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El cuento
from Leoleo 390
© Bayard Presse–J’aime lire 536–Cuento: Alexandra Garibal; ilustraciones: Sophie Leullier–septembre 2021. Traducción: Juan Carlos Chandro. ¡Es injusto! ¡En tercero de primaria, a Ana la han separado de sus mejores amigas! Y, además, su compañero de pupitre es un chico nuevo bastante raro. Un extraño Un extraño compañero
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1capítulo
El nuevo de 3.º B
Me llamo Ana y este curso empiezo tercero. Como al principio de cada curso, mi sueño es que me toque en la misma clase que a mis superamigas Rosa y Sonia. ¡Nos conocemos desde infantil!
Por desgracia, esta mañana, al ver las listas de alumnos colocadas en la verja del colegio, me he llevado una gran decepción. Rosa y Sonia están juntas en 3.º A; pero yo estoy sola en la clase de la profesora Delia, en 3.º B. ¡Es muy injusto!
Después de abrazar a mis amigas y quedar en vernos en el patio durante el recreo, voy a mi clase con el corazón encogido.
Delia, la profesora, me pide que me siente junto a un chico al que nunca había visto en el colegio. —Buenos días —me saluda amablemente—. Me llamo Germán Gaia, soy nuevo.
Le contesto: —Bienvenido, Germán. Yo soy Ana.
El chico añade sonriendo: —Encantado, Ana. Me gusta tu nombre.
Observo a Germán de reojo mientras saca sus cosas: con su pelo negro, negrísimo, y sus ojos verdes casi fosforescentes, se diría que viene de otro planeta. ¡Además, tiene una forma muy rara de sacar las cosas! Vacía todo lo que lleva en la mochila: cuadernos, estuche, hojas, canicas… Y todo se desparrama por la mesa y cae al suelo.
Me agacho para recoger una goma, un bolígrafo, tres lápices de colores… Al levantarme, veo una cajita bajo mi silla. Alargo la mano para alcanzarla, pero mi nuevo compañero la atrapa rápidamente y exclama: —¡No! ¡ESO no lo toques!
Miro a Germán extrañada. Su reacción ha sido muy, pero que muy rara…
Más tarde, cuando suena el timbre del recreo, espero a que Germán salga de clase y meto la mano en su mochila para buscar la caja misteriosa. La encuentro, la abro despacito… y casi lanzo un grito: ¡dentro hay una ENORME araña viva! Cierro la caja horrorizada.
Bajo las escaleras corriendo para reunirme con mis dos amigas. Tengo muchas ganas de hablarles de mi extraño compañero y de contarles la aventura de la araña.
A Rosa le da tanto asco como a mí, pero Sonia bromea: —Una vez, mi hermano trajo su ratón al cole. ¡Al muy tontorrón no se le ocurrió que iba a roer todos sus cuadernos!
Y añade: —La verdad es que tu compañero parece un poco raro. ¡Espero que nos sigas contando sus aventuras!
Después del recreo, Germán vuelve a clase con los codos despellejados. Me cuenta que se ha caído en el patio. Como aún sangra un poco, le doy un pañuelo de papel para que se limpie y le digo: —¡Has debido de hacerte mucho daño! —¡No es nada! —responde con una sonrisa—. ¡Ya se pasará!
Luego saca su botella y se bebe unos buenos tragos. Cuando la deja, veo manchas de un extraño líquido verdoso alrededor de su boca. Se limpia con el revés de la mano, y arrugo la nariz: ¿qué bebida será esa?
Empieza la clase. La profesora nos dice: —Mañana habrá un control de matemáticas para comprobar vuestro nivel.
Germán se hunde en la silla y resopla: —¡Oh, no! ¡Socorro! ¡Soy un negado en mates! —¡Todo irá bien! —digo para tranquilizarlo—. ¿Cuál es tu asignatura favorita? —Sociales —responde.
Sonrío. Sociales también es mi asignatura preferida. Mi nuevo compañero parece algo raro, pero es simpático. Si no tuviera una araña escondida en la mochila, hasta podría hacerme amiga suya…
El nuevo compañero de Ana parece simpático… ¡aunque bebe un curioso líquido verde y lleva una araña viva en la mochila! capítulo 2
Raro, muy raro
Al día siguiente, cuando llego a mi sitio, saludo a mi compañero con un alegre «¡Hola, Germán!». Pero él me responde «Hola, Nina», sin ni siquiera mirarme. Gruño enfadada: —¡Oye, que me llamo Ana, no Nina!
