17 minute read

El cuento

© Bayard Presse—J’aime lire 525—Cuento: François Asin; ilustraciones: Marie Spénale—octobre 2020. Traducción: Juan Carlos Chandro. Celia Cebulón quiere ser inventora como sus padres, pero no la dejan entrar en su laboratorio… ¡Aun así, Celia está decidida a hacer alguna chapucilla!

¡ESTE MARCAPÁGINAS, DE REGALO PARA TI! Para separarlo, córtalo por la línea blanca.

Advertisement

capítulo

1

Una misión para Celia

Me llamo Celia Cebulón Tuercas. Mis padres son dos superinventores. Los quiero mucho, pero hay un problema: casi siempre están muy ocupados con su trabajo. Sobre todo, mi madre: ¡a veces, pasan días sin que nos crucemos! No para de trabajar y de hacer ruido en su laboratorio, repleto de aparatos extraños, de cables y de pantallas brillantes.

¡Pero mamá es la mejor! Por ejemplo, ha inventado el columpio automático. Y, gracias a ella, los padres ya no tendrán que empujar a sus hijos.

Mi padre es químico. Mezcla un montón de productos de colores en probetas. Alguna vez, la mezcla explota y los vecinos se quejan al inspector Molúsquez, que amenaza a mis padres con cerrarles el laboratorio.

Mi hermano Julio y yo no podemos entrar en el laboratorio por culpa del escáner, una cámara que analiza los ojos para controlar a quien quiera entrar. Está programado para abrir la puerta sólo a mis padres porque, según ellos dicen, «el laboratorio es demasiado peligroso para los niños».

Lo entiendo en el caso de mi hermano: no tiene más que seis años. Pero yo ya estoy en tercero y, sin embargo, mis padres creen que aún no soy «lo bastante juiciosa». Además, yo también quiero ser inventora de mayor. ¡Y, para aprender el oficio, tengo que experimentar, que hacer chapucillas!

Estos días, mi madre está un poco estresada. Mañana, papá y ella deben asistir a un congreso muy importante en el que un montón de sabios presentarán sus nuevos inventos. Pero, según lo que me ha parecido entender, esta vez mi madre no tiene nada que presentar.

Ayer por la tarde, cuando estaba escondida en la escalera con Julio, oí que mamá le contaba a papá: —¡Ay! ¡Mi láser antigravedad no funciona de ninguna manera! ¿Qué voy a hacer mañana en mi demostración? ¡Ya imagino al profesor Trompetilla ridiculizándome delante de todo el mundo!

Julio susurró: —¿Quién es ese Trompenosequé?

Le expliqué: —El profesor Trompetilla es el gran rival de mamá. ¡Se detestan! —¿Y qué es un láser antigravedad? —preguntó mi hermano.

Pensé un poco y le contesté: —Pues… me imagino que es un rayo que invierte la gravedad. Ya sabes que la gravedad es lo que nos atrae hacia el suelo. ¡Ese rayo será un invento increíble!

Llevo toda la noche dándole vueltas al problema de mamá. ¡Y, de repente, se me ocurre la solución! En estos momentos, estoy construyendo un patinete de reacción. ¡Mi madre podría presentarlo ante los demás inventores! Sólo me falta terminarlo y, para eso, tengo que entrar en el laboratorio.

Celia está decidida a ayudar a su madre en el gran congreso de inventores. Para ello, debe conseguir entrar en el laboratorio. capítulo 2

El laboratorio prohibido

Esta mañana, mis padres se han ido al congreso. Mamá tiene que hacer su presentación a las cuatro de la tarde. La abuela Pepa se encarga de cuidarnos en casa. Después de comer, antes de echarse su siestecita, la abuela nos dice: —Celia, voy a tricotar un poco en la sala. ¡Si queréis salir a jugar fuera, avisadme!

Le contesto con mi más inocente sonrisa: —Sí, abuela Pepa.

La conozco: se va a quedar dormida en cinco minutos. De todas formas, no tengo pensado salir, y Julio ha subido a jugar a su cuarto. ¡Llegó la hora de entrar en acción! Echo un último vistazo a la sala: la abuela está en el sillón, ante el televisor. Ronca suavemente delante de Acertar y ganar.

Voy corriendo a buscar mis herramientas para reprogramar el escáner que vigila la entrada al laboratorio. Seguro que sabré hacerlo, porque me he estudiado el manual de instrucciones, que estaba en la mesa de mamá. ¡Debo conseguir como sea que el escáner me abra la puerta!

Al llegar a la entrada del laboratorio, abro la caja del escáner y concentro mi atención en el montón de cables. Corto un cable, lo conecto con otro, manipulo el circuito… ¡y ya está! Lo reviso todo. Creo yo que debería funcionar.

