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ECOCIDIO

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ESPACIO LA PRAIRIE

ESPACIO LA PRAIRIE

Las GUARDIANAS del BOSQUE

Más de la mitad de las provincias argentinas fueron escenario de una quemazón que arrasó con campos, casas, animales. Un verdadero ecocidio que dejó imágenes terroríficas y también una certeza: en la defensa del ambiente las mujeres fueron y serán primera línea.

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Por FERNANDA SANDEZ Foto GERMAN ROMANI

De día y de noche. El monte, los pastos o el humedal vueltos un infierno de llamaradas, de aullidos, de escenas que no las abandonaron nunca más. Los pájaros que volaban prendidos fuego, justo antes de caer con ese ruido de peso muerto. Ellas estuvieron ahí, desesperándose primero, luchando después. Ellas tienen mil nombres. Son las guardianas del monte. Del delta, del pastizal. Del bosque. De todo.

En nuestro país, según los datos del Servicio Nacional de Manejo del Fuego (SNMF), 95 % de los incendios en áreas naturales son provocados por los seres humanos. Ni rayos ni centellas ni sequía: colillas o pura y simple intención de destruir lo que hay sobre la tierra para explotarla de alguna manera, en forma de campos, feedlots o countries. La víctima del crimen es Madre Natura, pero contra ese ataque ni siquiera tenemos un nombre que la Justicia reconozca. El ecocidio no es aún delito y por eso con pagar alguna que otra multa alcanza y sobra. Nadie va preso por desmontar ni tampoco por hacer humo casi medio millón de hectáreas, como pasó en Argentina en 2020. Nunca nadie nada.

Desde el Foro Ecologista de Paraná, Daniela Verzeñasi confirma que la impunidad y el anonimato son el principal incentivo para el negocio de incendiar. “Cuando al ecocidio se le pone nombre y apellido, la cosa cambia. Por eso decimos que es clave que nos den acceso al

catastro provincial de las tierras rurales y del delta: queremos saber quiénes son los dueños de lo que se quema a repetición. Pero no hay caso. Como foro, metimos un amparo ambiental para el delta, para que se lo considere como sujeto de derechos. Eso está ahora en la Corte Suprema de Justicia de la Nación. Pero esta locura va a seguir porque son delitos sin nombre ni responsables. Y todavía hay quemas. No tan grandes como las de agosto, pero todavía hay”, advierte.

QUEMAR PARA DISCIPLINAR Laura Isod –educadora, exbecaria del Conicet y mamá– llegó al valle de Traslasierra, en Córdoba, huyendo de una ciudad que se devora a sí misma. Y Laura no quería eso para ella ni para sus hijos. No era la única. Con el tiempo se convirtió en parte de una red de mujeres que buscaban una vida más auténtica y menos atada a los esquemas familiares tradicionales. Tal vez por eso, a tres meses de la gran quemazón, ensaya una lectura más que interesante de los incendios masivos: “Creo que con el fuego se buscó restituir un orden. Mi hipótesis es que, alrededor de los incendios, emergió una estructura muy arcaica. El patriarcado reafirmó su poder y se impuso a lo que eran incipientes movimientos de mujeres que estábamos empezando a denunciar una realidad violenta”. Laura recuerda incluso esta escena: una de sus vecinas, que se había separado de su compañero por violencia de género, lo vio regresar durante las quemas convertido en parte de las brigadas antiincendio. Ahora era un bombero y, envuelto en su traje de héroe, aplaudido por la comunidad. La cuenta volvía a cero.

BAJO ESTE SOL TREMENDO Muy al norte, en el Chaco, la ingeniera agrónoma María Angélica Kees retoma el relato de lo que el fuego nos dejó. Integra la Red de Salud Popular Ramón Carrillo y desde hace años promueve la agroecología como herramienta para

“Esta locura va a seguir porque son delitos sin nombre ni responsables. Y todavía hay quemas. No tan grandes como las de agosto, pero todavía hay”.

