Preocupada por el examen de grado de su nieta, estudiante de Derecho, quien será una de las casi únicas salidas para salvar el valle del desecamiento total por la excesiva extracción de agua por las grandes mineras, Teo, recurre a sus antiguas tradiciones mestizas, el catolicismo andino. Entre recuerdos, imágenes, sensaciones y reflexiones, recorre su centenario pueblo de Mamiña, para llegar a la Iglesia colonial de San Marcos de Mamiña, construida en 1632. Allí, acogida por el misticismo que la caracteriza, entre ruegos y rezos, cae profundamente dormida, sin embargo, vive un largo viaje entre cientos de años de injusticias y el encuentro de dos culturas, una cultura ancestral profundamente respetuosa de la vida, y otra cultura Europea basada en la explotación indiscriminada de la Madre Tierra.