en ese momento eran solo ellos dos y nadie más. Todo lo demás pareció detenerse para que aquellos dos ángeles crearan un lazo irrompible en ese instante. Un lazo tan fuerte que había hecho que ellos dos estuvieran juntos, en la piel de una pareja humana aquella noche. Recordó aquella voz dentro de su cabeza, que al mismo tiempo resonaba dentro de cada ángel perteneciente a cualquier tipo de jerarquía. Recordaba muy bien aquella voz... Aquella voz que revelaba el inminente fin del mundo. Si hubiese podido llorar, lo habría hecho. Eva caminaba al lado de Isaac. El chico hacía un rato que estaba ausente mirando hacia el frente. Caminaban silenciosos cogidos de la mano. Eva alzó la vista nuevamente. «Primero, el cielo se teñirá de sangre. » Evocó las palabras del serafín que había dado la noticia que había agitado como nunca a todos ellos. Claro que todos sabían que aquello ocurriría, pero era inevitable, sobre todo para los que ejercían misiones en La Tierra, sobrecogerse ante ello. Ningún ángel osaría rebelarse ante cualquier decisión de Dios, pero había algo que sí podían hacer. Aun así, muy pocos tomaron la misma decisión que Isaac y Eva. De pronto, la luz blanquecina de la Luna se tornó roja. La pareja miró hacia el cielo. Ya había comenzado. Eva apretó aún más fuerte la mano del chico. Éste cogió el rostro de ella, que temblaba, entre sus manos y le dijo: —No tengas miedo, hemos elegido nuestro final. Nuestro final juntos. Recuerda que no solo lo hacemos por nosotros, sino que también por todos y por cada uno de nuestros protegidos. Por todos aquellos que no llegamos a conocer. Por el primero y el último. Por cada ser vivo que habita y ha habitado este hermoso lugar. No olvides por qué hemos hecho esto, pequeña, porque sino nada de esto tiene sentido. — ¿Es que a ti no te da miedo, Isaac? Ahora somos humanos, podemos sentir el dolor. – Él negó con la cabeza. Todos los ángeles podían elegir dejar de serlo para vivir como una persona normal en la Tierra. Morirían como humanos pero no podrían gozar de la vida eterna. Se oyeron truenos. Un anciano que parecía haber salido de su casa solamente para observar el extraño color del cielo, se quedó muy quieto de repente. Unos segundos más tarde, comenzó a llorar.

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Se oyeron gritos. —Están oyendo las voces de sus ángeles. Les están dando la noticia. – murmuró Isaac. Enseguida pensó en el por qué a ellos no les habían hablado. Ellos no podían tener ángeles protectores. Para cada persona su ángel es diferente, por lo que la forma en que éstos lo comunican es distinta para cada uno. Echaron a correr. Unos momentos más tarde, Isaac y Eva se encontraban en lo alto de un monte cercano. Podían ver la ciudad debajo de ellos. El mar allá al fondo. Se tumbaron juntos en el césped y se abrazaron, se besaron, por un instante olvidaron todo lo que los rodeaba, lo que estaba a punto de ocurrir, el resplandor rojo de la Luna, los gritos de la gente, los truenos. Todo. Cuando el cielo comenzó a escupir bolas de fuego, no se detuvieron a mirar, se besaron con más intensidad. Ignoraron a los pájaros que intentaban huir hacia algún sitio, cuando ningún rincón del mundo era seguro. La naturaleza parecía haber despertado aquella noche. En el aire parecía vibrar el temor de la gente. El fuego parecía querer arrasar con absolutamente todo. Isaac no se separó de la chica hasta que uno de los meteoritos cayó cerca de ellos. Corrieron intentando huir de las llamas pero sabían que era imposible escapar. Solo podían esperar a que todo aquello terminara. Así pues, solo quedaba un tercer ataque, el definitivo. Se detuvieron a la orilla del abismo. Por detrás podían notar cómo el fuego avanzaba. Bajo ellos la ciudad ardía. Al fondo el mar parecía estar enfurecido. Sobre ellos, el cielo sangraba y temblaba al igual que el suelo. Al igual que todo ser vivo. Al igual que Isaac y Eva. La muchacha dejó que Isaac la estrechara una vez más entre sus brazos. Cerró los ojos. Estaba preparada. Escuchó como el chico le susurraba al oído un suave 'te quiero' y empezó a contar. Uno, dos... Tres. Notó como todo empezaba a temblar con más fuerza. Notó cómo una onda de luz expansiva los golpeaba a los dos. Cómo todo se acababa. Ya no oía gritos. Solo silencio. Y de repente... Nada. Absolutamente nada.

