GRANDE Texto: Cristian Franco Ilustraciones: Stella Almarรก Proyecto realizado en el marco del Taller Dos Meninas, supervisado por los docentes Jimena Tello, Gabriela Burin (ilustraciรณn), y Eduardo Abel Gimenez (escritura).
Grande Texto: Cristian Franco Ilustraciones: Stella Almarรก
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Ya no soy un nene. «Cristiancito “esto”, Cristiancito “lo otro”». Pero mi familia no lo quiere entender. Recién nos hicieron salir a la vereda. Tiramos dos cajas de chasquibum y prendimos cinco estrellitas. Los ojos de mis primos brillaban. Los del abu también. Ja, ja. Estaba contento el abuelo después del brindis. Pero al rato empezó a llorar y hablar en ucraniano. —Juan, ¡a la pieza! –ordenó enseguida la abuela. Los grandes miraron para abajo. Mientras, los de enfrente tiraban triangulitos y rompeportones. —¡Los tarúpidos de siempre! —dijo mamá. Y me arrastró adentro. En la mesa del comedor ya no queda pan dulce. Solo garrapiñadas, chisitos y turrón. Ah, y un budín envuelto en un celofán tristonio, regalo de doña Luisa. Nunca veo que nadie lo pruebe. —Como cocinera, ¡Luisita es una flor de vecina, eh! –dice el tío Juan. Mamá le hace shhhh, pero se ríe mientras camina a la cocina. Ja, ja. Me imagino a doña Luisa con cara de flor. —¡Chicos, chicos! –grita Nancy, saltando con sus colitas tipo dánica dorada–. ¡Ya llegó! ¡Ya llegó! Todos son como correcaminos. Todos menos yo. Y la tía Nelly. —Vayan ustedes –dice. Parece caracúlica. —¡Este enchastre no se limpia solo! Pero nadie la escucha. Los otros ya están en el fondo, abajo del pino que plantó el abu. —¡Daleeee, Cristiancitoooo, vení! –pide mamá. Todavía se oyen los petardos. Una cañita explota cerca. Los de al lado ponen música. «Qué tendrá el petiso», cantan. Ja, ja. Sultán se esconde y ladra. Yo arrastro los pies. Y voy. Mis primos están como locos abriendo sus regalos, tratando de pispear lo que ligaron los otros. 4
—¡Noooo! –grita Luqui–. ¡Yo quería un auto a control remoto! –Enojado, tira al piso el yoyó-luminoso-bronco-legítimo y se escapa a la terraza. —¡Luuucaaas! ¡Me tenés patilluda, nene! –explota mamá. Y sube. Ahora es mi turno. Me agacho y lo agarro. «Cristiancito», dice la etiqueta. Las luces del pino se prenden y apagan. Algunas no andan pero la musiquita sí. Hace calor. Otra vez miro. «Cristiancito», dice, con fibra roja y calcomanías de esnupy. —A ver, corashonshitoooo, ¿qué te trajoooo? –la tía Cati me aprieta el cachete. Todos me miran. Me pongo colorado. Pienso: «Ja, ja. “A ver qué te compramos”, mejor dicho». ¡No soy un nenito! Los miro. Veo el paquete. Los miro de nuevo. —¡Dale paparulo! ¡Es de buena suerte es! –grita Pedro con la cámara en una mano, una botella de sidra en la otra y un sombrero color caca arriba de su pelada. ¡No quiero abrirlo delante de todos! Pero veo sus caras y pienso: «¡Ma’ sí, Cristian, dale, así se dejan de romper!». No vuela una mosca. Silencio de radio. Solo se oyen la musiquita del árbol y los vecinos. Desato el moño. Saco la etiqueta. Rompo el papel. Y entonces descubro qué me «trajo». Todos me miran. Sonríen, como esperando algo. Yo les hago una mueca. Listo. Alcanza. Enseguida vuelve el bochinche. —A ver, juntensé, miren el pajarito y digan uiskiiiii –nos apura el tío. Obedientes, nos ponemos al lado del pesebre. Maru con sus rasti, Eze con su tiki-taka, Javi con su jiman, Nan con su bebote y Luqui con su yoyó y su cara de traste. Yo trato de sonreír. Pero justo un segundo antes del flash, me las arreglo para esconder detrás de mi espalda el tribilín articulado que compraron para «Cristiancito». No hay caso. Mi familia no quiere entender que ya no soy un nene. 6