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SUPLEMENTO LI 127 - octubre 13

COOPERA TIVISMO Y ANTICAPI TALISMO

Prácticamente en todos los programas de la izquierda, el impulso de cooperativas es la forma de ir construyendo alternativas dentro el capitalismo. Muchos de ellos también reivindican el “comercio justo” como red paralela para ir ganándole espacios al capitalismo. La historia de este debate, sin embargo, es tan larga como el debate entre corrientes revolucionarias, y con la actual falta de salidas que acentúa la crisis para muchas y muchos trabajadores/ as que se encuentran sin trabajo y sin recursos, cada día toma más actualidad. En este suplemento reproducimos un fragmento de Rosa Luxemburgo sobre las cooperativas, escrito en 1900 en su libro Reforma o Revolución, un escrito que podría perfectamente estar escrito hoy, hacemos algunas consideraciones teóricas y repasamos algunos casos prácticos. 1

Por la rreconstr econstr ucción de la IV Inter nacional econstrucción Internacional


Debates programáticos

Sobre las cooperativas y el “Comercio Justo” Nuestra posición no es la de cooperativa sí o cooperativas no. Puede ser un recurso de trabajo para sobrevivir en situaciones, como ahora hay muchas, en las que no hay trabajo; pues bienvenido sea mientras resuelva el tener algo que comer. Puede ser también un recurso en un movimiento que nace de la lucha, por ejemplo el caso de Somonte, que ocupa una finca y la pone en marcha, aunque para subsistir se constituya en cooperativa. Pero sobre lo que sí queremos alertar es sobre quienes teorizan que se puede construir paso a paso, sobre los principios cooperativistas, una “alternativa” al capitalismo y, más aun, dentro el capitalismo. Aun cuando reconozcamos su función, para la lucha o para la subsistencia, la cooperativa no es la alternativa al capitalismo. Las cooperativas y las Sociedades anónimas laborales En una situación parecida a la de ahora, un momento de fuerte crisis en que el paro se hizo crónico en nuestro país, con la reconversión industrial impuesta por el Gobierno del PSOE de Felipe González (la tasa de paro pasó del 12,4 de 1980 al 20,59% de 1986), ya se hizo la propaganda de las sociedades anónimas laborales. Los trabajadores/as capitalizaban el subsidio de paro y montaban una empresa, normalmente sobre principios próximos al cooperativismo, u ocupaban su empresa en proceso de 22

cierre y luchaban por legalizarla como cooperativa, según decían los dirigentes sindicales. La historia fue durísima, pues el desastre acompañó la absoluta mayoría de las iniciativas, arrastradas por la reconversión industrial que impulsaba la burguesía española con el apoyo de los partidos y sindicatos en los que confiaba la clase obrera (PSOE, PCE, CC.OO, UGT). La burguesía siempre extrae la misma conclusión y hace su propaganda: sólo ellos son capaces de hacer funcionar empresas, por eso los necesitamos. Pero nada más lejos de la realidad. El problema esencial de la cooperativa lo analiza con claridad meridiana Rosa Luxemburgo: contienen en su interior dos elementos que son irreconciliables: el carácter de empresa capitalista, que necesita explotar y aumentar la plusvalía para sobrevivir en el mercado, y la realidad social como trabajadores/as que luchan contra esa explotación. En un plazo breve uno se impondrá sobre el otro y la destruirá. En la mayor parte de los casos es el componente

obrero el que se impone contra la explotación capitalista, pero entonces no se es “competitivo”. También tenemos ejemplos en los que se ha impuesto el carácter capitalista y burgués y han “triunfado”, tenemos Abacus, Eroski –actualmente en las noticias por la crisis de FAGOR, también parte de la Corporación Cooperativa Mondragón- y otras... que han acabado explotando y despidiendo trabajadores/as cómo hace Mercadona... ¡es la lógica del mercado! Los trabajadores/as sabemos y podemos hacer funcionar las empresas y no necesitamos patrones, pero a condición de que establezcamos un nuevo sistema económico, sin la explotación del trabajo, esta es la cuestión. Cooperativas de producción y de consumo. Del mismo modo que cómo se fijan los salarios, hay otra pregunta clave: ¿A qué precio vendemos la producción de la cooperativa? Hay economistas que dicen que desde el cooperativismo es po-