De pronto, el aparato se enciende: —¡Bip, bip, bip! ¡Acercar un ojo para nueva autorización! ¡Hurra! Acerco el ojo derecho a la cámara y lo abro todo lo que puedo. Una lucecita roja empieza a parpadear. El escáner chisporrotea: —Aacacercar… Grrrrz.

El aparato echa un humo negro, y la puerta metálica se desliza despacio por la pared dejando ver una habitación oscura. Papá y mamá se van a enfadar mucho. ¡Qué le vamos a hacer! Por ahora, ya he entrado en el laboratorio, que es lo principal. ¡Cuántas cosas! Estoy rodeada por todos lados de aparatos que parpadean, pantallas luminosas y probetas humeantes. Y hay un montón de herramientas, muchas más que en mi cajita. ¡Genial!

¡Ahora, a trabajar! Mientras pongo a punto los motorescohete, los engancho a mi patinete y ensamblo los engranajes, casi no noto pasar el tiempo. Pero, cuando ya estoy enroscando el manillar de mi superpatinete, oigo de pronto una voz a mi espalda que pregunta: —¿Qué estás haciendo aquí?

Me asusto y… ¡menuda catástrofe! Sin querer, vuelco un vaso de limonada que había encima de la mesa. El líquido inunda los aparatos de mi madre.

Mi hermano me ha seguido y está de pie delante de la puerta abierta. ¡Me he llevado tal susto que casi me da un ataque al corazón!

Antes de que le diga que se ocupe de sus asuntos, oigo un extraño chisporroteo. El ruido viene de una especie de caja metálica con una palanca. Está empapada de limonada y ha empezado a vibrar. Mala señal…

Me enfado con Julio: —¡Mira lo que he hecho por tu culpa! ¡No tienes derecho a estar en el laboratorio! —¡Y tú tampoco! —me responde con seguridad—. Está prohibido entrar aquí. Me voy a chivar a papá y a mamá… a no ser que me enseñes lo que estás haciendo.

¡Qué rabia! Mi hermano me ha pillado. Le digo suspirando: —Vale… de acuerdo. ¡Pero, por favor, no toques nada!

Abro por un lado la extraña caja de la palanca, llena de limonada: no está en muy buen estado. Algunas piezas se han quemado, hay que cambiarlas. Por suerte, al lado, veo otra caja con un montón de piezas parecidas. ¡Hecho! Sin pensármelo dos veces, recoloco la palanca de nuevo y la pongo en la posición 3, la más potente. Entonces, un resplandor azul me deslumbra: ¡zzzzzm!

Celia entra al laboratorio, ¡pero su hermano la descubre! Con el susto, Celia estropea una palanca y trata de arreglarla. capítulo 3

Todo al revés

¡A causa del resplandor azul, estoy un poco mareada y me cuesta abrir los ojos! Cuando al fin lo consigo, me doy cuenta de que estoy en el suelo, ¡puaj! Al levantarme, veo que hay una bombilla encendida a mis pies. Eso no es muy normal, una bombilla en el suelo… ¿Dónde me ha enviado esa dichosa palanca?

Al mirar hacia arriba, veo que todos los aparatos, los muebles y hasta mi hermano están… ¡por encima de mí! ¡Además, los veo al revés! —¡Celia! —grita mi hermano con una vocecita angustiada—. ¿Qué haces ahí arriba?

La casa no se ha vuelto del revés. ¡Soy yo la que está en el techo del laboratorio! A ver, conservemos la calma… Asustarse no sirve para nada.

De repente, una idea me viene a la cabeza y exclamo: —¡Esa palanca debe de ser el famoso láser de mamá! ¡El que invierte la gravedad!

Pero entonces… ¡eso significa que ahora su invento funciona! Tengo que llevarlo inmediatamente al congreso para que lo presente y el profesor Trompetilla no se burle de ella.

Le pregunto a Julio: —¿Puedes apuntar hacia mí con el aparato?

Con cara seria, mi hermano responde: —Voy a intentarlo.

Le explico: —¡Mueve la palanca hacia abajo y ten cuidado de apuntarme solamente a mí!

Julio apunta el aparato en mi dirección, guiña un ojo haciendo muecas y… ¡zzzzzm! Un relámpago me alcanza y me hace caer de golpe a las frías baldosas.

—¡Funciona! ¡Funciona! —grita mi hermano. Le doy un abrazo y lo felicito: —¡Muy bien, Julio!

Luego le digo con una sonrisa: —No me apetecía nada quedarme en el techo rodeada de telarañas. Sobre todo, porque tenemos que ir a la ciudad… —¿Para qué? —pregunta Julio.