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Sonidos de decadencia. (Javier Villalba) http://timeofblues.blogspot.com.es/

Están entrando en el sector 16. —El grito del soldado sonaba desesperado en la sala de mando. —Que la cuarta y la quinta brigada de refuerzo vayan inmediatamente al sector, ¿dónde está el escuadrón de armas pesadas?, deberían haber llegado hace horas al punto de encuentro. —Los han retenido en el paso de Durst, parece que han sufrido un bombardeo intenso de artillería enemiga que les impide seguir adelante. — ¿Y los blindados de refuerzo? ¿Ya los hemos enviado? —En el flanco izquierdo, esos malditos vehículos blindados están haciendo estragos en la infantería ligera. Una transmisión del comunicador rompió la conversación entre oficiales. —...Escuadrón de artillería... A mando central... escuadrón de artillería a mando central... baterías sobrecalentadas... repito... baterías sobrecalentadas... necesitamos al menos... Quince minutos... para enfriarlas. —Mierda, es que no sale nada bien hoy, que disparen en cuanto puedan, y se den toda la prisa posible, esos cañones no pueden seguir en silencio demasiado tiempo. —Gobernador, el sector 21 está cayendo, recibo transmisiones del grupo de zapadores, han colocado cargas en el puente y se retiran. —Maldita sea ¿no se suponía que el 5º cuerpo de infantería debería estaba en el sector? —Señor, el 5º cuerpo es el que se está retirando, parece que la oposición ha sido mayor de lo esperado. El gobernador conectó su sistema de comunicación personal, para hablar directamente al 5º cuerpo. —5º cuerpo de infantería, resistan hasta el último hombre es una orden, cualquier retirada será tomada como traición al emperador. 35


—Gobernador... orden recibida, que el emperador nos proteja. La transmisión se cortó de golpe, quizás un impacto hubiera dejado el comunicador inservible. El Gobernador siguió dando órdenes en un desesperado intento de mejorar la situación. —Que la segunda columna de blindados intente contraatacar en el sector 21, y el 9º de infantería ocupe su lugar en el cuadrante 17. —Señor... la segunda columna ya no existe. — ¿Estoy rodeado de ineptos?... que el grupo de asalto retome el paso de Durst, quiero a esas cañoneras arrojando fuego sobre la artillería enemiga como si el infierno hubiera llegado. —Gobernador, la columna blindada del comandante Sapk ha conseguido abrir una brecha en la línea del enemigo a la altura del cuadrante 12, es una oportunidad. —Bien, que el comandante resista en el cuadrante 12 hasta que podamos enviar tropas de refuerzo. En la sala de mando todo aquello era visto a través de pantallas de radar y de posición, el sufrimiento de los hombres en el campo de batalla, el dolor por los proyectiles atravesando la carne, el incesante olor a carne quemada por el fuego nunca llegarían a través de aquellas pantallas, pero en aquel lugar se había marcado la diferencia entre una victoria sufrida y una aplastante derrota. La historia pocos la conocerán. El humo de la explosión comenzó a disiparse, la rejilla del techo había desaparecido y un tramo del pasillo estaba sumido en tinieblas. Más allá de esta escena se veían cuerpos tirados en posturas imposibles, algunos sin brazos, otros sin piernas o cabeza, los peores estaban sin medio cuerpo o eran simples trozos de carne rojiza pegados en la pared. Axel se levantó y recogió el fusil automático, era un modelo antiguo de gran calibre y poca precisión que recuperó del cadáver de un caído cuando perdió el suyo propio en el fragor del combate cuerpo a cuerpo. Miró a su alrededor y se agazapó en cráter oscuro en el que se mezclaba el tramo de corredor desaparecido con varias tuberías y desagües destrozados. Estaba totalmente lleno del hollín despedido por la explosión. Axel era robusto y bajo, no se distinguían rasgos más personales bajo la capa de ceniza, era uno más entre los millones en guerra. Se tanteó el cuerpo en busca de heridas y no encontró ninguna, se levantó y avanzó lentamente cubriendo todo el pasillo en arcos con su arma. Se había separado del grupo en ese laberinto de túneles, y su comunicador personal no funcionaba debido a la alta resonancia del entorno probablemente provocada por los disruptores e interferidores de la superficie. Llegó a un cruce y comprobó su mapa, era totalmente inútil, estaba perdido. Los habían mandado allí para inutilizar 36


