Matt & Elena: Primera cita.
Dedicado a Red y Natalia--―El dulce cuento de un nuevo amor en flor‖ Otra vez Matt abrió la cartera para contar el dinero que tenía en efectivo. Un billete de diez dólares y seis centavos es todo lo que le sobraba de cuanto los seis vecinos le habían dado por rastrillar todas las hojas del otoño de cada parque y apilarlas en una inmensa hoguera. El resto del dinero fue a parar a la compra de un nuevo par de pantalones almidonados y casuales. Siete dólares y veinte centavos que quedaron de limpiar los áticos y segar el césped. El resto del dinero había sido cuidadosamente invertido en la chaqueta que llevaba –ya no sería una chaqueta de cartero, no en ésta ocasión-. Además había oído que a Elena no la gustaban. Un billete de diez dólares por ayudar a Mr. Muldoon a cambiar cuidadosamente todas las bombillas de su casa, que él de ninguna manera habría podido llegar a hacer. Veintisiete dólares y veintiséis centavos más. Giró la cartera y lo sacó de su lugar de honor –un discreto compartimiento a un lado de la cartera. Y ahí estaba, tan limpio y nuevo como cuando el tío Joe se lo dio-. Un billete de cien dólares. Le podía recordar al tío Joe –al gran tío realmente, pero siempre llamado tío- apretando el billete en su mano mientras las enfermeras no estaban en la habitación. ―No hables de esto con nadie‖ le susurró el tío con esa voz chirriante. ―Guárdalo hasta que llegue una necesidad, tu sabrás cual es el momento apropiado‖ ―Y…..Por la gracia de Dios! –Hubo una pausa mientras al tío Joe le sobrevino un gran trasiego de tos y Matt le sujetaba- ―no se te ocurra gastarlo en cigarrillos ¿está bien? No cojas el hábito chico porque sólo te va a traer dolor. Entonces Matt bajó con cuidado al tío Joe, pero la tos vidriosa estaba empezando y Matt quería una enfermera para que vigilara el nivel de saturación de oxígeno del tío Joe. Estaba en ochenta y cinco cuando debería estar en cien. El tío Joe necesitaba más oxígeno. Pero aquello fue hace dos años y dos días. Hoy hace exactamente dos años que el tío Joe murió. Matt se estaba machacando, era muy duro recordar cómo se había ido. Y ahora, mirando el billete de cien dólares Matt recordaba su sonrisa traviesa y las palabras en su voz. ―Tu verás cuando es tiempo!‖ si, el tío Joe lo sabía. Matt se habría muerto de risa si el tío Joe le hubiera dicho en lo que estaría gastando ese precioso dinero. Cuando era adolescente, los pensamientos de Matt sobre las chicas, no estaban del todo definidos: si, había madurado tarde, un aprendiz lento. Pero ahora se había puesto al día. Iba a llevar sus pantalones nuevos y una camisa dorada; la reluciente corbata que su madre le regaló la pasada Navidad y su chaqueta deportiva para el evento más maravilloso que el pudiera imaginar. Gastar cien dólares con Elena Gilbert. Elena……solo pensar en ella le hacía sentir como si le bañara la luz del sol. ¡Ella era la luz del sol! con ese hermoso pelo rubio que le caía hasta la mitad de la espalda, con su piel del color de la flor de la manzana, incluso después de curtida con el aire, con esos ojos luminosos encharcados de azul y motas doradas, y los labios….!esos labios! Todo, y esos labios, podían hacer sucumbir en nada de tiempo. En el colegio siempre eran como un leve mohín que dijera ―bien, realmente esperaba más que esto‖. Pero Elena no estaría coqueteando ésta noche. Matt no sabía de donde había sacado el coraje –en cuanto acabó de alejar al entrenador de football, Simpson, después
de que perdieran un partido- se las arregló a su manera para pedirle a Elena que salieran. Y ahora con el billete de cien dólares del tío Joe, iba a llevarle a Elena Gilbert a una hora concreta y a un restaurante francés concreto. Era una fecha que ella nunca olvidaría. Matt miró el reloj de repente. ¡Hora de irse! De ninguna manera podía llegar tarde. ―Oye mamá! Son las siete menos cuarto, me voy!‖ ―Espera Matt, espera‖ Mrs. Honeycutt bajita, rechoncha y oliendo a galletas, llegó al hall casi de un brinco. ―¿Por qué te vas sin apenas dejarme verte?‖ le regañó con los ojos radiantes. ¿Quién planchó esa camisa?, ¿puedo preguntar? ¿Quién supo de las rebajas de chaquetas por primera vez?‖. Matt dio un gemido para pasar a quedarse colorado mientras ella le miraba de arriba abajo. Por fin Mrs. Honeycutt suspiró. ―Tengo todo un caballero de hijo, te pareces a tu padre‖ Matt sentía como le iban subiendo más los colores. ―Ahora vas a llevar tu propia chaqueta‖ ―Desde luego mamá‖ ―¿Estás seguro de que tienes suficiente dinero?‖ ―Sí‖ dijo Matt ―Sí‖ y lo pensó con alegría. ―Quiero decir que sobre ésta chica Gilbert se oyen toda clase de cosas. Sale con universitarios. A veces no va a casa. No tiene padres que la vigilen‖ ―¡Ella….!mamá no me importa con quién haya salido, tengo mucho dinero y vive con sus tíos, ¡como si fuera ella la causante de que sus padres se mataran! Y si me quedo aquí otro minuto más, ¡acabaré por tener que salir disparado!‖ ―Bien, si solo me dejaras buscar la cartera, te daría diez dólares. Así estás más cubierto, solo por si acaso.‖ ―No hay tiempo mamá, buenas noches‖ Estaba en el garaje recordando los viejos olores de grasa, aceite y hierro oxidado. Su coche, bien! Estaba esperanzado en que Elena no reparara en el; la haría entrar y salir del coche enseguida. Era un amasijo de chatarra hecho con trozos mezclados con los que de alguna manera Matt se las había ingeniado para añadir a la carrocería del ruinoso coche de su padre y usarlo como vehículo. El lo refería como ese montón de basura pero como no podía hacer nada, solo esperaba que Elena no lo distinguiera demasiado gracias a la oscuridad. Recordaba el camino hasta Chez Amaury así que no tendría que mirar en el mapa. Oh Dios mío! Esta era la calle. Ya estaba aquí! En una especie de grito ahogado Matt aflojó el cuello un poco al volverse. Se sentía casi ahogado. o.k. Tragó, estaba a un paso de su casa. Apagó el motor del coche y sacó las llaves. o.k. Tragó de nuevo y se metió las llaves al bolsillo. Estaba frente a la puerta. o.k. Ahora una exclamación. Puso el dedo en el timbre y dejó pasar como un minuto para dominar los nervios y alentarse a sí mismo antes de tocar el timbre. Un sonido distante……. Y enseguida ya estaba viendo a una mujer delgada y bastante sencilla que le brindó una amplia sonrisa y le dijo: ―Tu debes ser el nuevo compañero de Elena. Entra, entra. Aun continúa arriba. Ya sabes….!éstas chicas! La mujer parecía tan hospitalaria y amable como lo era su propia madre e hizo todo lo posible para que se sintiera confortable. Pero de vez en cuando se daban esas pautas en la conversación que se hacían incómodas.
