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P Social Oroblemática pinión

Rogelio Salmona

Foto Luis Javier Londoño Balbín

Colombia es víctima de un urbanismo atropellador y especulativo «Los constructores quieren ganar hasta el mínimo centavo por metro cuadrado»

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n el ambiente penumbroso del auditorio del Museo de la Universidad de Antioquia, el eco de la voz del arquitecto Rogelio Salmona (1929) estará sonando siempre como pieza viviente del patrimonio de verdades sobre la realidad de cemento que hoy distorsiona la geografía colombiana. Verdades que incomodan en recintos oficiales. Verdades que no se quedan en la acritud, porque van acompañadas de intención justa y ánimo de corregir. El acierto de su visita a la Ciudad Universitaria fue obra del poeta Elkin Restrepo, director de la Revista Universidad de Antioquia, publicación que está conmemorando setenta años de lucidez y bregas. Los conceptos y recuerdos vertidos por el profesor Salmona fueron el resultado del diálogo con su interlocutor en la mesa principal, el escritor y crítico literario Darío Ruiz Gómez. El tema, por supuesto, no podía ser otro que la ciudad, palabra que en boca de Salmona es sinónimo de «creación del espíritu», «lugar de la cultura», «espacios abiertos y placenteros para vivir a gusto», «lugar donde la humanidad debe procurar vivir en una forma consecuente con su entorno», «lugares pensados no tanto como la gente los vive, sino como desearía vivir en ellos». En fin, lugares para la expresión del goce, el placer, la lúdica, el encuentro. Todo lo contrario de lo que hoy ocurre en Colombia.

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«La definición de arquitectura que me interesa no es la que aparece en los diccionarios y que dice que es el arte de construir edificios, sino aquella que la define como la confluencia entre la historia y la geografía. No hay arquitectura que no esté puesta en un lugar geográfico y no hay arquitectura que no se haya alimentado con la historia de lo que otros nos legaron».

«La vida académica no admitió a Rogelio Salmona y por eso él y años antes su maestro Le Corbusier tuvieron que graduarse de otra forma», fue el dardo con el que Ruiz Gómez estimuló el torrente de recuerdos del invitado, quien rememoró su formación como arquitecto viendo la construcción de los barrios de Bogotá, en los años treinta, y luego, dos décadas después, como alumno titular de la Escuela de Altos Estudios de la Sorbona. Ambas experiencias –la primera entre andamios, ladrillos y obreros, y la segunda imbuido de hechos literarios al frecuentar la lectura de autores franceses, españoles y colombianos–, le despejaron el camino hacia la práctica de la arquitectura como respuesta a las necesidades habitacionales de la gente.

La niñez también le sirvió de soporte porque el tiempo lo invertía reproduciendo con sus propios trazos la obra de grandes pintores, y frecuentando la biblioteca familiar «a la que llegaban muchas revistas y libros procedentes de Europa, no obstante el aislamiento de la ciudad frente al resto de la cultura del mundo». Terminado el bachillerato le pareció que lo mejor que podía hacer era ingresar a la Facultad de Arquitectura de la Universidad Nacional de Colombia, donde apenas cursó dos años, tiempo durante el cual se afianzó en el convencimiento de que no se puede hacer arquitectura con poesía: «No es pretencioso decir eso. Lo que debe expresar la arquitectura es su profunda poética. Si no, sería un simple hecho constructivo».

La Ciudad Universitaria es bellísima «La Ciudad Universitaria donde funciona la Universidad de Antioquia me parece bellísima. Ella conserva unos espacios muy amables con una vegetación esplendorosa. Es uno de los mejores campus que hay en América Latina. Es una arquitectura de grandes corredores, de galerías, de patios que se van uniendo unos con otros. Es un proyecto muy alternado. Lo que es importante es la espacialidad, la relación con el clima, con la naturaleza, valores que debe proporcionar toda arquitectura. Considero que las ciudades universitarias deberían eliminar las rejas, porque la verdadera universidad es la ciudad y no solamente el campus»: Rogelio Salmona.