los cañones superpesados del enemigo, lo consiguieron perdiendo a tres comandos en ello, cuando se refugiaron en el búnker eran seis, y ahora estaba completamente sólo en territorio hostil y a decenas de metros de profundidad. Comprobó la intersección en forma de cruz y decidió girar a la izquierda. Continuó, pasando por alto varias intersecciones en las que los túneles recientes, de hormigón, se conectaban a simples corredores descendentes de tierra y roca desnuda. Escuchó varias voces, hablaban en un idioma totalmente desconocido para él, con muchas eses y aes. Al parecer estaban más adelante, así que siguió avanzando con más cautela y vigilando su retaguardia constantemente. Al poco tiempo llegó a un giro de noventa grados y tras la esquina descubrió una puerta de metal entornada. Las voces provenían de su interior, se acercó con el fusil listo y miró por la rendija que haba entre las bisagras. Pudo ver a dos soldados y un oficial discutiendo acaloradamente, separados por una mesa de madera. Ellos lo vieron a él, disparó, murieron. Pero no contaba con el cuarto hombre que estaba apoyado en la pared contigua, en un punto ciego; que tras verlo todo, esperaba la llegada del asesino de sus compañeros. Disparó y Axel murió mientras veía desaparecida toda esperanza de salir con vida y volver a casa. Ya no se podía hacer nada, el mundo acabó allí, fue la guerra final, hermano contra hermano, hombre contra hombre, ya no queda nada, sólo una eternidad de guerras y matanzas en una lucha inútil. ¿Por qué? Por la avaricia y el miedo a la paz. Eso nos llevó a la guerra del fin del mundo. Esta es la breve historia de uno de los días incontables de guerra.

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Signal fire. (Bullet) https://twitter.com/justabullet

El universo entero se respiraba negro a su alrededor. Como si todas las estrellas hubieran contenido su aliento, como si todas las supernovas hubieran dejado de estallar y los agujeros negros se hubieran quedado, durante un segundo, sin nada que absorber. Porque solo había oscuridad a su alrededor. Nada. El cielo se planteaba inescrutable sobre su cabeza y Signal se detuvo un segundo, con la cabeza echada hacia atrás, en su camino para alcanzar el horizonte, y se preguntó si no iría a romperse sobre su cabeza. Si sus hombros habrían perdido la fuerza de sostener el firmamento o este hubiera perdido la capacidad de contenerla. De contenerles. A todos los humanos, a todas sus batallas, sus gritos, sus silencios. Si la sangre derramada por las perpetuas guerras que llevaban siglos asolando la tierra hubiera teñido de rojo su azul, su blanco e incluso su violeta en los días en que atardecía como si alguien pintara un cuadro. Se preguntó si el cielo había dejado de ser la sucesión de brillos, de luz, que Van Gogh debía de ver cada noche estrellada. Luego bajó la cabeza y volvió a contemplar la pequeña franja de luz que se extendía al final de ese camino ―y de todos los demás―, pues era la única luz que quedaba viva en el mundo. Y esperaba que la primera luz del universo, pues por mucho que lo pensara no era capaz de concebir un universo sin luz. Un cielo sin estrellas. Tantos planetas muertos. Tantas vidas acabadas. Tantos seres viviendo en la terrible oscuridad que se había cernido desde hacía años sobre la humanidad casi acabada. Pero había aparecido una luz en el oscuro telón sobre el que desarrollaban sus vidas. Una luz pálida y casi extinta, que recorría la fina línea antaño conocida como horizonte. Que brotaba donde acababa la tierra, donde acababa el mar, y parecía delimitar el cielo, parecía llamarla. Era una señal de fuego, la más leve de las esperanzas que parecía expandirse entre sus costillas, clavándose en su piel, haciendo que sintiera su llamada en sus huesos. Así que había empezado a caminar hacia ella. No se había despedido de nadie, pues no quedaba nadie a quien decirle adiós, y había emprendido su camino. Había pasado por aldeas desiertas, por zonas desoladas por guerras y catástrofes hacía años ―pues desde la Caída de la Oscuridad, habían dejado de librarse guerras y el mundo parecía 39