―Esto…. Usted es Judith, la tía de Elena, ¿no es cierto?‖ ―Sí, Oh no me digas que otra vez me he olvidado de presentarme. Sí, de hecho puedes llamarme tía Judith como todos los demás. Te traeré unas patatas fritas o algo para picar mientras esperas. ¡Ay con estas jóvenes: EEEEE-LEEEEEEEEE-NAAAAAAA! Salía apresurada mientras Matt se encogía y frenaba el impulso de taparse las orejas. ―Aquí tienes algo para picar‖ la tía Judith se acercaba con un cuenco. Pero los ojos de Matt prestaban atención a quién descendía por las escaleras vestida de azul. Matt había oído hablar de algo tan impresionante que le aturdiría, pero de hecho nunca hubiera imaginado algo como una metáfora personalizada. Ahí estaba frente a él bajando las escaleras. Elena era un ángel o al menos eso era lo que de algún modo el vestido le hacía insinuar. Era…..Bueno, Matt no conocía el nombre correcto para semejante cosa, pero no tenía tirantes y le marcaban las curvas en la parte superior. El color era de un pálido azul-plateado y le traía el recuerdo del color de la luna sobre la nieve. La parte superior estaba bordada con algún tipo de abalorio y tenía una flor plateada en el hombro. La parte inferior del vestido eran capas superpuestas de algún material como gasa que destacaban y la envolvían por debajo de las rodillas. Unas piernas divinas que parecían incluso más largas y preciosas que de costumbre y llevaba muy bonitos zapatos de tacón alto con flores a juego con la del vestido. Le sonrió mientras bajaba las escaleras y por un momento Matt pensó en todos los demás chicos a los que había sonreído de esa misma manera. Sólo al bajar esas escaleras, fuera el vestido que fuera, sonreír a un chico era algo de todos los días. Pero Matt quiso abandonar ese pensamiento. El y ella iban a pasar juntos una noche excelente. Esta noche esa sonrisa sería solo para él. ―Elena, quiero que te asegures de que no vas a pasar frío‖, la tía Aunt empezaba a hablar cuando Elena sin quitar los ojos de Matt, le dijo: ―Hola…‖ su voz era dulce con un deje de acento sureño que a él le permaneció en los oídos. Todo lo que decía era como un secreto que el estuviera escuchando. Algo se le atragantó a Matt en la garganta. No podía decir una palabra mientras estuviera tan cerca de ella, tan arrimada que podía oler su perfume. Olía a rosas, a verano, a espliego, desde su pecho, además de otro aroma que debía de ser su fragancia natural… eau de Elena. Matt se alegraba de haberse raspado la suciedad y la grasa de las uñas con un cepillo de dientes y también de haber limpiado el automóvil en un esfuerzo por quitar los olores del mohoso ático. Pero aún no podía hablar y entonces de alguna manera, el viejo tío Joe que parecía vivir en el bolsillo de su pantalón, le dio un golpe y las palabras apropiadas. ―Estás fantástica Elena‖, ya había salido del apuro. Y se veía estupenda. Su piel era como la de los pétalos de las magnolias, pero siempre con ese tono rosado sobre sus pómulos. No llevaba ningún maquillaje que Matt pudiera apreciar –pero…!cómo podía saberse en éstos días con las chicas! Tenía pestañas largas, gruesas y obscuras, casi parecía que pesaban demasiado para sus parpados. Matt admitió que ella estaba un poco aburrida de lo que estaba viendo, pero los ojos se enmarcaban con una llama viva y ansiosa. Eran de un azul intenso con pequeñas motas doradas aquí y allá. Sus labios…aunque, sí….llevaba pintalabios. No sabía como llamarlo, pero debería llamarse ―invitación al ataque‖. De repente Matt se congeló. Había un sonido de risitas cerca (múltiples sonidos de risitas) y éstas no venían de Elena. Se giró un poco y vio, Sí, el TOP 4, Robert E., el más buscado de Lee Highs, después de las chicas. Las mejores amigas de Elena. Parecían un arco iris. La morena, Meredith Sulez, vistiendo algo
confortable color lavanda, le echó un vistazo y sonrió. Carolina Forbes, vestida más formalmente en turquesa (¿también iría ella a una cita?). Sonrió con satisfacción y zarandeo su rojiza cabellera. Y la delicada Bonnie MacCullough, la bonita pelirroja de verde pálido, escondía la boca tras los dedos, aun riéndose. Su trabajo era, obviamente, ponerle en el punto de mira. ―Ey chica‖ esa era Carolina ―Parece nervioso.‖ Meredith: ―Entonces no podrá llevar a salir a Elena.‖ Bonnie: ―No puede llevarla a ningún lado ¡No le hemos dado nuestro permiso!‖ Caroline: ―Creo que iré yo con el. El y yo vamos camino de regreso… ¡Y es mono!‖ Meredith: ―¿Mono? ¡Es delicioso! Y un quarterback también. Aunque aun no ha crecido.‖ Caroline: ―Debería comer más carne.‖ Bonnie: ―Es rubio y tiene los ojos azules. Como en un cuento de hadas.‖ Carolina: ―Digo que lo secuestremos y lo guardemos para nosotras.‖ Meredith. ―Eso depende de lo bien que nos suplique.‖ ¿Suplicar? Pensó Matt ¿qué van a hacerme? Elena se había puesto tranquilamente una torera azul plateada e se inspeccionó la cara en un pequeño espejo compacto. ―Son una molestia.‖ Dijo a Matt, señalando a las tres chicas ―Pero es más fácil si solo las preguntas si te dejan salir conmigo. Eso es lo que quieren, pero si no nos damos prisa, llegaremos tarde. Trata de echarlas flores también, Eso les gusta.‖ ¿Flores?¿Echar flores a tres de los más duros críticos de chicos que la humanidad había producido?¿Mientras Elena escuchaba? Matt se aclaró la garganta. Tenía un nudo, y sintió un golpe desde atrás. Tío Joe le estaba ayudando de nuevo. Abrió la boca sin idea de lo que iba a venir. Y lo que vino fue: ―¡OH! Hermosas flores de la noche… ¡ayudadme en mi desesperada situación!‖ Por favor, dejadme robar esta extraña flor, para mirarla con devota atención, necesito pediros la aprobación, para marcharnos sin más demora.‖ Hubo un profundo silencio. Finalmente, Carolina sacudió sus cabellos e bronce y dijo: ―Supongo que lo tenías todo preparado antes. Ese halfback, Terry Watson te lo contó. O ese otro tipo del equipo de futbol, cual es su nombre…‖ ―No, no lo hicieron‖ dijo Matt reuniendo todo su valor de dos lugares, el bolsillo de su pantalón, y su larga asociación con Carolina Forbes. ―Nadie me dijo nada, ni yo tengo intención de decirlo a nadie. Pero sí no nos vamos ya de aquí. Llegaremos tarde. Así que ¿puedo llevarla o no?‖ Para su sorpresa, todas las chicas empezaron a reír y aplaudir ―Nuestra respuesta es: Sí.‖ Chilló Meredith, y entonces todas gritaron y Bonnie le lanzó un beso. ―Solo una cosa.‖ Dijo Tía Judith ―Por favor, dime donde estaréis esta noche, en caso de… bueno… por si acaso.‖ ―Claro.‖ Dijo Matt, sin echar mirada a las chicas ―Es Chez Amaury.‖ Hubo un susurro por encima de él, murmuraciones en distintas cadencias, la esencia de las cuales fue ―¡Guau!‖ Elena dijo suavemente ―Ese es uno de mis favoritos‖ Uno de sus favoritos. Matt sintió que se encogía, con una patada en el trasero del Tío Joe, se enderezó y se sintió mejor. Al menos había elegido un buen restaurante. ―Siento este circo‖ dijo con su suave, suave voz, mirándole como una niña. ―Pero insisten en hacerlo con todo los chicos nuevos. Es una chiquillada, pero lo empezamos en la secundaria. El tuyo es el mejor poema que he escuchado nunca.‖
