Diez cuentos de Hans Christian Andersen en purepecha

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Diez cuentos de Hans Christian Andersen en purépecha

«Temepeni wantantskweecha Hans Christian Anderseniri p’urhe jimpo»

Iris Calderón Téllez traducciones

Lorena Ojeda Dávila e d i to ra





Diez cuentos de Hans Christian Andersen en purépecha «Temepeni wantantskweecha Hans Christian Anderseniri p’urhe jimpo»

Lorena Ojeda Dávila editora

Iris Calderón Téllez traduccione s


Editora de la obra: Lorena Ojeda Dávila

ESTE LIBRO SE PUEDE REPRODUCIR, COMPARTIR, IMPRIMIR Y DISTRIBUIR LIBREMENTE. ¡POR FAVOR HÁZLO!

Traducciones español-purépecha: Iris Calderón Téllez Coordinador de arte ilustrado: Víctor Manuel Jiménez Verduzco (Jiverd) — Primera edición 2019 © Universidad Michoacana San Nicolás de Hidalgo Facultad de Historia Av. Universidad 1600, Ciudad Universitaria 58060, Morelia, Michoacán, México historia@umich.mx Instituto de Investigaciones HIstóricas Edificio C-1, Área de Institutos, Ciudad Universitaria Av. Francisco J. Múgica S/N, Villa Universidad 58030, Morelia, Michoacán, México cpiih@umich.mx © Gobierno del Estado de Michoacán Secretaría de Educación del Estado de Michoacán Siervo de la Nación 1175, Sentimientos de la Nación 58192, Morelia, Michoacán, México — Diseño y formación editorial: Jonathan Zalapa Zalapa Diseño de portada: Jonathan Zalapa Zalapa Ilustración en portada: Andrea Regina Ríos Uribe (Regina REM) Cuidado editorial: Lorena Ojeda Dávila — ISBN E-book: 978-607-29-1833-7 ISBN versión impresa: 978-607-29-1851-1 Hecho en México

Las versiones en español de los cuentos Historias del sol, Abuelita, Los vecinos y La mariposa se tomaron de la página web Cuentos e historias de Hans Christian Andersen, en: www.andersenstories.com/es/andersen_cuentos Las versiones en español de los cuentos El sapo, El abeto, Los cisnes salvajes, El escarabajo, y La niña que pisoteó el pan se tomaron del libro Cuentos de Hans Christian Andersen, 1805-1875, San José Costa Rica, Imprenta Nacional Ed. Digital, en: www.leerenciendetuimaginacion.com/descargaLibro/libros/cuentos-infantiles.pdf La versión en español del cuento La pequeña cerillera se tomó de la página web Cuentos cortos, en: www.cuentoscortos.com/cuentos-clasicos/la-pequena-cerillera Todas las versiones en danés se tomaron de la página web Andersens eventyr Samlede eventyr og historier af H.C. Andersen, en: www.andersenstories.com/da/andersen_fortaellinger


Contenido Presentación del Ing. Silvano Aureoles Conejo Gobernador Constitucional del Estado de Michoacán

Presentación del Excmo. Sr. Emb. Carlos Pujalte Embajador de México en Dinamarca

Presentación del Dr. Raúl Cárdenas Navarro Rector de la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo

Presentación del Dr. Jesper Nielsen Sección de Lenguas y Culturas Indígenas Americanas Universidad de Copenhague, Dinamarca

Dinamarca en Michoacán, una relación de amistad centenaria Dra. Lorena Ojeda Dávila

Prólogo Dr. Enrique Fernando Nava López Academia Mexicana de la Lengua Universidad Nacional Autónoma de México

Una aproximación a la vida y obra de Hans Christian Andersen Mtra. Tzutzuqui Heredia Pacheco

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cuentos ›

Anhatapu [el abeto]

Kóki [el sapo]

Nana K´éri [abuelita]

K´úmparheti [el escarabajo]

Nanaka sapichu énka kurhintani ch´atanturhipka [la niña que pisoteó el pan]

Tsïma énka pírhperatini irekanaka [los vecinos]

Parakata [la mariposa]

Marikwa sapichu énka seriyu atarant’ampka [la pequeña cerillera]

Kwirisïicha no amparhatiicha [los cisnes salvajes]

Wantaskukweecha Jurhiateeri [cuentos del sol]

Danske versioner [versiones en danés]

Semblanzas de los colaboradores

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Presentación del Ing. Silvano Aureoles Conejo Gobernador Constitucional del Estado de Michoacán

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ichoacán es su gente y sus pueblos originarios. Hablar de este maravilloso estado es remitirse a la construcción de México por las considerables aportaciones culturales, políticas y sociales de los michoacanos a la historia de nuestro país. La determinación del espíritu michoacano es tan fuerte como sus milenarias raíces conservadas en sus pueblos originarios, de entre los cuales, el purépecha es el más numeroso, con más de 120,000 hablantes. Este pueblo, además, se ha convertido en un referente de la lucha por la cultura y sus derechos ancestrales. El pueblo purépecha, anteriormente conocido como tarasco, tuvo su primer contacto con la cultura danesa en el siglo XVI a través de un misionero franciscano, Fray Jacobo Daciano, quien logró dominar la lengua purépecha, conoció de sus fiestas y tradiciones, de los mitos y realidades de este pueblo invencible, apreció su inmensa cultura y la profunda relación con sus tierras y recursos naturales, terminando su vida con la firme convicción de sentirse parte del pueblo michoacano. En el Año Internacional de las Lenguas Indígenas, nos congratula celebrar la belleza de la lengua purépecha e incentivar su uso, su transmisión y su recuperación, ya que es, sin duda alguna, una de las lenguas más extraordinarias del mundo. Es por ello que construimos este magnífico puente entre dos naciones, México y Dinamarca, a través de la obra de un personaje referente universal del cuento infantil y uno de los grandes genios literarios daneses: Hans Christian Andersen, quien ha despertado la imaginación de millones de niños en todo el mundo. En este libro, parte de su obra se ha traducido al purépecha, para seguir compartiendo sus extraordinarias creaciones entre los niños y jóvenes de nuestras comunidades en su propia lengua, con la seguridad de que la simbiosis entre la creatividad de Andersen, la riqueza del idioma purépecha y la genialidad de las comunidades indígenas, mantendrán la comunión entre dos culturas que se han enriquecido entre sí a través del tiempo y a pesar de la distancia y los orígenes tan lejanos. Este acercamiento de nuestro pueblo purépecha a la literatura universal se logra gracias al esfuerzo conjunto del Gobierno del Estado de Michoacán, de la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo, de la Embajada de México en Dinamarca y de la Universidad de Copenhague, creando con esto un punto de partida para seguir acercando pueblos hermanos, Michoacán y Dinamarca, a través de su gente y su cultura.

Ing. Silvano Aureoles Conejo 9



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Presentación del Excmo. Sr. Emb. Carlos Pujalte Embajador de México en Dinamarca

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e es muy grato presentar la traducción a la lengua purépecha de los cuentos de Hans Christian Andersen, que se da en el marco de 2019 como “Año Internacional de las Lenguas Indígenas” según Resolución de la Asamblea General de las Naciones Unidas de 2016. La Resolución se adopta para llamar la atención de la comunidad internacional al riesgo que enfrentan algunas lenguas originales de perderse por su falta de uso, lo cual sería una verdadera tragedia, ya que el lenguaje además de ser un medio de comunicación, forma parte de la identidad y cultura de un pueblo. Esta edición es a su vez una muestra de cooperación entre instituciones de México y Dinamarca, impulsado por el Gobierno del Estado de Michoacán y coordinado por la Universidad Michoacana. Es la primera de una serie de acciones para acercar a Michoacán y Dinamarca, que mantienen una relación desde 1545, año en que el monje franciscano danés Jacobo Daciano arribó a Michoacán, donde aprendió purépecha, enseñó oficios, fundó el municipio de Zacapu, y luchó por los derechos de los habitantes originarios. Permaneció el resto de su vida en Michoacán, donde falleció en Tarecuato en 1566. Esta iniciativa es importante porque tiende tanto a preservar la lengua purépecha como aportación de México a la cultura universal, así como a divulgar las grandes obras de la literatura universal, como son los cuentos de Andersen, que son una potente herramienta de transmisión de valores como la valentía y la tolerancia, a la vez que ridiculizan la arrogancia. Espero que esta publicación aporte al conocimiento mutuo entre México y Dinamarca.

Emb. Carlos Pujalte

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Presentación del Dr. Raúl Cárdenas Navarro Rector de la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo

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uando pensamos en literatura invariablemente nos instauramos en el ámbito del registro escrito pero, si nos quedamos con esta mirada corta, dejamos fuera una enorme tradición que implica el campo de la oralidad. Además al intentar una revisión de la definición y características del cuento, podemos concluir que lo que da unidad a este maravilloso, pero complejo género literario, es la raíz oral de la que se nutre. ¿Por qué la traducción de un escritor como Hans Christian Andersen, nacido en Dinamarca en el siglo XIX, puede ser atractiva para los hablantes de purépecha? La respuesta se podría argumentar desde distintos enfoques, por ahora baste decir que una clave se encuentra en la magia de las palabras que pueden ser leídas e imaginadas por las niñas y niños, así como el público de cualquier edad, que disfruten de estas páginas multiculturales. Con esta edición en tres idiomas tenemos la oportunidad de acceder a las historias de un abeto, un sapo, una abuela, un escarabajo y una niña que pisoteó el pan con sus zapatos, entre otras narraciones; nada que no conozcamos, que suene raro o extraño, pero sí un conjunto de textos con los que nos podemos sorprender y emocionar, y en los que resuenan ecos culturales que nos asemejan y acercan con Dinamarca. En cuanto a la parte visual, las ilustraciones realizadas por estudiantes y profesores de la Facultad Popular de Bellas Artes de nuestra universidad, acompañan armoniosamente a las letras. Para la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo es un honor contribuir con este ejemplar a la celebración de nuestro legado cultural, más aún este año que se conmemora el Año Internacional de las Lenguas Indígenas por parte de la UNESCO. Este libro, en el que participan orgullosa y coordinadamente diversas dependencias universitarias, como la Facultad de Historia, el Instituto de Investigaciones Históricas y la Facultad Popular de Bellas Artes de la Universidad Michoacana, nos recuerda que somos herederos de una tradición que perdura en la vida cotidiana contemporánea; contar historias, escucharlas y guardarlas en la memoria es parte de nuestro día a día.

Dr. Raúl Cárdenas Navarro

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Presentación del Dr. Jesper Nielsen Sección de Lenguas y Culturas Indígenas Americanas Universidad de Copenhague, Dinamarca

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os mitos, las leyendas y los cuentos de hadas han sido siempre una parte de la cultura humana. Primero transmitidas por la vía oral y después por medio de la palabra escrita, durante siglos e incluso milenios, estas narrativas han servido para explicar la creación del mundo y plantear otros cuestionamientos existenciales relacionados con la vida y la muerte. Más aún, proporcionan los lineamientos esenciales sobre lo que se considera una conducta moral y socialmente correcta y ofrecen miradas profundas en la psique humana; a menudo con los personajes en forma de animales. Sin embargo, los mitos, las leyendas y los cuentos hacen mucho más que esto: también nos entretienen y nos hacen reunirnos para leerlos y escucharlos. En mi propio trabajo he tenido el enorme privilegio de trabajar con las narrativas épicas míticas de las civilizaciones precolombinas de Mesoamérica, como la Leyenda de los soles de los mexicas o el Popol Vuh de los mayas K’iché. Estos maravillosos recuentos mitológicos e históricos han sido traducidos a muchas lenguas y ahora forman parte del patrimonio literario cultural al que todos podemos tener acceso y disfrutar. Teniendo esto en mente, es un enorme placer presentar una selección de cuentos de H. C. Andersen para la gente purépecha de México -en su propia lengua-. De esta forma reconocemos no sólo el genio del escritor danés, sino también el valor y la importancia de una de las diversas lenguas indígenas que se hablan en México. H. C. Andersen amaba viajar y su famosa máxima “ Viajar es vivir” es un testimonio de su interés por conocer nuevas personas y nuevas culturas. Paradójicamente él nunca cruzó el Atlántico. No obstante, cuando Andersen aún vivía, México reconoció de manera oficial sus extraordinarios talentos como escritor. De esta manera, el 15 de noviembre de 1865, el Emperador Maximiliano firmó una carta que fue despachada hacia Dinamarca. Junto con la carta iba una medalla en forma de cruz en blanco, rojo y verde, con una imagen de la Virgen de Guadalupe en el centro y sobre ella, el águila azteca posada sobre un nopal. La carta era breve pero poderosa. Hans Christian Andersen había recibido el más alto honor que podía conferirse a un extranjero: Queriendo dar un testimonio de Nuestra particular benevolencia al Sr. Andersen, escritor en Dinamarca lo Nombramos Comendador de la Orden Imperial de Guadalupe. Con la presente publicación se está escribiendo un nuevo e importante capítulo en la ya larga historia de H. C. Andersen y México.

Dr. Jesper Nielsen 15



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Dinamarca en Michoacán, una relación de amistad centenaria

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a relación de amistad entre los pueblos de Michoacán y Dinamarca comenzó hace casi cinco siglos, cuando llegó a estas tierras el fraile danés Jacobo Daciano, de quien muchos investigadores aseguran fue un príncipe, muy probablemente el hijo menor del rey Juan y la reina Cristina de Dinamarca. Fue además el primer danés probado históricamente en llegar al Nuevo Mundo y uno de los misioneros franciscanos más comprometidos con la evangelización, pero más allá de eso, fue una persona que luchó por el respeto a las formas de vida de los habitantes originarios de las tierras conquistadas. De hecho, una de las batallas más importantes que libró fray Jacobo con algunos miembros de su misma orden monástica y con la clerecía novohispana fue la defensa del argumento de que la conversión al catolicismo debería implicar la aceptación de la ordenación de sacerdotes indígenas y, por supuesto, de llevar a cabo y proteger la evangelización en las diversas lenguas originarias presentes en cada uno de los lugares donde se realizaba la conquista espiritual. Fray Jacobo Daciano aprendió y llegó a dominar la lengua tarasca (hoy conocida mayormente como purépecha), además del náhuatl y varias lenguas del Viejo Mundo. Su recuerdo y su legado persisten con gran vitalidad en el pueblo de Tarecuato y en la ciudad de Zacapu, fundada por él. La amistad entre el pueblo purépecha, el pueblo de Michoacán y el pueblo danés ha continuado a lo largo del tiempo a través de esfuerzos binacionales. En el año 2008, la reina Margarita de Dinamarca visitó el estado de Michoacán y recorrió los pueblos donde se estableció Fray Jacobo, estuvo en Tzintzuntzan y en Tarecuato, acompañada por el entonces gobernador Leonel Godoy y el expresidente Felipe Calderón. En el año 2016, el primer ministro danés Lars Løkke Rasmussen visitó el puerto Lázaro Cárdenas con el entonces presidente Enrique Peña Nieto e inauguraron la Segunda Terminal Especializada de Contenedores. En diversos momentos ha existido un acercamiento amistoso por parte de los oficiales de la Embajada de Dinamarca en México con el estado Michoacán. Por su parte, el estado de Michoacán tiene un gran interés en fortalecer estos lazos de amistad centenaria y concretarlos en acciones de colaboración en lo inmediato. De esta manera, en enero de 2019 el gobernador del estado de Michoacán, Ing. Silvano Aureoles Conejo, realizó una visita a Dinamarca para sostener diversas reuniones de trabajo con empresarios, académicos y con el sector turístico daneses, con la finalidad de incrementar la participación y colaboración entre nuestro estado y Dinamarca. En el mes de junio 2019, se llevó a cabo en Copenhague un festival cultural mexicano organizado por la Embajada de México en Dinamarca con la participación del estado de Michoacán en términos de promoción turística y artesanal. Estas acciones han marcado el inicio de un programa de colaboración intergubernamental e interinstitucional puesto que la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo, encabezada por el rector, Dr. Raúl Cárdenas Navarro, ha liderado las acciones académicas. Siendo que el 2019

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ha sido proclamado por la Organización de las Naciones Unidas como el Año Internacional de las Lenguas Indígenas, inscribimos el libro que los lectores contemplan como un esfuerzo colectivo para celebrar la belleza de la lengua purépecha a través de la traducción de 10 cuentos poco conocidos de uno de los más grandes escritores daneses: Hans Christian Andersen. El libro responde a un interés gubernamental e institucional binacional en el cual se han conjuntado el trabajo de traducción de Iris Calderón Téllez, historiadora originaria del poblado purépecha de Santiago Azajo,, con la pertinente semblanza de la vida y la obra de Andersen realizado por la Mtra. Tzutzuqui Heredia y la creatividad y el talento de los artistas visuales provenientes de la Facultad Popular de Bellas Artes de la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo, Ana Karen Alba, Ana Paula Barajas, Andrea Regina Ríos (Regina Rem), Brenda Guido, Dennis Alí Rodríguez, Hugo Enrique Nieto (Toby), Nadia Ortiz y Sharaí Soria, coordinados por el Dr. Víctor Manuel Jiménez. La obra ha sido prologada magistralmente por el Dr. Fernando Nava, ex director fundador del Instituto Nacional de Lenguas Indígenas (INALI), miembro de la Academia Mexicana de la Lengua y uno de los más grandes conocedores y defensores de las lenguas indígenas mexicanas, quien además, llevó a cabo una revisión de las traducciones al purépecha. Debido a que existen diversas variantes en la lengua purépecha, hasta este momento no se cuenta con un consenso lingüístico relativo a la forma de escribirla; sin embargo, se ha empleado un estilo generalizado con caracteres del alfabeto latino. Con este libro queremos motivar a los niños y jóvenes purépechas a leer en su lengua, a aprenderla en el caso de quienes no la conozcan, a sentarse en familia y convivir mientras se leen sus páginas, a impulsar a los profesores bilingües y monolingües a usar estas lecturas en una de las lenguas más bellas y únicas del mundo. Queremos motivar a todos los lectores, de la ciudad y del campo, de todos los orígenes, de todos los niveles educativos, a conocer y respetar la belleza de las lenguas originarias del estado y del país, e incluso de lugares tan lejanos como Dinamarca, y de las personas que tienen la fortuna de hablarlas y resguardarlas. Esta obra ha sido posible gracias al apoyo de diversas personas e instituciones. En primer lugar, se debe al apoyo decidido del gobierno del estado de Michoacán, encabezado por el gobernador, Ing. Silvano Aureoles Conejo y de la Secretaría de Educación del el estado de Michoacán y su secretario, Mtro. Alberto Frutis. Asimismo, de la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo y su rector, el Dr. Raúl Cárdenas Navarro, de la directora saliente de la Facultad de Historia, Mtra. Tzutzuqui Heredia y el director del Instituto de Investigaciones Históricas, Dr. Eduardo Mijangos. Hemos contado también con el respaldo decidido de la Embajada de México en Dinamarca, del Excmo. Sr. Embajador Carlos Pujalte y de la Jefa de Cancillería, Victoria Romero. Otro respaldo fundamental ha sido el de la Universidad de Copenhague en Dinamarca y del reconocido especialista en temas mesoamericanos, Dr. Jesper Nielsen. En este Año Internacional de las Lenguas Indígenas ¡Celebrémoslas, conozcámoslas y respetémoslas!.

Dra. Lorena Ojeda Dávila 18

Editora de la obra Facultad de Historia/UMSNH


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Prólogo Dr. Enrique Fernando Nava López Academia Mexicana de la Lengua Universidad Nacional Autónoma de México

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a Asamblea General de las Naciones Unidas proclamó al 2019 como el Año Internacional de las Lenguas Indígenas. Pero, permítanse los cuestionamientos siguientes: ¿qué es una lengua indígena o cuáles son éstas? Los mexicanos sabemos –aunque no todos o al menos no todos tienen el interés en saberlo– que en nuestro país se hablan lenguas indígenas, además del español. Algo semejante podría decirse de lo que saben los bolivianos, peruanos, canadienses, brasileños, estadounidenses, colombianos, de entre otros habitantes de nuestro continente; cada cual sabe pues de la presencia de lenguas indígenas, originarias, nativas, autóctonas, etcétera, de su respectiva nación, además, también, del uso en el mismo territorio de otras lenguas, sea de nuevo el español, o el inglés y el francés, principalmente. Una pregunta más: en otros continentes o en otros países, ¿hay también lenguas indígenas? Y, de ser el caso, ¿cómo identificarlas? La proclamación antes referida de las Naciones Unidas nos ofrece cierta orientación en ese respecto: este Año Internacional está “dedicado a las lenguas históricamente marginadas”. Bien se comprende que este enunciado no puede responder a todas las interrogantes que existen o puedan surgir sobre este tema (¿cuánto tiempo debe pasar para poder etiquetar algo como “histórico”? ¿qué quiere decir “marginada” o de cuántas clases de “marginalidad” estamos hablando?). Sin embargo, para los propósitos inmediatos de la presente publicación, la noción de lenguas históricamente marginadas la podemos considerar en dos sentidos. No podemos negar, por un lado y aunque nos duela –otra vez: no a todos o al menos no a todos por igual–, que la lengua purépecha, a la que están traducidos los diez cuentos de Hans Christian Andersen motivo de estas páginas, es una lengua históricamente marginada. Y por otro lado, aunque nos incomode la ignorancia –cosa no reconocida por todos, etcétera– no sabemos a priori si el danés, la que suponemos fue la lengua materna del autor de tales cuentos, es o no una lengua indígena. En términos prácticos, podríamos decir que el danés no es una lengua históricamente marginada, porque al menos esa imagen se produce al observar el devenir general de los monarcas de Dinamarca a partir del siglo XV (época, por cierto, a la que pueden corresponder varios de los sucesos narrados en la Relación de Michoacán). Ahora la pregunta es: en Dinamarca, ¿sólo se habla danés? O, acaso, ¿hay ahí otras lenguas y alguna de ellas es indígena, de acuerdo con el criterio de la marginación histórica? Motivados por el tema que se celebra en este 2019, a continuación se proporcionan algunos datos lingüísticos de Dinamarca. El principal propósito de presentarlos es para que aquellos que crean que en ese país únicamente se habla el danés cambien su manera de pensar; y será cada lector quien determine

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a cuál de las lenguas mencionadas se le podría calificar de “indígena”, apoyándose para ello en la información de la “marginalidad histórica” que aquí pudiera identificar, que tenga en mente o que desee ponerse a investigar. En la actualidad, se puede hablar en general de 6 lenguas en relación con Dinamarca, a saber: el dansk o danés, el dansk tegnsprog o lengua de señas danesa, el tysk o alemán estándar, el engelsk o inglés, el kalaallisut o groenlandés, todas ellas en uso, y el rodi, rotwelsch o romaní danés, lengua extinta desde principios del siglo XX. Veamos a continuación algunas generalidades de cada una de ellas. El danés, también llamado rigsdansk, es una lengua germánica de la familia lingüística indoeuropea. Es la lengua nacional del país y la hablan alrededor de 5,500,000 personas. Tiene 3 grandes subdivisiones: el bornholmsk o danés de Oriente; el jutish o danés del Occidente (con 4 sub-variantes internas: sønderjysk o jutish sureño, vestjysk o jutish occidental, østjysk o jutish oriental, y nordjysk o jutish norteño); y el danés isleño (con 2 sub-variantes internas: sjaelandsk o sealandés y fynsk o fionés); aunque muchas de esas variantes se están olvidando lentamente. El danés también se habla en Alemania (donde hay escuelas danesas), en Groenlandia, en las Islas Faroe, y en Suecia. La lengua de señas danesa, aunque su primera escuela data de 1807, fue reconocida como tal hasta 2015. La emplean alrededor de 5,000 individuos, de acuerdo con la Asociación de Sordos Danesa. Indudablemente, es una lengua vigorosa y en desarrollo; el gobierno ha instalado 6 escuelas primarias para sordos; también se emplea en la TV; y en este año de 2019, se contaron 400 intérpretes de esta lengua, en activo en los juzgados, en eventos públicos importantes, en la capacitación laboral, en programas de salud mental, entre otros ámbitos. Es inteligible con las lenguas de señas sueca y noruega, no así con la finlandesa. El alemán estándar, lengua germánica de la familia indo-europea, es hablada en Dinamarca por cerca de 3,000,000 de personas, aunque sólo unos 30,000 de ellos la tienen como lengua materna. Existen ahí escuelas alemanas, obedeciendo su presencia a los flujos migratorios, concentrados en la región sur, precisamente en la frontera con Alemania. El inglés, también lengua germánica indo-europea, la hablan en Dinamarca unos 5,000,000 de individuos, estimando que es la lengua materna de únicamente 25,000 de ellos. Se encuentra inserta en la educación institucional. El groenlandés, también llamado inuktitut, es una lengua de la familia lingüística esquimalaleutiana o inuit-inupiaq, originaria de América del Norte. La hablan más de 7,000 personas en Dinamarca. Finalmente, el romaní danés, fue una lengua en particular, basada en general en el danés, con un nutrido número de préstamos léxicos de la lengua romaní; por esta razón, puede considerarse una lengua mezclada. Su presencia en Dinamarca se relaciona con la deportación de hablantes de romaní que ordenó el rey Jaime IV de Escocia, a principios del siglo XVI. Es posible que haya sido inteligible

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con el romaní de los migrantes noruegos y suecos, pero no necesariamente con el angloromaní. Como ya fue anunciado, el romaní danés se dejó de hablar hace poco más de 100 años. Para completar el escenario lingüístico de Dinamarca, a las seis anteriores, habrá que añadir las siguientes 35 lenguas, correspondientes a la población inmigrada recientemente a este país; se trata del árabe, bosnio, búlgaro, croata, chino, eslovaco, español, estonio, feroés, finlandés, francés, griego, húngaro, iraní de Persia, islandés, italiano, kurdo del Norte, letón, lituano, lu-mien, noruego, polaco, portugués, rumano, ruso, serbio, somalí, sueco, tagalo, tailandés, tamil, turco, ucraniano, urdo y vietnamita. El número de usuarios varía de lengua a lengua; la que cuenta con menos es el serbio, 1,400, y la que cuenta con más es el árabe, 60,000, aproximadamente. Esta es la radiografía lingüística contemporánea de una nación que guarda determinadas relaciones con la población purépecha de Michoacán, ¿por qué? Porque ahí nació fray Jacobo Daciano, a fines del siglo XV, quien tuviera como lenguas maternas el danés y el alemán; quien luego aprendiera latín, griego y hebreo; y quien como franciscano llegara a la Nueva España, donde aprendió las lenguas náhuatl, primero, y purépecha después, luego de ser enviado como misionero al actual territorio michoacano, donde murió en 1566. Un políglota, nacido en un país que desde hace muchos años no puede ser considerado monolingüe y avecinado en otro país histórica y permanentemente multilingüe. Y desde luego que ahora, mediante otra figura danesa, el gran Hans Christian Andersen, se establece otra relación más entre Dinamarca y Michoacán, en particular, con los purépechas. No contamos con mucha información sobre las competencias lingüísticas de nuestro personaje; y es posible que hablara la variante danesa fynsk, por ser la que corresponde a la isla de Fiona, toda vez que él nació en Odense, ciudad capital de dicho lugar. Es probable que también hablara alemán e inglés ya que, de acuerdo con sus biógrafos, Andersen leyó a los escritores alemanes Johann W. Goethe, Friedrich von Schiller y Ernest T. A. Hoffmann, así como a William Shakespeare, además de la amistad que entabló con Charles Dickens, autores ingleses; y si bien no llegó a hablar esas otras lenguas, al menos sí las pudo leer, suponiendo, claro, que las obras de tales escritores las conoció en su lengua original y no por medio de traducciones al danés. Sabemos también que Andersen realizó varios viajes por distintos países de Europa, tales como Alemania, España, Francia, Grecia, Inglaterra, Italia, Malta, Portugal, Suecia y Turquía. Es insostenible decir, en absoluto, que él haya hablado las lenguas de todos esos lugares, no. Pero tampoco parece plausible decir que nuestra figura se expresó única y exclusivamente en su variante del danés. Finalmente, algo que sí consta es que, en vida de Andersen, varias de sus obras fueron traducidas al alemán, al francés y al inglés; y que en la actualidad el número de lenguas en las que es posible leer sus escritos asciende prácticamente a un centenar. La lengua purépecha, por cierto, ya está incluida

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dentro de ese conjunto; en la década pasada, el Instituto Nacional de Lenguas Indígenas y la Embajada de Dinamarca en México publicaron un par de cuentos traducidos a dicha lengua michoacana. En conclusión, convirtamos esta publicación en uno más de los alientos que mantienen viva la lengua purépecha, a la vez que en una gran celebración a Hans Christian Andersen y a su genialidad literaria, porque son excelsos impulsos y puentes hacia el multilingüismo, realidad favorable para con las lenguas indígenas, cuya historia discriminatoria debemos revertir, no sólo en este 2019, sino desde ahora y hasta siempre.

Dr. Enrique Fernando Nava López

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Una aproximación a la vida y obra de Hans Christian Andersen

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a mañana nublada del 2 de abril de 1805 nacía, en una pequeña isla del Mar del Norte, un niño de brazos delgados y largas piernas. En Odense, capital de la isla danesa de Fionia, este nacimiento pasó desapercibido. La mayoría de la población aún recordaba con tristeza la derrota que había sufrido la flota danesa, cuatro años atrás, frente a los navíos ingleses en la llamada Primera Batalla de Copenhague. En un contexto así, la llegada al mundo de un nuevo ser no era importante. Nadie imaginaba entonces que treinta años después toda Dinamarca y buena parte de Europa conocerían, a través de su obra literaria, a este niño a quien sus padres dieron el nombre de Hans Christian Andersen. Al igual que muchos de los personajes de sus cuentos, el nacimiento y origen familiar de Christian Andersen tienen un toque misterioso y fantástico. En 1987 surgió del interior de la escuela de Slegelse, en la que Andersen estuvo becado, una interesante propuesta (calificada por muchos críticos como descabellada): Hans Christian Andersen era hijo del joven príncipe Christian Fredrik y de la condesa finlandesa Elise Ahlefledt-Laurvig quien tenía escasos 16 años de edad. El historiador Jens Jörgensen sostiene, basado en documentos no oficiales (cartas y diarios de particulares principalmente) que debido a la juventud de los padres y a las costumbres y moral de la época, el pequeño Hans fue dado en adopción a una pareja de zapateros de Odense. Este origen noble explicaría ciertos privilegios que tuvo durante su vida, como el poder jugar con el príncipe Frits en el castillo de Odense o el ser nombrado oficial cuando éste era un título militar reservado a los nobles. Sin duda esta propuesta da un toque mágico a la vida de uno de los escritores de cuentos más conocido a nivel mundial. De origen noble o humilde, lo que podemos afirmar es que la obra de nuestro autor se nutrió de la realidad en la que creció y su imaginación y fantasía se desarrollaron en buena medida por la influencia de su familia. Sus biógrafos coinciden en señalar que sus padres fueron Hans Andersen, un zapatero pobre, a quien describen como amante de la literatura, librepensador y soñador, y su madre Anne Marie Andersdatter, una humilde lavandera que no sabía escribir pero que era muy trabajadora e indulgente con sus hijos. Durante su niñez escuchó un sinnúmero de cuentos de boca de su abuela y de su padre quien construyó y le heredó un teatro de títeres con el que jugaba horas y horas, imaginando que él pisaría algún día los escenarios del Teatro Real convirtiéndose en un exitoso actor, cantante o bailarín. Los sueños y aspiraciones del joven Hans fueron interrumpidos de manera cruel con la muerte de su padre y el segundo matrimonio de su madre, por lo que con apenas 14 años de edad, decidió viajar a Copenhague, capital de Dinamarca, para hacer realidad lo que tanto anhelaba al jugar con sus títeres. Los primeros años en la ciudad fueron difíciles. Su carácter tímido y retraído, su deficiente educación y condición de pobreza no eran de gran ayuda. Pero Andersen no se dio por vencido;

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recurrió al italiano Giussepi Siboni, director del Teatro-Escuela de Música, quien le facilitó algo de dinero e impartió clases de canto. Sin embargo su destino era ser un gran escritor, no un cantante. El camino que debía seguir para lograrlo le fue señalado nuevamente de manera atroz. En esta ocasión fue el crudo invierno de 1822 el que lo sorprendió mal alimentado y sin ropa abrigadora. Como era de esperarse, Hans enfermó y al no tener la atención médica adecuada su garganta quedó arruinada junto con su voz y futuro como cantante. Nuevamente Hans buscó ayuda. Esta vez fue el consejero de Estado Jonás Collin quien le consiguió una beca en la escuela latina de Slagelse. A los 23 años presentó y aprobó los exámenes de bachillerato y se matriculó en la Universidad de Copenhague, encontrando así su vocación de escritor. Entre 1829 y 1834 escribió y publicó narraciones en prosa, algunos poemas y un libreto para una ópera que le permitieron obtener del Rey una beca de estudios para viajar por Alemania, Francia e Italia. En 1835 fue publicada su primera novela, El Improvisador, un texto autobiográfico que se tradujo a varios idiomas y lo dio a conocer en buena parte de Europa. En su siguiente obra escribió cuatro breves historias en las que revivió los relatos que su padre y abuela le contaban; este cuaderno, titulado Cuentos de hadas para niños, fue aclamado por la crítica que calificó como “perfectos” cada uno de los textos. Poco a poco los cuentos de Hans Christian Andersen se difundieron en Alemania, Suecia e Inglaterra convirtiéndose a sus 30 años de edad en el escritor danés más traducido y conocido en el continente europeo. Este logro llegó a oídos del rey Federico VI quien le otorgó una beca literaria que le garantizó ingresos anuales y le permitió vivir de manera digna. Hans Christian Andersen escribió, en un lapso de 37 años, alrededor de 168 cuentos para niños, siendo los más conocidos El patito feo, La sirenita, El soldadito de plomo, La niña de los fósforos, La princesa y el guisante, Los cisnes salvajes, El traje nuevo del emperador y La Reina de las Nieves. Pero su producción no se limitó a este género literario. Escribió novelas, entre las que destacan O.T., Las dos baronesas y Pedro el afortunado; narraciones en prosa de sus viajes, como el Libro de estampas sin estampas, En España y Una visita a Portugal; poemas recopilados en las colecciones Fantasías y esbozos y Los doce meses del año; libretos para ópera y obras de teatro como La novia de Lammermoor y El Mulato, y textos autobiográficos, como El libro de la vida, El cuento de mi vida y Mit Livs Eventyr. En 1858, después de publicar una colección de textos de hadas titulada Cuentos Nuevos, Andersen comenzó a leer sus cuentos en voz alta a públicos de hasta 900 personas, así como su padre se los leía cuando era niño. Para ese entonces su obra ya se publicaba en danés, inglés, francés, sueco y alemán; después de su visita a España (1862) y Portugal (1866), sus cuentos se tradujeron y difundieron por toda Iberoamérica.[ 1 ] A su regreso de Portugal, el Rey de Dinamarca le concedió el título de Consejero de Estado y en 1867 fue declarado Ciudadano Ilustre en su ciudad natal. [ 1 ]  Edmée Álvarez apunta que el gobierno de México le otorgó la Orden de Guadalupe el 25 de abril de 1866. Cfr.”La vida y los cuentos de Hans Christian Andersen” en, Andersen H.C., Cuentos, México, Editorial Porrúa, 1986.

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Los críticos literarios señalan que el éxito de sus obras, especialmente el de los cuentos para niños que son calificados como verdaderas joyas literarias, se debe ente otras cosas al equilibrio que Andersen logró entre la realidad y la fantasía, posiblemente derivado de la amistad que mantuvo con Charles Dickens, representante del realismo literario, durante su segunda estancia en Inglaterra. El otro factor del éxito es la originalidad de sus relatos, que sin duda estaban inspirados en tradiciones, mitos y leyendas populares pero, a diferencia de Perrault y los hermanos Grimm que se apegaron a las versiones originales, Andersen se guio por su imaginación y experiencias propias, convirtiendo en protagonistas de sus historias a objetos inanimados, animales, árboles y por supuesto a los seres humanos. Los cuentos de Hans Christian Andersen abordan los múltiples sentimientos y emociones del ser humano (amor, dolor, orgullo, egoísmo, odio, tristeza, bondad, soledad) y recrean una realidad que a ratos puede ser difícil, áspera, dura y en otros momentos amable, dulce y agradable. Una realidad compleja que sirve de escenario a la lucha constante entre el vicio y la virtud, el valor y la cobardía, el amor y el odio, el bien y el mal. Los personajes más desamparados, vulnerables y humildes de sus cuentos, reciben el consuelo y el premio a su virtud de manos de seres fantásticos y sobrenaturales. Pero con frecuencia los finales de sus cuentos no son felices y la retribución a una existencia desdichada no siempre es en esta vida si no en el más allá, después de la muerte. La cálida tarde del 4 de agosto de 1875, Hans Christian Andersen emprendió el más largo de sus viajes llevando como único equipaje su gran imaginación y teniendo como último punto de llegada el cementerio Assistens en Copenhague, Dinamarca. Aquel niño tímido e inseguro, desconocido e ignorado durante mucho tiempo, es ahora recordado y leído por miles de niños, jóvenes y adultos de distintas generaciones, en diversos puntos del planeta. En su honor cada 2 de abril, fecha de su nacimiento, se celebra el Día Internacional del Libro Infantil; en su memoria el Ayuntamiento de Odense, en colaboración con una fundación privada, otorgan cada dos años, el Premio Hans Christian Andersen de Literatura y la International Board on Books for Young People concede un premio con su nombre, a los autores e ilustradores que hayan hecho contribuciones duraderas a la literatura infantil y juvenil. El 2019 ha sido nombrado por la Asamblea General de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) como el Año Internacional de las Lenguas Indígenas y es en este marco que queremos reconocer el aporte que hace el idioma purépecha a la riqueza y diversidad cultural y lingüística de nuestro país y el mundo a través de esta selección de cuentos de uno de los grandes genios de la literatura universal, el más conocido y traducido de todos los tiempos.

Mtra. Tzutzuqui Heredia Pacheco Facultad de Historia, UMSNH

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Anhatapu [e l a be to]

Jini p´ukuminturio jarhaspti ma anhatapu sési jásï ka sapichitu. Jima enka k´éni jápka sési jarhaspti, tsanta atasïrampti ka no kweratani tarhiata, ka mámaru jásï anhatapuecha ka sánteru k´ératiicha wirhipatsïramptiksï. [versión en español] Allá en el bosque había un abeto, lindo y pequeñito. Crecía en un buen sitio, le daba el sol y no le faltaba aire, y a su alrededor se alzaban muchos compañeros mayores, tanto abetos como pinos. Pero el pequeño abeto sólo suspiraba por crecer; no le importaban el calor del sol ni el frescor del aire, ni atendía a los niños de la aldea, que recorrían el bosque en busca de fresas y frambuesas, charlando y correteando. A veces llegaban con un puchero lleno de los frutos recogidos, o con las fresas ensartadas en una paja, y, sentándose junto al menudo abeto, decían: « ¡Qué pequeño y qué lindo es! ». Pero el arbolito se enfurruñaba al oírlo. Al año siguiente había ya crecido bastante, y lo mismo al otro año, pues en los abetos puede verse el número de años que tienen por los círculos de su tronco. “¡Ay!, ¿por qué no he de ser yo tan alto como los demás?” -suspiraba el arbolillo-. Podría

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Jóperu imani anhatapu sapichu imankusï wantanekwa jatsipti para k´éni; nóksï ampe ikitasïrampti tataka sapirhatiicha ts´ïma énka niraampka p´ukuminturio fresa ka frambuesa[ 1 ] p´ikuni winhachaparini ka wiriipani. Ménchani ts´ïma tataka sapirhatiicha antarherasïrampti imani anhatapuni imani frutani[ 2 ] yétakata ka ch´atak´utini katsik´utini, ka arhisïramptiksï ¡Xáni sapichitueka ka xáasï jasïka!. Ka ima anhatapu imani kurhatiini ikiisïerampti. Máteru jimpo wéxurhini kánekwa k´éspti ya, ka jiniani máterhu wéxurhini sánteru. “¡Ay!, ¿antisïni no xáni k´é iska maruterueecha? -k´arhanchit´asïrampti anhatapu sapichu-. Úpirinkani axantikuechani yápuru isï etsakwani ka wirhipatani ka erap´ani jarhani yámentu karhakwa jatini. Kwiniicha úpirinti axantikwa juchetichaarhu úani xerekweechani, ka enka tarhiapirinka, manhatapirinka ts´ïmani xerekuechani.

[ 1 ] Estas dos frutas se mencionan con el préstamo del español, solamente cambia o se le agrega una letra al final, dependiendo como se indique en la oración. [ 2 ] Fruta al igual que las anteriores, no cuenta con traducción al purépecha.


Ilustración—Nadia Ortiz Corza

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—Anhatapu—

desplegar las ramas todo en derredor y mirar el ancho mundo desde la copa. Los pájaros harían sus nidos entre mis ramas, y cuando soplara el viento, podría mecerlas e inclinarlas con la distinción y elegancia de los otros. Le eran indiferentes la luz del sol, las aves y las rojas nubes que, a la mañana y al atardecer, desfilaban en lo alto del cielo. Cuando llegaba el invierno, y la nieve cubría el suelo con su rutilante manto blanco, muy a menudo pasaba una liebre, en veloz carrera, saltando por encima del arbolito. ¡Lo que se enfadaba el abeto! Pero transcurrieron dos inviernos más y el abeto había crecido ya bastante para que la liebre hubiese de desviarse y darle la vuelta. « ¡Oh, crecer, crecer, llegar a ser muy alto y a contar años y años: esto es lo más hermoso que hay en el mundo! », pensaba el árbol. En otoño se presentaban indefectiblemente los leñadores y cortaban algunos de los árboles más corpulentos. La cosa ocurría todos los años, y nuestro joven abeto, que estaba ya bastante crecido, sentía entonces un escalofrío de horror, pues los magníficos y soberbios troncos se desplomaban con estridentes

No tsitisïranti jurhiateri t´intskwani, ni tsipitiichani ts´ïma énka kárampka ka ni xurhata charhapitiichani, ts´ïma énka tsipa ka inchatiru xarharanampka awantarhu. Énka niarampka inviernu ka nieve[ 3 ] kápatseni, liebre[ 4 ] ma mémechani parhikusïrampti jima esï wiriipani ka arachakusïrampti anhatapuni. ¡Jimpo isï ikiampti anhatapu! Jóperu tsimani inviernuecha parhikuspti ya ka ima anhatapu k´éni ya sánteru para énka ima liebre nóteru arachakupirinka. ¡Oh, k´éni, ka k´éni, ménku xáni yótani ka miyusïrampti wéxurhini ka wéxurhini: i xáni sési tsipekuesti ixu parhakpenirhu!, eratsentasïrampti ima anhatapu. Ementaeri jimpo iwiriicha nirasïrampti para ch´apani ts´ïma anhatapuechani sánteru tepari ka k´ératiichani. Mántani wéxurhini isï ukorhesïrampti, ka ima anhatapu sapichu chésïrampti, jimpo énka jukari k´éspka ya. Ts´ïma ch´kari teparhatiicha ménku xáni winhani antatseranhasïrampti. Ts´ïma achaatiicha kachurheasïrampti axantikweechani, ka anhatapweecha nóteru ampe jukakorhekorasïrampti, yámentu patsïrhekorhenhani ka k´arhirekorhenhani ka nóteru ne ma míteant´ani. Ka mótsetarakwarhuksï jatsirasïrampti para petaatani jima p´ukuminturio. ¿Nániksï pásïrampi? ¿Ampe suerte erokasïrampi?

[ 3 ] Invierno y nieve tampoco poseen una traducción propia en la lengua purépecha, por lo tanto, cuando se mencionan en diferentes párrafos del texto, únicamente se adecúan al purépecha. [ 4 ] El nombre de este animal funcionará a lo largo del texto -cuando se mencione- en la misma lógica que con las palabras que no poseen una traducción en la lengua purépecha.

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Ima jimpo jurhiakwa énka tsïtsïkiicha tsïpanhant´ampa, énka niantaaka golondrineecha[ 5 ] ka japosï, ima anhatapu k´urhamarheaspti: -¿Nótsï míteski naniksï páski ts´ïma anhatapuechani? ¿Nóts´ï náni exaski? Golondrineecha no ma ampe mítespti, jóperu ima japosï wantanekwa jinkoni manhatsïsïrampti, ka arhispti: -Jóxaru. Enkani Ejiptu junkwani jápka, wánekwa barcu[ 6 ] jimpani exenunkwaspka, ts´ïma teruk´anirhu ch´kari anharhapmpka. Ji arhik´a íska ts´ïma jintepka, jimpo énka ch´kari jamarhantenhasïrampka. Wánekwatsïni míantskweechani intskusti para t´u. Ménku xáni sési ninhaxapti! -¡Ah! ¡Wékapirinkani jit´uni xáni yótani pára parhimeni k´éri yurhekwarhu! Jóperu ¿ampeeski k´éri yurhekwa, ka ná jáxiski? -¡Yóparhapapirinka para eyankunkini! -isï arhispti japosï, ka sóntku k´étakuni. -Tsipepirinkari énkari sapichkueeka -arhisïramptiksï jurhiateeri t´íntskuecha-; tsipe énkari sési k´éni jaka ka tepakasïnti, enkari yáasï sapichkueka. Ka tarhiata intskusïrampti putisï sésiikwa jinkoni, ka xúmu wékorhesïrampti jima anhathapuurhu, jóperu

crujidos y gran estruendo. Los hombres cortaban las ramas, y los árboles quedaban desnudos, larguiruchos y delgados; nadie los habría reconocido. Luego eran cargados en carros arrastrados por caballos, y sacados del bosque. ¿Adónde iban? ¿Qué suerte les aguardaba? En primavera, cuando volvieron las golondrinas y las cigüeñas, les preguntó el abeto: -¿No saben adónde los llevaron ¿No los han visto en alguna parte? Las golondrinas nada sabían, pero la cigüeña adoptó una actitud cavilosa y, meneando la cabeza, dijo: -Sí, creo que sí. Al venir de Egipto, me crucé con muchos barcos nuevos, que tenían mástiles espléndidos. Juraría que eran ellos, pues olían a abeto. Me dieron muchos recuerdos para ti. ¡Llevan tan alta la cabeza, con tanta altivez! -¡Ah! ¡Ojalá fuera yo lo bastante alto para poder cruzar los mares! Pero, ¿qué es el mar, y qué aspecto tiene? -¡Sería muy largo de contar! -exclamó la cigüeña, y se alejó. -Alégrate de ser joven -decían los rayos del sol-; alégrate de ir creciendo sano y robusto, de la vida joven que hay en ti.

ima anhatapu no ísï erankwerasïrampti. Énka niarani jarhampka Navidad,[ 7 ] anhatapu sapirhatiichani p´ikwasïramptiksï, ts´ïmani énka nótki xáni jatiriampka eska [ 5 ] El vocablo golondrina, se menciona igual que en español, para adecuarla al purépecha y que ésta este en plural se le agrega el “icha” o “echa”. [ 6 ] Este término se emplea en la misma lógica que las palabras anteriores que tienen correspondencia en la lengua purépecha. [ 7 ] A esta palabra se le agregará “aeri” en algunos párrafos, se le eliminará la “d” en otras ocasiones, pero siempre quedará en español, sólo las últimas letras se agregarán o se eliminarán dependiendo de la oración.

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—Anhatapu—

Y el viento le prodigaba sus besos, y el rocío vertía sobre él sus lágrimas, pero el abeto no lo comprendía. Al acercarse las Navidades eran cortados árboles jóvenes, árboles que ni siquiera alcanzaban la talla ni la edad de nuestro abeto, el cual no tenía un momento de quietud ni reposo; le consumía el afán de salir de allí. Aquellos arbolitos -y eran siempre los más hermosos- conservaban todo su ramaje; los cargaban en carros tirados por caballos y se los llevaban del bosque. « ¿A dónde irán éstos? -se preguntaba el abeto-. No son mayores que yo; uno es incluso más bajito. ¿Y por qué les dejan las ramas? ¿Adónde van? ». -¡Nosotros lo sabemos, nosotros lo sabemos! -piaron los gorriones-. Allá, en la ciudad, hemos mirado por las ventanas. Sabemos a dónde van. ¡Oh! No puedes imaginarte el esplendor y la magnificencia que les esperan. Mirando a través de los cristales vimos árboles plantados en el centro de una acogedora habitación, adornados con los objetos más preciosos: manzanas doradas, pastelillos, juguetes y centenares de velitas. -¿Y después? -preguntó el abeto, temblando por todas sus ramas-. ¿Y después? ¿Qué sucedió después?

anhatapu juchari, ima no méni isku jarhasïrampti jimpo énka imankusï erokorheni jápka pára jimá wéekuni. Ts´ïma anhatapu sapirhatiicha xáni sési jarhatiicha, patsarhekorhenhasïrampti yámentu axantikweechani; wénahni tekechuniicha antsikwasïrampti para mótsetarakaecharhu jatsirani ka petaatani jima p´ukuminturio. ¿Nániksï páasïni ts´ïni? -jantiku k´urhankorhenhasïrampti ima anhatapu-. Sánteru sapirhatistiksï jinteni jinkoni; má ichakwa anhatapu sánteru no yótasti íska ji. ¿Ka antiksïs no p´ikurheaki axantikuechani? ¿Nani ninasïni?. -¡Jucha míteskani, jucha míteskani! -isï arhispti ts´ïma kwiniichaJini k´éri iretarhuksï exasïnka ventanarhu[ 8 ] isï. Jucha míteska nani enka ninak´a. ¡Oh! Nóri sáni wantasïnka ima énka xáni sési erhokorhenaka ts´ïma. Kristarherhu[ 9 ] jatini erach´atani eranhaskaksï anhatapuechani cuartuecharhu janhani, mámaru ampe sési jásï tirhirekorhetinhani: manzana[ 10 ] tiripiti, pasteliyuechani,[ 11 ] ch´anharakuechani ka wánekwa veliteechani.[ 12 ] ¿Ka ampeteru? -k´urhankorhespti ima anhataputsirintsirirhekorheparini-. ¿Ka ampeteru? ¿Ampe úkorhespi tátsekwa sánteru? -Nóteruksï ampe exespka ya. Jóperu nókini úaka eyankuni imani yámentu ampe xáni sési jásï. [ 8 ] Para esta palabra se le agrega “arhu” (por la o por el), “echa” el pluralizante o simplemente queda como “ventana”. [ 9 ] Cristal se menciona como en singular como en español, cuando es “en el cristal” se escribe “kristarheerhu”, el cambio se nota en las últimas letras y el reemplazo de la “c” por la “k”. [ 10 ] Esta palabra, se menciona al igual que en español. [ 11 ] Para esta palabra se sustituye la “ll” por la “y” y la “o” por la “u” en singular y el “icha” cuando es en plural. [ 12 ] También se conserva en español en la mayor parte de la palabra, en singular es como en español y en plural se le agrega “echa” o “icha” al final.

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-¿Nari míte énkani jit´uni yápuru isï niwakani? -isï arhispti tsípekwa jinkoni ima anhatapu-. Sánteru sési jinteati éska k´éri yurhekwarhu parhimeni. Wékaxaka eska niaraka ya Navidad. Yáasï jit´uni isï k´éskani ya íska ts´ïma anhatapuecha énkaksï wéxurhi pákorheaka. Wékapirinkani mótsetarakwarhu jarhani ya, jimá kuarturhu[ 13 ] jurhepitku jarhani, imani yámentu ampe isï jukarhekorherini. ¿Ka tátsekwa? Jimpoka tátsekwa sánteru sési ampe janoaka, sánteru sési ampe. Énka no isïpirinka, ¿ampe jimpo xáni tirhiretapirints´ïni ampe ma? Sánteruts´ïni patsachixati sési jarhati ampe. Jóperu ¿ampe ya? ¡Ay exenchaxaka ya,! Ji no míteskani ampe enkani ukorhenchakani. ¡Tsipekorhe juncha jinkoni! – arhisïrampti tarhiata ka jurhiateeri t´íntskwa, tsipekorhe énkari xáasï xunapkurhaka ini jimpo auwantarhu kétsekwa. Jóperu ima anhatapu no mák´ueni erasïrampti. Ima chúnkumasïrampti k´éni, no méni jupirhuni ni ts´ïtani imani enka xáasï xunhapiti kápkurhapka ni ementa jimpo ka ni inviernu jimpo. Kw´íripuecha, énkaksï exempka arhisïramptiksï: -¡Xáasï jásï anhatapu! K énka niarapka Navidad, imanksï wénhaspti kachutani. Ima acha énka kachutapka, mintsitarhu niarakuspti, ka ima anhatapu ma jimpo ichakwatseni, isï jimpo p´amekorhekwa p´irkwarherahni ka

-Ya no vimos nada más. Pero es imposible pintar lo hermoso que era. -¿Quién sabe si estoy destinado a recorrer también tan radiante camino? -exclamó gozoso el abeto-. Todavía es mejor que navegar por los mares. Estoy impaciente por que llegue Navidad. Ahora ya estoy tan crecido y desarrollado como los que se llevaron el año pasado. Quisiera estar ya en el carro, en la habitación calientita, con todo aquel esplendor y magnificencia. ¿Y luego? Porque claro está que luego vendrá algo aún mejor, algo más hermoso. Si no, ¿por qué me adornarían tanto? Sin duda me aguardan cosas aún más espléndidas y soberbias. Pero, ¿qué será? ¡Ay, qué sufrimiento, qué anhelo! Yo mismo no sé lo que me pasa. -¡Gózate con nosotros! -le decían el aire y la luz del sol goza de tu lozana juventud bajo el cielo abierto. Pero él permanecía insensible a aquellas bendiciones de la Naturaleza. Seguía creciendo, sin perder su verdor en invierno ni en verano, aquel su verdor oscuro. Las gentes, al verlo, decían: -¡Hermoso árbol! Y he ahí que, al llegar Navidad, fue el primero que cortaron. El hacha se hincó profundamente en su corazón; el árbol se derrumbó con un suspiro, experimentando

mirikurhini. Jénkani k´ómu p´íkwarherasïrampti két´akuni jima énka p´énhapka, jurakuni jima énka k´épka, jima énka anapuepka. Ima mítetixapti íska nóteru méni exapirinka imaeri pámpirichani, [ 13 ] Se cambia la “c” por la “k”, la “o” por la “u” al final o si es plural se le agrega “echa” o “urhu” para indicar que es el lugar (en el cuarto).

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—Anhatapu—

un dolor y un desmayo que no lo dejaron pensar en la soñada felicidad. Ahora sentía tener que alejarse del lugar de su nacimiento, tener que abandonar el terruño donde había crecido. Sabía que nunca volvería a ver a sus viejos y queridos compañeros, ni a las matas y flores que lo rodeaban; tal vez ni siquiera a los pájaros. La despedida no tuvo nada de agradable. El árbol no volvió en sí hasta el momento de ser descargado en el patio junto con otros, y entonces oyó la voz de un hombre que decía: -¡Ese es magnífico! Nos quedaremos con él. Y se acercaron los criados vestidos de gala y transportaron el abeto a una hermosa y espaciosa sala. De todas las paredes colgaban cuadros, y junto a la gran estufa de azulejos había grandes jarrones chinos con leones en las tapas; había también mecedoras, sofás de seda, grandes mesas cubiertas de libros ilustrados y juguetes, que a buen seguro valdrían cien veces cien escudos; por lo menos eso decían los niños. Hincaron el abeto en un voluminoso barril lleno de arena, pero no se veía que era un barril, pues de todo su alrededor pendía una tela verde, y estaba colocado sobre una gran alfombra

ni máteru anhatapuechani ni tsïtsïkiichani énkaksï wirhipatampka; ni kwiniichani. Ima wantanukwa no ampe tsípekwespti. Imanksï anhatapuni terunukwa páaraspti máruterweecha jinkoni, ka jénkani kurhaani énka achaati ma arhimpka: -¡Inte sési jáxisti! Jucha pakaranchaakani Ka tsïma énka imaeri jimpo k´umanchikwa achaatiri anchikorhempka, pásptiksï imani anhatapuni jách´ukurini. Jima k´umanckikwarhu yápuru isï manharhikutinhaxapti kuadruecha,[ 14 ] ka jima estufani[ 15 ] piretini itsï jatarakuecha ma janhaspti puki úmutini mikwarhu; waxantsïkweecha ampetu janhaspti, k´érati pítsitakweecha ka wánhekwa takukateecha ka ch´anharakuecha. Imanksï anhatapuni barrirherhu[ 16 ] jatsiraspti ka kutsariksï etsatukuni, ka takusï xunhapiti jimpoksï irhintukuni, ka jima kétsekwa takusï ma mámaru jásï colore[ 17 ]. ¡Ménku isï tsirintsirikorheni anhatapu! ¿Ampe úkorhepirini ya tátsekwa? Tsïma énka k´umanchikwarhu ánchikorehmpka ka marikuecha jini ka jini jámasïrampti ampe p´irani para imani anhatapuni tirhiretani. Axantikwarhu ma sïntarini jásï sïranteeri tirhirhekorhespti; ka istu bolechakwa ka tékwa ampe; ka manzana tiripiti ka nuez,[ 18 ] isï íska fruta anhatapueri, ka axantikwecharhuksï wánhekwa velitecchani charhapiti, ka chupipiti ka urapiti jórheani. Móniicha isí xarharansïrampti éska

[ 14 ] Se sustituye la “c” por la “k” y se le agrega “echa” cuando está en plural. [ 15 ] Solamente se le agrega la “i” (a la estufa). [ 16 ] Se le agrega “erhu” (en el barril) o en singular es barril. [ 17 ] Se le agrega la “e” para adaptarla en purépecha. [ 18 ] Se escribe en este texto igual que en español.

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kw´íripuecha -ima anhatapu no méni exespti isï xáni ampe- jimá karhakwa jóskwa ma tiripiti meremerekusïrampti. Jukari sési xarhasïrampti. -I chúrekwa -arhisïrampti yámentuecha-, i chúrekwa meremerekwati. !Oh! -eratsent´asïrampti anhatapu-, !wékapirinkani éska chúrepirinka ya! !Éska tixatapirinka ya kokani erak´utarakuechani! ¿Ka tátsekwa ampe úkorhe? ¿noperutsïni juwaka exeni anhatapu pukumunturio anapuecha? ¿Tsïma kwiniicha kárapani juna ixu kristarheerhu ísï? ¿Ji ixu jawa yámentu inviernu ka ementa jimpo íni ísï xáni ampe tirirhekorherini?. Ima wantaspti éska yámentu ampe íitespka ya, jóperu no sáni úsïrampti erokorheni, ménku ísï p´amerhekorhesïrampti, ka pára anhatapu isïsïnti eska jucha na p´ametsïaka. Sóntuksï tixataspti ya erak´utarakuechani. ¡Xáasï tixaranhampka! Ima anhatapu ménku ísï tsirintsirirhekorhesïrampti xáni tsípeni; jukari jámeri, jimpo ésï ma ichakwa velita wekorhepti ka tixatani anhatapuni. -¡Tata diosïtsïni úchakorhe! -ísï arhinhaspti marikuecha, wirhipanhani parhutani. Ima anhatapu ísku jarhaspti, no tsirintsirhikorheni. Ikiasïrampti énka nóteru sési xarhani jápka. Sóntku puertani[ 19 ] mítanhani ka ménku isï inchanhani tataka sapirhatiicha ka warhitiicha, isï xarharani naki ts´ïma kwáskupirini anhatapuni. Sapirhatiicha jima tinkwikwatsespti,

de mil colores. ¡Cómo temblaba el árbol! ¿Qué vendría luego? Criados y señoritas corrían de un lado para otro y no se cansaban de colgarle adornos y más adornos. En una rama sujetaban redecillas de papeles coloreados; en otra, confites y caramelos; colgaban manzanas doradas y nueces, cual si fuesen frutos del árbol, y ataron a las ramas más de cien velitas rojas, azules y blancas. Muñecas que parecían personas vivientes -nunca había visto el árbol cosa semejanteflotaban entre el verdor, y en lo más alto de la cúspide centelleaba una estrella de metal dorado. Era realmente magnífico, increíblemente magnífico. -Esta noche -decían todos-, esta noche sí que brillará. « ¡Oh! -pensaba el árbol-, ¡ojalá fuese ya de noche! ¡Ojalá encendiesen pronto las luces! ¿Y qué sucederá luego? ¿Acaso vendrán a verme los árboles del bosque? ¿Volarán los gorriones frente a los cristales de las ventanas? ¿Seguiré aquí todo el verano y todo el invierno, tan primorosamente adornado? ». Creía estar enterado, desde luego; pero de momento era tal su impaciencia, que sufría fuertes dolores de corteza, y para un árbol el dolor de corteza es tan malo como para nosotros el de cabeza.

jóperu no yóni; ka chúmkumaspti tsípekwa; ka wénhant´ani winhachapani, ka úntanhani ya warhanhani jima anhatapuni wirhipatani, ka ima énka ísï tirhirekorhepka úntaspti ya wérhekorhent´ani. ¿Ampetsïs úk´i? -arhisïrampti anhatapu-. ¿Ampesï úkorhe ya?. [ 19 ] Se le agrega la “i” (a la puerta).