haber detenido su giro, sin catástrofes y sin cambios, sin días y sin noches; pues aquella oscuridad tan terrible y tan primitiva era más (y a la vez menos) que cualquier noche―, por refugios antiaéreos atestados de personas que entrecerraban los ojos y buscaban el consuelo en pequeñas luces, incluso por cuevas donde habitaban un par de personas. Y un día, incluso, alcanzó la cima de una colina y creyó ver amanecer. Había un pequeño valle encallado entre dos enormes montañas, tan grandes y erosionadas que cuando las observó desde aquella colina le parecieron gigantes. Enormes titanes sosteniendo el cielo oscuro y quebrado sobre sus cabezas, y resguardando el pequeño pueblo que había a sus pies de la caída del firmamento. De la oscuridad que los acechaba. Bajar a aquel pequeño lugar era desviarse de su objetivo, pero no pudo evitarlo, pues había un sol alumbrando aquellas pequeñas casas. Y ella nunca había visto el sol, pero supo ponerle nombre, pues había oído nombrarlo y adorarlo como a una deidad muerta. Así que caminó mientras el pequeño sol volvía a ponerse sobre su cabeza cuando estaba alcanzando las casas. Preguntó en el pueblo a todas aquellas personas a las que encontró por la única calle que lo cruzaba, ya que no había más de diez casas colocadas a cada uno de los lados. Y todos le hablaron de Fire. Era una muchacha menuda, con unos ojos que parecían contar historias con cada pestañeo y prometerte guerras cada vez que te miraban con fijeza. Nadie sabía muy bien su procedencia o su verdadero nombre, pero todos coincidían en una cosa: les había devuelto la luz y había colocado un sol sobre su cielo. Y todos la reverenciaban por ello aunque nadie se atreviera a decírselo. Vivía en una casa construida directamente en la pared de la montaña, a suficiente altura como para que nadie quisiera recorrer el camino que llevaba hasta ella. Pero Signal sabía que tenía que subir allí, pues ese camino también llevaba hacia la luz. Hacia la esperanza. Cuando golpeó la puerta, primero dos veces. Luego tres. Nadie la recibió. Pero siguió insistiendo de la misma forma en que había caminado hacia el inalcanzable horizonte, deteniéndose cada vez que se cruzaba con más personas, solo para oír sus historias. Porque sabía que probablemente el mundo no tendría arreglo, pero que alguien tenía que intentarlo. ¿Y quién iba a hacerlo sino lo hacía ella? Pero, sobre todo, porque sabía que si de verdad llegaba el Fin del Mundo, las historias que había oído siempre vivirían por haber sido contadas. Por haberse mantenido en el recuerdo de todos aquellos que las habían oído. Cuando había perdido la cuenta del tiempo que pasaba, la puerta se abrió. Ante sus ojos apareció una sala de piedra vacía y una escalera de caracol que parecía infinita, por la que alguien desaparecía. Caminó hacia las escaleras para seguir a Fire hasta el final de las mismas, que 40