¿Quién podría estar enfadado con ella? Matt la escoltó hasta el coche y le abrió la puerta del pasajero. Entonces corrió rodeando ese montón de chatarra y se metió en el. ―Entonces…‖ dijo Elena después de que hubieran dado una vuelta la ciudad. ―¿Vamos a algún lugar antes que al restaurante?‖ Habló sin nada que pareciera que viese u oliera algo inusual en el vehiculo... ―Sí, nuestra primera parada es un secreto. Creo que llegaremos a las siete y media. Espero que te guste.‖ Al principio, Elena rió en voz alta y le echo una mirada. Y su risa era cálida y autentica como un bálsamo caliente para todos los sentidos de Matt. La mirada fue rápida, inteligente y alegre. ―Estas lleno de sorpresas‖ Dijo Elena, y para su sorpresa, se deslizo una delgada y fresca mano sobre la suya. Matt no podía explicar la sensación de aquel momento, fue simplemente como un rayo fluyendo desde sus fríos dedos hasta la palma de su mano, su brazo, y después hasta su cerebro frito por un millón de voltios. Era lo mejor que le había pasado nunca. Era una suerte que su coche conociera el camino a la tienda de flores por si solo, porque definitivamente su cerebro no estaba allí para dirigirlo. Elena hablo con claridad y sin dejar pausas incomodas cuando el tuvo que tragar saliva. Habló sobre la decoración del Fall Fling, contó una sorprendente historia sobre como, mientras intentaba modificar los focos de colores del Fling, acabo atrapada en las vigas, y finalizó con una broma genuinamente divertida que no era sucia ni degradante para ninguna raza, cultura o sexo. Honeycutt se enamoró. No se había dado cuenta de que nunca se había enamorado antes: solo encaprichado. Por supuesto, cualquiera podía encapricharse con Elena, tanto como las abejas se sientes atraídas por las flores. Ella despedía feromonas, coincidía con la imagen perfecta de una chica perfecta grabada en el cerebro de un chico caucásico. La belleza de Elena era perfecta, sin un solo defecto, pero si eso era todo lo que apreciabas de ella, no estabas hablando de amor. El amor es cuando conocías a la chica detrás de la mascara, como él estaba seguro de conocerla a ella ahora. El amor era cuando veías el mundo a través de los ojos de una inocente, alegre y maravillosa muchacha. Por supuesto, ella estaba un poco cerrada, pero ¿cómo no podía estarlo del modo en que la trataban? Él no pensaba que fuese algo tan malo. Quería cuidar de ella. ―Vale.‖ Dijo ―Estamos llegando a la primera parada. Cierra los ojos.‖ Elena se rió. El mismo sonido de su voz era como el canto de los pájaros. Matt salió del coche. Entonces su corazón empezó a latir y no de una buena manera. La puerta de la floristería estaba cerrada y sus ventanas oscuras. Había planeado todo con antelación, había incluso pagado de antemano por una única rosa blanca. Que iba a dar a Elena con una sola pieza de helecho plumoso y un spray de respiración de bebe atado ¡incluso preguntó por un lazo azul para atarlo! Y ahora, la puerta no se abriría bajo su desgarradora mano. Había gastado demasiado tiempo. Lo había despilfarrado. Los floristas se habían ido y ni siquiera habían dejado su rosa en una caja en la puerta. Matt no sabía como reunir valor para volver al coche. Pero Elena le estaba sonriendo, con los ojos abiertos. ―Elena, lo siento, yo solo…‖ ―No es tu culpa, es mía por retrasarte. Oh, Matt ¡lo siento tanto! Pero esto no es un baile. No necesitas darme flores.‖ Matt abrió la boca para contarle la de la rosa blanca, después la cerró de nuevo. Tenía muchas ganas de contársela, pero ¿no le haría eso parecer
más patético? Al final, rechinó los dientes y dijo en una voz que pretendía ser suave. ―Oh, solo es algo que iba a darte. Da igual. Quizá. Quizá tenga otra oportunidad esta noche‖ ―Al menos ¿estamos a tiempo ahora?‖ Matt miró el reloj. ―Sí, apenas. Asegúrate de que tienes puesto el cinturón.‖ Y entonces sintió por primera vez en la vida: hacer ver a Elena su comodidad. Al principio ella no dijo nada, no hizo nada, solo se sentó un poco hacia delante, sonriendo para mostrar que le gustaba la canción que estaba sonando. Y entonces cuando consiguió tragar la bola de decepción acumulada en su garganta, se dio cuenta de que le estaba mirando y sonriendo. Y el no podía evitar devolverle la sonrisa. ―Oye, vamos a llegar a tiempo.‖ Dijo el, y se dio cuenta de que lo estaba diciendo feliz. La noche solo acababa de empezar. Podía ser que hubiera una de esas vendedoras de rosas ambulantes en Chez Amaury. ¿Cómo podía ser infeliz cuando la incomparable Elena Gilbert estaba con el? Dieron vueltas por todo el parking, eran las 7:59 PM, con los cinturones ya desabrochados, pues viajaban a velocidad constante hasta donde les esperaba el chico aparcacoches. Matt entregó apresuradamente la llave al chico y trató de darle la espalda antes de ver la reacción del hombre al coche de Matt. No corrió lo suficiente, pero no vio repugnancia, ni una mueca de disgusto en la cara del hombre. En cambio vio fascinación. Siguiendo la mirada del hombre, vio una delgada, ondulante figura en azul esperándole. Ahí era cuando Matt sabía que su suerte había cambiado. Elena había decidido llevar solo la chaquetita que combinaba perfectamente con su impresionante vestido. Debía de estar congelándose pero se veía radiante. Se deslizó hasta ella y sostuvo la puerta abierta para ella y ambos entraron en el lujoso interior de Chez Amaury. El empleado que les llevo a su stand era un pijo estirado, sonrió amablemente y algo maravillado a Elena, pero cuando su mirada se poso en Matt simplemente inhaló y adoptó un aire de sarcasmo. Ni importaba. Ellos estaban en una burbuja de su propio mundo, juntos, Matt y Elena. Y todo estaba bien. Matt nunca había sido buen hablador. En cambio, era un excelente oyente. Pero, de alguna forma Elena conseguía dibujar las palabras de Matt, sin aparente esfuerzo. A el le gustaba hablar con ella. Era divertida. Sus palabras… brillaban. Y había una voluntad de acero detrás de aquellos ojos lapislázuli y aquella piel de flor de magnolia. Cuando el camarero les dio los menús, más bien deliberadamente, murmuro algo sobre alcohol y las identificaciones, Elena soltó algo en francés que tuvo el efecto de alejar al camarero. ―He estado estudiando Frances para este verano.‖ Le dijo Elena, mirando alegremente al camarero apartarse. ―Ya puedo insultar a la gente en francés bastante bien. Le he preguntado porque le han echado de un país en el que toda la gente de nuestra edad bebe vino‖ ―¿qué pasa este verano?‖ Preguntó Matt. ―Voy a Francia. No es un viaje de intercambio. Solo es algo que quiero hacer. Para evitar el aburrimiento, supongo.‖ Lr echo una sonrisa que parecía poder deslumbrar el mundo. ―Odio aburrirme.‖ No seas aburrido, no seas aburrido. Ese ruido sordo empezó a rondar el cerebro de Matt tan pronto como Elena empezó a contar la historia, mientras sus pensamientos superiores se encontraban en un torbellino de confusión. Es tan hermosa… delicada, como fina porcelana… su pelo como oro reluciente en este oscuro restaurante… y por la luz de las velas sus ojos