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—Anhatapu—

Al fin encendieron las luces. ¡Qué brillo y magnificencia! El árbol temblaba de emoción por todas sus ramas; tanto, que una de las velitas prendió fuego al verde. ¡Y se puso a arder de verdad! -¡Dios nos ampare! -exclamaron las jovencitas, corriendo a apagarlo. El árbol tuvo que esforzarse por no temblar. ¡Qué fastidio! Le disgustaba perder algo de su esplendor; todo aquel brillo lo tenía como aturdido. He aquí que entonces se abrió la puerta de par en par, y un tropel de chiquillos se precipitó en la sala, que no parecía sino que iban a derribar el árbol; les seguían, más comedidas, las personas mayores. Los pequeños se quedaron clavados en el suelo, mudos de asombro, aunque sólo por un momento; enseguida se reanudó el alborozo; gritando con todas sus fuerzas, se pusieron a bailar en torno al árbol, del que fueron descolgándose uno tras otro los regalos. « ¿Qué hacen? -pensaba el abeto-. ¿Qué ocurrirá ahora? ». Las velas se consumían, y al llegar a las ramas eran apagadas. Y cuando todas quedaron extinguidas, se dio permiso a los niños para que se lanzasen al saqueo del árbol. ¡Oh, y cómo se lanzaron! Todas las ramas crujían; de no haber

Énka veleecha k´amarhuampka ya, ka pírekorheni ya axantikuecharhu pátasïramptiksï. Ka énka yámentwecha k´amarhunhapka ya, jiáretasptiksï tataka sapirhatichani para antarherani anhatapuni. Ménkuksï isï kwarhareni; énka no jótakata japirinka jóskwa tiripiti jimpo ima énkaksï echurhutapka, kwáskupirintiksï. Sapirhatiicha wirinhani jámasïramptiksï ch´anharakuecha jinkoni, ka nóteru ne wantanheni ya anhatapu jimpo, imak´u ma warhiti k´éri, énka erarhempka. Jóperu jimpokusï erarhempti pára exeni noma pakarhekorhespi manzana o higusï.[ 20 ] -¡Wantantskwa ma, watantskwa ma! -arhisïrampti winhachaparini sapirhatiicha, ka jima anhatapuni piretani, achaatiinksï ma páaraspti. Ima achaati jimá waxantukuspti. -Kamni isïksï jarhaska p´ukuminturio -arhispti-, ka anhatapu sési nitamati, enka kuraaka. Jóperu ma wantantskwakuksïnis eyankwaka ka xánku. ¿Wékasïntsï amkueri Ivede-Avede o Kumple-Dumpe,[ 21 ] ima énka wekorhepka escaleaarhu[ 22 ] ísï, ka ísï ima jinkoni pakarani ima princesa?[ 23 ] ¿Nátsï wantasïni? Sési jaxïsti i wantantskwa. ¡Ménku yámentweecha ísï winhachanhani! Anhatapukusï ísku jápti, eratsent´ani: ¿ka ji, jintetsïni no mínharhikuski? ¿Ampesïni úni jaki ixu?. Antis no, jóperu úspti ya ima énka wétarhempka jima.

[ 20 ] A esta palabra se le agrega la “usï” sustituyéndose la “o” por las letras anteriores. [ 21 ] Los nombres de estos cuentos se escriben igual que en el cuento original, en algunos párrafos se les agrega “eri” (de). [ 22 ] Se le agrega “arhu” (en la). [ 23 ] Se le agrega en algunos párrafos “ni” (a la princesa).

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­­­—diez cuentos de hans christian andersen en purépecha—

Ima achaati eyankwaspti imani watantskwani Kumple-Dumpeeri, ima énka escalerarhu ísï wekorhepka, jóperu nákeru ísï pakaranchaspti princesani. Ka tataka sapirhatiicha pasakukuspti, winhachaparini: ¡Máteru, máteru! Ka wékansïrampti kurhachanhani Ivede-Avedeeri, jóperu imanku eyankwaspti Kumple-Dumpeeri. Ima anhatapu ísku jarhaspti ka eratsentanku jarhani. “KumpleDumpe escalerarhu ísï wékorhespti ka, nakeru isï pakaranchani princesani. Jéni ísïsti ixu parhakpenirhu” -ima anhtapu wantaspti eska sésimentwepka, jimpoka achaati xáasï wantantampka-. “¿Na mítee? Nántikani escalerarhu isï wekorheeka ka princesani ma pakatakorheni”. Ka ima tsipentaspti jimpoka wantapka eskaksï ménteru pawantekwa tixarhetapirinka erak´utarakuechani, ka ch´anarakweechani, ka tiripiti ka fruta ampe. “Pawani no ampe tsirintsirikorhe -ísï wantaspti-. Tsípekani ísï jukarhekorheni ampe. Pawani ménteru kurhachakani wantantskwa KumpleDumpeeri, ka nantika wantantaaka Ivede-Avedeeri”. Ka ima anhatapu ima chúrekwa ískumentu jarhaspti, mámaru ampe eratsent´ani jarhani. Tsíperi jimpo niaranhaspti ts´ïma énka jima ánchikorhempka.

estado sujeto al techo por la cúspide con la estrella dorada, seguramente lo habrían derribado. Los chiquillos saltaban por el salón con sus juguetes, y nadie se preocupaba ya del árbol, aparte la vieja ama, que, acercándose a él, se puso a mirar por entre las ramas. Pero sólo lo hacía por si había quedado olvidado un higo o una manzana. -¡Un cuento, un cuento! -gritaron de pronto, los pequeños, y condujeron hasta el abeto a un hombre bajito y rollizo. El hombre se sentó debajo de la copa. -Pues así estamos en el bosque -dijo-, y el árbol puede sacar provecho, si escucha. Pero os contaré sólo un cuento y no más. ¿Prefieren el de Ivede-Avede o el de Klumpe-Dumpe, que se cayó por las escaleras y, no obstante, fue ensalzado y obtuvo a la princesa? ¿Qué os parece? Es un cuento muy bonito. -¡Ivede-Avede! -pidieron unos, mientras los otros gritaban-: ¡Klumpe-Dumpe! ¡Menudo griterío y alboroto se armó! Sólo el abeto permanecía callado, pensando: « ¿y yo, no cuento para nada? ¿No tengo ningún papel en todo esto? ». Claro que tenía un papel, y bien que lo había desempeñado.

“Wénhani ya ménteru kw´ínchikwa únhani”, ísï wantaspti anhatapu. Jóperu sóntkuksï petaspti kuarturhu antsikupani escalerarhu ísï, ka jantikotenksï pakatani t´kapentu, jima énka no sáni erantukorhempka. “¿Ampeski ya i? -kurankorhesïrampti anhatapu-. ¿Ji ampe úxaki ixu? ¿Ampe kurhaa ixu jatini?”. Ka jima jatini eratsent´ani jarhasïrampti. 35


—Anhatapu—

-No lo conozco -respondió el árbol-; pero, en cambio, conozco el bosque, donde brilla el sol y cantan los pájaros -y les contó toda su infancia; y los ratoncillos, que jamás oyeran semejantes maravillas, lo escucharon y luego exclamaron: -¡Cuántas cosas has visto! ¡Qué feliz has sido! -¿Yo? -replicó el árbol; y se puso a reflexionar sobre lo que acababa de contarles-. Sí; en el fondo, aquéllos fueron tiempos dichosos. Pero a continuación les relató la Nochebuena, cuando lo habían adornado con dulces y velillas. -¡Oh! -repitieron los ratones-, ¡y qué feliz has sido, viejo abeto! -¡Digo que no soy viejo! -repitió el árbol-. Hasta este invierno no he salido del bosque. Estoy en lo mejor de la edad, sólo que he dado un gran estirón. -¡Y qué bien sabes contar! -prosiguieron los ratoncillos; y a la noche siguiente volvieron con otros cuatro, para que oyesen también al árbol; y éste, cuanto más contaba, más se acordaba de todo y pensaba: «La verdad es que eran tiempos agradables aquéllos. Pero tal vez volverán, tal vez volverán. Klumpe-Dumpe se cayó por las escaleras y, no obstante, obtuvo a la princesa; quizás yo también consiga una».

Kánekwa jurhiaka jatsispti, parhikunhasïrampti jurhikuecha ka chúrekwa ka no ne nirani exeni; ka énka ne ma nirampka kaja[ 24 ] ampe nirampti páni. Ima anhatapu jirhikorherini jarhaspti ¿noperuksï mirikurhipka ya? “Jintesti ya inviernu jini wérakwa -ísï wantaspti-. Echeri kwanhapesti ka nieve kápatesni; nótsïni úati ikarani; jimpotsïnis ixu patsati, primavereeri jameri. ¡Séts´ïni kámasïnti! ¡Imak´uesti énka xáni t´kapenteka ka no ne jurhani! No ma ampe jamasïnti liebre. Énkani p´ukuminturio jápkani ima liebre mémechani jimaeasï jámsïrampti ka jintentini ikitasïrampti jimpokarini arachakwampka. ¡Ka yáasi énkani jantiokuni jaká jirinhakorhent´axaka!. “Pip, pip”, kurhakoresïrampti ma xarhisï, sáni isï xanharapani, chéxaperapanhani máteru jinkoni ka erarhepani anhatapuni, axantikwecharhu jirikorhenhaspti. -¡Ixu tsirakorhesti! -arhinhaspti xarhisïicha-. Jóperu sési jatsïkorhesti ixu, ¿O no anhatapwe t´arhepiti? -¡Ji nómpeni t´arhepiti -arhispti anhatapu-. Janhasti maruterweecha ts´ïma énka sánteru k´éranaka. -¿Naniri wératiski? ¿Ka amperi míteski? -k´urhamarhesptiksï xarhisïicha. Jukari yámentu ampe wékanhasïrampti mítenhani-. Eyankutsïni jini énka xáni sési jánhakorheka ixu parhapenirhu. ¿Jarhaskiri méni ya jini? ¿Jarhaskirini méni sïpakorhespti jimá enka quesu jaka ka jamón,[ 25 ] jima énka énkari k´arhiri ínchaka ka tepariri wént´ani? [ 24 ] En este texto no se le agrega ni se le quitan letras por eso queda como en español. [ 25 ] No se le hace ningún cambio a esta palabra ni tiene equivalencia en purépecha.

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-No miyuskani jini – arhispti anhatapu-, jóperu, miyuskani p´ukuminturio, jima énka jurhiata meremere atak´a ka kwiniicha pirek´a -ka eyankwaspti imaeri ampe énka sapichueepka; ka ts´ïma xárhisïicha no méni k´urhachaspti imani ampe, ka ménku k´arhanchinhant´ani: -¡Xáni wáni amperi exeska ya! ¡Juckariri sési irekaska! -¿Ji? -arhispti anhatapu; ka úntani eratsent´ani ima énka eyankwapka-. Jo; ima jurhiakuecha sési irekaspka. Jóperu chúnkumaspti Navidaeri ampe eyankwani, enkaksï bolechakwa ka veliteecha jinkoni tirhiretapka. ¡Oh!, ¡jukariri tsípekwa jinkoni irekaska anhatapu t´arhepiti! -¡Arhisïnkaksíni ískani no t´arhepitikani! -arhiaspti ménteru anhatapu- I inviernu jimposïni wéraka p´ukuminturio. Ji sapichkweskani iskusïni k´éri xarharak´ani. -¡Ka xánti míteka wantant´ani! -arhinhaspti xarhisïicha; ka máteru jimpo chúrekwa máteru t´amu jinkoni kw´anhatsenhaspti, para kurhachatarani anhatapuni; ka ima anhatapu énka sánteru wantant´ampka, sánteru miasïrampti éska na irekapka: “Jukari sésiispti ima jurhiakuecha. Jóperu nánti énka kwanhatsenhaka, nántika kwanhatsenhaka. Kumple-Dumpe escalerarhu wékorhespti ka nákeru isï pakatakorhespti princesani, nanti

Y, de repente, el abeto se acordó de un abedul lindo y pequeñín de su bosque; para él era una auténtica y bella princesa. -¿Quién es Klumpe-Dumpe? -preguntaron los ratoncillos. Entonces el abeto les narró toda la historia, sin dejarse una sola palabra; y los animales, de puro gozo, sentían ganas de trepar hasta la cima del árbol. La noche siguiente acudieron en mayor número aún, y el domingo se presentaron incluso dos ratas; pero a éstas el cuento no les pareció interesante, lo cual entristeció a los ratoncillos, que desde aquel momento lo tuvieron también en menos. -¿Y no sabe usted más que un cuento? -inquirieron las ratas. -Sólo sé éste -respondió el árbol-. Lo oí en la noche más feliz de mi vida; pero entonces no me daba cuenta de mi felicidad. -Pero si es una historia la mar de aburrida. ¿No sabe ninguna de tocino y de velas de sebo? ¿Ninguna de despensas? -No -confesó el árbol. -Entonces, muchas gracias -replicaron las ratas, y se marcharon a reunirse con sus congéneres. Al fin, los ratoncillos dejaron también de acudir, y el abeto suspiró: « ¡Tan agradable como era tener aquí a esos traviesos

énkani jit´uni antapeakani ma”. Ka sóntku ima míantani anhatapu sési jásï ma ka sapichu ka para ima isïspti eska princesa ma. -¿Neeski Kumple-Dumpe? -kurhamarhesptiksï xarhisïicha. Jénkani anhatapu eyankwaspti yámentu wantantskwa, ka tsïma tsípitiicha, wékasïrampti karharani anhatapurhu karhakwa. Máteru 37


—Anhatapu—

ratoncillos, escuchando mis relatos! Ahora no tengo ni eso. Cuando salga de aquí, me resarciré del tiempo perdido ». Pero ¿iba a salir realmente? Pues sí; una buena mañana se presentaron unos hombres y comenzaron a rebuscar por el desván. Apartaron las cajas y sacaron el árbol al exterior. Cierto que lo tiraron al suelo sin muchos miramientos, pero un criado lo arrastró hacia la escalera, donde brillaba la luz del día. « ¡La vida empieza de nuevo! », pensó el árbol, sintiendo en el cuerpo el contacto del aire fresco y de los primeros rayos del sol; estaba ya en el patio. Todo sucedía muy rápidamente; el abeto se olvidó de sí mismo: ¡había tanto que ver a su alrededor! El patio estaba contiguo a un jardín, que era un ascua de flores; las rosas colgaban, frescas o fragantes, por encima de la diminuta verja; estaban en flor los tilos, y las golondrinas chillaban, volando: « ¡Quirrevirrevit, ha vuelto mi hombrecito! ». Pero no se referían al abeto. « ¡Ahora a vivir! », pensó éste alborozado, y extendió sus ramas. Pero, ¡ay!, estaban secas y amarillas; y allí lo dejaron entre hierbajos y espinos. La estrella

chúrekwa jimpo sánteru wánhekwa xarhisïicha niaranhaspti ya, ka domingo[ 26 ] jimpo máteru tsimani, jóperu tsïmani no tsitiaspti ima watontskwarhekwa, jimpoka kómu janhapka. -¿Ka nots´ï míteski máteru wantantskwa? -Inkusïni mítekani- arhispti anhatapu-. Ima chúrekwa jimpo kurhachaspka énkani xáni sési parhikupka, jóperu jénkani no exesïrampka énkani xáni tsípempka. -Jóperu no xepekwa atasïnti ini wantantskwani kurhachani. ¿Nóri ma míteski tocinueri[ 27 ] ampe o vela tamariiri? ¿T´irekueri ampe? -No -arhispti anhatapu-Jénkani, diosï meyamukwacha ya- arhisptiksï xarhisïicha, ka kétakunhaspti kunkorhentant´ani máruteru xarisïicha jinkoni. Ts´ïma xarhisïichatu nóteru ninhaspti ya, ka ima anhatapu k´arhanchitaspti: “Xáni sésiipka ts´ïmani xarhisï sapirhatichani no kurhantichani, enkatsïni kurhachampka! Ka yáasï no neni jatsiskani. Énkani wentaka ixu, p´ímutant´aakani imani jurhiakuechani énkani tsïtaakakani”. Jóperu ¿wéntapirini k´orhu? Jochka, tsípeeri jimpo ma achaatiicha jirinhantsïrampti jimá k´umanchikwarhu. Tamu jatsiasptiksï cajechani ka petasptiksï anhatapuni. Ka jimaksï ichantskani, jóperu ánchikorheri ma escalerarhu jameri, jima énka meremerekwampka erak´utarakwa jurhiakueri. ¡Irekakwa wéntasïntia ménteru!,íisï erantsent´aspti anhatapu, ísï p´ikwarherapani énka na tarhiata tsírapiti atampka ka jurhiateeri [ 26 ] Los días de la semana se mencionan igual que en español. [ 27 ] Se le agrega “eri” (del).

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t´inskweecha; ka jima jarhaspti ya wérakwa. Yámentu ampe winhamentu parhiksïrampti; ima jameri mirikurhikorhespti: ¡mamaru ampe jarhaspti para exeni enka wirhipatampka! Terunukwa jimak´u jarhaspti énka jardín jápka, mamaru jásï tsïtsïkiicha janhaspti, tsïtsïki rosaleecha tirhipakorherini, ka máteru jarhatiicha, ka golondrineecha kárani ka kw´imunhani. ¡Junkwasti ya!. Jóperu nóksï anhatapunkïs arhimpti. ¡Yáasï irekani ya! Ísï eratsent´aspti tsípeparini, ka tarhataspti axantikuechani. Jóperu, k´arhinhaspti ya ka tsïpampenhani; ka jimaksï jurakuni chu´kurhiicha jinkoni ka chekamekwa. Imani jóskwani utasï jukarhutini jamasïrampti, ka meremerk´uni jurhieeri t´intskwa jimpo. Jima terunukwa tataka sapirhatiicha ninhaspti ch´anhanhani ts´ïma énka Nochebuena jimpo warhanhani jápka anhatapuni wirhipatani. Tataka sapichu ma antarheraspti anhatapuni ka jóskwani p´ikurhukuni! !Era je ampesïni exent´a i jimpo anhatapu, takisï ka xanoesï jásï! -isï arhispti ch´atantuparini axantikuecharhu ka kwarhanturhipani junkatupariicha jimpo. Ima anhatapu, exerini éska tsïtsïkiicha na xáni sési tsïparini jápka ja énka sési xunhapekurhapka yámentu ampe ka exekorheni énkai ima na jásïpka, wantaspti íska wéntapka jima énka jápka t´kapentu. Míant´aspti énka

de oropel seguía aún en su cúspide, y relucía a la luz del sol. En el patio jugaban algunos de aquellos alegres muchachuelos que por Nochebuena estuvieron bailando en torno al abeto y que tanto lo habían admirado. Uno de ellos se le acercó corriendo y le arrancó la estrella dorada. -¡Miren lo que hay todavía en este abeto, tan feo y viejo! -exclamó, subiéndose por las ramas y haciéndolas crujir bajo sus botas. El árbol, al contemplar aquella magnificencia de flores y aquella lozanía del jardín y compararlas con su propio estado, sintió haber dejado el oscuro rincón del desván. Recordó su sana juventud en el bosque, la alegre Nochebuena y los ratoncillos que tan a gusto habían escuchado el cuento de Klumpe-Dumpe. « ¡Todo pasó, todo pasó! -dijo el pobre abeto-. ¿Por qué no supe gozar cuando era tiempo? Ahora todo ha terminado ». Vino el criado, y con un hacha cortó el árbol a pedazos, formando con ellos un montón de leña, que pronto ardió con clara llama bajo el gran caldero. El abeto suspiraba profundamente, y cada suspiro semejaba un pequeño disparo; por eso los chiquillos, que seguían jugando por allí, se

sapichkuepka jini p´ukuminturio, énka xáni tsípepka Nochebuena jimpo ka xarhisïichani énka xáni sési kurhachapkaksï wantantskwa Kumple-Dumpeeri. ¡Yámentu ampe parhikuspti, parhikuspti! -arhispti anhatapu- ¿Antisïni no ú sési nitamani énka jurhiakuepka? Yáasï yámentu ampe k´amarasti ya.

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—Anhatapu—

acercaron al fuego y, sentándose y contemplándolo, exclamaban: « ¡Pif, paf! ». Pero a cada estallido, que no era sino un hondo suspiro, pensaba el árbol en un atardecer de verano en el bosque o en una noche de invierno, bajo el centellear de las estrellas; y pensaba en la Nochebuena y en Klumpe-Dumpe, el único cuento que oyera en su vida y que había aprendido a contar. Y así hasta que estuvo del todo consumido. Los niños jugaban en el jardín, y el menor de todos se había prendido en el pecho la estrella dorada que había llevado el árbol en la noche más feliz de su existencia. Pero aquella noche había pasado, y, con ella, el abeto y también el cuento: ¡adiós, adiós! Y éste es el destino de todos los cuentos.

Ima niaraspti énka k´umanchikwarhu ánchikorhempka, ka kachunturhini anhatapuni, pára ch´kari úni, ka sóntku ménku isï tixarhuni. Anhatapu winhani k´arhanchint´asïrampti, ka ménku isï charap´eni, jimposï tataka sapirhatiicha antatakuerapti para exeni, arhisïramptiksï: “¡Pif, paf!”. Jóperu énka charap´enka jimposti énka k´arhanchintapmka, ima anhatapu eranhaskant´asïrampti tirimarhantu ma ementa jimpo pukuminturio o chúreka inviernu jimpo, awantarhu kétsekwa énka wánekwa jóskuecha tixanchinhampka; ka Nochebuenani míant´asïrampti ka Kumple-Dumpeni, imankusï wantantskwani kurhachapti ka imani énka úmpka wantant´ani. Ka ísï jénkani jameri énka k´amap´epka. Tataka sapirhatiicha ch´anasïrampti jardinerhu, ka ima énka sánteru sapichuepka, jóskwani jukanhespti para tixanheni, Imani énka anhatapu jukats´ïpka. Jóperu ima chúrekwa parhikuspti ya, ka ima jinkoni, ístu ima wantantskwa: ¡adiós, adios! Ka í jintesti nitamakwa yámentu wantantskwerriicha.

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Kóki [e l s a p o]

Jarhaspti ma pósa[ 1 ] énka kánekwa jawanhepka, ka sïntari kánekwa yóskani. Énkaksï itsï p´itampka sïntari kw´etsapsïrampti, úkwa jukaspti pára p´itani jimpoka xáni kw´etsapepka. Jurhiateeri [versión español] Érase un pozo muy profundo, y la cuerda era larga en proporción. La polea giraba pesadamente cuando había que subir el cubo lleno de agua; apenas si a uno le quedaban fuerzas para acabar de levantarlo sobre el pretil. Los rayos del sol nunca llegaban a reflejarse en el agua, con ser ésta tan clara; pero hasta donde llegaba el sol, crecían plantas verdes entre las piedras. En el fondo vivía una familia de sapos; la madre era la primera que llegó allí, bien a pesar suyo, pues se cayó de cabeza en el pozo; era ya muy vieja, pero aún vivía. Las verdes ranas, establecidas en el lugar desde mucho antes y que se pasaban la vida nadando por aquellas aguas, reconocieron el parentesco y llamaron a los nuevos residentes los «huéspedes del pozo». Éstos llevaban el firme propósito de quedarse, vivían muy a gusto en el seco, como llamaban a las piedras húmedas. Madre sapo había efectuado un viaje; una vez estuvo en el cubo cuando lo subían, y llegó hasta muy cerca del borde, pero el exceso de luz la cegó, y suerte

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t´ínstkweecha no méni eramakorhenhasïrampti itsïrhu, nákeru sési ampanharhipka; jóperu jima énka jámeri niárampka jurhiata, anhatapu ka tsïtsïkiicha ampe k´éranhasïrampti tsakapuecharhu. Yawani inchamekwa kókiicha irekanhaspti; ima énka amampeepka máruterueriicha wénhaspti niarani jima, jimpo énka wekanhespka pósarhu ép´u jimpo antamerani; kutsïmeespti ya, jóperu irekasptiteru. Kwanhasï xunhapitiicha, ts´ïma énka tuini yóni irekanhapka ya jima ka xarhinhani, míteant´aspti énka jáperanhapka ka kókiicha niarhiasïramptiksï “posa anapu ireriicha”. Kókiicha eratsekata jatsispti pakaranhani, sési irekanhaxapti jima tsakapu kwakaricharhu. Nánte kóki wanopekwa ma niraspti; méni kúburhu[ 2 ] jarhaspti énkaksï karhatampka, ka sanitu jimpo mímukwarhu niaraspti, jóperu tsónhat´akwa taxinharhitaspti, ka suérte jinkoni sésku tsankwaraspti kúburhu. Winhani antatseraspti énka antamerant´apka, ima jimpo tanimu jurhiatekwa apots´ïkutixapti jimpo énka winhani p´ameparhampka. No úspti wánhekwa [ 1 ] Este vocablo queda en español, pero adaptada al idioma purépecha porque no existe una palabra equivalente en esta lengua. [ 2 ] Con cubo se refiere al recipiente para sacar el agua de un pozo, el cual es adaptado a la lengua purépecha cubu-rhu (en el cubo); en algunas otras se menciona como cubeta por ser un término más conocido.


Ilustración—Sharaí Soria Sereno

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—Kóki—

que pudo saltar del balde. Se pegó un terrible batacazo al caer abajo, y tuvo que permanecer tres días en cama con dolores de espalda. No pudo contar muchas cosas del mundo de allá arriba, pero sabía, como ya lo sabían todos, que el mundo no terminaba en el pozo. La señora sapo podría haber explicado algunas cositas, pero nunca contestaba cuando le dirigían preguntas; por eso no le preguntaban nunca. -Es gorda, patosa y fea -decían las verdes ranillas-. Sus hijos serán tan feos como ella. -A lo mejor -dijo la madre sapo-, pero uno de ellos tendrá en la cabeza una piedra preciosa, a no ser que la tenga yo misma ya. Las verdes ranas eran todo ojos y oídos, y como aquello no les gustaba, desaparecieron en las honduras con muchas muecas. En cuanto a los sapos hijos, de puro orgullo estiraron las patas traseras; cada uno creía tener la piedra preciosa, y por eso mantenían la cabeza quieta. Finalmente, uno de ellos preguntó qué había de aquella piedra preciosa de la que estaban tan orgullosos. -Es algo tan magnífico y valioso -dijo la madre-, que no sabría describíroslo. El que la luce experimenta un gran placer, y es la envidia de todos los demás. Pero no me preguntéis, porque no os responderé. -Bueno, pues lo que es yo, no tengo la piedra preciosa -dijo el más pequeño de los sapos, el

ampe eyankpeni parhakpeniiri ampe wémekwa anapu, jóperu mítespti íska yámentuecha, éska irekakwa no pósarhu k´amarampka. Ima warhiiti kóki no úspti yámentu ampe wántant´ani, jóperu no méni kurhatspesïramti énkaksï ampe ma k´urhamarhempka; jimpoksï no méni k´urhamarhempti. -Tepariisti, yónturha ka no sési jásï -arhisïramptiksï kwanhasï xuhnapitiicha-. Wap´eecha ísï xáni no sési jáxeati íska amampa. -Nánti énka ísïaka -arhispti náante kóki-, jópero nákinterku ma tsïma tsakapu meremeresï jukats´ïati, nánti énkani ji jinteakani yáasï ya. Ts´ïma kwanhasï xunhapitiicha yámentu ampe exesïrampti ka kurhani, ka jimpo énka ima no tsitiampka, sïpakorhesptiksï inchamekwa. Kóki sapirhatiicha yótasïrampti, énka wantanhampka ya íska ts´ïmaeri jinteepka ya tsakapu meremereri, jimpoksï ép´uni ísku jatsiampti. Sóntk kóki ma k´urhankorhespti ampeespi ima tsakapu meremereri ima énka yámentuecha wékanhampka. -Jinteesti ampe ma énka sési jásïïka ka jukaparhani –arhispti náante-, no úpirinka eyankunksïni na énka jásïïka. Ima énka jukaska sési ampe p´ikwarherasïnti, jimposï envidieesti[ 3 ] yámentueriicha. Jóperu ásïts´ïni k´urhamarhe, jimpo énkaksïni no kurhachaaka. -Jíchkani no jatsiskani tsakapu meremererini -arhispti kóki sánteru sapichu, ima énka sánteru no ésï jásïpka ísï mentku éska kóki ma na jásïeka-. ¿Ampe jimposïni jatsipirini ampe ma xáni sési jásï? Ka sánteru ya, énka ikiatka máruteruechani, no útirini jínteni

[ 3 ] La palabra envidia es adaptada al idioma purépecha. Envidia- esti (es envidia).

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tsíperani. Ji xáni wékaka ík´u antamukuerani karhakwa pósarhu, ka exeni ampe jarhaski jima ésï wémekwarhu. Sési jarhastixarhu. -Sánteru sésiati pakarani jima énkari jaka -arhispti kutsïmiti-. Ixuri yámentuechani míteaskani ka míteskari ampe énkari jatsikorheka. Ma ampe p´ínkukorheakari: kúbuteeri.[ 4 ] Jatach´akuatikini méni. Ásïmentu inchanhe jimá, náanti énkari kwarhatseaka. No yámentuecha kánhasïnti suerte éska ji, énkani úska sïpakorheni no ma ampe atakorherini, ni ma úni kakarini. -¡Kroak! – jiwakorhespti sapichu, ísï terunhent´asïnti íska ¡ay! kw´íripueriicha. Kánekwa atamukunchasïrampti pósarhu pára exeni na jánhaskorhespi; kánhekwa ninhenchasïrampti jini karhakwa énka xáasï xunhapekurhapka. Pawantekwa karhatanhaspti kúbu itsï jatarini, ka tsakapurhu sónti erokorheni jima kókiiri jimpo ima énka karharanchampka. Tsípiti sapichu ménku isï p´ikwarherasïrampti tsirintsirikorheni, ka no jarhani tsimanta eratseni, tsankwaraspti kúburhu ka jatani ka inchameni. Ima kúbu karhakwa niáraspti, ka móntaksï itsïni ka kókini. -¡No ampaketiicha!- -arhispti tumpi énka exepka kókini- ¡Xáni no ésï jáxika i tsípiti! Ka winhanikwa nirani jukanturhakwa imani kókini, warhipirinti ch´atakata énka no waptakupirinka wirhiini para sïpakorheni, witsakwarhu ísï inchantukuspti jirikorheni. Ts´ïma winhani matokurhispti, énka eranchipka exespti éska jurhiata ch´ukurhiicharhu mereri atasïrampka

cual era tan feo como sólo un sapo puede ser-. ¿A santo de qué habría de tener yo una cosa tan preciosa? Además, si causa enfado a los otros, no puede alegrarme a mí. Lo único que deseo es poder subir un día al borde del pozo y echar una ojeada al exterior. Debe ser hermosísimo. -Mejor será que te quedes donde estás -respondió la vieja-. Aquí los conoces a todos y sabes lo que tienes. De una sola cosa has de guardarte: del cubo. Podría aplastarte. Nunca te metas en él, que a lo mejor te caes. No siempre se tiene la suerte que tuve yo, que pude escapar sin ningún hueso roto y con los huevos sanos. -¡Croac! -exclamó el pequeño, lo cual equivale, poco más o menos, al « ¡ay! » de las personas. Tenía unas ganas locas de subir al borde del pozo para ver el vasto mundo; lo devoraba un gran anhelo de hallarse en aquel verde de allá arriba. Al día siguiente fue elevado el cubo lleno de agua, y casualmente se paró un momento frente a la piedra donde se encontraba el sapo. El animalito sintió que un estremecimiento recorría todo su cuerpo, y, sin pensarlo dos veces, saltó al recipiente y se sumergió hasta el fondo. El cubo llegó arriba, y fue vertida el agua y el sapo. -¡Diablos! -exclamó el mozo al descubrirlo-. ¡Qué bicho tan feo! Y lanzó violentamente el zueco contra el sapo, que habría muerto aplastado si no se hubiese dado maña para escapar, ocultándose

ka ts´ïma nóteru ampe xarharani. Ima kóki ísï p´ikwarheraspti [ 4 ] Con este vocablo se hace referencia al cubo, pero purepecheizada con el morfema arhu (en la), kubetarhu (en la cubeta).

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Ilustración—Sharaí Soria Sereno


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énkaksï jucha p´ukuminturhio inchakuaka, jima énka jurhiateeri t´íntskweecha ch´ukurhiichani ka axantikweechani incharheaka. -Ixu sánteru sési jántesti íska jini pósarhu inchamekwa. Ixu irekapirinkani mémechani -arhispti kóki sapichu. Ka jini jarhaspti ma óra, ka tsimani óra. -¿Ampe jarhaski jini wérakwa? Yáasï énkani ixu janokani ya, wétarhesínti exeni ú nirani sánteru yawani. Ka antsikorheparini énka xáni winhani úmpka, xanharuurhu wéraspti, jima énka tsanta winhani atani jápka ka t´upuri óch´akurani énka parhirukupka. -Ixu k´óru k´arhintesti -arhispti kóki-. Jukari jameri; tsïrhimerheksïnkani, ka i kasïntirini. Antamukwarhu niáraspti jima énka tsïtsïkiicha nomeolvides ka chachasïkwa janhapka; jima k´úpireni máteru tsïtsïkiicha janhaspti, ka tsïtsïki urapitiicha, énka xáni sési xarhanhampka para exeani. Ka ístu jimaesï kársïrampti ma parakata; ima kóki wantaspti éska tsïtsïkiipka énka wámupka para parhakpenini sánteru sési exeni. ¡Wékapirinkani ísï kárani íska inte! -eratsespti kóki- ¡Kroak! ¡Xáasi kárani jaká! Yúmu tanimu jurhiatekwa ka chúrekwa jarhaspti jima antamukwarhu; kánekwa ka sési t´iresïrampti. Yúmu t´ámu jurhi jimpo arhispti: ¿Ampe sánteruni sési erokorhepirini íska ixu? Wékaskamentuni exent´ani ne ima énkarini pampepirinka, wánhekwa kókiichani, kwanhasï xunhapitiichani. Ma chúrekwa jimpo yóparharaspti énka xáni sési

entre unas ortigas. Formaban éstas una espesa enramada, pero al mirar a lo alto se dio cuenta de que el sol brillaba en las hojas y las volvía transparentes. El sapo experimentó una sensación comparable a la que sentimos nosotros al entrar en un gran bosque, donde los rayos del sol se filtran por entre las ramas y las hojas. -Esto es mucho más hermoso que el fondo del pozo. Me pasaría aquí la vida entera -dijo el sapito. Y se estuvo allí una hora, dos horas-. ¿Qué debe de haber allá fuera? Ya que he llegado hasta aquí, es cosa de ver si voy más lejos. Y, arrastrándose lo más rápidamente posible, salió a la carretera, donde lo inundó el sol y lo cubrió el polvo al atravesarla. -Esto sí es estar en seco -dijo el sapo-. Casi diría que lo es demasiado; siento un cosquilleo en el cuerpo que me molesta. Llegó a la cuneta, donde crecían nomeolvides y lirios; muy cerca había un seto de saúcos y oxiacantos, con enredaderas cuajadas de flores blancas, que eran un encanto de ver. También revoloteaba una mariposa; el sapo la tomó por una flor que se había desprendido de la planta para poder ver mejor el mundo; lo encontraba muy natural. « ¡Quién pudiera volar tan rápidamente como ella! -pensó el sapo-. ¡Croac! ¡Qué maravilla! ». Permaneció en la cuneta por espacio de ocho días con sus noches; la comida era buena y

parhikupka, ísï exeni íska primuempeecha irekanhapka jimaesï.

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—Kóki—

abundante. Al día noveno dijo: « ¡Adelante, adelante! ». ¿Qué podía esperar mejor que aquel paraíso? En realidad, lo que deseaba era encontrar compañía, una familia de sapos o, cuando menos, de ranas verdes. La noche anterior había resonado aquello de lo lindo, como si habitasen «primos» por aquellos alrededores. «Aquí se vive muy bien, fuera del pozo. Puedes yacer entre ortigas, arrastrarte por el camino polvoriento y descansar en la húmeda cuneta. Pero sigamos adelante, a ver si damos con ranas y con un sapito. Echo de menos la compañía. La Naturaleza sola acaba aburriéndome». Y con este pensamiento continuó su peregrinación. Llegó, en plena campiña, a una charca muy grande, cubierta de cañaverales y se dio un paseo por ella. -¿No es demasiado húmedo para usted? -le preguntaron las ranas-. Sin embargo, sea bienvenido. ¿Es usted sapo o sapa? Pero es igual, sea lo que fuere, ¡bienvenido! Y aquella noche lo invitaron al concierto familiar: gran entusiasmo y voces débiles, ya las conocemos. Banquete no hubo, sólo bebida gratis; toda la charca, si a uno le apetecía. -Seguiré adelante -dijo el sapito; lo dominaba el afán de descubrir cosas cada vez mejores.

“Sési ixu pósarhu wémekwa. Úsïnkari witsakwarhu jarhani, xanharu jimpori antsikorheni ka antamukwarhu mintsikorheni. Jóperu jawe chúnkumani, nánti énkaksï exeant´aka máru kwanhasïichani ka kókini ma. Sésiisti pámperakwa. Naturalesa kwatakunpesïnti”. Ka ísï eratsepani chúnkumaspti xanharapani. Jima niáraspti echerirhu énka kókurhapka, ka itsï jatakurhapka sáni ka sïmpeecha winikurhanhani, ka jimaesï jámaspti sónti. -¿No jukari kwakakurhaski para cha? – kurhamarhesptiksï kwanhasïicha- Jóperu, sési janoe. ¿Cha kwanhasï kúxaritiiski o tataka? Jóperu mák´ueniisti, ampe wéke jinteni, ¡janoe! Ka ima chúri p´imarhetasptiksï kústakwarhu ma. No t´irerpenhaspti itsïmakwak´u intsïmpenhaspti; yámentu yurhekwa sapirhatiicha íka xáni wékanhapirinka itsïmanhani. -Chúnkumaaka xanharani -arhispti kóki sapichu; jimpoka wéksïrampka jánhaskani ka mínharikuni sánteru sési ampe. Exespti íska jóskwa k´ératiicha meremereatampka; ka ístu nana kutsïni, ka énka jurhiata wérapka, ka ísï exeni íska awantarhu karharani. -Isï exensïka ískani ji pósarhusïni jaká jóperu sánteru k´éri. Wékapirinkani sánteruni karharani. Kánekwa wéksïnkani. Ka énka nana kutsï xáni k´énharhi meremerekumpka, ima tsípiti eratsent´aspti: “¿Nóperu kúbueka? Énkaksï késkupirinka úpirinkani jatani ka karharani. ¿O nánti énka kúbu Jurhiateeka? ¡Xáni k´éka ka xáasï meremereataska! Jimaksï yámentuecha jatanhepirinka. Erokorhenkusï wétarhti. ¡Oh, xáni sési jánhaskani jucheti ép´urhu! Sánteru meremerkusïnti

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éska tsakapu meremereri. Jóperu no jatsiskani ka no weraakani ima jimpo. Wéksïnkateruni chúnkumani karharani, jima éska xáni tsípekorheka ka sési jánhaskorheni. Jantioku mintsikaksïnkani, jóperu ístuni chékorheni. Úkwa jukasti ima énka niwaka, jóperu chúnkumaaka. ¡Jawe xanharu jupikani”. Sánkanituichani útaspti xanharani tsankwarapani, íska na mítekorhenaka kókiicha, ka xanharuni ma exeni jima énka achaatiicha irekanapka. Jardineecha janhaspti ka wánekwa anhatapuecha, ka kóki jima anhaxurhispti sáni mintsikorheni. -¡Xáni mámaru ampe mínharhikuni jaka! ¡Xáni k´éka i parhakpeni ka xáasï jánteka! Wéksïnkani yámentu ampe exeni, nirani yápuru ísï ka no mápurkuni pakarani. ¡Xáasï jákurhaka ka xáasï xunhapekurhaka! -¡Cha ísï arhisïnka! -ísï arhispti ima wémperhekwa ch´ukurhirhu jatini- Ch´ukurhi jucheti sánteru k´ésti íska yámentueriicha. Teruk´ani parhakpenini óntasïnti, ka útasï pakareerani. “¡Klok, klok!”. Tsíkateechasïni atanhapti ya ísïni tsipanhani. Tsíkata ma jukari sési exesïrampti; piáraspti exéni wemperhekwani énka ch´ukurhirhu jápka, ka ma énka p´orhepka penchumekwa jimpo sóntku wekopani, ka ima tsípiti ménku ísï kanikorheni. Ima tsíkata wénhani ma éskwa jimpo exespti ka ménteru máteru jimpo, no míteparini ampe úpirini ima wemperhekwa énka ísï kanikurhiampka. -No sési ampe wékasïnti ya úni -ísï eratsespti pipichu,

Vio centellear las estrellas, grandes y límpidas; vio brillar la Luna, y salir el Sol, y remontarse en el cielo. -Por lo visto, sigo estando en un pozo, sólo que mucho mayor. Me gustaría subir más arriba. Este anhelo me corroe y devora. Y cuando la Luna brilló llena y redonda, el pobre animal pensó: « ¿Será acaso el cubo? Si lo bajaran podría saltar en él para, seguir remontándome. ¿O tal vez es el Sol el gran cubo? ¡Qué enorme y brillante! Todos cabríamos en él. Sólo es cuestión de aguardar la oportunidad. ¡Oh, qué claridad se hace en mi cabeza! No creo que pueda brillar más la piedra preciosa. Pero no la tengo y no lloraré por eso. Quiero seguir subiendo, hacia el esplendor y la alegría. Tengo confianza, y, sin embargo, siento miedo. Es un paso difícil, pero no hay más remedio que darlo. ¡Adelante, de cabeza a la carretera! ». Avanzó a saltitos, como hacen los de su especie, y se encontró en una gran calle habitada por hombres. Había allí jardines y huertos, y el sapo se quedó a descansar en uno de éstos. -¡Cuántas cosas nuevas voy descubriendo! ¡Qué grande y hermoso es el mundo! Tengo ganas de verlo todo, darme una vuelta por él, en vez de quedarme quieto en un solo lugar. ¡Qué verdor y qué hermosura! -¡Y usted que lo diga! -exclamó la oruga de la col desde la hoja-.

ka ánt´ani wéksïrampti ya. Ima kóki ísï exerini, kóntexapti ka mák´u tsankwarani jima énka tsíkata japka.

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—Kóki—

Mi hoja es la más grande de todas. Me tapa la mitad del mundo, pero con el resto me basta. « ¡Cloc, cloc! ». Eran los pollos que llegaban al huerto, con su menudo trote. La primera gallina tenía muy buena vista; descubrió la oruga en la rizada hoja, y de un picotazo la hizo caer al suelo, donde el bicho empezó a volverse y retorcerse. La gallina la miró primero con un ojo y luego con el otro, insegura de lo que saldría de tanto meneo. -No lleva buenas intenciones -pensó la gallina, y levantó la cabeza, dispuesta a zampársela. El sapo, lleno de compasión, pegó un saltito hacia la gallina. -¡Ah!, ¡conque tienes guardianes! -dijo la gallina-. ¡Qué bicho tan feo! Y le volvió la espalda. -Bien pensado ese animalito verde no vale la pena. Es peludo y me haría cosquillas en el cuello. Las demás gallinas pensaron que tenía razón, y se alejaron presurosas. -¡Por fin libre! -suspiró la oruga-. Lo importante es no perder la presencia de ánimo. Pero ahora queda lo más difícil: volver a subirme a la hoja de col. ¿Dónde está? El sapito se le acercó para expresarle su simpatía, contento de haber asustado a las gallinas con su fealdad. -¿Qué se cree usted? -dijo la oruga-. Yo sola me basté para salir de apuros. ¡Uf, qué mala facha tiene usted! ¿Permite que me retire a mi propiedad? Huelo a

-¡Ah jatsiaskari ne ima énkakini exeni jaka! -arhispti pipichu-. ¡Xáni no ésï jásïïka tsípiti! Ka tátsepani ísï niarani. -No wétarhsïnti inte tsípiti. Jukari no ésï jasïïsti, írini sïrhipchatapitinti anhanchakwarhu. Máteru pipichuecha mák´ueni arhisïrampti, ka két´akunhaspti jirejiresï. -¡Jurak´ustits´ïni ya! -k´arhanchint´aspti wemperhekwa-. Ima énka wétarhenchampka jintespti mintsikakorheni. Jóperu imanisïni úakani ya énka sánteru úkwa jukajka: wént´ani ménteru ch´ukurhirhu karharani. ¿Nani jarhaski? Ima kóki sapichu ántarheraspti, ka tsípexapti énka chet´apka pipichuechani xáni no ésï jásïkwa jimpo. -¿Cha nasï wanta ya? -arhispti wemperhekwa-. Ji jantikusïni chét´akorhea. ¡Uf!, xa no ésïïsti jásïïka! ¿ú ya nirani jucheeno? Repoyu[ 5 ] jámarhantexaka. Ch´ukurhi juchetini píretixaka. No ma ampe sánteru sésiisti, íska cheeno jatsïkorheni. Erokini exeni ú karhant´ani. Ka eranchispti náni jameri énka úmpka. Japosï ma jarhaspti imaeri xerekwarhu, jima k´umanchikwarhu énka wékurini jápka; téparhataxapti pénchumekwa jimpo, ka ima máteru ísï kurhakunt´ani. ¡Xáni yótatiirhu irekanaka! -eratsespti kóki. ¡Ne úpirini xáni karhakwa niárani!

[ 5 ] La palabra se adapta en lengua purépecha sustituyendo la “o” por la “u” y la “ll” por la “y”.

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­­­—diez cuentos de hans christian andersen en purépecha—

Granjarhu tsimani jurhenkorheriicha irekaspti, ma karari, ka máteru naturalista.[ 6 ] Ma tsípekwa jinkoni piresïrampti naturaleseeri ampe ka ima énka jaka parhakpenirhu; ménku xáasï karasïrampti imani énka sési úp´aka Tata Diosï ka énka mintsitarhu niarakuampka. Ka máteru ya, p´ikusïrampti ampe ma énka wétarhenchapirinka. Ísï exesïrampti naturalesani éska miyukweeri ampe, énka úpirininka p´ikurhukuni, jatsirhukuni, wékasïrampti míterni yápuru ísï, ka tsípekwa jinkoni úsïrampti imani ampe. Tsimarherani ampakiti tatakeesptiksï. -Xáasï jásï ma kóki jaka jimini -arhispti naturalistaErokini alkorherhu[ 7 ] jatsimani. -Jóperu nákiri tsimani jatsia ya -arhispti karari-. ¿Antirisï no jurakutki, éska irekakorheaka? -¡Jóperu anti no, no ésï jásï -arhispti máteru. -Énka jukatsïpirinka tsakapu meremereri ma -arhispti karari- jít´uni erakupirinkani. -¡Tsakapu meremereri ma! -arhispti máteru-. Ísï xarharasïnti íska sáni ampekusï míteka Istoria Naturarheri. -Ji ísï wantasïnkani éska kóki énka sánteru no ésï jásïïka, ép´urhu tsakapu meremereri ma jatats´ïska. ¿No mák´ueni úkorhesïni achaatiicha jinkoni? ¿Ampe jásï tsakapu meremereri jatats´ïspi Esopu? ¿Ka Sókrates?

col. Estoy cerca de mi hoja. Nada hay tan hermoso como estar en casa. Voy a ver si puedo subirme. -Sí, arriba -dijo el sapo-, siempre arriba. Ésta piensa como yo. Sólo que hoy está de mal temple; será seguramente por el susto que se ha llevado. Todos queremos subir, siempre subir. Y levantó la mirada hasta donde podía alcanzar. La cigüeña estaba en su nido, en el tejado de la casa de campo; castañeteó con el pico, y la hembra le respondió en el mismo lenguaje. « ¡Qué altos viven! -pensó el sapo-. ¡Quién pudiera llegar hasta allá! ». En la granja vivían dos jóvenes estudiantes, uno de ellos poeta, el otro naturalista. El primero cantaba con alegría todas las maravillas de la Creación; en versos sonoros y armoniosos describía las impresiones que las obras de Dios dejaban en su corazón. El segundo iba a las cosas en sí, cortaba por lo sano cuando era necesario. Consideraba la creación divina como una gran operación de cálculo, restaba, multiplicaba, quería conocerlo todo por dentro y por fuera y hablar de todo con justo criterio, y lo hacía con alegría y talento. Uno y otro eran hombres buenos y piadosos. -Ahí tenemos un bonito ejemplar de sapo -dijo el naturalista. Voy a ponerlo en alcohol.

[ 6 ] No existe un término purépecha que tenga equivalencia con naturalista, razón por la cual en este texto se repite en español y en algunas frases que se hace uso de la misma palabra en plural siempre conserva su raíz en español, la única letra que se cambia cuando es la “s” cuando se menciona “naturaleza”. [ 7 ] La palabra alcohol para su adaptación al purépecha, únicamente se le sustituye la “c” por la “k”.

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—Kóki—

-Pero si tienes ya dos -protestó el poeta-. ¿Por qué no lo dejas tranquilo, que goce de su vida? -¡Pero es horriblemente feo! -dijo el otro. -Si pudiésemos dar con la piedra preciosa en su cabeza -observó el poeta-, también yo sería del parecer de abrirlo. -¡Una piedra preciosa! -replicó el sabio-. Parece que sabes muy poco de Historia Natural. -Pues yo encuentro un bello y profundo sentido en la creencia popular de que el sapo, el más feo de todos los animales, a menudo encierra un valiosísimo diamante en la cabeza. ¿No ocurre lo mismo con el hombre? ¿Qué piedra preciosa encerraba en sí Esopo? ¿Y Sócrates? No oyó más el sapo, y aun de todo aquello no entendió ni la mitad. Los dos amigos siguieron su paseo, y él se libró de ir a parar a un frasco con alcohol. «Hablaban también de la piedra preciosa -pensó el sapo ¡Qué suerte que no la tenga! ¡Menudos disgustos me produciría el poseerla!». Oyóse un castañeteo en el tejado de la granja. Era el padre cigüeña que dirigía un discurso a su familia, la cual miraba de reojo a los dos jóvenes del huerto. -El hombre es la más presuntuosa de las criaturas -decía la cigüeña-. Fijaos cómo mueve la boca, y ni siquiera sabe castañetear como es debido. Se jactan de sus dotes oratorias, de su lenguaje. ¡Valiente lenguaje! Una sola jornada de viaje y ya no se

Nóteru kurhachaspti ya ima kóki, ka ima énka kurhapka no ma ampe kurhankuspti. Ts´ïma tsimarherani píchpiriicha chúnkumanhaspti, ka imanksï kókini no jatsimaspti ya alkorherhu. “Tsakapu meremereriiri ampe wantanhaxapti -eratsespti kóki- ¡Sési jarhasti énkani no kámkani tsakapuni meremererini! !No sési ampeepirinti!”. Sóntku kurhakorhespti éska téts´ïtanhampka karhakwa k´umanchikwarhu énka granjarhu jánhapka. Tata japosïïspti énka ampe ma arhiani jápka máruteruechani, ka sáni ísku erapareaxapti ts´ïmani tumpiichani. Tatakasï sánteru úkorhet´i ixu parhakpenirhu -arhispti japosï-. Exe na manamuni jaka, ka ni úski manhamuni íska na jinteeka. Jimpoku énka sési wantajka. ¡Tsiwesïnti interi wantakwa! Ma énka tsïpakunhaka ka nóteru kurhankukorhensïntiksï tsimarherani. Jucha wantakwa juchari jinkoni, yápuru parhakepenirhuksï kurhankukorhesïnka, mák´uenisti íska Dinamarka ka Ejiptu.[ 8 ] Ka nit´uksï úsïni kárani. Para wirinhani trénini úranhasïnti. Tsitsirarhekorhesïnkani énkani imani eratseakani. I parhakpeni úati jarhani nákeru achaatiicha no irekapirinkani; nóts´ïni kweratsïnti juchants´ïni. Jimpo énkaksï jatsiaska kwanhasïichani ka ts´irakiichani. “Sési arhits´ïkpexati -arhispti kóki sapichu- Ampakiti jintesti, no néni exespka ísï xáni yót´arhani. -¡Ka na anhaxurhisïni! -ísï arhispti énka exepka japósïni énka mák´u k´ésïichani p´iraxurhapka pára kárani.

[ 8 ] Los nombres de los países se escriben en español, en este caso se sustituyen la letra “c” y “j” por la “k” “g” de Dinamarca y Egipto respectivamente.

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Ka warhiiti japosï úntaspti jima xerekwarhu wantant´ani Ejiptueri ampe, itsïïri Nilo anapu ka máteru itsïïri ampe énka jatapka máteru echerirhu. Para ima kókini yámentu ampe ima énka kurhani jápka jimpanhiispti ka sési ampe. -Niwakani Ejiptu -arhispti kóki-. Énkats´ïni wékapirinka páni japosï k´éri o wáp´eecha ma, diosï meyamukwa arhiapirinka tempuchakwarhu. Sési jimpo jarhaskani ískani niaraaka Ejiptu; suerte[ 9 ] jinkoni jarhasti. Énkani xáni ninenchani jaka, sánteru jukaparhasti íska imani tsakapu meremeerini jatats´ïni. Jóperu ima méntuespti tsakapu meremereri: ima énka xáni káranchampka, jini karhakwa jámani. Erak´untskwa sapichu ma tixants´ïxapti. Sóntku niáraspti japosï. Ka kókini witsakwaarhu p´iáranhi, kétsespti jima énka kárani jápka ka tarhatani tsípiti sapichuni. Winhani tskímusïrampti, ka tarhiata kw´ímusïrampti; no sési ampespti, jóperu káraxapti, Ejiptu ísï; imani k´óru mítespti kóki; jimposï éskweechani meremerenharhiampti. -¡Kroak! ¡Ay! Jóperu warhirekorhespti ya kóki. Ka ima énka ísï meremerenharhiampka éskweecharhu, nani pakaraspi? Jurhiateeri t´íntskwa páspti, páspti tsakapu meremererini énka ima kóki jukats´ïpka. ¿Nani? Asï k´urhamarhe naturalistani; kararini k´urhamarhe. Imakini ísï eyankwati íska wantantskwa ma; ka wemperhekweeri ampekini arhiati ka japosïïriicha. Ima wémperhekwa parakata úkorhent´aati. Ts´ïma japosïïcha kárasïrampti juateecharhu karhakwa pára Áfrika ísï ka jimaesï niant´ani

entienden entre sí. Nosotros, con nuestra lengua, nos entendemos en todo el mundo, lo mismo en Dinamarca que en Egipto. Además de que tampoco saben volar. Para correr se sirven de un invento que llaman «ferrocarril», pero con frecuencia se rompen la crisma con él. Me dan escalofríos en el pico sólo de pensarlo. El mundo puede prescindir de los hombres; a nosotros no nos hacen ninguna falta. Mientras tengamos ranas y lombrices... «Prudente discurso -pensó el sapito-. Es un gran personaje, y está tan alto como no había visto aún a nadie. -¡Y cómo nada!» -añadió al ver a la cigüeña volar por los aires con las alas desplegadas. Y madre cigüeña se puso a contar en el nido, hablando de Egipto, de las aguas del Nilo y del cieno inolvidable que había en aquel lejano país. Al sapito le pareció todo aquello nuevo y maravilloso. -Tendré que ir a Egipto -dijo para sí-. Si quisieran llevarme con ellos la cigüeña o uno de sus pequeños... Procuraría agradecérselo el día de su boda. Estoy seguro de que llegaré a Egipto; la suerte me es favorable. Este anhelo, este afán que siento, valen mucho más que tener en la cabeza una piedra preciosa. Y justamente era aquélla la piedra preciosa: aquel eterno afán y anhelo de elevarse, de subir más y más. En su cabeza brillaba una mágica lucecita. De repente se presentó la cigüeña. Había descubierto el

[ 9 ] El término suerte se emplea igual que en español.

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—Kóki—

sapo en la hierba, bajó volando y cogió al animalito sin muchos miramientos. El pico apretaba, el viento silbaba; no era nada agradable, pero subía arriba, hacia Egipto; de ello estaba seguro el sapo; por eso le brillaban los ojos, como si despidiesen chispas. -¡Croac! ¡Ay! El cuerpo había muerto, había muerto el sapo. Pero, ¿y aquella chispa de sus ojos, dónde estaba? Se la llevó el rayo de sol, se llevó la piedra preciosa de la cabeza del sapo. ¿Adónde? No lo preguntes al naturalista; mejor será que te dirijas al poeta. Él te lo contará como si fuese un cuento; y figurarán en él la oruga de la col y la familia de las cigüeñas. ¡Imagínate! La oruga se transforma, se metamorfosea en una bellísima mariposa. La familia de las cigüeñas vuela por encima de montañas y mares hacia la remota África desde donde volverá por el camino más corto a su casa, la tierra danesa, al mismo lugar y el mismo tejado. Parece un cuento, y, sin embargo, es la verdad pura. Pregúntalo al naturalista; verás cómo te lo confirma. Y tú lo sabes también, pues lo has visto. -Pero, ¿y la piedra preciosa de la cabeza del sapo? Búscala en el Sol. Vela si puedes. El resplandor es demasiado vivo. Nuestros ojos no tienen aún la fuerza necesaria para mirar la magnificencia que Dios ha creado, pero un día la tendrá, y aquél será el más bello de los cuentos, pues nosotros figuraremos en él.

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chéni jempo, jima k´umanchikwa énka wékurini jatsipka. Ísï xarhasïnti íska wantantskwa ma, jóperu sési méntuesti. K´urhamarhe naturalistani; ka arhiatikini éska ísïïka. Ka t´ut´uri míteska, jimpokari exepka ya. -Jóperu ¿jinte ya tsakapu meremereri kókiiri? Jirinhanta jurhiatarhu. Wétarhesïnti. Jukari tsónhatpexati. Éskwa juchariicha no úsïnti exeni jima ésï énka Tata Diosï úpka, jóperu niaraati jurhiata énka cheti jinteaka, ka imaeati wantantskwa sánteru sési jásï, jimpoka juchari ampe wantanhant´aka.



Nana K´éri [a b u e li ta]

Nana k´éri kutsumesti ya, paxunharhisti ya ka jawiri uraptsïsti ya, jóperu imaeri éskweecha ísï mere-merek´usïnti éska jóskweecha, jóperu sánteru sési, imaeri kánharhikwa tsípenharhisïnti, ka tsitikorhsïnti erateni.