— Daniela Verzeñasi, desde Paraná.

un desarrollo saludable de personas y territorios. Entre otras razones, porque sabe lo que implican esos incendios sucesivos y a repetición en un ecosistema así de frágil. “El tema de los incendios en el Chaco es una historia de vieja data. No es que aparecieron ahora porque hubo sequía previa, sino que tienen una raigambre cultural. ¿Por qué? Porque nos llevamos bien con el fuego y nos llevamos mal con el monte. Pocos son los incendios que ocurren por accidente. No vemos lo obvio, que es que aquí está el polo de calor de América Latina: 47 grados netos. Se ubica entre Salta y el oeste chaqueño. Y sin la cobertura vegetal del monte, esa tierra pierde la vida. Se vuelve desierto”. Justamente por eso se opone a ese modelo cultural y su herramienta técnica es la agroecología. “Hasta hoy los funcionarios siguen creyendo que la agricultura es la civilización y el monte es la basura y el mal vivir, y no es así. Son los montes los que están permitiendo que todo lo demás exista”. Pero los queman, los queman y los vuelven a quemar.

RENACER DE LAS CENIZAS Desde La Cumbre, Alejandra Juárez –una historiadora enamorada de la naturaleza y directora del Centro Argentino de Rescate, Rehabilitación y Conservación de Primates, un santuario único en su tipo– cuenta que cuando el fuego estuvo cerca se puso a rezar. “Las ráfagas eran de 50 kilómetros por hora. Logramos sacar a los pumas, pero acá hay sobre todo monos: carayás y capuchinos rescatados del mascotismo y de laboratorios donde los usaban para experimentos. Los curamos, viven libres, sueltos y en grupos,

“Los funcionarios siguen creyendo que la agricultura es la civilización y el monte es la basura y el mal vivir, y no es así. Son los montes los que están permitiendo que todo lo demás exista”.

— María Angélica Kees, desde el Chaco. en manchones de bosque nativo. Ya vamos por la cuarta generación, acaban de nacer bebés. Por eso tuve miedo, pero logramos parar el fuego y cuando llegó a la reserva solo quemó el suelo. Los monos se salvaron porque estaban en los árboles. Y los árboles no ardieron”. Las hijas de Alejandra no la dejaron sumarse a las brigadas contra el fuego, pero ellas, las chicas, sí fueron a combatir las llamas. Mayú, una de ellas, recuerda y aún tiembla. “Porque el fuego te rodea, ¿sabés? Pensás que lo tenés controlado y de un momento a otro se descontrola. El peor de esos días yo me vine al santuario a las cinco de la mañana y descubrí un foco nuevo que el día anterior no estaba. Los bomberos me dijeron que habían visto a un hombre prendiéndolo, pero no lo pudieron detener”.

El 18 de noviembre logró media sanción en Diputados la ley 26.815, más conocida como la Ley del Fuego, una norma que busca terminar con el negocio de quemar, prohibiendo que pastizales y bosques incendiados puedan reconvertirse en countries, feedlots o campos de cultivo. Si lo que se incendió fue un campo, no se podrá cambiar el uso del suelo ni lotearlo por 30 años; si lo quemado fue un bosque o un humedal, no se podrá tocarlo por más de medio siglo. En este último caso, la ley prevé 60 años para que la naturaleza quemada pueda reconstruirse. Y esos, claro, no son los plazos del agronegocio ni de la especulación inmobiliaria.

“Fueron días terribles porque tampoco podíamos dormir. Debíamos hacer la guardia de la ceniza, porque aun cuando parezca que el incendio se apagó, por debajo de la ceniza puede seguir ardiendo. A eso se lo llama ‘fuego subterráneo’ y es un peligro”, recuerda Alejandra.

Después, con los días, llegó la lluvia sanadora y, con ella, las ganas de dormir. Y una certeza: aquí y allá, una y todas, las guardianas del bosque van a poner a cada incendio en retirada. Como con un cortafuego, llama contra llama. Y ya sabemos cuál ganará. n

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