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Los trágicos acontecimientos del Bogotazo (9 de abril de 1948) y las consecuencias funestas que se derivaron tras el asesinato del dirigente liberal Jorge Eliécer Gaitán, convirtieron a Salmona en exiliado voluntario pero no resignado a perder el derecho de vivir y expresarse en Colombia. «Muchos tuvimos que huir del país por la represión que se desató. Mis padres se asustaron y me mandaron a Francia», recuerda. La vinculación en París con Charles-Édouard Jeanneret, Le Corbusier (1887-1965), no fue difícil puesto que alumno y maestro ya habían tenido un contacto doce meses antes durante la primera visita del francés a Bogotá. «En realidad lo que yo hacía en el taller de Le Corbusier era barrer la oficina porque con escasos dos años de arquitectura obviamente no estaba capacitado para estar a la altura de los que trabajaban allí». Buscando una solución a la falta de conocimientos, se convenció de que ningún arquitecto es creador nada porque simplemente recrea lo que otros a su vez han recreado. «La arquitectura –afirma– no es un hecho aislado y sus detonadores no están en la arquitectura misma. Están en los hechos poéticos, literarios, científicos, culturales y tecnológicos que proporciona una época». El trasegar por suelo europeo y el contacto directo con el paradigmático


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En Medellín hay una total insensibilidad con el medio geográfico

Lo que está ocurriendo en El Poblado es asustador

Fotos Cortesía periódico El Colombiano

Le Corbusier, le convencieron de una vez por todas del sentido que debía darle a su formación: tener una idea fiel del mundo para transformarlo, sobre la base de conocer tanto las grandes obras «como las obras de la arquitectura anónima donde está expresada la vida». Tal convencimiento le alentaron las ganas de retornar a Colombia. Instalado de nuevo en Bogotá, y luego de amalgamar en París los sueños y las esperanzas con cientos de latinos hijos del éxodo, Salmona optó por la militancia al servicio exclusivo de una causa social y poética: la arquitectura, territorio desde el cual delineó la aspiración muy íntima de «crear ciudades para la gente y no para la especulación, porque ya se veía venir toda esa actividad mercachifle que usa la ciudad para beneficio de intereses privados». Entonces comprendió que la arquitectura nacionalista y moderna que había aprendido en Europa, necesitaba enriquecerla con el elemento genuino de la arquitectura prehispánica. Por eso marchó como expedicionario a México, Perú y las distintas regiones de Colombia. «Lo que me interesa –se dijo– es encontrar soluciones lo más poéticas posibles, y al mismo tiempo lo más racionales y concretas a las necesidades de nuestros países». Tal postura ética, filosófica y política no sólo lo enfrentó con los cultores de las vanguardias («que no me importan ni un pepino»), sino, aunque a la larga son los mismos, con los auspiciadores de «la arquitectura escenográfica que en nuestros países resulta ser injuriosa porque no está al servicio de la comunidad sino al servicio de la especulación urbana y de las grandes vedettes que promocionan las revistas nacionales e internacionales». Hoy, después de exitosas experiencias constructivas en varias partes del país, entre ellas, en Bogotá, el conjunto residencial Torres del Parque, la Biblioteca Virgilio Barco, el Archivo General de la Nación, el Edificio de Posgrados de la Facultad de Humanidades de la Nacional, el conjunto de apartamentos El Polo, el Colegio de Bachillerato de la Universidad Libre, el conjunto de viviendas Fundación Cristiana, la sede de la Sociedad Colombiana de Arquitectos, el complejo residencial Torres del Parque -primera obra de repercusión internacional-, la Casa Alba, el conjunto residencial Alto de Pinos, el Centro Jorge Eliécer Gaitán, el conjunto de edificios Nueva

«En Medellín, una ciudad que yo he visto hace años, que he visto hace unos meses y que he visto ahora, hay una total insensibilidad con el medio geográfico. Lo que está ocurriendo en El Poblado es asustador. Eso hay que decirlo y hay que frenarlo. Como hay que decir que Medellín debe recuperar el centro, porque en el pasado fue un lugar activo y un lugar de encuentro, que se fue perdiendo en el momento en que se produjeron intervenciones insensibles con los lugares tradicionales como lo fueron La Playa y Junín. Allí la destrucción no se hizo porque la ciudadanía lo quiso sino porque se intervino bruscamente sin tener en cuenta la tradición y la historia. Y lo grave es que eso está pasando en todas las ciudades del país. Lo más delicioso que tienen las ciudades son sus ríos, sus quebradas y su pie de monte, pero aquí el urbanismo no los ha tenido en cuenta porque es un urbanismo atropellador. Un urbanismo especulativo que quiere ganar hasta el mínimo centavo por metro cuadrado. Hoy las ciudades están al servicio no de la gente sino de comerciantes. Los constructores parecen no tener una ética respecto a la comunidad y por eso es importante que el Estado vuelva a tomar las riendas de la vivienda popular. Hay que frenar la injusticia de que la empresa privada gane dinero con la plata del pobre, subvencionada por el Estado. El Estado puede hacer propuestas coherentes de diseño, que equilibren ese mercado tan dañino. La vivienda social en manos privadas ha sido un desastre para las ciudades en Colombia».