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[versión español]

Ístu míteasti sési jásï wantantskweechani ka vestidu ma jukasti k´érati

Abuelita es muy vieja, tiene muchas arrugas y el pelo completamente blanco, pero sus ojos brillan como estrellas, sólo que mucho más hermosos, pues su expresión es dulce, y da gusto mirarlos. También sabe cuentos maravillosos y tiene un vestido de flores grandes, grandes, de una seda tan tupida que cruje cuando anda. Abuelita sabe muchas, muchísimas cosas, pues vivía ya mucho antes que papá y mamá, esto nadie lo duda. Tiene un libro de cánticos con recias cantoneras de plata; lo lee con gran frecuencia. En medio del libro hay una rosa, comprimida y seca, y, sin embargo, la mira con una sonrisa de arrobamiento, y le asoman lágrimas a los ojos. ¿Por qué abuelita mirará así la marchita rosa de su devocionario? ¿No lo sabes? Cada vez que las lágrimas de la abuelita caen sobre la flor, los colores cobran vida, la rosa se hincha y toda la sala se impregna de su aroma; se esfuman las paredes cual si fuesen pura niebla, y en derredor se levanta el bosque, espléndido y verde, con los rayos del sol filtrándose entre el follaje,

tsïtsïki úrhekorheri. Nana k´éri wánekwa, wánekwa ampe mítesti, jimpo énka yóni jámaska ya sánteru yóni íska náante ka táate. Kámasïnti ma takukata pirekweeriicha ka mémechani arhint´asïnti. Teruk´ani takukatarhu tsïtsïki rosale ma jatarhasti ch´atakata ka k´arhiri, jóperu énka exejka, tsípenharhisïnti ka terekorheni, ka úntasïnti wekwa ampe wénharihini. ¿Antis nana k´éri ísï exejki tsïtsïki warhimutini imanka takukata jataraka? ¿Nóri míteski? Énka wekwa nana k´ériiri tsïtsïki rosalerhu wekorhenka, ima colore jupikant´asïnti, tsïpamunt´asïnti, ka ménku xáni sési p´untsumu karhatani, sési inchakutani íska xúmu, ísï wirhipatani ísï íska p´ukuminturio jukari xunhapiti, p´untsumu arhamkwa inchatseni jima énka chu´kurhiicha wekorhenka jurhiateeri t´íntskwa jimpo, ka ísï jimpo nana k´éri sapichku wént´asïnti, sési jásï ma marikwa tepekateecha tiripitintsï, ménku xáasi chorhonharhini, ka sési xukuparhatini, no ma jarhasti sánteru sési jásï tsïtsïki, jóperu éskwempeecha, imaeri éskweecha kánekwa sési járhanhasti tsípekweeri.


Ilustración—Ana Paula Barajas Pérez

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Ilustración—Ana Paula Barajas Pérez

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­­­—diez cuentos de hans christian andersen en purépecha—

Nana k´érini jinkoni waxakani achaati ma sési jásï ka winhapiti jarhasti. Ísï p´untsum arhasïnti íska tsïtsïki rosale ka nana k´éri terekonharhisïnti -¡jóperu ima terekonharhikwa nóteru nana k´ériiriisti ya!- ka ménteru terekonharhisïnti. Ima achaati két´akusti, ka nana k´éri wént´asïnti ménteru kutsument´ani ka eratsepant´ani mámaru ampe ísï imani tsïtsïki warhimutini exeparini énka takukatarhu patsajka. Ka yáasï nana k´éri warhisti ya jima énka waxakatini jápka waxantsïkwarhu, wantaparini sési jásï ma wantantskwa. -K´amakusti ya -ísï arhisti- ji jukari kwataraskani ya; juraani sónti kw´íni. Ichatsïkusti sáni ísku mintsitaparini, ka kw´írasti; ka sánkani úntani pínhanteni, imaeri kánharhikwa tsípenharhisïrampti; ka jénkani arhinhaspti ísï ka warhispka ya. Káxa turhipitirhuksï jatsirant´asti, takusï urapiti irhirekata. ¡Xáni sési nínharhisïrampti, nákeru chúntatini jápka! Jóperu nóteru ampe paxunharhispti ka ménku ísï terekorheparinharhini. Imaeri jawiri jukari sési urapespti ka no chékorheni erateni nákeru warhirini jápka ya. Imaespti nana k´éri énka xáni ampaketiipka ka ima énkaksï xáni wékapka. Imani takukatani énka kámampka ép´urhu kétsekwaksï jatsikuspti, jimpo énka ísï wékapka, tsïtsïki rosale jatarhatini. Ísïksï túskunt´asti nana k´érini. Jima énkaksï túskunt´aka, tsïtsïki rosale ma ikaranhasti ka ménku xáni sési tsïpani, ka kwíniicha jima niáranhasïnti pirenhani, ka tiósio jatini pirekweechani arhiranhani jarhani ima énka takukatarhu karakata janhaka énkaksï nana k´ériiri jimpo ép´urhu kétsekwa jatsipka. Kutsïiri

y abuelita vuelve a ser joven, una bella muchacha de rubias trenzas y redondas mejillas coloradas, elegante y graciosa; no hay rosa más lozana, pero sus ojos, sus ojos dulces y cuajados de dicha, siguen siendo los ojos de abuelita. Sentado junto a ella hay un hombre, joven, vigoroso, apuesto. Huele la rosa y ella sonríe–¡pero ya no es la sonrisa de abuelita!–sí, y vuelve a sonreír. Ahora se ha marchado él, y por la mente de ella desfilan muchos pensamientos y muchas figuras; el hombre gallardo ya no está, la rosa yace en el libro de cánticos, y... abuelita vuelve a ser la anciana que contempla la rosa marchita guardada en el libro. Ahora abuelita se ha muerto. Sentada en su silla de brazos, estaba contando una larga y maravillosa historia. - Se ha terminado–dijo–y yo estoy muy cansada; dejadme echar un sueñecito. Se recostó respirando suavemente, y quedó dormida; pero el silencio se volvía más y más profundo, y en su rostro se reflejaban la felicidad y la paz; habríase dicho que lo bañaba el sol... y entonces dijeron que estaba muerta. La pusieron en el negro ataúd, envuelta en lienzos blancos. ¡Estaba tan hermosa, a pesar de tener cerrados los ojos! Pero todas las arrugas habían desaparecido, y en su boca se dibujaba una sonrisa. El cabello era blanco como plata y venerable, y no daba miedo mirar a la muerta. Era siempre la abuelita, tan buena y tan querida. Colocaron el libro

t´íntskweecha niarasïrampti jimá énka túskunhant’apka; chúrekwa 59


—Nana K´éri—

de cánticos bajo su cabeza, pues ella lo había pedido así, con la rosa entre las páginas. Y así enterraron a abuelita. En la sepultura, junto a la pared del cementerio, plantaron un rosal que floreció espléndidamente, y los ruiseñores acudían a cantar allí, y desde la iglesia el órgano desgranaba las bellas canciones que estaban escritas en el libro colocado bajo la cabeza de la difunta. La luna enviaba sus rayos a la tumba, pero la muerta no estaba allí; los niños podían ir por la noche sin temor a coger una rosa de la tapia del cementerio. Los muertos saben mucho más de cuanto sabemos todos los vivos; saben el miedo, el miedo horrible que nos causarían si volviesen. Pero son mejores que todos nosotros, y por eso no vuelven. Hay tierra sobre el féretro, y tierra dentro de él. El libro de cánticos, con todas sus hojas, es polvo, y la rosa, con todos sus recuerdos, se ha convertido en polvo también. Pero encima siguen floreciendo nuevas rosas y cantando los ruiseñores, y enviando el órgano sus melodías. Y uno piensa muy a menudo en la abuelita, y la ve con sus ojos dulces, eternamente jóvenes. Los ojos no mueren nunca. Los nuestros verán a abuelita, joven y hermosa como antaño, cuando besó por vez primera la rosa, roja y lozana, que yace ahora en la tumba convertida en polvo.

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jimpo tataka sapirhatiicha nirasïrampti tsïtsïki rosale p´ikuni no ampe sáni chéparini. Warhiriicha yámentu ampe mítenhasti, sánteru íska jucha kíksï jámani jaka. Jóperu sánteru ampakiti kw´iripuestiksï, jimpo no junkwantiksï. Takukata ka tsïtsïki rosale t´upuri wénhant´asti. Jóperu chúnkumanhaxati tsïpanhani tsïtsïkiicha ka kwíniicha pirenhani. Ísï jimpo mémechani míisïnka nana k´érini xáni sési jarhati éskweechani jatapka. Éskweecha no méni warhisïnti. Ka juchariicha exeati mémechani nana k´érini, eranhant´ani énka sapichkweepka ka sési jásï ísï íska jénkani énka sapichkweepka íska yóntki, énka wéenhapka tsïtsïki rosale charhapitini putirheni, ima énka jini jaka jini énkaksï túskunt´apka.



K´úmparheti [e l e sc araba jo]

Imani tekechuni Emperadoreerini[ 1 ] tiámuksï [versión en español] Al caballo del Emperador le pusieron herraduras de oro, una en cada pata. ¿Por qué le pusieron herraduras de oro? Era un animal hermosísimo, tenía esbeltas patas, ojos inteligentes y una crin que le colgaba como un velo de seda a uno y otro lado del cuello. Había llevado a su señor entre nubes de pólvora y bajo una lluvia de balas; había oído cantar y silbar los proyectiles. Había mordido, pateado, peleado al arremeter el enemigo. Con su Emperador a cuestas, había pasado de un salto por encima del caballo de su adversario caído, había salvado la corona de oro de su soberano y también su vida, más valiosa aún que la corona. Por todo eso le pusieron al caballo del Emperador herraduras de oro, una en cada pie. Y el escarabajo se adelantó: -Primero los grandes, después los pequeños -dijo-, aunque no es el tamaño lo que importa. Y alargó sus delgadas patas. -¿Qué quieres? -le preguntó el herrador. -Herraduras de oro -respondió el escarabajo.

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jatsintukwaspti mántani jantsiriirhu. ¿Antiksïs tiámu tiripitiiri jantsitukwapi? Sési jásï ma tsípitiispti, jantsiri yórhati jukaspti, eskuecha jimpo yámentu ampe exeni ka jawiri yórhati ka pitsïpiti énka sési tirhinchampka. Imani achaatiini énka juramutiempeepka páspti jini énka warhiperanhani jápka, jini énka chararanhani jápka. Emperadoreni kwíparharini arachakuspti máteru tekechuni enemigüerini,[ 2 ] ka kanhakwani salvariini Emperadoreriini ka irekwa. Yámentu ima jimpo énka úpka imaniksï tekechuni Empedaroreriini tiámu tiripitiiriksï jatsintukwaspti mántani jantsiriirhu. Ka k´umparheti urhemaspti arhini: -Wénhani k´érhatiicha ka sapirhatiicha chúnkumani -arhispti-, jóperu no k´ekwa o yótakwa jimposti. Ka yótarhaspti jantsiri k´arhiriichani. -¿Amperi wékasïni? -k´urhamarhespti tiámu ánchikorheri. -Tiámuechani tiripitiiri -arhispti k´úmparheti.

[ 1 ] El término de emperador no existe en lengua purépecha, para adaptarlo a esta lengua se le agrega “eri” en la mayor parte de este texto (del emperador). [ 2 ] Este es otra palabra que en purépecha se emplea con en español, pero con terminación con morfemas purépechas para adaptarlo a la lengua “eri” (del enemigo).


Ilustración—Nadia Ortiz Corza

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—K´úmparheti—

-¡No estás bien de la cabeza! -replicó el otro. ¿También tú pretendes llevar herraduras de oro? -¡Pues sí, señor! -insistió, terco, el escarabajo-. ¿Acaso no valgo tanto como ese gran animal que ha de ser siempre servido, almohazado, atendido, y que recibe un buen pienso y buena agua? ¿No formo yo parte de la cuadra del Emperador? -¿Es que no sabes por qué le ponen herraduras de oro al caballo? -preguntó el herrador. -¿Que si lo sé? Lo que yo sé es que esto es un desprecio que se me hace -observó el escarabajo-, es una ofensa; abandono el servicio y me marcho a correr mundo. -¡Feliz viaje! -se rió el herrador. -¡Mal educado! -gritó el escarabajo, y, saliendo por la puerta de la cuadra, con unos aleteos se plantó en un bonito jardín que olía a rosas y espliego. -Bonito lugar, ¿verdad? -dijo una mariquita de escudo rojo punteado de negro, que volaba por allí. -Estoy acostumbrado a cosas mejores -contestó el escarabajo-. ¿A esto llamáis bonito? ¡Ni siquiera hay estercolero! Prosiguió su camino y llegó a la sombra de un alhelí, por el que trepaba una oruga. -¡Qué hermoso es el mundo! -exclamó la oruga-. ¡Cómo calienta el sol! Todos están contentos y satisfechos. Y lo mejor es que uno de estos días me dormiré y, cuando despierte, estaré convertida en mariposa. -¡Qué te crees tú eso! -dijo el escarabajo-. Somos nosotros los que volamos como mariposas.

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-¡Nóri sés jarhaskari ép´urhu! -arhispti ima máteru¿Wékasïnti tiámu tiripitiiri jukanturhani? -¡Jóchka achaati! -arhispti ima k´úmparheti-. ¿Ji no xáni jukaparhaskini íska ima tsípiti k´éri énka marhuatspeaka, ka t´ireranksï, ka sési kamasïntiksï ka itsï ampe ínstkusïntiksï? ¿Ji no marhuakwasïni Emperadoreni? -¿Anti no míteskiri antiksïs tekechuni jatsintukwa tiámu tiripitiiri? -k´urhamarhespti tiámu ánchikorherini. -Míteni? Énkani ji mítekani imasti énka no wékasïntitsïni jinteni -isï exesïrampti k´úmparheti-, i no ésï arhikwesti pára ji; ka wékunt´aspti jima. - ¡Sési nitamakorhe! -terekorhespti tiámu ánchikorheri. - ¡No ampakiti kw´iripweskari! -winhachaspti isï arhini k´úmparheti, ka wékunt´aparini ya puertaarhu k´ésï anhaxuparhiani jardineerhu anhaxurhispti jima énka sési jamarhanteni jápka tsïtsïki rosale ka máteru tsïtsïki. -Sési jarhasti, ¿o no? -arhispti ma tsípiti énka turhipiti japarhapka, ka jima ésï káraxapti. -Ji p´intekorheska sánteru sési ampe -arhispti k´úmparheti-. ¿Íni arhisïnti íska sési ampe jinteaka? ¡Ni jaki ampe estiercol![ 3 ] Chúmkumaspti imaeri xanharuni, ka niáraspti k´umats´ïni tsïtsïkiirhu, jima ésï énka wemperhekwa ma jamani jápka. -¡Xáni sési jáxieka i parhakpeni! -arhispti wemperhekwa¡Xáasï jurheperepekatani jaka tsanta! Yámentuecha tsípexati ka

[ 3 ] Para este término, es preferible nombrarlo como “estiércol” en español porque para aplicarlo en el caso purépecha tendría que repetir constantemente “kwatsita” y del nombre del animal del que proviene, pero en el texto solamente se menciona “estiércol”.


­­­—diez cuentos de hans christian andersen en purépecha—

jépanhenantaxati. Ka nánterku jatini ini jurhiata ma kw´íikani, ka énkani tsínhariaka, parakata ma úkorhent´akani. -¡T´u ampe mintsikasïni imani! -arhispti k´úmparheti-. Juchasïni isï kárakani íska parakateecha. Jini jutamukwaskani Emperadoreempo, ka no ma ne ts´ïma énka jini irekanaka, ni tekechuni énka xáni tepaka ka yóot´arhani ka tiámu tiripitiiri jukanturhaka ka ts´ïma énka jintentsïni ókutak´a, ísï inteni mintsikanaxati. ¡K´ésï jukani! Yáasïri exeaka na énkani ji káraaka. -Ka ísï arhipani, káraspti-. ¡No wékapirinkani ikiani, jóperu no úsïnkani! Pastuurhu[ 4 ] wékorhespti, ka jima kw´ïirani. Mák´u awantaarhu jatini k´éri ma janispti. Ima k´umparheti tsínharhispti ima jimpo ka echeriirhu wékani inchatseni, jóperu no ampantespti. Ka xarhispti -kárani no úpirinti-; jima warhipirinti. Ka ísku jarhaspti ya, nóteru ampe úxapti. Énka janikwa jiórhupka ya sáni, ima k´úmaparheti p´ikunharhintaspti itsï éskuecharhu, ka xukuparhakwa urapiti janhapanhariispti. Ka chúnkumaspti jima íncharheni xukuparhakwa kwakariirhu. No mákw´enispti íska estiércol, jóperu no náni jatsispti para nirani, ka jima parhikuspti ma jurhiatekwa ka ma chúrekwa, ka janikwa no anhaxurhini. Chúrekwa jimpo wékuspti; ikiiparini janikwa jimpo. Ts´ïmani kwanhasïïcha waxakatinhaxapti jima xukuparhakwani jatatsetini, éskuechani merenharhiriani.

[ 4 ] A esta palabra se le agrega el morfema “urhu” en la terminación (en el).

Fíjate, vengo de la cuadra del Emperador, y a nadie de los que viven allí, ni siquiera al caballo de Su Majestad, a pesar de lo orondo que está con las herraduras de oro que a mí me negaron, se le ocurre hacerse estas ilusiones. ¡Tener alas! ¡Alas! Ahora vas a ver cómo vuelo yo. -Y diciendo esto, levantó el vuelo-. ¡No quisiera indignarme, y, sin embargo, no lo puedo evitar! Fue a caer sobre un gran espacio de césped, y se puso a dormir. De repente se abrieron las espuertas del cielo y cayó un verdadero diluvio. El escarabajo despertó con el ruido y quiso meterse en la tierra, pero no había modo. Se revolcó, nadó de lado y boca arriba -en volar no había ni que pensar-; seguramente no saldría vivo de aquel sitio. Optó por quedarse quieto. Cuando la lluvia hubo amainado algo y nuestro escarabajo se pudo sacar el agua de los ojos, vio relucir enfrente un objeto blanco; era ropa que se estaba blanqueando. Corrió allí y se metió en un pliegue de la mojada tela. No es que pudiera compararse con el caliente estiércol de la cuadra, pero, a falta de otro refugio mejor, allí se estuvo un día entero con su noche, sin que cesara la lluvia. Por la madrugada salió afuera; estaba indignado con el tiempo. Dos ranas estaban sentadas sobre la tela; sus claros ojos brillaban de puro embeleso. -¡Qué tiempo tan maravilloso! -exclamó una-. ¡Qué frescor! ¡Y esta tela que guarda tan bien el agua! ¡Siento un cosquilleo en las patas traseras como si fuera a nadar!

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—K´úmparheti—

-Me gustaría saber -dijo la otra- si la golondrina, que vuela tan lejos, en el curso de sus viajes por el extranjero ha encontrado un clima mejor que el nuestro. ¡Estas lloviznas, estas humedades! Es como estar en un foso lleno de agua. Poco ama a su patria el que no se alegra y goza de todo esto. -Bien se ve que no han estado nunca en la cuadra del Emperador -interrumpió el escarabajo-. Allí la humedad es caliente y aromática a la vez. A aquello estoy yo acostumbrado; es el clima que más me conviene; desgraciadamente, uno no puede llevárselo consigo cuando va de viaje. Y a propósito: ¿no hay en este jardín un estercolero donde puedan alojarse personas de mi categoría y sentirse como en casa? Pero las ranas no lo entendieron o se hicieron el sueco. -No suelo preguntar una cosa dos veces -dijo el escarabajo, después de haber repetido su pregunta por tercera vez sin obtener respuesta. Algo más lejos se topó con un casco de maceta; no tenía por qué estar allí en verdad, pero ya que estaba le sirvió de refugio. Vivían bajo el casco varias familias de tijeretas; son unos animalitos que no necesitan mucho espacio, con tal de que puedan estar bien juntos. Las hembras sienten para su prole un amor maternal sin límites, y creen que sus hijos son las criaturas más hermosas y listas del mundo. -¿Sabes? Nuestro hijo se ha prometido -dijo una madre-. ¡Pobre inocente! Su máxima ilusión es llegar algún día a instalarse en la oreja de un párroco. Es muy cariñoso,

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-¡Xáasï jásï jurhiaatekwa jaka! -arhispti ma kwanhasï-. !Xáasï tsirapekorheka! !Ka i xukuparhakwa énka xáasï itsï jutarhuka! ¡Xirhimenturhaxaka ísïmentu ískani p´ikwarhenturhaxaka ískani xarhiini! -Wékapirinkani míteni -arhispti máteru- inte golondrina énka yápuru ísï nirak´a kárapani, exentaski máteru náni énka sánteru sési jaka jurhiakwa íska ixu. ¡I janikuechani! Isïïsti íska posorhu ma jarhani itsïïru jatametini. No kánekwa wékasïnti juchari echerini ima énka no janenchaka ixu. -Xarharasïnti íska no méni janaka Emperadore jinkoni -arhispti k´umparheti-. Jini jurhepekorhesti ka sési jamarhanteni. Imanisïni ji p´intekani; énkarini sánteru terukucheaka; jóperu, no úsïnkani pakorheni jini énkani niwakani. Ka ixu ¿no jarhaski estiércole para ji pakarani ka ísï p´ikwarherani íska jucheeno? Jóperu kwanhasïïcha no kurhankukuspti. -Ji ampe ma tsimanta k´urhankorhesïnkani -arhispti k´úmparhetitanimu wént´ani k´urhamarhiaspti ka nóksï kurhakuni. Tsïtsïki jatakwarhu ma niáraspti ka jima kaskuurhu[ 5 ] ma, jóperu no náni jatsispti para nirani. Jima kaskuurhu wánhekwa tsítseecha irekanhaspti; jóperu ts´ïma tsípitiicha sapirhatiisti. Ari tsítse juchari wékasïnti ma Tata kurani inchantikuni. Sapichuesti, jóperu énka marikwani jatsiaka nóteru eratsexati imani ampe. ¡Sési exesïnkani ji énkani amampekani!

[ 5 ] Esta palabra también se adapta -como los demás- en purépecha con morfemas al final de la misma “urhu” (en el).


­­­—diez cuentos de hans christian andersen en purépecha—

-Ka juchari -arhispti máteru- p´énhasti ka chúnkumani ch´anhakorheni, ¡xépirinkari íska na tsípempka! Úsïnti jantioku jánkorheni. ¡Xáni tsípeweeka para ji! ¿O no k´úmparheti? Mítent´asptiksï énka ménterueni xásïpka. -Tsimarherani sésiitsï arhisïnka -arhiaspti k´umparheti; ka ísï p´ímarhetasptiksï jima kaskuurhu jarhani tsïma jinkoni. -Kwanhetakaksïni juchaari watsïïchani -arhinhaspti amampeecha-. ¡Sési járhanhasti? Ka kurhankunhasïnti énka no matsianaka, jóperu íska xáni jatirinaka míntentskorhesïnti ya. Ka yámentu amampeecha chúnkumaspti wáp´eri ampe eyankuperanhani, ka ts´ïma tsítseecha tamu wantanhanaxapti, ka jupikatarakuecha jinkoni p´orhesïramptiksï k´úmparhetini. -No kurhantinhasti! ¡No jiarhetasïntitsïni ísku jarhani! -arhispti ma amampa-. Jóperu ima k´úmparheti no jépanhent´asïrampti, ka kurhamarhiaspti no ma jarhaspti estiercoleru jima ésï. - ¡Uf yawani, yawanhesti, posorhu parhikuni -arhispti tsítse-. Xáni yawani, íska wátsï juchetiicha no ma wétsïaaka jini nirani. Warhipirinkani xáni wantanheni. -Nipa nántikini exentaka -arhipsti k´úmparheti, ka niraspti ka no wantanukorheni. Jawanekwarhu wánekwa k´úmparhetiichani exeant´aspti. -Ixuksï irekaska -arhisptiksï-. Sésiksï jarhaska. ¿Pakarats´ï ixu juchatsïni jinkoni? Kwataratixampkatsïxaru.

un niño todavía, y el tener novia lo tiene alejado de toda clase de vicios. ¡Qué mayor satisfacción para una madre! -Pues el nuestro -dijo otraapenas salido del huevo se puso a jugar, ¡si vierais con qué alegría! Es de lo más vivaracho; hay que dejarle que se expansione. ¡Qué gozo para una madre! ¿Verdad, señor escarabajo? Reconocieron al forastero por su figura. -Las dos tienen razón -respondió el escarabajo; y así lo invitaron a meterse bajo el casco todo lo que su volumen le permitiese. -Le presentaremos a nuestros hijitos -dijeron otras dos madres-. ¡Son lindísimos, y tan graciosos! Y se portan como unos angelitos, a no ser que les duela la barriga, pero a su edad ya se sabe. Y a continuación cada una de las madres se puso a hablar de sus hijos, mientras éstos charlaban entre sí, y con las pinzas de la cola se dedicaban a pellizcar las antenas del escarabajo. -¡Qué traviesos! ¡No dejan a uno en paz! -exclamaban las madres, y no cabían en sí de orgullo maternal. Pero al escarabajo le disgustaba aquella familiaridad, y preguntó si por casualidad no había un estercolero por las inmediaciones. -¡Uf! Está lejos, muy lejos, del otro lado de aquel foso -dijo una tijereta-. Tan lejos, que espero que a ninguno de mis hijos se le ocurrirá ir nunca hasta allí. Me moriría de angustia. -Voy a ver si lo encuentro -contestó el escarabajo, y se marchó sin despedirse. Es lo más distinguido. En la

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—K´úmparheti—

zanja se encontró con varios individuos de su especie, es decir, escarabajos peloteros. -Vivimos aquí -dijeron-. Estamos muy bien. ¿Sería tomarnos excesiva libertad invitarlo a nuestro substancioso fango? De seguro que estará fatigado del viaje. -Lo estoy, en efecto -respondió el recién llegado-. La lluvia me obligó a refugiarme en una sábana recién lavada, y la limpieza siempre me ha dado escalofríos. Luego he cogido reuma en un ala, mientras me cobijaba bajo un casco de maceta abarrotado de gente. Es un verdadero alivio encontrarse de nuevo entre paisanos. -¿Viene acaso del estercolero? -preguntó el más viejo. -¡De mucho más alto! -repuso el escarabajo-. Vengo de la cuadra del Emperador, donde nací con herraduras de oro. Viajo en misión secreta, y así les ruego que no me pregunten, pues no les diré nada. Con ello nuestro escarabajo bajó al lodo, donde había tres señoritas de la familia que lo recibieron con risitas ahogadas, porque no sabían qué decir. -Es usted aún soltero -observó la madre, a lo cual las jovencitas volvieron con sus risitas, pero esta vez muy turbadas. -¡Ni en la cuadra imperial he visto muchachas tan hermosas! -dijo, galante, el escarabajo viajero. -¡Cuidado! No vaya a pervertir a mis hijas. Y no les hable, si no viene con buenas intenciones; pero si las tiene, le doy mi bendición. -¡Hurra! -gritaron los presentes, y con ello quedó

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-Isïïsti, kwataratixampkani -arhispti k´úmaparheti-. Janikwa jimpo takusïírhu jupakatarhu ma jarhaspkani, ka no tsitisïnkani ampe ma jupakata. Ka p´amexurhaxaka ya ma k´éxsïïrhu, énkani kaskuurhu ma xápkani. Sésiisti énkaksïni exentaka. -¿Jurhaxaki estiércole jwári? -k´urhankorhespti k´úmparheti k´éri. -¡Sánteru karhakwa jatini wératiiskani! -arhispti k´umaparheti-. Emperadoreoxini jutiikani, jini p´énhaskani tiámu tiripitiiri jukanturhareani. Ji yapuru isï jánhaskaskani ya, ásïits´ïni k´urhamarhe, nóksïni eyankwaka. Ka ísï arhipani ima k´úmparheti kétsespti atsïmuurhu, jima tanimu k´umparheti nanakeecha janhaspti ka k´uratsepariniksï erokaspti, jimpo énka no mítenhapka ampe arhinksï. -Cha no tempuchatiiska -arhispti náante k´umparheti, ka ts´ïma maruteruecha sánteru k´uratsekunhani. -¡Ni emperadoreempo exaskani marikuechani xáasï jarhati! -arhispti ima k´umparheti. -¡Ásï terunkutani ja wátsï juchetiichani. Ásï wantap´a, énkari no sésikwa jinkoni janoaka; jóperu énkari wéaka, instkwakakini sésiikwa. -¡Hurra! -winhachanhaspti ka ísï wantakwa jupukakuspti ima k´umparheti- Wénhani tempuchakwa jánkwa ka chúnkumani kúnkorhekwa tempuchakwa. Pawantekwa sési parhukuspti, máteru jurhiatekwa yóparhaspti, ka jiniani t´irekueri ampe eratsexapti para tempa, ka wáp´echa jimpoxaru. -No erokorhesïrampkani íni -jantioku arhikorhesïramptijimpo, úakani mákw´eni meyamwant´ani.


­­­—diez cuentos de hans christian andersen en purépecha—

Ka ísï úspti. Chúskuni no niánt´aspti ni tsípeeri ni chúrekwa… ka ísï ima k´úmparheti tsïntiini ya. Ka máteru k´úmparhetiicha arhispti íska no ésï únhapka ísï jiókanksï, imani k´úmparheti nanaka úkwaespti ya para ts´ïma. -Íska juwaka jinteni jinkoni irekani íska marikwa ma -arhispti amampa-, wátsï jucheetiisti, ka juchenio jawati. Ka ima k´úmparheti chúnkumaspti imaeri xanharu; posorhu parhimespti chu´kurhirhu jatarini. Erantepakwa jimpo ts´ïmani achaatiicha anhastasptiksï, ma k´éri ya ka máteru sapichku, exesptiksï tsípiti sapichuni, ka p´úkusptiksï ka yáupuru isï wantsïperanksï para erarheni, ka mámaru jásï wantakwa arhinksï, sánteru ima tumpi. -Alá, -arhisïrampti-, exe k´úmaparheti turhipitini tsakapu turhipitiirhu. ¿No ísï arhisïni Korán? -k´urhankorhespti, ka eyankuspti latín wantakwa jimpo arhikorhekwa tsípitiiri. Ima achaati k´éri no wékasïrampti pakorheni chene émpo; wánhekwa ampe jatsiaspti ya. Ts´ïma wantakuecha k´úmparheti no sési kurhankwaspti, ka k´ésïïchani p´írhaxurhaspti ewakutakorheni tumpiri ják´i jimpo; yawani káraspti, k´árhixurhaspti ya k´ésïïchani, ka invernaderuuru[ 6 ] anhaxurhispti, ka jima úspti jarhani sáni; ka jima kánhekwa estiércole exent´aspti ka jima inchatseni. -¡Sési ampesti i! -arhispti. No yóntaspti kw´íni, ka tsanharhini íska tekechuni Emperadoreerini kwáskuspkaksï, ka ískaksï k´úmparhetini intskupka tiámu tiripitiriichani ka máteru ts´ïmani ékwanksï. ¡Xáasiika para ísï tsanharhini! Íska na [ 6 ] Se le agregan los morfemas al final de la palabra según lo refiera el texto, en este caso “urhu” (en la o en el).

prometido el escarabajo. Primero el noviazgo, luego la boda; ningún motivo había para retrasarla. El día siguiente transcurrió muy bien, el otro se hizo ya un poco más largo, el tercero fue cuestión de pensar en la comida de la mujer y, posiblemente, de los niños. -Me cogieron de sorpresa -se dijo para sus adentros-; por lo tanto, tengo derecho a pagarles con la misma moneda. Y así lo hizo. Tomó las de Villadiego. No compareció en todo el día ni en toda la noche... y la mujer se quedó viuda. Los demás escarabajos afirmaron que habían cometido la torpeza de admitir a un vagabundo en la familia; la mujer les resultaba una carga. -Que se venga a vivir conmigo como si fuese soltera -dijo la madre-, es mi hija, y como tal estará en mi casa. ¡Vaya con ese asqueroso bribón, que la ha plantado! Mientras tanto el escarabajo proseguía sus andanzas; había cruzado el foso navegando en una hoja de col. Por la mañana se presentaron de improviso dos hombres, uno ya mayor y otro jovencito, divisaron al animalito, lo cogieron y, dándole vueltas de todos lados, se pusieron a hablar con una ciencia sorprendente, en particular el muchacho. -Alá, -decía-, descubre el negro escarabajo en la piedra negra de la negra roca. ¿No dice así el Corán? -preguntó, y tradujo al latín el nombre del insecto, describiendo su especie y su naturaleza. El mayor de los hombres no era partidario de llevárselo a casa; tenían ya bastantes buenos ejemplares, decía. Al escarabajo le parecieron estas palabras muy

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Ilustración—Nadia Ortiz Corza


­­­—diez cuentos de hans christian andersen en purépecha—

tsínarhipka wéraspti ka yápuru jwantsïkorheni erani. Sési jarhaspti invernaderu. Wánekwa anhatapuecha janhaspti ts´ïma énka píncheampka karhakwa; ka jurhiata jimpo no xarhanhasïrampti, ka sési jásï witsakwa charhapiti jarhaspti íska ch´piri, ka tsïpampiti ka úrapiti íska nieve énka jénkani méntu wekorhetini jarhak´a. -¡Sési méntu jarhaspti! ¡Na xáni sési jamarhantempka énka tsïtsïkiicha tereni jawaka ya! -arhispti k´úmparheti-. No méni ísï exeka. Ixu irekanhasti máteru k´úmparhetiicha. Nipa xanharani nánti énkani exentaka ma. Jíntentsïni janhanharisïnti. Ka yápuri jámaspti jirinpent´ani, ka míaparini imani tsanharikwa énka tekechuni warhipka ka tiámu tiripiriiri. Ka sóntku, ják´i ma jupikaspti k´úmparhetini winahni. Jardinerueri wáp´a ka ima éri píchpirituecha invernaderuurhu janhaspti, ka ískaksï na exepka tsípitini ima jinkoni wékasïramptiksï ch´anhani. Ch´kurhirhu jima énka jápka, sutupurhuksï jatsiraspti. Ka jimpo énka sïrimtarhatani jápka, tataka sapichu ják´i jimpo ataspti. Ka antatakweranhaspti jardineerhu. Inchantukwa takusïrhuksï ma jatsiraspti, ima énka karurhupka ya. Jima p´anikwa ma jatsiakusptiksï para k´úmparhetini jórhutani piroaka jimpo. Ima inchanturakwa mótsetarakuepirinti, ka k´úmparheti juramutipirinti. Ima mótsetarakwa k´ériispti; k´úmparheti ísï exesïrampti íska océanu, chéeraspti, ka wekorhespti ka warawara ataspti jantsiriichani. Ima inchantukwa yawani nirasïrampti, jimpo énka itsï winhani wirixapka. Énka mótsetarakwa jarhareampka yawani, tataka sapichu ma

descorteses, y, desplegando las alas, se escapó de la mano del muchacho; voló un buen trecho, pues tenía ya secas las alas, y fue a aterrizar en un invernadero, en el que pudo entrar sin dificultad por una ventana abierta; encontró allí un montón de estiércol fresco y se hundió en él. -¡Esto es suculento! -exclamó. No tardó en dormirse, y soñó que el caballo del Emperador había sido derribado, y que al Señor Escarabajo Pelotero le habían dado sus herraduras de oro y la promesa de otras dos. ¡Qué agradable y delicioso es un sueño así! Al despertarse salió afuera y miró en derredor. El invernadero era magnífico. Grandes palmeras se alzaban esbeltas hasta el techo; el sol parecía hacerlas transparentes, y a sus pies crecía una rica vegetación con flores rojas como fuego, amarillas como ámbar y blancas como nieve recién caída. -¡Es de una magnificencia incomparable! ¡Qué olor más delicioso debe reinar aquí, cuando todas estas plantas entren en putrefacción! -dijo el escarabajo-. Jamás se ha visto tal despensa. Aquí viven congéneres míos. Voy a dar una vueltecita por si me topo con alguien con quien se pueda alternar. Soy persona respetable, éste es mi orgullo. Y anduvo buscando por todas partes, sin dejar de pensar en su sueño del caballo muerto y las herraduras de oro. De repente, una mano rodeó el escarabajo, lo apretó y le dio la vuelta. El hijo del jardinero y uno de sus amiguitos estaban en el invernadero, y al ver al insecto

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—K´úmparheti—

quisieron divertirse con él. Envuelto en una hoja de vid, fue a parar a un caliente bolsillo del pantalón. Allí venga cosquillear, por lo que el chiquillo lo obsequió con un recio manotazo. Llegaron entretanto a una gran balsa que había en el extremo del jardín. Lo metieron en un viejo zueco roto, al que faltaba la parte superior. Plantaron en él una estaquilla a modo de mástil y le ataron el escarabajo con un hilo de lana. El zueco haría de barco, y el escarabajo sería su patrón. La balsa era muy grande; el escarabajo la tomó por un océano, y quedó tan asombrado, que se cayó boca arriba y se puso a agitar las patas. El zueco se alejaba, pues la corriente era bastante fuerte. Si el barquito se apartaba demasiado de la orilla, uno de los chiquillos se arremangaba los pantalones, se metía en el agua, y lo volvía al borde. Pero sucedió que, estando el barquichuelo en plena navegación, alguien llamó a los niños, y ellos se echaron a correr sin preocuparse de la suerte del zueco, el cual siguió alejándose de tierra; el escarabajo estaba de verdad aterrorizado. No podía volar, pues lo habían atado al mástil. En éstas recibió la visita de una mosca. -¡Un día espléndido! -dijo la mosca, iniciando la conversación-. Aquí podré descansar y tomar el sol. ¡Qué bien lo pasa usted, y qué cómodo debe estar ahí! -¡No diga tonterías! ¿No se da cuenta de que estoy atado? -¡Pues yo no! -replicó la mosca, y se echó a volar.

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inchamesïrampti para yurhekwaarhu jamukoteni paarant´ani. Jóperu énka mótsetarakwa itsïïrhu jatametini jápka, ne ma yórhiant´aspti tataka sapirhatiichani ka ts´ïma wiriipani ka imanksï mótsetarakwani mirikurhini ka itsïïrhu pakatanksï, ka ima yawani nirani; k´úmparheti chéxapti. No úsïrampti kárani jimpo énka jótakorherini jápka. Ka jima tínti ma niaraspti. -¡Sési jásï ma jurhiakwa! -arhispti tínti- para wénhani wantontskwarhekuni-. Ixu úakani sáni míntsikorheni ka t´írhekorheparini. ¡Cha xáasï nitamakorheni jaka, ka xáasïitsï jaka jimini! -¡Ásï ísku ampe arhini ja! ¿Nóri exexaki ískani jótakata jaka? -¡Jóperu ji no! -arhispti tínti, ka chúnkumani kárant´ani. -Yáasï exexaka parhakpenini -arhispti k´úmparheti-. Winipeni kw´iripuecha; no ampantesti para ísï xáni sési jásï pára ji. Wénhantsïni no íntskuntsïni tiámuechani tiripitiiri, ka chúnkumani xukuparhakwa kwakariirhu ma, ka tátsekwa sánteru tsïtsïki jatakwarhu ma jarhaspkani katsi-katsixi, ka últimu ya warhiitirini ma tarhatasti. Ka wéts´ïspkani nirani xanharani para miyuni ka tataka sapichurini ma tarhatani ka itsïïrhurini jurak´uni. Ka ji ísï úkorhenchaparini, ima jiniani Emperadoreeri tekechuni jukanturhariani jarhani tiámu tiripitiiri. Imarini xáni ikiatasïnti. ¡Jóperu no wétaresïnti kóntekorheni ixu parhakpeniirhu! Jucheeti jánkwa no sési nitamaskani; ¿ampe urakweeski ya i ka no ne ma míteni? Jóperu, parhakpeni no wétarhesïnti míteni íni ampe; énkani úpirinkani es tiámu tiripitiiri jukanturhani íska tekechuni. Jintentsïnis


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janhanharipirinti jini tsípitiriicha k´umanchikwarhu. Jóperu tsïnchiskani, ka parhakpenit´urini ts´ïtasti, ka yámentu ampe k´amarasti. Jóperu no yámentu ampe k´maraspti, mótsetarakwa ma antarheraspti jima énka wánekwa nanaka sapirhatiicha jatanhapka. -¡Exe! ¡Inchantukwani ma xarhits´ïkurhaxampti! -arhispti ma nanaka sapichu. -Tsípiti xapichu ma jótakata jarhasti -arhispti máteru. Ántarherasptiksï, p´ímasptiksï, ka tijera jimpo ma, nanaka sapichu ma kachukuspti piroakwani séskweni para no ma ampe úkuni k´úmparhetini, ka witsakwaarhu jatsispti énka kétsenhapka. -¡Wiri, wiri! ¡Kára, kára énkari úk´a! -winhachaspti-. K´úmparheti chúnkumaspti kárani, ka k´éri k´umanchikwarhu ma inchapsti ventanaarhu ísï, ka jawiriirhu tekechuni Emperadoreeri jimpo apots´ïkuspti para míntsikorheni, no p´íkwaretsespti íska ménteru jima niantapka énka wérapka. Ka winhani jupitakorhespti jawiriirhu. -¡Ixu jatarixaka tekechuniirhu Emperadoreerini, íska jinete ma! ¿Na arhi? ¡Antis no! K´urhamarhexaptirini tiámu ánchikorheri: “¿Antiksïs tiámu tiripitiiri jatsintukwa tekechuni?” Jinteni jimpo jatsintukwatiksï: para janhanharintsïni, énkani jatapirinkani. Ka i eratsekwa tsiperaspti. “¡Wénhani eratsentakani ampe kurhankuskini ari nitamakwa jimpo!”. Ts´ïma jurhiakueri t´íntskuecha imani k´úmparhetini atasïrampti, ka jurhiatani tsitisïrampti.

-Ahora veo lo que es el mundo -dijo el escarabajo-. Lleno de gente ordinaria; no hay sitio, en él para una persona decente como yo. Primero me niegan las herraduras de oro, luego tengo que echarme en una tela mojada, después me apretujan en una maceta atestada de gente y, finalmente, me cargan una mujer. Se me ocurre luego darme un paseo por esas tierras para ver cómo andan las cosas y viene un bribonzuelo y me abandona atado en medio del mar. Y mientras tanto el caballo del Emperador va luciendo las herraduras de oro. Esto es lo que más me indigna. ¡Pero no hay que esperar compasión en este mundo! Mi vida ha sido de veras accidentada e interesante; mas, ¿de qué sirve todo eso si nadie la conoce? Por otra parte, el mundo no merece conocerla; de otro modo, me habría puesto herraduras de oro como al caballo, allí en la cuadra imperial. Ahora sería yo una honra para el establo. Pero me he perdido, y el mundo me ha perdido también, y todo ha terminado. Mas, contra lo que él creía, aún no había terminado todo, pues se acercó un bote ocupado por varias niñas. -¡Mirad! ¡Ahí flota un zueco! -exclamó una de ellas. -Hay un animalito atado -dijo otra. Se acercaron al zueco, lo pescaron, y, con unas tijeras, una de las chiquillas cortó el hilo de lana sin hacer daño al escarabajo, al que depositó en la hierba cuando desembarcaron.

-¡No no ésï jarhasti parhakepeni! -arhispti- Wétarhesïnti sési erokani. 73


—K´úmparheti—

-¡Corre, corre! ¡Vuela, vuela si puedes! -gritó-. ¡Goza de la libertad! No tuvieron que decírselo dos veces: el escarabajo se echó a volar, y por una ventana abierta entró en un gran edificio, para ir a caer, rendido de fatiga, en la larga crin, fina y suave, del caballo del Emperador; pues sin darse cuenta había vuelto a dar en el establo donde antes vivía. Se agarró fuertemente a la crin y se repuso poco a poco. -¡Heme aquí montado en el caballo del Emperador, como un jinete! ¿Qué digo? ¡Claro que sí! Ya me lo preguntaba el herrador: « ¿Por qué le pusieron herraduras de oro al caballo? ». ¡Naturalmente! Se las pusieron por mí: para hacerme honor, cuando me dignara montarlo. Y este pensamiento lo puso de excelente humor. « ¡Hay que ver lo que el viajar aguza el entendimiento! », pensó. Los rayos del sol caían directamente sobre él, y el sol le parecía hermoso. -¡Pues no está tan mal el mundo! -dijo-. Sólo hay que sabérselo tomar. El mundo volvía a ser hermoso, pues al caballo del Emperador le habían puesto herraduras de oro porque el escarabajo debía montar en él. ¡Parecía mentira que tal honor hubiese estado reservado para él! -Ahora me apearé para explicar a mis parientes lo mucho que han hecho por mí. Les contaré todas las amenidades de mi viaje al extranjero y les diré que sólo voy a permanecer en casa mientras el caballo no haya gastado las herraduras de oro.

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Wént´aspti sési exeni imani parhakpenini, imani tekechuni Emperadoreerini tiámu tiripitiitiksï jatsintukwaspti para k´úmparheti jatani. ¡No wantaspti íska ima jiposï jukanturhaapka para ima jatani! -Yáasï kétseakani para eyánkwani ts´ïma énkani jámpuriaka énka xáni sési únaka ampe para ji. Eyankwakani na énkani sési nitamakani yápuru ísï ka arhiaakani ískani juchenio jawakani jóperu énka tekechuni no k´amantwaka tiámwechani tiripitiiri.



Nanaka sapichu énka kurhintani ch´atanturhipka [l a ni ña qu e p i sot e ó e l pan]

Nánti énkari kurach´aka nanaka sapichweeri ampe énka kurhintani ch´atanturhipka para no jákw´ani jukanturakuechani, ka na énka no sáni sési úkorhenchapka. Ima wantantskwa karakata jarhasti ya. [versión español] Seguramente habrás oído hablar de la niña que pisoteó el pan para no ensuciarse los zapatos, y de lo mal que lo pasó. La historia está escrita y anda por ahí impresa. Era una niña hija de padres pobres, pero orgullosa y altanera; tenía mal fondo, como suele decirse. Ya de muy pequeña se divertía cazando moscas, arrancándoles las alas y soltándolas luego. Cazaba también escarabajos y abejorros, los clavaba en una aguja y los ponía sobre una hoja verde o un pedazo de papel; la bestezuela se agarraba a él y hacia toda clase de contorsiones para librarse de la aguja. -¡El abejorro está leyendo! -exclamaba la pequeña Inger, que así se llamaba-, fíjense cómo vuelve la página.

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Tátempeecha no kánikwa ampe jatsikwarhispti, jóperu ima nanaka no sésiispti; no sési jásï kwiripuespti. Sapichutki úntaspti tsípiti ka tinti ampe jupiani, ka k´ésï pikwani ka ménteru jurak´utani ya. K´umparhetichantu jupiasïrampti ka abejorrweechani,[ 1 ] p´ikukwarhu ma incharhutasïrampti para ménteru ch´kuri xunhapitiirhu ma jatsiani o sïrantarhu; ima tsípiti jupirhsïramti nanaka sapichuni ka ménku xáni no sési manhakorheni para p´ikukwarhu wéehrant´ani. -¡Inte abejorru arhintaxati! -arhisïrampti Inger, isï arhikorhespti nanaka sapichu-, exe na énka p´íraakuni jaká takukatani.

[ 1 ] Para esta palabra no hay una en purépecha, se adapta del español con la terminación en purépecha “echani” (a los abejorros).


Ilustración—Hugo Enrique Nieto Fernández (Toby)

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—Nanaka sapichu énka kurhintani ch´atanturhipka—

A medida que fue creciendo, en vez de mejorar puede decirse que se volvió peor. Hermosa sí lo era, para su desgracia, pues de otro modo habría llevado buenos azotes. -¡Una buena paliza, necesitarías! -le decía su propia madre-. De pequeña me has pisoteado muchas veces el delantal; mucho me temo que de mayor me pisotees el corazón. Y así fue. Entró a servir en una casa de personas distinguidas, que la trataron como a su propia hija, vistiéndola como tal, con lo que creció aún su arrogancia. Al cabo de un año le dijo su señora: -Deberías visitar a tus padres, mi querida Inger. Fue, pero solamente para exhibirse. Quería que viesen lo guapa que se había vuelto. Mas al llegar a la entrada del pueblo y ver a las muchachas y los mozos charlando en el estanque, y a su madre descansando sentada en una piedra, pues venía cargada con un haz de leña que había recogido en el bosque, Inger dio media vuelta. Se avergonzaba de tener por madre a aquella tosca mujer cargada con un haz de leña, ahora que iba tan lindamente vestida. No le remordió haberse vuelto; sólo sentía enojo por haberse acicalado para nada. Transcurrió otro medio año. -Deberías ir a tu casa a ver a tus padres, querida Inger -volvió a decirle su señora-. Ahí tienes un pan de trigo; puedes llevárselo. Estarán contentos de verte. Inger se puso el mejor vestido y los zapatos nuevos. Levantándose la bonita falda, caminaba con gran

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Na énka k´épani japka, sánteru no sési ampakespti. Sési jáxispti, jóperu nákeru isï no ampakespti. -¡Wétarhesïnkari ískakini ataka ma! -arhisïrampti amapa-. Énkari sapichuepka wántamenturini ch´atanturhichiska tatsunharikwani; wántanhesïka énkari k´érhiaka, minstitantini ch´ataturhichiaka. Ka isï úkorhespti. Kwiripweecha jnkoni ínchamukuspti anchikorheni, tsïma énka tumina ampe jatsikorhepka, ka isïksï kámani íska wáp´ani, sésiksï xukutani, jóperu ima jimpo sánteru no sési jámasïrampti. Énka ma wéxurhini parhikupka ima warhiti jima énka ánchikorhempka arhispti: -Nipirinkari sáni exeni táateni ka náante chetini. Ka niraspti, jóperu imanku exerpeni na énka xukuparhampka. Wékasïrampti ískaksï xepirinka na énka sési jásïpka. Sánteru jimpo énka tumpiichani ka marikuechani exeasïrampka itsïirhu ántamukutinhani jánhampka wantontskorhenhani, ka amampa waxakatini jarhasïrampti ma tskapurhu míntsikorheni, jimpo énka wékurini wéntasïrampka ch´kari kwiparharhini ima énka p´ukuminturio tántampka, ka Inger eraparhasïrampti. K´uratsesïrampti énka amampa ima jintepka énka ch´akari kwíparharini jámampka, ka ima nanaka xáni sési jukarini. No sáni k´omu p´íkwarheraspti kw´anhatsent´ani chenempo; ikisïrampti isku nirani sési xukuparharini. Máteru teruk´ani wéxurhini parhikuspti.


­­­—diez cuentos de hans christian andersen en purépecha—

-Nipirinkari exenia táateni ka náanterni, t´u Inger -ménteru isï arhispti warhiiti- Inte ma kurhinta trigüeeri,[ 2 ] para pákwanti táateechani. Tsípetiksïni exeni. Inger jukant´aspti ma vestidu[ 3 ] ka jukanturhakuechani sési jarhati ka jimpani. Ménku isï tarhatapsïrampti vestiduni ka séskueni xanharani para no jánturhani inchantukechani. Nóchka ampe noesï úsïrampti. Jóperu énka niárampka ya para parhikuni jima énka atsïmu jántepka ka yurhekwa sapichu má únteni, imani kurhintani kw´anintskaspti, atsïmurhu echutsïtani pára jima átstani ka no jánturhani inchatukuechani. Ka íska na átstapka ma jantsiri jimpo, mák´u nóteru ampe xarharaspti marikwa ka itsïïrhu sïpakorheni. Ka puro yurhekwa sapichu xarhani énka pisïki úmeampka. Isï arhisïnti ima wantantskwa. Jóperu ¿Ampe úkorhenchaspi ima marikwa? Ts´ïma warhiitimpo niáraspti énka atsïmurhu ichamekwa irekapka. Ka ima elfueriicha[ 4 ] tempesti. Ts´ïma énkan wánekwa mínharhikwasti jimpoka énkasï cancioniicharu[ 5 ] ampe wantatseasïnka ka kwirutseanksï; ka ima warhiitiimpo énka jima irekapka mítenhasti íska kawirakawa ampe úni jarhasïrampka énka swanta wéekuni jarhampka. Ka jima niaraspti Inger, jini énka ni úk´a yóni jatsïkorheni. Jóperu atsïmurhu sánteru sési jarhaspti íska jima énka kawirakwa úni jarhampka. Ts´ïma barrilechani nó ésï jámenhasïrampti, énka p´utsurupurinka ma [ 2 ] Se le agrega “eri” (de) y se conserva la mayor parte de la palabra en español. [ 3 ] Este término se refiere a un vestido y no a cualquier tipo de ropa, por lo que se menciona en español agregándosele una “u” al final. Si se hiciera referencia a alguna otra prenda como jeans, chamarra, etc. se podría adaptar en purépecha como xukuparhakwa. [ 4 ] Los elfos son criaturas que no existen y no se tiene conocimiento de ellos entre los purépechas, por lo tanto, para su adecuación en el idioma se le agrega “ueri” (de los elfos) “echa” (elfos) y alguna otra terminación que se requiera en la oración. [ 5 ] Se menciona canción porque el texto no se refiere a composiciones en purépecha o pirekwas.

precaución para no ensuciarse el calzado. Ningún mal había en ello, claro está. Pero llegada al punto en que el sendero cruzaba un cenagal y el agua formaba un gran charco, tiró el pan al suelo, en medio del barro, para poder apoyar el pie sobre él y no mojarse los zapatos. Y mientras estaba con un pie sobre el pan y con el otro levantado, se hundió el pan y la muchacha desapareció en el agua. Un momento después sólo se veía una negra charca burbujeante. Así dice la historia. Pero, ¿qué fue de ella? Pues fue a parar a la mansión de la mujer del pantano, que habita en su fondo. La mujer del pantano es la tía de las elfas. Éstas son muy conocidas, pues andan por ahí en canciones y las han pintado muchas veces; pero de la mujer la gente sólo sabe que cuando en verano salen de los prados vahos y vapores, es que ella está preparando cerveza. Precisamente fue a parar Inger a su destilería, donde no es posible aguantar mucho tiempo. Una cloaca cenagosa es un aposento claro y lujoso en comparación con la destilería de la mujer del pantano. Los barriles apestan de tal modo, que al olerlos uno cae sin sentido. Estos barriles están apilados unos sobre otros, y por los pequeños espacios que quedan entre ellos, y que podrían servir para escabullirse, asoman sapos viscosos y gordas culebras que yacen allí en un revoltijo. Pues allí fue a dar con sus huesos la pequeña Inger. Y aquel repugnante hormiguero era tan terriblemente helado, que la chica tiritaba de pies a cabeza y sentía que se iba quedando aterida. Seguía aferrada al pan, el cual la

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Ilustración—Hugo Enrique Nieto Fernández (Toby)

—Nanaka sapichu énka kurhintani ch´atanturhipka—

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miripakurhipirinti. Ts´ïma barrileecha takurakata janhaspti ka sanititku énka jarhakurhapka kókiicha ka akwitseecha jatakurhanhaspti. Ka jimachkasï niárapti Inger. Ka úparini nó ésï tsirapkarhaspti jima, jimposï nanaka sapichu tsirintsirikorhempti. Jóperu kurhintarhu anhatsïkutixaptiteru nákeru sánteru inchatsempka. Ima wariiti chene émpo jarhaspti. Ka jénkanimentu no ampakiti ka amampa k´éri niarasptiksï p´urhempeni jima énka kawika úmpka. Ima nana k´éri no méni isku jarhasïrampti, sïrikukwa patakorhesïrampti, jóperu no ampakespti. Jóperu no ampe ma sïrikuxapti, iskus isï nik´urhani jápti, pára no sési janhaskatani kw´iripuechani. Jo, mitespti sïrikuni ka úmukuni ima nana k´éri. Énka exepka Ingereni, exeratarakwa jukanarhiantaspti, ka exeni imani nanakani karhakwa para kétsekwa. -I marikwa sési xukuparhantsïnti -arhispti-. Wékapirinkani ískari intsïmpepirinka, miántskwa p´urhemperakweeri jimpo. Sési kasïpeeti jách´ukurini jima anhatsïtarini jatsiakani. Ka íntsïnharhitasptiksï, ka ima Inger no ampakiti impo niarani. Jóperu ts´ïma énka isï wékanhaka úsïntiksï niarani jima. Kánekwa yóchukurhaspti, no nani k´amarhuni. Chónharhikorheni para tátsepani ísï erani ka ístu urhepani ísï. Wánekwa kw´íripuecha kurhakorhenhasïrampti wantanheparinhani. Wékanhasïrampti ískaksï mítakwapirinka puerta. Ménku isï janhaspti arañaecha[ 6 ] k´ératiicha ka teparhatiicha ka kéntukwasïramptiksï ka inchatukwani jima [ 6 ] Se adecúa al purépecha con la terminación “echa” para el plural (las arañas).

atraía cada vez más abajo, como un botón de ámbar atrae una pajuela. La mujer estaba en casa. Precisamente aquel día el diablo y su abuela habían ido a visitar la destilería. Esta abuela es una bruja muy vieja y perversa, que nunca está ociosa. Jamás sale sin llevarse su labor de costura; también la traía en aquella ocasión. Estaba cosiendo insidias en el calzado de los hombres para hacerles perder el sosiego; bordaba mentiras y palabras ponzoñosas, dejadas caer por descuido, todo para daño y perdición de las personas. Sí, sabía coser, bordar y hacer ganchillo, la vieja bruja. Al ver a Inger, se caló las gafas y la examinó con atención. -Esta es una chica que tiene buenas prendas -dijo-. Me gustaría que me la regalaras, como recuerdo de esta visita. Puesta sobre un pedestal, será un buen adorno para el vestíbulo de mi nieto. Y se la dieron, con lo cual la pequeña Inger fue a parar al infierno. No siempre se va directamente a él; también se puede llegar por caminos indirectos, cuando uno tiene disposición. Era un vestíbulo interminable; les entraría vértigo si lo miran hacia delante, y lo mismo si lo miran hacia atrás. Se agolpaba en él una gran multitud, con el corazón roído de angustia. Aguardaban a que les abriesen la puerta de la gracia. ¡Ya podían esperar! Grandes arañas, gordas y tambaleantes, les rodeaban los pies con telas milenarias, que les apretaban como torniquetes y les sujetaban como cadenas de cobre; y sobre eso reinaba una

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—Nanaka sapichu énka kurhintani ch´atanturhipka—

eterna inquietud, la inquietud de la pena de cada alma. El avaro se había olvidado la llave de su caja de caudales, y sabía que la había dejado en la cerradura. Resultaría demasiado largo enumerar todos los tormentos y penalidades que allí se sufrían. Inger, puesta sobre un pedestal, con los pies clavados al pan, sufría indeciblemente. -¡Así le pagan a una por haber procurado no ensuciarse los pies! -decía para sus adentros-. ¡Oh! ¿Por qué me miran todos con esos ojos? Porque en efecto, todos la miraban; sus malos pensamientos se les reflejaban en los ojos y hablaban sin abrir la boca. Era espantoso verlos. «¡Debe ser un regalo mirarme -pensó Inger-, con mi bonita cara y mis buenos vestidos!»; y volvió los ojos, pues no podía volver la cabeza, con lo rígida que tenía la nuca. ¡Señor, y cómo se había emporcado en la destilería! En esto no había pensado. Sus ropas aparecían como recubiertas de una gran mancha de barro; una culebra se le había enroscado en el pelo y se columpiaba sobre su pescuezo, y de cada pliegue del vestido salía un sapo, que ladraba como un perrillo asmático. Resultaba muy molesto. «Cuantos están aquí tienen un aspecto tan horrible como yo», se dijo para consolarse. Mas lo peor era el hambre espantosa que la atormentaba. ¿No podía bajarse a coger un poco del pan que le servía de base? Pues no; tenía el dorso envarado, los brazos y manos rígidas, todo el cuerpo como una columna de piedra. Solamente podía mover los ojos, revolverlos del todo y hasta mirar a sus espaldas. Esto

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takusïïcharhu énkaksï jimpo jóntukwapka ka ts´kíntukwani; jimpoksï yamentu ts´ïma énka jima janhapka xáni wantanhenampti. Ima kw´iripu ma mítakuechani mirikurhiaspti cajarhu itsï jatari. No méni k´amkupirinkani eyankpeni yámentu ampe énka no sési nitamanhampka jimá énka jápka Inger, énka jóntutini jápka imani kurhinta jinkoni. -¡Isïts´ïni meyamunt´asïnti jimpokani no wékampkani jaturhani! -jantioku arhikorhesïrampti- ¡Oh! ¿Antits´ïnis ísï exek´i yámentwecha? Ísïspti, yámenteuechaksï exexapti; no ma ampe wantansïrampti jóperu no sésiksï eratexapti. Chékorhespti ísï erateani jarhani. ¡Sési janhaskanaxati exentsïni -eratsent´aspti Inger-, énkani xáasï ninharhik´ani ka sési xukuparhani!; eskweecha jimpoku exeasïrampti jimpoka no úmpka anhanchakwa manhatani. ¡Tata nána isï wekameskini ixu!. Ts´ïma xukuparhakwa énka jukapka kánekwa atsïmu marhekorhenhaspti; akwitse ma máts´ïkuspti ka mátoch´akusïrampti, ka vestidu énka xukapka jima énka kwarhakurhipka kóki ma wérasïrampti, ka isï whinhachani éska ma wichu ma sapichu ima kóki. Ikitapsïrampti énka isï arhampka. “Námuni janhaski ixu ts´ ïma énka xáni no ésï jarhaka íska ji”, jantioku k´urhamarhekorhesïrampti. Ima énka sánteru no ésïpka jimpospti énka k´arhimampka. ¿No úsïrampti kutsitseni para kurhintani sáni p´ikuturhani énka jukanturhapka? Nóchka, no úsïrampti k´utiparhani, ják´iicha ka kutukuecha no úsïrampti manhakorheni, ísï jarhaspti íska ma tsakapu. Éskwechankus úmpti manhatani yápuru ísï. Ka arisïchaka úspti ya, tintiichani maru éxaspti énkaksï marhepka, ka kanharhikwarhu manhanarhikunksï, ka


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éskuecharhu parhinharikunksï jarhani. Nákeru chúntampka, tintiicha no két´akusïramptiksï, jimpo énkka no úmpka káranhani; ts´ïma jinteespti énka k´ésï p´ikwapka, ka yáasï xanharankusï umptiksï. ¡Xáni no ésïpka ima!, ka sánteru ya k´arhimakwa jinkoni. Ka jénkani úntaspti nó ésï p´ikwarherani, jantioku no sési exekorheni. -Énka i sánteru yóoparahaka, nóteruni úka isï jarhani -arhispti-. Jóperu anhaxurhiakani. Sóntku ma wekwa t´írhi wekorhespti ép´urhu, ka kanharikwarhu ka niaraspti kónekwarhu, para janstsirirhu anhaxurhini jima énka kurhinta jápka; ka sánteru wánekwa wekwacha wékorhenhaspti. ¿Néerispi ima wekwa? ¿No ma jatsispi amapani ixu parhakpenirhu? Ts´ïma wekwa imaespti énka amampa werampka wáp´a jimpo, ka wekwaacha marikwani antarheraspti, ménku náki ts´ïma wekwaacha kurhirampi, ka sánteru wantanhesïrampti. Ka ima k´arhimakwa énka no ma ampe ápka, ka énka no úmpka imani kurhintani p´ikut´akuni sáni pára arhani. Jima íska na jápka jukari nó ésï nitamaspti, ísï p´ikwarherani íska ma sïmpa énka no ma ampe jatarahapka jóperu yámentu ampe kurahntikwa kurhani. Yámentu ampe kurhasïrampti énka imaeri ampe wantanhampka jini echeriirhu karhakwa, ka no sési ampe wantatsesïramptiksï. Amampa jukari werasïrampti, jóperu arhisïramptit´u: -¡Énka no sési jamampka, jimpos isï nitamani játi! I jintesti no sési nitamakwa cheti Ingere. ¡Énkari xáni wantanhetaka náante chétini! Yámentu ts´ïma kw´iripuecha énka karhakwa janhapka, mítenhaspti íska imani kurhintani ísï ch´atanturhispka ka íska inchatsepka ka sïpakorheni.

es lo que hizo; pero, ¡qué horror! Vio subir por sus ropas una larga hilera de moscas, que treparon hasta su cara, pasando y volviendo a pasar sobre sus ojos. Ella bien parpadeaba, pero los insectos no se marchaban, pues no podían volar; les habían arrancado las alas, y ahora sólo podían andar. ¡Qué tormento aquél!, y por añadidura el hambre. Al fin le parecía que los intestinos se devoraban a sí mismos, y se sintió vacía por dentro, terriblemente vacía. -Como esto se prolongue, no podré resistirlo -dijo-. Pero no había más remedio que aguantar, y el tormento continuaba. Cayó entonces sobre su cabeza una lágrima ardiente que, rodándole por la cara y el pecho, fue a parar sobre el pan; y luego otras lágrimas, y otras muchas. ¿Quién lloraba por la pobre Inger? ¿No tenía acaso una madre en la Tierra? Las lágrimas de dolor que una madre derrama por sus hijos, alcanzan siempre a éstos, pero no los redimen; queman y sólo contribuyen a aumentar sus sufrimientos. Y luego aquel hambre insufrible, sin poder llegar al pan que tenía bajo el pie. Al fin experimentó la sensación de tener consumidas todas las entrañas y ser como una delgada caña hueca que captaba todos los sonidos. Oía claramente cuanto sobre ella decían en la Tierra, y por cierto que todo eran palabras duras y de censura. Su madre lloraba lágrimas salidas de su afligido corazón, pero exclamaba al mismo tiempo:

Ima pastor erap´aspti na énka úkorhenchapka, ka eyankpesti yémentu. 83


—Nanaka sapichu énka kurhintani ch´atanturhipka—

-¡La soberbia trae la caída! Esta fue tu desgracia, Inger. ¡Cómo afligiste a tu madre! Todos los de allá arriba conocían su pecado, sabían que había pisoteado el pan y que se había hundido y desaparecido. El pastor, que lo había visto todo desde una altura, lo había contado. -¡Cuántas penas me has causado, Inger! -se lamentaba la buena mujer-. ¡Bien me lo temía! « ¡Ay! ¡Mejor me hubiera sido no nacer! -pensó Inger-. ¿De que pueden servirme ya las lágrimas de mi madre? ». Oyó cómo sus señores, aquellas gentes bondadosas que la habían tratado como a su propia hija, decían: -¡Era una chica perversa! En vez de respetar los dotes de Dios Nuestro Señor, los pisoteó. Difícilmente se le abrirán las puertas de la gracia. «Debieron de haberme educado mejor -pensó Inger-. ¡Por qué no me corrigieron mis caprichos y defectos, si es que los tenía!». Oyó cantar una canción que hablan compuesto sobre ella, y que se titulaba: «La muchacha orgullosa que pisoteó el pan para no mancharse los zapatos», y que se difundió por toda la comarca. « ¡Tener que oír todo esto y padecer tanto, además! -pensaba-. ¿Por qué no se castiga a los demás por sus pecados? ¡Cuánto habría que castigar! ¡Oh, qué sufrimiento! ». Y su alma se endurecía más aún que su exterior. -¿Y en esta compañía quieren que me mejore? ¡No quiero corregirme! ¡Uf, con qué ojos desencajados me miran!