parecen de un color violáceo, con motas de oro salpicadas. Dios, puedo incluso oler su perfume en este stand, creo que nos dieron el pero que tenían… aun así, es bastante impresionante para mi. Elena acabó su historia y empezó a reír. El rió con ella, sin poder evitarlo. Su risa no era estridente, no era fuerte, era tan melodiosa como un arroyo sinuoso en el claro de un bosque. Guau, mira eso, ea casi poesía, pensó Matt. ¿Debería decirle que había escrito un poema sobre ella en casa? Nah, habría una docena de chicos que le habrían dicho eso. ―Pero solo he hablado yo‖ Dijo Elena, inspeccionándolo con la mirada. ―Háblame de ti.‖ ―¿De mi? Bueno…bueno, solo soy un tipo corriente‖ ―¡un tipo corriente! Quarterback y MVP para el equipo de futbol. Cuéntame que se siente cuando se gana un partido fuera de aquí, con todo el mundo gritando y animando‖ ―Em…‖ En todos sus años jugando al futbol, nadie le había preguntado eso nunca. ―bueno…‖ había algo malo en el; iba a ser honesto. ―Eh, bueno… actualmente ¡Se siente como ahora mismo!‖ ―¿Cómo comer pan en un restaurante francés?‖ ―Oh‖ Matt no se había dado cuenta de que había pan. Ahora rompía un trozo de pan para untarlo con mantequilla, de repente recordó que no había comido nada antes. Elena le miro divertida tras un vaso de agua. ―Pensaba que a vosotros los jugadores de futbol no se les permitía comer mantequilla‖ dijo, sus ojos brillaban. Sí, eso era ‗¡Podía hacerle tiritar cuando quisiera! ¡Qué capacidad! ―Es uno de los cuatro grupos de alimentos‖ le informo con seriedad, esperando que ella no pensase que estaba loco. ―Azúcar, sal, grasa y chocolate.‖ ―¡y chocolate!‖ su voz sonó como una campanilla. Ambos rieron juntos de nuevo. Esto era tan fácil. Era como estar con tu pariente favorito, solo que mejor. Podías decir cualquier cosa, no importaba lo tonto que fuese y no pasaba nada. Ella lo había convertido en algo ingenioso. Nunca se había sentido así con ninguna chica. El camarero volvió, pero Elena lo saludo con una mano lánguida. Ella no se sintió intimidada lo más mínimo por el hombre. Matt añade ―valor‖ a la lista de sus virtudes. De repente, tenía la carne de gallina. Aquel año tuvo que tomar una clase de teatro para llenar su agenda, y estaban interpretando ―Dos caballeros de Verona‖ Matt simplemente no podía meterse en la actuación. Puede que fuese por la actriz que interpretaba a Sylvia, Carolina Forbes, quién en cuarto grado se había provocado a si misma quemaduras, para luego ir corriendo al profesor a decirle que Matt lo había hecho. Pero ahora mismo, mirando a Elena, las palabras de la actuación, las palabras perfectas, venían a su mente. ¿Quién es Sylvia? ¿Qué es ella? Que todos los pretendientes elogian. Santa, justa y sabia es ella ¡Toda la gracia que el cielo le presto!.. ¿Quién es Elena? ¿Qué es ella? Que todos los chicos elogian. Santa, justa y sabia es ella ¡Toda la gracia que el cielo le presto!.. Oh, mierda, ahora estoy demasiado sentimental, pensó Matt. Esto era horrible. Y por lo que él había oído. Elena no era tan santa, tampoco, pero ella le estaba mirando como un ángel. ―Matt ¿Puedes decirme una cosa?‖ pregunto Elena rastreando con su dedo un pequeño defecto del mantel. El corazón de Matt dio un brinco. Había perdido el hilo de los últimos minutos de la conversación. ―Claro ¿qué?‖ Dijo. ―¿Qué es lo que pasa entre los chicos y los coches?‖
Por un momento Matt enrojeció. Solo el pensamiento de aquella chatarra de coche le hizo preguntarse si se estaba burlando de él. Pero no lo estaba haciendo. Su expresión era completamente seria. Parecía haber olvidado que tipo de coche tenía el y estaba haciendo una pregunta general de chicos. ―Bueno.‖ Tuvo el impulso de frotarse la nuca pero se contuvo. ―Los coches son...el coche ideal…em…‖ ―me preguntaba si podría de alguna manera volver a los tiempos de los caballos‖ dijo Elena, inclinando la cabeza. De repente, las neuronas se iluminaron en el cerebro de Matt. ―Ey, eso estaría bien, para mi al menos. Pasé un par de años en una granja cuando era niño, ya sabe, una pequeña granja de pacotilla, pero tenía caballos. Y detrás del establo donde se guardaban los caballos, había otro establo para caballos de pura raza, caballos de carreras ¿verdad?‖ Elena asintió y suspiro. ―Adoro ver a esos pura sangre en movimiento. Son la cosa más her osa que puedas imaginar… en animales, claro.‖ Añadió el apresuradamente. ―¿cómo de hermosos?‖ ―Bueno, solo, no se. Son, simplemente increíbles. Tienen esas largas y delicadas patas y esas cabezas siempre en el aire, con esas melenas siempre impulsadas por el viento. Se mueven de un modo que no puedo describir, con una energía furiosa dentro de ellos. Como si quisieran correr tan rápido como pudieran para siempre‖ Matt cogió su coca-cola, dándose cuenta de pronto que había estado hablando demasiado tiempo. ―Perdón. Me dejé llevar demasiado, lo que quiero decir es que los caballos son velocidad, como también los son los coches. Y supongo que esa es una de las razones.‖ ―No te disculpes. Creo que ha sido fascinante.‖ Dijo Elena, y se dio cuenta de que estaba diciendo la verdad, que ella estaba interesada. Ella, había estado sujetando un trozo de pan ahora olvidado. ―Gracias por escuchar‖ dijo Matt. ―ellos… eran bastante bonitos‖ Su voz se quedo atascada en algún lugar de su garganta mientras miraba a la hermosa muchacha frente a él. ―Así que la velocidad es una de las razones.‖ dijo Elena. ―Velocidad, sí. Como cuando llegue a conducir un coche mejor que el montón de chatarra de ahí fuera, como un convertible, baje la capota y conduzca muy rápido en un extremo o en torno a las curvas de una montaña. A veces, de algún modo, sientes como si fueras parte del coche y el coche parte de ti… es como volar‖. Matt paró, de repente, vencido por la confusión. En algún momento, en su excitación, había cogido la mano de Elena y la estaba apretando. Con pan y todo. Sintió como se ruborizaba, y justo cuando iba a retirar la mano, Elena apretó sus dedos calurosamente. Gracias a Dios el pan no tenía mantequilla. ―¿Así que hay algo más aparte de ―buenos coches‖?‖ preguntó ella, casi burlándose, sin romper en ningún momento el contacto visual con él. ―Bueno, hay… hay algo‖. Él tuvo que dejar de mirarla para decirlo. ―Hay algo de tipo físico sobre conducir un coche que te permite sentir cada bache en la carretera, ¿sabes? Es algo sexy‖. Estaba casi asustado de mirarla entonces. Pero una risa le hizo ruborizarse y entonces dos cálidas manos se apoderaron de él. ―¿Por qué Mathew Honeycutt? ¡Estás sonrojado! Pero‖ en un tono serio de repente ―creo que sé lo que quieres decir. Te refieres a algo como lo que he sentido con los coches pero que jamás he sido capaz de describir‖. Ella siguió hablando, pero Matt ni siquiera estaba en la habitación. Él estaba en un círculo del sistema solar cerca del planeta Neptuno y cometas y asteroides le golpeaban la cabeza de vez en cuando.