desembocaron en lo que parecía la cima de una de las montañas gigantes. Y lo vio. Vio el sol ante sus propios ojos. Era una bola de cristal llena de luz, llena de fuego, que se sostenía sobre una cuerda delgada y casi invisible que cruzaba el valle hasta el otro Gigante. Y también vio como Fire accionaba una serie de poleas y palancas, haciendo que la bola de fuego empezara a moverse por la cuerda hacia el centro del valle. Ambas vieron amanecer en un reverencial silencio y, durante las horas que tardó en alcanzar el centro de su recorrido, no hubo mundo, ni firmamento roto, ni oscuridad. Solo un amanecer en mitad de un valle perdido, causado por una pequeña muchacha. Y Signal supo que tenía que seguir adelante para contar esa historia, para descubrir mil más. Para alcanzar el horizonte. Porque el mundo se acababa y tal vez hubiera sido culpa de la humanidad, pero esta seguía siendo maravillosa. Porque aunque la oscuridad cayera sobre sus cabezas, ellos seguían siendo capaces de sostener el sol sobre sus hombros. ―Cuando era pequeña me hablaron del sol. ―La voz de Fire sonaba para ser escuchada, con un bajo susurro que parecía reverberar en aquel valle. En aquella cima del mundo―. Y supe que era algo más que una estrella, algo más que un dios. Era una esperanza. Así que empecé a caminar, buscándolo, pero supe que no lo encontraría. Y entonces llegué aquí y lo decidí: el sol no vendría a mí, así que yo traería el sol. ―¿Por qué aquí? ―¿Por qué no aquí? Todas las personas merecen un sol. Todos merecemos un mundo sin oscuridad, merecemos esperanza. ¿Por qué no ellos? Y mientras observaban como el sol seguía su camino hasta el final del valle en unas pocas horas aun en silencio, Signal lo supo. Supo que debía seguir caminando, conociendo historias y hablándoles de que alcanzaría el horizonte porque era esperanza. Porque si creían que podría daba igual que no pudiera, porque creerían en algo. Porque creerían en ella, en el horizonte. En alcanzar lo inalcanzable. Y tal vez llegaría un día, cuando se le cansaran los pies y no le quedara más que un ¿por qué no? y su constante batalla contra el destino, en el que construiría un horizonte. En que daría forma a la esperanza. Pero, hasta entonces, seguiría caminando. Caminando hacia su señal de fuego. Revelándose contra el fin del mundo que se cernía sobre su cabeza. Porque el cielo podría quebrarse, que no se doblarían sus rodillas. El universo podía llenarse de oscuridad, que siempre quedaría luz. Porque eso es lo que hacen los humanos: revelarse contra su destino, ser indomables. Incluso en el fin del mundo.

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Tan vivos y tan muertos. (K.) https://twitter.com/Scarsofbullets

¿Estamos vivos? Éramos la primera generación. Éramos los primogénitos de la guerra, aquellos que habían nacido luchando y vivían luchando. La Tierra ya no existe. Sobrevivíamos en un planeta desangrado, cuyo núcleo agonizaba. Él era como nosotros. Al fin de al cabo, había sido nuestra culpa. Al fin de al cabo, nadie había pensado que la oscuridad necesitaba espacio. Vivíamos en un mundo en el que el sol era nuestro único aliado, y cuando desertaba, nos quedábamos solos. Solos y desnudos. Sí, lo estamos. Combatíamos para sobrevivir, y la única forma que había de hacerlo era huyendo. Corríamos durante décadas sobre un desierto inabarcable. Aspirábamos el cielo, clamábamos a los Dioses que nos habían olvidado. Con los músculos, los pulmones y el corazón ardiendo continuábamos nuestra batalla. Cada uno combatía sus propios miedos. ¿Seguimos vivos? La Tierra ardía, pero estábamos tan helados por dentro que no nos importó. La Tierra cambiaba, pero la adrenalina circulaba tan rápido que no nos dimos cuenta. Y más tarde llegó el deshielo de los corazones y las alertas se dispararon y los pulmones quedaron encharcados en fuego. Oro, mujeres, poder, tierras, control, estrategia. Nosotros luchamos por el mundo. Y ahora, que no tenemos nada por lo que combatir, seguimos haciéndolo. Nesbit aspiró las cenizas del cielo. Balanceaba sus pies sobre la escarpada garganta de la muerte, sobre esa oscuridad que todo lo dominaba, todo lo engullía. —¿Luchábamos para sobrevivir o para morir luchando? El viento, que antes no traía nada más que plomo, ahora transportaba escombros. La chica de otoño alzó sus ojos dorados por el amanecer. Drake, que se apoyaba en el capó del coche con la visera de su gorra de baseball sobre los ojos, sintió la mirada de la chica. Viajaban buscando

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algún rastro de antaño, que parecía que se había derrumbado junto a los rascacielos, los edificios y las multinacionales. —Eso no tiene ningún sentido. –dijo él, las palabras expirando en su boca. —Hace tiempo que esta estúpida guerra perdió el sentido. Se habían detenido sobre el Gran Cañón, un inmenso desierto cobrizo que asolaba almas y quemaba la piel. O quizás sólo era Manhattan. —¿Estamos muertos? —¿Y qué si es así? –espetó él. —Como si el infierno fuera mucho peor.

