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Cortado

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Brock About Town

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¡Por favor, pongan cumbia! POR W. ALEX CHOQUEMAMANI

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Y cuando llegué al trabajo ví a la Maritza bailando la cumbia sampuesana de Aniceto Molina. «La cumbia sampuesana, la que bailan con ganas», se escuchaba por el parlante de la cocina del restaurante. El sonido del acordeón de Aniceto Molina era electrificante, contagioso, rebosante. Maritza daba pasos pequeños, movía lentamente las caderas, y luego daba una media vuelta.

Maritza, 52 años, natural de El Salvador, cocinera. Llegó hace siete años a los Estados Unidos y ha trabajado en diferentes oficios. Pero siempre ha vuelto al mismo lugar: la cocina de un restaurante. Entre otras razones, porque ella domina su oficio de cocinera. Y también porque en muchos restaurantes de este país la mayoría de los cocineros son inmigrantes latinos, quienes comparten una cultura y un idioma (español), lo cual facilita enormemente la convivencia en el centro de trabajo.

Listen: Aniceto Molina, Mi Cacharrito Viejo, 1970

Una vez terminada la canción, Maritza, tal como si fuera una confesión o, más bien, la revelación de un secreto bien guardado, nos contó que Aniceto Molina iba casi todos los años a El Salvador a la fiesta de la Virgen de Guadalupe a dar un concierto. Y, por supuesto, Maritza estaba allí en primera fila cantando y bailando las cumbias interpretadas por el cantante colombiano.

Poco después de la declaratoria de emergencia sanitaria yo dejé de trabajar en aquel restaurante. A decir verdad, encontré otro empleo. Perdí contacto con mis compañeros de trabajo, incluida Maritza. Pero este año, en pleno invierno, volvería a verla de pura casualidad. Ocurrió una mañana de febrero en la que hacía mucho frío y corría un viento helado, y no había muchas personas en las calles caminando. Y una de esas pocas personas era Maritza. Caminaba a paso lento, mirando el suelo, como intentando enfrentar con dignidad al viento frío. Yo le grité desde mi auto, «Maritza, ¿para dónde va?». «Voy a comprar unas cosas», fue su respuesta. «Pues súbase que yo la llevo», le repliqué.

Durante el trayecto tuvimos una conversación breve. Allí me contó sobre la muerte de algunos de sus seres queridos, allá en El Salvador, víctimas de la pandemia del Covid-19. También me contó que dejó de escuchar cumbia porque ahora la considera «música mundana». Hoy solo escucha música cristiana. De inmediato cambié de tema, tal vez con la intención de no entrar en mayores detalles. Pues si algo aprendí de trabajar en ese restaurante es aquel código implícito que consiste en no criticar los gustos musicales de la otra persona.

Más allá de los cambios que uno pueda experimentar, lo que quedará en mi memoria será aquella tarde en la que Maritza rompió la rutina o, mejor dicho, el aburrimiento, el tedio, el desgano que a veces conlleva el trabajo, lanzando la siguiente frase: «¡Por favor, pongan cumbia!».

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