Oh My Gothess. Relato: La primera cita de Leo & Beca

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OH MY GOTHESS -RelatoLa primera cita de Leo & Beca

LucĂ­a Arca


NOTA DE LA AUTORA: Este relato puede contener spoilers de la novela principal, Oh My Gothess. He intentado que sean los menos posibles. Os invito a descubrir la novela y tanto este relato como el 0.5: Dark Gothess conoce a Cold Raven.

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—¿Qué me pongo? —se pregunta Beca en voz alta frente al espejo del dormitorio. Mordisquea el lateral de su labio inferior en un tic que aparece cuando la ansiedad se manifiesta. Su canción favorita de Maldita Nerea suena desde el altavoz de la mesilla de noche. Pasa las perchas del armario de derecha a izquierda y mira las prendas que cuelgan de ella sin decidirse por ninguna. Está de los nervios, no es para menos: Nessa, su mejor amiga, atraviesa el peor trance de su vida, y ella se siente impotente la mayor parte del tiempo, ¿cómo ayudarla?; Úrsula, su otra amiga, se ha vuelto irreconocible, es tanto lo que ha dicho y hecho en las últimas semanas que no sabe si podrá volver a mirarla a la cara; Isaac está ingresado y, para terminar de rematarlo, en un rato tiene lo que Nessa asegura que es una cita con Leo, el atractivo, simpático y curioso chico que conoció en el parque de atracciones. «Una cita. ¡Yo!». Todavía no digiere esa palabra y su significado. Mientras que Úrsula lleva al menos tres años presumiendo de sus conquistas y flirteos, de las muchas posturas sexuales que ha practicado y de lo que disfruta en la cama, Beca se ha mantenido tan centrada en los estudios y en acatar las férreas reglas de su madre, que no ha tenido tiempo para nada más. Da las gracias para sus adentros a Vanessa por dejar entrar a Isaac en su vida (no es una chica que permita el paso a cualquiera), y a este por traer aquel día a su mejor amigo. Como consecuencia de esa sucesión de acontecimientos, está a punto de reunirse con el chico más interesante y sexy que ha conocido en sus diecisiete años de vida. Currante por las mañanas, DJ por las noches y artista las veinticuatro horas; le intriga cada una de sus facetas. Unos nudillos tocan a la puerta de su habitación y la cabeza de su madre asoma con una sonrisa tirante en el rostro. Con ella se cuela el aroma intenso del perfume que utiliza a diario, a ella se le antoja exquisito pero a Beca le resulta asfixiante. —Rebeca —pronuncia su nombre con lentitud y la entonación inquisitiva que emplea cuando se avecina sermón—, me acaba de decir tu padre que has quedado. ¿Puede saberse con quién? —inquiere con una ceja alzada, mientras recorre los metros que las separan. Al llegar a la altura de su hija, le pasa una mano por la cabeza, atrapa uno de sus bucles cobrizos y lo enrolla en su dedo índice. —¿Debo dar parte, mamá? —Da un paso atrás instintivamente, como si el contacto de su madre le quemara. —Por favor, no conviertas una simple pregunta en un motivo de discusión. —La mujer se masajea el puente de su nariz antes de soltar un suspiro. —Muy bien. De acuerdo. He quedado con un amigo. —¿Qué amigo, lo conozco?