sible vender a precio competitivo, pero esta no es la realidad generalizada. En el precio no sólo se está poniendo el beneficio del empresario, sino también la sobreexplotación masiva. ¿Quién puede competir con los precios que vienen desde China? Nadie que no esté dispuesto a poner los ritmos infernales y las condiciones infrahumanas de la explotación capitalista de China. No diremos que esta posibilidad de vender por debajo del mercado no sea posible en algunos sectores de los que se dice “con mucho valor añadido”, es decir de altas tecnologías, producción muy selectiva... podría ser. En este caso tendríamos que aplicar aquello que Marx explica de la lucha entre sectores productivos burgueses por quedarse con una parte más grande de la plusvalía media. Podría ser que, si expropiamos y ponemos a trabajar como cooperativa alguna empresa de este tipo, además, pudiéramos ser competitivos. La realidad, como explica de forma brillante Rosa Luxemburgo es que sólo sobreviven las cooperativas que tienen asociadas cooperativas de consumo, o nacen como tales. La clave de la ocupación de Somonte no es que son competitivos si la comparamos con los invernaderos de Almería, sino si encuentran un sector de población que puede colaborar solidariamente con la lucha de Somonte y les compra o -también puede ser- si desarrollan un “nuevo producto” como es la agricultura ecológica y todavía en el mercado no hay competencia. Y este problema nos lleva a poner el centro no a la producción sino en el comercio, el consumo, que abrirá la puerta a dar una solución, aun cuando sea provisional, al problema inmediato de los salarios y la solución de las necesidades de los que trabajan. Pero si hablamos de alternativas al capitalismo no sólo habla-

mos de los sectores más próximos al consumo, normalmente ligados a sectores primarios o de servicios, también hablamos de dar respuesta a los grandes sectores industriales, energéticos y financieros que mueven y determinan la sociedad capitalista. En estos sectores queda aun más lejana la solución cooperativista. En tres sentidos, uno, por la gran integración de recursos y división de la producción que integran estos procesos. En segundo lugar, porque deben ser sectores sin una propiedad privada, ni aunque sea cooperativista, por el gran peso social y económico que tienen sobre el conjunto de la economía, y que precisan del control de los trabajadores/as para que no se aprovechen de su peso clave. En tercer lugar, desde el punto de vista del objetivo de una aproximación entre los sectores de trabajadores/as en sus condiciones materiales, necesaria para evitar la generación de intereses divergentes entre capas sociales de la propia clase obrera, aplicar los principies cooperativistas en estos sectores facilitaría que estos trabajadores/as-propietarios rápidamente se situaran por encima del resto de trabajadores/as de otros sectores. Esto mismo (aunque en otro sentido) es de aplicación a los sectores de la educación y la sanidad. Estos sectores necesariamente deben ser nacionalizados, para ponerse bajo control obrero. El comercio justo. Comprar al “precio justo” en la mayor parte de los casos es comprar “más caro”. No queremos entrar en los motivos que llevan a pagar más por un producto que podríamos encontrar más barato en grandes superficies, aunque sea de peor calidad. Si lo puedes pagar, pues adelante,

pero lo que sí rechazamos es el discurso moral sobre el comprar en comercio “justo” como una clase de responsabilidad individual ante la justicia “social”... porque reconocemos que en todo caso será una alternativa en manos de quienes la pueden pagar, una clase media o determinados sectores de clases populares con trabajo. Pero si vamos al corazón de la clase obrera, una familia de inmigrantes, por ejemplo, a menudo con unos cuántos niños pequeños, no se puede permitir -más allá de su comprensión o no del problema- pagar más... porque lo que pasa en muchos sectores de la clase obrera -y cada vez más- es que

no se llega. Por más que se tenga conciencia, esta opción de compra a precio justo... es viable sólo para una minoría. El problema de poner el sello del “comercio justo” es también un problema añadido. ¿Un comercio justo es el que limita la producción a cooperativas? ¿Se permito pequeña empresa? Pero la pequeña empresa en la que hay trabajadores/as, ¿incluye sueldos justos para estos? ¿Qué son sueldos justos? Y podríamos seguir...