Germán levanta rápidamente la cabeza y se pone colorado: —¡Ay, sí! Perdón, Ana. ¡Es que estoy muy nervioso por el control de mates!
Luego saca su botella y bebe un trago. ¡Puaj! Veo que hoy el líquido es rosa oscuro.
La profesora nos reparte los exámenes y empezamos.
Durante el control, lanzo algunas miradas a Germán: está superconcentrado. Para ser tan malo en mates, no parece que le cueste mucho resolver los ejercicios. ¡No levanta la vista de la hoja!
Al cabo de un rato, Germán se incorpora y se quita el jersey.
Casi me caigo de espaldas al darme cuenta de que… ¡sus codos están intactos! ¡No hay ni rastro de las heridas de ayer! ¡Ni un rasguño, NADA!
Me desconcentro por completo y pierdo el hilo del examen. Siento mucho calor en la cara, me tiemblan las manos y docenas de preguntas se amontonan en mi cabeza: ¿cómo ha cicatrizado tan rápido? ¿Por qué me dice que es un negado en mates y responde, según parece, a todas las preguntas? ¿Quién es realmente este misterioso compañero que esconde una araña en la mochila y bebe esos extraños mejunjes verdes y rosas?
Cuando la profesora recoge los exámenes, en mi hoja no hay casi nada escrito. Genial… Germán me sonríe y dice: —Pues, al final, no era tan difícil. Me las he arreglado bien. ¿Y tú, Ana?
Refunfuño «¡Uf, ya se verá!», lo dejo plantado en su sitio y bajo las escaleras de dos en dos para salir al patio a respirar aire fresco.
Al ver a Rosa y Sonia, corro hacia ellas para contarles los últimos descubrimientos sobre mi misterioso compañero. Pero están tan contentas que no me dejan decir ni una palabra. Rosa exclama: —¡Nuestra profesora no puede venir esta tarde! ¡Así que, en vez de trabajar, vamos a ver una peli! —¡Es guay! —grita Sonia.
Las miro a las dos. Estoy enfadada. ¡Yo también preferiría ver una peli en vez de estudiar! Pues no les voy a contar nada sobre mi extraño compañero, para que se chinchen, hala.
Al volver a clase tras el recreo, la profesora está frente a mi pupitre y el de Germán. Cuando llega mi compañero, Delia lo felicita: —Como eres nuevo, he corregido primero tu examen. Has sacado un 10. ¡Muy bien!
Germán le da las gracias y se sienta muy sonriente. ¡Me hierve la sangre! ¡Ayer me dijo que era un negado en mates y hoy saca un 10! Lo miro con el ceño fruncido y veo que se está bebiendo un sorbo de la botella. De pronto, me viene una idea a la cabeza: ¿y si lo que hay en esa botella es una poción mágica?
¡Qué fuerte! Germán le dijo a Ana que en mates era un negado, ¡y ha sacado un 10 en el examen! ¿Y si su botella contiene una poción mágica? capítulo 3
Un inquietante descubrimiento
La primera semana de cole siempre como en casa para contarle a mamá cómo me va en los primeros días. A mediodía, al salir del cole, estoy confusa. No logro quitarme de la cabeza las rarezas de Germán.
Mientras comemos, estoy tan concentrada en mis pensamientos que mi madre se preocupa: —¿Qué te pasa, cariño? Estás muy pálida. ¿Quieres ir a descansar un poco a tu cuarto?
Murmuro un «Sí, mamá», me levanto de la mesa sin tocar el postre y corro a encerrarme en mi cuarto.
Para poner mis ideas en orden, me tumbo en la cama con una libreta y un lápiz. Luego, anoto el nombre y el apellido de Germán y todos los datos que conozco sobre mi misterioso compañero:
—Nombre: GERMÁN. Apellido: GAIA. —Araña en la mochila. ¿Por qué?
—Codos heridos ayer; curados hoy = ¿magia?
—Malo en mates, pero saca un 10. ¿Cómo es posible?
—Bebida verde o rosa en su botella = ¿poción
mágica?
Releo despacio mis notas arrugando la frente. «GERMÁN GAIA, GERMÁN GAIA…».