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-¡Na xáni wantamentarurini no sési p´ikwarherastaski Inger -ísï arhikorhesïrampti ima warhiiti-! “¡Sánteru sésipitinti énkani no p´énhapirinka! -eratsespti Inger¿Yáasï ampe úra ya wékwa énka náante jucheti ísï wénharini jaka?”. Kurhaspti íska na wantanhapka achaati ka warhiiti jima énka ánchikorhempka: -¡No sési jásï kw´iripuespti! Janhanharipirinti yámentu ampe énka Tata diosï kóntepka íntskuni, jóperu ch´atanturhispti. “Wétarhespti sánterutsïni sési jásï kw´íripu úni -arhisïrampti Inger- ¡Antits´ïnis no jurhimperachint´api ampe énka no sési úni jápka, énka isïmpka!”. Kurhaspti ma canción ka imanksï úkuntaspti, imaeri ampe wantansïrampti, ka arhikorhespti: “Marikwa énka kurhitani ch´atanturhipka para no jákwani jukanturahkuechani”, ka íska na echeriirhu inchatsepka. No sésiispti isï kurhani jarhani imani ampe, -ersatsesïrampti- ¿Antiksïs maruterweechani no isï wantatseani jaki? ¡Oh! Xáni no ésïka isï!”. Ka ima sánteru no sési jási kw´iripu wékasïrampti jinteni. -¿Ka i jásï pámpekwa jinkoni wékasïni ískani sési jásï kw´iripwakani? ¡No wékasïnkani! ¡Uf, ná jarhati jimpo éskwechatsïni exek´a! Ka imari jimpo mintsita no sáni wekakwa jarahaspti para achaatiicha. -Isï ya jini karhakwa jatsinati ampe para wantatsentsïni. ¡No sési ampetsïni arhisïnti!


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Ka sánteru urhepani kurhaspti na énka wantanhatapka imaeri marikueri ampe ka tataka sapirhatiichani eyankwanksï, ka sapirhatiicha arhispti íska Inger no sési jásï kw´iripuespka. -No sési jásï nanakeespti -arhisïramptiksï- ima énka úkorhenchapka imari no sési nitamakwa, ka wétarhechasïrampti. Énka tataka sapirhatiicha arhimpka ampe ma imaeri ampe, no sési ampesïrampti wantakweecha. Jóperu, énkaksï ayankuni jápka nanaka sapichuni ma imaeri Ingeriiri ampe na énka jásï jintepka kw´iripu, ima nanaka sapichu úntaspti werani. -¿Ka nóteru méni junkwa ya ixu? -k´urhankorhespti nanaka sapichu-. Ka isïksï arhispti: -Nóteru méni. -Jóperu, ¿énka pótsperakwa kurhak´orhepirinka, úpirini janonkwani? -Nocka wékasinti pótsperakwa kurhak´orheni. -¡Oh, ji wékasïnkani íska sési jásï kw´iripu wént´apirinka! -ísï arhispti nanaka sapichu p´omok´uparini-. Íntspepirinkani yámentu ch´anharakwa juchetiichani, jóperu énka ima marikwa junkwapirinka. ¡Nósït´ixaru ísï nitamani íska Inger! Ts´ïma wantakuecha Ingereeri mintsitarhu niárakuspti, ka sési p´ikwarheraspti. Ima nanaka sapichu wénhaspti arhini: “¡Probrecitu Inger!, ka no no ésï sïtamarheni íska maruteruecha. Marikwa sapichu werasïrampti Inger jimpo; imat´u marikwa weraspti isï kurhatini. -Inger, Inger -amampa wárhiparini wantapsïrampti-, ¡xántini wantanheataka! ¡Ísï p´ikwarhetsespkani ya!

Y en su corazón había sólo enojo y rencor hacia todos los hombres. -Así tienen allá arriba algo de qué hablar. ¡Ay, cómo me atormentan! Y después oyó cómo contaban su historia a los niños, y los pequeños la llamaban la impía Inger. -Era tan mala -decían- y tan fea, que es de suponer que ha hallado el castigo, merecido. De la boca de los niños no salían sino palabras duras contra ella. Sin embargo, un día que la roían como de costumbre la ira y el hambre, oyó que pronunciaban su nombre y contaban su historia a una criaturita inocente, una niña, la cual prorrumpió en llanto al escuchar la narración sobre aquella Inger soberbia y coqueta. -¿Y nunca más volverá a la Tierra? -preguntó la chiquilla. Y le respondieron: -Nunca más. -Pero, ¿y si pidiese perdón y prometiese no volver a hacerlo? -Pero es que no quiere pedir perdón -contestaron. -¡Oh, yo quiero que se arrepienta! -exclamó la pequeña, desconsolada-. Daría toda mi casa de muñecas a cambio de que pudiese volver. ¡Debe ser tan horrible para la pobre Inger! Aquellas palabras llegaron al corazón de Inger, que sintió un gran alivio. Era la primera vez que alguien decía: « ¡Pobre Inger! », sin añadir nada acerca de sus pecados. Una niñita inocente lloraba y rogaba por ella; le pareció tan maravilloso, que también ella habría llorado; pero no podía, y aquello fue un nuevo tormento.

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—Nanaka sapichu énka kurhintani ch´atanturhipka—

En la Tierra iban transcurriendo los años, pero allá abajo nada cambiaba. Sólo que cada día llegaban a sus oídos menos conversaciones acerca de ella. Una vez distinguió un suspiro: -Inger, Inger -era su madre moribunda-, ¡cuántas penas me has costado! ¡Bien lo presentí! Alguna que otra vez pronunciaban su nombre sus antiguos señores, y la anciana solía exclamar con su dulce acento habitual: ¡Quién sabe si algún día volveré a verte, Inger! Uno no sabe nunca adónde va. Pero Inger comprendía perfectamente que su bondadosa ama no iría a parar nunca al sitio donde estaba ella. Y transcurrió otro período de tiempo, largo y duro. Y he aquí que Inger oyó otra vez pronunciar su nombre, y al mismo tiempo vio que sobre ella centelleaban dos límpidas estrellas. Eran dos ojos dulces, que se cerraban sobre la Tierra. Habían pasado tantos años desde que la niñita había llorado inconsolable por la suerte de la pobre Inger, que aquella criaturita se había transformado en una anciana, a quien Dios se disponía a llamar a su seno. Y en el preciso momento en que sus pensamientos se desprendían de toda la vida terrena para elevarse al cielo, se acordó de que, siendo muy niña, había llorado al oír la historia de Inger. Aquel tiempo y aquella impresión se presentaron con tal intensidad en el alma de la anciana a la hora de la muerte, que, en voz alta, rezó esta oración: «Señor, Dios mío, ¡cuántas veces no he pisoteado, como Inger, los dones de Tu gracia sin detenerme a pensarlo! ¡Cuántas

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Ts´ïma achaatiicha jima énka ánchikorhepka, ménchanku arhisïrampti imari arhokorhekwa, ka ima nana k´éri arhisïrampti: ¡Nántikini ú exeni ménteru, Inger! Ma nó méni mítsïnti náni nirasïni. Jóperu Inger mítespti íska ima warhiiti jini énka ánchikorhempka, no nipirinka jinni énka jápka inchatsekwa. Ka ísï parhikuspti máteru jurhiakwa yóparhari ka úkwa jukari. Ka ménteru kurhaspti imaeri arhokorhekwani arhinhani, ka jénkanit´u exespti tsimani jóskuechani sési járhati ka meremerekasïichani. Ts´ïma tsimani éskwespti énka wenhani jápka. Wánhekwa wéxurhiniicha parhikuspti ya énka ima nanaka sapichu werapka ima jimpo marikwa, ka ima nanaka sapichu kutsumespti ya ka ima énka Tata diosï yóorhiampka. Ka énka warhini jápka ya eratsent´aspti énka sapichuepka na énka werapka Inger jimpo. Énka awantarhu nirani jamampka ya, mintsita jinkoni míant´aspti, ka ísï wantatsekorhespti: Tata diosï na xáni wantamentu no ch´atanturhiskini sésikwa énkarini intskupka! ¡Na xáni wántamentu no sési ampe úskini, jóperu, norini jiáretaska ískani mirinchipirinkani, p´ínkuskarini!!Ásïrini jurak´u yáasi énkani warhini jaka!. Éskuecha imaeri kutsumitiiri míkorhenhaspti, jóperu jinni awantarhu éskaxapti. Ka jimpoka ima kutsumiti Ingererni eratsentapka, exespti jima énka jápka, ísï exerini, ima nana k´éri ménteru wekwa winhinharhispti. Imaeri wekwaacha ka wantatsekweecha kurhaksïrampti jinni kétsekwa echerirhu; ka angelitu[ 7 ] ma wérasïrampti imani jimpo marikwa. ¿Nána ísï kóntenchanhaspi? Ka míant´aspti yámentu ampe énka úpka, kóm [ 7 ] Se sustituye la “o” por la “u” para adecuarla al purépecha.


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p´ikwarheraspti ka werani íska na no méni werapka. Kánhekwa nó ésï p´ikwarheraspti, wantaspti íska no méni sési eront´apirinkaksï, ka mák´u jurhiateeri t´íntskwa inchatsespti jima énka jápka. Ima jurhiateeri t´íntskwa winhamentku antarherhasïrampti sántertu winhani íska jurhiata méntu, ka ima t´íntskwa itsïiraspti nieveni énka jántepka para itsï sapichu ma úkorhent´ani ka ménteru swanta wént´ani para Ingereni atarheni. Kwini ma karharaxapti ya kárapani jinni énka kw´iripuecha irekanhapka jóperu kwanhatsespti para exeni énka úkorheni jápka kétsekwa Kuratsekorhesïrampti jantioku ka ts´ïma jimpo kw´iripueri énka echerirhu irekanhapka, ka jirinhaspti náni jirikorheni énka t´kapentepka. Jima pakaraspti ísï k´urhukata, tsirintsirikorheparini ka no ma ape wantani. Yóni jarhaspti no manhakorherini, exeparini ná énka xáni sési jápka ka sési janhaskorheni. Yámentu ampe énka wirhipatampka sésiispti. ¡Tarhiata ampakespti, ka nana kutsï sési meremerek´uni, ka anhatapuecha ka tsïtsïkiicha sési jamarhantenhani!. Ka istu pínhatespti jima. ¡Xáni sési úp´akata jápka yámentu ampe! Yámentu sési ampe énka exepka ima kwini, wékasïrampti eyankupeni, jóperu no úsïrampti. ¡Na xáni sesiipirini pireni primavera jimpo íska kwiniicha! Jóperu Tata Diosï kurhaspti imani énka kwini eratsent´apka. Ts´ïma cancioniicha énka eratsekwarhu pakaranhapka wánhenhaspti sánteru urhepani. Ka ima jimpo kwini úspti kárani, nóchka wétarhesïrampi íska mítekorhepirinka ima sési úkwa.

veces he pecado de soberbia, y, sin embargo, Tú, en tu misericordia, no has permitido que me perdiera, sino que me has sostenido! ¡No me abandones en mi última hora!». Los ojos corporales de la anciana se cerraron, y los ojos de su espíritu se abrieron al mundo de las cosas ocultas. Y como Inger había ocupado sus últimos pensamientos, la vio, vio lo hondo que había caído, y ante el espectáculo, los ojos de la buena mujer se llenaron de lágrimas. Se presentó en el reino de los cielos como un niño, llorando por causa de Inger. Sus lágrimas y oraciones resonaban como un eco en la hueca envoltura de allá abajo, que cubría el alma encadenada y atormentada; y se sintió como vencida por aquel amor nunca soñado de que inesperadamente era objeto: un ángel del Señor lloraba por ella. ¿Cómo había merecido aquella piedad? El alma atormentada pasó revista a todas las acciones de su existencia terrena, y la sacudió un torrente de lágrimas como jamás había derramado. La invadieron una gran aflicción y tristeza, le pareció que nunca se abrirían para ella las puertas de la gracia, y mientras así lo veía con un íntimo sentimiento de contrición, de repente un rayo de luz penetró en los abismos infernales. Aquel rayo se acercaba con una fuerza mayor que la del sol que derrite el muñeco de nieve levantado por los niños en el patio; y con mayor rapidez que se funde el copo de nieve que, cayendo en la boca del niño, se convierte en una gota de agua, se fundió también en vapor la figura petrificada de Inger. Un pajarillo se elevó volando, con el zigzag

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—Nanaka sapichu énka kurhintani ch´atanturhipka—

del rayo, hacia el mundo de los humanos, pero, temeroso y tímido, retrocedió ante el espectáculo que veía. Sentía vergüenza de sí mismo y de todos los seres vivos, y se apresuró a buscar un refugio en un agujero oscuro, que descubrió en un muro derruido. Se quedó allí hecho un ovillo, temblando con todo el cuerpo, sin articular un sonido, pues carecía de voz. Permaneció inmóvil largo rato antes de poder acostumbrarse a toda aquella magnificencia y de ser capaz de comprenderla. Sí, era magnífico lo que le rodeaba. ¡El aire era tan puro, tan claro el brillo de la luna, tan dulce la fragancia de los árboles y plantas! Y, además, había tanto silencio y tanto misterio en aquel lugar, y su plumaje era tan nítido y tan lindo. ¡Cuánto amor y cuánta grandeza había en todo lo creado! Todos estos pensamientos que se agitaban en el pecho del avecilla, habría querido exteriorizarlos ella en un canto, pero no podía. ¡Cuán a gusto se habría echado a cantar, como lo hacen en primavera el cuclillo y el ruiseñor! Dios Nuestro Señor, que percibe incluso el mudo canto del gusano, oyó también aquél que se elevaba en acordes mentales, como el salmo resonaba en el pecho de David antes de ser expresado en palabra y en melodía. Aquellas canciones sin palabras fueron creciendo y madurando en el curso de las semanas. Romperían al primer aletazo de una buena acción. Era necesario que esta buena acción se realizase. Se acercaba la santa fiesta de la Nochebuena. El campesino clavó una percha junto a la pared, y sujetó en ella una gavilla de avena sin trillar para que también

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Niáraxapti kw´ínchikwa Nochebueneeri. Ima ánchikorheri wékurini anapu ma jokurhikwa mát´ataspti p´anikueri trigu jukats´ïtini para ts´ïma kwiniicha úpirinka anhani Nochebuena jimpo. Jurhiata wéraspti ya pawantekwa ka xarhatani imani p´anikwani trigu jukats´ïtini, ka yámentu kwiniicha antatakueraspti para trigu anhani. Ka kurhat´akorhespti jima arhini “¡pip, pip!”. Ima eratsekwa kurhakorhesïrampti, ka ima sési úkwa kwiniri niáraspti ka sóntku wéntikuni jima énka jápka t´kapentu. Jini awantarhu sési mítenhaspti nákispi ima kwini. Inviernu jimpo no ésï jarhaspti, itsï kwanhapemespti, ka tsípitiicha tsïma énka p´ukuminturio irekanhapka no úsïraptiksï t´irekwa exeni. Ima kwini xanharuurhu ísï nirhaspti kárapani t´irekwa jirinhani ka exespti sáni trigu ampe. Jimak´u ni yawani exespti sáni kurhinta, énka sánitku akut´akupka para ts´ïmani intsjwani maruteruechani énka k´arhimanhani jápka. Sóntku niraspti kárapani pára k´éri irhetecharhu, ka jima énka exepirinka sanitituchani kurhinta arhasïrampti ka sáni pakatani para maruteruecha. Inviernu jimpo ima kwini, tánt´aspti ka wánherani para arhukuni imani kurhintani, ísï imani jameri énka Inger ch´atanturhipka para no jánturhani jukantukuechani. Ka imani énka últimu[ 8 ] kurhinta íntspepka ts´ïmani tsípitiichani énka káranhampka, p´iraxurhant´asptinksï k´ésïïchani ka urapiti uxurhanhant´ani.

[ 8 ] Se le sustituye la letra “o” por la “u” para adecuarla al purépecha.


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-¡Exe imani gaviotani[ 9 ] énka kárani jaka itsïïrhu karhakwa! -arhisïramptiksï tataka sapirhatiicha énkaksï exepka kárani jarhani itsïïru karhakwa ka jurhiateeri erantukwa jimpo. Sési merererhekorhesïrampti, no úni para ts´ïnharini, jóperu ts´ïma tataka sapirhatiicha ts´ïnharhispti. Ka arhinhasptiksï íska jurhiata jinkoni jápka.

las avecillas del cielo pudiesen celebrar las Navidades con una buena comida, en memoria del advenimiento del Redentor. Salió el sol la mañana de Navidad e iluminó la gavilla de avena, y todos los pajarillos acudieron piando a la percha cargada de comida. También en la pared resonó un « ¡pip, pip! ». El pensamiento se manifestaba en sonidos, el débil piar era un himno de alegría, la idea de una buena acción se había despertado, y el pájaro salió de su agujero. Allá en el cielo sabían muy bien quién era aquel pájaro. El invierno era riguroso, las aguas estaban heladas, las aves y demás animales del bosque apenas encontraban alimento. Nuestro pajarillo salió volando a la carretera y, poniéndose a buscar, encontró un granito aquí y otro allí, por entre las huellas de los trineos. Junto a la cuadra descubrió un mendrugo de pan, del cual comió sólo unas miguitas, y fue a llamar a los demás gorriones hambrientos para que participasen del festín. Después salió volando hacia las ciudades, y donde quiera que descubría en una ventana migas de pan esparcidas por una mano piadosa, comía unas pocas y daba el resto a los demás. En el curso del invierno, el pájaro había recogido y repartido una cantidad de migas equivalente en peso al pan que un día pisoteara Inger para no ensuciarse los zapatos. Y en el momento en que hubo encontrado y dado la última miguita, las alas pardas de la avecilla se volvieron blancas y se extendieron.

[ 9 ] No existe el nombre en purépecha para expresar el nombre de esta ave, por eso se adecúa al purépecha en la terminación de la palabra “ani” (a la gaviota).

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Tsïma énka pírhperatini irekanaka [los ve c i nos ]

Nénterku arhipirtinti íska ampe ma úkorehni jápka iretarhu, jóperu, no ma ampe ukorhexapti. Yámentu kwirisïicha, tsïma énka itsïrhu manhamenhani jápka, sóntku úntanhaspti xarhiinahni para wémenhant´ani; ka ménku [versión español] Cualquiera habría dicho que algo importante ocurría en la balsa del pueblo, y, sin embargo, no pasaba nada. Todos los patos, tanto los que se mecían en el agua como los que se habían puesto de cabeza - pues saben hacerlo -, de pronto se pusieron a nadar precipitadamente hacia la orilla; en el suelo cenagoso quedaron bien visibles las huellas de sus pies y sus gritos podían oírse a gran distancia. El agua se agitó violentamente, y eso que unos momentos antes estaba tersa como un espejo, en el que se reflejaban uno por uno los árboles y arbustos de las cercanías y la vieja casa de campo con los agujeros de la fachada y el nido de golondrinas,

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isï pakanteni íska na t´awantskanpka ka yawani kurhakorheni énka na winhachanampka. Itsï winhani manhamexapti, ka na wénhani no sáni manhameni jápka, jima itsïïrhu xarhamenhasïrampti anhatapuecha éka jamukoteni jánhapka, ka ima k´umanchikwa énka porhorekorhepka ka xerekwa golondrinerricha, jóperu sánteru ima tsïtsïki rosale énka kwarhantini jápka xáni kwetsapentini, énka suruparhapka k´umanchikwaarhu ka itsïïrhu antamerani. Kuadru ma wekametixapti. Jóperu énka itsï manhamempka, ima kuadru yetasïrampti imani pinturani.[ 1 ] Ts´ïmani p´ukwari kwirisïriicha énka wekorhenapka énka káranapka, manhamenhasïrampti itsïïrhu, íska tarhiata atani; ka no ma ampe tarhiasïrampti. Ka nóteru manhakorhenhaspti ya: itsï nóteru manhakorhespti ka ménteru eramatarani [ 1 ] Al referirse a la pintura como la sustancia para pintar cuadros y no como colores de lápices, el vocablo se emplea como en español, sólo cambia la última letra.


Ilustración—Dennis Alí Rodríguez Peña

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—Tsïma énka pírhperatini irekanaka—

pero muy especialmente el gran rosal cuajado de rosas, que bajaba desde el muro hasta muy adentro del agua. El conjunto parecía un cuadro puesto del revés. Pero en cuanto el agua se agitaba, todo se revolvía, y la pintura se esfumaba. Dos plumas que habían caído de los patos al desplegar las alas, se balanceaban sobre las olas, como si soplase el viento; y, sin embargo, no lo había. Por fin quedaron inmóviles: el agua recuperó su primitiva tersura y volvió a reflejar claramente la fachada con el nido de golondrinas y el rosal con cada una de sus flores, que eran hermosísimas, aunque ellas lo ignoraban porque nadie se lo había dicho. El sol se filtraba por entre las delicadas y fragantes hojas; y cada rosa se sentía feliz, de modo parecido a lo que nos sucede a las personas cuando estamos sumidos en nuestros pensamientos. - ¡Qué bella es la vida! -decía cada una de las rosas-. Lo único que desearía es poder besar al sol, por ser tan cálido y tan claro. - Y también quisiera besar las rosas de debajo del agua: ¡se parecen tanto a nosotras! Y besaría también a las dulces avecillas del nido, que asoman la cabeza piando levemente; no tienen aún plumas como sus padres. Son buenos los vecinos que tenemos, tanto los de arriba como los de abajo. ¡Qué hermosa es la vida! Aquellos pajarillos de arriba y de abajo - los segundos no eran sino el reflejo de los primeros en el agua - eran gurriatos, hijos de gorriones; habían ocupado el nido abandonado por las golondrinas

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imani k´umanchikwani xerekwa jinkoni golondrineeri ka tsïtsïki rosaleni énka xáni sési jántiranhapka, ts´ïma no kurhakwasïrampti. Ima jurhiata incharheasïrampti chu´kurhiirhu ísï; ka yámentu tsïtsïki rosaleecha tsipenhasïrampti, ísï íska kw´iripuecha énka eratsenant´ani janak´a. -¡Xáni sési jaxieka irekwa! -arhisïrampti ma tsïtsïki rosale-. Jurhiatankusïni wékapirinkani putirheni, jimpo énka xáni jurhepeka ka sési xarharani. -Ka wékapirinkant´uni putirheani tsïtsïki rosaleechani itsïïrhu inchamekwa: ¡juchantsïni kasïnkorhesti! Ka putirheapirinkani kwiniichani ts´ïma énka xerekwaarhu jaka, ts´ïma énka ép´u antatanhampka séskweeni; útasïksï no jukaasti p´unkwari íska tatempeecha. Sésiistiksï ts´ïma énka pirhekats´ïni irekani, karakwa ka kétsekwa anapuecha. ¡Xáni sésiika irekwa! Ts´ïma kwiniicha karakwa ka kétsekwa anapu -tsíma mákw´eespti, itsïïrhu eramakorenhasïrampti ts´ïma énka karhakwa irekanapkats´ïma gorrioniiri[ 2 ] wáp´esptiksï, jima xerekwarhu irekanhaxapti énka golondrineecha janhapka, ka isï janhaspti íska chene émpo. -¿Ts´ïma kwirisïïski énka xarhiinhani jaka? -k´urhankorhenhaspti gorrioniicha énka exenapka itsïïrhu xarhiits´ïkurhanhani p´ukwariichani. -¡Ásï k´urhankorhe ísku ampe! -arhiaspti amampa-. ¿Nóts´ï exesïni íska p´ukwarikaksï, xukuparhakwa íska ari énkani ji jukarhekorhekani ka cha, jóperu juchariicha sánteru ampikitiisti? Jóperu, wékapirinkani ixu jatsiani xerekwaarhu, ts´ïma jurhepesti. Wékapirinkani míteni ampe chéraski kwirisïïchani. Ampe ma úkorhesptixaru istïïrhu. Ni jískani, nákeruni winhachakani sáni winhani. Ts´ïma tsïtsïkiicha k´éts´ïcha mítenhapirinti, [ 2 ] No hay palabra propia del purépecha para nombrar a esta ave, por lo tanto, se adecúa al purépecha por la terminación “icha” en plural “i” en singular.


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jóperu no ma ampe mítenhasti; espejuurhu[ 3 ] eratekorhenhani ka p´untsum arhakwa etsakunhani, imankusï mítenhati únhani. ¡Xáni xepitiikaksï! -¡Kurha je kwinhichani karhakwa anhapuechani! -arhisptiksï tsïtsïki rosaleecha- ts´ïma jurhenkorhexati para pireni. Nóts´ï místeska, jóperu janoati ya. ¡Na xáni sési pireni! Sésiisti jatsiani pírhperatiichani ts´ïma énka tsípekwa jinkoni jaka! Ima jimpo, tsimani tekechuniicha niáraspti wiripanhani; itsïmanhanis niriampti; tumpi pasïrampti ma tekechuni, patsïkasï, káts´ïkwak´usï jukaspti, k´éri ma. Ima tumpi kw´ímusïrampti íska kwini ma, ka tekechuni jinkoni yawani inchakuspti; énka tsïtsïki rosaleni parhirepka, p´ikuspti ma, ka káts´ïkwarhu jatsits´ïkuspti para sési xarhatani, ka chúnkumaspti xanharani. Ts´ïma máteru rosaleecha exesïrampti jinkonekuempani ka k´urhamarheperanhani: -¿Nániri nirasïni? Jóperu no ne mítespti. -Ménchani wékapirinkani wérani ka miyuni parhakpenini -arhispti ma tsïtsïki-. Jóperu isït´u sési jantesti ixu jantikoteni xunhapiti énkaksï irekaka. Tsipeeri jimpo jurhiata méremek´usïnti ka t´írasïntitsïni, ka chúrekwa jimpo, awanta sánteru sési jáxisïnti; úsïkaksï exeni jima ésï énka porhonchieka: Tsïma jóskuechanis arhiempti; wantanhasïrampti éska awanta porhonchiepka. ¡Ts´ïma no kánekwa mítenhaspti rosaleecha! -Jucka kasïpesïnkaksï ixuesï -arhispti gorriona-. Ts´ïma xerekweecha golondrineriicha sési ampe wintsïapenhasïnti, arhisïnti kw´iripuecha; [ 3 ] Al no haber vocablo purépecha para esta palabra, se añade “urhu” (en el espejo) o se reemplaza la “o” por la “u” en purépecha para esta última.

el año anterior, y se encontraban en él como en su propia casa. - ¿Son patitos los que allí nadan? -preguntaron los gurriatos al ver flotar en el agua las plumas de las palmípedas. - ¡No preguntéis tonterías! -replicó la madre-. ¿No veis que son plumas, prendas de vestir vivas como las que yo llevo y que vosotros llevaréis también, sólo que las nuestras son más finas? Por lo demás, me gustaría tenerlas aquí en el nido, pues son muy calientes. Quisiera saber de qué se espantaron los patos. Habrá sucedido algo en el agua. Yo no he sido, aunque confieso que he piado un poco fuerte. Esas cabezotas de rosas deberían saberlo, pero no saben nada; mirarse en el espejo y despedir perfume, eso es cuanto saben hacer. ¡Qué vecinas tan aburridas! - ¡Escuchad los pajarillos de arriba! -dijeron las rosas-, hacen ensayos de canto. No saben todavía, pero ya vendrá. ¡Qué bonito debe ser saber cantar! Es delicioso tener vecinos tan alegres. En aquel momento llegaron, galopando, dos caballos; venían a abrevar; un zagal montaba uno de ellos, despojado de todas sus prendas de vestir, excepto el sombrero, grande y de anchas alas. El mozo silbaba como si fuese un pajarillo, y se metió con su cabalgadura en la parte más profunda de la balsa; al pasar junto al rosal cortó una de sus rosas, se la prendió en el sombrero, para ir bien adornado, y siguió adelante. Las otras rosas miraban a su hermana y se preguntaban mutuamente: - ¿Adónde va? -pero ninguna lo sabía.

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Ilustración—Dennis Alí Rodríguez Peña

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jimposï tsipenhati ixu jatsintsïni. Jóperu ima pírhperati, rosal k´éri énka surut´akurhaka, tsákutasïnti. Wékasïnka íska két´akwa ya, ka íska trigu k´éaka jima. Tsïtsïki rosaleecha jimpokusï jaki para kasïpeni ka sési p´untsum karhatani; o para káts´ïkwarhu jatsitsïkwani. Mántanhi wéxurhini warhimunhasïnti, míteskani náante jucheeti jimpo, ka ventanharhu isï kw´anhichatasïnti énka wékaaka íska sési jamarhantenhaka. ¡Ka i jintesti ima éri irekwa! Ts´ïma marhuasïnti para tsíperani éskwuechani ka p´untsurutarakwani. Míteskaksï ya. Chúrekwa jimpo, énka tíntiicha warhanhani janak´a tarhiata jurhepitiirhu, ka xurhateecha charhapenhani, xarharaspti ruiseñor[ 4 ] ka pirekwani tsïtsïki rosaleechani jimpo énka ixu parhakpeniirhu sési jásï ampe terunesïnti íska jurhiata ka no warhisïnti. Jóperu rosaleecha wantanhaspti íska ruiseñor pirekorhexapka, ka máteru ísï wantapirinti. Ts´ïma no wantaspti íska tsïtsïkiichanis pirekwani jarhampa, jóperu tsípenhaspti ka jantioku k´urhankorhenhaspti ts´ïma gurriatueecha úkorhenhant´apitini ruiseñoreecha. -Sési kurhankuskani énka pireka kwini -arhisptiksï gurriatweecha-. Wantakwakusïni ma wékapirinka míteni: ¿ampe arhikweesïni “sési jásï”? -No ma ampesti -arhispti amampa-. Jini karkawa, óntakwarhu achaatiiricha, énka palomeecha[ 5 ] jatsinhaka k´umanchikwa ka pawani pwani t´irerasïntiksï ka granu ampe íntskwani -jit´uni t´ireskani ts´ïma jinkoni, ka chat´utsï niwaka méni: arhirini ne jinkoni jámasïnti ka arhiakakini ne ima énkari jinteka-. Jini óntakwarhu ts´ïma kwiniichanksï [ 4 ] Esta palabra se emplea en español, es el mismo caso que los demás vocablos. [ 5 ] Se adecúa al purépecha por la terminación en el plural cuando así se menciona en el texto original “echa” es el pluralizante.

- A veces me gustaría salir a correr mundo -dijo una de las flores a sus compañeras-. Aunque también es muy hermoso este rincón verde en que vivimos. Durante el día brilla el sol y nos calienta, y por la noche, el cielo es aún más bello; podemos verlo a través de los agujeritos que tiene. Se refería a las estrellas; pensaba que eran agujeros del cielo. ¡No llegaba a más la ciencia de las rosas! - Nosotros traemos vida y animación a estos parajes -dijo la gorriona-. Los nidos de golondrina son de buen agüero, dice la gente; por eso se alegran de tenernos. Pero aquel vecino, el gran rosal que se encarama por la pared, produce humedad. Espero que se marche pronto, y en su lugar crezca trigo. Las rosas sólo sirven de adorno y para perfumar el ambiente; a lo sumo, para sujetarlas al sombrero. Todos los años se marchitan, lo sé por mi madre. La campesina las conserva en sal, y entonces tienen un nombre francés que no sé pronunciar, ni me importa; luego las esparce por la ventana cuando quiere que huela bien. ¡Y ésta es toda su vida! No sirven más que para alegrar los ojos y el olfato. Ya lo sabéis, pues. Al anochecer, cuando los mosquitos empezaron a danzar en el aire tibio, y las nubes adquirieron sus tonalidades rojas, presentóse el ruiseñor y cantó a las rosas que en este mundo lo bello se parece a la luz del sol y vive eternamente. Pero las rosas creyeron que el ruiseñor cantaba sus propias loanzas, y cualquiera lo habría pensado también. No se les ocurrió que

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—Tsïma énka pírhperatini irekanaka—

eran ellas el objeto de su canto; sin embargo, experimentaron un gran placer y se preguntaban si tal vez los gurriatos no se volverían a su vez ruiseñores. - He comprendido muy bien lo que cantó el pájaro -dijeron los gurriatos-. Sólo una palabra quisiera que me explicasen: ¿qué significa «lo bello»? - No es nada -respondió la madre-, es una simple apariencia. Allá arriba, en la finca de los señores, donde las palomas tienen su casa propia y todos los días se les reparten guisantes y grano yo he comido también con ellas, y algún día vendréis vosotros: dime con quién andas y te diré quién eres -, pues en aquella finca tienen dos pájaros de cuello verde y un mechoncito de plumas en la cabeza. Pueden extender la cola como si fuese una gran rueda; tienen todos los colores, hasta el punto de que duelen los ojos de mirarlos. Se llaman pavos reales, y son la belleza. Sólo con que los desplumasen un poquitín, casi no se distinguirían de nosotros. ¡Me entraban ganas de emprenderlas a picotazos con ellos, pero eran tan grandotes!. - Pues yo los voy a picotear -exclamó el benjamín de los gurriatos; el mocoso no tenía aún plumas. En el cortijo vivía un joven matrimonio que se quería tiernamente; los dos eran laboriosos y despiertos, y su casa era un primor de bien cuidada. Los domingos por la mañana salía la mujer, cortaba un ramo de las rosas más bellas y las ponía en un florero, en el centro del armario. - ¡Ahora me doy cuenta de que es domingo! -decía el

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jatsiasti énka anhanchakwa xunhapchanaka ka jawiri sapichu ép´urhu máteru jásï colore. Únhasïnti ch´étini yót´ani; ts´ïma no coloreristksï, p´amenharhisïnkani exeani. Ts´ïma arhikorhesti kukuni, ka sési járhanhasti. Énkaksï p´ikurheapirinka sáni p´unkwari, isï xarharanhapirinti íska jucha. ¡Wékasïrampkani chuant´ani, jóperu jukari k´éranhaspti! -Ji p´orheakani -arhispti sánteru sapichu gurriatweericha; ima kwenexi nótki jukarhekorheasïrampti p´unkwari. Jini wékurini irekanhaspti ma tempunkurhiriicha, kánekwa wékperanhasïrampti; tsimarherani úkwa jatsikorhenhaspti ka ánchikorhenhasïramptiksï, ka ts´ïmaeri k´umanchikwa sési jarhaspti. Dominkwechari tsípeeri jimpo ima nanaka wérasïrampti ka kachutani ma inchak´urhakwa tsïtsïki rosale ts´ïma énka sánteru sési jarhanhapka ka jatakwarhu ma jatsirasïrampti, ka teruk´aniirhu jatsiani. -¡Yáasï míteskani íska dominkweka! -arhisïrampti wámpa, putimukuparini tempani; ka waxakanhasïrampti ka arhinant´ani ma wantatsekwa, jupip´eratnhani, ka jurhiata ventanharu isï inchasïrampti, tsïtsïkiiichani t´íntskwa atapani ka ts´ïmani tempuchatiichani énka wékperanhanpka. -¡I ísï exepani xeperesïntirini! -arhispti gorriona, énka exeani jarhampka xerekwarhu jatini; ka niraspti kárani. Ka isï úspti ménteru jiniani semana jimpo, dominkweri jimpo tsïtsïki rosal jatsiramsïrampti jatakwarhu, ka ima rosal tsïpasïrampti xáni sési. Ts´ïma gorioncituecha énka p´unkwari jukarhekorhenhapka ya, wékanhasïrampti káranhani amampa jinkoni, jóperu ima arhiaspti: -¡Ixu pakare!- ka ts´ïma


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ísku janhaspti. Ima niraspti, jóperu, íska na úkorhenchapka, apintukusptiksï jawiri tekechiniiri jimpo, énka tumpiicha ma jatsikukpa axantikwarhu. Ts´ïma jawiriicha ts´kíntuspti winhani imani gorrionhani, xáni, énka ísï xarharampka náki ima kachuntukupirini. ¡Xáni p´amenturhak´ani ka chésïnkani! Ts´ïma tumpiicha pásptiksï kwinini, Ts´kíkupani winhani: -¡I gorrionisti! -arhisptiksï; jóperu no jurak´usptiksï!, cheneempoksï páspti, témukupasïramptiksï énka werapirinka. Chene émpo t´arhepiti ma jarhaspti énka xapu ampe úmpka para ják´irhu ka tisïmekwa, xapu wirhipiti úkata ka ichakasï. Ima t´arhepiti tsípekwa jinkoni jamasïrampti ka yápuri miyuspti ya; énka exepka gorrionini katsi´kutini ts´ïmani tumpiichani, ima énka, no mítenhapka ampe uranhapirini, k´urhamarheaspti: -¿Wékasïntsï ískaksï sési jákunt´aaka? Ima gorrión tsirintsirikorhespti imani kurhach´atini. T´arhepiti mítaspti kajani -énka colore sési jarhati jatapka-, p´íkuspti cooranteni ka, kwaxanta jimo ma énka tataka sapirhatiicha íntskupka, tamu jatsispti itsï urapiti kwxanteerini ka kwinini atarheni, ka chúnkumani tiripiti atarheni. Ka ísï ima gorriona merekasï pakarani, ima no eratsesïrampti énka sési jásïpka, jimpo énka chéni jápka. Ima xapu úri, takusï sáni kachukuspti imaeri chamarreeri,[ 6 ] anhantsïkwa úkata para kwinini jatsits´ïkuni. -¡Yáasï exeekatsï kárani kwini tiripitiriini! -isï arhispti, jurakutapani tsípitini, ka ima chéparini, káraspti. ¡Dio mío, ka sési meremerek´uni. Yámentu gorrioniicha ka korneja[ 7 ] [ 6 ] Chamarra se menciona en al igual que en español, en algunos se le agrega “eri” (de la) si en el texto origina en español así lo refiere. [ 7 ] El vocablo se menciona en singular y queda igual que en español.

marido, besando a su esposa; y luego se sentaban y lean un salmo, cogidos de las manos, mientras el sol penetraba por las ventanas, iluminando las frescas rosas y a la enamorada pareja. - ¡Este espectáculo me aburre! -dijo la gorriona, que lo contemplaba desde su nido de enfrente; y echó a volar. Lo mismo hizo una semana después, pues cada domingo ponían rosas frescas en el florero, y el rosal seguía floreciendo tan hermoso. Los gorrioncitos, que ya tenían plumas, hubieran querido lanzarse a volar con su madre, pero ésta les dijo: - ¡Quedaos aquí! - y se estuvieron quietecitos. Ella se fue, pero, como suele ocurrir con harta frecuencia, de pronto quedó cogida en un lazo hecho de crines de caballo, que unos muchachos habían colocado en una rama. Las crines aprisionaron fuertemente la pata de la gorriona, tanto, que parecía que iban a partirla. ¡Qué dolor y qué miedo! Los chicos cogieron el pájaro, oprimiéndole terriblemente: ¡Sólo es un gorrión! -dijeron; pero no lo soltaron, sino que se lo llevaron a casa, golpeándolo en el pico cada vez que chillaba. En la casa había un viejo entendido en el arte de fabricar jabón para la barba y para las manos, jabón en bolas y en pastillas. Era un viejo alegre y trotamundos; al ver el gorrión que traían los niños, del que, según ellos, no sabían qué hacer, preguntóles: - ¿Queréis que lo pongamos guapo? Un estremecimiento de terror recorrió el cuerpo de la gorriona al oír aquellas palabras. El viejo abrió

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su caja - que contenía colores bellísimos -, tomó una buena porción de purpurina y, cascando un huevo que le proporcionaron los chiquillos, separó la clara y untó con ella todo el cuerpo del avecilla, espolvoreándolo luego con el oro. Y de este modo quedó la gorriona dorada, aunque no pensaba en su belleza, pues se moría de miedo. Después, el jabonero arrancó un trapo rojo del forro de su vieja chaqueta, lo cortó en forma de cresta y lo pegó en la cabeza del pájaro. - ¡Ahora veréis volar el pájaro de oro! -dijo, soltando al animalito, el cual, presa de mortal terror, emprendió el vuelo por el espacio soleado. ¡Dios mío, y cómo relucía! Todos los gorriones, y también una corneja que no estaba ya en la primera edad, se asustaron al verlo, pero se lanzaron en su persecución, ávidos de saber quién era aquel pájaro desconocido. - ¿De dónde, de dónde? -gritaba la corneja. - ¡Espera un poco, espera un poco! -decían los gorriones. Pero ella no estaba para aguardar; dominada por el miedo y la angustia, se dirigió en línea recta hacia su casa. Poco le faltaba para desplomarse rendida, pero cada vez era mayor el número de sus perseguidores, grandes y chicos; algunos se disponían incluso a atacarla. - ¡Fijaos en ése, fijaos en ése! -gritaban todos. - ¡Fijaos en ése, Fijaos en ése! -gritaron también sus crías cuando a madre llegó al nido-. Seguramente es un pavito, tiene todos los colores, y hace daño a los ojos, como dijo madre. ¡Pip! ¡Es

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ma, chénnhaspti énkaksï exepka, jóperu chuxapasptiksï para mítenhani neespi ima kwini énka no ne ma mínharikupka. -¿Nani, nani? -winhachasïrampti korneja. -¡Erokokorhe sáni, erokorhe sáni! -arhisïramptiksï gorrioniicha. Jóperu ima kwini chéxapti ka wantanheni, no xarhaspti para erokorheni, ka chúnkumaspti chene émpo. Kwataraspti ya, jóperu wanekwaksï chuxapaxapti, k´érati ka sapirhati; ka xániicha wékasïrampti atanksï. -¡Exe inteni, exe inteni! -winhachanhasïrampti yámentweecha. -¡Exe inteni, exe inteni! -winhachanhaspti wáp´eecha énka amampa niántapka xerekwarhu-. I kukunisti, ísï jásï coloresti, ka éskuechani no sési úkwasïnti, íska na arhika náante. ¡Pip! ¡I sési jáxikweesti! Ka p´orhestiksï penchumekwa jimpo, nóksï jiáretani xerekwarhu jarhani; ka gorriona chéxapti, ka no úsïrampti arhini ¡pip!, ni úni arhini, ¡ji chéeti náanteskani! Máteru tsípitiicha atasptiksï, yámentu p´unkwariksï warhetaspti, ka ima rosaleerhu antatserani yurhiriterku. -¡Pobre tsípitu! -arhispti rosaleecha-. ¡Ju, juchaksïni jiskaeka! ¡Ixu píts´ïta ép´uni! Ima gorriona p´iraxurhaspti últimu jimpo k´ésiichani, ka ménteru ts´kíxurhaani ka jima warhispti rosaleecha p´untsumarhariicha jinkoni japarini. -¡Pip! -arhisïramptiksï agurriatweecha xerekwarhu-, no kurhankusïnkani náninti jaki náante juchari. ¿No wékanimentiíisï úni jaki, para jantiokuksï


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jirinhakorheni t´irekwa? Ka kumanchikwantsïni jurak´uchisti íska herencia, jóperu, ¿ne pakarancha k´umanchikwani, énkaksï jucha irekorheaka ya? -Exekatsï na énkaksïni petaataka ixu, énka niáraaka jurhiakwa énka tempuchakani ka warhiitini kámani ka watsïichani -arhispti sapichitu. -¡Ji antaakakini warhiitini kámani ka watsïichani! -arhispti tsimani úkorheri. -¡Ji k´érhiskani! -winhachaspti tanimu úkorheri. Yámentweecha úntaspti winhachaperanhani, atap´eranhani k´ésïicha jimpo ka penchumekwa jimpo ka, ¡paf!, mántani úntani xerekwarhu wekanhepanhani; jóperu kétsekwa warhiperanhaxaptiteruksï. Ép´uni t´énktsatani, ka éskwa jimpo ninharhitsperanhani karakwa ísï: tsïma ísï xarhatanhasïnti íska ikitsperanhasïnka. Mítenhaspti ya sáni káranhani; ka sánteru jurhenkorhenhaspti ya, ka arhisperanhaspti íska miyuntskanhant´apirinka nani maru, tanimu arhinhapirinka ¡pip! ka katsïtanhani taninta jantsiri wikixu jimpo. Ima sapichu, énka xerekwarhu pakarapka, sési jarhaspti, ima pakaranchaspti xerekwani; jóperu no yóni jimpo. Ima chúrekwa jimpo, k´umanchikwa kurhispti: ima ch´piri kurhuspti ventaneecharhu ísï, ka takipuurhu kurhuni, ka kurhirakataterku jarhani ya. Ima tempukurhiriicha piáraspti kétakuni, jóperu ima gurriatu warhispti. Énka wérapka jurhiata pawantekwa ka yámentu ísï xarharani íska tsanharikwa, ima k´umanchikwa k´amapekata jarhaspti, ch´kariicha jimpoterku p´intakata jarhaspti ka ima jimpo énka ch´kari tixarampka. Ka

la belleza! -. Y arremetieron contra ella a picotazos, impidiéndole posarse en el nido; y estaba la gorriona tan aterrorizada, que no fue capaz de decir ¡pip!, y mucho menos, claro está, ¡soy vuestra madre! Las otras aves la agredieron también, le arrancaron todas las plumas, y la pobre cayó ensangrentada en medio del rosal. - ¡Pobre animal! -dijeron las rosas-. ¡Ven, te ocultaremos! ¡Apoya la cabecita sobre nosotras! La gorriona extendió por última vez las alas, luego las oprimió contra el cuerpo y expiró en el seno de la familia vecina de las frescas y perfumadas rosas. - ¡Pip! -decían los gurriatos en el nido -, no entiendo dónde puede estar nuestra madre. ¿No será una treta suya, para que nos despabilemos por nuestra cuenta y nos busquemos la comida? Nos ha dejado en herencia la casa, pero, ¿quién de nosotros se quedará con ella, cuando llegue la hora de constituir una familia? - Pues ya veréis cómo os echo de aquí, el día en que amplíe mi hogar con mujer e hijos - dijo el más pequeño. - ¡Yo tendré mujer e hijos antes que tú! -replicó el segundo.- ¡Yo soy el mayor! -gritó un tercero. Todos empezaron a increparse, a propinarse aletazos y picotazos, y, ¡paf!, uno tras otro fueron cayendo del nido; pero aún en el suelo seguían peleándose. Con la cabeza de lado, guiñaban el ojo dirigido hacia arriba: era su modo de manifestar su enfado. Sabían ya volar un poquitín; luego se ejercitaron un poco más y por último, convinieron en que, para reconocerse si alguna vez se encontraban por

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esos mundos de Dios, dirían tres veces ¡pip! y rascarían otras tantas con el pie izquierdo. El más pequeño, que había quedado en el nido, se instaló a sus anchas, pues había quedado como único propietario; pero no duró mucho su satisfacción. Aquella misma noche se incendió la casa: las rojas llamas estallaron a través de las ventanas, prendieron en la paja seca del techo y, en un momento, el cortijo entero quedó reducido a cenizas. El matrimonio pudo salvarse, pero el gurriato murió abrasado. Cuando salió el sol a la mañana siguiente y todo parecía despertar de un sueño tranquilo y reparador, de la casa no quedaban más que algunas vigas carbonizadas, que se sostenían contra la chimenea, lo único que seguía en pie. De entre los restos salía aún una densa humareda; pero delante se alzaba, lozano y florido, el rosal, cuyas ramas y flores se reflejaban en el agua límpida y tranquila. - ¡Qué bellas son las rosas frente a la casa incendiada! -exclamó un hombre que acertaba a pasar por allí-. Voy a tomar un apunte -. Sacó del bolsillo un lápiz y un cuaderno de hojas blancas - pues era pintor - y dibujó los escombros humeantes, los maderos calcinados sobre la chimenea, que se inclinaba cada vez más, y, en primer término, el gran rosal florido, que era verdaderamente hermoso y costituía el motivo central del cuadro. Pocas horas más tarde pasaron por el lugar dos de los gorriones que hablan nacido allí. - ¿Dónde está la casa? -preguntaron-. ¿Dónde está el

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sïrata kánekwa jarhaspti; ka urhepani, sési jásï ma rosal wéts´ïkusïrampti, énka axantikweecha ka tsïtsïkiicha itsïïrhu eramakorhenhampka. -¡Xásï jarhanhaka tsïma rosaleecha jimak´u énka k´umanchikwa kurhika! -arhispti ma achaati énka jima ésï parhikuni jákpa.- Erokini sáni karani. P´itaspti ima éri jimpo sutupu kararatarakwa ma ka sïranta para karanharhikuni énka sïranta urapti jatarhapka -ima pintoreesptika kwirutseaspti ima énka pakapekpka, ch´kari kurhirichani énka tixatatarakwarhu kwits´ïkunhapka, ka imani rosale tsïparini, énka xáni sési jaxiepka ka énka kuadruurhu xarharampka. Tátsekwa sánteru tsimani gorrioniicha parhikuspti jima ésï tsïma énka jima p´énhanapka. -¿Jinte k´umanchikwa? -k´urhankorhenhaspti-. ¿Jinte xerekwa? ¡Pip! Yámentu kurhukata jarhasti, ka juchari pirenchi warhisti kurhirakata. Ísï jukanchati jimpo énka wékampka pakaranchani xerekwani. Rosaleecha sïpakorhenhasti, exea no ma ampe úkorhenchanhasti. No sési úkorhenchakwa pirhperatiiri sési jurakwasti. No ma ampe wékasïnkani arhiani. No wékasïnkani ixu jarhani. Ka ninhaspti káranhani. Máteru kwaresma jimpo énka tsanteni jápka, énka ísï xarharampka íska ementa jimpo, kétsenhaspti palomeecha jima terunukwa énka xáni karhintepka escalerhecharhu. Turhipiti ka urapti janhaspti, p´unkwariicha méremerek´unhasïrampti jurhiata jimpo, ka amampeecha arhiasïrampti pichoniichani: -¡Kúnkorhee, sapirhatiicha, kúnkorhee!- ísï sánteru sési xarhanhasïrampti.


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-¿Neeski inte sapichitu énka juchantsïni jinkoni tsankwarani jaka? -k´urhankorhespti ma paloma énka éskuechani charhapiti ka xunhapiti xarhaniarhiampka. -¡Sapichitu, sapichitu! -arhispti. -¡Ts´ïma gorrionistiksï, probrecituecha! Arhisïntitsïni ískaksï sésiika jucha, jurakutakaksï íska pakorheanhaka ma t´irekwa ampe. No kánekwa wantanhasïnti, ka xáasï katsïntskanhak´a jantsiri jimpo. Katsïntskanhasïrampti, ka taninta ísï únhaspti jantsiri wikixu jimpo, arhipanhani “¡pip!”. Ka mítperanhant´aspti: tanimu gorrioniiicha jintespti xerekwarhu anapu énka k´umanchikwarhu kurhirirhu jápka. -¡Xáasï t´irekorhek´a ixu! -arhinhaspti gorrioniicha. Ka ts´ïma palomeecha wirhipataspti jima ésï jámani, isï jámani íska kukuni ka no ma ampe arhinhani. -¡Exe imani kwiniini! -arhispti ma paloma.- ¡Na énka anhak´a máteru kwiniicha! Jukari wánekwa jáasïnti ka ts´ïma énka sánteru ampakenhaka. ¡Kurr, kurr! Exe na énka úk´a tarhiata jimpo.¡Ni ima tsípiti jinkoni xáni no ésï jásï! ¡Kurr, kurr! Ka ima éri éskuecha charhapiti wénhantasïrampti xáni ikimenharhini. -¡Kúnkorhe, kúnkorhe! ¡Sapirhaticha, sapirhatiicha!, ¡kurr, kurr! Ísï ukorhesïrampti palomeecha jinkoni ka pichoniicha; ka ísï erokorhepirinka íska úkorhepirinka kánekwa wéxurhini jimpo. Gorrioniicha sési janhaspti ya, yápuru janhasïrampti palomeecha jinkoni, ka no mákw´eni járhanhaspti. Ikiatasptiksï ya, ka két´akunhani, ka ts´ïma no sési sïtamarheaxapti gorrioniichani. Ka ts´ïma jardineerhu

nido? ¡Pip! Todo se ha consumido, y nuestro valiente hermano habrá muerto achicharrado. Le está bien empleado por haberse querido quedar con el nido. Las rosas han escapado con vida; helas ahí con sus mejillas coloradas. La desgracia del vecino las deja tan frescas. No quiero dirigirles la palabra. Este sitio se me hace insoportable. - Y se echaron a volar. En un hermoso y soleado día del siguiente otoño, que parecía de verano, bajaron las palomas al seco y limpio suelo del patio que se extendía frente a la gran escalera de la hacienda señorial. Las había negras y blancas y abigarradas, sus plumas brillaban al sol, y las viejas madres decían a los pichones: ¡Agruparse, chicos, agruparse! - pues así parecían mejor. - ¿Quién es ese pequeñín pardusco que salta entre nosotras? ­preguntó una paloma cuyos ojos despedían destellos rojos y verdes. - ¡Pequeñín, pequeñín! -dijo. - ¡Son gorriones, pobrecillos! Siempre hemos tenido fama de ser bondadosas, dejémosles que se lleven unos granitos. Hablan poco entre ellos, y rascan tan graciosamente con el pie. Rascaban, en efecto; tres veces lo hicieron con el pie izquierdo, diciendo al mismo tiempo «¡pip!». Y entonces se reconocieron: eran tres gorriones del nido de la casa quemada. - ¡Qué bien se come aquí! -dijeron los gorriones. Y las palomas se paseaban a su alrededor, pavoneándose y guardándose su opinión.- ¡Fíjate en aquella buchona! -dijo una de las palomas a su vecina-. ¡Qué

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—Tsïma énka pírhperatini irekanaka—

manera de tragarse los arbejones! Come demasiados y se queda con los mejores además. ¡Curr, curr! Mira cómo se le hincha el buche. ¡Vaya con el bicho feo y asqueroso! ¡Curr, curr! -. Y sus ojos despedían rojas chispas de indignación-. ¡Agruparse, agruparse! ¡Pequeñines, pequeñines!, ¡curr, curr! -. Así discurrían las cosas entre las amables palomas y los pichones; y así es de esperar que sigan discurriendo dentro de mil años. Los gorriones se trataban a cuerpo de rey, se movían a sus anchas entre las palomas, aunque no se encontraban en su elemento. Hartos al fin, se largaron, mientras intercambiaban opiniones acerca de sus huéspedes. Saltaron luego la valla del jardín y, como estuviese abierta la puerta de la habitación que daba a él, uno saltó al umbral. Había comido muy bien y se sentía animoso. - ¡Pip! -dijo-, me lanzo -. ¡Pip! -dijo el otro-, también yo me lanzo, y más aún que tú -. Y se entró en la habitación. No había nadie en ella, y el tercero al verlo, de una volada se plantó en el centro y dijo: - ¡o dentro del todo o nada! Son curiosos los nidos de los hombres. ¡Toma! ¿Qué es eso? ¡Eran las rosas de la vieja casa, que se reflejaban en el agua, y las vigas carbonizadas, apoyadas contra la ruinosa chimenea! ¿Cómo había ido a parar aquello a la habitación de la hacienda señorial? Los tres gorriones se alzaron para volar por encima de las rosas y de la chimenea, pero fueron a chocar contra una pared. Era un cuadro, un grande y magnífico

morhenhaspti ka, ima puerta kuartuurhu anapu mítakorherixapti jima énka tsanta antani jámpka. Sési t´irespti ka kánekwa jánchaxapti. -¡Pip! -arhispti- nipa. Ka inchaspti kuartuurhu. No ne ma jarhaspti jima, ka tanimu úkorheri, énka exepka, kárapani téruk´aniirhu niáraspti ka arhispti: -¡O incharini o no ma ampe! Na énka járhanaka xerekwa achaatiiriicha. ¡Inte! ¿Ampeeski? Ts´ïma tsïtsïkiispti k´umanchikwa takusïirhu anapu, énka istïïrhu eramakorhenhampka, ka ch´kariicha kurhirakata, tixarakwarhu kwits´ïkutinhani! ¿Ima nana niáraspi jima kuartuurhu? Ts´ïma tanimu gorrioniicha karharanhaspti para kárani tsïtsïki rosaleerhu karhakwa ka tixarakwarhu, jóperu paredeerhu[ 8 ] watakorhenhaspti. Ima kuadrueespti ma, k´éri ka sési jásï, ima énka pintor kwirutsepka karakateecha jimpo. -¡Pip! -arhinhaspti gorrioniicha-. ¡No ma ampesti! ¡Pip! ¡I jintesti sési jásï ampe! ¿Kurhankusïnti? ¡Ji no! Ka wénhant´aspti kárapanhani, jimpo énka kw´iripuecha inchanhapka kuarhuurhu. Wéxurhiniicha ka jurhiakuecha parhikuspti; palomeecha wántamentu pirenhaspti, para no arhini íska gruñiriipka. Ts´ïma gorrioniicha inviernu jimpo kwanhapenhaxapti ka emeta jimpo sési parhikunhaspti. Yámentweecha tempuchanhaspti ya ka arhikata janhaspti, íska na wékanhampka. Kásïramptiksï ya sapirhatiichani, ka tatempeecha [ 8 ] Esta palabra se adecúa a la lengua purépecha con la terminación “erhu” (en la pared).