—No, la verdad es que no. Ni siquiera yo lo conozco, a decir verdad —replica, y la mira a los ojos con un ademán retador impropio de ella. La madre se lleva la mano al pecho y abre los ojos en un gesto de incredulidad. —¡Por Dios, Rebeca, estás convaleciente, no creo que sea momento para…! —Deja a la niña en paz. —La voz de su padre corta su perorata. Accede al cuarto y se acerca a Beca. Le sonríe con ternura, se sitúa frente al armario y rebusca en su interior hasta sacar un modelo y tendérselo—. De verde. Siempre fue tu color, cariño — le dice con dulzura. Sonríe y unas arruguillas se forman alrededor de sus ojos y en las comisuras de los labios. Beca lo mira con agradecimiento. El padre da media vuelta, coloca la mano en la espalda de su esposa y la escolta hacia la puerta—. Vámonos, nuestra hija tiene que cambiarse o llegará tarde. Y, diga lo que diga el folclore, las damas no hacen esperar. —Profiere una risa cómplice. Finalmente, cierra la puerta y le devuelve la privacidad perdida. Su madre es tan controladora como estricta, mientras que su padre, hasta hace poco ajeno a todo, se ha convertido en alguien cercano a la chica. Si tan solo hubiera reaccionado antes, si no hubiera esperado hasta que la presión se volviera insoportable y la cuchilla lamiera su carne. Instintivamente esconde ambas muñecas a su espalda. Sabe que no podrá ocultar por siempre las cicatrices que las surcan, como también es consciente de que la primera cita no es el mejor momento para contar lo sucedido. Las heridas en su piel no son las únicas que siguen abiertas; se siente vulnerable, como si algo dentro de ella se hubiera quebrado y ahora los fragmentos se clavaran en sus entrañas. Agita la cabeza, rehúye esos pensamientos y se centra en lo que tiene delante: un vestido verde salpicado de florecillas amarillas, rosas y azules en tonos pastel. Es muy veraniego, pero, al fin y al cabo, el calor todavía aprieta algunos días. Por si acaso, coge una chaquetita fina de manga larga, así oculta un poco más las marcas, cubiertas también por sendas ristras de pulseras vintage elaboradas con cuentas de madera, cintas de puntilla en color hueso y ornamentos dorados. Su móvil vibra sobre la mesilla, justo al lado del altavoz, que ahora reproduce «Wake me up», de Avicii. So wake me up when it's all over / Así que despiértame cuando todo haya terminado, when I'm wiser and I'm older / cuando sea más sabio y más viejo, all this time I was finding myself / todo este tiempo, estuve buscándome a mí mismo, and I didn't know I was lost / y no sabía que estaba perdido. Se siente tan identificada con la letra, que unas inoportunas lágrimas amenazan con arruinar el discreto maquillaje que se ha aplicado. Quiere contener la tormenta que se desata en su interior, el sollozo que se abre paso entre sus labios y la presión que se instala en su estómago, pero no puede. Sube el volumen de la música y coloca la silla ornamental sobre dos patas con la parte superior del respaldo contra el pomo de la 5


puerta, impidiendo el paso. Escucha en segundo plano a su madre golpear la madera y a su padre reprendiéndola. Se sienta en la cama y llora, libera todo el dolor, el miedo y la ira que bullen en su interior. Descarga el peso, uno tan grande que le impide respirar. Los minutos pasan, los últimos acordes de la canción flotan en el cuarto y ella se pone en pie. Se acerca de nuevo al espejo y coge un pañuelo de la bella caja de madera que su madre le regaló la primavera pasada. Limpia el reguero oscuro que la máscara de pestañas ha dejado en sus mejillas y aplica de nuevo el producto. Su respiración es todavía irregular. Se siente como una niña pequeña, débil y expuesta. Eso le produce una frustración tan grande que eclipsa los demás sentimientos. Endereza la espalda y se obliga a sonreír a su reflejo, que le devuelve una mirada enrojecida. Se pulveriza colonia, una fresca, como a ella le gusta. Cierra los párpados y aspira la fragancia. El olor la transporta a un campo repleto de flores, un lugar a orillas del río; casi es capaz de sentir la hierba acariciando sus pies y escuchar el murmullo de las hojas de los árboles. Vuelve a sonreír, pero esta vez de manera genuina. Se imagina en ese vergel al que su mente ha dado forma y, junto a ella, se perfila la figura de Leo. Los nervios barren el miedo, el dolor y la rabia. Ha quedado en media hora a la entrada de la urbanización y todavía no sabe qué va a calzarse. Recuerda la notificación del móvil. Lo desbloquea y ve un nuevo mensaje de WhatsApp: Nessa: Rebuscando el otro día en mi disco duro encontré este avatar, de cuando hacíamos Sims y muñecas de nosotras. Bueno, a nuestro rollo.