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Ocupaciones de tier ras o fábricas y cooperativismo. tierras

El problema de la propiedad. Las cooperativas como Somonte, en Córdoba, o Zanon en Argentina, incorporan algo más que una opción individual o colectiva de construir una cooperativa, han sido el resultado de una lucha obrera contra el paro en un caso, y contra los cierres patronales en el otro; pero además han puesto en cuestión –con la ocupación- un aspecto central clave de la sociedad burguesa capitalista: la propiedad privada. Este es un aspecto muy importante y que nos ha entusiasmado y nos ha llevado a hacer nuestras las campañas de solidaridad con ellos. En Argentina -como lo sería en Somonte- lo que preocupa a la burguesía o a los grandes terratenientes no es la competencia que les pueda suponer una fábrica ocupada, sino el hecho de que otras sigan ese camino y que el derecho colectivo a la propiedad de los medios de producción prenda en la lucha obrera. A buen seguro que, si no es capaz de derrotarlos directamente, la burguesía estará bien satisfecha si estos grupos de trabajadores/as o jornaleros/as se hacen propietarios de la cooperativa y se normaliza así la situación. ¡A los terratenientes no les va de 400 hectáreas (Somonte), y pueden competir con Zanon en el mercado capitalista! De este modo es como se liquidaron la mayor parte de las ocupaciones de fábrica en Argentina de las cerca de 500 que resistían, simplemente haciéndolos propietarios y dejando que las contradicciones que tan bien analiza Rosa Luxemburgo actuaran. Pero Zanon y Somonte integran otro componente que quiere resistir esta “asimilación” por el sistema capitalista. Pasan por aceptar constituir una cooperativa como instrumento transitorio para la comercialización de sus productos, pero los objetivos que explican van en otro sentido: la colectivización de la tierra en un caso y le estatalización de la fábrica bajo control obrero en el otro. Sólo algunas de las fábricas ocupadas durante la crisis Argentina -entre ellas Zanon- rechazaron pasar a ser simplemente cooperativas, rechazando la propiedad de la empresa y exigiendo la expropiación para pasar a ser empresa estatal y, esto sí, 44

defendiendo como innegociable el control obrero sobre la fábrica. Esto fue posible porque al frente de la lucha había una dirección con una política obrera y revolucionaría, con claridad sobre este problema. El problema de la propiedad es una piedra clave en las ocupaciones de tierras. En Brasil, el Movimiento Sin Tierra se hizo famoso por organizar a familias de campesinos pobres y sin recursos, ocupar fincas de terratenientes, defenderlas con fuerza, si hacía falta con las armas, y mayoritariamente entregar las tierras a las familias que las habían ocupado, para constituir cooperativas de producción. La lucha entonces pasaba a ser sobre el estado para que legalizara la situación y con ella entregara la propiedad de la tierra a los ocupantes. A menudo faltaron las inversiones necesarias para hacer productiva la tierra y, tras un tiempo en que las familias subsistían en condiciones muy duras, los mismos ocupantes acababan vendiendo las tierras a un terrateniente y volviendo a empezar. En Paraguay, uno de los movimientos de ocupaciones de tierra tenía como centro no repartir la propiedad entre los ocupantes sino mantener la propiedad colectiva, entre ellas se hizo famosa la ocupación de El Triunfo. Si una familia decidía marchar, marchaba de la tierra ocupada, pero no tenía ningún derecho a vender, por qué no tenía una parte suya. Quienes entraban a trabajar, tenían derecho al resultado de su trabajo, pero no a la propiedad de la tierra. Al mismo tiempo, tenían claro que sin una revolución todo avance está siempre amenazado.


