Martin Dale
En el país de Papá Noel
Pablo
Unique Editions
Texto: Martin Dale. Traducci贸n espa帽ola: Mar Artigas. Concepto: M. Landman, S. Puigpinos. Ilustraciones: Studio Badang.
una
, oel ente. N lo, apá cilm Pab ís de P arás fá a d . al p o olvibuelos e j n a ia n v a que e tus e u b ntur os d ave Bes
Era una de esas veladas frías de diciembre. La nieve y la noche cubrían el paisaje y en la calle todo estaba silencioso. De pie frente a la chimenea, donde las llamas parecían bailar alegremente, Pablo contemplaba con orgullo su árbol de Navidad: -iEs estupendo! -Sí, este año nos ha quedado precioso -añadió mamá.
-Solo falta una cosa -dijo de pronto Pablo. Se fue corriendo a su habitación y volvió con una figurita. -Tenemos que ponerla en lo más alto del árbol. -¿Dónde la has encontrado? -preguntó papá. -En la calle -respondió Pablo-. Creo que es un duende. -Bueno, por lo menos pasará la Navidad, al calorcito -rió mamá-. Vamos a colocarlo en el árbol y después, a la cama.
Acurrucado en su cama, con los ojos cerrados, Pablo pensaba en el árbol de Navidad. Por su mente desfilaba cada luz, cada estrella y, en lo más alto, el pequeño duende. -¡Pablo! -susurró una voz. El niño creyó que estaba soñando. -¡Pablo! -volvió a oír- ¿Tú crees en Papá Noel? -¡Oh, sí! -respondió él en voz baja y abrió los ojos. -¿Tienes mucha imaginación? Pablo se sentó en su cama: -¡Sí, claro! -aseguró. Tenía ante él al mismo duendecillo que había colocado en el árbol de Navidad- ¿Quién eres? -Me llamo Solkin -el duende sonrió y se inclinó, antes de volver a ponerse serio-. Necesitamos que nos ayudes.
Pablo hizo lo que Solkin le había pedido. Cerró los ojos muy bien, formuló un deseo en el que pensó con fuerza e imaginó un pueblecito de Navidad. Hubo un ligero zumbido. En un instante, Pablo pasó de estar en su cama, a encontrarse en el pueblo navideño más bonito que se pueda contemplar.
Había luces por todas partes y hasta la nieve relumbraba. Pablo estaba maravillado. ¡Aquello era increíble! Solkin le tiró de la manga: -Tenemos que irnos. -¿Adónde? -A casa de Papá Noel. Quiere verte.
Atravesaron el pueblo hasta llegar a una casa grande. Solkin llam贸 a la puerta, gir贸 el picaporte y dej贸 a Pablo solo en el umbral.
-iEntra! -dijo Papá Noel, sonriente bajo su barba-. Para ti seguramente soy Papá Noel, Santa Claus o San Nicolás. La verdad, a mí me gusta bastante lo de Papá Noel.
-Siéntate. Toma una galleta, y leche. A mí, me encanta. Pablo se sentó, pero estaba demasiado nervioso para comer. -Pablo, cada vez se celebra menos la Navidad -Papá Noel parecía preocupado-. Necesito tu ayuda. Necesito a cinco niños que crean en ella.
-Por cada niño que cree, hay unos mil que no creen. ¿Podrías escribir a todos tus amigos para decirles que existe, y yo también? Pablo aceptó sin dudarlo y Papá Noel sonrió. -Bien -dijo-, ve con Luna, ella te ayudará.
-Vamos -dijo Luna, y lo condujo a la oficina de correos-. Escribiré todo lo que me digas y enviaré las cartas tan rápido como un coletazo de reno. En un santiamén acabaron el trabajo. Pablo vio a Luna alejarse con los brazos cargados de misivas. Solkin abrió la puerta. -Bienvenido a la sala de los mensajeros -dijo él.
Deseos
Esperanzas
Releer
Reinaba un desorden total. Unos duendes abrían las cartas y ponían después cara de asombro. Otros observaban sin saber qué hacer. Nada estaba en su casillero correspondiente: «deseos», «esperanzas» o «releer». -¡Filio! ¿Qué pasa? -Solkin tuvo que gritar para que lo oyeran.
-iOooh! ¡Es demasiado tarde! ¡Las letras se están borrando! Cuando la gente dice que Papá Noel no existe, todo deja de funcionar. -Espera -dijo Pablo-, tengo una idea. Todos los duendes se volvieron hacia él. De pronto se puso nervioso. -¿Alguno de vosotros escribe tan deprisa como Luna? -preguntó. Cinco manos se alzaron tímidamente.
un Qje ueur de ido Yo Pap este he s año ido m á Noe me l . tra iga Quie uy bu s to e r do o que no lo q ue
-Tomad, un boli cada uno -dijo Pablo - en cuanto abráis las cartas, reescribid lo que ponga antes de que desaparezca. ¿Podéis hacerlo? Nadie dijo una palabra, hasta que Solkin exclamó: -¡Qué idea tan brillante! Todos los duendes aplaudieron. -Gracias, Pablo -dijo Filio estrechándole la mano.
-¿Puedes venir conmigo a la sala de los regalos? -pidió SolkinLa situación allí aún es peor. Efectivamente, era catastrófica. Los pequeños imanes que marcaban en el mapa las casas, las ciudades y los países empezaban a caerse. Todo el mundo gritaba.