Le explico que debemos llevarle el láser antigravedad a mamá antes de que les diga a todos sus colegas que su invento no ha funcionado. Pero tenemos que hacerlo de modo que la abuela Pepa no se entere. No quiero que descubra que he aprovechado su siesta para colarme en el laboratorio…

Atravesamos en silencio la casa mientras la abuela sigue durmiendo.

Miro el reloj de la sala: ¡ya son las tres! Le digo a Julio en voz baja: —¡Hay que darse prisa! Mamá debe hacer su presentación dentro de una hora.

Guardamos el láser antigravedad en una mochila y salimos corriendo.

¡El láser antigravedad ya funciona! Celia y Julio deben llevárselo a su madre antes de que quede en ridículo delante de los demás inventores. capítulo 4

Carrera de persecución

El congreso se celebra en la otra punta de la ciudad. ¡Está muy lejos, pero ahora tengo mi patinete de reacción!

Le doy un casco a Julio, que pone mala cara y refunfuña: —¡Si vamos con tu patinete, no llegaremos a tiempo!

Para demostrarle que está equivocado, me monto y enciendo los motores: lanzan llamas, y el patinete despega. Doy la vuelta a la manzana en un pispás ante la mirada de mi hermano, que está con la boca abierta. Me hago la chulita: —¡Pues, sí, lo he mejorado un poco!

Aparco a su lado y añado: —¡Venga, sube! No tenemos mucho tiempo.

El camino es completamente recto, parece un trayecto fácil. Por desgracia, un patinete de reacción no pasa desapercibido… De pronto, suena una sirena: ¡uh, uuuuh, uuuuh!

Bien agarrado a mí, mi hermano me grita junto al oído: —¡Es el inspector Molúsquez! ¡Vaya! Lo que nos faltaba… El policía vocifera con un megáfono: —¡Vuestro vehículo no es reglamentario! ¡Deteneos a un lado de la carretera!

¡Ni hablar de pararme! Ahora no tenemos tiempo de darle explicaciones al inspector. Giro a toda velocidad por una callejuela de la derecha, acelero el patinete y sigo por un camino que pasa entre jardines y nos devuelve a la carretera.

Mi hermano canta victoria: —¡Lo hemos despistado!

¡Pero, en ese momento, oigo que el sonido de la sirena se acerca! Le doy un chicle a Julio y le pido que lo mastique. Luego le ordeno: —¡Haz una pompa con el chicle!

Mi hermano protesta, le repito: —¡Hazla, rápido!

Julio obedece y comienza a soplar a todo pulmón. Como es un chicle especial que he inventado con mi padre, se forma una pompa gigante.

Mi hermano sopla una última vez para soltar la pompa, que explota sobre el coche del inspector Molúsquez. El vehículo se queda pegado al suelo. Julio exclama: —¡Ja, ja, ja! ¿Has visto su cara?

Nos reímos a carcajadas hasta que suena una sirena otra vez. ¡Oh, no! ¡Los compañeros del inspector también nos persiguen!

Le pido a Julio que se agarre bien y activo el turbo. El patinete da un salto antes de lanzarse a toda velocidad sacudiéndonos con violencia. Sujeto el manillar con fuerza. Noto que mi mochila se abre por culpa de las sacudidas. ¡Qué desastre, el láser antigravedad está a punto de caerse!

Le grito a Julio: —¡Cuidado, el láser! ¡Agárralo, rápido!

Mi hermano lo atrapa justo a tiempo pero, al sujetarlo, empuja la palanca sin querer. ¡Zzzzzm! Un rayo azul rebota en el suelo y toca el coche de policía que nos persigue. El coche se eleva unos metros y se mueve lentamente hacia un lado de la carretera, hasta posarse en la copa de un gran roble.

Miro el láser y suspiro aliviada: —¡Menos mal que la palanca estaba en la posición 2! El rayo era más débil. ¡Si llega a estar en la 3, el coche habría despegado como un cohete y, ahora, estaría en órbita*!

Después acelero y le digo a mi hermano: —Ya los ayudaremos a bajar después. ¡Vamos, tenemos algo urgente!

* Estar en órbita: estar girando alrededor de un astro.

El viaje en patinete es bastante movido… ¡El láser antigravedad envía a un coche de policía a la copa de un árbol! capítulo 5

Entrada de socorro

Por fin, aparco mi patinete de reacción delante de un edificio todo de cristal en el que pone: Congreso de inventores. ¡Sólo queda un cuarto de hora para que mamá tome la palabra ante todos los participantes!

El inmenso vestíbulo del edificio es tan impresionante como el guarda que está junto a la puerta del salón de actos. Me acerco a él con aplomo: —Buenos días, tengo que darle algo muy importante a mi madre, que está en el salón.

El guarda me contesta: —¡Imposible! La reunión ha comenzado ya y la puerta está cerrada por dentro. Tendréis que esperar a la pausa.