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Sección dibujo y fotografía.

Victoria Herondale. María Pascual. https://twitter.com/MariaPascual_97

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El sol se puso y ya no volvimos a verlo. Andrea G. (ganadora) http://memories-of-thepast.blogspot.com.es/

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Sección Encuesta.

1.

¿Si se terminara el mundo mañana, qué harías hoy?

@AndreaNeptune: Haría todas esas cosas que no me hubiera atrevido a hacer mientras el mundo había estado en pie y sin peligro a derrumbarse: enfrentarme a mis miedos y vergüenzas y disfrutar. @mnseo: Si fuera consciente de que el mundo se acabaría mañana, y que no puedo hacer nada para evitarlo, me despediría de toda mi familia, recordaría buenos momentos juntos y luego buscaría alguna forma de conservar algo para la posteridad de alguna manera. Un libro, una frase, algo que significase algo para mí. @EllehEtoile: Probablemente me quedaría con cara de gilipollas durante todo el día… Nah, espero que no. Supongo que es lo típico y tópico, pero intentaría pasarlo con toda la gente que más quiero y si se diera el caso de que me encuentro en medio de algo sin terminar con alguno de ellos, pues me sinceraría. La verdad nos hace libres, ¿no? @vivekadawks: Realmente, esta es la típica pregunta que te hacen siempre cuando se habla de este tema, y lo que el mundo espera escuchar es: vivir, robar, follar (como ejemplos, obviamente); coger una avioneta e ir hacia la otra punta del mundo para ver no sé qué. La última puesta de sol, la única aurora boreal. ¿Pero qué haría yo? No se aleja de lo anterior, aunque preferiría buscar una razón para que la humanidad siguiera con vida. Una solución, un antídoto. @happy_smilee: Pasaría el día con toda mi familia. Hablaría por teléfono con aquellos a los que no podría visitar. Por la noche iría a casa de esa persona y le diría todo aquello que me callo. Por una vez dejaría que el corazón hablara. Por una vez no pensaría en las consecuencias, solo en vivir el momento, cada minuto y cada segundo. Por una vez no tendría miedo. Por una vez no pensaría en el pasado ni en el futuro. Veríamos las estrellas juntos. Hablaríamos de todo y de nada. Y sobre todo, reiría hasta que me doliera. @JustaBullet: Haría todo lo que pudiera porque la gente a la que quiero sonriera, por impedirlo o porque aunque pasara no importara porque serían felices. @tinamartin_10: Realmente si mañana se acabara el mundo, creo que sería mejor no saberlo. Porque me pasaría el día despidiéndome de todos a los que quiero; sin embargo, si lo miras desde 48


un punto diferente, tendríamos que empezar a decir adiós desde ya. Porque moriremos igual, de una forma u otra, a lo mejor mañana o pasado, o quizás dentro de treinta años, quién sabe. No perdería el tiempo en despedidas y haría todo aquello que siempre quise hacer junto con mi familia.

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2.

Si pudieras elegirlo tú, ¿cómo querrías que terminase?