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arhisïramptiksï iska wáp´eecha sánteru sési járhanhapka ka jánhaskanhani. Ma ixu ésï kárasïrampti, ka máteru jiniani isï, ka énka exeperanhantampka mítenhant´asïrampti ¡Pip! ka énka taninta kaxïntskanhampka jantsiri wikixu jimpo. Ima sánteru k´éri ima éspti ma gorriona no tempunhakata, énka no jatsipka xerekwa ni gorrión sapirhatiichani. Ninenchasïrampti k´éri iretaarhu ma, ka Copenhague ísï káraspti. Jima no yawani k´umanchikwa k´ériirhu, k´éri ma k´umanchikwa jarhaspti atantskata colore sési jarha jimpo, jima canaleni[ 9 ] píretini, énka barcueechani jotanhampka énka manzana jatarinhani janhampka ka mámaru ampe. Ts´ïma ventaneecha sánteru kochakurhanhaspti karhakwa ísï, ka gorrioniicha k´umanchikwa k´érhiirhu incharini exenhasïrampti, mántani kuartu isï exenhasïrampti íska tsïtsïki tulipán, wánhekwa colore jinkoni ka adornu, ka teruk´aniirhu tsïtsïkiirhu jimpo ampe ma urapitiicha janhaspti, marmoleeri, ka xániicha yesweeri;[ 10 ] jóperu ini ts´ïma ésckuecha gorrioniriicha no úsïrampti exeni íska máteru jásïïmpa. Jini k´umanchikwarhu karakwa tiamueri ampe úkata janhaspti, ísï xarharani íska cuadriga ma diosa Victorieeri; yámentu tiamwerispti: mótsetarakwa, tekechuniicha ka ima diosa. Jintespti museo Thorwaldsen. -¡Na meremere atak´a! -arhispti gorriona-. Intestixaru sési jásï ampe. ¡Pip!¡Jóperu ixu sánteru k´ériisti íska kukuniirhu! Míantasïrampti énka amapa arhiampka énka nanaka sapichweepka íska sési jásïkwa sánteru k´éri kukunirhusï jápka. Kétsespti terunhukwa, jima énka xáni sési jápka, anhatapuecha ampe ka axantikweecha atantskata [ 9 ] Se adecúa al purépecha con la terminación “erhu” (en el ).

cuadro, que el pintor había compuesto a base de su apunte. - ¡Pip! - dijeron los gorriones-. ¡No es nada, sólo es apariencia! ¡Pip! ¡Esto es la belleza! ¿Lo comprendes? ¡Yo no! -. Y se alejaron volando, pues entraron personas en el cuarto. Transcurrieron días y aún años; las palomas arrullaron muchas veces, por no decir gruñeron, las muy enredonas. Los gorriones pasaron los inviernos helándose y los veranos dándose la gran vida. Todos estaban ya prometidos o casados, como se quiera. Tenían pequeñuelos y, como es natural, cada uno creía que los suyos eran los más listos y hermosos. Uno volaba por aquí, otro por allá, y cuando se encontraban se reconocían por su ¡Pip! y el triple rascar con el pie izquierdo. La más vieja era una gorriona solterona, que no tenla nido ni polluelos. Deseosa de irse a una gran ciudad, emprendió el vuelo hacia Copenhague. Había allí, cerca del Palacio, una gran casa pintada de vivos colores, junto al canal, donde amarraban barcos cargados de manzanas y muchas otras cosas. Las ventanas eran más anchas por la parte inferior que por la superior, y si los gorriones miraban dentro del edificio, cada habitación se les aparecía como un tulipán, con mil colores y arabescos; y en el centro de la flor había personajes blancos, de mármol, aunque algunos eran de yeso; pero esto no sabían distinguirlo los ojos de los gorriones. En la cima de la casa había un grupo de bronce, figurando una cuadriga guiada por la diosa de la Victoria; y todo era

[ 10 ] Se adaptan en el idioma purépecha por la terminación de las palabras “eri” (de o es de).

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—Tsïma énka pírhperatini irekanaka—

de metal: el carro, los caballos y la diosa. Era el museo Thorwaldsen. - ¡Cómo brilla, cómo brilla! -dijo la gorriona-. Seguramente esto es la belleza. ¡Pip! ¡Pero aquí es mucho mayor que en el pavo! -. Recordaba que, siendo «niña», su madre le había dicho que la belleza más grande estaba en el pavo. Bajó al patio, donde todo era magnífico, con palmeras y ramas pintadas en las paredes; en el centro crecía un gran rosal lleno de rosas que se extendía hasta el lado opuesto de una tumba. Voló hasta allí y se encontró con varios gorriones que agitaban las alas. Dijeron «¡Pip!» y rascaron tres veces con el pie izquierdo, aquel saludo tan querido que tantas veces dirigió a unos y otros en el curso de su vida sin que nadie lo comprendiera, pues los que una vez se separaron, no suelen volver a encontrarse todos los días. Pero aquella forma de saludar se había convertido en hábito en ella, y he aquí que ahora se topaba con dos viejos gorriones y uno joven, que decían «¡Pip!» y rascaban con el pie izquierdo. - ¡Ah, hola, buenos días, buenos días! -. Eran tres gorriones del viejo nido, con otro más joven que formaba parte de la familia-. ¿Aquí nos encontramos? -dijeron. - Es un lugar muy distinguido, pero lo que es comida no sobra. ¡Esto es la belleza! ¡Pip! Entraron muchas personas, que venían de las salas laterales, donde se hallaban las magníficas estatuas de mármol, y se dirigieron a la tumba que guardaba los restos del gran maestro, autor de todas aquellas esculturas. Cuantos se acercaban contemplaban con rostro radiante

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paredeecharhu; teruk´aniirhu rosale ma k´éri k´éxapti ka wánekwa rosale jukarhekorheani énka túskutarakwarhu niárampka. Káraspti jima jameri ka wánekwa gorrioniichani exeraaspti énka manhaxurhanhampka k´ésïichani. Arhinhaspti “¡Pip! ka katsïntskanhani taninta jantsiri wikixu jimpo, ima wantap´erateespti énka janhastapka gorrioniichani ka no ne ma kurhankukwani, ts´ïma énka arhukuninhaka méni, no kunkorhenhat´asïnti pawani pawani. Jóperi ima wantap´erata mántani pawani únhasïrampti, ka ts´ïma gorrioni t´arhepitiichani kumaspti ka ma sapichku, énka arhinhapka “¡Pip!” ka jantsiri wikixu jimpo katsïntskanhasïrampti. -¡Nats´ï eranteski! Tanimu gorrionisptiksï jima xerekwa takusïirhu, ka máteru sapichu énka jámpurhiapka. -¿Ixuksï exepernt´aski? -arhisptiksï-. Sési jánhaskorhesti ixu, t´irekwa no kweratasïnti. ¡I jintesti sési jásï ampe! ¡Pip! Wánekwa kw´iripu inchaspti, ts´ïma énka ixuani ka ixuani ísï wéntikunhampka, jima énka kw´iripu úkateecha mármoleeri janhapka, ka túskurantakwaksï antarheraspti énka jurhentpiri japka, énka úapka yámentu imani ampe kw´iripu úkateechani. Pirepanhasïramptiksï ka tsípeparinharhini jima énkaksï túskuntapka Thorwaldseni; nákiicha tantaxapti tsïtsïki wámukata rosaleeri ka patsanksï. Xániicha yawani wératisptiksï, Inglaterra, Alemania ka Francia; ka ima sánteru sési jásï wariiti p´íkuspti ma rosale ka jukanheni. Ts´ïma gorrioniicha wantanhaspti íska ima k´umanchikwa tsïtsïki rosaleerispkaksï, ka no sési exenhaspti; jóperu exenhasïrampti íska kw´iripweecha xáni


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wékampka rosaleechani, ka ts´ïma no wékani kétsekwa pakarani. -¡Pip! arhinhaspti k´arhatapanhani ch´éti jimpo ka ninharhikupani rosaleechani. No sési exasïramptiksï, jepanenhant´aspti íska ts´ïma pírhperatinhasptiksï, ka jintesptiksï. Ima pintor énka antantapka rosaleni jini k´umanchikwarhu énka wékurini jápka, sésiikwa intskunhaspti para ikant´ani imani rosaleeni, ka arquitectuni[ 11 ] intsïmpesti, no nani xáni sési k´éranhasïrampti tsïma rosaleecha. Ima arquitectu jima ikaraspti énkaksï túskuntapka Thorwaldseni, jima énka tsïpampka íska sési jásï ampe, rosal jikwakarhati tsïpanhani, tsïma énka jutiicha pakohreampka jinni énka anapuenapka. -¿Exeskitsï ya nani énkatsï jawaka k´éri iretarhu? -k´urhamarhenhaspti gorrioniicha. Tsïtsïki manhatsïnhaspti arhinhani íska jo ka, mínhakupariant´ani pírhperatimpechni, tsípenhaspti ménteru exeani. -¡Na énka xáni sésiika irekani ka tsïpani, exeant´ani píchpiriichani ka ts´ïma énkaksï mínharhikwaka ka exeani kánharikwarhu tsípenharhinhani! Ixu isï xarharasïnti íska pawani pawani kw´ínchikwesïnti -¡Pip! -arhisptiksï gorrioniicha-. Jo, ts´ïma jintesti pírhperati juchariicha; ts´´ïma mínharikunt´axatitsïni ka míasïntitsïni. ¡Pip! ¡Xáni suerte jukakatsï! Kw´ípani jameri tumini úsïnti. Ka no jépanhentasïnkani ampe sési jáxikwa jatsiskiksï jimi ép´u charhapitiirhu. ¡Jimini chu´kurhi k´arhiri ma jarhasti, exexaka!

[ 11 ] El vocablo queda en español, solamente se le agrega la terminación “uni” (al) o la”u” en lugar de la “o”.

la sepultura de Thorwaldsen; algunos recogían los pétalos de rosa caídos y los guardaban. Algunos venían de muy lejos, de Inglaterra, Alemania y Francia; y la más hermosa de las señoras cogió una rosa y se la prendió en el pecho. Pensaron entonces los gorriones que allí reinaban las rosas, que la casa había sido construida para ellas, y les pareció un tanto exagerado; pero viendo que los humanos mostraban tanto amor por las flores, no quisieron ellos ser menos. - ¡Pip! d ­ ijeron, poniéndose a barrer el suelo con el rabo y guiñando el ojo a las rosas. No bien las hubieron visto, quedaron persuadidos de que eran sus antiguas vecinas, y, en efecto, lo eran. El pintor que dibujara el rosal junto a la vieja casa de campo incendiada había obtenido permiso, ya avanzado el año, para trasplantarlo, y lo había regalado al arquitecto, pues en ningún sitio crecían rosas tan hermosas. El arquitecto había plantado el rosal sobre la tumba de Thorwaldsen, donde florecía como símbolo de la Belleza, dando rosas encarnadas y fragantes, que los turistas se llevaban como recuerdo a sus lejanos países. - ¿Habéis encontrado acomodo en la ciudad? -preguntaron los gorriones. Las rosas contestaron con un gesto afirmativo, y, reconociendo a sus pardos vecinos del estanque campesino, se alegraron de volver a verlos. - ¡Qué bello es vivir y florecer, encontrarse con antiguos amigos y conocidos y ver siempre caras amables! Aquí es como si todos los días fuese una gran fiesta. - ¡Pip! -dijeron los gorriones-. Sí, son nuestros antiguos vecinos;

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sus descendientes de la balsa del pueblo se acuerdan de nosotros. ¡Pip! ¡Qué suerte han tenido! Los hay que hasta durmiendo hacen fortuna. Y la verdad es que no comprendo qué belleza puede haber en una cabeza roja como las suyas. ¡Allí hay una hoja seca, la veo muy bien! Se pusieron a picotearía hasta que cayó; pero el rosal quedó aún más lozano y más verde, y las rosas siguieron enviando su perfume a la tumba de Thorwaldsen, a cuyo nombre inmortal se había asociado su belleza.

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Ka p´orhesptiksï ka wekopanhanksï; jóperu ima rosale sánteru sapichu wént´aspti ka xunhapiti, ka ts´ïma rosaleecha axasïrampti p´untsum arhakwa jima túskuntakwarhu Thorwaldseni jimpo, ima énka arhikorhekwa jimpo kúnkorhepka sési jáxikwa ampe.



Parakata [l a m a ri p os a]

Parakata ma nirasïrampti tempunhani jirinhani, tsïtsïki sési jásïni ma ka yámentu exani jámasïrampti ka erarheant´ani. Yámetu tsïtsïkiicha ísku janhasïrampti no ma ampe wantanhani, ísï íska yurhitskiri ma [versión español] La mariposa iba en busca de novia, y, naturalmente, pensaba en una linda florecilla. Las estuvo examinando. Todas permanecían calladas y discretas en su tallo, como es propio de las doncellas no prometidas. Pero había tantas, que la elección resultaba difícil, y no sabiendo la mariposa qué partido tomar, voló hacia la margarita. Los franceses han descubierto que esta flor posee el don de profecía; por eso la consultan los novios, arrancándole hoja tras hoja y dirigiéndole cada vez una pregunta relativa a la persona amada: «¿De corazón?», «¿Por encima de todo?», «¿Un poquito?», «¿Nada en absoluto?», etc. Cada cual pregunta en su lengua, y la mariposa acudió a interrogar a su vez, pero en vez de arrancar las hojas las besaba, creyendo que como se llega más lejos es con el empleo de buenos modales. - ¡Dulce Margarita! - dijo - Es usted la señora más inteligente de todas las flores, y puede predecirme lo por venir. Dígame, por favor, ¿cuál será

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ima énka no arhinhakata jaka. Jóperu úkweespti para erakuni ma tsïtsïkini jimpo énkaksï xáni wánekweepka, ka kárapaspti margarita[ 1 ] tsïtsïkini antarherani. Tsïma Francia anapu turhisïicha arhisti íska i tsïtsïki eranhasïnka ampe ima énka úkorheka urhepani; jimposï tempucheecha katumujka mántani úntani ka k´urhamarhepani ampe ma imaeri kw´iripueri imaeri énka xáni wékaaka. ¿Mintsita jinkoni?, ¿Ampe úkorheaka?, ¿Sánku?, ¿Nómentu?, etc. Yámentuecha imaeri jimpo wantakwa k´urhamarhesïnti, ka ima parakata niraspti k´urhamarheni, jóperu i parakata no katumukuspti, i putirhiasïrampti. -¡Xáni sési jásï margarita tsïtsïki! -arhispti- Cháts´ï jinteeska énka sánteru mímixikwa jukajka yámentu tsïtsïkiicheeri tsïma énka ixu jaká, úts´ïni arhini ampe énka úkorheaka. Arhits´ïni, ¿náki jintea tempuna jucheeti? ¿Nákirini wéka? Énkarini eyankwaka jénkanisïni úakani kárani, ka nirani kurak´orheni. Jóperu margarita tsïtsïki no mókukunt´aspti ka ima parakata kárant´aspti.

[ 1 ] En la versión original únicamente menciona margarita, el nombre de la flor, sin embargo, si en la traducción al purépecha solamente menciono el nombre de la flor, es posible que el lector confunda éste con un nombre propio, por ello, lo complemento con tsïtsïki (en purépecha flor).


Ilustración—Brenda Guido Serrano

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Ilustración—Brenda Guido Serrano


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mi novia? ¿Cuál me querrá? Cuando lo sepa, podré volar directamente a ella y solicitarla. Pero Margarita no respondió. Se había molestado al oírse tratar de «señora», cuando era una joven doncella, y entonces no se es señora. La mariposa repitió su pregunta por segunda y tercera vez, pero viendo que obtenía la callada por respuesta, emprendió el vuelo, resuelta a buscar novia por su cuenta. La primavera se hallaba en sus comienzos; en gran profusión florecían las campanillas blancas y los azafranes. «Son muy lindas dijo la mariposa -, unas pequeñas preciosas, pero demasiado pollitas». Se había fijado en que los mozos las preferían mayores. Voló entonces a las anémonas, pero las encontró un tanto secas, y luego a las violetas, que le resultaron demasiado románticas. Los tulipanes eran orgullosos; los narcisos, plebeyos; las flores del tilo, demasiado pequeñas y con excesiva parentela. Las del manzano, si bien es cierto que parecían rosas, florecían hoy y se caían mañana, según soplara el viento; sería un matrimonio muy breve, pensó. La flor del guisante fue la que estimó más apropiada; era roja y blanca, fina y delicada, y pertenecía a la clase de las doncellas caseras, que son guapetonas y, al mismo tiempo, saben desenvolverse en la cocina. Iba ya a declarársele, cuando de pronto vio a su lado una vaina con una flor marchita en la punta. - ¿Quién es esa? - preguntó. - Es mi hermana - respondió la flor de guisante.

Énkaksï úntapka ikarani, wánekwa tsïtsïkiichani tsïpantiranhaxapti urapitiicha ka ístu máteru jarhatiicha. ¨Xáasï jarhanhaka -ísï arhipsti parakata-, sapiratiicha xáni sési jarhanhaka¨. Jimpo énka tumpiicha k´ératiicha wékasïrampka. Káraspti jima énka tsïtsïkiicha tsïma énka itsïrhu inchamekwa jápka, jóperu k´arhinhaspti sáni, ka ístu violetecharhu tsïma énka sési jápka, ka ístu ménteru tsïtsïkiicha. Exeaspti sési yámentu tsïtsïkiichani para úni erakuni. Sánteru sési exespti ma tsïtsïkini énka charhapitiipka ka urapiti ka ampakiti ísï íska yurhitskiriicha, jimpoka sési jáxiska. Arhipirinti ya éska wékampka ka jénkani exeni tsïtsïkini irhimukukata ka warhimutini. -¿Néeski inte? – k´urhamarhespti. -Jucheeti jinkonekweesti -arhispti tsïtsïki sési jásï. -¡Jóperuri ísï jántiraakani sánteru urhepani! Ima parakata chérini chúnkumaspti kárani. Jima selvarhu wánekwa ka mamaru jásï tsïtsïkiicha jarhaspti, tsïpampenhariicha ka yónhariicha, jóperu ima parakata no tsitiaspti, ¿Jéni na jásïs tsitiampi? Parhikusti yámentu jurhiakweecha énka janaka wexurhini jimpo, ementa ka niáraspti kwaresma, ka parakata útasï nótki ampe wantakata jatsïni. Tsïma tsïtsïkiicha sési xukuparhanhasïrampti, jóperu nóteruksï sapirhatispti ya. Ima paraka sóntku máteru tsïtsïkini antarheraspti. Ima ch´kurhikwaespti, no jukantiraspti tsïtsïki jóperu nakeru ísï jinteespti, sési jámarhantesïrampti kétsekwa úntani pára karhakwa jameri, ka ístu ch´kuriicharhu ¡I jinkoni pakaraakani! 111


—Parakata—

Ka sóntku kurhakorheni. Jóperu ima ch´kuri menta arhikata no ma ampe wantasïrampti, ka tátsekwa arhispti: -Píchpiriicha, ji kutsïmeskani ya, ka chat´u, úakaksï sési irekani tsimarherhani, jóperu tempuchakorheakaksï, no méni. Jawe no ísku ampe úni jarhani. Ka ísï nitamatini ima parakata ísï pakaraspti no ma tempunha jinkoni. Jukari yóni jámaspti ma warhiitini jirinhani ka no ísïïsti. Kwaresma jimpo inchamakutini jukari ts´irakorhesïrampti ka janini. No sáni úni para wérani ementeeri. Ima parakata nóteru wérasïrampti ya, ka ima jirinhakorhespti ma k´umanchikwani jima énka jarhampka, ka sési jarhaspti. ¨Jóperu no jístesti pára irekani ka xántku¨ -arhisïrampti- ¡Wétarhesïnti jurhiata ka tsïtsïki ma!¨.

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- ¡Caramba, así es como será usted más tarde! -. La mariposa se asustó y siguió volando. La madreselva florida colgaba sobre la valla. Eran muchas señoritas de caras largas y piel amarilla; no le gustó la especie. ¿Qué le gustaba, pues? Pregúntaselo a ella. Pasó la primavera, pasó el verano y vino el otoño, y la mariposa seguía sin decidirse. Las flores llevaban entonces magníficos ropajes; pero, ¿qué se sacaba con eso? Faltábales el espíritu juvenil, fresco y fragante. El corazón, cuando envejece, quiere aroma, y ésta no se encuentra precisamente en las dalias y las alteas. Por eso la mariposa se dirigió a la menta crespa. - Verdad es que no tiene flores, pero en realidad toda ella es una flor, huele de pies a cabeza, hay fragancia en cada una de sus hojas. ¡Me quedaré con ella! Y, finalmente, la solicitó. Pero la menta permanecía tiesa y callada, hasta que, al fin, dijo: - Amigos, bueno, pero nada más. Yo soy vieja, y usted también; podemos perfectamente vivir el uno para el otro, pero casarnos, de ningún modo. No cometamos sandeces a nuestra edad. Y así fue cómo la mariposa se quedó sin mujer. Se había pasado demasiado tiempo buscando,


­­­—diez cuentos de hans christian andersen en purépecha—

Sóntku niraspti ventanarhu ma ka exenhanksï, chákunhanksï, ka kájarhuksï ma jatsirani. -Yáasï t´epakwarhu ma jarhaskani íska tsïtsïki ma -arhispti parakata, ka no xáni sésiisti ísï jarhani. Ísïmentuesti íska irekakwa warhiitini jinkoni. Ísï arhipani ísku jarhaspti ya. -No wétarhesïnti mintsikani tsïtsïichani tsïma énka no sésimentueaka -arhispti parakata- jukari janapenhasïnti kw´íripuecha jinkoni.

y esto no debe hacerse. Acabó siendo lo que se dice un solterón. Otoño estaba muy avanzado, con lluvias y tiempo turbio. Un viento frío soplaba sobre los viejos sauces, cuyo interior crujía. No daba ya gusto salir de paseo en traje de verano; pronto se le quitaban a uno las ganas. Pero la mariposa no revoloteaba ya por el campo; por casualidad había encontrado un refugio, con estufa encendida. Reinaba allí una temperatura veraniega, y se podía vivir muy bien. «Pero no basta con vivir - decía -. ¡Hacen falta el sol, la libertad y una florecilla!». Y de un vuelo se fue al cristal de la ventana. La vieron, la admiraron y, traspasándola con una aguja, la depositaron en el cajón de las cosas raras. Más no habrían podido hacer por ella. - Ahora estoy en un tallo, como una flor - dijo la mariposa aunque, bien mirado, no resulta muy agradable. Viene a ser como el matrimonio, uno está bien asentado -. Y con esto se consoló. - ¡Pobre consuelo! - observaron las flores de la maceta del cuarto. - No hay que fiarse mucho de las flores de tiesto - dijo la mariposa -; alternan demasiado con las personas.

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Marikwa sapichu énka seriyu atarant’ampka [l a p e qu e ña c e ri lle ra]

Ima últimu chúrekwa jimpoespti pára jimpanhi wéxurhini jatant´ani [versión español]

ka yámentu kw´iripu tánkorhent´aspti mántani chénempeecharhu,

Era la última noche del año y mientras todas las familias se preparaban para sentarse a la mesa rodeados de ricos manjares, en la calle estaba descalza ella: la joven vendedora de cerillas. La pobre llevaba el día entero en la calle, sus huesecitos estaban ateridos de frío por culpa de la nieve y lo peor de todo es que no había conseguido ni una sola moneda. - ¡Cerillas, cerillas! ¿No quiere una cajita de cerillas señora? Pero la mayoría pasaban por su lado sin tan siquiera mirarla. Cansada, se sentó en un rincón de la calle para guarecerse del frío. Tenía las manos enrojecidas y casi no podía ni moverlas. Entonces recordó que tenía el delantal lleno de cerillas y pensó que tal vez podía encender una para tratar de calentarse. La encendió con cuidado y observó la preciosa llama que surgió delante de sus ojos. De repente apareció en el salón de una casa en el que había una gran estufa que desprendía mucho calor ¡que bien se estaba

jima antantakueeranhani pítsitakwarhu pára akwa ampe sáni anhani

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yámentueecha, jóperu xanharu marikwa sapichu ma jarhaspti ima énka seriyu antarant´apka. Chúskuispti xanharu jimpo jámani énka úniichani jameri p´amerhatampka ya ts´irari jimpo ka imasï sánteru nósïispti ya, nóchka ampe atarant´aspti ka no ma tumini kámsïrampti. -Nanachi, ¿wékatsï ma seriyu? Yámentu kw´iripueecha parhinharhikusïrampti, jóperu nóksï jameri erostani ni erateni. Xáni kwataratini ya, waxatakuspti ya pára no xáni ts´irari atani. Ják´iichani charhapkuraaspti ts´irari jimpo, xáni énka no úmpka manhatani. Ka jénkani míani éska wánekwa seriyu káani jápka ka sóntku tixataspti ma pára jurhepent´ani. Íska na tixatapka estufa ma exespti jima énka xápka, jóperu íska seriyu na párapka ima estufa nóteru ampe jarhaspti.


Ilustración—Victor Manuel Jiménez Verduzco (Jiverd)

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Ilustración—Victor Manuel Jiménez Verduzco (Jiverd)

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-Tixataakani máteru, -eratsespti nanaka sapichu. I jimpo píts´ïtakwa exespti jima íska kánhekwa t´irekwa jápka, ka ísï exerini míant´asïrampti íska yóni no t´irepka ya. Íska na yóxurhapka pára ampe ma p´ítsïtani, seriyu páraspti. Xáni sési ampe exesïrampti énka seriyu tixataampka. Ka ménteru tixatapsti máteru pára tanimu jimpo ya. ¡Oooohhh!, ísï k´arhanchint´aspti nanaka sapichu. Xáasï jáxika i anhatapu Navidaeri, xáni k´érika ka wánekwa erak´ukwa tixarhekorheani. Antarhespti para sánteru sési exeni, jóperu mák´u nóteru ampe jarhaspti. Sóntku chúnkumaspti máteru seriyu tixatani. Ka jénkani ima kw´iripu xarharaspti ima énka xáni wékapka: amampa k´ériispti. ¡Náante k´éri! ¡Kánekwakini exenchaxapka! ¿Amperi úxaki ixu? Ásï jámani nirani, jiáretarini t´únkini jinkoni nirani. Íska na exepka íska seriyu párhupirinka ya, ménteru sóntku tixataspti máteru, ka máteru énka k´amak´upka yámentu tsïma énka káani jápka. Jénkani amampa k´éri jupik´uspti ka mák´ueni desapareserinhani tsípeparini tsimarherani. Nanaka sapichu nóteru ampe ts´irasïrampti ni k´arhimani ka úntani tsípeni. Pawantekwa kw´iripu ma jimaesï parhikuspti jim énka nanaka sapichu jápka, yámentu seriyuecha párhutakata janhaspti, nóteru manhakorhesïrampti ts´irari jimpo, jóperu kánhekwa tsípenharixapti. Ima énka no nema mínharhikupka, imaespti íska nanaka sapichu amampa k´érini jinkoni niraspti tsípeparini.

allí! pero la cerilla se apagó rápido y la estufa desapareció con ella. - Probaré con otra, pensó la niña. En esta ocasión vio delante de ella una gran mesa repleta de comida y recordó los días que llevaba sin probar bocado. Alargó la mano hasta la mesa para tratar de llevarse algo a la boca y… ¡zas! Se apagó la cerilla. Eran tan bonitas las cosas que veía cada vez que encendía una, que no se lo pensó dos veces y encendió una tercera cerilla. - ¡Oooohhh!, exclamó la niña con la boca abierta. Que árbol de Navidad tan grande, y cuantas luces… ¡es precioso! Se acercó a una de ellas para verla bien y de golpe desapareció todo. La pequeña cerillera rápidamente buscó una nueva cerilla y volvió a encenderla. En esa ocasión apareció ante ella la persona a la que más había querido en el mundo: era su abuela. - ¡Abuelita! ¡Qué ganas tenía de verte! ¿Qué haces aquí? No te vayas por favor, déjame que me vaya contigo. Te echo de menos… y consciente de que la cerilla que tenía en su pequeña mano estaba a punto de apagarse, la pequeña siguió encendiendo cerillas hasta que agotó todas las que le quedaban, instante en el cual la abuela cogió dulcemente a la niña de la mano y ambas desaparecieron felices. La pequeña dejó de sentir frío y hambre y empezó a sentir una enorme felicidad dentro de sí. A la mañana siguiente alguien pasó junto al mismo sitio en que la pequeña se había sentado y la encontró allí, rodeada de cerillas apagadas, inmóvil, helada por culpa del frío pero con una sonrisa inmensa en su cara. - ¡Pobrecita!, exclamó al verla. Pero lo que no sabía nadie es que la pequeña se marchó feliz, de la mano de su abuelita, hacia un lugar mejor.

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Kwirisïicha no amparhatiicha [los c i s ne s s alva je s ]

Jiní yawani jatini, jini énka golondrineecha ninak´a énka inviernu janoampka, rey[ 1 ] ma irekaspti énka témpeni ka ma wap´eechani káasïrampti [versión español] Lejos de nuestras tierras, allá adonde van las golondrinas cuando el invierno llega a nosotros, vivía un rey que tenía once hijos y una hija llamada Elisa. Los once hermanos eran príncipes; llevaban una estrella en el pecho y sable al cinto para ir a la escuela; escribían con pizarrín de diamante sobre pizarras de oro, y aprendían de memoria con la misma facilidad con que leían; en seguida se notaba que eran príncipes. Elisa, la hermana, se sentaba en un escabel de reluciente cristal, y tenía un libro de estampas que había costado lo que valía la mitad del reino. ¡Qué bien lo pasaban aquellos niños! Lástima que aquella felicidad no pudiese durar siempre. Su padre, Rey de todo el país, casó con una reina perversa, que odiaba a los pobres niños. Ya al primer día pudieron ellos darse cuenta. Fue el caso, que había gran gala en todo el palacio, y

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ka ma nanakani arhikata Elisa. Ts´ïma témpeni ka ma pirenchiecha principesptiksï; ts´ïma jóskwa jukanheaspti kónekwaarhu ka ampe ma jókurhirinhani para jurhentperakwarhu ninhani; kararatarakwa diamanteeri[ 2 ] jimpo karanhasïrampti pizarroniirhu[ 3 ] tiripitiiri, ka isï jurhenkorhensïrampti memoria jimpo ima énka arhinhantampka; mítekorhenhantesïramptiksï íska jinteepkaksï príncipe. Elisa, jinkonhekweempa, waxantsïkwaarhu ma kristarheeri waxakasïrampti, ka takukata ma kamasïrampti énka xáni jukaparhapka íska teruk´ani reinu. ¡Xáni sési parhikunhaampka ts´ïma sapirhatiicha! Jóperu ima tsípekwa no yónhepirinti. Tateempa, énka Rey jinteempka yámentu echeriirhu jimpo, reinani ma tempuspti énka no ampakiti kw´iripuepka, kurhuneasïrampti tataka ka nanaka sapirhatiichani. Ts´ïma chúnkumaspti exespti [ 1 ] Se empleará esta palabra y las que deriven de ésta en español, agregándole únicamente las terminaciones o sustituyendo una letra por otra. [ 2 ] Se le agrega “eri” (es de o de). [ 3 ] Se conserva el vocablo en español y sólo se cambia la terminación “irhu” (en el o en la).


Ilustración—Andrea Regina Ríos Uribe (Regina REM)

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—Kwirisïicha no amparhatiicha—

los pequeños jugaron a «visitas»; pero en vez de recibir pasteles y manzanas asadas como se suele en tales ocasiones, la nueva Reina no les dio más que arena en una taza de té, diciéndoles que imaginaran que era otra cosa. Ala semana siguiente mandó a Elisa al campo, a vivir con unos labradores, y antes de mucho tiempo le había ya dicho al Rey tantas cosas malas de los príncipes, que éste acabó por desentenderse de ellos. -¡A volar por el mundo y apáñense por su cuenta! -exclamó un día la perversa mujer-; ¡a volar como grandes aves sin voz! Pero no pudo llegar al extremo de maldad que habría querido; los niños se transformaron en once hermosísimos cisnes salvajes. Con un extraño grito emprendieron el vuelo por las ventanas de palacio, y, cruzando el parque, desaparecieron en el bosque. Era aún de madrugada cuando pasaron por el lugar donde su hermana Elisa yacía dormida en el cuarto de los campesinos; y aunque describieron varios círculos sobre el tejado, estiraron los largos cuellos y estuvieron aleteando vigorosamente, nadie los oyó ni los vio. Hubieron de proseguir, remontándose hasta las nubes, por esos mundos de Dios, y se dirigieron hacia un gran bosque tenebroso que se extendía hasta la misma orilla del mar. La pobre Elisita seguía en el cuarto de los labradores jugando con una hoja verde, único juguete que poseía. Abriendo en ella un agujero, miró el sol a su través y le pareció como si viera los ojos límpidos de sus hermanos; y cada vez que los rayos del

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ma jurhiaatekwa jimpo. Kw´ínchikwa únhaspti k´umanchikwa k´ériirhu, ka sapirhatiicha ch´anampexapti p´urhenkorhperanhani; ima Reina no ma ampe intskwaaspti, puro kutsari tasaarhu[ 4 ] ma. Arhiani éska ísï exenhapirinka íska máteru ampe jinteepka. Jinhiani seman jimpo, Elisani wékurini axaspti, júkskakorheriicha jinkoni irerani, ka yóni no sési ampe sïtamarheaspti ya principeechani Reyini arhiparini, ka ima chutaaspti wáp´eechani. -¡Nie kárani parhakpeni jimpo ka chats´ï mítekorheka ya! -ísï arhiaspti ima no ampakiti warhiiti-; ¡Nié kárani jóperu nóts´ï úaka wantani! Jóperu no ísï úkorhespti na énka wékampka; tataka sapiratiicha sési jarhati kwirisï[ 5 ] wénhant´aspti. Jiwakorheparinhani káranhaspti ventanaarhu ísï wéch´akupanhani, ka parkeerhu[ 6 ] ísï parhikunhani para p´ukuminturio sïpakorhenhani. Útasï chúrekweespti énka parhikunhapka jima énka jinkonhekuempa Elisa kw´íni jápka kuartuurhu campesinueriicha;[ 7 ] nákeru jima karhakwa jánhani jápka, yóchanhaspti ka séskueni nixurhani k´ésïïchani, ka no ma ne exeani ni kurhaani. Chúmkumanhaspti xurhateecharu ísï, jini énka Tata diosï jaka, ka sánteru tátsekwa p´ukuminturio t´kapentu ninhaspti k´éri itsïïrhu isï. Ima probrecitu Elisa jima jarhasptiteru kuartuurhu júkskatiriichari jimpo chu´kurhi xunhapiti jimpo ma ch´anak´uni, imankusï [ 4 ] La palabra taza se adecúa al purépecha y se le cambia la “z” por la “s” y otras letras conforme lo mencione el texto original. [ 5 ] En la lengua purépecha no existe la palabra cisne, por lo que sustituye por el nombre de pato, ya que es el ave más parecida el cisne. [ 6 ] Al no haber una palabra en la lengua purépecha para definir “parque” a esta se le agrega “erhu” (en el) y se sustituyen las letras “qh” por la “k”. [ 7 ] Para este término la adaptación es un tanto complicada, por esta razón únicamente queda como campesino, agregándole morfemas “eri” (del).


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kámanti ch´anharakwa. Imani porhookuspti, ka jima ésï exesïrampti jurhiaatani ka ísï erant´ani náki pirempechanisï exeampi; ka énka t´íntskweecha kánharikuarhu tsónhantapka, ísï p´ikwarherasïmrampti íska putisï piremperiicha. Jurhiateecha parhikusïramptiksï, mákw´eeni pawani pawani. Énka tarhiata parhiakuwampka tsïtsïki rosaleecharhu ísï énka ikarakata janhapka k´umanchikuarhu, arhiasïrampti sapisapimeni tsïtsïki rosaleechani: -¿Jarhaski máteru ampe sánteru sési jásï íska cha? Jóperu tsïma tsïtsïkiicha manhatsïnhasïrampti ka arhinhasïramptiksï: -Elisa sánteru sési jasï ésti. Énka warhiiti k´éri -arhiantampka wantatsekuechani donminkueeri jimpo, sïranteecha winhani ninhasïrampti tahiata jimpo, ka k´urhamarhesïrampti takukatani: -¿Ne sánteru sésiiski íska t´u? -Elisa sánteru sésiisti -arhispti takukata; ka énka arhinhapka tsïtsïki rosaleecha ka takukata isïmentuuespti. Jimpo énka ima takukat no úsïerampka ch´kwantirani. Pakataperanhaspti énka Elisa témpeni yúmu antakutapirinka niánt´apirinka chene émpo; jóperu énka Reyna exepka énka sési jáxipka, kurhunheni p´ikwarheraspti, ka kwirisï únt´ani, íska pirempeechani; jóperu no chúnkumasti ísï úni, jimpo énka Rey wáp´ani wékampka exeni. Tsipeeri jimpo, Reyna kuartuurhu niraspti, jima yámentu mármoleerispti ka ka sési adornadu jarhaspti sési jarhati

sol le daban en la cara, creía sentir el calor de sus besos. Pasaban los días, monótonos e iguales. Cuando el viento soplaba por entre los grandes setos de rosales plantados delante de la casa, susurraba a las rosas: -¿Qué puede haber más hermoso que ustedes? Pero las rosas meneaban la cabeza y respondían: -Elisa es más hermosa. Cuando la vieja de la casa, sentada los domingos en el umbral, leía su devocionario, el viento le volvía las hojas, y preguntaba al libro: -¿Quién puede ser más piadoso que tú? -Elisa es más piadosa -replicaba el devocionario; y lo que decían las rosas y el libro era la pura verdad. Porque aquel libro no podía mentir. Habían convenido en que la niña regresaría a palacio cuando cumpliese los quince años; pero al ver la Reina lo hermosa que era, sintió rencor y odio, y la habría transformado en cisne, como a sus hermanos; sin embargo, no se atrevió a hacerlo en seguida, porque el Rey quería ver a su hija. Por la mañana, muy temprano, fue la Reina al cuarto de baile, que era todo él de mármol y estaba adornado con espléndidos almohadones y cortinajes, y, cogiendo tres sapos, los besó y dijo al primero: -Súbete sobre la cabeza de Elisa cuando esté en el baño, para que se vuelva estúpida como tú. Ponte sobre su frente -dijo al segundo-, para que se vuelva como tú de fea, y su padre no la reconozca. Y al tercero:

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—Kwirisïicha no amparhatiicha—

-Siéntate sobre su corazón e infúndele malos sentimientos, para que sufra. Echó luego los sapos al agua clara, que inmediatamente se tiñó de verde, y, llamando a Elisa, la desnudó, mandándole entrar en el baño; y al hacerlo, uno de los sapos se le puso en la cabeza, el otro en la frente y el tercero en el pecho, sin que la niña pareciera notario; y en cuanto se incorporó, tres rojas flores de adormidera aparecieron flotando en el agua. Aquellos animales eran ponzoñosos y habían sido besados por la bruja; de lo contrario, se habrían transformado en rosas encarnadas. Sin embargo, se convirtieron en flores, por el solo hecho de haber estado sobre la cabeza y sobre el corazón de la princesa, la cual era, demasiado buena e inocente para que los hechizos tuviesen acción sobre ella. Al verlo la malvada Reina, la frotó con jugo de nuez, de modo que su cuerpo adquirió un tinte pardo negruzco; le untó luego la cara con una pomada apestosa y le desgreñó el cabello. Era imposible reconocer a la hermosa Elisa. Por eso se asustó su padre al verla, y dijo que no era su hija. Nadie la reconoció, excepto el perro mastín y las golondrinas; pero eran pobres animales cuya opinión no contaba. La pobre Elisa rompió a llorar, pensando en sus once hermanos ausentes. Salió, angustiada, de palacio, y durante todo el día estuvo vagando por campos y eriales, adentrándose en el bosque inmenso. No sabía adónde dirigirse, pero se sentía acongojada y anhelante de

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yách´akawa jatakweecha ka óch´atarakuecha, ka tanimu kókiichani p´íkwaspti, putimukwaspti ka ma kókiini arhispti: -Karharakari ép´u Eliseeri jimpo énka bañoorhu[ 8 ] jawaka, para énka ísï wankwasï wéntaaka íska t´u. Ka t´u tsérhukwaarhu -arhispti máterunipara énka no ésï jáxeaka íska t´u, ka tateempa no miteantaaka. Ka tanimu úkorheni kókini: -Waxaka imaeri jimpo mintsita para énka no sési jásï kw´iripuaka. Ínchanhaspti kókkicha itsï ampanharhiiru, ka ima chúmkumani xunhapiti wént´ani, ka yóorhisptiksï Elisani ka patsïkasïksï jatsini, para bañoorhu axani; ka énka jima jápka ya, kóki ma ép´urhu karharaspti, máteru tsérhukuarhu ka máteru kónekuarhu, ka ima nanaka sapichu no exeni ampe énka úkorheni jápka; ka tátsekwa ya, tanimu tsïtsïkiicha charhapiti itsïïrhu xarhiitsïkurhanhaxapti. Ts´ïma tsípitiicha posoñosueespti,[ 9 ] ka ima bruja putimukuaspti, énka no ísïpirinka tsïtsïki rosale úkorhenhat´apitintiksï. Jóperu, tsïtsïki úkorhenhant´aspti, jimpo énka ép´urhu ka mintsitaarhu jimpo janhaspka princeseeri, ima jukari ampakiti kw´iripweespti ka ts´ïma sïkwapekuecha no úkorhespti. Ima Reina ísï exerini, jugu nueseeri[ 10 ] atarhespti, ka ima nanaka turhipenharini; ka pomada ma no sési jásï atarhespti ka énka no sési jamarhanteampka ka chakintsïtani. Ka ísï Elisa no mítenskorhesïrampti.

[ 8 ] Se le agrega el morfema “urhu” (en el), conservando la mayor parte de la palabra en español. [ 9 ] Se cambia la letras “z” por la “s” u ase le agrega un “espti” (eran), en la terminación. [ 10 ] Ambos términos se adaptan en purépecha en el caso de “jugo” se reemplaza la “o” por la “u” y en el caso de nuez para indicar que es de nuez se le agrega “eri” en la terminación.


­­­—diez cuentos de hans christian andersen en purépecha—

Énka tateempa exepka chéraspti ka arhini íska no wáp´eepka. No ne mítent´aspti, wichu k´oru jo ka golondrineecha; jóperu tsï´mari tsípitiiriicha no mintsikasïramptiksï. Elisa úntaspti werani, ts´ïma tépeni ka ma pirepeechani míant´ani. Wantanhaparini wékuuspti chene émpo ka chúskuni wéekurini ísï jámani, ka p´ukuminturio inchakuni. No mítespti nániisï nirani, jóperu wékasïrampti pirepeechani exeant´ani, nánti énka jima ésï jánnhani jápka. Ka jantioku arhikorhespti íska jirinhant´apirinka. Notki yóni jámaxapti p´ukuminturio, ka sóntku chúreni; ima yurhitskiri tsahnarhispti xanharuni. Witsakwarhu inchaakuspti, ka tsipeeri jimpo wantatsekorhexapti, ka ép´uni anhatapuurhu píts´itani. Ka jima pínhantespti, tarhiata jurhepesti sáni, ka witsakwa énka wirhipatapka ch´piri etetsïïcha jánhaxapti, énka p´árheempka ch´urhini ma ts´ïma tsípitiicha wékorhepanhasïrampti íska jóskuecha. Ima chúrekwa jimpo pirempeechani tsanharhiaxapti. Ísï exeasïrampti íska énka sapirhatipkaksï, ch´anhanani, karanhani pizarroni tiripitiirhu ka kararatarakwa diamanteeri jimpo ka exeni jarhani imani takukata énka xáni tumini xukaparhapka; jóperu no miyukwa ampe karanharikunhasïrampti, ts´ïmani karanhasïrampti míantskweechani; ka takukataarhu, kwinhicha piresïrampti, ka kw´iripweecha wéerhanhasïrampti sïrantaarhu ka wantontskorhenhasïrampto Elisa jinkoni ka pirempeecha; jóperu énka kw´antskuntaampka sïrantani ts´ïma takukataarhu incharhanhant´asïramptiksï, para no máteru sïrantaarhu inchak´unt´anhani ka mirhinharhitani.

encontrar a sus hermanos, que a buen seguro andarían también vagando por el amplio mundo. Hizo el propósito de buscarlos. Llevaba poco rato en el bosque, cuando se hizo de noche; la doncella había perdido el camino. Se tendió sobre el blando musgo, y, rezadas sus oraciones vespertinas, reclinó la cabeza sobre un tronco de árbol. Reinaba un silencio absoluto, el aire estaba tibio, y en la hierba y el musgo que la rodeaban lucían las verdes lucecitas de centenares de luciérnagas, cuando tocaba con la mano una de las ramas, los insectos luminosos caían al suelo como estrellas fugaces. Toda la noche estuvo soñando en sus hermanos. De nuevo los veía de niños, jugando, escribiendo en la pizarra de oro con pizarrín de diamante y contemplando el maravilloso libro de estampas que había costado medio reino; pero no escribían en el tablero, como antes, ceros y rasgos, sino las osadísimas gestas que habían realizado y todas las cosas que habían visto y vivido; y en el libro todo cobraba vida, los pájaros cantaban, y las personas salían de las páginas y hablaban con Elisa y sus hermanos; pero cuando volvía la hoja saltaban de nuevo al interior, para que no se produjesen confusiones en el texto. Cuando despertó, el sol estaba ya alto sobre el horizonte. Elisa no podía verlo, pues los altos árboles formaban un techo de espesas ramas; pero los rayos jugueteaban allá fuera como un ondeante velo de oro. El campo esparcía sus aromas, y las avecillas venían a posarse casi en sus hombros;

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Ilustración—Andrea Regina Ríos Uribe (Regina REM)

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Énka tsínharhipka, jurhiata yáwani karhakwa jarhaspti ya. Elisa no úsïrampti exeni, anhatapuecha ónharhitasïramptiksï axantikuecha jimpo; ka t´íntskuecha tiripiti ísï xarhanhasïrampti íska ma velu.[ 11 ] Jima wékurini yápuru ísï exakorhenhasïrampti p´untsum ékwecha, ka kwíniicha antarherasïramptiksï; k´urhakorhesïrampti itsï kuxumeni jimpo énka itsï no sési janharini jima énka kúmeampka. Matorral[ 12 ] kwanhapitiicha janhaspti, jóperu ts´ïma axuniicha xanharhu ma útaspti, ka jima ésï Elisa itsïïrhu inchamespti. Itsï ampanharhiispti, ka jimpo énka manhameni jápka axantikuecha jimpo énka tarhiata manhatani jápka, ima nanaka wantant´aspti íska no sésimentuepka; chu´kurhiicha sési xarhamenhasïrampti, ts´ïma énka tsantarhu jánhapka ka ts´ïma énka k´umantu janhapka. Énka eratekorhepka, jantioku chékorhespti, énka xáni no ésï turhipenharipka; jóperu íska na japonharipka, ménteru urapenharhint´aspti. Ka inchamespti itsïïrhu; no ma princesani exekorhent´apirintiksï xáni sési jásï ixu parhakepeniirhu. Xukuparhakwa jukantstini ka tepets´ïtini, itsï jatakwarhu niraspti, itsïmaspti ka chúnkumani xanharani p´ukuminturio, no míteparini náni énka nirampka. Pirempeechani ka Tata diosïni eratsepaxapti, ima k´ékwasïrampti anhatapuechani manzaneeri para t´irerani ts´ïma énka k´arhimampka; ka pát´aspti ma ísï jásï anhatapuurhu, ka ts´ïma axantikuecha kw´etsapentinhasïrampti fruta jimpo. Arhaspti imani, ka énka p´ínkwaapka ya axantikuechani, p´ukuminturio inchakuspti [ 11 ] Se le cambia la ultima letra, en este caso la “o” por la “u”. [ 12 ] Para este tipo de planta, no hay definición propia en la lengua purépecha, por lo que el término queda en español.

oía el chapoteo del agua, pues fluían en aquellos alrededores muchas y caudalosas fuentes, que iban a desaguar en un lago de límpido fondo arenoso. Había, si, matorrales muy espesos, pero en un punto los ciervos habían hecho una ancha abertura, y por ella bajó Elisa al agua. Era ésta tan cristalina, que, de no haber agitado el viento las ramas y matas, la muchacha habría podido pensar que estaban pintadas en el suelo; tal era la claridad con que se reflejaba cada hoja, tanto las bañadas por el sol como las que se hallaban en la sombra. Al ver su propio rostro tuvo un gran sobresalto, tan negro y feo era; pero en cuanto se hubo frotado los ojos y la frente con la mano mojada, volvió a brillar su blanquísima piel. Se desnudó y se metió en el agua pura; en el mundo entero no se habría encontrado una princesa tan hermosa como ella. Vestida ya de nuevo y trenzado el largo cabello, se dirigió a la fuente borboteante, bebió del hueco de la mano y prosiguió su marcha por el bosque, a la ventura, sin saber adónde. Pensaba en sus hermanos y en Dios misericordioso, que seguramente no la abandonaría: El hacía crecer las manzanas silvestres para alimentar a los hambrientos; y la guió hasta uno de aquellos árboles, cuyas ramas se doblaban bajo el peso del fruto. Comió de él, y, después de colocar apoyos para las ramas, se adentró en la parte más oscura de la selva. Reinaba allí un silencio tan profundo, que la muchacha oía el rumor de sus propios pasos y el de las hojas secas, que

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se doblaban bajo sus pies. No se veía ni un pájaro: ni un rayo de sol se filtraba por entre las corpulentas y densas ramas de los árboles, cuyos altos troncos estaban tan cerca unos de otros, que, al mirar la doncella a lo alto, le parecía verse rodeada por un enrejado de vigas. Era una soledad como nunca había conocido. La noche siguiente fue muy oscura; ni una diminuta luciérnaga brillaba en el musgo. Ella se echó, triste, a dormir, y entonces tuvo la impresión de que se apartaban las ramas extendidas encima de su cabeza y que Dios Nuestro Señor la miraba con ojos bondadosos, mientras unos angelitos le rodeaban y asomaban por entre sus brazos. Al despertarse por la mañana, no sabía si había soñado o si todo aquello había sido realidad. Anduvo unos pasos y se encontró con una vieja que llevaba bayas en una cesta. La mujer le dio unas cuantas, y Elisa le preguntó si por casualidad había visto a los once príncipes cabalgando por el bosque. -No -respondió la vieja-, pero ayer vi once cisnes, con coronas de oro en la cabeza, que iban río abajo. Acompañó a Elisa un trecho, hasta una ladera a cuyo pie serpenteaba un riachuelo. Los árboles de sus orillas extendían sus largas y frondosas ramas al encuentro unas de otras, y allí donde no se alcanzaban por su crecimiento natural, las raíces salían al exterior y formaban un entretejido por encima del agua. Elisa dijo adiós a la vieja y siguió por la margen del río,

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jima énka t´kapekurhapka. Pínhantespti, ka kurhantukorheni énka xanharampa ka chu´kurhi k´arhiriichani, énka ch´atanturhiampka. No ma kwíni jámasïrampti: no ma t´íntskwa ichakusïrampti jima axantikuecharhu ni anhatapuecharhu, jukari yótanhaspti anhatapuecha ka ima nanaka ísï exesïrampti íska ch´kariicha wirhipatapka. Jantioku p´ikwarheraspti. Máteru chúrekwa jukari t´kapentespti, no ma ch´piri etetsï xarharasïrampti. Ima nanaka ichakwatsepti kw´íni, ka ísï p´ikwarherani íska axantikuecha két´akusïrampka ka íska Tata diosï exeni jápka kóntekwa jimpo, ka angelituechat´u exenhaxaptiksï. Pawantekwa énka tsínharipka no mítespti ima sésimentweespi o isïmentweespi. Xanharaspti sónti ka warhiitini ma exent´ani ima énka fruta ampe páni jápka kanintiirhu. Ima warhiiti intsipesti ma, ka Elisa k´urhamarhespti exaspi ts´ïmani témpeni ka ma pirenchipeechani jima p´ukuminturio. -No -arhispti kutsumiti-, jóperu witsintekwa exeaskani témpeni ka ma kwirisïïchani, kanhakwa tiripitiiri jukats´ïpatinhanksï, yurhekaru ísï. Elisa wantanunt´aspti kutsumitini ka chúnkumani nirani yurhekwarhu. Jima kánekwa itsï jataspti, jima no ma barku ampe xarhamesïrampti, ni mótsetarakwa itsïïrhu anhapu ampe ma. ¿Nánaterusïni niwa ya? Ísï exeparhiani tasakapu sapirhatiichani ka arena na énka nímenaampka itsï k´éri jimpo. Kristal, hierru, tsakapu, yámentu ampe énka antameraapka yetakorhespti itsï jimpo. “Ítsï winhani manhakorhexapti, etsanturhini yámentu ampe nákeru


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winhapepka. Diosï meyamu itsï k´ératiicha arhikwats´ïni ma jurak´uchiska, jóperu pákatsïni jucheeti pirenchiicha jinkoni”. Énka algaeecha[ 13 ] wémenhapka jima playarhu[ 14 ] itsï jimpo, témpeni ka ma p´unkwariicha janhaspti kwirisïriicha, ka ima nanaka tánt´aspti. Kwakanharixapti istï jimpo, wekwa xúmu jimpo, ¿ampenti jimpo? Jantioku jarhaspti jima jamukoteni, jóperu no jantioku p´ikwarhexapti, ima itsï k´éri mót´akukorhent´asïrampti mémechani; kánekwa itsï jatant´asïrampti íska ma wéxurhini jimpo. Énka xurhata ma turhipiti xarhancheampka, itsï k´éri arhisïramptixarhu: “¡Exexakits´ï isïsïni xáni no ésï turhipemeaka!”. Ka tarhiata winhani p´unhitasïrampti, ka oleecha urapiti wénhatasïrampti. Jóperu énka xurhateecha charhapitipirinka ka tarhiata no ampe úni, itsï k´éri ísï xarharasïrampti íska rosale ma; xunhapitispti, ka urapiti, nákeru ísku japirinka, jamukutini manhakorhesïrampti sáni; itsï karharasïrampti séskweeni, íska ma tataka sapichu kw´írini. Tirimarhantu jimpo, Elisa exespti íska témpeni ka ma kwirisïicha niáranani jápka kárapanhani kanakwa titipitiiri jukats´ïpanhani; chúxperapanhani, Elisa kwanhatsent´aspti ketsemani ísï ka matorraleerhu jirikorheni; ka kwirisïicha no yawani anhaxurhispti jima énka Elisa jápka, k´ésï k´ératiichani níxurhani. Ka énka jurhiata inchantapka, ts´ïma kwirisïïcha p´unkwari warhekorheant´aspti ka príncipe úkorhenhant´ani: Eliseeri pirempeecha jiwakorhespti sáni, nákeru pirempeecha no mót´akukorhenhantapka, [ 13 ] Las algas son plantas acuáticas poco conocidas o desconocidas en la cultura purépecha, por ende, no existe una palabra para nombrar a esta planta y se emplea en español con terminación en purépecha en este caso “echa” para marcar el plural (las algas). [ 14 ] Es otra palabra que no posee equivalente en purépecha.

hasta el punto en que éste se vertía en el gran mar abierto. Frente a la doncella se extendía el soberbio océano, pero en él no se divisaba ni una vela, ni un bote. ¿Cómo seguir adelante? Consideró las innúmeras piedrecitas de la playa, redondeadas y pulimentadas por el agua. Cristal, hierro, piedra, todo lo acumulado allí había sido moldeado por el agua, a pesar de ser ésta mucho más blanda que su mano. «La ola se mueve incesantemente y así alisa las cosas duras; pues yo seré tan incansable como ella. Gracias por su lección, olas claras y saltarinas; algún día, me lo dice el corazón, me llevarán al lado de mis hermanos queridos». Entre las algas arrojadas por el mar a la playa yacían once blancas plumas de cisne, que la niña recogió, haciendo un haz con ellas. Estaban cuajadas de gotitas de agua, rocío o lágrimas, ¿quién sabe? Se hallaba sola en la orilla, pero no sentía la soledad, pues el mar cambiaba constantemente; en unas horas se transformaba más veces que los lagos en todo un año. Si avanzaba una gran nube negra, el mar parecía decir: « ¡Ved, qué tenebroso puedo ponerme! ». Luego soplaba viento, y las olas volvían al exterior su parte blanca. Pero si las nubes eran de color rojo y los vientos dormían, el mar podía compararse con un pétalo de rosa; era ya verde, ya blanco, aunque por mucha calma que en él reinara, en la orilla siempre se percibía un leve movimiento; el agua se levantaba débilmente, como el pecho de un niño dormido. A la hora del ocaso, Elisa vio que se acercaban volando once