-No llores, Leila -dijo Solkin a la duende responsable del mapa-, no es culpa tuya. -¿Qué podemos hacer para ayudarte? -preguntó Pablo. -Nada -contestó ella y se puso a llorar otra vez. -Es lo que pasa cuando los niños ya no creen en Papá Noel. -¡Hay una solución! -dijo Pablo - Antes de que se caigan todos los imanes, haced marcas en el mapa con rotuladores. Así sabréis dónde está cada casa.
-¿Y las etiquetas con los nombres? -preguntó Leila, llorando aún- Tenemos todo listo para empaquetarlo, pero no podemos terminar porque no sabemos para quién es cada cosa. Pablo reflexionó un momento. -No te preocupes por eso. En cuanto los paquetes estén hechos, agrúpalos en montones. Uno para los peluches, otro para los coches, otro para los videojuegos… Allí -señaló un lugar.
-Cuando tengas otra vez la lista de los nombres y los regalos, sabrás qué etiqueta tienes que poner en cada paquete. Leila se echó a reír, feliz, y gritó las instrucciones. -¡Gracias, Pablo! -Estaba tan contenta que le dio un beso. -¡Muy bien hecho! -dijo Solkin, palmeándole la espalda.
Mientras caminaban por el pueblo, apareció Luna y le dio a Pablo las cartas de respuesta que había recibido. -¿Solo estas? -Preguntó Pablo. La duende asintió. El niño se puso muy triste. Contó las cartas una y otra vez. Tenía la moral por los suelos. Llamó a la puerta de Papá Noel.
-Pablo, gracias por la ayuda que nos has prestado con el correo y el empaquetado. Has sido muy eficaz -vio las cartas en las manos del niño-. Buenas noticias, espero… ¿Cuántas cartas escribiste?
Pablo tenía un nudo en la garganta. -Se las envié a todas las personas que conozco. Lo he hecho lo mejor que he podido. Esperaba más respuestas... Solo tengo cuatro. -¿Cuatro? Ya veo… ¿Y esas cuatro dicen, al menos, que creen en Papá Noel? -Sí -contestó él-. Pero hacían falta cinco, ¿no? Lo siento mucho.
Un ligero gruñido se fue haciendo cada vez más fuerte, hasta que se convirtió en el mayor estallido de risa que Pablo había oído nunca. -¡Pero usted necesitaba cinco niños que creyeran en Papá Noel! -¿Y tú, qué eres tú? -le preguntó Papá Noel- ¿Un ratón, un muñeco de nieve…? Pablo, el quinto niño eres TÚ. -¿Yo? -Sí. Por eso te eligió Solkin. Esta vez Pablo se tomó las galletas y bebió un gran vaso de leche. Charlaron un buen rato, hasta que el niño empezó a bostezar.
Papá Noel se levantó y sonrió. -Gracias por todo. Para recompensarte, haré que te lleven a casa en un medio de transporte muy especial. Cuando llegues, te bajarás en el tejado, justo al lado de la chimenea.
-Así entrarás en tu casa -Papá Noel cuchicheó al oído de Pablo un secreto extraordinario. -Hum… ¿Aunque el fuego esté encendido? -Aunque esté encendido -Papá Noel rió con ganas.
-¿De verdad voy a volver a casa así? -iClaro! Salvo que tengas miedo -Solkin se echó a reír. -iDe eso nada! -Pablo se sujetó firmemente y el reno brincó hacia la noche. No corría, volaba en la oscuridad, hasta que desapareció. -iNo os olvidaré! iVolveré el año que viene! -Pablo gritaba feliz, pero nadie podía escucharlo, porque ya estaba muy lejos.
La luna se despedía ya en el cielo cuando distinguió los primeros tejados. Ralentizaron la velocidad y se acercaron al suelo. Pablo miró hacia abajo y pensó en sus amigos y en todos los demás niños, dormidos en sus camas. Después vio su casa y pronto el reno se detuvo en el tejado, cerca de la chimenea, exactamente como había dicho Papá Noel.
Bajó despacio, paró en seco en el centro de la chimenea y avanzó un paso. Se volvió y miró hacia lo alto del árbol de Navidad. -¿Pablo? -oyó la voz de su madre- ¿Qué haces? Papá se echó a reír: -Me parece que tenía ganas de volver a ver el árbol. -¡Vaya! ¡Mira! -dijo mamá -Tu duendecillo se ha debido de caer. Mañana lo buscaremos. Ahora ya es la hora. -¿La hora de qué? -Preguntó Pablo. -¡De irse a dormir! -respondieron a coro papá y mamá.
Pablo, acostado en su cama, miraba hacia las estrellas. Sonrió. -Este año la Navidad va a ser estupenda -se dijo. Pensó en Papá Noel, en los duendes y en el pueblecito de Navidad. -Todo lo que hay que hacer -susurró- es creer. Solo eso. Simplemente creer y utilizar la imaginación. Y entonces, por la magia de un deseo y de un zumbido del aire, igual que yo, te puedes encontrar allí.
Descubre la magia de la Navidad con esta historia escrita para ti. Acompaña al duende Solkin y vive una sorprendente aventura en el pueblo con el que sueñan todos los niños. Allí encontrarás a Papá Noel y disfrutarás de una sorprendente vuelta a casa.
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© Kribi 2011
ISBN : 978-2-918855-12-5