ENTREVISTA A JON LEE ANDERSON

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11 de marzo de 2010 OFICINA DE JUSTIFICACIÓN DE LA DIFUSIÓN

LA CARA OCULTA DE LA LUNA

JON LEE ANDERSON “A los que quieran comunicar la historia de su tiempo, adelante” Dicen de él que es el heredero de Kapuscinski. Un Willy Fog moderno. Un trotamundos. Jon Lee Anderson (California, EEUU, 1957), el popular periodista de The New Yorker, recién llegado de Haití -suspendió su última conferencia en Barcelona para cubrir la brutal tragedia- nos recibe en una de las salas de Caixa Fórum de Madrid, donde acaba de pronunciar una conferencia para chavales de ESO, en el ciclo ‘Encuentros con compromiso’, que organiza la Obra Social de la entidad. Sonríe amable. Nadie diría que este apuesto norteamericano, de traje ceniza y cabello de un largo mesurado ha narrado tres décadas de conflictos armados. El popurrí de acentos le delata. Nos da las “buenas tardes” en un castellano pulcro, pero particular, que parece la muestra permanente de los incontables sellos de su pasaporte. Creció y estudió en Colombia, Taiwán, Indonesia, Corea del Sur, Liberia y Reino Unido. Pero fue Latinoamérica quien le robó el corazón. Allí se inició en el oficio -a los 22 años, en The Lima Times, de Perú-. Allí creó escuela en el arte de escribir perfiles -de Fidel Castro, Gabriel García Márquez, Augusto Pinochet, a los que les seguirían Charles Taylor, Iyad Allawi, el rey Juan Carlos I de España, Sadam Hussein y Hugo Chávez-. Allí conoció las guerrillas, el hambre, la miseria, a asesinos y a gentes amables. A separar lo profesional de lo personal sin perder el lado humano. También en África dice sentirse “como en casa”. Varias de sus aventuras las narra en su última obra El dictador, los demonios y otras crónicas. Para los más jóvenes tiene un mensaje optimista -aunque “solo para los que estén dispuestos a tirarse del trampolín”-. Es el recado de un aventurero de manual. Hoy se ha dirigido a estudiantes de Secundaria. ¿Qué consejos le daría a los jóvenes que quieren dedicarse al periodismo? Que tengan muy claro las motivaciones por las que quieren entrar en el

daria y continua. No solamente por el terremoto. Sino por un tiempo. Porque es una sociedad que vale la pena. Pequeña, histórica y sumamente pobre. Pero con diez o 15 años de empeño y ayuda de todos nosotros, puede salir adelante de una manera digna. Para ello es necesario ayudar y darles seguimiento. Si no, será un lugar más en la tierra que pueda servirnos de ejemplo, de lo que podía ser si fracasamos. Y ojalá no tengamos muchos más de estos, que hay bastantes.

FOTO: GABRIEL LEIGH

LOLA GARCÍA-AJOFRÍN

oficio. Si es por el sentido romántico de lo que significa ser un periodista, entonces, que se pongan a leer bien los comentarios de los que ya están dentro y que tengan muy claro que se están introduciendo en un terreno movedizo, en el que el futuro está en jaque. Pero si lo que quieren es vivir la historia de su tiempo y comunicarlo de acuerdo con sus intereses, creo que va a haber cabida y campo todavía, sea cual sea la forma en la que trabajen, ya sea blog, televisión... Yo les diría que adelante.

No podemos confundir las cosas. Con los blogs está apareciendo mucha opinión, pero poco periodismo de calle. El crítico literario puede escribir excelentes opiniones sobre las novelas, pero no es escritor de novelas. Es distinto.

¿Es buen momento para dedicarse a ello? Muchos dirían que es el peor momento, pero a veces los peores momentos resultan los mejores. Porque si entras ahora y consigues encontrar un nicho, una plataforma que te solvente y te deje seguir adelante, vas a sobrevivir a todo lo que viene. Para los arrojadizos es muy buen momento, para los que no les gusta tirarse del trampolín, que escojan otra profesión.