Mecánicamente, escribo todas las letras de su nombre y de su apellido mezclándolas: GERÁN AMIGA… MIAGA GERÁN… MAIGA NEGAR…
De repente, lanzo un grito y me levanto de un salto: ¡las letras de GERMÁN GAIA forman las palabras MAGIA NEGRA! Pero entonces… ¡eso significa que Germán es un brujo!
Sin perder un minuto, agarro mi mochila, me despido con un «¡Hasta luego, mamá!» y vuelvo corriendo al cole. Los brujos pueden ser buenos o malos. ¡Debo descubrir, sí o sí, a qué tipo pertenece Germán!
Voy tan ensimismada en mis pensamientos que corro por la acera sin mirar hacia delante. De pronto, en el cruce de la avenida de los Arces, choco con alguien y me caigo al suelo.
Balbuceo «¡Perdón!» y tiendo la mano al chico que me ayuda a levantarme. ¡Pero la retiro enseguida al darme cuenta de que la persona con la que me he chocado es Germán! —¡Ah…! ¡Ho… hola, Ana…! —tartamudea—. No te había reconocido. ¿Qué tal?
Suelto en voz baja «Bien, bien», me levanto a toda prisa y corro hacia el cole preguntándome qué hacía Germán tan cerca de mi casa. ¿Me habrá seguido? ¿Habrá adivinado que he descubierto su secreto?
Llego al patio del cole tan sofocada que necesito unos minutos para recobrar el aliento. Tengo la sensación de que el corazón me late en la cabeza. ¡Y entonces veo a Germán hablando tranquilamente con Medhi bajo el castaño del patio! ¿Cómo lo ha hecho para llegar antes que yo? ¡Y ni siquiera está cansado!
También veo a Rosa y Sonia y voy hacia ellas. He decidido contárselo todo pero, en ese momento, suena el timbre y los alumnos se dirigen a sus clases.
Me coloco detrás de Germán y Medhi para escuchar lo que hablan. Entonces Jorge, otro compañero de clase, se acerca a Germán, le da su botella y le dice: —Toma, te la has dejado antes en el comedor.
Al escuchar estas palabras casi me desmayo. ¡A la hora de comer, Germán estaba en dos lugares diferentes a la vez: en la calle conmigo, y en el comedor con sus amigos! Ya no hay duda ninguna: mi compañero es un brujo ¡y, además, un brujo que puede dividirse en dos!
Ana está segura: ¡Germán es un brujo! Las letras de su nombre forman «magia negra» y puede desdoblarse en dos… ¿Qué puede hacer Ana? capítulo 4
Ana investiga
La tarde es un verdadero suplicio para mí. Soy totalmente incapaz de atender a la profesora y de concentrarme. No hago más que vigilar a Germán de reojo. Estoy segura de que va a usar sus poderes en clase de un momento a otro.
A las cinco, al salir del cole, me decido: voy a seguir a Germán hasta su casa. Tengo que averiguar por qué un brujo se esconde entre los alumnos de mi clase y qué está tramando.
Espero a Rosa y a Sonia para que me acompañen, pero me dicen que tienen que ir a clase de baile… ¡Lo había olvidado por completo! No puedo esperarlas… ¡Da igual, seguiré a Germán sola!
Respiro despacio mientras espero que salga mi compañero. Cuando atraviesa la puerta, le dejo unos metros de ventaja antes de empezar a seguirlo.
Camina tan deprisa que tengo que correr para no perderlo de vista. Con el corazón a toda velocidad, lo sigo bajo los arces.
De pronto, sin previo aviso, Germán se para y se da la vuelta. ¡Tengo el tiempo justo para agacharme tras unos cubos de basura! Me quedo ahí escondida, en alerta, esperando que mi compañero no me haya visto y se acerque para lanzarme un hechizo. Los segundos pasan, interminables.
Pero Germán no aparece, así que me atrevo a mirar por encima de mi escondrijo.
Lo veo en el preciso momento en que gira la esquina de la calle de las Acacias. Me levanto de un salto y corro para alcanzarlo.
Al llegar a la esquina, miro a derecha e izquierda… Nada. ¡No veo a nadie! Germán el brujo se ha evaporado. ¿Se ha vuelto invisible? ¿Se ha dado cuenta de que lo sigo?
Doy unos pasos de un lado a otro dudando si continuar recto o meterme por la callejuela de un poco más abajo. Cuando casi he decidido retroceder y marcharme a mi casa, veo que Germán sale de una panadería con un bollo de chocolate en la mano. ¡Uf, he recobrado su rastro! Espero a que camine un poco y retomo la persecución.