Julio mira al guarda con cara de pillo y me susurra: —Celia, ¿y si lo enviamos al techo con el rayo antigravedad?

Su ocurrencia me hace sonreír, pero respondo: —No, eso no serviría de nada si no podemos abrir la puerta… Tenemos que encontrar otra solución.

Veo una rejilla de ventilación en el techo, en un rincón del vestíbulo. ¡El conducto comunica seguro con el salón de actos! Voy a intentar meterme en él con la ayuda del láser de mi madre… Le cuento el plan a mi hermano y gruño: —¡El problema es que todo el mundo va a vernos!

Julio se rasca la cabeza y exclama: —¡Tú ocúpate de la rejilla! ¡Tengo una idea!

Se aleja un poco y se tira bruscamente al suelo gimiendo: —¡Ay! ¡Aaayyy!

La verdad es que Julio exagera un poco, ¡pero funciona! Un montón de gente lo rodea al instante y se oyen voces de preocupación: —¡Rápido, llamen a una ambulancia!

Entretanto, muevo la palanca del láser antigravedad a la posición 1 para tener un rayo con poca fuerza y apunto a mis pies. Contengo la respiración. ¡Zzzzzm! El resplandor azul me envuelve.

Empiezo a flotar en el aire y me elevo a lo largo de la pared hasta llegar a la rejilla de ventilación.

Me aseguro de que nadie me mira, abro un poco la rejilla y me cuelo dentro. Julio, que me vigila de reojo, se levanta de un salto y, ante la sorpresa de quienes lo rodean, dice: —¡Ya estoy mejor, muchas gracias!

A veces nos peleamos, ¡pero no cambiaría a mi hermanito por nada del mundo!

Julio y Celia ponen en práctica un superplán. Gracias al láser antigravedad, Celia flota y se mete en el conducto del aire. capítulo 6

Lo mejor del espectáculo

Floto por el conducto de aire y avanzo rozando sus paredes. ¡Qué sensación tan rara! Al cabo de unos metros, el conducto se divide en dos. Escucho con mucha atención y oigo resonar la voz de mi madre por el conducto de la derecha: —Las investigaciones sobre la antigravedad son complicadas y…

Es su voz de los malos momentos. ¡Me lanzo en esa dirección antes de que mamá anuncie que su invento no ha funcionado!

Por fin llego a la rejilla de ventilación que está encima del salón de actos. Por debajo de mí veo a un hombre que se ríe burlonamente y le dice a su vecino: —Ese rayo antigravedad es un timo. ¡Es imposible lograrlo! ¡Seguro que es el profesor Trompetilla! Le doy una buena patada a la rejilla, que cae haciendo mucho ruido, y salgo del conducto. Trompetilla se calla de golpe y casi se atraganta del susto.

Los demás participantes exclaman: —¡Mirad ahí arriba!

Al verme salir del conducto, algunos gritan alarmados: —¡Se va a caer!

Veo a mi padre, que está a punto de desmayarse. Y a mi madre, que también grita: —¡Cuidado, Celia!

Entonces hago una pirueta en el aire para demostrar que no estoy enganchada a nada y digo con una gran sonrisa: —¡Mi madre, Alicia Tuercas, ha inventado el rayo antigravedad!

Se hace un gran silencio… Y, al instante, estalla una lluvia de aplausos. ¡Esto es lo que se llama una entrada en escena espectacular! Trompetilla está furioso.

Después del congreso, mamá consigue descubrir por qué su láser ha empezado a funcionar. Me explica: —¡Has logrado insertar un transformador que ha retenido la carga iónica gracias a la acidez de la limonada! ¡Es fantástico! ¡Debería habérseme ocurrido a mí!

Confieso que no he entendido ni una palabra. ¡Todavía me quedan muchas cosas interesantes que aprender antes de ser una gran inventora!

Al poco, llama la abuela Pepa, que empieza a preocuparse. Acaba de darse cuenta de que Julio y yo hemos desaparecido.

En el camino de vuelta a casa, pasamos por el gran roble. El inspector Molúsquez ha llamado a una grúa para bajar a sus compañeros. Mis padres les han pedido disculpas, ¡y tendrán que pagar una multa! Menos mal que, después del enorme éxito de mamá, los dos están de muy buen humor.

A mi madre le dedican un artículo en El Diario de los Inventores, la famosa revista científica. En la foto, salgo yo con mamá y mi hermano. El artículo cuenta esa locura de día: la limonada derramada, el coche de policía volador y todo lo demás. Lo mejor de esta historia es que el periodista me hizo un montón de preguntas sobre mi superpatinete. ¡Mis padres ya no tienen ninguna excusa para prohibirme trabajar con ellos en el laboratorio!

This article is from: