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nvolvente y permeable, así definía una querida amiga fotoperiodista, Victoria Iglesias, la luz de uno de mis paisajes. Pensé que eran unos calificativos originales y sugerentes que describían con gran acierto la luz de aquella fotografía. Aquel día de regreso a casa cogí mi cuaderno de notas y comencé a escribir adjetivos que podrían definir la luz: directa, difusa, cálida, fría, blanca, crepuscular, cegadora, sutil, tenue, dura, cenital, lateral, frontal, dramática, onírica, mágica, tamizada, reflejada, indirecta… tan solo mi falta de imaginación hizo poner fin a aquella lista. Luces de todas las intensidades y colores, vivimos rodeados de luz, incluso el cielo de la oscura noche sin
Luna no es absolutamente negro, las estrellas, la vía láctea y la luz dispersada por el polvo solar nos iluminan. Cuando el fotógrafo adquiere cierta soltura en las decisiones técnicas y conoce los recursos compositivos básicos, comienza a centrarse en el desarrollo de su visión fotográfica, en su manera de ver e interpretar la naturaleza, y es entonces cuando la búsqueda de la luz apropiada para modelar su ‘imagen mental’ pasa a ser un objetivo prioritario. En palabras del excelente paisajista inglés Joe Cornish: ‘Mientras el paisaje proporciona la materia prima, es la luz lo que registramos e interpretamos. La luz define el espacio, revela la textura,
esculpe la forma, controla el color, y por encima de todo ello enciende una respuesta emocional. El cielo es nuestro estudio, nuestro teatro, y nosotros debemos aprender a actuar de acuerdo a sus regalos de luz.’ Para encontrar esa luz de ‘nuestra imagen mental’ es preciso conocer los principios físicos que rigen la transformación de la luz en la naturaleza, así como las características de absorción de las superficies que deseamos fotografiar. Entre las múltiples combinaciones de intensidad, calidad, dirección y origen de la luz, una de ellas revelará mejor las características que deseamos destacar del motivo fotográfico.
Con un efecto envolvente, las gotas de agua dispersan la luz en todas las direcciones, a la vez que son permeables y dejan adivinar los sucesivos planos. Tan importantes en la composición como la luz misma, las sombras aportan expresividad a esta escena
FORMACIÓN IRIS 2007
FORMACIÓN IRIS 2007 14
LA LUZ EN EL PAISAJE
LOS COLORES DEL CIELO De la radiación solar, nuestros ojos tan solo perciben la luz visible, una estrecha franja de longitudes de onda (380 nm - 780 nm) que se compone de luz violeta, añil, azul, verde, amarilla, naranja y roja. En su conjunto estas ondas forman un blanco casi perfecto, pero a medida que la luz visible se filtra a través de la atmósfera entra en contacto con las moléculas de aire y las partículas de polvo y agua, y se transforma. Parte de la radiación es absorbida y otro porcentaje se dispersa cambiando su dirección original: cuanto más corta es la longitud de onda, es decir, cuanto más azul, más probabilidades tiene de ser dispersada, y es por ello que vemos el cielo de color azul. En un día despejado, el azul es más intenso si miramos a 90° respecto a la posición del sol, coincidiendo con el plano de máxima polarización. Pero no siempre el cielo es azul, y tampoco es igual su brillo. La dispersión de la luz está condicionada por el tamaño y el número de las partículas de polvo y agua presentes en la atmósfera. Si dichas partículas son relativamente escasas y/o pequeñas, el cielo es azul claro, pero cuando aumentan en cantidad o en tamaño, los rayos de onda corta se debilitan, su energía es absorbida en las múltiples colisiones, y el cielo se torna amarillo, naranja o rojo. Cuando las partículas son demasiado grandes, como ocurre en un día nublado o con niebla, todas las longitudes de onda terminan dispersándose por igual, entremezclándose de nuevo para dar luz blanca, de manera que vemos el cielo blanco. Al alba y al atardecer, cuando el sol está próximo al horizonte,
En condiciones de sombra las nubes son azuladas, coloración que se intensifica en su parte baja cuando se encuentran sobre el mar, ya que reciben la luz azul reflejada por el agua
la distancia que recorre la luz a través de la atmósfera hasta llegar a nuestros ojos es muy superior a cuando el sol se encuentra en posición cenital. Un recorrido más largo implica que el número de moléculas de aire y partículas de polvo que entran en contacto con la luz es superior, de manera que la luz azul pierde intensidad y los colores cálidos tiñen el cielo. Este efecto puede ser más intenso en los días secos y ventosos o cuando existen presiones atmosféricas elevadas (anticiclones), ya que bajo estas circunstancias las partículas de polvo en suspensión aumentan. Asimismo, cuando existe una elevada humedad atmosférica, las moléculas de agua se adhieren a las partículas de polvo y éstas aumentan de tamaño, el resultado en la transformación de la luz puede ser similar al anterior. Cuando el sol se encuentra justo bajo el horizonte, el cielo hacia el oeste adquiere un brillo amarillo o naranja conocido como ‘arco crepuscular’. Hacia el este emerge la sombra azulada de la Tierra, que durante los siguientes minutos se volverá más oscura y alcanzará el máximo contraste con el ‘arco anticrepuscular’ de color rosado.
Hacia el oeste las nubes o montañas situadas más allá del horizonte pueden proyectar sus sombras creando un abanico de bandas alternas rosas y azules, son los ‘rayos crepusculares’. Unos 20-30 minutos después, el arco crepuscular se extiende a lo largo del horizonte; por encima, una banda difusa de brillo violeta se desarrolla a unos 40° sobre el horizonte, mientras que hacia el este el paisaje adquiere tonos anaranjados. Cuando la luz púrpura es reflejada por la nieve de las altas montañas, el brillo recibe el nombre de ‘alpenglow’. Después, la luz violeta del oeste se desvanece a la vez que lo hace el ‘arco crepuscular’, y finalmente llega la oscuridad. En ocasiones, el resplandor violáceo de la luz crepuscular es reflejado por las nubes altas de la atmósfera. A menudo es sorprendentemente brillante, y a la vez que direccional, es suave y delicado. Esto permite la formación de sombras que crean sensación de profundidad y modelan el perfil de los objetos, pero a la vez, es una luz lo suficientemente delicada como para descubrir la sutilidad de las texturas. Es una luz especialmente sugerente. 15