Germán se mete por la callejuela. Siento un escalofrío: ¡está desierta! Si por casualidad el brujo me descubre, podrá lanzarme un hechizo sin que nadie pueda ayudarme. Intento alejar esa terrible idea de mi pensamiento y cierro los ojos unos segundos.
Cuando los abro de nuevo, veo a Germán parado delante de una verja. La empuja, entra en un jardín, abre una puerta y se mete en la casa. Así que aquí es donde vive el brujo…
Desde la calle, observo la casa durante un rato. Después me cuelo con decisión en el jardín. Me acerco con pasos silenciosos a una ventana. A través del cristal, veo a Germán sentado merendando en la cocina.
En el instante en que me pongo de puntillas para ver mejor, noto que una mano se posa con fuerza en mi hombro y oigo una voz que dice: —Vaya, vaya, Ana. ¿Me estás espiando?
Ana quiere descubrir las intenciones del brujo. Al salir del colegio, lo sigue hasta su casa… ¡pero Germán la descubre! capítulo 5
¡Dichosos brujos!
Horrorizada, reconozco la voz de Germán a mi espalda… ¡Pero Germán está delante de mis ojos, en la cocina! Giro la cabeza muy lentamente y me topo cara a cara con un segundo Germán. Me dice muy sonriente: —¡Venga, entra, que ya has descubierto nuestro secreto!
Todavía asombrada por la doble visión, lo sigo al interior de la casa. En la cocina, me encuentro frente a dos chicos que se parecen como dos gotas de agua: Germán y Alfredo, su hermano gemelo.
Antes de que me dé tiempo a decir «¡Uf!», Alfredo empieza a hablar. Me cuenta que sus padres aprovecharon el cambio de ciudad para matricularlos, a él y a Germán, en dos colegios diferentes. Querían que no los confundieran todo el tiempo y también que cada uno tuviera sus amigos.
Germán añade: —Alfredo y yo vimos que era la oportunidad ideal para ayudarnos el uno al otro. Por ejemplo, mi hermano es muy bueno en mates; en cambio, a mí no me gustan nada. ¡Así que, cuando lo necesitamos, nos intercambiamos!
Ante mi cara de sorpresa, Germán me explica con una sonrisita tímida: —¡Pero no contábamos con que fueses tan buena detective!
Alfredo continúa: —Germán me había dicho que su compañera se llamaba Ana, claro. Pero cuando lo he sustituido en tu clase esta mañana, me he hecho un lío y te he llamado Nina. Luego, he visto que me mirabas de forma rara cuando la profesora me ha dado la nota del control de mates, ¡y me he dado cuenta de que sospechabas algo!
Al comprender mi error, me echo a reír y le digo a Germán: —¡Eso lo explica todo! ¡Entre la desaparición de las heridas en los codos y que estabas al mismo tiempo en el comedor y en la calle, estaba segura de que eras un brujo!
Alfredo me explica que, a la hora de comer, tenía consulta con el logopeda, no muy lejos del sitio donde nos tropezamos. Entretanto, Germán estaba en el comedor. ¡Todo aclarado!
Aunque, de todos modos, aún me quedan algunos puntos por aclarar. Le pregunto a Germán por qué lleva una araña en la mochila. Y a los dos qué son esos misteriosos líquidos que beben y que yo creí que eran pociones mágicas.
Alfredo se parte de risa y me explica: —La verdad es que mi hermano es un poco raro. ¡Le gusta tanto observar a las arañas que tiene una como mascota y siempre la lleva con él!
Germán continúa: —Y papá nos prepara todos los días zumos de nuestras frutas favoritas: de frambuesa para Alfredo y de kiwi para mí.
Después de todas estas emociones, me toca a mí sorprender a los gemelos. Les enseño que he descubierto que, colocando las letras de GERMÁN GAIA en diferente orden, se puede leer MAGIA NEGRA. Asombrados, exclaman a la vez: —¡Guau! ¡Cómo mola!
Enseguida decidimos formar un club de espías. Dos astutos gemelos y una inteligente detective… ¡Está claro que entre los tres formaremos un gran equipo! Y, aunque por ahora no se lo digo a Alfredo y a Germán, pienso que pronto seremos cinco, con Rosa y Sonia. Cuando se lo cuente todo a mis amigas, seguro que solo desearán una cosa: ¡unirse a nuestro club!