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cisnes salvajes coronados de oro; iban alineados, uno tras otro, formando una larga cinta blanca. Elisa remontó la ladera y se escondió detrás de un matorral; los cisnes se posaron muy cerca de ella, agitando las grandes alas blancas. No bien el sol hubo desaparecido bajo el horizonte, se desprendió el plumaje de las aves y aparecieron once apuestos príncipes: los hermanos de Elisa. Lanzó ella un agudo grito, pues aunque sus hermanos habían cambiado mucho, la muchacha comprendió que eran ellos; algo en su interior le dijo que no podían ser otros. Se arrojó en sus brazos, llamándolos por sus nombres, y los mozos se sintieron indeciblemente felices al ver y reconocer a su hermana, tan mayor ya y tan hermosa. Reían y lloraban a la vez, y pronto se contaron mutuamente el cruel proceder de su madrastra. -Nosotros -dijo el hermano mayor- volamos convertidos en cisnes salvajes mientras el sol está en el cielo; pero en cuanto se ha puesto, recobramos nuestra figura humana; por eso debemos cuidar siempre de tener un punto de apoyo para los pies a la hora del anochecer, pues entonces si volásemos hacia las nubes, nos precipitaríamos al abismo al recuperar nuestra condición de hombres. No habitamos aquí; allende el océano hay una tierra tan hermosa como ésta, pero el camino es muy largo, a través de todo el mar, y sin islas donde pernoctar; sólo un arrecife solitario emerge de las aguas, justo para descansar en él pegados unos a otros; y si el

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ima mítespti íska ts´ïma pirempeepkaksï; imani inchanekwa ampe ma arhisïrampti íska no máteruepkaksï. Antarheraspti, nombre jimpo wantap´ani, ka tumpiicha tsípenhani énka mítenhapkasksï jinkonhekuempani, xáni k´éri ka xáni sési jásï. Terekorhenhasïramptiksï ka jimak´u wenhani, ka eyankuperanhaspti na énka niátakukpa madrastreempa. -Juchari arhispti pirenchi k´éri- káraspkaksï kwirisï úkorherini ka jurhiata awantarhu jarhaspti; ka énka inchantapka jucha míant´aspka ískaksï kw´iripuepka; jimpoksïs no úk´a xáni karhakwa kárani éka chúreni jarak´a ya, jimaksï tsïnchipirinka énkaksï kw´iripu wéntak´a. Nóksï irekaska ixu, jini océanuurhu jarhasti ma echeri sési jásï íska ixu, jóperu yawanhesti, yámentu itsïni parhimeni, ka no náni jarhani para anhaxurhini; tsakapu ma wémesïnti itsïïrhu, ka jima úsïnkaksï mínkorheni yámentuecha jatach´akperatini; ka énka itsï jukari manhakwarheni jarak´a arach´akusïntitsïni; jóperu, diosï meyamukwaksï inkusïnka tata diosïni énka ima tsakapu jima jaka. Ka jimaksï parhikusïnka chúrekwa kw´iripu úkorherini, énka no japirinka, no úpirinkaksï p´urhempepini juchari echerini, jimpo énka yóparhaka. Mákuksïs úk´a kwanhatseni jucheeno, jima énkaksï no jiáretak´atsïni jarhani énka témpeni ka ma jurhiatekwa, kárapani p´ukuriicharhu karhakwa, karhakwa jatini exesïnkaksï k´umanchikwani jima énkaksï p´énaka ka juchari táateeri k´umanchikuesti, ka jima kampana jatakwarhu énka juchari náante jaka túskukata. Énkaksï jima jarhajk´a ísï exesïnkaksï íska anhatapuecha ka matorraleechanksï jampurhiaska; tekechuniicha wirinhasïnti esteparhu isï, ískaksï na exeampka énkaksi sapirhatiipka; carboneruecha pireasïnti ts´ïmani


­­­—diez cuentos de hans christian andersen en purépecha—

cancioniichani énkaksï sapirhatiipka; juchari echeri yórhint´asïntitsïni ka ixuksïni exent´aska, jinkonekwa juchari. Tsimani jurhiakaksï jatsiska para ixuksï pakarani, jóperu wétarhesïnti jirinhani ma echeri énka sési jawaka, énka no juchariika. ¿Nánaksïni pa juchantsïni jinkoni? No kamasïnkaksï ma mótsetarakwani itsïïrhu anapuni jima énkari úpirinka jatani. -¿Nána úpiriksïni kw´iripu únt´ani? -kurhamarheaspti marikwa. Erankusptiksï wantontskwarheni, ka no yóni kw´ínhaspti. Elisa tsínharhispti énka kwirisïïcha nixurhanhampka k´ésïichani. Pirepeecha, ménteru kwirisï úkorherinhani káranhaxapti, ka yawani ninhaspti, jóperu ma sánteru sapichu, pakaraspti echeriirhu; ép´u t´enktsataspti ka ima nanaka k´amakuspti, ka ísï parhikunhani máteru jurhiateka mákw´eni. Énka chúrepka, janokwanhaspti máruterweecha, ka énka jurhiata wérapka ménteru kw´iripu wénhant´aspti. -Pawanksï k´étakuaka ya ixu ka ma wéxurhini jimpo kwanhatseakaksï ménteru; jóperu no úkaksïni ísï jurak´uni. ¿Tsiwenharhiari para juchants´ïni jinkoni niranti? K´ésï jucheti winhapesti para pánkini, ka ¿úksï yámentuecha jarhuap´erani para parhimanksï kárapani itsïïrhu? -¡Jo, pátsïni chants´ïni jinkoni! -arhispti Elisa. Ma chúrekwa jimpo warhukwa ma únaxapti. Jimaksï apitaspti Elisani, ka énka jurhiata wérapka ya ka pirempeecha kwirisï úkorhenhant´ani, katsimesptiksï Elisani, káranhaspti jinkonekuempa jinkoni énka kw´ípani jápka, ka yawani karhakwa karharanhani. Énka exepka íska tsanta t´inharhikuni jápka, máteru kwirisï óntakuspti, ka k´umatsïtani k´ésïïcha jimpo.

mar está muy movido, sus olas saltan por encima de nosotros; pero, con todo, damos gracias a Dios de que la roca esté allí. En ella pasamos la noche en figura humana; si no la hubiera, nunca podríamos visitar nuestra amada tierra natal, pues la travesía nos lleva dos de los días más largos del año. Una sola vez al año podemos volver a la patria, donde nos está permitido permanecer por espacio de once días, volando por encima del bosque, desde el cual vemos el palacio en que nacimos y que es morada de nuestro padre, y el alto campanario de la iglesia donde está enterrada nuestra madre. Estando allí, nos parece como si árboles y matorrales fuesen familiares nuestros; los caballos salvajes corren por la estepa, como los vimos en nuestra infancia; los carboneros cantan las viejas canciones a cuyo ritmo bailábamos de pequeños; es nuestra patria, que nos atrae y en la que te hemos encontrado, hermanita querida. Tenemos aún dos días para quedarnos aquí, pero luego deberemos cruzar el mar en busca de una tierra espléndida, pero que no es la nuestra. ¿Cómo llevarte con nosotros? no poseemos ningún barco, ni un mísero bote, nada en absoluto que pueda flotar. -¿Cómo podría yo redimirlos? -preguntó la muchacha. Estuvieron hablando casi toda la noche, y durmieron bien pocas horas. Elisa despertó con el aleteo de los cisnes que pasaban volando sobre su cabeza. Sus hermanos, transformados de nuevo, volaban en grandes círculos, y, se alejaron; pero uno de ellos, el menor de

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todos, se había quedado en tierra; reclinó la cabeza en su regazo y ella le acarició las blancas alas, y así pasaron juntos todo el día. Al anochecer regresaron los otros, y cuando el sol se puso recobraron todos su figura natural. -Mañana nos marcharemos de aquí para no volver hasta dentro de un año; pero no podemos dejarte de este modo. ¿Te sientes con valor para venir con nosotros? Mi brazo es lo bastante robusto para llevarte a través del bosque, y, ¿no tendremos entre todos la fuerza suficiente para transportarte volando por encima del mar? -¡Sí, llévenme con ustedes! -dijo Elisa. Emplearon toda la noche tejiendo una grande y resistente red con juncos y flexible corteza de sauce. Se tendió en ella Elisa, y cuando salió el sol y los hermanos se hubieron transformado en cisnes salvajes, cogiendo la red con los picos, echaron a volar con su hermanita, que aún dormía en ella, y se remontaron hasta las nubes. Al ver que los rayos del sol le daban de lleno en la cara, uno de los cisnes se situó volando sobre su cabeza, para hacerle sombra con sus anchas alas extendidas. Estaban ya muy lejos de tierra cuando Elisa despertó. Creía soñar aún, pues tan extraño le parecía verse en los aires, transportada por encima del mar. A su lado tenía una rama llena de exquisitas bayas rojas y un manojo de raíces aromáticas. El hermano menor las había recogido y puesto junto a ella. Elisa le dirigió una sonrisa de gratitud, pues lo reconoció; era el

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Yawani ninhaxapti ya énka Elisa tsínharhipka. Ima wantaxapti íska tsanharhikuepka, jimpo énka kárani jápka, ka itsï eramapani. Jima pakrhexapti fruta charhapiti ka witsakwa énka p´untsumu arhampka. Pirempa jima jatsikwaspti. Elisa tsipekuspti, jimpo énka mítent´apka; imaspti ima énka ima éri jimpo karhaka kárani jápka para k´umatsïtani. Jukari karhakwa káranhaxapti, ima barcu énka eramekorheampka itsïirhu isï xarharasïrampti íska ma gaviota. Tsïmaeri tátsepani xurhata ma k´éri jarhaspti; jwateespti ma, énka k´umanta xarharani jápka Eliseeri ka kwirisïriicha: ima xarhatasïrampti na énka xáni yawani káranhani jápka. Sési xarhapesïrampti, no méni isï exespti Elisa; jóperu énka jurhiata inchant´ani jápka nóteru ampe xarharasïrampti k´umanta. Chúnkumanhaspti káranhani ma jurhiatekwa winhani; jóperu ima ya tsït´akwarweespti ísï, jimpo énka Elisanksï páni jápka. Sóntku chúrexapti ya; Elisa wantanhexapti énka tirimarhanteni jápka ya, ka ima tsakapu itsïïrhu no ma ampe xarhameni. Ka kwirisïïcha sánteru winhani kárhasïrampti. ¡Ah!, ima culpa jatsispti énka no úmpkaksï sánteru winhani káranhani, ka chúrepirinti ya ka ts´ïma kw´iripu úkorhent´ani ka itsïïrhu wekamenhani ka t´kapanhani itsï jimpo. Mintsita jinkoni wantatsekorhespti. Xurhateecha mák´u óch´akurasïramptiksï, ka tarhiata eyankwasïrampti íska janipirinka. Xurhateecha k´éranhaspti, ka chérpenhani, ísï íska ima charapirinka, ka piritakuecha no anhaxurhinhani. Jurhiata inchant´axapti ya. Elisa wantanhexapti; ka kwirisïïcha sánkani úntaspti kétsenhani, ka marikwa ísï p´ikwarherani íska wekorhepirinka;


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jóperu karhanhnt´aspti. Jurhiata teruk´ani inchant´aspti ya, énka Elisa exepka imani tsakapuni itsïïrhu, ísï xarharani íska ma ép´u. Jurhiata óntakorhentaspti énka tsïma anhaxurhipka tsakapurhu. Ka pirempeecha kamanharhisptiksï, ka jima yámentweecha jatanhenhani; itsï kw´ikitatasïrampti tsakapurhu, ka awanta ísï xarhani íska tixanchini, ka no anhaxurhini charanchini. Ts´ïma pirenchiicha ka jinkonhekwa, jupit´atperatinhaxapti, pirenhaxapti wantantskorhekuechani ka ts´ïma mintsikakorhenhani ka tsiwenharhitaperhanhani. Pawantekwa, awanta ampanchitini jarhaspti; jóperu jurhiata no sési wéraspti, kwirisïïcha chúnkumanhaspti káranhani, Elisa jinkoni. Itsï winani nimexapti; énka ts´ïma yawani karhakwa káranhani jápka, ísï eramakorhesïrampti ima itsï turhipenharhiirhu, íska kwirisïïcha xarhinhani jámanhaxapka. Énka sánteru pírepanhani jápka jurhiatani, Elisa exespti ma yawani jwateechani itsï kwanhapiti jukats´ïtinhani ka k´umanchikkwa ma k´éri ka jima anhatapuechani, ka tsïtsïkiichani ka urhuratarakuechani. K´urhamarheaspti jima niaranhapirini, ka kwirisïïcha mnhatsïnhani íska no, ima castillu Fata Moganeerispti, jima no ampantespti para kw´iripuecha. Elisa ísï jarhaspti exeni ka exespti na énka wekorhenhant´apka jwateecha, pukuminturio ka ima castillu, ka tiósio ukorhenhant´ani mákw´eeni járhati. Ísï k´urhani íska orhankuechani, jóperu itsïïspti. Antarheaxapti ya tiósiouechani ka ts´ïma flote úkorhenhant´ani, ka énka eramapka exepsti íska xúmuepka. Yámentu ampe mót´akukorhent´asïrampti, ka sóntku echerini exespti ya, ísï k´amarhuspti nitamakwa jwata

que volaba encima de su cabeza, haciéndole sombra con las alas. Iban tan altos, que el primer barco que vieron a sus pies parecía una blanca gaviota posada sobre el agua. Tenían a sus espaldas una gran nube; era una montaña, en la que se proyectaba la sombra de Elisa y de los once cisnes: ello demostraba la enorme altura de su vuelo. El cuadro era magnífico, como jamás viera la muchacha; pero al elevarse más el sol y quedar rezagada la nube, se desvaneció la hermosa silueta. Siguieron volando durante todo el día, raudos como zumbantes saetas; y, sin embargo, llevaban menos velocidad que de costumbre, pues los frenaba el peso de la hermanita. Se levantó mal tiempo, y el atardecer se acercaba; Elisa veía angustiada cómo el sol iba hacia su ocaso sin que se vislumbrase el solitario arrecife en la superficie del mar. Se daba cuenta de que los cisnes aleteaban con mayor fuerza. ¡Ah!, ella tenía la culpa de que no pudiesen avanzar con la ligereza necesaria; al desaparecer el sol se transformarían en seres humanos, se precipitarían en el mar y se ahogarían. Desde el fondo de su corazón elevó una plegaria a Dios misericordioso, pero el acantilado no aparecía. Los negros nubarrones se aproximaban por momentos, y las fuertes ráfagas de viento anunciaban la tempestad. Las nubes formaban un único arco, grande y amenazador, que se adelantaba como si fuese de plomo, y los rayos se sucedían sin interrupción. El sol se hallaba ya al nivel del mar. A Elisa le palpitaba el corazón; los cisnes descendieron

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—Kwirisïicha no amparhatiicha—

bruscamente, con tanta rapidez, que la muchacha tuvo la sensación de caerse; pero en seguida reanudaron el vuelo. El círculo solar había desaparecido en su mitad debajo del horizonte cuando Elisa distinguió por primera vez el arrecife al fondo, tan pequeño, que se habría dicho la cabeza de una foca asomando fuera del agua. El sol seguía ocultándose rápidamente, ya no era mayor que una estrella, cuando su pie tocó tierra firme, y en aquel mismo momento el astro del día se apagó cual la última chispa en un papel encendido. Vio a sus hermanos rodeándola, cogidos todos del brazo; había el sitio justo para los doce; el mar azotaba la roca, proyectando sobre ellos una lluvia de agua pulverizada; el cielo parecía una enorme hoguera, y los truenos retumbaban sin interrupción. Los hermanos, cogidos de las manos, cantaban salmos y encontraban en ellos confianza y valor. Al amanecer, el cielo, purísimo, estaba en calma; no bien salió el sol, los cisnes reemprendieron el vuelo, alejándose de la isla con Elisa. El mar seguía aún muy agitado; cuando los viajeros estuvieron a gran altura, les pareció como si las blancas crestas de espuma, que se destacaban sobre el agua verde negruzca, fuesen millones de cisnes nadando entre las olas. Al elevarse más el sol, Elisa vio ante sí, a lo lejos, flotando en el aire, una tierra montañosa, con las rocas cubiertas de brillantes masas de hielo; en el centro se extendía un palacio, que bien mediría una milla de longitud, con atrevidas columnatas superpuestas;

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k´ératiichani exepani, ka anhatapuechani, k´éri iretechani ka k´érati k´umanchikuechani. Énka jurhiataarhu niárani jápka, karhakwa tsakapu ma exespti, cuevarhu ma énka witsakwa xunhapiti ampe jukarhekorhepka ísï íska tatsuntskakwa sési jásï ma ampe. -Exekaksï amperi tsanharhia ixu -arhispti pirempa sapichu, exerapani náni énka kw´ípirinka. -¡Ískarini awanta tsanharitaaka na énkaksïni p´ímutant´aka! -arhispti Elisa; no úsïrampti máteru ampe eratseni, ka komu arhisïrampti iTata diosïni mintsita jinkoni íska jarhwatapirinka, tsanharikuarhu wantatsekorhesïrampti. Ka jini tsanharhispti, íska ima káraxapka yawani karhakwa, nitamani castillu Fata Morganaarhu; ka íska wariiti k´ésï jukarini ma exepka sési jásï, ima énka nirani jápka kúmani, jóperu, ísï xarharasïrampti íska kutsumiti ima énka akwa ampe íntskukpa jini p´ukuminturio ka ima énka eyankupka kwirisïriicha ampe ka kanakwa tiripitiiricha. -Úakari pirenchiteechani kw´iripu wánt´ani -arhispti-; jóperu ¿Tsiwenharhiari ka nóri kwatanta? Ima itsï manhatasïnti winhani ts´ïmani tsakapuechani nákeru sánteru winhapenaka íska ják´i chéetiicha, jóperu ts´ïma no jatasti mintsita, no wantanhenasïnti ka ima énka t´u tsiwenharhiaka. ¿Exexakiri arini aparhekwani énkani katsik´utini jaka? Jima cuevaarhu wirhipatastiksï i jarhatiicha, jóperu ts´ïma ampakesti énka túskutarantakwarhu wétseaka. Tátant´aakari, nákeruri pitsikw´aaka, ch´atanturhia aparhekuechani ka ts´ïma tsïtsïki lirio úkorheant´ati, ka ima jimpo témpeni ka ma kamisoneri sïrikwaaka; jatsikuakari ts´ïma témpeni ka ma kwirisïïchani ka


­­­—diez cuentos de hans christian andersen en purépecha—

ts´ïma kw´iripu wúkorhenhant´ati. Jóperu míanta, énkari wénhaka sïrikuni no úakari ni ma wantakwa arhini, nákeru ánchikorhekwa yóni wéxurhiniichani jimpo k´amatakari. Énkari ma wantakwa arhiaka, kachukutarakwa ma p´onhati pirenchiteni ma. Chéeti katampa jimpo jarhasti ts´ïmaéri irekwa. Ásï ampe mirikurhi ima énkakini arhiaka. Ima warhiiti k´ésï jukari p´ákuspti yurhitskirini aparekwa jimpo, ka ima tsínharini énka tixakuni jápka. Erantespti ya, ka no yawani jima énka irekapka, exespti ma aparhekwa ísï jásï íska ima énka tsanharhikuarhu exepka. Tinkwintespti para diosï meyamukwa íntskuni Tata diosïni ka wéraspti cuevaarhu para wénhani ánchikorhekwa. P´íkwaspti ts´ïmani witsakuechani, énka kurhikutap´eranhampka íska ch´piri, ka aparhek´uspti; jóperu tsiwenharhispti, para úni pirempeechani jarhuatani. Kachukwaspti aparhekuechani patsïnturharini ka tepekata ma xunhapiti úni. Chúrekwa jimpo niánhant´aspti pirempeecha, ka ts´ïma chénhaspti énka Elisa no ma ampe wantampka. Ts´ïma wantaspti íska madrastreempa ampe ma úkupka; jóperu énkaksï erak´upka mítenhaspti énka jinkonekweempa úni jápka ts´ïma jimpo, ima sapichu úntaspti werani, ka jima énka wekorhenhampka wekwacha Elisa nóteru p´amek´urhasïrampti ka sïpakorhenhaspti pixikiicha. Erantskupsti ánchikorheni, no méntu wékasïrampti mintsitani, jénkani ya énka kw´iripu wénahnt´apirinka pirempeecha; ka chúnkumaspti pawantekwa chúskutani pawantekwa, énka kwirisïïcha wéranhapka;

debajo ondeaban palmerales y magníficas flores, grandes como ruedas de molino. Preguntó si era aquél el país de destino, pero los cisnes sacudieron la cabeza negativamente; lo que veía era el soberbio castillo de nubes de la Fata Morgana, eternamente cambiante; no había allí lugar para criaturas humanas. Elisa clavó en él la mirada y vio cómo se derrumbaban las montañas, los bosques y el castillo, quedando reemplazados por veinte altivos templos, todos iguales, con altas torres y ventanales puntiagudos. Creyó oír los sones de los órganos, pero lo que en realidad oía era el rumor del mar. Estaba ya muy cerca de los templos cuando éstos se transformaron en una gran flota que navegaba debajo de ella; y al mirar al fondo vio que eran brumas marinas deslizándose sobre las aguas. Visiones constantemente cambiantes desfilaban ante sus ojos, hasta que al fin vislumbró la tierra real, término de su viaje, con grandiosas montañas azules cubiertas de bosques de cedros, ciudades y palacios. Mucho antes de la puesta del sol se encontró en la cima de una roca, frente a una gran cueva revestida de delicadas y verdes plantas trepadoras, comparables a bordadas alfombras. -Vamos a ver lo que sueñas aquí esta noche -dijo el menor de los hermanos, mostrándole el dormitorio. -¡Quiera el Cielo que sueñe la manera de salvarlos! -respondió ella; aquella idea no se le iba de la mente, y rogaba a Dios de todo corazón pidiéndole ayuda; hasta en sueños le rezaba. Y he aquí que

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—Kwirisïicha no amparhatiicha—

le pareció como si saliera volando a gran altura, hacia el castillo de la Fata Morgana; el hada, hermosísima y reluciente, salía a su encuentro; y, sin embargo, se parecía a la vieja que le había dado bayas en el bosque y hablado de los cisnes con coronas de oro. -Tus hermanos pueden ser redimidos -le dijo-; pero, ¿tendrás tú valor y constancia suficientes? Cierto que el agua moldea las piedras a pesar de ser más blanda que tus finas manos, pero no siente el dolor que sentirán tus dedos, y no tiene corazón, no experimenta la angustia y la pena que tú habrás de soportar. ¿Ves esta ortiga que tengo en la mano? Pues alrededor de la cueva en que duermes crecen muchas de su especie, pero fíjate bien en que únicamente sirven las que crecen en las tumbas del cementerio. Tendrás que recogerlas, por más que te llenen las manos de ampollas ardientes; rompe las ortigas con los pies y obtendrás lino, con el cual tejerás once camisones; los echas sobre los once cisnes, y el embrujo desaparecerá. Pero recuerda bien que desde el instante en que empieces la labor hasta que la termines no te está permitido pronunciar una palabra, aunque el trabajo dure años. A la primera que pronuncies, un puñal homicida se hundirá en el corazón de tus hermanos. De tu lengua dependen sus vidas. No olvides nada de lo que te he dicho. El hada tocó entonces con la ortiga la mano de la dormida doncella, y ésta despertó como al contacto del fuego. Era ya pleno día, y muy cerca del lugar donde había dormido

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crecía una ortiga idéntica a la que viera en sueños. Cayó de rodillas para dar gracias a Dios misericordioso y salió de la cueva dispuesta a iniciar su trabajo. Cogió con sus delicadas manos las horribles plantas, que quemaban como fuego, y se le formaron grandes ampollas en manos y brazos; pero todo lo resistía gustosamente, con tal de poder liberar a sus hermanos. Partió las ortigas con los pies descalzos y trenzó el verde lino. Al anochecer llegaron los hermanos, los cuales se asustaron al encontrar a Elisa muda. Creyeron que se trataba de algún nuevo embrujo de su perversa madrastra; pero al ver sus manos, comprendieron el sacrificio que su hermana se había impuesto por su amor; el más pequeño rompió a llorar, y donde caían sus lágrimas se le mitigaban los dolores y le desaparecían las abrasadoras ampollas. Pasó la noche trabajando, pues no quería tomarse un momento de descanso hasta que hubiese redimido a sus hermanos queridos; y continuó durante todo el día siguiente, en ausencia de los cisnes; y aunque estaba sola, nunca pasó para ella el tiempo tan de prisa. Tenía ya terminado un camisón y comenzó el segundo. En esto resonó un cuerno de caza en las montañas, y la princesa se asustó. Los sones se acercaban progresivamente, acompañados de ladridos de perros, por lo que Elisa corrió a ocultarse en la cueva y, atando en un fajo las ortigas que había recogido y peinado, se sentó encima.

nákeru jantioku jápka, no méni xáni winhani parhikuspti jurhiakwa. K´amakuspti ya ma kamisón ka wénhaspti ya máteru. Kurakorhespti charani jini jwatarhu, ka pricesa chéespti. Ts´ïma chararakuecha antarheparasïrampti sánkani úntani, ka wichuuecha wawa apani, ka Elisa jirikorhespti cuevarhu, ka ts´ïmani aparhekuechani énka tánt´apka jókuaspti, ka jima waxatsïkuni.



Wantaskukweecha Jurhiateeri [c u e n tos de l sol]

-¡Yáasï ji wantant´akani! -arhispti Tarhiata -No, eroki -arhispti Janikwa-. Yóntsï jiarestaska parhikuni jimini xanharu, winhanmentu winhachani [versión español] - ¡Ahora voy a contar yo! - dijo el Viento. - No, perdone - replicó la Lluvia -. Bastante tiempo ha pasado usted en la esquina de la calle, aullando con todas sus fuerzas. - ¿Éstas son las gracias protestó el Viento - que me da por haber vuelto en su obsequio varios paraguas, y aún haberlos roto, cuando la gente nada quería con usted? - Tengamos la fiesta en paz - intervino el Sol -. Contaré yo-. Y lo dijo con tal brillo y tanta majestad, que el Viento se echó cuan largo era. La Lluvia, sacudiéndolo, le dijo: - ¿Vamos a tolerar esto? Siempre se mete donde no lo llaman el señor Sol. No lo escucharemos. Sus historias no valen un comino. Y el Sol se puso a contar: - Volaba un cisne por encima del mar encrespado; sus plumas

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-¿I diosï meyamukwaaski -arhispti Tarhiata- wétarhenchaspka wánekwa k´umantutarakwa íntspeant´ani cheti jimpo, ka útasï kwarukwantsï ka kw´iripu no ampe wékasïrampti chánksïni jinkoni? -Jawe sési páp´erani -arhispti Jurhiata-. Ji wantant´aaka. Ka xáni sési arhispti meremerek´uparini, énka ima Tarhiata arhipa éska xáni yóparhapka ima wantakwa. Janikwa Tarhiatani manataparini, arhispti: ¿Jiáretaksï arhini íni ampe? Mémechani inchamarhesïnti jima énkaksï no ne ma wantap´aka Tata Jurhiatani. Nóksï kurhach´aka, interi wantantskuecha no jukaparhanhasti. Ka Jurhiata úntaspti wantant´ani: -Kárasïrampti ma kwirisï[ 1 ] k´eri itsïrhu eramapani énka chinimeempka; imaeri p´unkwariicha ísï xarhamenhasïrampti éska tiripiti. Ma echukwa bárkurhu[ 2 ] ma jatarhaspti ima énka xanharapani jápka itsïrhu. [ 1 ] En el texto original en español, el ave que se menciona es el cisne, sin embargo, como no hay un vocablo para nombrar cisne en la lengua purépecha, se remplaza esta ave por el pato, pues es el más parecido al cisne. [ 2 ] Al no existir un término para definir “barco”, ésta se adecúa al purépecha con la terminación “rhu”.


Ilustración—Ana Karen Alba Olvera

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—Wantaskukweecha Jurhiateeri—

relucían como oro; una de ellas cayó en un gran barco mercante que navegaba con todas las velas desplegadas. La pluma fue a posarse en el cabello ensortijado del joven que cuidaba de las mercancías, el sobrecargo, como lo llamaban. La pluma del ave de la suerte le tocó en la frente, pasó a su mano, y el hombre no tardó en ser el rico comerciante que pudo comprarse espuelas de oro y un escudo nobiliario. ¡Yo he brillado en él! - dijo el Sol -. El cisne siguió su vuelo por sobre el verde prado donde el zagal, un rapaz de siete años, se había tumbado a la sombra del viejo árbol, el único del lugar. Al pasar el cisne besó una de las hojas, la cual cayó en la mano del niño; y de aquella única hoja salieron tres, luego diez y luego un libro entero, en el que el niño leyó acerca de las maravillas de la Naturaleza, de la lengua materna, de la fe y la Ciencia. A la hora de acostarse se ponía el libro debajo de la cabeza para no olvidar lo que había leído, y aquel libro lo condujo a la escuela, a la mesa del saber. He leído su nombre entre los sabios - dijo el Sol -. Entróse el cisne volando en la soledad del bosque, y paróse a descansar en el lago plácido y oscuro donde crecen el nenúfar y el manzano silvestre y donde residen el cuclillo y la paloma torcaz. Una pobre mujer recogía

Ima ampaketi p´unkwari tumpiiri jimpo jawiri chinikasïïthu máts´ïkuspti ima énka ampe ma exenia jápka énka bárkurhu nirampka. Ima ampaketi kwirisïïri p´unkwari jini márhukuspti, ka mák´uni, ka ima tataka no yóntaspti kánekwa tumini kámani ka espueleechani ma ka jakankorhekweeri mínkorhentskwani ma titipitiiri piakorheani. ¡Ji jimini mere-merek´urispaka! arhispti Jurhiata. - Ka kwirisï chúnkumaspti kárani jima ésï énka xásï xunhapekurhapka jima énka ma karichi erankuti sapi jápka anhatapu k´érirhu k´umantu. Énka kwirisï parhikupaka putirhespti ma echukwa chu´kurhini, énka tataka sapichueri jimpo ják´i wekorhepka; ka imaeri chu´kurhi jimpo tanimu wérnhaspti ka ménteru témpeni, ka ísï takukata ma. Ima jimpo énka tataka sapuchu arhint´ampka na énka xáni sési jáxiepka Naturalesa,[ 3 ] wantakweri ampe, mintsikakweri ka Cienciaeri[ 4 ] ampe. Énka ichapepirinka, imani takukatani ép´urhu kétseka jatsisïrampti para no mirikurhini ampe énka arhintampka, ka ima takukata jurhenkorhekwarhu páraspti, jima jánhaskakwarhu. Arhint´askani chári arhokorhekwa janhaskatiicha jinkoni -arhispti Jurhiata-. Inchaspti ima kwirisï kárapani jima p´ukuminturio énka pinhantepka, ka japuntaarhu anhaxurhispti mintsikorheni énka t´kapemepka ka no sáni manhameni. Wariiti ma ch´kari tant´asïrampti, axantikuechani énka wekorhenhampka, ka kwiparhasïrampti; ka wáp´ani kamanharhitini para chene émpo niant´ani. Exespti imani kwirisï tiripitini,

[ 3 ] Esta palabra se en este texto no tiene modificaciones considerables, se escribe igual que en español, solamente se remplaza la “z” por la “s”. [ 4 ] Este vocablo indica “de la ciencia” se le agregó “aeri” (de la o del).

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­­­—diez cuentos de hans christian andersen en purépecha—

imani kwirisï suerterini[ 5 ] énka xáni sési kárapani jápka. ¿Ampespi ima énka meremrekuni jápka? ¡Kwaxanta tiripiti ma! Ima warhiiti jima inchanespti para patsani, ka ima kwaxanta jurhepespti; ima ampe ma janesptixaru. Jo, jima chachakwarhu ampe manhakorhesïrampti, ima p´ikwarheraspti jóperu wantaspti íska ima éri mintsiteepka. Énka niant´apka chénempo sóntku p´itanhespti kwaxanta tiripitini. “¡Tic tac!”, Ísï kurhakorheni éska reloje[ 6 ] tiripitiiri, jóperu ima ampe másti énka jatarhapka. Ka ima chachakwa sóntku kakakorheni ka cisne sapichitu ma wérani, p´unkwari winirhekorheni, ka ísï méntu xarharhekorheni éska tiripiti. T´ámu inchak´urhakwa jukachaspti anhanchakwarhu, ka jimpoka ima warhiti t´ámu wap´echani káampka wantaspti éska ts´ïma inchak´urhakweecha sésku antankupirinka para mántani, jóperu ima kwirisï tiripiti wáptakuspti chúnkumani kárani. Ima warhiiti putirheaspti inchak´urhakweechani ka wáp´eechat´u ísï únhaspti, ka wénhani mintsitarhu pínheni ka luek´u inchak´urhani ya. Ji exeskani -arhispti Jurhiata-. Ka exeskani ampe úkorhespi sánteru tátsekwa. Takaka sapichu ma atsïmuurhu inchaskuspti k ama kunukurhakwa atsïmu p´íkuni, ka énka manak´uni jápka Jasonini úspti, ima énka karichiiri sïkwirini tiripitiirini antapepka.

leña, ramas caídas, que se cargaba a la espalda; luego, con su hijito en brazos, se encaminó a casa. Vio el cisne dorado, el cisne de la suerte que levantaba el vuelo en el juncal de la orilla. ¿Qué era lo que brillaba allí? ¡Un huevo de oro! La mujer se lo guardó en el pecho, y el huevo conservó el calor; seguramente había vida en él. Sí, dentro del cascarón algo rebullía; ella lo sintió y creyó que era su corazón que latía. Al llegar a su humilde choza sacó el huevo dorado. «¡Tic-tac!», sonaba como si fuese un valioso reloj de oro, y, sin embargo, era un huevo que encerraba una vida. Rompióse la cáscara, y asomó la cabeza un minúsculo cisne, cubierto de plumas, que parecían de oro puro. Llevaba cuatro anillos alrededor del cuello, y como la pobre mujer tenía justamente cuatro hijos varones, tres en casa y el que había llevado consigo al bosque solitario, comprendió enseguida que había un anillo para cada hijo, y en cuanto lo hubo comprendido, la pequeña ave dorada emprendió el vuelo. La mujer besó los anillos e hizo que cada pequeño besase uno, que luego puso primero sobre su corazón y después en el dedo. - Yo lo vi - dijo el Sol -. Y vi lo que sucedió más tarde. Uno de los niños se metió en la barrera, cogió un terrón de arcilla y, haciéndolo girar entre los

Ima énka tsimani úkorhempa echeriirhu isï, énka tsïtsïkiicha jukakurhapka mámaru jásï colore. P´ikwani ma inchakurhakwa [ 5 ] Al no haber una equivalencia de suerte, dependiendo del texto original para su adaptación en purépecha se le agregan algunas letras al final de la palabra, en este caso es “ini” (es). [ 6 ] A esta palabra se le agregó una “e” al final para adecuarla en purépecha.

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Ilustración—Ana Karen Alba Olvera


­­­—diez cuentos de hans christian andersen en purépecha—

mámaru jásï, ka énka parhikunhapka ya jurhiakuecha y´mentwecha pintoreeri ampe wantanhasïrampti. Ima énka tanimu ukorhempka tumpiiricha jimpo winhani katsimespti inchakurhakwani, ka isï kustani ampe iska ima mintsitarhusï wératipi, p´ikwarhenekwecha ka ertasekwecha, kwirisïicha úkorhenhant´aspti ka pirepanhani ka japuntaarhu inchamenhani, jima eratsenhant´aka. Ima pirekwa wánt´asïrmampti, ka yápuru echeriirhu anihasïrampti íska imaeripka. Ima t´amu ukorheri wátsï ísïïspti íska Cenicienta, kwatisï jarhusïrampti, arhisïrampti kw´iripuecha íska wetarhempka sési exeni íska ma tsíkata sapichuni jimpo énka no sési jarhampka. Arhisïramptiksï “¡Pimienta y zurras!”. Jóperu intskuspkani ma putisï -arhispti Jurhiata-, témpeni putisï. Ima karariispti, ka atasïramptiksï ka ístu putisï erokorheasïrampti, jóperu jukakurhakwa suerteeri kamasïrampti, imani jukakurhakwa kwirisï tiripitiiri. Ima éri eratsekuecha káranhasïrampti íska parakata tiripitiriicha, arhikwespti ima íska no méni warhipirinka. -¡Xáni yóparhaka wantantskwa! -arhispti Tarhiata. -¡Ka xepekorhetap´eni! -arhispti Janikwa-. ¡P´unirherini, para nóteruni xepeni! Ka Tarhiata p´unitaspti, ka Jurhiata wantant´axaptiteru:

dedos, obtuvo la figura de Jasón, el conquistador del vellocino de oro. El segundo de los hermanos corrió al prado, cuajado de flores de todos los colores. Cogiendo un puñado de ellas, las comprimió con tanta fuerza, que el jugo le saltó a los ojos y humedeció su anillo. El líquido le produjo una especie de cosquilleo en el pensamiento y en la mano, y al cabo de un tiempo la gran ciudad hablaba del gran pintor. El tercero de los muchachos sujetó su anillo tan fuertemente en la boca, que produjo un sonido como procedente del fondo del corazón; sentimientos y pensamientos se convirtieron en acordes, se elevaron como cisnes cantando, y como cisnes se hundieron en el profundo lago, el lago del pensamiento. Fue compositor, y todos los países pueden decir: «¡Es mío!». El cuarto hijo era como la Cenicienta; tenía el moquillo, decía la gente; había que darle pimienta y cuidarlo como un pollito enfermo. A veces decían también: «¡Pimienta y zurras!». ¡Y vaya si las llevaba! Pero de mí recibió un beso - dijo el Sol -, diez besos por cada golpe. Era un poeta, recibía puñadas y besos, pero poseía el anillo de la suerte, el anillo del cisne de oro. Sus ideas volaban como doradas mariposas, símbolo de la inmortalidad.

-Ima kwirisï káraspti itsïïrhu karakwa, jima énka kurucha p´ímatiicha warhukwa jatsimaapka. Ima énka sánteru no ma ampe jatsikorhepka, arhisïrampti íska tempuchapirinka, isï úspti.

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—Wantaskukweecha Jurhiateeri—

- ¡Qué historia más larga! - dijo el Viento. - ¡Y aburrida! - añadió la Lluvia -. ¡Sóplame, que me reanime! Y el Viento sopló, mientras el Sol seguía contando: - El cisne de la suerte voló por encima del profundo golfo, donde los pescadores habían tendido sus redes. El más pobre de ellos pensaba casarse, y, efectivamente, se casó. El cisne le llevó un pedazo de ámbar. Y como el ámbar atrae, atrajo corazones a su casa; el ámbar es el más precioso de los inciensos. Vino un perfume como de la iglesia, de la Naturaleza de Dios. Gozaron la felicidad de la vida doméstica, el contento en la humildad, y su vida fue un verdadero rayo de sol. - ¡Vamos a dejarlo! - dijo el Viento -. El Sol ha contado ya bastante. ¡Cómo me he aburrido! - ¡Y yo! - asintió la Lluvia. ¿Qué diremos nosotros, los que hemos estado escuchando las historias? Pues diremos: ¡Se terminaron!

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Ima kwirisï pákuspti sáni tsakapu charhapiti. Ka jimpo énka ima jásï tsakapu antsitpe´ka, mintsita antsitaaspti chenenempo; ima tsakapu spanteru sési jaxiesti. Ísï jámarhantentskaxapti íska tiósio, íska Tata diosï na jamarhanteaka. Tsïma sési irekaspti, sési tsípenhani, ísï jinteni íska Jurhiateeri t´íntskwa ma. -¡Jawe jurak´utani! -arhispti Tarhiata-. Jurhiata jukari kánekwa wantant´asti ya. ¡Xáni xepeni jaka ya! -¡Ka ji!- arhispti Janikwa. ¿Ampeksï arhi jucha, jucha énkaksï kurhach´ani jápka wantantskwechani? Arhikaksï ¡K´amaranhasti ya!




Danske versioner [v er sio ne s e n danĂŠ s ]


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Grantræet [E l Abe to]

Ude i skoven stod der sådant et nydeligt grantræ; det havde en god plads, sol kunne det få, luft var der nok af, og rundt om voksede mange større kammerater, både gran og fyr; men det lille grantræ var så ilter med at vokse; det tænkte ikke på den varme sol og den friske luft, det brød sig ikke om bønderbørnene der gik og småsnakkede, når de var ude at samle jordbær eller hindbær; tit kom de med en hel krukke fuld eller havde jordbær trukket på strå, så satte de sig ved det lille træ og sagde: “Nej! Hvor det er nydeligt lille!” Det ville træet slet ikke høre. Året efter var det en lang stilk større, og året efter igen var det endnu en meget længere; thi på et grantræ kan man altid, efter de mange led, det har, se hvor mange år det har vokset. “Oh, var jeg dog sådant et stort træ, som de andre!” sukkede det lille træ, “så kunne jeg brede mine grene så langt omkring og med toppen se ud i den vide verden! Fuglene ville da bygge rede imellem mine grene, og når det blæste kunne jeg nikke så fornemt, ligesom de andre der!” Det havde slet ingen fornøjelse af solskinnet, af fuglene eller de røde skyer, som morgen og aften sejlede hen over det. Var det nu vinter, og sneen rundt omkring lå gnistrende hvid, så kom tit en hare springende, og satte lige over det lille træ,–oh, det var så ærgerligt!–Men to vintre gik, og ved den tredje var træet så stort, at haren måtte gå uden om det. Oh, vokse, vokse, blive stor og gammel, det var dog det eneste dejlige i denne verden, tænkte træet. I efteråret kom altid brændehuggerne og fældede nogle af de største træer, det skete hvert år, og det unge grantræ, som nu var ganske godt voksent, skælvede derved, thi de store, prægtige træer faldt med en knagen og bragen til jorden; grenene blev hugget fra, de så ganske nøgne, lange og smalle ud; de var næsten ikke til at kende, men så blev de lagt på vogne, og heste trak dem af sted ud af skoven. Hvor skulle de hen? Hvad forestod dem? I foråret, da svalen og storken kom, spurgte træet dem: “Ved I ikke, hvor de førtes hen? Har I ikke mødt dem?” Svalerne vidste ikke noget, men storken så betænkelig ud, nikkede med hovedet og sagde: “Jo, jeg tror det! Jeg mødte mange nye skibe da jeg fløj fra Ægypten; på skibene var prægtige mastetræer, jeg tør sige, at det var dem, de lugtede af gran; jeg kan hilse mange gange, de knejste, de knejste!” “Oh, var jeg dog også stor nok til at flyve hen over havet! Hvorledes er det egentligt dette hav, og hvad ligner det?” “Ja det er så vidtløftigt at forklare!” sagde storken, og så gik den. “Glæd dig ved din ungdom!” sagde solstrålerne; “glæd dig ved din friske vækst, ved det unge liv, som er i dig!” Og vinden kyssede træet, og duggen græd tårer over det, men det forstod grantræet ikke. Når det var ved juletid, da blev ganske unge træer fældet, træer som tit ikke engang var så store eller i alder med dette grantræ, der hverken havde rast eller ro, men altid ville af sted; disse unge træer,

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og de var just de allersmukkeste, beholdt altid alle deres grene, de blev lagt på vogne og heste trak dem af sted ud af skoven. “Hvorhen skal de?” spurgte grantræet. “De er ikke større end jeg, der var endogså et, der var meget mindre; hvorfor beholder de alle deres grene? Hvor kører de hen?” “Det ved vi! Det ved vi!” kvidrede gråspurvene. “Vi har nede i byen kigget ind ad ruderne! Vi ved, hvor de kører hen! Oh, de kommer til den største glans og herlighed, der kan tænkes! Vi har kigget ind af vinduerne og set at de bliver plantet midt i den varme stue og pyntet med de dejligste ting, både forgyldte æbler, honningkager, legetøj og mange hundrede lys!” “Og så -?” spurgte grantræet og bævede i alle grene. “Og så? Hvad sker så?” “Ja, mere har vi ikke set! Det var mageløst!” “Mon jeg er blevet til for at gå denne strålende vej?” jublede træet. “Det er endnu bedre, end at gå over havet! Hvor jeg lider af længsel! Var det dog jul! Nu er jeg høj og udstrakt, som de andre, der førtes af sted sidste år!–Oh, var jeg alt på vognen! Var jeg dog i den varme stue med al den pragt og herlighed! Og da -? Ja, da kommer noget endnu bedre, endnu skønnere, hvorfor skulle de ellers således pynte mig! Der må komme noget endnu større, endnu herligere –! Men hvad? Oh, jeg lider! Jeg længes! Jeg ved ikke selv, hvorledes det er med mig!” “Glæd dig ved mig!” sagde luften og sollyset; “glæd dig ved din friske ungdom ude i det fri!” Men det glædede sig slet ikke; det voksede og voksede, vinter og sommer stod det grønt; mørkegrønt stod det; folk, som så det, sagde: “Det er et dejligt træ!” og ved juletid blev det fældet først af alle. Øksen huggede dybt igennem marven, træet faldt med et suk hen ad jorden, det følte en smerte, en afmagt, det kunne slet ikke tænke på nogen lykke, det var bedrøvet ved at skilles fra hjemmet, fra den plet, hvor det var skudt frem; det vidste jo, at det aldrig mere så de kære gamle kammerater, de små buske og blomster rundt om, ja måske ikke engang fuglene. Afrejsen var slet ikke noget behageligt. Træet kom først til sig selv, da det i gården, afpakket med de andre træer, hørte en mand sige: “Det dér er prægtigt! Vi bruger ikke uden det!” Nu kom to tjenere i fuld stads og bar grantræet ind i en stor, dejlig sal. Rundt om på væggene hang portrætter, og ved den store flisekakkelovn stod store kinesiske vaser med løver på låget; der var gyngestole, silkesofaer, store borde fulde af billedbøger, og med legetøj for hundrede gange hundrede rigsdaler–i det mindste sagde børnene det. Og grantræet blev rejst op i en stor fjerding, fyldt med sand, men ingen kunne se, at det var en fjerding, thi der blev hængt grønt tøj rundt om, og den stod på et stort broget tæppe. Oh, hvor træet bævede! Hvad ville der dog ske? Både tjenere og frøkener gik og pyntede det. På en gren hang de små net, udklippet af kulørt papir; hvert net var fyldt med sukkergodt; forgyldte æbler og valnødder hang, som om de var vokset fast, og over hundrede røde, blå og hvide smålys blev stukket fast i grenene. Dukker, der så livagtig ud som mennesker,–træet havde aldrig set sådanne før–svævede i det grønne, og allerøverst oppe i toppen blev sat en stor stjerne af flitterguld; det var prægtigt, ganske mageløst prægtigt. “I aften,” sagde de alle sammen, “i aften skal det stråle!”


­­­—diez cuentos de hans christian andersen en purépecha—

“Oh!” tænkte træet, “var det dog aften! Var bare lysene snart tændt! Og hvad mon da sker? Mon der kommer træer fra skoven og ser på mig? Mon gråspurvene flyver ved ruden? Mon jeg her vokser fast og skal stå pyntet vinter og sommer?” Jo, det vidste god besked; men det havde ordentligt barkepine af bare længsel, og barkepine er lige så slem for et træ, som hovedpine for os andre. Nu blev lysene tændt. Hvilken glans, hvilken pragt, træet bævede i alle grene derved, så at et af lysene stak ild i det grønne; det sved ordentligt. “Gud bevare os!” skreg frøknerne og slukkede i en hast. Nu turde træet ikke engang bæve. Oh, det var en gru! Det var så bange for at tabe noget af al sin stads; det var ganske fortumlet i al den glans, – – og nu gik begge fløjdøre op, og en mængde børn styrtede ind, som om de ville vælte hele træet; de ældre folk kom besindige bag efter; de små stod ganske tavse,–men kun et øjeblik, så jublede de igen så at det rungede efter; de dansede rundt om træet, og den ene present efter den anden blev plukket af. “Hvad er det, de gør?” tænkte træet. “Hvad skal der ske?” Og lysene brændte lige ned til grenene, og eftersom de brændte ned, slukkede man dem, og så fik børnene lov til at plyndre træet. Oh, de styrtede ind på det, så at det knagede i alle grene; havde det ikke ved snippen og guldstjernen været bundet fast til loftet, så var det styrtet om. Børnene dansede rundt med deres prægtige legetøj, ingen så på træet uden den gamle barnepige, der gik og tittede ind imellem grenene, men det var bare for at se, om der ikke var glemt endnu en figen eller et æble. “En historie! En historie!” råbte børnene og trak en lille tyk mand hen imod træet, og han satte sig lige under det, “for så er vi i det grønne,” sagde han, “og træet kan have besynderligt godt af at høre med! Men jeg fortæller kun én historie. Vil I høre den om Ivede-Avede eller den om Klumpe-Dumpe, som faldt ned af trapperne og kom dog i højsædet og fik prinsessen!” “Ivede-Avede!” skreg nogle, “Klumpe-Dumpe!” skreg andre; der var en råben og skrigen, kun grantræet tav ganske stille og tænkte: “Skal jeg slet ikke med, slet ikke gøre noget!” det havde jo været med, havde gjort hvad det skulle gøre. Og manden fortalte om “Klumpe-Dumpe der faldt ned af trapperne og kom dog i højsædet og fik prinsessen.” Og børnene klappede i hænderne og råbte: “Fortæl! Fortæl!” De ville også have “Ivede-Avede,” men de fik kun den om “Klumpe-Dumpe.” Grantræet stod ganske stille og tankefuld, aldrig havde fuglene ude i skoven fortalt sligt. “KlumpeDumpe faldt ned af trapperne og fik dog prinsessen! Ja, ja, således går det til i verden!” tænkte grantræet og troede at det var virkeligt, fordi det var sådan en net mand, som fortalte. “Ja, ja! Hvem kan vide! Måske falder jeg også ned af trapperne og får en prinsesse!” og det glædede sig til næste dag at blive klædt på med lys og legetøj, guld og frugter. “I morgen vil jeg ikke ryste!” tænkte det. “Jeg vil ret fornøje mig i al min herlighed. I morgen skal jeg igen høre historien om “Klumpe-Dumpe” og måske den med om “IvedeAvede.”” Og træet stod stille og tankefuld den hele nat. Om morgnen kom karl og pige ind. “Nu begynder stadsen igen!” tænkte træet, men de slæbte det ud af stuen, op ad trappen, ind på loftet, og her, i en mørk krog, hvor ingen

dag skinnede, stillede de det hen. “Hvad skal det betyde!” tænkte træet. “Hvad mon jeg her skal bestille? Hvad mon jeg her skal få at høre?” og det hældede sig op til muren og stod og tænkte og tænkte. – – Og god tid havde det, thi der gik dage og nætter; ingen kom herop, og da der endelig kom nogen, så var det for at stille nogle store kasser hen i krogen; træet stod ganske skjult, man skulle tro, at det var rent glemt. “Nu er det vinter derude!” tænkte træet. “Jorden er hård og dækket med sne, menneskene kan ikke plante mig; derfor skal jeg nok her stå i læ til foråret! Hvor det er velbetænkt! Hvor dog menneskene er gode!–Var her kun ikke så mørkt og så skrækkeligt ensomt!–Ikke engang en lille hare!–Det var dog så artigt der ude i skoven, når sneen lå, og haren sprang forbi; ja, selv da den sprang hen over mig, men det holdt jeg ikke af dengang. Her oppe er dog skrækkeligt ensomt!” “Pi, pi!” sagde en lille mus i det samme og smuttede frem; og så kom der nok en lille. De snusede til grantræet og smuttede mellem grenene på det. “Det er en gruelig kulde!” sagde de små mus. “Ellers er her velsignet at være! Ikke sandt, du gamle grantræ?” “Jeg er slet ikke gammel!” sagde grantræet, “der er mange, der er meget ældre end jeg!” “Hvor kommer du fra?” spurgte musene, “og hvad ved du?” de var nu så grueligt nysgerrige. “Fortæl os dog om det dejligste sted på jorden! Har du været der? Har du været i spisekammeret, hvor der ligger oste på hylderne og hænger skinker under loftet, hvor man danser på tællelys, og går mager ind og kommer fed ud!” “Det kender jeg ikke!” sagde træet, “men skoven kender jeg, hvor solen skinner, og hvor fuglene synger!” og så fortalte det alt fra sin ungdom, og de små mus havde aldrig før hørt sådant noget, og de hørte sådan efter og sagde: “Nej, hvor du har set meget! Hvor du har været lykkelig!” “Jeg!” sagde grantræet og tænkte over, hvad det selv fortalte; “ja, det var, i grunden, ganske morsomme tider!”–men så fortalte det om juleaften, da det var pyntet med kager og lys. “Oh!” sagde de små mus, “hvor du har været lykkelig, du gamle grantræ!” “Jeg er slet ikke gammel!” sagde træet, “det er jo i denne vinter, jeg er kommet fra skoven! Jeg er i min allerbedste alder, jeg er bare sat i væksten!” “Hvor du fortæller dejligt!” sagde de små mus, og næste nat kom de med fire andre småmus, der skulle høre træet fortælle, og jo mere det fortalte, desto tydeligere huskede det selv alt og syntes: “Det var dog ganske morsomme tider! Men de kan komme, de kan komme! Klumpe-Dumpe faldt ned af trapperne og fik dog prinsessen, måske jeg kan også få en prinsesse,” og så tænkte grantræet på sådant et lille nydeligt birketræ, der voksede ude i skoven, det var for grantræet en virkelig dejlig prinsesse. “Hvem er Klumpe-Dumpe?” spurgte de små mus. Og så fortalte grantræet hele eventyret, det kunne huske hvert evige ord; og de små mus var færdige ved at springe op i toppen på træet af bare fornøjelse. Næste nat kom der mange flere mus, og om søndagen endogså to rotter; men de sagde, at historien var ikke morsom, og det bedrøvede de små mus, thi nu syntes de også mindre om den. “Kan De kun den ene historie?” spurgte rotterne.

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“Kun den ene!” svarede træet, “den hørte jeg min lykkeligste aften, men dengang tænkte jeg ikke på, hvor lykkelig jeg var!” “Det er en overmåde dårlig historie! Kan De ingen med flæsk og tællelys? Ingen spisekammerhistorier?” “Nej!” sagde træet. “Ja, så skal De have tak!” svarede rotterne og gik ind til deres. De små mus blev til sidst også borte, og da sukkede træet: “Det var dog ganske rart, da de sad omkring mig de vævre småmus og hørte, hvad jeg fortalte! Nu er også det forbi!–Men jeg skal huske at fornøje mig, når jeg nu tages frem igen!” Men når skete det?–Jo! det var en morgenstund, da kom der folk og rumsterede på loftet; kasserne blev flyttet, træet blev trukket frem; de kastede det rigtignok lidt hårdt mod gulvet, men straks slæbte en karl det hen imod trappen, hvor dagen skinnede. “Nu begynder livet igen!” tænkte træet; det følte den friske luft, den første solstråle,–og nu var det ude i gården. Alt gik så gesvindt, træet glemte rent at se på sig selv, der var så meget at se rundt om. Gården stødte op til en have, og alt blomstrede derinde; roserne hang så friske og duftende ud over det lille rækværk, lindetræerne blomstrede, og svalerne fløj om og sagde “kvirrevirre-vit, min mand er kommet!” men det var ikke grantræet, de mente. “Nu skal jeg leve!” jublede det og bredte sine grene vidt ud; ak, de var alle visne og gule; det var i krogen mellem ukrudt og nælder, at det lå. Guldpapirsstjernen sad endnu oppe i toppen og glimrede i det klare solskin. I gården selv legede et par af de lystige børn, der ved juletid havde danset om træet og været så glade ved det. En af de mindste fór hen og rev guldstjernen af. “Se, hvad der sidder endnu på det ækle, gamle juletræ!” sagde han og trampede på grenene, så de knagede under hans støvler. Og træet så på al den blomsterpragt og friskhed i haven, det så på sig selv, og det ønskede, at det var blevet i sin mørke krog på loftet; det tænkte på sin friske ungdom i skoven, på den lystige juleaften og på de små mus, der så glade havde hørt på historien om Klumpe-Dumpe. “Forbi! forbi!” sagde det stakkels træ. “Havde jeg dog glædet mig, da jeg kunne! forbi! forbi!” Og tjenestekarlen kom og huggede træet i små stykker, et helt bundt lå der; dejligt blussede det op under den store bryggerkedel; og det sukkede så dybt, hvert suk var som et lille skud; derfor løb børnene, som legede, ind og satte sig foran ilden, så ind i den og råbte: “Pif! Paf!” Men ved hvert knald, der var et dybt suk, tænkte træet på en sommerdag i skoven, en vinternat derude, når stjernerne skinnede; det tænkte på juleaften og Klumpe-Dumpe, det eneste eventyr, det havde hørt og vidste at fortælle, og så var træet brændt ud. Drengene legede i gården, og den mindste havde på brystet guldstjernen, som træet havde båret sin lykkeligste aften; nu var den forbi, og træet var forbi og historien med; forbi, forbi, og det bliver alle historier!

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Skrubtudsen [El S ap o]

Brønden var dyb, derfor var snoren lang; vinden gik trangt om, når man skulle have spanden med vand over brøndkanten. Solen kunne aldrig nå ned at spejle sig i vandet, hvor klart det end var, men så langt den nåede at skinne, voksede grønt mellem stenene. Der boede en familie af skrubtudseslægten, den var indvandret, den var egentlig kommet der hovedkulds ned ved gamle skrubtudsemor, som levede endnu; de grønne frøer, som langt tidligere var hjemme her og svømmede i vandet, erkendte fætterskabet og kaldte dem “brøndgæsterne.” Disse havde nok i sinde at blive der; de levede her meget behageligt på det tørre, som de kaldte de våde stene. Frømor havde engang rejst, været i vandspanden, da den gik op, men det blev hende for lyst, hun fik øjenklemme, heldigvis slap hun ud af spanden; hun faldt med et forfærdeligt plump i vandet, og lå i tre dage derefter af rygpine. Meget skulle hun ikke kunne fortælle om verden ovenfor, men det vidste hun, og det vidste de alle, at brønden var ikke hele verden skrubtudsemor kunne nok have fortalt et og andet, men hun svarede aldrig, når man spurgte, og så spurgte man ikke. “Tyk og styg, led og fed er hun!” sagde de unge, grønne frøer. “Hendes unger bliver lige så lede!” “Kan gerne være!” sagde skrubtudsemor, “men en af dem har en ædelsten i hovedet, eller jeg har den!” Og de grønne frøer hørte og de gloede, og da de ikke syntes om det, så vrængede de og gik til bunds. Men skrubtudseungerne strakte bagbenene af bare stolthed; enhver af dem troede at have ædelstenen; og så sad de ganske stille med hovedet, men endelig spurgte de om, hvad de var stolte af, og hvad en sådan ædelsten egentlig var. “Det er noget så herligt og kosteligt!” sagde skrubtudsemor, “at jeg ikke kan beskrive det! Det er noget, man går med for sin egen fornøjelse, og som de andre går og ærgrer sig over. Men spørg ikke, jeg svarer ikke!” “Ja, jeg har ikke ædelstenen!” sagde den mindste skrubtudse; den var så styg, som den kunne være. “Hvorfor skulle jeg have sådan en herlighed? Og når den ærgrer andre, kan den jo ikke fornøje mig! nej, jeg ønsker kun, at jeg engang måtte komme op til brøndkanten og se ud; der må være yndigt!” “Bliv du helst hvor du er!” sagde den gamle, “det kender du, det ved du hvad er! Tag dig i agt for spanden, den kvaser dig; og kommer du vel i den, så kan du falde ud, ikke alle falder så heldigt, som jeg, og beholder lemmerne hele og æggene hele!” “Kvak!” sagde den lille, og det var ligesom når vi mennesker siger “ak!” Den havde sådan en lyst til at komme op ved brøndkanten og se ud; den følte sådan en længsel efter det grønne deroppe; og da næste morgen, tilfældigt, spanden fyldt med vand, løftedes op, og den et øjeblik blev stående stille foran stenen, hvorpå skrubtudsen sad, bævrede det indeni det lille dyr, den sprang i den fyldte spand, faldt til bunds i vandet, som derefter kom op og hældtes ud.