Cuando volvió en sí, ella estaba riendo sobre una experiencia con un paracaídas que tuvo una vez, cuando los navegantes habían aterrizado accidentalmente en la arena y no en el agua. ―Pero antes de eso‖ dijo ella ―fue perfecto. Sólo la ráfaga del viento, con su gran brazo azul debajo de mí, y la sensación de viajar en el aire. Casi como un pájaro. Desearía tener alas‖. ―¡Yo también!‖ soltó Matt. Si su corazón hubiese podido latir más fuerte, lo hubiese hecho. Pero ya estaba en el límite. ―Me encantaría hacer paracaidismo. Tiene que ser increíble‖. Miró su plato. ―A decir verdad. Creo que lo más increíble que me ha pasado nunca es… esta noche‖. Inmediatamente, Elena se reiría, burlándose, haciendo a Matt cada vez más pequeño, pero eso no pasó. Ella estaba con la mirada fija en su plato y completamente roja. Luego alzó la cabeza y Matt podría haber jurado que había un brillo de lágrimas en sus ojos. Pero ella movió su dedo de forma académica. ―No seas tonto, Matt. ¿Qué hay del juego contra los Bullfinches, cuando lanzaste un touchdown de 50 yardas?‖ Matt la miró con ojos desorbitados. ―¿Te gusta el fútbol?‖ ―Bueno, me tienes allí. No me gustan las lesiones y no me gustan muchos atletas. Pero mi padre era un duro finalista en Clemson, y él les ayudó a ganar la Orange Bowl. Así que yo tenía que aprender sobre eso. Papá tiene muchos récords: más pases atrapados durante un partido, más pases atrapados en una temporada, más touchdowns atrapados en una carrera‖. Matt se encontró mirándola fijamente. ―¿Por qué no se hizo profesional? ¿O lo hizo?‖ ―No, empezó un negocio, pero me dejó sus instintos con el fútbol‖. Matt se rió. No sabía cómo se sentía. Su corazón se disparaba en veinte direcciones diferentes a la vez, pero de alguna manera se hizo ver con fingida severidad y agitó un dedo hacia ella. ―Bueno, apuesto a que no conoces mi verdadero momento de gloria‖, dijo. ―Estábamos jugando la Ridgemont Cougerss, la puntuación estaba en empate, y yo desesperado. El reloj corría y de repente tuve esta loca, grandiosa idea, yo…‖ ―Corriste a la derecha para fingir que dabas la bola a Greg Fleisch, el halfback‖ interrumpió Elena ―pero guardaste la bola para ti y corriste, y corriste, y corriste para un increíble tocuhdown justo antes de que cuatro Cougers te abordaran a la vez‖. ―Sí, también me rompieron la clavícula‖ dijo Matt sonriendo ―pero ni siquiera lo sentí. Yo me estaba elevando por encima de las nubes‖. ―La gente estaba gritando y besándose y arrojando cosas‖ dijo Elena ―incluso los Cougers, los fans se volvieron locos, uno de ellos trató de besarme‖. Y apuesto a que su cuenta no estaba en el partido, pensó Matt, y se sorprendió a sí mismo diciendo ―dime su nombre y voy a romperle la mandíbula‖. ―Oh, yo ya le dí patadas en la espinilla‖ dijo Elena calmadamente ―retrocedió, así que pude rasguñarle la tibia‖. Añadió lo último con una dulce sonrisa que hubiera enviado un inquisidor español. ―Bueno, ya veo que debería evitar que te enfades conmigo‖ dijo Matt, y Elena rió de nuevo, mostrando las perlas que tenía por dientes. ―No creo‖, dijo ella, ―que nadie pueda enfadarse contigo por mucho tiempo‖. Matt no sabía qué decir. Todos aquellos idiotas, pensaba él, todos aquellos perdedores que sólo querían citarse con ella por su físico se estaban perdiendo todo el partido. Claro, está tremenda, pero más importante, ella es como… la persona más perfecta del mundo. La forma en que lo hacía
todo más fácil, y cómo te hacía sentir bien contigo mismo, y… Matt tuvo el loco impulso de ponerse de rodillas y pedirle matrimonio allí mismo. Entonces, reventó riéndose de lo absurdo de todo eso. Justo iba a decir algo cuando alguien detrás suyo tosió con premeditación. ―¿Han pensado ya el monsieur y la mademoiselle qué van a pedig paga cenag?‖ soltó el camarero, obviamente irritado. ―Supongo que va siendo hora de leer el menú‖. Dijo Elena, poniendo una mano sobre sus labios para –no- ocultar su risita. ―Estamos listos en unos minutos‖ dijo Matt en su más despectivo tono principesco. El camarero casi lo pisotea. Matt miró a Elena. Ella le miró sobre su mano, y entonces ambos empezaron a reir histéricamente. ―Pobre chico‖ dijo Matt. ―Oh, bueno‖. Elena arqueó sus cejas con indiferencia. ―Sólo es un camarero, después de todo. Esperar es por lo que le pagan‖. Era la primera vez que Matt veía el lado ―la princesa de hielo‖ de Elena, y no sabía qué pensar sobre él. Pero, se figuró que si Elena era realmente perfecta no sería humana. Y si alguien en Robert E. Lee tenía derecho a esa actitud, Elena Gilbert era esa persona. ―¿Vamos?‖ dijo él, entregándole el menú. ―Por todos los medios‖. Dijo Elena en un modo que recordaba al siglo XIX, y ambos abrieron el menú. A pesar de toda la preparación, los precios aún le cortaban la respiración a Matt. Un bistec de Nueva York eran 39 dólares. Pero si Elena quería un bistec, él pediría pollo, que sólo estaba a 23 dólares. Eso serían 62 dólares. Los entrantes vinieron con verduras, pero también era el aperitivo a considerar. Él podría sugerir que compartieran la ensalada de espinaca que sólo estaba a 10 dólares. Eso hacía 72 dólares. Entonces incluso si ella quería un postre él tendría más que suficiente para satisfacerla, pero espera, estaban las bebidas. Él había tomado dos, ella una. El agua eran 7 dólares por botella, cada coca-cola eran dos dólares. Y el impuesto. Y la propina. Y la propina del aparcacoches. Bueno, sólo tenía que beber poco a partir de ahora y esperar que quizá Elena no quisiera aperitivo y postre. ―¿Con qué quieres empezar?‖ susurró Elena. ―Yo suelo pedir media ensañada César. Te la hacen aquí en la mesa, está muy bien‖. Matt asintió vigorosamente. Al menos sólo era una César. Una César a 15 dólares. ¡Ey, espera! Él sabía. Había algún tipo de salmón ahumado en la lista de aperitivos. Podría tenerlo para su entrada por sólo 6 dólares. Sólo tendría que hacerse un sándwich cuando estuviera en casa. Todo iba a ir bien. El camarero volvió mirando más estirado que nunca. Matt habló. ―Me… me, quiero decir no, no, nos gustaría‖ ―Nos gustaría compartir una César‖ dijo Elena calmadamente, apenas mirando al camarero. Sonrió a Matt ―¿Todo bien?‖ ―Todo bien‖ dijo Matt. Cuando el camarero marchó ofendido, la sonrisa de Elena cambió, se convirtió en una sonrisa maliciosa. ―Tardará en olvidarnos‖ dijo ella. La luz de un candelabro alumbraba su hombro izquierdo envolviéndola en un arco iris de luz. Matt deseó que hubiera alguna forma de retener esa imagen para siempre. Había algo en Elena, como si fuera chispeante en los bordes, que él nunca había visto en una chica antes. Era como si la luz bailase constantemente a su alrededor, como si en algún momento pudiera desaparecer entre la luz. Diablos, pensó, no puedo simplemente tener dolor de estómago y no pedir ningún entrante, pensó él. Luego haré tiempo para el postre o algo así. ¡Pero ella no puede comerse toda la langosta! Ahora él estaba sintiendo vergüenza. Nadie estaba diciendo nada. ―¿Tienes mascota?‖ preguntó Elena de repente.
