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El Santo y Verdadero, y una iglesia conforme al propósito de Dios

Una interpretación del último libro de la Biblia. Parte 35. Apocalipsis 3:7, 10.

Por Wim Malgo (1922-1992)

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Foto: Excavaciones cerca de Alaşehir, Antes Filadelfia

En la epístola a Filadelfia se nota inmediatamente que esta iglesia no es reprendida. Por el contrario, es la única iglesia que recibe los mayores elogios. Como es sabido, Filadelfia significa “amor fraternal”. Filadelfia sigue existiendo hoy en día con el nombre turco de Alaş ehir. La iglesia de Filadelfia estaba situada a unas trece millas al sureste de Sardis, es decir, cerca de esa iglesia de la que el Señor dice: “…tienes el nombre de que vives, y estás muerta” (Ap. 3:1).

No se podía negar el peligro de contagio para la congregación de Filadelfia, pues nada es más contagioso que la gradual muerte espiritual. Esto ya ocurría en el Antiguo Pacto. En Josué 7 leemos cómo un hombre, Acán, pecó al fingir obediencia a Dios y arrastró así a toda la nación de Israel a la derrota.

El bello y significativo nombre de Filadelfia no es de origen cristiano, pues esta ciudad fue fundada ya en el año 154 a.C. por el rey de Pérgamo Atalo II, que llevaba el sobrenombre Filadelfo y le puso su nombre a la ciudad. Aunque fue destruida varias veces por terremotos, Filadelfia se reconstruyó una y otra vez y alcanzó nuevas cotas de prosperidad.

¿Cuál es la razón por la que el exaltado Señor en esta carta, y en contraste con las otras, se revela con tanto detalle al ángel de la iglesia? La especial autorrevelación del Señor consiste en que habla de lo que es y de lo que tiene: “Esto dice el Santo, el Verdadero, el que tiene la llave de David” (v. 7). Él es el Santo, y la iglesia de Filadelfia no solo está santificada en su posición, sino que vive en santificación en la vida diaria. Esto es evidente por el testimonio que el Señor le da: “Por cuanto has guardado la palabra de mi paciencia” (v. 10).

En otras palabras: “te has mantenido firme en mi palabra en todas las situaciones”. Esto tiene una estrecha relación con la santificación personal, pues el que guarda la Palabra de Dios vive en la santificación. Y viceversa: el que quiere vivir en santificación debe guardar la Palabra —lo uno no funciona sin lo otro. El mismo Señor Jesús oró: “Santifícalos en tu verdad; tu palabra es verdad” (Jn. 17:17).

Por lo tanto, tomar Su Palabra en serio significa ser obediente a Su Palabra, y eso a su vez significa ser santificado en Su verdad. De ahí también la segunda autorrevelación del Señor: “Esto dice el Santo, el Verdadero” (Ap. 3:7). No solo dice la verdad, sino que es la verdad en persona. Él es la única, absolutamente verdadera y completa revelación de lo que es Dios. “El que me ha visto a mí, ha visto al Padre” (Jn. 14:9). Él es fiel y verdadero en su Palabra, en sus promesas; por eso podemos confiar plenamente en Él, en todo momento y en toda circunstancia. La designación “el Verdadero” subraya la afirmación anterior de que Él es el Santo.

Es significativo que, después de su autorrevelación, el Señor hable también de la vida santificada de la iglesia: “Por cuanto has guardado la palabra de mi paciencia…” (Ap. 3:10). Porque incluso antes de que el mundo fuera creado, el Padre ya había elegido a los creyentes de esta iglesia, como también lo hizo con nosotros, para que fuéramos “santos y sin mancha delante de él, en amor” (Ef. 1:4-5).

Este “delante de Él, en amor” muestra el vínculo único y especial que existe entre el Señor y los que compró por Su sangre. El alto objetivo de Dios, que tiene con cada uno de nosotros y con muchos millones de personas ya antes de la fundación del mundo, no es solo que nos convirtamos y lleguemos a ser hijos del Padre llenos de gozo, sino que seamos santos e irreprochables ante Él. Por eso se presenta en este mensaje como: “el Santo, el Verdadero”.

La iglesia de Filadelfia es una iglesia conforme al propósito de Dios.

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