¿Es difícil separar lo profesional de lo personal? Sí, pero hay que hacerlo. En la medida que uno pueda hay que hacer siempre el esfuerzo. Eso no significa que una vez que lo haces está ya separado para siempre. Hay que volver a hacerlo una y otra vez. Es complicado.

¿Qué papel juegan los blogs en la supuesta crisis de los medios?

¿Cómo se aprende a cubrir una guerra? Con la práctica. A través de los errores. Con instinto de supervivencia pero también con instinto de curiosidad. Y humanidad, si se puede.

Viene de Haití. ¿Cómo lo ha encontrado? He encontrado una sociedad completamente partida en dos, con la espalda rota. Y con la necesidad de que el mundo entero le dé una mano soli-

He leído que tiene vocación de maestro. ¿Cree que los periodistas pueden contribuir, si no a formar a la sociedad, a cambiarla en cierto modo? Creo que es una cuestión de conciencia. Si uno cree en lo que hace, sea periodista o artista plástico, puede conmover a otros. Puede ayudar a cambiar la sociedad porque puede despertar conciencias, y una vez dado este paso se puede contribuir a cambiar muchas cosas. De todos los lugares que ha visitado, ¿cuál ha marcado más su carrera? América Latina. Ahí es donde me he forjado como periodista y como hombre, quizá. Pero África es el continente de mi corazón. Como fue el de Kapuscinski. Sí, cuando visito África siento que es el lugar en el que debo estar. Quizá sea porque todos venimos de allí. ¿A quién deberían empezar a leer los estudiantes? Mencionaste a Kapuscinski. Yo lo descubrí cuando tenía unos 25 años. Admiré la nitidez de su prosa y los márgenes del mundo que ilustraba, que también era mi mundo. Aunque yo no haya “ficcionalizado”. Recomendaría su obra El Emperador, La guerra del fútbol, Angola, Irán y Etiopía. Y también a periodistas anteriores a él. Hemingway, en sus inicios. Mark Twain, Joseph Conrad, Graham Greene y Naipaul -el joven-.

¿Algún personaje que haya marcado especialmente su recorrido? Varios. He entrevistado a gente muy mala, asesinos. Y esa cercanía te marca. Estar al lado de una persona muy mala y no poder hacerle justicia, es difícil, frustrante. Como cuando entrevisté a un miembro del escuadrón de la muerte, en Salvador. Se llamaba Caradeputa y me explicaba cómo asesinaba a gente. O al jefe de los escuadrones de la muerte, Roberto D’Aubuisson. A Charles Taylor, más reciente, actualmente prisionero en La Haya por crímenes de la Humanidad, cuando era presidente de Liberia y responsable de asesinatos atroces. Hablaba antes de errores. ¿Ha habido algún momento en el que haya dicho ‘hasta aquí’, cojo el equipaje y me voy? No. Si tuviera que jubilarme, sería la muerte en vida. Si no fuera periodista me armaría un velero y me echaría al mar, porque no puedo concebir dejar de explorar mundo. No sería vida. ¿Algún reto profesional que le quede? Me gustaría convencer a mis editores para hacer dos crónicas muy largas: una en la Antártida y otra en el Polo Norte. Sobre la política de los Polos, mirando lo que significan y los hábitos de los países de minarlos. Antes de que sean arruinados de una vez por todas. Y mucho más, pero eso es lo más próximo. [Concluyen los 15 minutos rigurosos de entrevista. Recojo la grabadora. Pulso el off.] He leído que no graba las entrevistas. ¿Es la clave para ser un buen profesional? [Risas] No, no. Eso es una leyenda urbana. Cuando se trata de una cita importante sí grabo. Pero cuando estaba haciendo el perfil de García Márquez no me permitía grabarlo. Y aprendí a trabajar así. No me gusta grabar, pero a veces hay que hacerlo.


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