―Ehm…‖ el primer impulso de Matt fue comprobar si tenía pelos de perro en la chaqueta. Luego alzó la cabeza para encontrarla sonriéndole de nuevo. ―Bueno, tuve un labrador retriever‖ dijo, lentamente. ―Pero tenía cáncer, y… bueno… eso fue hace seis meses‖. ―Oh, Matt, ¿cómo se llamaba?‖ ―Britches *‖ admitió sintiendo enrojecerse. ―Le llamé así cuando tenía cuatro años, no tenía ni idea de lo que trataba de decir‖. ―Creo que Britches es un nombre perfectamente respetable‖ dijo Elena, tocó su mano suavemente con un dedo. Una sensación como si dulce miel resbalase lentamente desde su dedo hasta sus venas, arrastrándole. Deseó que nunca dejara de tocarle. No lo hizo. Dijo ―seguimos perdiendo gatos. Margaret los trae a casa medio muertos de hambre, la tía Judith los libera y entonces echan a correr por el barrio‖ hizo un gesto desairado lleno de significado. Matt se estremeció. Tenía poca tolerancia a tener animales peludos aplastados, pero tenía que mostrarse viril. ―¿Gato al vino?‖ sugirió imitando llenar un vaso de vino. Los ojos de Elena se humedecieron, pero balbuceó ―como si un gato que ha sido abandonado por un… sí, es más o menos así‖. Matt no pudo evitar reír, y entonces contó la historia sobre cómo un año Britches subió a la mesa, cogió medio pavo de acción de gracias y merodeó por la sala con él como si de un trofeo se tratara. Elena se rió, y rió, de esto. También se rió cuando el camarero hizo la ensalada César junto a su mesa, y contó una historia sobre Snowball, al que le encantaba dormir en cajas o cajones abiertos y una vez fue encerrado accidentalmente dentro de uno. ―¡El ruido que hizo!‖ exclamó Elena. Matt rió con ella. Él hubiera pensado que tenía que prestar atención al show de la ensalada, pero no, claramente Elena había visto suficiente de ese tipo de espectáculos. Ella aceptó su plato con un alegre ―¡Esto luce muy bien!‖. Y agitando el frasco de la pimienta molida sobre el plato como si hubiera hecho eso toda su vida. Quizá lo había hecho. Quizá saliendo con otros muchos chicos… pero ¿cuál era la diferencia? Que esta noche ella era suya. Una chica estaba dando vueltas por la estancia vendiendo ramos y rosas sueltas. Elena habló a Matt sin mirar ni una sola vez a la mujer. No había razón para hacerlo, era un impulso estúpido pero algo dentro de Matt le reventaba cuando veía a la chica vestida de gitana, yéndose. ―Espere‖ dijo, ―me gustaría comprar esa‖ tocó suavemente una rosa en plena floración. Era en su mayor parte blanca, pero tenía pétalos rosas y otros dorados. Le recordaba a Elena. Su piel, sus mejillas, su pelo. ―Muy bonita, perfecta elección‖ dijo la gitana ―una genuina rosa floreciendo como una pintura de Botticelli, y sólo por 14 dólares‖. Ella debió de ver la cara de shock de Matt (en la floristería sólo le había costado 5 dólares). La gitana añadió rápidamente ―y por supuesto viene con fortuna para el amor, para cada uno de vosotros‖. Elena estaba abriendo la boca y Matt podía decir que iba a mandar a la vendedora lejos de allí, pero inmediatamente él dijo ―¡Eso es genial!‖ y ella cerró la boca, y miró un poco seria antes de sonreír. ―Muchas gracias‖ dijo ella cogiendo la rosa, mientras Matt se preguntaba de repente si debería haberle comprado un ramo entero. Ahora podía ver el anuncio de la cesta y los ramos costaban sólo un dólar más que la rosa, porque las del ramo eran más pequeñas, o quizá rosas blancas que hagan juego con su vestido. ―Un nuevo vástago floreciente‖ dijo la gitana ―y doble fortuna en el amor. Mostradme vuestras palmas‖. Enrojeciéndose, Matt hizo lo que les pidió. Él sabía que no podía reírse, pero casi no podía contenerse. Oh, Dios,
pensó, ¡no me dejes tirarme pedos! No ahora, que la gitana estaba ahí, empujando sus manos, diciendo ―hmm…‖ y ―ya veo‖ y ―pego si, clago‖ en un falso acento francés. Finalmente, él echó una mirada furtiva a Elena y su mano sobre su boca y sus ojos arrugados y vio que ella estaba teniendo el mismo problema, y esto de inmediato lo empeoró. Finalmente la gitana dejó de murmurar y habló a Elena. ―Tendrás casi un año de sol. Después veo oscuridad, habrá peligro. Y al final prevalecerás sobre la oscuridad y brillarás de nuevo. Cuídate de los sombríos hombres jóvenes y de los puentes viejos‖. Elena se inclinó profundamente en su asiento. ―Gracias‖. ―Y tú‖ dijo la mujer a Matt, aún mirando su palma ―tú has encontrado tu amor, medio niña medio mujer. Ahora que has caído bajo su hechizo, nada te apartará de ella, pero veo un tiempo de oscuridad en tu corazón, también antes de avanzar. Siempre estarás dispuesto a anteponer los intereses de tu amada a los tuyos‖. ―Ehm, gracias‖ fijo Matt, preguntándose si esperaría que le diese alguna propina, pero ella dijo ―cuatro pócimas, amor o maldición, visítame en Herón, en mi tienda ―amor y rosas‖ ‖. Le dio una tarjeta a Matt y se marchó con su cesta de flores. Entonces Elena y Matt pudieron reírse tan histéricamente como querían, que era bastante. Matt sólo se calmó cuando recordó que probablemente debería haber cogido la rosa blanca para ir conjuntado con Elena. Se sentía imbécil, pero Elena seguía riéndose. Finalmente ella tomó aliento ―un tiempo de oscuridad antes de avanzar… pero la rosa… es la más bonita que he visto nunca‖. ―¿De veras?‖ Matt sintió un alivio ardiente que salió en forma de risa tonta. ―Ehm, ¿mejor que una blanca?‖ ―Por supuesto‖. Elena acarició su mejilla con la rosa ―nunca había visto una como esta‖. ―Me alegro mucho, me recuerda a ti‖. ―¿Por qué? ¡Matt Honeycutt! ¡Qué adulador!‖ Elena le acarició suavemente con la rosa, y entonces empezó a acariciar sus labios con ella. Matt pudo sentir otra vez cómo se ponía colorado, pero esta vez era por dos razones. Normalmente había una tercera, la vergüenza de no encontrar las palabras adecuadas que decir, pero su necesidad de resolver las cosas era tan urgente que simplemente dijo ―¿Podrías disculparme un momento por favor?‖ y apenas acabó la espera de su amable guiño, se apresuró en dirección a la barra en busca de un baño. El baño de hombres estaba en un pequeño corredor. Matt entró y empezó a calcular frenéticamente. Ey, relájate, se dijo antes de empezar. Tienes un montón, simplemente no cometas más impulsos como el de la rosa, y no pienses en dar grandes propinas. Ahora, si tienen pide el pollo y los champiñones silvestres (sintió que se había memorizado el menú) que serían 25 dólares. Y entonces podía coger el aperitivo de salmón con tortas que estaba sólo a 12 dólares. Y entonces podrían incluso tomar un postre y café, si reducía las propinas al mínimo. ―Vuelve allí y entretén a la chica‖ juró que había oído al tío Joe decir eso, al mismo tiempo que la sensación de una bota en su bolsillo trasero. Fue un buen consejo. El único problema era que tuvo que echarle un vistazo al billete de 100 dólares, un toque de buena suerte y de confort. Sacudiéndose la cabeza, torció la cartera de lado como para exponer el compartimento secreto y sentirlo. Y sentirlo. Y sentirlo frenéticamente. Por último tuvo que abandonar la superficie de las palabras de su cerebro. El billete de cien dólares no estaba allí.
Se había ido. Se había ido. ¿Dónde? ¿Cuándo? Lo había visto por última vez cuando estaba jugueteando con la cartera en casa esperando el día soñado de la cita. ¿Qué pudo haberle pasado? Desesperadamente inspeccionó el resto de su cartera. Nada. El resto de su dinero seguía en ella, no había sido robado, pero… ni rastro del billete de cien dólares. Matt pasó los siguientes diez minutos en la más frenética e íntima búsqueda de su vida en su piel… sobre sí mismo. Miró por todas partes. ¿Podría haber resbalado en un calcetín? ¿Podría haberse mezclado con la ropa sucia? No. ¿Podría haberse metido en otros compartimentos? No. Finalmente tuvo que admitir que nada más que el simple hecho importaba. El billete de cien dólares se había ido. Y lo más terrible es que hubiese pasado así… había un rumor de que Elena Gilbert nunca salía si no pagaba la mitad. Ella le había confirmado cuando tuvo el valor de balbucear las palabras ―¿Saldrías conmigo el próximo sábado?‖ Recordó exactamente cómo sus ojos azules se iluminaron y cómo dijo ―sí, pero siempre pago a medias‖ y él, idiota entre los idiotas, había inflado pecho y dicho ―no esta vez‖. Izado por su propio petardo **. Fuese lo que fuese lo que significara eso. Y ahora, ¿qué hacer al respecto? Dios, ¿qué podía hacer? La mayoría de sus amigos estaban a media hora de allí en coche. Su madre, miró su reloj y se estremeció. Eran más de las 9. Su madre ya estaría durmiendo. ¡Mierda! Estaba a punto de llorar. Esto era… ¿cómo iba a volver a la mesa con Elena y decirle que no tenía dinero para pagar la cena que ya estaba comiendo? Oh, Dios, ella no le hablaría por el resto de su vida. Y él sería arrestado por estafador. No podía hacerlo. Pero tenía que hacerlo. Simplemente tenía que hacerlo. Volvió, a la mesa, como un soldado de la noche que se enfrenta a su primera batalla. Ahí se sentó frente a Elena. Ella estaba mascando chicle con ánimo. ―Monsieur Garçon vino, pero le eché. Vendrá de nuevo en…‖ se detuvo de pronto ―Matt ¿qué pasa?‖ Matt abrió la boca pero no pudo hablar. ¿Qué podía hacer? ¿Le permitirían lavar los platos para pagar la comida‘ ¿O era solo una leyenda urbana? No podía imaginar a Elena, en su brillante vestido azul luz de luna, lavando platos. ¿Y si intentaba hablar con el director en privado? Las cosas estaban apretadas en la casa de los Honeycutt, peo ¿cuándo no lo estaban? Sin embargo ¿le prestaría el dinero su madre por la mañana? Pero, un pensamiento de la cara que pondría el camarero, y el plan se desvaneció. Además, Elena sería humillada ¡Elena! Su perfecto y precioso ángel sería… ―¡Matt! Estas enfermo. Estas temblando. Tenemos que llamar a un medico.‖ Matt parpadeo, poco a poco se hizo consciente del mundo a su alrededor. Podía imaginarse como debería verse: con la cara blanca-azulada, con las manos heladas y un temblor constante. Diablos, esto podía funcionar. Quizá si pareciese realmente enfermo. ―He perdido el dinero‖ se oyó a si mismo diciéndolo. ―Matt, eres delirante‖ ―No, es verdad.‖ Se encontró contándole la historia de su tío Joe, de la forma en que había trabajado para que este día fuera perfecto y del horror en que se había convertido. Vio la cara de Elena que cambiaba de color, no podía decir si era bueno o malo. Tenía un aspecto e calma, soledad y sufrimiento.