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“Fy, for en ulykke!” sagde karlen, som så den. “Det er da det ledeste jeg har set!” og så sparkede han med sin træsko efter skrubtudsen, der nær var blevet lemlæstet, men slap dog ved at komme ind mellem de høje brændenælder. Den så stilk ved stilk, den så også opad! Solen skinnede på bladene; de var ganske transparente; det var for den, som for os mennesker, når vi med ét kommer ind i en stor skov, hvor solen skinner mellem grene og blade. “Her er langt dejligere end nede i brønden! Her kan man have lyst til at blive sin hele levetid!” sagde den lille skrubtudse. Den lå der en time, den lå der i to! “Hvad mon der er udenfor? Er jeg kommet så langt, må jeg se at komme videre!” og den krøb så rask den krybe kunne og kom ud på vejen, hvor solen skinnede på den og hvor støvet pudrede den, idet den marcherede tværs over landevejen. “Her er man rigtig på det tørre!” sagde skrubtudsen, “jeg får næsten for meget af det gode, det kriller i mig!” Nu nåede den grøften; der voksede forglemmigej og spiræa, der var levende gærde tæt ved med hyld og hvidtjørn; der groede “Marias hvide særkeærmer” som slyngplanter; her var kulører at se; også fløj der en sommerfugl; skrubtudsen troede, at det var en blomst, der havde revet sig løs for des bedre at se sig om i verden, det var jo så rimeligt. “Kunne man sådan tage fart som den,” sagde skrubtudsen, “kvak! ak! hvilken dejlighed!” Den blev otte nætter og dage her ved grøften og den savnede ikke føde. Den niende dag tænkte den: “Videre frem!” – men hvad dejligere kunne der vel findes? Måske en lille skrubtudse eller nogle grønne frøer. Det havde i den sidste nat lydt i vinden, som var der “fætre” i nærheden “Det er dejligt at leve! komme op af brønden, ligge i brændenælder, krybe hen ad den støvede vej og hvile ud i den våde grøft! men videre frem! se at finde frøer eller en lille skrubtudse, det kan man dog ikke undvære, naturen er en ikke nok!” Og så tog den igen på vandring. Den kom i marken til en stor dam med siv om; den søgte derind. “Her er nok for vådt for Dem?” sagde frøerne; “men De er meget velkommen! – Er De en han eller en hun? Det er nu det samme, De er lige velkommen!” Og så blev den indbudt til koncert om aftnen, familiekoncert: Stor begejstring og tynde stemmer; det kender vi. Der var ingen beværtning, kun fri drikkevarer, hele dammen, om de kunne. “Nu rejser jeg videre!” sagde den lille skrubtudse; den følte altid trang til noget bedre. Den så stjernerne blinke, så store og så klare, den så nymånen lyse, den så solen stå op, højere og højere. “Jeg er nok endnu i brønden, i en større brønd, jeg må højere op! jeg har en uro og længsel!” og da månen blev hel og rund, tænkte det stakkels dyr: “Mon det er spanden, der trisses ned, og som jeg må springe i for at komme højere op? eller er solen den store spand? hvor den er stor, hvor den er strålende, den kan rumme os alle sammen! jeg må passe på lejligheden! oh, hvor det lyser i mit hoved! jeg tror ikke at ædelstenen kan lyse bedre! men den har jeg ikke og den græder jeg ikke for, nej, højere

op i glans og glæde! jeg har en forvisning, og dog en angst, – det er et svært skridt at gøre! men det må man! fremad! lige ud ad landevejen!” Og den tog skridt, som sådant et kravledyr kan, og så var den på alfarvej, hvor menneskene boede; der var både blomsterhaver og kålhaver. Den hvilede ud ved en kålhave. “Hvor der dog er mange forskellige skabninger, jeg aldrig har kendt! og hvor verden er stor og velsignet! men man skal også se sig om i den og ikke blive siddende på ét sted.” Og så hoppede den ind i kålhaven. “Hvor her er grønt! hvor her er kønt!” “Det ved jeg nok!” sagde kålormen på bladet. “Mit blad er det største herinde! det skjuler den halve verden, men den kan jeg undvære!” “Kluk! kluk!” sagde det, der kom høns; de trippede i kålhaven. Den forreste høne var langsynet; hun så ormen på det krusede blad og huggede efter den, så at den faldt på jorden, hvor den vred og vendte sig. Hønen så først med det ene øje, så med det andet, for den vidste ikke hvad der kunne komme ud af den vridning. “Den gør det ikke godvilligt!” tænkte hønen og løftede hovedet for at hugge til. Skrubtudsen blev så forfærdet, at den kravlede lige hen imod hønen. “Så den har hjælpetropper!” sagde den. “Se mig til det kravl!” og så vendte hønen om. “Jeg bryder mig ikke om den lille, grønne mundfuld, den giver kun kildren i halsen!” De andre høns var af samme mening, og så gik de. “Jeg vred mig fra den!” sagde kålormen; “det er godt at have åndsnærværelse; men det sværeste er tilbage, at komme op på mit kålblad. Hvor er det?” Og den lille skrubtudse kom og ytrede sin deltagelse. Den var glad ved at den i sin styghed havde skræmt hønsene. “Hvad mener De dermed?” spurgte kålormen. “Jeg vred mig jo selv fra dem. De er meget ubehagelig at se på! må jeg have lov at være i mit eget? Nu lugter jeg kål! Nu er jeg ved mit blad! Der er ikke noget så dejligt, som ens eget. Men højere op må jeg!” “Ja, højere op!” sagde den lille skrubtudse, “højere op! den føler ligesom jeg! men den er ikke i humør i dag, det kommer af forskrækkelsen. Vi vil alle højere op!” og den så så højt den kunne. Storken sad i reden på bondens tag; han knebrede og storkemor knebrede. “Hvor de bor højt!” tænkte skrubtudsen. “Hvem der kunne komme derop!” Inde i bondehuset boede to unge studenter: Den ene var poet, den anden naturforsker; den ene sang og skrev i glæde om alt, hvad Gud havde skabt, og som det spejlede sig i hans hjerte; han sang det ud, kort, klart og rigt i klangfulde vers; den anden tog fat på tingen selv, ja sprættede den op, når så måtte være. Han tog Vorherres gerning som et stort regnestykke, subtraherede, multiplicerede, ville kende det ud og ind og tale med forstand derom, og det var hel forstand, og han talte i glæde og med klogskab derom. Det var gode, glade mennesker, begge to. “Der sidder jo et godt eksemplar af en skrubtudse!” sagde naturforskeren; “den må jeg have i spiritus!”

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“Du har jo allerede to andre!” sagde poeten; “lad den sidde i ro og fornøje sig!” “Men den er så dejlig grim!” sagde den anden. “Ja, når vi kan finde ædelstenen i hovedet på den!” sagde poeten, “så ville jeg selv være med at sprætte den op!” “Ædelstenen!” sagde den anden, “du kan godt naturhistorie!” “Men er der ikke just noget meget smukt i den folketro, at skrubtudsen, det allergrimmeste dyr, tit gemmer i sit hoved den kosteligste ædelsten! Går det ikke med menneskene ligeså? Hvilken ædelsten havde ikke Æsop, og nu Sokrates?” – Mere hørte skrubtudsen ikke, og den forstod ikke det halve deraf. De to venner gik, og den slap for at komme i spiritus. “De talte også om ædelstenen!” sagde skrubtudsen. “Det er godt, at jeg ikke har den, ellers var jeg kommet i ubehagelighed!” Da knebrede det på bondens tag; storkefar holdt foredrag for familien, og denne så skævt ned på de to unge mennesker i kålhaven. “Mennesket er det mest indbildske kræ!” sagde storken. “Hør, hvor kneveren går på dem! og så kan de dog ikke slå en rigtig skralde. De kror sig af deres talegaver, deres sprog! det er et rart sprog: Det løber over i det uforståelige for dem ved hver dagrejse, vi gør; den ene forstår ikke den anden. Vort sprog kan vi tale over hele jorden, både i Danmark og i Ægypten. Flyve kan menneskene heller ikke! de tager fart ved en opfindelse, som de kalder ‘jernbanen’; men de brækker da også der tit halsen. Jeg får kuldegys i næbbet, når jeg tænker derpå! verden kan bestå uden mennesker. Vi kan undvære dem! Må vi bare beholde frøer og regnorme!” “Det var da en mægtig tale!” tænkte den lille skrubtudse. “Hvor det er en stor mand! og hvor han sidder højt, som jeg endnu ingen har set sidde! og hvor han kan svømme!” udbrød den, da storken med udbredte vinger tog fart igennem luften. Og storkemor talte i reden, fortalte om Ægyptens land, om Nilens vand og om al det mageløse mudder, der var i fremmed land; det lød ganske nyt og yndeligt for den lille skrubtudse. “Jeg må til Ægypten!” sagde den. “Bare storken ville tage mig med, eller en af dens unger. Jeg ville tjene den igen på dens bryllupsdag. Jo, jeg kommer til Ægypten, for jeg er så lykkelig! Al den længsel og lyst jeg har, den er rigtignok bedre end at have en ædelsten i hovedet!” Og så havde den just ædelstenen: den evige længsel og lyst, opad, altid opad! den lyste derinde, den lyste i glæde, den strålede i lyst. Da kom i det samme storken; den havde set skrubtudsen i græsset, slog ned og tog just ikke lempeligt på det lille dyr. Næbbet klemte, vinden susede, det var ikke behageligt, men opad gik det, opad til Ægypten, vidste den; og derfor skinnede øjnene, det var, som der fløj en gnist ud af dem: “Kvak! ak!” Kroppen var død, skrubtudsen dræbt. Men gnisten fra dens øjne, hvor blev den af? Solstrålen tog den, solstrålen bar ædelstenen fra skrubtudsens hoved. Hvorhen?

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Du skal ikke spørge naturforskeren, spørg helst poeten; han fortæller dig det som et eventyr; og kålormen er med deri, og storkefamilien er med deri. Tænk! kålormen forvandles, og bliver en dejlig sommerfugl! Storkefamilien flyver over bjerge og have bort til det fjerne Afrika, og finder dog den korteste vej hjem igen til det danske land, til det samme sted, det samme tag! ja, det er rigtignok næsten alt for eventyrligt, og dog er det sandt; du kan gerne spørge naturforskeren, han må indrømme det; og du selv ved det også, for du har set det. – Men ædelstenen i skrubtudsens hoved? Søg den i solen! se den om du kan! Glansen der er for stærk. Vi har endnu ikke øjne til at se ind i al den herlighed, Gud har skabt, men vi får dem nok, og det bliver det dejligste eventyr, for vi er selv med deri!

Bedstemoder [A buel i ta]

Bedstemoder er så gammel, hun har så mange rynker og et ganske hvidt hår, men hendes øjne de skinner ligesom to stjerner, ja de er meget smukkere, de er så milde, så velsignede at se ind i. Og så kan hun de dejligste historier, og hun har en kjole med store, store blomster, det er sådant noget tykt silketøj, det rasler. Bedstemoder ved så meget, for hun har levet længe førend fader og moder, det er ganske vist! Bedstemoder har en salmebog med tykke spænder af sølv, og i den læser hun tit; midt i den ligger en rose, den er ganske flad og tør, den er ikke så smuk som roserne, hun har i glasset, og dog smiler hun allervenligst til den, ja der kommer tårer i hendes øjne. Hvorfor mon bedstemoder således ser på den visne rose i den gamle bog? Ved du det? Hver gang bedstemoders tårer falder på blomsten, da bliver farven friskere, da svulmer rosen og hele stuen fyldes med duft, væggene synker, som var de kun tåger, og rundt om er det den grønne, den dejlige skov, hvor solen skinner ind mellem bladene, og bedstemoder – ja, hun er ganske ung, hun er en dejlig pige med gule lokker, med røde, runde kinder, smuk og yndig, ingen rose er mere frisk, dog øjnene, de milde, velsignede øjne, jo det er endnu bedstemoders. Ved hendes side sidder en mand, så ung, kraftig og smuk; han rækker hende rosen og hun smiler, – således smiler dog ikke bedstemoder! – jo, smilet kommer. Han er borte; der går mange tanker og mange skikkelser forbi; den smukke mand er borte, rosen ligger i salmebogen, og bedstemoder – ja, hun sidder der igen, som en gammel kone og ser på den visne rose, der ligger i bogen. Nu er bedstemoder død. – Hun sad i lænestolen og fortalte en lang, lang dejlig historie: “Og nu er den ude,” sagde hun, “og jeg ganske træt, lad mig nu sove lidt.” Og så lagde hun sig tilbage og hun trak vejret, hun sov; men det blev mere og mere stille, og hendes ansigt var så fuldt af fred og lykke, det var ligesom der gik solskin over det, og så sagde de, hun var død. Hun blev lagt i den sorte kiste, hun lå svøbt i det hvide linned, hun var så smuk, og dog var øjnene lukkede, men alle rynkerne var borte, hun lå


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med smil om munden; hendes hår var så sølvhvidt, så ærværdigt, man blev slet ikke bange ved at se på den døde, det var jo den søde, ejegode bedstemoder. Og salmebogen blev lagt under hendes hoved, det havde hun selv forlangt, og rosen lå i den gamle bog; og så begravede de bedstemoder. På graven, tæt under kirkemuren, plantede de et rosentræ, og det stod fuldt med blomster, og nattergalen sang over det, og inde fra kirken spillede orglet de smukkeste salmer, der stod i bogen under den dødes hoved. Og månen skinnede lige ned på graven; men den døde var der ikke; ethvert barn kunne ved nattetid roligt gå hen og plukke en rose der ved kirkegårdsmuren. En død ved mere, end alle vi levende ved, den døde kender den angst vi vil føle for noget så sælsomt, som det, at de kom til os; de døde er bedre end vi alle, og så kommer de ikke. Der er jord over kisten, der er jord inden i den. Salmebogen med dens blade er støv, rosen med alle sine erindringer er falden i støv; men ovenfor blomstrer nye roser, ovenfor synger nattergalen, og orglet spiller; man tænker på den gamle bedstemoder med de milde, evig unge øjne. Øjne kan aldrig dø! vore skal engang se hende, ung og smuk, som da hun første gang kyssede den friske, røde rose, der nu er støv i graven.

Skarnbassen

[E l e sc a raba jo ]

Kejserens hest fik guldsko; guldsko på hver en fod. Hvorfor fik han guldsko? Han var det dejligste dyr, havde fine ben, øjne så kloge og en manke, der hang som et silkeslør ned om halsen. Han havde båret sin herre i krudtdamp og kugleregn, hørt kuglerne synge og pibe; han havde bidt om sig, slået om sig, kæmpet med, da fjenderne trængte på; med sin kejser sat i et spring over den styrtede fjendes hest, frelst sin kejsers krone af det røde guld, og derfor fik kejserens hest guldsko, guldsko på hver en fod. Og skarnbassen krøb frem. “Først de store, så de små,” sagde den, “dog det er ikke størrelsen, som gør det.” Og så strakte den frem sine tynde ben. “Hvad vil du?” spurgte smeden. “Guldsko!” svarede skarnbassen. “Du er nok ikke klarhovedet!” sagde smeden, “vil du også have guldsko?” “Guldsko!” sagde skarnbassen. “Er jeg ikke lige så god som det store bæst, der skal have opvartning, strigles, passes, have føde og drikke. Hører jeg ikke også til kejserens stald?” “Men hvorfor får hesten guldsko?” spurgte smeden, “begriber du det ikke?” “Begriber? Jeg begriber, at det er ringeagt imod mig,” sagde skarnbassen, “det er en krænkelse–og nu går jeg derfor ud i den vide verden!” “Pil af!” sagde smeden. “Grov karl!” sagde skarnbassen, og så gik den udenfor, fløj et lille stykke, og nu var den i en nydelig lille blomsterhave, hvor der duftede af roser og lavendler.

“Er her ikke dejligt!” sagde en af de små “Vorherres høns,” der fløj om med sorte prikker på de røde skjoldstærke vinger. “Hvor her lugter sødt og hvor her er kønt!” “Jeg er vant til bedre!” sagde skarnbassen, “kalder I dette kønt? Her er jo ikke engang en mødding!” Og så gik den videre frem, ind i skyggen af en stor levkøj; der krøb en kålorm på den. “Hvor dog verden er dejlig!” sagde kålormen, “solen er så varm! Alt er så fornøjeligt! og når jeg engang sover ind og dør, som de kalder det, så vågner jeg op og er en sommerfugl!” “Bild dig noget ind!” sagde skarnbassen, “nu flyver vi om som sommerfugl! Jeg kommer fra kejserens stald, men ingen der, ikke engang kejserens livhest, der dog går med mine aflagte guldsko, har slige indbildninger. Få vinger! flyve! ja nu flyver vi!” Og så fløj skarnbassen. “Jeg vil ikke ærgre mig, men jeg ærgrer mig dog!” Så dumpede den ned på en stor græsplet; her lå den lidt, så faldt den i søvn. Bevares, hvilken skylregn der styrtede! skarnbassen vågnede ved det plask og ville straks ned i jorden, men kunne det ikke; den væltede, den svømmede på maven og på ryggen, flyve var der ikke at tænke på, den kom vist aldrig levende fra denne plet; den lå hvor den lå og blev liggende. Da det hoftede lidt, og skarnbassen havde blinket vandet af sine øjne, skimtede den noget hvidt, det var linned på blegen; den nåede derhen, krøb ind i en fold af det våde lintøj, det var rigtignok ikke, som at ligge i den varme dynge i stalden; men her var nu intet bedre, og så blev den her en hel dag, en hel nat, og også regnvejret blev. I morgenstunden kom skarnbassen frem; den var så ærgerlig over klimaet. Der sad på linnedet to frøer; deres klare øjne lyste af bare fornøjelse. “Det er et velsignet vejr!” sagde den ene. “Hvor det forfrisker! og lintøjet holder så dejligt sammen på vandet! det kriller mig i bagbenene, som om jeg skulle svømme!” “Jeg gad nok vide,” sagde den anden, “om svalen, som flyver så vidt omkring, om den på sine mange rejser i udlandet har fundet et bedre klima, end vort; sådant et rusk, og sådan en væde! det er ligesom om man lå i en våd grøft! er man ikke glad ved det, så elsker man rigtignok ikke sit fædreland!” “I har da aldrig været i kejserens stalde?” spurgte skarnbassen. “Der er det våde både varmt og krydret! det er jeg vant til; det er mit klima, men det kan man ikke tage med på rejsen. Er her ingen mistbænk i haven, hvor standspersoner, som jeg, kan tage ind og føle sig hjemme?” Men frøerne forstod ham ikke, eller ville ikke forstå ham. “Jeg spørger aldrig anden gang!” sagde skarnbassen, da den havde spurgt tre gange uden at få svar. Så gik den et stykke, der lå et potteskår; det skulle ikke ligge der, men som det lå gav det ly. Her boede flere ørentvistefamilier; de forlanger ikke meget husrum, men kun selskabelighed; hunnerne er især begavet med moderkærlighed, derfor var også hvers unge den kønneste og den klogeste. “Vor søn er blevet forlovet!” sagde en moder, “den søde uskyldighed! hans højeste mål er engang at kunne krybe i øret

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på en præst. Han er så elskelig barnlig og forlovelse holder ham fra udskejelser! det er så glædeligt for en moder!” “Vor søn,” sagde en anden moder, “kom lige ud af ægget og var straks på spil; det sprutter i ham, han løber hornene af sig. Det er en uhyre glæde for en moder! Ikke sandt? Hr. Skarnbasse!” De kendte den fremmede på skabelonen. “De har begge to ret!” sagde skarnbassen, og så blev den budt op i stuen, så langt den kunne komme under potteskåret. “Nu skal De også se min lille ørentvist!” sagde en tredje og fjerde af mødrene, “det er de elskeligste børn og så morsomme! de er aldrig uartige uden når de har ondt i maven, men det får man så let i deres alder!” Og så talte hver moder om sine unger, og ungerne talte med og brugte den lille gaffel de havde på halen til at trække i skarnbassens mundskæg. “De finder nu også på alting, de småskælme!” sagde mødrene og dunstede af moderkærlighed, men det kedede skarnbassen, og så spurgte den om der var langt herfra til mistbænken. “Det er langt ude i verden, på den anden side grøften!” sagde ørentvisten, “så langt, vil jeg håbe, kommer aldrig nogen af mine børn, for så døde jeg!” “Så langt vil jeg dog prøve at nå!” sagde skarnbassen og gik uden afsked; det er galantest. Ved grøften traf den flere af sin slægt, alle skarnbasser. “Her bor vi!” sagde de. “Vi har det ganske lunt! Tør vi ikke byde Dem ned i det fede! Rejsen har vist trættet Dem!” “Det har den!” sagde skarnbassen. “Jeg har ligget på linned i regnvejr, og renlighed tager især på mig! jeg har også fået gigt i vingeleddet, ved at stå i træk under et potteskår. Det er rigtig en vederkvægelse at komme engang til sine egne!” “De kommer måske fra mistbænken!” spurgte den ældste. “Højere op!” sagde skarnbassen. “Jeg kommer fra kejserens stald, hvor jeg blev født med guldsko; jeg rejser i et hemmeligt ærinde, hvorom De ikke må fritte mig, thi jeg siger det ikke!” Og så steg skarnbassen ned i det fede dynd; der sad tre unge hunskarnbasser, de fnisede, for de vidste ikke hvad de skulle sige. “De er uforlovede!” sagde moderen, og så fnisede de igen, men det var af forlegenhed. “Jeg har ikke set dem skønnere i kejserens stalde!” sagde den rejsende skarnbasse. “Fordærv mig ikke mine pigebørn! og tal ikke til dem, uden De har reelle hensigter;–men det har De, og jeg giver Dem min velsignelse.” “Hurra!” sagde alle de andre, og så var skarnbassen forlovet. Først forlovelse, så bryllup, der var jo ikke noget at vente efter. Næste dag gik meget godt, den anden luntede af, men på den tredje dag skulle man dog tænke på føden for kone og måske rollinger. “Jeg har ladet mig overraske!” sagde den, “så må jeg nok overraske dem igen -!” Og det gjorde den. Væk var den; væk hele dagen, væk hele natten– og konen sad enke. De andre skarnbasser sagde, at det var en rigtig landstryger de havde optaget i familien; konen sad dem nu til byrde.

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“Så kan hun sidde som jomfru igen!” sagde moderen, “sidde som mit barn! fy, det lede skarn, som forlod hende!” Han var imidlertid på farten, var sejlet på et kålblad over grøften; hen på morgenstunden kom to mennesker, de så skarnbassen, tog den op, vendte og drejede den og de var meget lærde begge to, især drengen. “Allah ser den sorte skarnbasse i den sorte sten i det sorte fjeld! står der ikke således i Alkoranen?” spurgte han og oversatte skarnbassens navn på latin, gjorde rede for dens slægt og natur. Den ældre lærde stemte imod at den skulle tages med hjem, de havde der lige så gode eksemplarer, sagde han, og det var ikke høfligt sagt, syntes skarnbassen, derfor fløj den ham af hånden, fløj et godt stykke, den var blevet tør i vingerne og så nåede den drivhuset, hvor den i største bekvemmelighed, da det ene vindue var skudt op, kunne smutte ind og grave sig ned i den friske gødning. “Her er lækkert!” sagde den. Snart faldt den i søvn og drømte at kejserens hest var styrtet og at hr. Skarnbasse havde fået dens guldsko og løftet om to til. Det var en behagelighed og da skarnbassen vågnede, krøb den frem og så op. Hvilken pragt her i drivhuset! store viftepalmer bredte sig i højden, solen gjorde dem transparente, og under dem vældede der en fylde af grønt og skinnede der blomster, røde som ild, gule som rav og hvide som nyfalden sne. “Det er en mageløs plantepragt! hvor den vil smage når den går i forrådnelse!” sagde skarnbassen. “Det er et godt spisekammer; her bor vist af familien; jeg vil gå på eftersporing, se at finde nogen, jeg kan omgås med. Stolt er jeg, det er min stolthed!” Og så gik den og tænkte på sin drøm om den døde hest og de vundne guldsko. Da greb lige med ét en hånd om skarnbassen, den blev klemt, vendt og drejet. Gartnerens lille søn og en kammerat var i drivhuset, havde set skarnbassen og skulle have fornøjelse af den; lagt i et vindrueblad kom den ned i en varm bukselomme, den kriblede og krablede, fik så et tryk med hånden af drengen, der gik rask af sted til den store indsø for enden af haven, her blev skarnbassen sat i en gammel knækket træsko, som vristen var gået af; en pind blev gjort fast, som mast; og til den blev skarnbassen tøjret med en ulden tråd; nu var den skipper og skulle ud at sejle. Det var en meget stor indsø, skarnbassen syntes, at det var et verdenshav og blev så forbavset, at den faldt om på ryggen og sprættede med benene. Træskoen sejlede, der var strømning i vandet, men kom fartøjet lidt for langt ud, så smøgede den ene dreng straks sine bukser op og gik ud og hentede det, men da det igen var i drift blev der kaldt på drengene, alvorligt kaldt, og de skyndte dem af sted og lod træsko være træsko; den drev og det altid mere fra land, altid længere ud, det var gyseligt for skarnbassen; flyve kunne den ikke, den var bundet fast til masten. Den fik besøg af en flue. “Det er et dejligt vejr vi har!” sagde fluen. “Her kan jeg hvile mig! her kan jeg sole mig. De har det meget behageligt!” “De snakker, som De har forstand til! ser De ikke, at jeg er tøjret!” “Jeg er ikke tøjret!” sagde fluen og så fløj den.


­­­—diez cuentos de hans christian andersen en purépecha—

“Nu kender jeg verden!” sagde skarnbassen, “det er en nedrig verden! jeg er den eneste honnette i den! Først nægter man mig guldsko, så må jeg ligge på vådt linned, stå i træk og til sidst prakker de mig en kone på. Gør jeg nu et rask skridt ud i verden, og ser hvorledes man kan have det og jeg skulle have det, så kommer en menneskehvalp og sætter mig i tøjr på det vilde hav. Og imidlertid går kejserens hest med guldsko! det kreperer mig mest; men deltagelse kan man ikke vente sig i denne verden! mit levnedsløb er meget interessant, dog hvad kan det hjælpe når ingen kender det! Verden fortjener heller ikke at kende det, ellers havde den givet mig guldsko i kejserens stald, da livhesten blev skoet og jeg rakte benene frem. Havde jeg fået guldsko, da var jeg blevet en ære for stalden, nu har den tabt mig og verden har tabt mig, alt er ude!” Men alt var ikke ude endnu, der kom en båd med nogle unge piger. “Der sejler en træsko!” sagde den ene. “Der er et lille dyr tøjret fast i den!” sagde den anden. De var lige ved siden af træskoen, de fik den op, og den ene af pigerne tog en lille saks frem, klippede uldtråden over uden at gøre skarnbassen skade og da de kom i land, satte hun den i græsset. “Kryb, kryb! flyv, flyv, om du kan!” sagde hun. “Frihed er en dejlig ting!” Og skarnbassen fløj lige ind af det åbne vindue på en stor bygning og der sank den træt ned i den fine bløde, lange manke på kejserens livhest, der stod i stalden, hvor den og skarnbassen hørte hjemme; den klamrede sig fast i manken og sad lidt og summede sig. “Her sidder jeg på kejserens livhest! sidder som rytter! Hvad er det jeg siger! ja nu bliver det mig klart! det er en god ide, og rigtig. Hvorfor fik hesten guldsko? Det spurgte han mig også om, smeden. Nu indser jeg det! for min skyld fik hesten guldsko!” Og så blev skarnbassen i godt humør. “Man bliver klarhovedet på rejsen!” sagde den. Solen skinnede ind på den, skinnede meget smukt. “Verden er ikke så gal endda,” sagde skarnbassen, “man må bare vide at tage den!” Verden var dejlig, thi kejserens livhest havde fået guldsko fordi skarnbassen skulle være dens rytter. “Nu vil jeg stige ned til de andre basser og fortælle hvor meget man har gjort for mig; jeg vil fortælle om alle de behageligheder jeg har nydt på udenlandsrejsen, og jeg vil sige, at nu bliver jeg hjemme så længe, til hesten har slidt sine guldsko!”

Pigen, som trådte på brødet [L a niña q u e p isote ó e l pa n ]

Du har vel hørt om Pigen, som traadte paa Brødet for ikke at smudske sine Skoe, og hvor ilde det da gik hende. Det er baade skrevet og trykt. Hun var et fattigt Barn, stolt og hovmodig, en daarlig Grund var der i hende, som man siger. Som ganske lille Unge var det hende en Fornøielse at faae fat paa Fluerne, pille Vingerne af dem og gjøre dem til Krybdyr. Hun tog Oldenborren og Skarnbassen, stak hver af dem paa en Naal, lagde saa

et grønt Blad eller en lille Stump Papir op til deres Fødder, og det arme Dyr holdt fast derved, dreiede og vendte det, for at komme af Naalen. »Nu læser Oldenborren!« sagde lille Inger, »see, hvor den vender Bladet!« Som hun nu voxte til, blev hun snarere værre end bedre, men kjøn var hun og det var hendes Ulykke, ellers var hun nok bleven knupset anderledes, end hun blev det. »Der skal skarp Lud til det Hoved!« sagde hendes egen Moder. »Du har tidt som Barn traadt mig paa Forklædet, jeg er bange for, at Du som Ældre kommer tidt til at træde mig paa Hjertet!« Og det gjorde hun rigtignok. Nu kom hun ud paa Landet at tjene hos fornemme Folk, de vare imod hende, som om hun kunde være deres eget Barn, og som saadan blev hun opklædt, godt saae hun ud og Hovmoden tog til. Et Aarstid havde hun været ude, saa sagde hendes Herskab til, hende: »Du skulde dog engang besøge dine Forældre, lille Inger!« Hun gik ogsaa, men for at vise sig, de skulde see, hvor fiin hun var bleven; men da hun kom ved Byledet og saae Piger og unge Karle sladdre ud for Gadekjæret og just der hendes Moder sad paa en Steen og hvilede sig med et Knippe Brændsel, hun havde samlet sig i Skoven, saa vendte Inger om, hun skammede sig ved, at hun, der var saa fiin klædt, skulde have til Moder saadan en pjaltet Een, der samlede Pinde. Det fortryd hende slet ikke, at hun vendte om, hun var bare ærgerlig. Nu gik der igjen et halvt Aars Tid. »Du skulde dog en Dag gaae hjem og see til dine gamle Forældre, lille Inger!« sagde hendes Huusmoder. »Der har Du et stort Hvedebrød, Du kan tage med til dem; de ville glædes ved at see Dig!« Og Inger tog sin bedste Stads paa og sine nye Skoe, og hun løftede sine Klæder og gik saa forsigtig, for at være reen og peen om Fødderne, og det var jo ikke at bebreide hende! men da hun kom, hvor Stien gik over Mosegrund og der stod Vand og Søle et langt Stykke Vei, saa smed hun Brødet i Sølen, for at træde paa det og komme tørskoet over, men i det hun stod med den ene Fod paa Brødet og løftede den anden, sank Brødet med hende dybere og dybere, hun blev ganske borte og der var kun at see et sort boblende Kjær. Det er Historien. Hvor kom hun hen? Hun kom ned til Mosekonen, der brygger. Mosekonen er Faster til Elverpigerne, de ere bekjendte nok, der er skrevet Viser om dem, og de ere afmalede, men om Mosekonen veed Folk kun det, at naar Engene om Sommeren dampe, saa er det Mosekonen, som brygger. Ned i hendes Bryggeri var det, at Inger sank, og der er ikke til at holde ud længe. Slamkisten er et lyst Pragtgemak mod Mosekonens Bryggeri! hvert Kar stinker, saa at Menneskene maa daane derved, og saa staae Karrene knugede op paa hverandre, og er der et Sted en lille Aabning mellem dem, hvor man kunde klemme sig frem, saa kan man det dog ikke for alle de vaade Skruptudser og fede Snoge, som her filtre sig sammen; her ned sank lille Inger; alt det ækle, levende Filteri var saa isnende koldt, at hun gøs gjennem alle Lemmer, ja hun stivnede ved det meer og meer. Brødet hang hun fast til og det trak hende, ligesom en Ravknap trækker en Smule Straa.

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Mosekonen var hjemme, Bryggeriet blev den Dag beseet af Fanden og hans Oldemo’er, og hun er et gammelt, meget giftigt Fruentimmer, der aldrig er ledig; hun tager aldrig ud, uden at hun har sit Haandarbeide med, det havde hun ogsaa her! Hun syede Bisselæder til at sætte Menneskene i Skoene, og saa havde de ingen Ro; hun broderede Løgn og hæklede ubesindige Ord, der vare faldne til Jorden, Alt til Skade og Fordærvelse. Jo, hun kunde sye, brodere og hækle, gamle Oldemo’er. Hun saae Inger, holdt saa sit Brilleglas for Øiet og saae endnu engang paa hende: »Det er en Pige med Anlæg!« sagde hun, »jeg udbeder mig hende til en Erindring om Besøget her! hun kan blive et passende Postament i mit Barnebarnsbarns Forgemak!« Og hun fik hende. Saaledes kom lille Inger til Helvede. Der fare Folk ikke altid lige lukt ned, men de kunne komme af en Omvei, naar de have Anlæg. Det var et Forgemak i en Uendelighed; man blev svimmel der ved at see fremad og svimmel ved at see tilbage; og saa stod her en Forsmægtelsens Skare, der ventede paa at Naadens Dør skulde blive lukket op; de kunde vente længe! store fede, vraltende Edderkopper spandt tusindaarigt Spind over deres Fødder og dette Spind snærede som Fodskruer og holdt som Kobberlænker; og saa var der til dette en evig Uro i hver Sjæl, en Piinsels Uro. Den Gjerrige stod og havde glemt Nøglen til sit Pengeskriin og den sad i, vidste han. Ja, det er saa vidtløftigt at opramse alle Slags Piner og Plager, her blev fornummet. Inger fornam det * grueligt at staae som Postament; hun var ligesom knevlet nedenfra til Brødet. »Det har man, fordi man vil være reen om Fødderne!« sagde hun til sig selv. »See, hvor de gloe paa mig!« jo, de saae Alle paa hende; deres onde Lyster lyste dem ud af Øinene og talte uden Lyd fra deres Mundvig, de vare forfærdelige at see. »Mig maa det være en Fornøielse at see paa!« tænkte lille Inger, »jeg har et kjønt Ansigt og gode Klæder!« og nu dreiede hun Øinene, Nakken var for stiv dertil. Nei, hvor var hun tilsølet i Mosekonens Bryghuus, det havde hun ikke betænkt. Klæderne vare som overskyllede med en eneste stor Slimklat; en Snog havde hængt sig i hendes Haar og daskede hende ned ad Nakken, og fra hver Fold i hendes Kjole kigede frem en Skruptudse, der gjøede ligesom en trangbrystig Moppe. Det var meget ubehageligt. »Men de Andre hernede see da ogsaa forfærdelige ud!« trøstede hun sig med. Værst af Alt var hende dog den gruelige Sult, hun fornam; kunde hun da ikke bøie sig og bryde et Stykke af Brødet, hun stod paa? Nei, Ryggen var stivnet, Arme og Hænder vare stivnede, hele hendes Krop var som en Steenstøtte, kun sine Øine kunde hun dreie i Hovedet, dreie heelt rundt, saa at de saae bagud, og det var et fælt Syn, det. Og saa kom Fluerne, de krøb henover hendes Øine, frem og tilbage, hun blinkede med Øinene, men Fluerne fløi ikke, for de kunde ikke, Vingerne vare pillede af dem, de vare blevne Krybdyr; det var en Pine og saa den Sult, ja, tilsidst syntes hun, at hendes Indvolde aad sig selv op og hun blev saa tom indeni, saa gyselig tom. »Skal det vare længe ved, saa holder jeg det ikke ud!« sagde hun, men maatte holde ud og det blev ved at vare ved. Da faldt der en brændende Taare ned paa hendes Hoved, den trillede over hendes Ansigt og Bryst lige ned til Brødet, der faldt en Taare endnu,

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der faldt mange. Hvem græd over lille Inger? Havde hun ikke oppe paa Jorden en Moder? Bedrøvelsens Taarer, som en Moder græder over sit Barn, naaer altid til det, men de løse ikke, de brænde, de gjøre kun Pinen større. Og nu denne ulidelige Sult og ikke at kunne naae Brødet, hun traadte med sin Fod! hun havde tilsidst en Fornemmelse af, at Alt inde i hende maatte have spiist sig selv op, hun var som et tyndt, huult Rør, der drog hver Lyd ind i sig; hun hørte tydeligt Alt hvad der oppe paa Jorden angik hende, og det var ondt og haardt hvad hun hørte. Hendes Moder græd rigtignok dybt og bedrøvet, men sagde dertil: »Hovmod gaaer for Fald! det var din Ulykke, Inger! hvor Du har bedrøvet din Moder!« Hendes Moder og Alle deroppe vidste om hendes Synd, at hun havde traadt paa Brødet, var sunken igjennem og bleven borte; Kohyrden havde fortalt det, han havde selv seet det fra Skrenten. »Hvor Du har bedrøvet din Moder, Inger!« sagde Moderen; »ja, det tænkte jeg nok!« »Gid jeg aldrig var født!« tænkte Inger derved, »det havde været mig langt bedre. Det kan ikke hjelpe nu, at min Moder tviner!« Hun hørte, hvorledes hendes Herskab, de skikkelige Folk, der havde været som Forældre mod hende, talte: »Hun var et syndefuld! Barn!« sagde de, »hun agtede ikke Vor Herres Gaver, men traadte dem under Fødderne, Naadens Dør vil blive hende trang at lukke op!« »De skulde have avet mig bedre!« tænkte Inger, »pillet Nykkerne ud af mig, om jeg havde Nogen.« Hun hørte, at der blev sat ud en heel Vise om hende, »den hovmodige Pige, der traadte paa Brødet, for at have pene Skoe«, og den blev sjungen Landet rundt. »At man skal høre saa meget for det! og lide saa meget for det!« tænkte Inger, »de Andre skulde rigtignok ogsaa straffes for deres! ja, saa blev der Meget at straffe! uh, hvor jeg pines!« Og hendes Sind blev endnu mere haardt end hendes Skal. »Hernede skal man da ikke blive bedre i det Selskab! og jeg vil ikke være bedre! see, hvor de gloe!« Og hendes Sind var vredt og ondt mod alle Mennesker. »Nu har de da Noget at fortælle deroppe!–uh, hvor jeg pines!« Og hun hørte, at de fortalte hendes Historie for Børnene, og de Smaa kaldte hende den ugudelige Inger,–»hun var saa ækel!« sagde de, »saa fæl, hun skulde rigtig pines!« Der var altid haarde Ord i Barnemunde mod hende. Dog een Dag, som Harme og Sult gnavede inde i hendes hule Skal og hun hørte sit Navn nævne og sin Historie fortalt for et uskyldigt Barn, en lille Pige, fornam hun, at den Lille brast i Graad ved Historien om den hovmodige, stadselystne Inger. »Men kommer hun aldrig mere op?« spurgte den lille Pige. Og der blev svaret: »Hun kommer aldrig mere op!« »Men naar hun nu vil bede om Forladelse og aldrig gjøre det mere?« »Men hun vil ikke bede om Forladelse!« sagde de.


­­­—diez cuentos de hans christian andersen en purépecha—

»Jeg vil saa gjerne, at hun gjorde det!« sagde den lille Pige, og var ganske utrøstelig! »Jeg vil give mit Dukkeskab, naar hun maa komme op! Det er saa gyseligt for den stakkels Inger!« Og de Ord naaede lige ned i Ingers Hjerte, de ligesom gjorde hende godt; det var første Gang, at der var Een som sagde: »stakkels Inger!« og ikke føiede det Mindste til om hendes Feil; et lille uskyldigt Barn græd og bad for hende, hun blev saa underlig derved, hun havde gjerne selv grædt, men hun kunde ikke græde, og det var ogsaa en Pine. Som Aarene gik deroppe, nede var der ingen Forandring, hørte hun sjeldnere Lyd derovenfra, der blev talt mindre om hende; da fornam hun en Dag et Suk: »Inger! Inger! hvor har Du bedrevet mig! det sagde jeg nok!« Det var hendes Moder, som døde. Hun hørte sit Navn stundom nævne af sit gamle Herskab og det var de mildeste Ord, at Huusmoderen sagde: »Mon jeg nogensinde seer Dig igjen, Inger! man veed ikke hvorhen man kommer!« Men Inger begreb da nok, at hendes skikkelige Huusmoder aldrig kunde komme, hvor hun var. Saaledes gik der igjen en Tid, lang og bitterlig. Da hørte Inger igjen sit Navn nævne og saae oven over sig ligesom to klare Stjerner skinne; det var to milde Øine, som lukkede sig paa Jorden. Saamange Aaringer var gaaet fra dengang, den lille Pige græd utrøstelig over »stakkels Inger«, at det Barn var blevet en gammel Kone, som nu Vor Herre vilde kalde til sig, og netop i denne Stund, da Tankerne fra hele Livets Sum løftede sig, huskede hun ogsaa, hvorledes hun som lille Barn havde maattet græde bitterligt ved at høre Historien om Inger; den Tid og det Indtryk stod saa lyslevende for den gamle Kone i hendes Dødstime, at hun ganske høit udbrød: »Herre, min Gud, mon ikke ogsaa jeg som Inger tidt har traadt paa din Velsignelsens Gave og ikke tænkt derved, mon jeg ikke ogsaa er gaaet med Hovmod i mit Sind, men Du har i din Naade ikke ladet mig synke, men holdt mig oppe! slip mig ikke i min sidste Stund!« Og den Gamles Øine lukkedes og Sjælens Øine aabnedes for det Skjulte, og da Inger var saa levende i hendes sidste Tanker, saae hun hende, saae, hvor dybt ned hun var dragen, og ved det Syn brast den Fromme i Graad, i Himmeriges Rige stod hun som Barnet og græd for stakkels Inger! de Taarer og de Bønner klang som et Echo ned i den hule, tomme Skal, der omsluttede den fængslede, piinte Sjæl, denne overvældedes af al den aldrig tænkte Kjærlighed ovenfra: en Guds Engel græd over hende! hvorfor blev det hende forundt! den piinte Sjæl ligesom samlede i Tankerne enhver JordlivsGjerning, den havde øvet, og den bævede i Graad, som Inger aldrig havde kunnet græde den; Bedrøvelse over sig selv fyldte hende, hun syntes, at for hende kunde aldrig Naadens Port aabnes, og i det hun i Sønderknuselse erkjendte det, lyste i det samme en Straale ned i Afgrundssvælget, Straalen kom med en Kraft stærkere end Solstraalen, der optøer Sneemanden, som Drengene reiste i Gaarden, og da, langt hurtigere end Sneefnokken, der falder paa Barnets varme Mund, smelter hen som Draabe, fordunstede sig Ingers forstenede Skikkelse, en lille Fugl svang sig med Lynets Zikzak op mod Menneskeverdenen, men angest og sky var den for Alt rundt om, den skammede sig for sig selv og for alle levende Skabninger og søgte ihast Skjul

i et mørkt Hul, den fandt i den forfaldne Muur; her sad den og krøb sammen, skjælvende over hele Kroppen, Stemmens Lyd kunde den ikke give fra sig, den havde ingen; den sad en lang Stund, før den med Ro kunde see og fornemme al den Herlighed derude! ja, en Herlighed var det: Luften var saa frisk og mild, Maanen skinnede saa klart, Træer og Buske duftede; og saa var der saa hyggeligt hvor den sad, dens Fjerkjortel saa reen og fiin. Nei, hvor alt Skabt dog var frembaaret i Kjærlighed og Herlighed. Alle de Tanker, der rørte sig inde i Fuglens Bryst, vilde sjunge sig ud, men Fuglen mægtede det ikke, gjerne havde den sjunget, som i Foraaret Kukker og Nattergal. Vor Herre, som hører ogsaa Ormens lydløse Lovsang, fornam her Lovsangen, der tøftede sig i Tanke-Accorder som Psalmen klang i Davids Bryst, før den fik Ord og Melodi. I * Dage og Uger voxte og svulmede disse lydløse Sange, de maatte komme til Udbrud, ved det første Vingeslag i god Gjerning, en saadan maatte øves! Nu kom den hellige Julefest. Bonden reiste tæt ved Muren en Stang og bandt et utærsket Havreknippe derpaa, at Himmelens Fugle ogsaa kunde have en glad Juul og et glædeligt Maaltid i denne Frelserens Tid. Og Solen stod op Julemorgen og skinnede paa Havrekjærven og alle de qviddrende Fugle de fløi om Maaltids-Stangen, da klang det ogsaa fra Muren »pi, pi!« den svulmende Tanke blev til Lyd, den svage Pippen var en heel Glædeshymne, en god Gjernings Tanke var vakt og Fuglen fløi ud fra sit Skjul; i Himmeriges Rige vidste de nok hvad det var for en Fugl! Vinteren tog alvorlig fat, Vandene vare dybt frosne, Fuglene og Skovens Dyr havde deres trange Tid paa Føden. Den lille Fugl fløi hen paa Landeveien, og der i Sporene af Slæderne søgte og fandt den ogsaa hist og her et Korn, paa Bedestederne fandt den et Par Brødsmuler, af dem aad den kun en enkelt, men kaldte paa alle de andre forsultne Spurve, at de her kunde finde Føde. Den fløi til Byerne, speidede rundt om, og hvor en kjærlig Haand havde strøet Brød ved Vinduet til Fuglene, der aad den selv kun en enkelt Smule, men gav Alt til de Andre. I Vinterens Forløb havde Fuglen samlet og givet saa mange Brødsmuler, at de veiede op tilsammen med hele det Brød, som lille Inger havde traadt paa for ikke at smudske sine Skoe, og da den sidste Brødsmule var funden og given bort, blev Fuglens graae Vinger hvide og bredte sig ud. »Der flyver hen over Søen en Terne!« sagde Børnene, der saae den hvide Fugl; nu dykkede den sig ned i Søen, nu løftede den sig i det klare Solskin, den skinnede, det var ikke muligt at see hvor den blev af, de sagde, at den fløi lige ind i Solen.

Nabofamilierne [Los v eci nos]

Man skulle rigtignok tro at der var noget på færde i gadekæret, men der var ikke noget på færde! Alle ænderne, ligesom de allerbedst lå på vandet, nogle stod på hovedet, for det kan de, satte med et lige i land; man kunne se i det våde ler sporene af deres fødder, og man kunne høre et langt

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stykke borte at de skreg. Vandet kom ordentlig i bevægelse, og nylig var det blank, som et spejlglas, man så deri hvert træ, hver busk tæt ved, og det gamle bondehus med hullerne i gavlen og svalereden, men især det store rosentræ fuldt af blomster, der hang fra muren næsten lige ud over vandet, og deri stod det hele, ligesom et skilderi, men alt sammen på hovedet; og da vandet kom i uro, så løb det ene i det andet, hele billedet var væk. To andefjer, der faldt af ænderne, som fløj, vippede ordentlig op og ned, med et tog de fart, ligesom om der var vind, men der var ingen vind, og så lå de stille, og vandet blev spejlglat igen, man så tydeligt gavlen med svalereden, og rosentræet så man; hver rose spejlede sig; de var så dejlige, men de vidste det ikke selv, for ingen havde sagt dem det. Solen skinnede ind imellem de fine blade, der var så fyldt med duft; og det var for hver rose, ligesom for os, når vi er ret lyksalige henne i tanker. “Hvor det er dejligt at være til!” sagde hver rose, “det eneste jeg ved at ønske, er at jeg kunne kysse solen, fordi den er så varm og klar.–Ja, roserne dernede i vandet ville jeg også kysse! de ligner os ganske akkurat; jeg ville kysse de søde fugleunger dernede i reden; ja der er også nogle oven over os! de stikker hovederne ud og pipper så småt; de har slet ingen fjer, som deres fader og moder. Det er gode naboer, vi har, både dem oven over og neden under. Oh, hvor det er dejligt at være til!” De små unger oppe og nede,–ja de nede var kun skin i vandet,–var spurve, fader og moder var spurve; de havde taget den tomme svalerede fra i fjor, i den lå de og var hjemme. “Er det ællingebørn, som svømmer der?” spurgte spurveungerne, da de så andefjerene drive på vandet. “Gør fornuftige spørgsmål når I spørger,” sagde moderen; “Ser I ikke, at det er fjer, levende kjoletøj, som jeg har det og I får det, men vort er finere! Gid vi ellers havde dem heroppe i reden, for de varmer. Jeg gad vide hvad det var, som forskrækkede ænderne! der må have været noget i vandet, for mig var det vist ikke! skønt jeg sagde rigtig nok noget stærkt ‘pip’ til jer! De tykhovedede roser burde vide det, men de ved ingen ting, de ser kun på sig selv og lugter. Jeg er inderlig ked af de naboer!” “Hør de søde små fugle deroppe!” sagde roserne, “de begynder nu også på at ville synge!–De kan ikke, men det kommer nok!–Hvor det må være en stor fornøjelse! Det er ganske morsomt at have sådanne lystige naboer!” I galop kom i det samme to heste, de skulle vandes; en bondedreng sad på den ene, og han havde taget alle sine klæder af undtagen sin sorte hat; den var så stor og bred. Drengen fløjtede ligesom om han var en lille fugl, og red så ud i det dybeste af gadekæret; og da han kom over mod rosentræet, rev han en af roserne af og stak op i hatten, så troede han at være rigtig pyntet, og red så bort med den. De andre roser så efter deres søster, og spurgte hinanden: “Hvor rejste hun hen?” men det vidste ingen. “Jeg gad nok komme ud i verden!” sagde den ene til den anden, “men her hjemme i vort eget grønne er også dejligt! om dagen er solen så varm og om natten skinner himlen endnu smukkere! det kan vi se igennem de mange små huller, der er på den!” Det var stjernerne, som de troede hver var et hul, for roserne vidste det ikke bedre.

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“Vi liver op om huset,” sagde spurvemoderen, “og svalereder bringer lykke,” siger folk; “derfor er de glade ved at have os! men de naboer der, sådan en hel rosenbusk op ad muren, sætter fugtighed; jeg tænker den kommer nok bort, så kan der dog gro et korn. Roser er kun at se på og at lugte til, eller i det højeste at stikke i hatten. Hvert år, det ved jeg fra min moder, så falder de af, bondekonen sylter dem med salt, de får et fransk navn, som jeg ikke kan sige, og heller ikke bryder mig om; og så lægges de på ilden, når der skal lugte godt. Se, det er deres levnedsløb! de er bare for øjne og næse. Nu ved I det!” Da det blev aften og myggene dansede i den varme luft, hvor skyerne var så røde, kom nattergalen og sang for roserne: at det skønne var som solskinnet i denne verden; og at det skønne levede altid. Men roserne troede at nattergalen sang om sig selv og det kunne man jo også tænke. Det faldt dem slet ikke ind, at det var dem, der skulle have sangen, men glade var de ved den og tænkte på, om ikke alle de små spurveunger også kunne blive til nattergale. “Jeg forstod meget godt hvad den fugl sang!” sagde spurveungerne, “der var bare et ord, jeg ikke forstod: Hvad er det skønne?” “Det er ingenting!” sagde spurvemoderen, “det er bare sådan et udseende. Oppe på herregården, hvor duerne har deres eget hus, og hver dag får ærter og korn strøet i gården,–jeg har spist med dem og det skal I også komme til! sig mig, hvem du omgås, så skal jeg sige dig, hvem du er!–der oppe på herregården har de to fugle med grønne halse og en top på hovedet; halen kan brede sig ud, som var den et stort hjul, og den har alle kulører, så at det gør ondt i øjnene; påfugle kaldes de, og de er det skønne! De skulle pilles lidt, da så de ikke anderledes ud, end vi andre. Jeg havde hugget dem, dersom de ikke havde været så store!” “Jeg vil hugge dem!” sagde den mindste spurveunge og han havde endnu ikke fjer. Inde i bondehuset boede to unge folk; de holdt så meget af hinanden, de var så flittige og raske, der var så nydeligt hos dem. Søndag morgen gik den unge kone ud, tog en hel håndfuld af de smukkeste roser, satte dem i vandglasset og stillede det midt på dragkisten. “Nu kan jeg se, det er søndag!” sagde manden, kyssede sin søde, lille kone, og de satte sig ned, læste en salme, holdt hinanden i hænderne, og solen skinnede ind af vinduerne på de friske roser og på de unge folk. “Det er jeg ked af at se på!” sagde gråspurvemoderen, som fra reden kiggede lige ind i stuen; og så fløj hun. Det samme gjorde hun næste søndag, thi hver søndag kom der friske roser i glasset og altid blomstrede rosenhækken lige smukt; spurveungerne, der nu havde fået fjer, ville gerne flyve med, men moderen sagde: “I bliver!” og så blev de.–Hun fløj, men hvordan hun nu fløj eller ikke, med et hang hun fast i en fuglesnare af hestehår, som nogle drenge havde bundet på en gren. Hestehårene trak sig fast om benet, oh så fast, som om det skulle skæres over; det var en pine, det var en skræk; drengene sprang lige til og greb fuglen, og de greb så gruelig hårdt. “Det er ikke andet, end en spurv!” sagde de, men de lod den dog ikke flyve igen, de gik hjem med den og hver gang den skreg, slog de den på næbbet.


­­­—diez cuentos de hans christian andersen en purépecha—

Inde i bondegården stod der en gammel karl, der forstod at lave sæbe til skægget og til hænderne, sæbe i kugler og sæbe i stykker. Det var sådan en omvandrende lystig gammel en, og da han så gråspurven, som drengene kom med, og som de sagde at de slet ikke brød sig om, sagde han: “Skal vi gøre den skøn” og det gøs i spurvemoderen, da han sagde det. Og op af sin kasse, hvori der lå de dejligste kulører, tog han en hel mængde skinnende bogguld, og drengene måtte løbe ind at skaffe et æg, og af det tog han hviden og den smurte han hele fuglen over med, og klinede så bogguldet på, så var spurvemoderen forgyldt; men hun tænkte ikke på den stads, hun rystede over alle lemmer. Og sæbemanden tog en rød lap, han rev den af foret i sin gamle trøje, klippede lappen til en takket hanekam, og klistrede den på hovedet af fuglen. “Nu skal I se guldfuglen flyve!” sagde han og slap gråspurven, der i den grueligste forfærdelse fløj af sted i det klare solskin. Nej, hvor den skinnede! alle gråspurve, selv en stor krage, og det ingen årsunge, blev ganske forskrækket for det syn, men de fløj dog bag efter, for de ville vide hvad det var for en fremmed fugl. “Hvorfra! hvorfra!” skreg kragen. “Tøv lidt! tøv lidt!” sagde spurvene. Men den ville ikke tøve lidt; i angst og forfærdelse fløj hun hjemad; hun var nærved at synke til jorden og altid kom der flere fugle til, små og store; nogle fløj lige tæt ind på den for at hugge løs. “Se’ken en! se’ken en!” skreg de alle sammen! “Se’ken en! se’ken en!” skreg ungerne, da hun kom hen imod reden. “Det er bestemt en påfugleunge, der er alle kulører, som skærer i øjnene, som mor sagde; pip! det er det skønne!” Og så huggede de med deres små næb, så at det ikke blev muligt for hende at slippe ind, og hun var således af forfærdelse, at hun ikke længere kunne sige pip, end sige: Jeg er eders moder. De andre fugle huggede den nu alle, så hver fjer gik af, og blodig sank spurvemoderen ned i rosenhækken. “Det stakkels dyr!” sagde roserne. “Kom vi skal skjule dig! Held dit lille hoved op til os!” Spurvemoderen bredte endnu engang vingerne ud, knugede dem så fast til sig igen og var død hos nabofamilien, de friske, smukke roser. “Pip!” sagde spurveungerne i reden. “Hvor mutter bliver af, det kan jeg ikke begribe! Det skulle dog ikke være et fif af hende, at vi nu må skøtte os selv. Huset har hun ladet os beholde til arvepart! men hvem af os skal have det alene, når vi får familie.” “Ja, jeg kan ikke have jer andre her, når jeg udvider mig med kone og børn!” sagde den mindste. “Jeg får nok flere koner og børn end du!” sagde den anden. “Men jeg er ældst!” sagde en tredje. Alle sammen kom de op at skændes, de slog med vingerne, huggede med næbbet, og bums, så blev den ene efter den anden puffet ud af reden. Der lå de, og vrede var de; hovedet hældte de helt om på den ene side og så plirrede det øje, som vendte op; det var nu deres måde at mule på. Lidt kunne de flyve, og så øvede de sig noget mere, og blev til sidst enige om, at for at kunne kende hinanden igen når de mødtes i verden, ville de sige; pip! og skrabe tre gange med det venstre ben.