Una vez más: ningún sectarismo. No pretendemos llegar a la conclusión de sí o no al comercio justo. Si alguien se lo puede pagar o alguien prioriza este consumo, pues perfecto. Pero lo que sí decimos es que esta no es una alternativa al capitalismo. Sólo se podrá llegar a un “comercio” justo, cuando tengamos un “salario justo”, es decir decir,, cuando de hecho hayamos abolido el salario como concepto que integra la plusvalía y con ella la explotac i ó n , e s d e c i rr,, c u a n d o acabaemos con el capitalismo. Las alternativas al capitalismo Hay quien quiere avanzar en construcciones económicas no capitalistas paralelas y que convivan –aunque sea transitoriamente- con el capitalismo como sistema dominante. Pero esto que fue posible en la lucha de la burguesía contra el mundo feudal para construir el capitalismo y destruir el Antiguo Régimen, hoy no lo es para superar el capitalismo. La burguesía fue acumulando a lo largo de siglos poder en los burgos, en las ciudades medievales, un poder y unas relaciones de producción que iban creciendo y chocando contra el derecho y el poder feudal, hasta que llegó el momento en que se sintió con fuerzas por acabar de imponer sus relaciones de producción y el poder que las garantizara. Como decía Marx no es posible una acumulación previa de construcciones económicas “no capitalistas” cómo hizo la burguesía contra el mundo feudal porque el capitalismo ha sido el primer sistema mundial que integra los elementos productivos del planeta. Si ya era imposible, y se ha demostrado en la enorme Rusia, el socialismo en un solo país, porque el mercado mundial seguía imponiendo sus leyes en las relaciones internacionales, mediante –entre otros- el papel

de los precios, todavía parece más imposible pensar en formas socialistas conviviendo y desbordando el capitalismo. Por esto el programa de lucha contra el capitalismo pasa por cuestionar el centro de la propiedad privada, empezando con la expropiación de la banca, de las grandes empresas, para ponerlas en propiedad del estado y bajo el control de los trabajadores/as. Y este programa necesariamente pone en el centro la revolución, es decir, la necesidad de que los trabajadores/as se hagan con el poder, destruyan el poder del estado burgués y las relaciones de producción que defiende por levantar unas nuevas relaciones de producción. Por esto también Marx imaginaba diferentes las revoluciones obreras socialistas de lo que habían sido las de la burguesía. Escribe en El 18 Brumari de Luis Bonaparte’:

La revolución social del siglo XIX no puede sacar su poesía del pasado, sino solamente del por-

venir. No puede comenzar su propia tarea antes de despojarse de toda veneración supersticiosa por el pasado. Las anteriores revoluciones necesitaban remontarse a los recuerdos de la historia universal para aturdirse acerca de su propio contenido. La revolución del siglo XIX debe dejar que los muertos entierren a sus muertos, para cobrar conciencia de su propio contenido. Allí, la frase desbordaba el contenido; aquí, el contenido desborda la frase. (…) Las revoluciones burguesas, como la del siglo XVIII, avanzan arrolladoramente de éxito en éxito, sus efectos dramáticos se atropellan, los hombres y las cosas parecen iluminados por fuegos de artificio, el éxtasis es el espíritu de cada día; pero estas revoluciones son de corta vida, llegan en seguida a su apogeo y una larga depresión se apodera de la sociedad, antes de haber aprendido a asimilarse serenamente los resultados de su período impetuoso y agresivo. En cambio, las revoluciones prole-

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tarias como las del siglo XIX, se critican constantemente a sí mismas, se interrumpen continuamente en su propia marcha, vuelven sobre lo que parecía terminado, para comenzarlo de nuevo, se burlan concienzuda y cruelmente de las indecisiones, de los lados flojos y de la mezquindad de sus primeros intentos, parece que sólo derriban a su adversario para que éste saque de la tierra nuevas fuerzas y vuelva a levantarse más gigantesco frente a ellas, retroceden constantemente aterradas ante la vaga enormidad de sus propios fines, hasta que se crea una situación que no permite volverse atrás (…)

Rosa Luxembur g. Luxemburg.

Reforma o revolució Cooperativas. El socialismo de Bernstein se realizará con ayuda de dos instrumentos: los sindicatos —o, al decir de Bernstein, la democracia industrial— y las cooperativas. Los primeros liquidarán la ganancia industrial, las segundas liquidarán la ganancia comercial. Las cooperativas, sobre todo las de producción, constituyen una forma híbrida en el seno del capitalismo. Se las puede describir como pequeñas unidades de producción socializada dentro del intercambio capitalista. Pero en la economía capitalista el intercambio domina la producción (es decir, la producción depende, en gran medida, de las posibilidades del mercado). Como fruto de la competencia, la dominación total del proceso de producción por los intereses del capitalismo -es decir, la explotación inmisericorde- se convierte en factor de supervivencia para cada empresa. La dominación por el capital del proceso de producción se expresa de varias maneras. El trabajo se intensifica. La jornada laboral se acorta o alarga según la situación del mercado. Y, según los requerimientos del mercado, la mano de obra es empleada o arrojada de nuevo a la calle. Dicho de otra manera, se utilizan todos los métodos que le permiten a la empresa hacer frente a sus competidoras en el mercado. Los obreros que forman una cooperativa de producción se ven así en la necesidad de gobernarse con el máximo ab-