Beca: ¡Qué chulada! No lo había visto.


Nessa: Eres tú, ¿lo sabes? Beca: Me ves con buenos ojos… Nessa: No, solo con ropa más acorde a mis gustos. Bueno, y expresión de femme fatale. Beca: Sí, juas. Rebeca en *DarkNessa Mode*. Nessa: Eh, petarda, disfruta de la película y de la merienda. Beca: ¿Merienda? No, solo vamos al cine. Como mucho compraremos unas palomitas y algo de beber. Nessa: Pues eso, a media tarde unas palomitas, un refresco y una ración de besos. Mejor acompañados de lengua. Ah, y chocolate. Mmm, muak muak. Beca: Jajaja. Ya veremos. Nessa: ¿La película? Lo dudo. Verás la cara de Leo a un centímetro de la tuya. Beca: Estás fatal, nena, jajaja. Nessa: ¡Bleh! Ahora es cuando me dices que no quieres. Ejem. Mentirosaaa. Beca: No digo nada… Es más, quizá no hable en toda la tarde, ejem. Nessa: Grgrgr, ¡Qué salvaje te has vuelto! A por él, tigresa. Beca: ¿Y qué tal todo? Nessa: El mundo en guerra, el precio del petróleo desorbitado, los políticos librando una lucha por demostrar cuál de ellos es más gilipollas y, ya sabes, el Apocalipsis se acerca y blablablá. Beca: Payasita. Ya sabes a lo que me refiero. ¿Alguna novedad del caso…? ¿Y qué tal está Isaac? Nessa: De lo mío ya hablaremos, nena… E Isaac, ya sabes, jodido y aburrido, pero rodeado de dulces de contrabando que le he dejado. Eso si no se los ha comido todos ya. Beca: Debería haber ido. Lo siento. Nessa: Tranquila, Beca, me dice por wass que como te ralles por no estar ahí te esconderá los libros de texto. Ya sabes. Beca: Cruel, jajaja. Nessa: Yo elevo la amenaza y digo que como no te lo pases de PM esta tarde te obligaré a beber la infusión maligna de mi padre. Avisada quedas. Beca: Dais miedo, ¿lo sabíais? Jajajaja, vale, vale, vuestro estilo Corleone ha surgido efecto, mafiosos. Lo pasaré bien. Oye, te quiero mucho.

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Nessa: Y yo te quiero infinito, osita amorosa (fin del modo pastel). Besos infernales. Se despide de su amiga y regresa frente al tocador. Escoge uno de sus múltiples colgantes y coge el bolso. Las manecillas de su reloj de pulsera marcan las 7: 15 de la tarde. Queda un cuarto de hora. Inspira hondo y retira la silla de la entrada. «Carpe diem», se repite mentalmente antes de bajar las escaleras dejando a su madre con un palmo de narices. *** Leo ha abandonado el hospital hace tres cuartos de hora. Ha decidido acudir a su cita a pie; nada mejor que el ejercicio para apaciguar los ánimos. Ver a su amigo en una cama de sábanas rígidas y olor a desinfectante hace que la peor parte de él, esa que desterró tiempo atrás, grite desde el fondo de su ser reclamando, ya no justicia, venganza. La lesión no presenta gravedad, lo que de verdad ha destrozado al chico es saber todo por cuanto ha pasado Nessa y, además, enfrentarse a esa persona que, día tras día, convierte su vida en un Infierno. Eso sin olvidar los recuerdos del accidente y las marcas, grabadas a hierro en su piel, de su traumático paso por el centro de menores. Leo también tiene mucho que olvidar y otro tanto que recordarse a cada momento. Si algo agradece al sistema es que le haya dado una oportunidad para huir de ese lugar al que desde hace años no puede llamar hogar. Un padrastro indeseable, una madre cobarde, apática, y el vacío que siempre dejó su padre biológico, un espacio en blanco, un hueco en la mesa de desayuno, un hombre que nunca quiso saber de él. Incluso hoy, a sus dieciocho años, se pregunta qué hizo mal, qué vio aquel hombre en la cara de un bebé recién nacido para tener la sangre fría de renunciar a él como si de un objeto no deseado se tratara; se siente igual que un aparato dañado que el cliente decide devolver porque no le encuentra