Por fin, acabo la historia. Él, miraba fijamente el mantel blanco impecable. Y entonces escucho el sonido más increíble que podía haber oído. Tuvo que alzar la cabeza para asegurarse de lo que había oído. Elena estaba riendo. ¿Riéndose de el? No, riéndose con el, su cabeza inclinada y lagrimas de simpatía en los ojos. ―Oh Matt ¡Cómo has hecho para que suceda todo esto! Pero ya puedes dejar de preocuparte. Yo debería tener de sobra para cubrirnos.‖ Se escabulló y cogió un pequeño monedero a juego con su vestido azul. ―aquí, déjame ver ¡oh!‖ de repente, se mordió el labio con disgusto ―Me olvidé que me había gastado todo en este bolso y maquillaje nuevo. Oh, lo siento‖ Ese ―lo siento‖ fue suficiente para abrir un agujero en la cara de Matt. Pero entonces, volvió a oír una melodiosa y maliciosa risa. El miro débilmente, sin importarle demasiado que le pasara a partir de ahora. ―Matt, esta bien‖ bajo la mesa, una mano cálida se encontraba con la suya y le daba un fuerte apretón. ―Todo va a ir bien. Ahora escúchame, porque tengo un plan‖ Años más tarde Matt aprendería a desconfiar de la frase ―Tengo un plan‖. Pero esta vez era la primera que la oía. Así que escucho. Y abrió la boca. Y luego mantuvo la boca abierta y cerrada, como un pez de colores. ―¿de verdad crees que podemos hacer eso?‖ ―Se que podemos, por este espacio en blanco de aquí.‖ Señaló el menú. El lo miró fijamente. Luego, lentamente, la miro y sonrió. ―Vale, ahora límpiate la cara porque parece que acabas de correr una maratón ¿Has perdido la servilleta? Toma la mía‖ Tuvo que ser su imaginación, pero Matt realmente pensaba que podía sentir su fragancia en la servilleta. Se limpio justo a tiempo, antes de que el camarero volviera. Inmediatamente Elena entrelazó los dedos con Matt sobre el mantel. ―¿han decidido pog fin el Monsieur y la mademoiselle si van a comeg aquí esta noche?‖ Preguntó el camarero, mirando a Elena, que asintió. ―¿Mademoiselle?‖ ―Madame, si´l vous plait‖ dijo Elena dulcemente ―Y me gustaría un soufflé de chocolate, con dos cucharas, merci‖ ―Mademoiselle…‖ El camarero parecía a punto de explotar. ―Madame‖ le recordó Elena. ―Madame, no puede, no puede…‖ La cara del camarero estaba roja. ―Sí que podemos‖ Replicó Elena en su voz más dulce ―No hay nada aquí que diga que hay un cargo mínimo por cliente‖ ―Eso…‖ dijo el camarero como si tratara de mantener una actitud altiva, pero inflándose como un globo a punto de estallar ―Es pogque… es pogque…pogque… ¡la clientela a la que segvimos sabe mejog sin que se le diga!‖ Elena posó sus dedos sobre sus labios. ―Monsieur, la gente esta empezando a mirar.‖ El camarero, evidentemente, controlándose. Reunió toda la dignidad que tenía. ―¿Y el monsieur?‖ Dijo en una voz helada dirigiéndose a Matt. ―Oh, ehm ¿yo? Me gustaría dos bolas de helado de vainilla. Y dos cucharas‖ Matt se oyó a si mismo sorprendido, reprimiendo el impulso de huir y estallar a reír en carcajadas. ―Lo que desee‖ ―Dos bolas de helado de vainilla‖ Matt tenía miedo de que el camarero reventase. ―C´est impossible…‖ murmuro el camarero, pero escribió algo en su libreta.
La crisis parecía ir mejor ahora. El hombre había pasado de rojo a pálido, y logró alejarse de ellos sin detonar. ―Llevaga media hoga prepagag el soufflé‖ Dijo el, de espaldas. ―Mientras tanto… bon appetit‖ Una vez que ya se había marchado. Matt y Elena colapsaron en una risa fuera de control. ―Oh, Dios ¿Has visto su cara?‖ gritó sofocada Elena. ―El pobre hombre, tenemos que darle todo lo que tenemos de propina…‖ ―Propina, nada. Fue grosero contigo. En lo que a mi respecta, nada de propinas, y voy a tener que pedirle que se marche si esto vuelve a ocurrir‖ ―Oh, Matt. Realmente eres un caballero de brillante armadura. Pero ¿puedo decirte algo? Mi restaurante favorito es Hot Doggles, sí, el puesto de perritos calientes detrás de la iglesia. Y lo que más me gusta hacer en una cita, ahora espero no sonarte escalofriante, pero me gusta pasear por el cementerio o por el Old Woods a la luz de la luna. La verdad, yo… no me preocupo por las cosas de lujo. Si me gusta el chico.‖Y aquí sus ojos parecieron decir algo que Matt no podía creer. ―Me gusta ir allí y escuchar música, o llevar comida allí para cenar con la familia. El resto…‖ hizo un gesto despectivo con la mano ―el resto es solo para los idiotas que tengo que aguantar a veces. Los atletas que necesitan suspensorios para el cerebro‖ agitó la cabeza; por lo que su hermosa cabellera dorada voló de un lado a otro. Matt abrió la boca y de nuevo nada salió de ella. No estaba el tío Joe para patearle el trasero. Pero de algún modo, estaba allí. A pesar de la falta del billete, sintió una patada, y las palabras salieron de su boca: ―Si hubiera sabido la clase de chica que eres, te hubiera pedido una cita mucho antes‖ soltó ―Pensé que eras una especie de princesa mimada.‖ El siguiente minuto pudo haberse mordido la lengua. Pero Elena no se volvió loca. En cambió, dijo tristemente. ―Muchos chicos piensan eso. Supongo que, realmente, lo soy. Sé lo que quiero cuando lo veo. Y quiero lo que quiero cuando quiero.‖ Y una vez más sus ojos le dijeron algo. Y esta vez no pudo evitar creerles. Y supo que sus ojos también le estaban hablando a ella. ―A si que, esa es la razón por la que nunca me has invitado a salir. Supongo que depende de mi poner las cosas en orden‖ Se incorporó y sonrió de nuevo, esta vez brillante ― Y cuando te lleve por ahí en nuestras próximas tres citas…‖ ―¡Tres citas!‖ Ella asintió solemnemente ―Será en sitios como Hot Doggles o algo así ¿alguna vez has probado el Midge, a la derecha de Main Street y Hodge? ¡Es genial!, y caminaremos y nos divertiremos. Cuando venga la primavera haremos picnics ¿Alguna vez has volado un cometa? Sé que es para niños, pero es muy excitado, correr y correr y de repente sentir el golpe del viento. Así que iremos‖ Su expresión fue de ensueño ―a veces quisiera volar con la cometa‖. ―Como el paracaidismo‖ Dijo Matt mirando su rostro con impaciencia. Le encantaba mirarla cuando sus mejillas y sus ojos ardían como el fuego. ―Oh, sí, como el paracaidismo ¿no sería divertido hacerlo juntos? O un viaje en globo… tenemos que hacerlo ¡Aunque en invierno podemos hacer gente de nieve!‖ ―¿Gente de nieve?‖ ―Oh, es por Meredith. Ella siempre dice que decimos ―hombres‖ cuando queremos decir ―hombres y mujeres‖ así que solemos usar ―gente‖ para todo. Quisiera presentártelas a todas: Meredith, y Bonnie, y Caroline‖ Luego mantuvo un dedo severamente alzado ―Pero nada de salir con ellas. Bonnie tiene un enamoramiento contigo. Pero yo te vi primero‖ Matt no sabía a donde estaba yendo. No le importaba, tampoco, porque