Den unge, som blev tilbage i reden, gjorde sig så bred den kunne, den var jo nu husejer, men længe varede det ikke.–Om natten skinnede den røde ild gennem ruderne, flammerne slog frem under taget, det tørre strå gik op i lue, hele huset brændte, og spurveungen med, derimod kom de unge folk lykkelig bort. Da solen næste morgen var oppe og alt syntes så forfrisket som efter en mild nattesøvn, stod der af bondehuset ikke andet tilbage, end nogle sorte, forkullede bjælker, der hældede sig op til skorstenen, som var sin egen herre; det røg stærkt fra grunden, men foran den stod frisk og blomstrende det hele rosentræ, der spejlede hver gren og hver blomst i det stille vand. “Nej hvor dejligt de roser står der foran det nedbrændte hus!” råbte en mand, som kom forbi. “Det er det yndigste lille billede! det må jeg have!” og manden tog op af lommen en lille bog med hvide blade, og han tog sin blyant, for han var en maler, og tegnede så det rygende grus, de forkullede bjælker op til den hældende skorsten, for den hældede mere og mere, men allerforrest stod den store, blomstrende rosenhæk, den var rigtignok dejlig, og var jo også ene skyld i at det hele blev tegnet. Op ad dagen kom forbi to af gråspurvene, som var født her. “Hvor er huset?” sagde de, “hvor er reden?–Pip, alting er brændt op og vor stærke broder er brændt med! det fik han fordi han beholdt reden.–Roserne er sluppet godt fra det! de står endnu med røde kinder. De sørger da ikke for naboens ulykke. Ja jeg taler ikke til dem, og grimt er her, det er min mening!” Så fløj de. Ud på efteråret var det en dejlig solskinsdag, man kunne ordentlig tro, man var midt i sommeren. Der var så tørt og rent i gården foran den store trappe hos herremandens, og der gik duerne, både sorte og hvide og violette, de glinsede i solskinnet og de gamle duemødre brusede sig op og sagde til ungerne, “stå i gruppe! stå i gruppe!”–for så tog de sig bedre ud. “Hvad er det små grå, der løber mellem os?” spurgte en gammel due, som havde rødt og grønt igennem øjnene. “Små grå! små grå!” sagde hun. “Det er spurve! skikkelige dyr! vi har altid haft ord for at være fromme, og så får vi lade dem pille op!–De taler ikke med og skraber så net med benet!” Ja de skrabede, tre gange skrabede de med det venstre ben, men de sagde også pip og så kendte de hverandre, det var tre spurve fra det afbrændte hus. “Her er overmåde godt at æde!” sagde spurvene. Og duerne gik rundt om hverandre, brystede sig og havde indvendig mening. “Ser du brystduen?” sagde den ene om den anden, “og ser du hende, hvor hun sluger ærter? hun får for mange! hun får de bedste! kurr kurr! ser du hvor hun der bliver skaldet i kammen! ser du det søde, det arrige dyr! knurre, knurre!” og så skinnede på dem alle sammen øjnene røde af arrighed. “Stå i gruppe, stå i gruppe! Små grå! små grå! Knurre, knurre, kurre!” gik det i et væk og således går det endnu om tusinde år. Gråspurvene spiste godt, og de hørte godt, ja de stillede sig endogså op, men det klædte ikke; mætte var de; så gik de fra duerne og sagde indbyrdes deres mening om dem, hoppede så ind under havestakittet, og da døren der til havestuen stod åben, hoppede den ene op på dørtrinet,

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han var overmæt og derfor modig: “pip!” sagde han, “det tør jeg!”–“pip!” sagde den anden, “det tør jeg også og lidt til!” og så hoppede han ind i stuen. Der var ingen folk derinde, det så den tredje nok, og så fløj han endnu længere op i stuen og sagde: “Helt ind, eller slet ikke! det er ellers en løjerlig menneske-rede den! og hvad her er stillet op! nej hvad er det!” Lige foran spurvene blomstrede jo roserne, de spejlede sig der i vandet, og de kullede bjælker lå op til den faldefærdige skorsten!– Nej, hvad var dog dette! hvor kom det ind i herregårdsstuen? Og alle tre spurve ville flyve hen over roser og skorsten, men det var en flad væg, de fløj imod; det hele var et maleri, et stort, prægtigt stykke, som maleren havde gjort efter sin lille tegning. “Pip!” sagde spurvene, “det er ingenting! det ser bare ud! pip! det er det skønne! Kan du begribe det, for jeg kan ikke!” og så fløj de, for der kom mennesker i stuen. Nu gik der både år og dag, duerne havde mange gange kurret, for ikke at sige knurret, de arrige dyr! Gråspurvene havde frosset om vinteren og levet højt om sommeren; de var alle sammen forlovede eller gifte, eller hvad man nu vil kalde det. Unger havde de, og enhvers unge var, naturligvis, den kønneste og den klogeste; en fløj her og en fløj der, og mødtes de, så kendtes de på “pip!” og tre skrab med det venstre ben. Den ældste af dem, det var nu sådan en gammel en, hun havde ingen rede og hun havde ingen unger; hun ville så gerne en gang til en stor by og så fløj hun til København. Der lå et stort hus med mange kulører; det lå lige ved slottet og kanalen, hvor der var skibe med æbler og potter. Vinduerne var bredere for neden end for oven, og kiggede spurvene derind, så var hver stue, syntes dem, ligesom om de så ned i en tulipan, alle mulige kulører og snirkler, og midt i tulipanen stod hvide mennesker; de var af marmor, nogle var også af gips, men det kommer ud på et for spurveøjne. Oven på huset stod en metalvogn med metalheste for, og sejrens gudinde, også af metal, kørte dem. Det var Thorvaldsens Museum. “Hvor det skinner! hvor det skinner!” sagde spurvefrøknen, “det er nok det skønne! pip! her er det dog større end en påfugl!” hun huskede endnu på fra lille af, hvad der var det største skønne, moderen kendte. Og hun fløj lige ned i gården; der var også prægtigt, der var malet palmer og grene op ad væggene, og midt i gården stod en blomstrende stor rosenbusk; den hældede sine friske grene med de mange roser hen over en grav; og hun fløj derhen, for der gik flere spurve, “pip!” og tre skrab med det venstre ben; den hilsen havde hun mange gange gjort i år og dag, og ingen havde forstået den, for de, som er skilt ad, de træffes ikke hver dag; den hilsen var blevet til vane, men i dag var der to gamle spurve og en unge, der sagde “pip!” og skrabede med det venstre ben. “Ih se god dag, god dag!” det var tre gamle fra spurvereden og så en lille en af familien. “Skal vi træffes her!” sagde de. “Det er et fornemt sted, men her er ikke meget at æde. Det er det skønne! pip!” Og der kom mange folk fra sidekamrene, hvor de prægtige marmorskikkelser stod, og de gik hen til graven, der gemte den store mester, som havde formet marmorstøtterne, og alle som kom, stod med lysende ansigter om Thorvaldsens grav, og enkelte opsamlede de affaldne

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rosenblade og gemte disse. Der var folk langvejs fra; de kom fra det store England, fra Tyskland og Frankrig; og den skønneste dame tog en af roserne, lagde den ved sit bryst. Da troede spurvene at roserne regerede her, at det hele hus var bygget for deres skyld, og det syntes de var rigtignok lidt for meget, men da menneskene alle sammen gjorde af roserne, så ville de ikke stå tilbage. “Pip!” sagde de, fejede gulvet med deres hale, og så med det ene øje på roserne; længe så de ikke, før de var visse på at det var de gamle naboer; og det var det også. Maleren, som havde tegnet rosenbusken ved det nedbrændte hus, havde siden ud på året fået lov til at grave den op, og da givet bygmesteren den, thi ingen roser var dejligere; og han havde sat den på Thorvaldsens grav, hvor den, som billedet på det skønne, blomstrede og gav sine røde, duftende blade at bæres som erindring til fjerne lande. “Har I fået ansættelse herinde i byen?” spurgte spurvene. Og roserne nikkede; de kendte de grå naboer og blev så glade ved at se dem. “Hvor det er velsignet at leve og blomstre, at se gamle venner og hver dag milde ansigter! Her er ligesom om det hver dag var en stor helligdag!” “Pip!” sagde spurvene, “jo det er de gamle naboer! deres herkomst fra gadekæret husker vi! pip! hvor de er kommet til ære! Somme kommer da også sovende til det. Og hvad rart der er ved sådan en rød klat, ved jeg ikke!–Og der sidder da et vissent blad, for det kan jeg se!” Og så nippede de i det, så at bladet faldt af, og friskere og grønnere stod træet, og roserne duftede i solskinnet på Thorvaldsens grav, til hvis udødelige navn deres skønhed sluttede sig.

Sommerfuglen [L a mari p osa]

Sommerfuglen ville have sig en kæreste; naturligvis ville han have sig en net lille en af blomsterne. Han så på dem; hver sad så stille og besindig på sin stilk, som en jomfru skal sidde, når hun ikke er forlovet; men her var så mange at vælge imellem, det blev en besværlighed, det gad sommerfuglen ikke være over og så fløj han til gåseurten. Hende kalder de franske Margrethe, de ved, at hun kan spå, og det gør hun, idet kærestefolk plukker blad for blad af hende, og ved hvert gør de et spørgsmål om kæresten: “af hjerte? – med smerte? – elsker meget? – lille bitte? – ikke det allermindste?” eller sådant noget. Enhver spørger på sit sprog. Sommerfuglen kom også for at spørge; han nippede ikke bladene af, men kyssede på hvert et, i den mening, at man kommer længst med det gode. “Søde Margrethe Gåseurt!” sagde han, “De er den klogeste kone af alle blomsterne! De forstår at spå! sig mig, får jeg den eller den? Og hvem får jeg? Når jeg ved det, kan jeg flyve lige til og fri!” Men Margrethe svarede slet ikke. Hun kunne ikke lide, at han kaldte hende kone, for hun var jo jomfru, og så er man ikke kone. Han spurgte anden gang og han spurgte tredje gang, og da han ikke fik et eneste ord af hende, så gad han ikke spørge mere, men fløj uden videre på frieri.


­­­—diez cuentos de hans christian andersen en purépecha—

Det var i det tidlige forår; der var fuldt op af sommergække og krokus. “De er meget nette!” sagde sommerfuglen, “nydelige små konfirmander! men noget ferske.” Han, som alle unge mandfolk, så efter ældre piger. Derpå fløj han til anemonerne; de var ham lidt for beske; violerne lidt for sværmeriske; tulipanerne for prangende; pinseliljerne for borgerlige; lindeblomsterne for små og de havde så stort familieskab; æbleblomsterne var jo rigtignok som roser at se på, men de stod i dag og faldt af i morgen, ligesom vinden blæste, det blev et for kort ægteskab, syntes han. Ærteblomsten var den, som mest behagede, den var rød og hvid, den var skær og fin, hørte til de huslige piger, som ser godt ud og dog dur for køkkenet; han var lige ved at fri til hende, men i det samme så han tæt ved hang en ærtebælg med vissen blomst på spidsen. “Hvem er det?” spurgte han. “Det er min søster,” sagde ærteblomsten. “Nå, således kommer De til at se ud senere!” Det skræmte sommerfuglen, og så fløj han. Kaprifolierne hang over gærdet; der var fuldt op af de frøkner, lange i ansigtet og gule i skindet; det slags holdt han ikke af. Ja, men hvad holdt han af? Spørg ham. Foråret gik, sommeren gik og så var det efterår; lige nær var han. Og blomsterne kom i de dejligste klæder, men hvad kunne det hjælpe, her var ikke det friske, duftende ungdomssind. Duft trænger just hjertet til med alderen og duft er der nu ikke synderligt af hos georginer og stokroser. Så søgte sommerfuglen ned til krusemynten. “Den har nu slet ingen blomst, men den er hel blomst, dufter fra rod til top, har blomsterduft i hvert et blad. Hende tager jeg!” Og så friede han endelig. Men krusemynten stod stiv og stille og til sidst sagde den: “Venskab, men heller ikke mere! jeg er gammel og De er gammel! vi kan meget godt leve for hinanden, men gifte os – nej! lad os bare ikke gøre os til nar i vor høje alder!” Og så fik sommerfuglen slet ingen. Han havde søgt for længe, og det skal man ikke. Sommerfuglen blev pebersvend, som man kalder det. Sent var det på efteråret, med regn og rusk; vinden blæste koldt ned ad ryggen på de gamle piletræer, så at det knagede i dem. Det var ikke godt at flyve ude i sommerklæder, da ville man få kærligheden at føle, som man siger; men sommerfuglen fløj heller ikke ude, han var tilfældigvis kommen inden døre, hvor der var ild i kakkelovnen, ja rigtigt sommervarmt; han kunne leve; men, “leve er ikke nok!” sagde han, “solskin, frihed og en lille blomst må man have!” Og han fløj mod ruden, blev set, beundret og sat på nål i raritetskassen; mere kunne man ikke gøre for ham. “Nu sidder jeg også på stilk ligesom blomsterne!” sagde sommerfuglen; “ganske behageligt er det dog ikke! det er nok som at være gift, man sidder fast!” og så trøstede han sig dermed. “Det er en dårlig trøst!” sagde potteblomsterne i stuen. “Men potteblomster kan man ikke ganske tro,” mente sommerfuglen, “de omgås for meget med mennesker!”

De vilde svaner

[Los cines salva jes]

Langt borte herfra, der hvor svalerne flyver hen, når vi har vinter, boede en konge, som havde elve sønner og én datter, Elisa. De elve brødre, prinser var de, gik i skole med stjerne på brystet og sabel ved siden; de skrev på guldtavle med diamantgriffel og læste lige så godt udenad, som indeni; man kunne straks høre, at de var prinser. Søsteren Elisa sad på en lille skammel af spejlglas og havde en billedbog, der var købt for det halve kongerige. Oh, de børn havde det så godt, men således skulle det ikke altid blive! Deres fader, som var konge over hele landet, giftede sig med en ond dronning, der slet ikke var de stakkels børn god; allerede den første dag kunne de godt mærke det; på hele slottet var der stor stads, og så legede børnene: komme fremmede; men i stedet for at de ellers fik alle de kager og stegte æbler, der var at overkomme, gav hun dem kun sand i en tekop og sagde, at de kunne lade, som om det var noget. Ugen efter satte hun den lille søster Elisa ud på landet hos nogle bønderfolk, og længe varede det ikke, før hun fik kongen indbildt så meget om de stakkels prinser, at han slet ikke brød sig mere om dem. “Flyv I ud i verden og skøt jer selv!” sagde den onde dronning; “flyv som store fugle, uden stemme!” men hun kunne dog ikke gøre det så slemt, som hun gerne ville; de blev elve dejlige vilde svaner. Med et underligt skrig fløj de ud af slotsvinduerne hen over parken og skoven. Det var endnu ganske tidlig morgen, da de kom forbi, hvor søsteren Elisa lå og sov i bondens stue; her svævede de over taget, drejede med deres lange halse, og slog med vingerne, men ingen hørte eller så det; de måtte igen af sted, højt op imod skyerne, langt ud i den vide verden, der fløj de ud i en stor mørk skov, der strakte sig lige til stranden. Den stakkels lille Elisa stod i bondens stue, og legede med et grønt blad, andet legetøj havde hun ikke; og hun stak et hul i bladet, kikkede derigennem op på solen, og da var det ligesom om hun så sine brødres klare øjne, og hver gang de varme solstråler skinnede på hendes kind, tænkte hun på alle deres kys. Den ene dag gik ligesom den anden. Blæste vinden gennem de store rosenhække uden for huset, da hviskede den til roserne: “Hvem kan være smukkere, end I,” men roserne rystede med hovedet og sagde: “Det er Elisa.” Og sad den gamle kone om søndagen i døren og læste i sin salmebog, da vendte vinden bladene, og sagde til bogen: “Hvem kan være frommere end du?”–“Det er Elisa!” sagde salmebogen, og det var den rene sandhed, hvad roserne og salmebogen sagde. Da hun var femten år, skulle hun hjem; og da dronningen så, hvor smuk hun var, blev hun hende vred og hadefuld; gerne havde hun forvandlet hende til en vild svane, ligesom brødrene, men det turde hun ikke straks, da jo kongen ville se sin datter. I den tidlige morgen gik dronningen ind i badet, der var bygget af marmor, og smykket med bløde hynder og de dejligste tæpper, og hun tog tre skrubtudser, kyssede på dem, og sagde til den ene: “Sæt dig på Elisas hoved, når hun kommer i badet, at hun kan blive dorsk, som du!

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Sæt dig på hendes pande,” sagde hun til den anden, “at hun kan blive styg, som du, så at hendes fader ikke kender hende! Hvil ved hendes hjerte,” hviskede hun til den tredje, “lad hende få et ondt sind, at hun kan have pine deraf!” Så satte hun skrubtudserne ud i det klare vand, der straks fik en grønlig farve, kaldte på Elisa, klædte hende af, og lod hende stige ned i vandet, og i det hun dukkede, satte den ene skrubtudse sig i hendes hår, den anden på hendes pande og den tredje på brystet, men Elisa syntes slet ikke at mærke det; så snart hun rejste sig op, flød der tre røde valmuer på vandet; havde dyrene ikke været giftige og kysset af heksen, da var de blevet forvandlet til røde roser, men blomster blev de dog, ved at hvile på hendes hoved og ved hendes hjerte; hun var for from og uskyldig til at trolddommen kunne have magt over hende. Da den onde dronning så det, gned hun hende ind med valnøddesaft, så hun blev ganske sortbrun, strøg det smukke ansigt over med en stinkende salve og lod det dejlige hår filtre sig; det var umuligt at kende den smukke Elisa igen. Da derfor hendes fader så hende, blev han ganske forskrækket, og sagde at det var ikke hans datter; ingen ville heller kendes ved hende, uden lænkehunden og svalerne, men de var fattige dyr og havde ikke noget at sige. Da græd den stakkels Elisa og tænkte på sine elve brødre, der alle var borte. Bedrøvet listede hun sig ud af slottet, gik hele dagen over mark og mose ind i den store skov. Hun vidste slet ikke, hvor hun ville hen, men hun følte sig så bedrøvet og længtes efter sine brødre, de var vist også, ligesom hun, jaget ud i verden, dem ville hun søge og finde. Kun kort tid havde hun været i skoven, før natten faldt på; hun var kommet rent bort fra vej og sti; da lagde hun sig ned på det bløde mos, læste sin aftenbøn og hældede sit hoved op til en stub. Der var så stille, luften var så mild, og rundt omkring i græsset og på mosset skinnede, som en grøn ild, over hundrede sankthansorm; da hun med hånden sagte rørte ved en af grenene, faldt de lysende insekter, som stjerneskud, ned til hende. Hele natten drømte hun om sine brødre; de legede igen, som børn, skrev med diamantgriffel på guldtavle og så i den dejlige billedbog, der havde kostet det halve rige; men på tavlen skrev de ikke, som før, kun nuller og streger, nej de dristigste bedrifter de havde udført, alt hvad de havde oplevet og set; og i billedbogen var alt levende, fuglene sang, og menneskene gik ud af bogen og talte til Elisa og hendes brødre, men når hun vendte bladet, sprang de straks igen ind, for at der ikke skulle komme vildrede i billederne. Da hun vågnede, var solen allerede højt oppe; hun kunne rigtignok ikke se den, de høje træer bredte deres grene tæt og fast ud, men strålerne spillede deroppe ligesom et viftende guldflor; der var en duft af det grønne, og fuglene var nær ved at sætte sig på hendes skuldre. Hun hørte vandet plaske, det var mange store kildevæld, som alle faldt ud i en dam hvor der var den dejligste sandbund; rigtignok voksede her tætte buske rundt om, men på ét sted havde hjortene gravet en stor åbning og her gik Elisa hen til vandet, det var så klart, at havde vinden ikke rørt grene og buske således at de bevægede sig, da måtte hun have troet, at

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de var malet af nede på bunden, så tydeligt spejlede sig der hvert blad, både det solen skinnede igennem og det der ganske var i skygge. Så snart hun så sit eget ansigt, blev hun ganske forskrækket, så brunt og fælt var det, men da hun gjorde sin lille hånd våd og gned øjne og pande, skinnede den hvide hud frem igen, da lagde hun alle sine klæder og gik ud i det friske vand; et dejligere kongebarn, end hun var, fandtes der ikke i denne verden. Da hun igen var klædt og havde flettet sit lange hår, gik hun til det sprudlende væld, drak af sin hule hånd, og vandrede længere ind i skoven, uden selv at vide hvorhen. Hun tænkte på sine brødre, tænkte på den gode Gud, der vist ikke ville forlade hende; han lod de vilde skovæbler gro, for at mætte den hungrige; han viste hende et sådant træ, grenene bugnede af frugt, her holdt hun sit middagsmåltid, satte støtter under dets grene og gik så ind i den mørkeste del af skoven. Der var så stille, at hun hørte sine egne fodtrin, hørte hvert lille vissent blad der bøjede sig under hendes fod; ikke en fugl var der at se, ikke en solstråle kunne trænge igennem de store tætte trægrene; de høje stammer stod så nær ved hinanden, at når hun så ligefrem, var det, som om det ene bjælkegitter, tæt ved det andet, omsluttede hende; oh, her var en ensomhed, hun aldrig før havde kendt. Natten blev så mørk; ikke en eneste lille sankthansorm skinnede fra mosset, bedrøvet lagde hun sig ned for at sove; da syntes hun at trægrenene oven over hende gik til side og Vorherre med milde øjne så ned på hende, og små engle tittede frem over hans hoved og under hans arme. Da hun vågnede om morgnen, vidste hun ikke, om hun havde drømt det, eller om det virkelig var så. Hun gik nogle skridt fremad, da mødte hun en gammel kone med bær i sin kurv, den gamle gav hende nogle af disse. Elisa spurgte, om hun ikke havde set elve prinser ride igennem skoven. “Nej,” sagde den gamle, “men jeg så i går elve svaner med guldkroner på hovedet svømme ned af åen her tæt ved!” Og hun førte Elisa et stykke længere frem til en skrænt; neden for denne bugtede sig en å; træerne på dens bredder strakte deres lange bladfulde grene over imod hinanden, og hvor de, efter deres naturlige vækst, ikke kunne nå sammen, der havde de revet rødderne løse fra jorden og hældede ud over vandet med grenene flettet i hinanden. Elisa sagde farvel til den gamle og gik langs med åen, til hvor denne flød ud i den store, åbne strand. Hele det dejlige hav lå for den unge pige; men ikke en sejler viste sig derude, ikke en båd var der at se, hvor skulle hun dog komme længere bort. Hun betragtede de utallige småstene på bredden; vandet havde slebet dem alle runde. Glas, jern, stene, alt hvad der lå skyllet op, havde taget skikkelse af vandet, der dog var langt blødere end hendes fine hånd. “Det bliver utrætteligt ved at rulle, og så jævner sig det hårde, jeg vil være lige så utrættelig! tak for eders lærdom, I klare, rullende bølger; engang, det siger mit hjerte mig, vil I bære mig til mine kære brødre!” På den opskyllede tang lå elve hvide svanefjer; hun samlede dem i en buket, der lå vanddråber på dem, om det var dug eller tårer, kunne ingen se. Ensomt var der ved stranden, men hun følte det ikke; thi


­­­—diez cuentos de hans christian andersen en purépecha—

havet frembød en evig afveksling, ja i nogle få timer flere, end de ferske indsøer kan vise i et helt år. Kom der en stor sort sky, så var det, som søen ville sige: Jeg kan også se mørk ud, og da blæste vinden og bølgerne vendte det hvide ud; men skinnede skyerne røde og vindene sov, så var havet som et rosenblad; nu blev det grønt, nu hvidt, men i hvor stille det hvilede, var der dog ved bredden en sagte bevægelse; vandet hævede sig svagt, som brystet på et sovende barn. Da solen var ved at gå ned, så Elisa elve vilde svaner med guldkroner på hovedet flyver mod land, de svævede den ene bag den anden; det så ud som et langt hvidt bånd; da steg Elisa op på skrænten og skjulte sig bag en busk; svanerne satte sig nær ved hende og slog med deres store, hvide vinger. I det solen var under vandet, faldt pludseligt svanehammen og der stod elve dejlige prinser, Elisas brødre. Hun udstødte et højt skrig; thi uagtet de havde forandret sig meget, vidste hun, at det var dem, følte, at det måtte være dem; og hun sprang i deres arme, kaldte dem ved navn og de blev så lyksalige, da de så og kendte deres lille søster, der nu var så stor og dejlig. De lo og de græd, og snart havde de forstået hinanden, hvor ond deres stedmoder havde været imod dem alle. “Vi brødre,” sagde den ældste, “flyver, som vilde svaner, så længe solen står på himlen; når den er nede, får vi vor menneskelige skikkelse; derfor må vi altid ved solnedgang passe på at have hvile for foden; for flyver vi da oppe mod skyerne, må vi, som mennesker, styrte ned i dybet. Her bor vi ikke; der ligger et lige så skønt land, som dette, hin side søen; men vejen derhen er lang, det store hav må vi over, og der findes ingen ø på vor vej, hvor vi kan overnatte, kun en ensom lille klippe rager op midt derude; den er ej større, end at vi side om side kan hvile på den; går søen stærk så sprøjter vandet højt over os; men dog takker vi vor Gud for den. Der overnatter vi i vor skikkelse som menneske, uden den kunne vi aldrig gæste vort kære fædreland, thi to af årets længste dage bruger vi til vor flugt. Kun en gang om året er det forundt os at besøge vort fædrenehjem, elve dage tør vi blive her, flyve hen over denne store skov, hvorfra vi kan øjne slottet, hvor vi blev født og hvor vor fader bor, se det høje tårn af kirken, hvor moder er begravet.–Her synes vi træer og buske er i slægt med os, her løber de vilde heste hen over sletterne, som vi så det i vor barndom; her synger kulbrænderen de gamle sange, vi dansede efter som børn, her er vort fædreland, her drages vi hen og her har vi fundet dig du kære, lille søster! to dage endnu tør vi blive her, så må vi bort over havet til et dejligt land, men som ikke er vort fædreland! hvorledes får vi dig med? Vi har hverken skib eller båd!” “Hvorledes skal jeg kunne frelse eder!” sagde søsteren. Og de talte sammen næsten den hele nat, der blev kun blundet nogle timer. Elisa vågnede ved lyden af svanevingerne, der susede over hende. Brødrene var igen forvandlet og de fløj i store kredse og til sidst langt bort, men en af dem, den yngste, blev tilbage; og svanen lagde sit hoved i hendes skød og hun klappede dens hvide vinger; hele dagen var de sammen. Mod aften kom de andre tilbage, og da solen var nede, stod de i deres naturlige skikkelse.

“I morgen flyver vi herfra, tør ikke komme tilbage før om et helt år, men dig kan vi ikke således forlade! har du mod at følge med? Min arm er stærk nok til at bære dig gennem skoven, skal vi da ikke alle have stærke vinger nok til at flyve med dig over havet.” “Ja, tag mig med!” sagde Elisa. Den hele nat tilbragte de med at flette et net af den smidige pilebark og de seje siv, og det blev stort og stærkt; på dette lagde Elisa sig, og da solen så kom frem, og brødrene forvandledes til vilde svaner, greb de i nettet med deres næb, og fløj højt mod skyerne med den kære søster, der sov endnu. Solstrålerne faldt lige på hendes ansigt, derfor fløj en af svanerne over hendes hoved, at dens brede vinger kunne give skygge. De var langt fra land, da Elisa vågnede; hun troede endnu at drømme, så underligt forekom det hende, at bæres over havet, højt igennem luften. Ved hendes side lå en gren med dejlige modne bær, og et bundt velsmagende rødder; dem havde den yngste af brødrene samlet og lagt til hende, og hun tilsmilede ham taknemlig, thi hun kendte, det var ham, som fløj lige over hendes hoved, og skyggede med vingerne. De var så højt oppe, at det første skib, de så under dem, syntes en hvid måge, der lå på vandet. En stor sky stod bag ved dem, det var et helt bjerg, og på den så Elisa skyggen af sig selv, og af de elve svaner, så kæmpestore fløj de der; det var et skilderi, prægtigere end hun havde set noget før; men alt som solen steg højere og skyen blev længere bag ved dem, forsvandt det svævende skyggebillede. Den hele dag fløj de af sted, som en susende pil gennem luften, men dog var det langsommere end ellers, nu havde de søsteren at bære. Der trak et ondt vejr op, aftnen nærmede sig; angst så Elisa solen synke, og endnu var ej den ensomme klippe i havet at øjne; det forekom hende, at svanerne gjorde stærkere slag med vingerne. Ak! hun var skyld i, at de ej kom hurtigt nok af sted; når solen var nede, ville de blive til mennesker, styrte i havet, og drukne. Da bad hun i sit hjertes inderste en bøn til Vorherre, men endnu øjnede hun ingen klippe; den sorte sky kom nærmere; de stærke vindpust forkyndte en storm; skyerne stod i en eneste stor truende bølge, der fast som bly skød fremad; lyn blinkede på lyn. Nu var solen lige ved randen af havet. Elisas hjerte bævede; da skød svanerne nedad, så hastigt at hun troede at falde; men nu svævede de igen. Solen var halvt nede i vandet; da først øjnede hun den lille klippe under sig, den så ud, ikke større, end om det var en sælhund, der stak hovedet op af vandet. Solen sank så hurtigt; nu var den kun, som en stjerne; da rørte hendes fod ved den faste grund, solen slukkedes lig den sidste gnist i det brændende papir; arm i arm så hun brødrene stå omkring sig; men mere plads, end netop til dem og hende, var der heller ikke. Søen slog mod klippen, og gik som en skylregn hen over dem; himlen skinnede i en altid flammende ild og slag på slag rullede tordenen; men søster og brødre holdt hinanden i hænderne og sang en salme, hvoraf de fik trøst og mod. I dagningen var luften ren og stille; så snart solen steg, fløj svanerne med Elisa bort fra øen. Havet gik endnu stærkt, det så ud, da de var højt i vejret, som om den hvide skum på den sortgrønne sø var millioner svaner, der flød på vandet.

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Da solen kom højere, så Elisa foran sig, halvt svømmende i luften, et bjergland, med skinnende ismasser på fjeldene og midt derpå strakte sig et vist milelangt slot, med den ene dristige søjlegang ovenpå den anden; nedenfor gyngede palmeskove og pragtblomster, store, som møllehjul. Hun spurgte, om det var landet, hun skulle til, men svanerne rystede med hovedet, thi det, hun så, var Fatamorganas dejlige, altid omvekslende skyslot; derind turde de intet menneske bringe. Elisa stirrede derpå; da styrtede bjerge, skove og slot sammen, og der stod tyve stolte kirker, alle hinanden lige, med høje tårne, og spidse vinduer. Hun syntes at høre orglet klinge, men det var havet, hun hørte. Nu var hun kirkerne ganske nær, da blev disse til en hel flåde, der sejlede hen under hende; hun så ned, og det var kun havtåge, der jog hen over vandet. Ja en evig afveksling havde hun for øje, og nu så hun det virkelige land, hun skulle til; der rejste sig de dejlige blå bjerge, med cederskove, byer og slotte. Længe før solen gik ned, sad hun på fjeldet foran en stor hule, der var begroet med fine, grønne slyngplanter; det så ud, som det var broderede tæpper. “Nu skal vi se, hvad du drømmer her i nat!” sagde den yngste broder og viste hende hendes sovekammer. “Gid jeg måtte drømme, hvorledes jeg skulle frelse eder!” sagde hun; og denne tanke beskæftigede hende så levende; hun bad så inderlig til Gud om hans hjælp, ja selv i søvne vedblev hun sin bøn; da forekom det hende, at hun fløj højt op i luften, til Fatamorganas skyslot, og feen kom hende i møde, så smuk og glimrende, og dog lignede hun ganske den gamle kone, der gav hende bær i skoven, og fortalte hende om svanerne med guldkronerne på. “Dine brødre kan frelses!” sagde hun, “men har du mod og udholdenhed. Vel er havet blødere end dine fine hænder, og omformer dog de hårde stene, men det føler ikke den smerte, dine fingre ville føle; det har intet hjerte, lider ikke den angst og kval, du må udholde. Ser du denne brændenælde, jeg holder i min hånd! af denne slags vokser mange rundt om hulen, hvor du sover; kun de der, og de, som skyder frem på kirkegårdens grave, er brugelige, mærk dig det; dem må du plukke, skønt de vil brænde din hud i vabler; bryd nælderne med dine fødder, da får du hør; med den skal du sno og binde elve panserskjorter, med lange ærmer, kast disse over de elve vilde svaner, så er trolddommen løst. Men husk vel på, at fra det øjeblik, du begynder dette arbejde, og lige til det er fuldendt, om der endog går år imellem, må du ikke tale; det første ord, du siger, går som en dræbende dolk i dine brødres hjerte; ved din tunge hænger deres liv. Mærk dig alt dette!” Og hun rørte i det samme ved hendes hånd med nælden; den var som en brændende ild, Elisa vågnede derved. Det var lys dag, og tæt ved, hvor hun havde sovet, lå en nælde, som den, hun havde set i drømme. Da faldt hun på sine knæ, takkede Vorherre, og gik ud af hulen, for at begynde på sit arbejde. Med de fine hænder greb hun ned i de hæslige nælder, de var som ild; store vabler brændte de på hendes hænder og arme, men gerne ville hun lide det, kunne hun frelse de kære brødre. Hun brød hver nælde med sine nøgne fødder, og snoede den grønne hør. Da solen var nede, kom brødrene, og de blev forskrækket ved at finde hende så tavs; de troede at det var en ny trolddom af den onde

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stedmoder; men da de så hendes hænder, begreb de, hvad hun gjorde for deres skyld, og den yngste broder græd, og hvor hans tårer faldt, der følte hun ingen smerter, der forsvandt de brændende vabler. Natten tilbragte hun med sit arbejde, thi hun havde ingen ro, før hun havde frelst de kære brødre; hele den følgende dag, medens svanerne var borte, sad hun i sin ensomhed, men aldrig havde tiden fløjet så hurtig. En panserskjorte var alt færdig, nu begyndte hun på den næste. Da klang jagthorn mellem bjergene; hun blev ganske angst; lyden kom nærmere; hun hørte hunde gø; forskrækket søgte hun ind i hulen, bandt nælderne, hun havde samlet og heglet, i et bundt, og satte sig derpå. I det samme kom en stor hund springende frem fra krattet, og straks efter en, og endnu en; de gøede højt, løb tilbage, og kom frem igen. Det varede ikke mange minutter, så stod alle jægerne uden for hulen, og den smukkeste iblandt dem var landets konge, han trådte hen til Elisa, aldrig havde han set en skønnere pige. “Hvor er du kommet her, du dejlige barn!” sagde han. Elisa rystede med hovedet, hun turde jo ikke tale, det gjaldt hendes brødres frelse og liv; og hun skjulte sine hænder under forklædet, at kongen ikke skulle se, hvad hun måtte lide. “Følg med mig!” sagde han, “her må du ikke blive! er du god, som du er smuk, da vil jeg klæde dig i silke og fløjl, sætte guldkronen på dit hoved, og du skal bo og bygge i mit rigeste slot!”–og så løftede han hende op på sin hest; hun græd, vred sine hænder, men kongen sagde: “Jeg vil kun din lykke! engang skal du takke mig derfor!” og så fór han af sted mellem bjergene, og holdt hende foran på hesten, og jægerne jog bagefter. Da solen gik ned, lå den prægtige kongestad, med kirker og kupler foran, og kongen førte hende ind i slottet, hvor store springvand plaskede i de høje marmorsale, hvor vægge og loft prangede med malerier, men hun havde ikke øjne derfor, hun græd og sørgede; godvillig lod hun kvinderne iføre hende de kongelige klæder, flette perler i hendes hår, og trække fine handsker over de forbrændte fingre. Da hun stod der i al sin pragt, var hun så blændende smuk, at hoffet bøjede sig endnu dybere for hende, og kongen kårede hende til sin brud; skønt ærkebiskoppen rystede med hovedet, og hviskede, at den smukke skovpige vist var en heks, hun blændede deres øjne, og bedårede kongens hjerte. Men kongen hørte ikke derpå, lod musikken klinge, de kosteligste retter frembære, de yndigste piger danse om hende, og hun blev ført gennem duftende haver ind i prægtige sale; men ikke et smil gik over hendes læber, eller frem på hendes øjne, sorgen stod der, som evig arv og eje. Nu åbnede kongen et lille kammer, tæt ved hvor hun skulle sove; her var pyntet med kostelige grønne tæpper, og lignede ganske hulen, hvori hun havde været; på gulvet lå det bundt hør, hun havde spundet af nælderne, og under loftet hang panserskjorten, der var strikket færdig; Alt dette havde en af jægerne taget til sig, som noget kuriøst. “Her kan du drømme dig tilbage i dit fordums hjem!” sagde kongen. “Her er det arbejde, som der beskæftigede dig; nu, midt i al din pragt, vil det more dig at tænke tilbage på hin tid.”


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Da Elisa så dette, der lå hendes hjerte så nært, spillede et smil om hendes mund, og blodet vendte tilbage i kinderne; hun tænkte på sine brødres frelse, kyssede kongens hånd, og han trykkede hende til sit hjerte, og lod alle kirkeklokker forkynde bryllupsfest. Den dejlige stumme pige fra skoven var landets dronning. Da hviskede ærkebiskoppen onde ord i kongens øre, men de sank ikke ned til hans hjerte, brylluppet skulle stå, ærkebiskoppen selv måtte sætte hende kronen på hovedet, og han trykkede med ond uvilje den snævre ring fast ned over panden, så det gjorde ondt; dog der lå en tungere ring om hendes hjerte, sorgen over hendes brødre; hun følte ikke den legemlige pine. Hendes mund var stum, et eneste ord ville jo skille hendes brødre ved livet, men i hendes øjne lå der en dyb kærlighed til den gode, smukke konge, der gjorde alt for at glæde hende. Med hele sit hjerte blev hun ham dag for dag mere god; oh, at hun turde blot betro sig til ham, sige ham sin lidelse! men stum måtte hun være, stum måtte hun fuldføre sit værk. Derfor listede hun sig om natten fra hans side, gik ind i det lille lønkammer, der var smykket, som hulen, og hun strikkede den ene panserskjorte færdig efter den anden; men da hun begyndte på den syvende, havde hun ikke mere hør. På kirkegården vidste hun de nælder groede, som hun skulle bruge, men selv måtte hun plukke dem, hvorledes skulle hun komme derud. “Oh, hvad er smerten i mine fingre, mod den kval mit hjerte lider!” tænkte hun, “jeg må vove det! Vorherre vil ikke slå hånden af mig!” med en hjerteangst, som var det en ond gerning hun havde for, listede hun sig, i den måneklare nat, ned i haven, gik gennem de lange alleer, ud på de ensomme gader, hen til kirkegården. Der så hun på en af de bredeste ligstene sad en kreds lamier, hæslige hekse, de tog deres pjalter af, som om de ville bade sig, og så gravede de med de lange magre fingre ned i de friske grave, tog ligene frem og åd deres kød. Elisa måtte dem tæt forbi, og de fæstede deres onde øjne på hende, men hun læste sin bøn, samlede de brændende nælder, og bar dem hjem til slottet. Kun et eneste menneske havde set hende, ærkebiskoppen, han var oppe, når de andre sov; nu havde han dog fået ret i hvad han mente: at det ikke var, som det skulle, med dronningen; hun var en heks, derfor havde hun bedåret kongen og det hele folk. I skriftestolen sagde han til kongen, hvad han havde set, og hvad han frygtede, og da de hårde ord kom fra hans tunge, rystede de udskårne helgenbilleder med hovedet, som om de ville sige: Det er ikke så, Elisa er uskyldig! men ærkebiskoppen lagde det anderledes ud, mente, at de vidnede imod hende, at de rystede med hovedet over hendes synd. Da rullede to tunge tårer ned over kongens kinder, han gik hjem med tvivl i sit hjerte; og han lod som om han sov om natten, men der kom ingen rolig søvn i hans øjne, han mærkede, hvorledes Elisa stod op, og hver nat gentog hun dette og hver gang fulgte han sagte efter, og så at hun forsvandt i sit lønkammer. Dag for dag blev hans mine mere mørk, Elisa så det, men begreb ikke hvorfor, men det ængstede hende, og hvad led hun ikke i sit hjerte for brødrene! på det kongelige fløjl og purpur randt hendes salte tårer, de lå der som glimrende diamanter, og alle som så den rige pragt,

ønskede at være dronningen. Snart var hun imidlertid til ende med sit arbejde, kun én panserskjorte manglede endnu; men hør havde hun heller ikke mere; og ikke en eneste nælde. En gang, kun denne sidste, måtte hun derfor på kirkegården og plukke nogle håndfulde. Hun tænkte med angst på den ensomme vandring, og på de skrækkelige lamier; men hendes vilje var fast, som hendes tillid til Vorherre. Elisa gik, men kongen og ærkebiskoppen fulgte efter, de så hende forsvinde ved gitterporten ind til kirkegården og da de nærmede sig den, sad på gravstenen lamierne, som Elisa havde set dem, og kongen vendte sig bort; thi mellem disse tænkte han sig hende, hvis hoved endnu i denne aften havde hvilet ved hans bryst. “Folket må dømme hende!” sagde han, og folket dømte, hun skal brændes i de røde luer. Fra de prægtige kongesale blev hun ført hen i et mørkt, fugtigt hul, hvor vinden peb ind af det gitrede vindue; i stedet for fløjl og silke gav de hende det bundt nælder hun havde samlet, det kunne hun lægge sit hoved på; de hårde brændende panserskjorter, hun havde strikket, skulle være dyne og tæppe, men intet kærere kunne de skænke hende, hun tog igen fat på sit arbejde og bad til sin Gud. Udenfor sang gadedrengene spotteviser om hende; ingen sjæl trøstede hende med et kærligt ord. Da susede mod aften, tæt ved gitteret, en svanevinge, det var den yngste af brødrene, han havde fundet søsteren; og hun hulkede højt af glæde, skønt hun vidste, at natten, som kom, muligt var den sidste hun havde at leve i; men nu var jo arbejdet også næsten fuldført og hendes brødre var her. Ærkebiskoppen kom for at være den sidste time hos hende, det havde han lovet kongen, men hun rystede på hovedet, bad med blik og miner at han ville gå; i denne nat måtte hun jo ende sit arbejde, ellers var alt til unytte; alt, smerte, tårer og de søvnløse nætter; ærkebiskoppen gik bort med onde ord imod hende, men den stakkels Elisa vidste, hun var uskyldig, og vedblev sit arbejde. De små mus løb på gulvet, de slæbte nælderne hen for hendes fødder, for dog at hjælpe lidt, og droslen satte sig ved vinduets gitter, og sang den hele nat, så lystigt den kunne, at hun ikke skulle tabe modet. Det var endnu ikke mere end dagning, først om en time ville solen komme op, da stod de elve brødre ved slottets port, forlangte at føres for kongen, men det kunne ikke ske, blev der svaret, det var jo nat endnu, kongen sov og turde ikke vækkes. De bad, de truede, vagten kom, ja selv kongen trådte ud, og spurgte hvad det betød; da kom solen i det samme op, og der var ingen brødre at se, men hen over slottet fløj elve vilde svaner. Ud af byens port strømmede det hele folk, de ville se heksen blive brændt. En ussel hest trak kærren, hvori hun sad; man havde givet hende en kittel på, af groft sækketøj; hendes dejlige lange hår hang løst om det smukke hoved; hendes kinder var dødblege, hendes læber bevægede sig sagte, mens fingrene snoede den grønne hør; selv på vejen til sin død slap hun ikke det begyndte arbejde, de ti panserskjorter lå ved hendes fødder, den elvte strikkede hun på. Pøbelen forhånede hende. “Se til heksen, hvor hun mumler! ikke en salmebog har hun i hånden, nej sit lede kogleri sidder hun med, riv det fra hende i tusinde stykker!”

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Og de trængte alle ind på hende og ville sønderrive det; da kom elve hvide svaner flyvende, de satte sig rundt om hende på kærren og slog med deres store vinger. Da veg hoben forfærdet til side. “Det er et tegn fra Himmelen! hun er vist uskyldig!” hviskede mange, men de vovede ikke højt at sige det. Nu greb bødlen hende ved hånden, da kastede hun i hast de elve skjorter over svanerne og der stod elve dejlige prinser, men den yngste havde en svanevinge i stedet for sin ene arm, thi der manglede et ærme i hans panserskjorte, det havde hun ikke fået færdig. “Nu tør jeg tale!” sagde hun, “jeg er uskyldig!” Og folket som så, hvad der var sket, bøjede sig for hende som for en helgeninde; men hun sank livløs i brødrenes arme, således havde spænding, angst og smerte virket på hende. “Ja, uskyldig er hun!” sagde den ældste broder, og nu fortalte han alt hvad der var sket, og medens han talte, udbredte sig en duft, som af millioner roser, thi hvert brændestykke i bålet havde slået rødder og skudt grene; der stod en duftende hæk, så høj og stor med røde roser; øverst sad en blomst, hvid og skinnende, den lyste, som en stjerne, den brød kongen, satte den på Elisas bryst, da vågnede hun med fred og lyksalighed i sit hjerte. Og alle kirkeklokker ringede af sig selv og fuglene kom i store flokke; det blev et bryllupstog tilbage til slottet, som endnu ingen konge havde set det.

Den lille pige med svovlstikkerne [L a pe q u e ña c e ril l e ra ]

Det var så grueligt koldt; det sneede og det begyndte at blive mørk aften; det var også den sidste aften i året, nytårsaften. I denne kulde og i dette mørke gik på gaden en lille, fattig pige med bart hoved og nøgne fødder; ja hun havde jo rigtignok haft tøfler på, da hun kom hjemme fra; men hvad kunne det hjælpe! det var meget store tøfler, hendes moder havde sidst brugt dem, så store var de, og dem tabte den lille, da hun skyndte sig over gaden, idet to vogne fór så grueligt stærkt forbi; den ene tøffel var ikke at finde og den anden løb en dreng med; han sagde, at den kunne han bruge til vugge, når han selv fik børn. Dér gik nu den lille pige på de nøgne små fødder, der var røde og blå af kulde; i et gammelt forklæde holdt hun en mængde svovlstikker og ét bundt gik hun med i hånden; ingen havde den hele dag købt af hende; ingen havde givet hende en lille skilling; sulten og forfrossen gik hun og så så forkuet ud, den lille stakkel! Snefnuggene faldt i hendes lange gule hår, der krøllede så smukt om nakken, men den stads tænkte hun rigtignok ikke på. Ud fra alle vinduer skinnede lysene og så lugtede der i gaden så dejligt af gåsesteg; det var jo nytårsaften, ja det tænkte hun på. Henne i en krog mellem to huse, det ene gik lidt mere frem i gaden end det andet, der satte hun sig og krøb sammen; de små ben havde hun trukket op under sig, men hun frøs endnu mere og hjem turde hun ikke gå, hun havde jo ingen svovlstikker solgt, ikke fået en eneste skilling,

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hendes fader ville slå hende og koldt var der også hjemme, de havde kun taget lige over dem og der peb vinden ind, skønt der var stoppet strå og klude i de største sprækker. Hendes små hænder var næsten ganske døde af kulde. Ak! en lille svovlstik kunne gøre godt. Turde hun bare trække én ud af bundtet, stryge den mod væggen og varme fingrene. Hun trak én ud, “ritsch!” hvor sprudede den, hvor brændte den! det var en varm, klar lue, ligesom et lille lys, da hun holdt hånden om den; det var et underligt lys! Den lille pige syntes hun sad foran en stor jernkakkelovn med blanke messingkugler og messingtromle; ilden brændte så velsignet, varmede så godt! nej, hvad var det!–Den lille strakte allerede fødderne ud for også at varme disse, – – da slukkedes flammen, kakkelovnen forsvandt,– hun sad med en lille stump af den udbrændte svovlstik i hånden. En ny blev strøget, den brændte, den lyste, og hvor skinnet faldt på muren, blev denne gennemsigtig, som et flor; hun så lige ind i stuen, hvor bordet stod dækket med en skinnende hvid dug, med fint porcelæn, og dejligt dampede den stegte gås, fyldt med svesker og æbler! og hvad der endnu var prægtigere, gåsen sprang fra fadet, vraltede hen af gulvet med gaffel og kniv i ryggen; lige hen til den fattige pige kom den; da slukkedes svovlstikken og der var kun den tykke, kolde mur at se. Hun tændte en ny. Da sad hun under det dejligste juletræ; det var endnu større og mere pyntet, end det hun gennem glasdøren havde set hos den rige købmand, nu sidste jul; tusinde lys brændte på de grønne grene og brogede billeder, som de der pynter butiksvinduerne, så ned til hende. Den lille strakte begge hænder i vejret–da slukkedes svovlstikken; de mange julelys gik højere og højere, hun så de var nu de klare stjerner, én af dem faldt og gjorde en lang ildstribe på himlen. “Nu dør der én!” sagde den lille, for gamle mormor, som var den eneste, der havde været god mod hende, men nu var død, havde sagt: Når en stjerne falder, går der en sjæl op til Gud. Hun strøg igen mod muren en svovlstik, den lyste rundt om, og i glansen stod den gamle mormor, så klar, så skinnende, så mild og velsignet. “Mormor!” råbte den lille, “Oh tag mig med! jeg ved, du er borte, når svovlstikken går ud; borte ligesom den varme kakkelovn, den dejlige gåsesteg og det store velsignede juletræ!”–og hun strøg i hast den hele rest svovlstikker, der var i bundtet, hun ville ret holde på mormor; og svovlstikkerne lyste med en sådan glans, at det var klarere end ved den lyse dag. Mormor havde aldrig før været så smuk, så stor; hun løftede den lille pige op på sin arm, og de fløj i glans og glæde, så højt, så højt; og der var ingen kulde, ingen hunger, ingen angst,–de var hos Gud! Men i krogen ved huset sad i den kolde morgenstund den lille pige med røde kinder, med smil om munden–død, frosset ihjel den sidste aften i det gamle år. Nytårsmorgen gik op over det lille lig, der sad med svovlstikkerne, hvoraf et knippe var næsten brændt. Hun har villet varme sig! sagde man; ingen vidste, hvad smukt hun havde set, i hvilken glans hun med gamle mormor var gået ind til nytårs glæde!


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Solskinshistorier [C u e ntos de l so l ]

“Nu skal jeg fortælle!” sagde blæsten. Nej, tillader De,” sagde regnvejret, “nu er det min tur! De har længe nok stået ved gadehjørnet og tudet alt hvad De kunne tude!” “Er det tak,” sagde blæsten, “fordi jeg til ære for Dem har vendt mangen paraply, ja knækket den, når folk ikke ville have med Dem at gøre!” “Jeg fortæller!” sagde solskinnet, “stille!” og det blev sagt med glans og majestæt, så blæsten lagde sig så lang den var, men regnvejret ruskede i blæsten og sagde: “Det skal vi tåle! hun bryder altid igennem, denne madame Solskin. Vi vil ikke høre efter! det er ikke umagen værd at høre efter!” Og solskinnet fortalte: “Der fløj en svane hen over det rullende hav; hver fjer på den skinnede som guld; én fjer faldt ned på det store købmandsskib, som for fulde sejl gled forbi; fjeren faldt i det krøllede hår på den unge mand, tilsynsmand over varerne, superkargo kaldte de ham. Lykkefuglens fjer berørte hans pande, blev pen i hans hånd, og han blev snart den rige købmand, der nok kunne købe sig sporer af guld, forvandle guldfad til adelsskjold; jeg har skinnet ind i det!” sagde solskinnet. “Svanen fløj hen over den grønne eng, hvor den lille fårevogter, en dreng på syv år, havde lagt sig i skyggen af det gamle, eneste træ herude. Og svanen i sin flugt kyssede et af træets blade, det faldt i drengens hånd, og det ene blad blev til tre, blev til ti, blev til en hel bog, og han læste i den om naturens underværker, om modersmålet, om tro og viden. Mod sengetid lagde han bogen under sit hoved for ikke at glemme hvad han havde læst, og bogen bar ham til skolebænk, til lærdoms bord. Jeg har læst hans navn mellem de lærdes!” sagde solskinnet. Svanen fløj ind i skovensomhed, hvilede sig der på de stille mørke søer, hvor åkanden gror, hvor de vilde skovæbler gror, hvor gøg og skovdue har hjemme. En fattig kone samlede brændsel, nedfaldne grene, bar dem på sin ryg, sit lille barn bar hun ved brystet og gik sin hjemvej. Hun så den gyldne svane, lykkens svane, løfte sig fra den sivgroede bred. Hvad skinnede der? Et gyldent æg; hun lagde det ved sit bryst og varmen blev; der var vist liv i ægget. Ja, det pikkede inden for skallen; hun fornam det og troede, det var hendes eget hjerte, der slog. Hjemme i sin fattige stue tog hun guldægget frem. “Tik! tik!” sagde det, som var det et kosteligt guldur, men et æg var det med levende liv. Ægget revnede, en lille svaneunge, fjeret, som af det pure guld, stak hovedet frem; den havde om halsen fire ringe, og da den fattige kone netop havde fire drenge, tre hjemme og den fjerde, som hun havde båret med i skovensomheden, så begreb hun straks, at her var en ring til hver af børnene, og idet hun begreb det, fløj den lille guldfugl. Hun kyssede hver ring, lod hvert barn kysse en af ringene, lagde den ved barnets hjerte, satte den på barnets finger. “Jeg så det!” sagde solskinnet. “Jeg så hvad der fulgte!

Den ene dreng satte sig i lergraven, tog en klump ler i sin hånd, drejede det med fingrene, og det blev en Jasonskikkelse, der havde hentet det gyldne skind. Den anden af drengene løb straks ud på engen hvor blomsterne stod med alle tænkelige farver; han plukkede en håndfuld, klemte dem så fast, at safterne sprøjtede ham ind i hans øjne, vædede ringen, det kriblede og krablede i tanker og i hånd, og efter år og dag talte den store stad om den store maler. Den tredje af drengene holdt ringen så fast i sin mund, at den gav klang, genlyd fra hjertebunden; følelser og tanker løftede sig i toner, løftede sig, som syngende svaner, dukkede sig, som svaner, ned i den dybe sø, tankens dybe sø; han blev tonernes mester, hvert land kan nu tænke: ‘Mig tilhører han!’ Den fjerde lille, ja han var skumpelskud; han havde pip, sagde de, han skulle have peber og smør, som de syge kyllinger! de sagde nu ordene med den betoning de ville: ‘Peber og smør!’ og det fik han; men af mig fik han et solskinskys,” sagde solskinnet, “han fik ti kys for et. Han var en digternatur, han blev knubset og kysset; men lykkeringen havde han fra lykkens gyldne svane. Hans tanker fløj ud som gyldne sommerfugle, udødelighedssymbolet!” “Det var en lang historie den!” sagde blæsten. “Og kedelig!” sagde regnvejret. “Blæs på mig, at jeg kan komme mig igen!” Og blæsten blæste, og solskinnet fortalte: “Lykkens svane fløj hen over den dybe havbugt, hvor fiskerne havde spændt deres garn. Den fattigste af dem tænkte på at gifte sig og han giftede sig. Til ham bragte svanen et stykke rav; rav drager til sig, det drog hjerter til huset. Rav er den dejligste røgelse. Der kom en duft, som fra kirken, der kom en duft fra Guds natur. De følte ret huslivets lykke, tilfredshed i de små kår, og da blev deres liv en hel solskinshistorie.” “Skal vi nu bryde af!” sagde blæsten. “Nu har solskinnet længe nok fortalt. Jeg har kedet mig!” “Jeg også!” sagde regnvejret. “Hvad siger nu vi andre, som har hørt historierne?” “Vi siger: ‘Nu er de ude!’”

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— Semblanzas de los colaboradores—

Semblanzas de los colaboradores (En orden alfabético)

Ana Karen Alba Olvera Estudiante del octavo semestre de artes visuales en la Facultad Popular de Bellas Artes de la Universidad Michoacana San Nicolás de Hidalgo. Ha participado en diversas exposiciones colectivas en el estado de Michoacán. Su obra se ubica tanto en las prácticas digitales como en las tradicionales, principalmente en el dibujo, la animación y la ilustración. Ana Paula Barajas Pérez Estudiante del segundo semestre de la licenciatura en artes visuales en la Facultad Popular de Bellas Artes de la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo. Ha expuesto en diferentes lugares de México. Su trabajo se enfoca en técnicas de dibujo e ilustración digital y la combinación con elementos análogos; asimismo, maneja técnicas dentro de la gráfica como el collage, el grabado y la serigrafía. Su obra intenta generar una crítica social y abrir diálogos sobre los problemas actuales. Andrea Regina Ríos Uribe (Regina Rem) Pasante de la licenciatura en Artes Visuales por la Facultad Popular de Bellas Artes de la UMSNH. Trabaja como freelance en diseño gráfico e ilustrador. Ha participado en algunas exposiciones colectivas y una individual en la Casa de la Cultura del Valle de Zamora. En el Festival Internacional de Cine Silente del 2017 fue seleccionada por la animación “Cercenados”. Su trabajo se enfoca principalmente en la creación de ilustraciones por medios digitales y diseño gráfico publicitario, incluyendo también animación y video experimental. Brenda Guido Serrano Artista visual egresada de la licenciatura en artes visuales de la Facultad Popular de Bellas Artes de la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo y académica en la misma institución, así como en el Conservatorio de las Rosas. Sus proyectos artísticos de carácter escultórico devienen de la intervención del espacio o la construcción de piezas tridimensionales a partir de objetos recuperados y de uso común, con una incisiva mirada a la feminidad desde las diversas problemáticas de género en la cultura occidental contemporánea. Su obra ha sido seleccionada en diferentes concursos y festivales artísticos a nivel nacional.

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­­­—diez cuentos de hans christian andersen en purépecha—

Dennis Alí Rodríguez Peña Productor con medios audiovisuales y académico en la Facultad Popular de Bellas Artes de la Universidad Michoacana San Nicolás de Hidalgo. Su propuesta estética establece vínculos entre estrategias de producción convencionales como el dibujo y la pintura, con la utilización de herramientas más recientes como los softwares de edición audiovisual. Su quehacer artístico está influenciado por una raíz filosófica postestructuralista. Ha sido seleccionado en la bienal de pintura Rufino Tamayo (2009), entre otras. Su obra ha sido exhibida en diversos espacios culturales, festivales y ferias de arte tanto en México como en Estados Unidos. Enrique Fernando Nava López Miembro de número de la Academia Mexicana de la Lengua y exdirector fundador del Instituto Nacional de Lenguas Indígenas de México. Es doctor en antropología por la UNAM, maestro en lingüística por la UNAM y El Colegio de México y lingüista por la ENAH. Estudió música en el Conservatorio Nacional de Música y en la Escuela Nacional de Música de la UNAM. Se desempeña como investigador de tiempo completo del Instituto de Investigaciones Antropológicas y director del posgrado en música en la UNAM. Es autor o coautor de decenas de artículos y ponencias que han sido publicados en diferentes países del mundo. Sus principales líneas de investigación han sido las culturas indígenas y su expresión musical, siendo la lengua purépecha uno de sus principales temas de estudio, junto con el náhuatl, el chichimeco-jonaz y el seri. Hugo Enrique Nieto Fernández (Toby) Estudiante de artes visuales en la Facultad Popular de Bellas Artes de la Universidad Michoacana San Nicolás de Hidalgo. Es ilustrador amateur en redes sociales como Instagram (@mr.toby_lowy), Facebook (Toby Lowy), YouTube (Mr. Toby Lowy), Tumblr (tobylowy) y Twitter (@Tobo_lowo). Ha participado en diversas exposiciones colectivas. Su trabajo desarrolla imágenes en el ámbito de la fantasía, la creación de historias y personajes y las producciones audiovisuales. Iris Calderón Téllez Originaria de la comunidad indígena de Santiago Azajo en Michoacán y hablante nativa de la lengua purépecha. Licenciada en historia por la Facultad de Historia y estudiante de la maestría en historia en el Instituto de Investigaciones Históricas de la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo. Recibió el premio Coparmex a la excelencia educativa, así como el premio Padre de la Patria en el 2018. Ha presentado conferencias y ponencias en diversos espacios académicos y comunitarios.

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— Semblanzas de los colaboradores—

Lorena Ojeda Dávila Es profesora e investigadora de tiempo completo de la Facultad de Historia de la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo e investigadora del Sistema Nacional de Investigadores, nivel 1. Es doctora en Historia de América Latina, Mundos Indígenas por la Universidad Pablo de Olavide en Sevilla, España, Maestra en Estudios Latinoamericanos por la Universidad de Texas en Austin y licenciada en Historia por la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo. Realizó una estancia posdoctoral como Fulbright Visiting Scholar en la Universidad de California en Berkeley y actualmente ocupa la Cátedra Fulbright de Estudios Mexicanos en la Universidad de Nuevo México. Sus líneas de investigación giran en torno a la etnohistoria, la historia regional, la historia de la antropología y los estudios sobre patrimonio cultural. Es autora o coautora de diversos libros, artículos, conferencias y ponencias en México y en el extranjero. Nadia Ortiz Corza Artista visual especializada en nuevas tecnologías, egresada de la licenciatura en artes visuales de la Facultad Popular de Bellas Artes de la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo. Se especializa en la ilustración, prefiriendo el medio digital; maneja la edición básica de fotografía y video, la animación de imágenes cuadro por cuadro, la creación de dibujo vectorial, entre otros. Su trabajo como diseñadora para cuentos y catálogos se presenta en varios libros. Sharaí Soria Sereno Estudiante del segundo semestre de la licenciatura en artes visuales en la Facultad Popular de Bellas Artes de la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo. Es ilustradora amateur en redes sociales como Aartshaso y ha participado en una exposición colectiva. Su trabajo se basa en la ilustración infantil y de fantasía. Tzutzuqui Heredia Pacheco Profesora e investigadora de tiempo completo de la Facultad de Historia de la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo, donde se desempeñó como directora entre 2015 y 2019. Maestra en Estudios Rurales por la Universidad Autónoma de Chapingo y licenciada en Historia por la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo. Sus temas de estudio se refieren a la historia regional y la historia agraria, con énfasis en la época colonial. Ha sido autora o coautora de diversos libros, artículos, conferencias y ponencias en México y en el extranjero.

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­­­—diez cuentos de hans christian andersen en purépecha—

Víctor Manuel Jiménez Verduzco (Jiverd) Artista visual e investigador en teoría de la arte. Se desempeña como profesor investigador de tiempo completo en la Facultad Popular de Bellas Artes de la Universidad Michoacana de San Nicolás Hidalgo. Desarrolla su trabajo habitualmente en el cruce de las disciplinas visuales valiéndose de recursos que circulan por la fotografía, la imagen digital, el collage, las técnicas mixtas, el video, la animación, el arte sonoro o la proyección de las imágenes.

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Este libro se terminó de imprimir en noviembre de 2019 en los talleres gráficos de la Secretaría de Educación del Estado de Michoacán, con un tiraje de 10,000 ejemplares más sobrantes para reposición.



Diez cuentos de Hans Christian Andersen en purépecha «Temepeni wantantskweecha Hans Christian Anderseniri p’urhe jimpo»

Este libro reúne diez cuentos del gran escritor danés Hans Christian Andersen traducidos a la lengua purépecha, para celebrar la riqueza lingüística del estado de Michoacán en el Año Internacional de las Lenguas Indígenas (UNESCO, 2019). Se incluyen El abeto, El sapo, Abuelita, El escarabajo, La niña que pisoteó el pan, Los vecinos, La mariposa, Los cisnes salvajes, La pequeña cerillera y Cuentos del Sol. Los cuentos se presentan también en español y en danés.


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