utilidad. La rabia y la desazón se apoderan de él, pero ahora es más fuerte, ya no vive preso de sus estallidos, de esa parte animal que lo gobernaba. Además, está a un cuarto de hora de encontrarse con la preciosa pelirroja que le arranca sonrisas y le acelera el pulso. Beca, la chica que conoció en el parque de atracciones. Desde el primer momento, la química se hizo patente entre ambos: en cada mirada furtiva y sonrisa coqueta. Pensar en ella es evocar el verde de un océano con un lecho de algas y el color de un atardecer, donde los tonos naranjas y los rojos pugnan por dominar el ocaso. Pensar en ella es hacerlo en sus ojos esmeralda y su cabello ensortijado y cobrizo; en su sonrisa de labios rosados y la forma en la que se los mordisquea mientras mira hacia un lado e intenta ocultar el rubor que se apodera de sus mejillas. Pensar en ella es hacerlo en un futuro esperanzador. Leo se encuentra sonriendo, silba mientras camina con las manos en los bolsillos de sus vaqueros anchos de cintura baja. Lleva una de sus gorras sobre el pelo rapado y una sudadera fina con capucha, su prenda favorita. Ya ha llegado a la entrada de la urbanización donde vive Beca. Ahoga una exclamación: las hileras de casas están adornadas por setos, árboles y parterres de coloridas y aromáticas flores. Algunas edificaciones exhiben piedra irregular, otras, ladrillo caravista, incluso descomunales cristaleras, ve varios tejados a dos aguas y un par de bloques de líneas puras que parecen salidos de una revisa de arquitectura moderna; cada una tiene su estilo, pero todas ellas son para un selecto grupo de personas. Sabe que allí solo viven los privilegiados, quienes no deben preocuparse por llegar a final de mes, los que pueden comprarlo todo pero aspiran siempre a algo más. Pero Beca es diferente, no se asemeja a otras chicas ricas que ha conocido, las que querían que se metiera en sus bragas para probar el lado oscuro, al chico de barrio, como si del plato de un menú se tratara. No, la pelirroja es dulce, algo tímida e inteligente a la par que ingenua. Mira la pantalla de su teléfono y ve una notificación. Alguien ha dejado un nuevo comentario en la imagen que subió a su cuenta de Instagram de hace dos sesiones en un local del extrarradio:

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ReBK: Si el mago de Oz era el genio tras la cortina, tú eres el maestro tras los platos (¿lo dije bien?) Esperando verte –y escucharte– en acción. El corazón de Leo galopa frenético al leer esas palabras. Y sonríe, lo hace a sabiendas de que una señora con pinta de marquesa lo mira de arriba abajo con desconfianza y aferra el pequeño bolso que porta en una mano. El chico es consciente de que Beca está a punto de llegar. No tarda en responderle: LeonardoCapisci: Platos, yep, ¡vas aprendiendo! Y lo que me queda a mí. Solo soy un aprendiz, siempre lo somos en todo, supongo, incluso en la vida. Te debo una sesión, pelirroja. Nada más le da a publicar, ve por el rabillo del ojo una silueta acercarse hacia él. Levanta la cabeza, guarda el dispositivo y su sonrisa se ensancha. Beca llega hasta su posición, está radiante. Su rizada melena cobriza revolotea movida por una ráfaga de aire que todavía huele a rayos de sol, al cloro de las piscinas colindantes; al verano que queda rezagado en el calendario. Sus miradas se encuentran, se siente hechizado por esos ojos verdes que lo observan expectantes. Beca vuelve a morderse el labio inferior. El chico no puede evitar atrapar unos rebeldes mechones rojizos que la brisa descoloca. Con suavidad se los retira detrás de las orejas. Ella cierra los ojos y disfruta de esa suave y ocasional caricia, del roce de sus manos fuertes contra su piel delicada. —Dime, pelirroja, ¿qué hace una chica como tú en un lugar como este? —inquiere con sorna, señalando con un gesto de la cabeza a la mujer altiva que los mira ahora desde varios metros de distancia mientras pasea su pequeño Pomerania y farfulla palabras ininteligibles. —Esperar a que llegue alguien como tú y me rescate —responde con un hilo de voz. —Pero no tengo corcel, ni siquiera un caballo de madera, princesa. ¿Te bastaría con mi skate? Beca profiere una carcajada que Leo replica. La sonrisa que la chica exhibe ahora en su rostro parece incompleta, pero le conmueve sobremanera. Hay algo en ella que lo invita a protegerla, a convertirse en su escudo. Eso será si ella lo necesita. —¿Y si simplemente caminamos? —pregunta, y mira con los ojos entrecerrados el sol que comienza su descenso en el horizonte. Todavía falta una hora para las siguientes sesiones en el cine al que tienen pensado ir. —Muy bien. —Leo entrelaza sus manos con los de la muchacha, que siente un hormigueo que nace allí donde las yemas de sus dedos se han posado y se expande por todo su cuerpo—. Caminemos. Hay un buen trecho por delante. Llegan a tiempo para comprar las entradas, un bote de palomitas, algo de beber y una chocolatina para compartir. Acceden a la sala. Al final han optado por una comedia


francesa que una compañera de clase de Beca le recomendó. En cuanto las luces se apagan, sus manos se sienten atraídas por el hueco entre sus asientos como los imanes lo harían por un objeto metálico. Ríen tras la primera intentona, cuando ambos acaban agarrando el refresco helado. Leo cambia el vaso de sitio y, ahora sí, le sostiene la mano con delicadeza. Ella está tentada de colocar la cabeza sobre su hombro y cerrar los párpados; algo en él la invita a confiar, a relajarse, pero se contiene. Leo la mira de reojo, los nervios de la muchacha quedan patentes en la rigidez de su espalda y la forma compulsiva en la que desliza los incisivos por la carne rosada de sus labios. Desea tanto acariciarlos como devorarlos. Sonríe y toma la iniciativa, es él quien rompe un poco la distancia y apoya su cabeza al lado de la de ella. Gira el cuerpo unos grados y aspira el aroma de su melena ensortijada, que huele a miel. Beca lo imita y se encuentra con los seductores iris oscuros de Leo mirándola con una intensidad abrumadora, cree que podría caer bajo un embrujo si no rompe el contacto visual. «Nunca me ha pasado algo así, estoy jodido», piensa Leo al tomar consciencia de lo que esa chica despierta en él. «¿Qué estoy haciendo? Ni siquiera lo conozco», las dudas se acumulan en la cabeza de Beca. Sus monólogos internos pasan a un segundo plano cuando un rezagado pasa por su lado como un vendaval y empuja al chico de tal forma que este se vence hacia un lado y su boca se encuentra con la de la pelirroja. Aunque comienza de manera fortuita, el inesperado beso se hace más profundo conforme los dos toman consciencia de lo que está pasando. Las manos de Leo sostienen ahora el delicado rostro de la chica, mientras que ella pasa un brazo alrededor de su cuello. Sus corazones laten en sincronía y una urgencia los lleva a entregarse al momento y olvidar las butacas, la sala de cine, la película; todo lo malo que ha vivido cada uno, cuanto temen o les preocupa. Solo están él y ella, Leo y Beca. Y con eso basta.

Conoce también la historia de Isaac y Nessa en Oh My Gothess.

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