sentía que iba directamente al cielo‖ ―Conozco a Caroline desde hace años y años‖ El se oyó a si mismo diciendo ―Pensé que eras como ella, solo que multiplicada por 10‖. Entonces observó su mirada y quiso golpearse la boca. ―Bueno, a veces lo soy‖ dijo Elena ―Tú solo tienes que averiguar de que manera ¿no?‖ Justo en aquel momento llegó el postre. Matt vio como el camarero colocaba solemnemente el soufflé frente a Elena y las dos cucharas, y las dos bolas de helada frente a Matt y las dos cucharas. Luego vertió el café y dejó una bandejita con la cuenta, y se marchó como si no quisiera volver a verlos nunca. Ni siquiera dijo ―Bon appetit‖. ―¿Nos llega? Susurro Elena a Matt, calculando frenéticamente las propinas para el camarero y el aparcacoches. ―¡Con un dólar de sobra!‖ le susurro a ella y de nuevo volvieron a reír juntos. Cada uno de ellos quería dejar al otro dar el primer bocado de soufflé. Finalmente para salvar el helado que estaba derritiéndose, Matt llenó una cuchara de helado y sonrió a Elena. Entonces, mientras Elena abría la boca, para preguntar si era buena idea acercar semejante carga de helado a su boca. Elena solo tenía una fracción de segundo para decidir. O comer el postre u mancharse el vestido de el. Tomó la decisión correcta, casi demasiado tarde porque ya caían gotas marrones de la cuchara, por suerte, sobre una servilleta que sujetaba Matt con la otra mano. ―Yo también puedo ser terco‖ dijo Matt. Y entonces esperando que no se volviera loca ―¿esta bueno?‖ ―Delihiogo‖ dijo un poco indistintamente, pegando un sorbo de agua y limpiándose con la servilleta. Matt supo lo que estaba pasando cuando un objeto apareció de la nada y el frío acero toco sus dientes. ―Abre bien‖. Sonó una dulce voz, y abrió la boca tanto como pudo para dejar pasar un trozo de delicioso chocolate caliente con dulce y frío helado de vainilla. El estaba seguro de que parecía un idiota ahí sentado masticando ese pedazo gigante, pero estaba tan bueno. Elena recogió los restos que quedaban en los labios y la barbilla de Matt con la cuchara, como si fuera un barbero. ―Madaviyozo‖ Logró decir, frotando su rostro con la servilleta. ―Sí ¿no?‖Elena centelleó. Entonces su expresión se volvió seria ―No, no lo es‖ ―¿no?‖ El corazón de Matt se detuvo. ―Es… ¡perfecto!‖ y ella rió, mostrando sus perfectos dientes blancos a pesar del chocolate. Matt solo podía esperar que su sonrisa se revelara libre de mugre. ―¿sabes qué?‖ dijo Elena, mirándole profundamente a los ojos. ―¿qué?‖ Matt apenas respiraba. ―Mejor nos comemos todo esto rápido antes de que se derrita‖ Y eso hicieron, riendo y alimentándose el uno al otro de vez en cuando. El postre fue maravilloso pero más maravilloso fue el brillo de los ojos de Elena cada vez que Matt la miraba. Por supuesto, se le hacía difícil creerlo, así que tuvo que mirar varias veces para comprobarlo. Esto dio lugar a una serie de pequeños derramamientos de chocolate, afortunadamente, ninguno fue aparar al vestido azul. Estaban bebiendo su ultimo trago de café, cuando una sombra apareció en el hombro izquierdo de Matt ¿qué quereis ahora? Ya pagué la cuenta, pensó Matt, pero no era el camarero.
Era una pareja de ancianos, probablemente en sus sesenta ¡Oh, no, Dios! Pensó Matt. Van a arruinar todo quejándose por el ruido, por todo el tiempo que hemos estado aquí, o por… algo. ―Os hemos estado observando parejita del amor…‖ dijo el hombre, en una Sueve voz temblorosa, que hizo que Matt reajustase su edad en unos 10 años. ―Y tengo que deciros…‖ ‖Nos trajo de vuelta a nuestra primera cita‖ Dijo la mujer vieja con una voz aflautada que hizo volver a Matt a los años 70 o incluso a los ochenta. A él le solía gustar la gente mayor, le encantaba escuchar sus historias y ver sus viejos áticos llenos de recuerdos. Pero ahora tenía la sensación de que esa pareja diría algo que quitaría toda la brillantez de la cita, como restregar unos dedos sucios en unas alas de mariposa. ―Vosotros dos tenéis claramente algo muy especial‖ dijo la mujer aflautada, sonriendo a Elena. ―Eres una chica adorable‖ Elena se ruborizó de manera encantadora y no dijo nada. ―Y tu, joven‖ dijo el caballero ―obviamente tienes dinero para gastar‖ Matt podía sentir como su cara se tornaba roja. Sabía que lo estropearían. Se estaban riendo de él. ―O al menos para ir tirando, supongo‖ El anciano movió la cabeza hacia el zapato de Matt. ―¿te has dado cuenta de que llevas un billete pegado ahí?‖ Todo iba muy lento y confuso. Lentamente, como una niebla tapando la mayor parte de su vista, levantó un pie y luego el otro, mirando las suelas. Y allí, en la parte inferior de su pie derecho, estaba el billete de cien dólares. Era como un mensaje, una broma, del viejo tío Joe. ¿Crees que realmente iba a dejarte en la estacada chico? Pero el camino hacia el corazón de esta muchacha no se encontraba en avasallarla con ostentación. ―Que, ¿ahora vas a poner mala cara? ¡Sólo mírala!‖ Matt miró entre la oscuridad la cara brillante de Elena. ―yo… lo siento‖ se disculpó. ―Se debe haber caído cuando abrí la cartera por primera vez, y luego lo pisaría y no pude verlo, pero… todo por lo que te he hecho pasar…‖ ―¡Matt, es maravilloso!‖ Dijo Elena. Había lágrimas en sus ojos. ―Y gracias señor, por haberse dado cuenta antes de que saliéramos a la calle y se mojara‖. ―Para decirte la verdad, lo habría mencionado antes‖ suspiró el anciano. ―Pero os estabais arreglando tan bien –nosotros estábamos en esa cabina de ahí –señaló una cabina— que no podía venir a estropear el sueño‖ A estropear el sueño. Y eso es lo que esto ha sido en realidad, un sueño compañero. Matt miró a Elena y Elena le devolvió la mirada, luego ella se rió y abrazó al anciano. ―Gracias‖ Dijo, ―Gracias por no estropearlo. He estado en este restaurante‖ Se encogió de hombros ―20 veces o más, pero esta ha sido la mejor.‖ ―Y digo que cualquier chico que pueda cautivar a una chica alimentándola solo con pan, lechuga y chocolate debe tener algo especial.‖
El hombre sonrió en silencio, mirando a Elena con aprecio ―Quédate con este, querida‖ ―Gracias‖ dijo de nuevo Elena, y añadió ―creo que lo haré‖ Y tomó la mano de Matt y la aguanto el tiempo que tardó en preguntar al camarero si tenía cambio para un billete de cien dólares‖ Continuará… ________________________________________________________ *Britches se pronuncia como breeches que significa calzón o bombachos. ** Literalmente: Hoinst on his own petard. Hamlet (Shakespeare) acto 3, escena 4, se le atribuye el significado de caer en la propia trampa, perjudicarse a sí mismo con un plan para dañar a otros.