@AndreaNeptune: Yo siempre he pensado que el mundo se acabará por una intervención humana, una guerra nuclear o algo parecido. (Somos tan idiotas que no me extrañaría). Pero me gustaría un fin frío, rodeados de hielo. Que fuera doloroso y bonito al mismo tiempo. Que mereciera la pena de presenciar y no hubiera sangre ni guerras: sólo frío. @mnseo: Teniendo en cuenta como mundo nuestro planeta, me gustaría que La Tierra fuera devorada por el agua y nos ahogásemos todos. Ya que vamos a morir, al menos con una vista bonita. @EllehEtoile: De golpe y sin ni siquiera darme cuenta. Por dios, lo de los zombies y los meteoritos mortíferos parece muy divertido en la tele, pero no soy ni Emma Stone ni Liv Tyler, así que mejor en plan sorpresa y todos felices. @vivekadawks: Lo haría de alguna manera que nosotros, los humanos, no hubiéramos que sufrir demasiado. Lo siento, pero yo y el dolor no vamos cogidos mucho de la mano xD. Quizás que el sol se acercara a la tierra o un cambio de temperatura. Por otro lado siempre he pensado con lo que el 'fin del mundo' no sea el fin de la tierra, sino el fin de los humanos como los conocemos hoy en día. Me lo imagino como si los robots cogieran su turno, dejando de ser máquinas a ser completamente libres, atacando la humanidad sin dejar rastro de ella. Adiós personas, hola a una nueva era. ¿Y por qué no? @happy_smilee: Sería un final feliz, porque estaría con las personas más importantes para mí. Y una muerte rápida, por favor, gracias. @scarsofbullets: De manera silenciosa y rápida. @JustaBullet: El fin del mundo que yo elegiría sería que el cielo se partiera en pedazos. @Tinamartin_10: Ya que se acaba el mundo pues que menos que algo grande, ¿no? Un apocalipsis zombie no estaría mal -siempre quise experimentar qué se siente al matar un zombie-, o una invasión alienígena también sería 'divertido', luego están las catástrofes naturales -lo más probable-... No, eso último no me apetece.

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3.

¿Qué harías, en cambio, si tú fueras el único superviviente?

@AndreaNeptune: Lo más probable es que me dejara llevar por el pánico y acabara muriendo poco después, bien porque no tendría fuerzas para sobrevivir o bien porque me hartaría de la soledad. Al fin y al cabo, ¿qué es el mundo si estás solo? @mnseo: Al principio lloraría bastante porque todo Dios la ha palmado menos yo. Luego probablemente me suicidaría, las cosas que más adoro en el mundo no tienen sentido si no las puedo compartir con nadie. Todo esto si fuera consciente de que soy el único, de lo contrario intentaría buscar a alguien. @EllehEtoile: Morirme del susto, así que adiós a la humanidad. @vivekadawks: Seguramente, si me he salvado yo, también se ha podido salvar otras personas. Así que los iría a buscar (al menos no me moriría sola, quedándome quizás sin comida o totalmente congelada) a quien fuera. Recorrería el mundo si fuera necesario. @happy_smilee: Me volvería loca. Lloraría a mares y luego me suicidaría. ¿Qué sentido tiene la vida si vas a vivirla completamente solo? Como dice Alexander Supertramp en “Into the Wild”: Happiness only real when shared. @JustaBullet: Encontrar más supervivientes, claro. O simplemente vivir, porque ya que soy la última desaprovechar mis días sería absurdo. @TinaMartin_10: Pues debería verme en la situación. Ahora mismo haría todo lo que la falta de dinero no me deja hacer, aunque pensándolo bien estaría todo destrozado por el final apocalíptico. ¡Qué p*****! No obstante soy de las que piensa que por mucho que digamos, acabaríamos muriendo de soledad.

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La banda sonora del fin del mundo. Canción que debería sonar o deberías estar escuchando cuando todo acabase.

@mnseo: Viva la vida, de Coldplay. Irónico, pero bueno. @EllehEtoile: AC/DC de lejos. Highway to hell, porque obviamente me iré de cabeza al Infierno. @vivekadawks: Before I forget, de Slipknot. @Scarsofbullets: On the top de world, de Imagine Dragons. @happy_smilee: Pieces de Red o Leave out all the rest de Linkin Park. @JustaBullet: To build a home de The cinematic orchestra. @TinaMartin_10: Born to die de Lana Del Rey, porque el amor, a pesar de ser lo más fuerte y real que tenemos no nos salvaría, ni siquiera eso; por el simple hecho de que no tenemos salvación más que la dicha de la muerte. Pero, si hablamos de dejar huella, no puedo quitarme de la cabeza I was here de Beyoncé.

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Gracias por este fin del mundo.

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