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solutismo. Se ven obligados a asumir ellos mismos el rol del empresario capitalista, contradicción responsable del fracaso de las cooperativas de producción, que se convierten en empresas puramente capitalistas o, si siguen predominando los intereses obreros, terminan por disolverse. (Bernstein.)... atribuye el fracaso de las cooperativas de producción inglesas a la falta de “disciplina”. Pero lo que aquí se llama tan superficial y llanamente “disciplina” no es otra cosa que el régimen absolutista natural del capitalismo, que, va de suyo, los obreros no pueden utilizar en su propia contra. Las cooperativas de producción pueden sobrevivir en el marco de la economía capitalista sólo si logran suprimir, mediante algún ardid, la contradicción capitalista entre el modo de producción y el modo de cambio. Y lo pueden lograr sólo si se sustraen artificialmente a la influencia de las leyes de la libre competencia. Y sólo pueden lograr esto último cuando se aseguran de antemano un círculo fijo de consumidores, es decir, un mercado constante. Las que pueden prestar este servicio a sus hermanas en el campo de la producción son las cooperativas de consumo. Aquí —y no en la distinción que traza Oppenheimer entre cooperativas que compran y cooperativas que venden- yace el secreto que busca Bernstein: la explicación del


ón (1900).

fracaso ineluctable de las cooperativas de producción con funcionamiento independiente y su supervivencia cuando las respaldan cooperativas de consumo. Si es verdad que las posibilidades de existencia de las cooperativas de producción dentro del capitalismo están ligadas a las posibilidades de existencia de las cooperativas de consumo, entonces el alcance de las primeras se ve limitado, en el mejor de los casos, al pequeño mercado local y a la manufactura de artículos que satisfagan necesidades inmediatas, sobre todo de productos alimenticios. Las cooperativas de consumo, y, por tanto, también las de producción, quedan excluidas de

las ramas más importantes de la producción de capital: las industrias textil, minera, metalúrgica y petrolera y de construcción de maquinarias, locomotoras y barcos. Por esta única razón (dejando de lado momentáneamente su carácter híbrido), no puede considerarse seriamente a las cooperativas de producción como instrumento para la realización de una transformación social general. La creación de cooperativas de producción en gran escala supondría, antes que nada, la supresión del mercado mundial, y el despedazamiento de la actual economía mundial en pequeñas esferas locales de producción y cambio. Se espera que el capitalismo altamente desarrollado y difundido de nuestro tiempo se retrotraiga a la economía mercantil de la Edad Media.

apéndices de las de consumo. Parecería, por tanto, que éstas deberían ser el comienzo del supuesto cambio social. Pero de esta manera la supuesta reforma de la sociedad mediante cooperativas deja de ser una ofensiva contra la producción capitalista. Esto es, deja de ser un ataque directo a las bases fundamentales de la economía capitalista. Se convierte, en cambio, en una lucha contra el capital comercial, sobre todo el capital comercial pequeño y mediano. Se vuelve un ataque contra las ramas más pequeñas del árbol capitalista. Las cooperativas y los sindicatos son totalmente incapaces de transformar el modo capitalista de producción. Esto Bernstein realmente lo comprende, si bien de manera distorsionada. Porque se refiere a las cooperativas y los sindicatos como medios para reducir las ganancias de los capitalistas y enriquecer así a los obreros. De esta manera renuncia a la lucha contra el modo de producción capitalista y trata de dirigir el movimiento socialista hacia la lucha contra la “distribución capitalista”. Una y otra vez Bernstein se refiere al socialismo como un esfuerzo por lograr un modo de distribución “justo, más justo y aun más justo” Vorwaerts, 26 de marzo de 1899

Dentro del marco de esta sociedad, las cooperativas de producción se reducen a meros 7


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