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Por medio del programa PREVIVA

El Valle de Aburrá fortalece políticas y programas de prevención y control de la violencia Durante la reunión celebrada el pasado 2 de febrero en la Rectoría de la Universidad de Antioquia, el director del programa PREVIVA explicó a los alcaldes, secretarios y representantes de los municipios, los desarrollos del proyecto en el presente año.

Fotos Luis Javier Londoño Balbín

Santafé de Bogotá y la sede del Archivo General de la Nación; en Tabio, Cundinamarca, la casa Franm; en Armenia, Quindío, el Museo Quimbaya; en Cartagena la Casa del Fuerte de San Juan Manzanillo; y en Cali la sede de la Fundación para la Educación Superior (FES), Rogelio Salmona considera que «en aquel entonces yo me salvé, porque evité caer en las tentaciones de hacer una arquitectura de tipo internacional, que consistió en la construcción de grandes edificios y que significó la destrucción casi total de las ciudades colombianas, sin contar la destrucción de importantes ciudades europeas». El barrio Kennedy en Bogotá, desde el punto de vista arquitectónico y espacial, lo considera «un desastre» y la antítesis de la idea de crear un nuevo tipo de urbanismo que tuviera en cuenta la tradición de la manzana, así como la actividad barrial en torno a la escuela pública. Este tipo de propuestas –explica– no surtió efecto porque a alguien en el desaparecido Instituto de Crédito Territorial se le ocurrió «que de esa forma se incentivaría el comunismo en Colombia». También trató de participar en proyectos para las clases pudientes, sobre todo de Bogotá, con el fin de que las obras que se construyeran en las afueras de la ciudad no destruyeran la riqueza del pie de monte. Esa propuesta se quedó a medio camino y en el entretanto muchos terrenos fueron invadidos para no recuperarlos jamás. Tampoco parece que será recuperada la noción de ciudad que, en su concepto, está sufriendo una peligrosa mutación. «En Colombia estamos entrando en un mundo de lo urbano entendido como aglomeración, que nada tiene que ver con la ciudad tradicional. Nuestro trabajo es ver qué solución y qué forma le damos a la ciudad para que esa espacialidad forme parte de nuestra memoria, de nuestra historia, de nuestro lenguaje. Es casi imposible impedir la mutación, pero en alguna manera tenemos que hacer un esfuerzo para reorganizar y volver a la escala de lo urbano». Pero para Salmona no todo está perdido. Aún hay esperanzas. Es necesario definir, por ejemplo, «un cuerpo de doctrina en el que participen arquitectos, urbanistas, filósofos, sociólogos, economistas, para repensar la ciudad en una forma mucho más coherente y más de acuerdo con la sensibilidad que tenemos los colombianos». Tal empeño, por supuesto, no es fácil. Sobre todo teniendo en cuenta que Colombia, según el maestro Salmona, está en manos de «un urbanismo atropellador y especulativo que quiere ganar hasta el mínimo centavo por metro cuadrado». ◗

P Oroblemática pinión Social

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apacitar personal en el tema de prevención de la violencia y poner en funcionamiento un sistema de información que ofrecerá datos sobre homicidios, suicidios, muertes por accidentes de tránsito y consecuencia de la violencia interpersonal, familiar y el maltrato infantil, son los objetivos centrales para el presente año del programa PREVIVA, proyecto de investigación respaldado por las alcaldías de los diez municipios del Valle de Aburrá, la administración del Área Metropolitana de Medellín y la Rectoría de la Universidad de Antioquia, y cuya orientación académica está a cargo de la Facultad Nacional de Salud Pública. También se tiene previsto preparar manuales e instructivos, divulgar mediante documentos las características del medio socio-cultural que inciden en la violencia, capacitar y apoyar en

los municipios a los Comités de Convivencia y Seguridad, y darle pleno respaldo al Manual de Convivencia y al Plan de Desarme del Municipio de Medellín. En marzo o abril se reunirá en la capital antioqueña el comité asesor externo, conformado por los especialistas Joanne Klevens de la Universidad de Atlanta, Joan Hoffman de Naciones Unidas, Nancy Guerra de la Universidad de California y Dieter Koch Weser de la Universidad de Harvard. La capacitación de personal se llevará a cabo por medio del diplomado «Formulación y diseño de acciones de promoción de la convivencia y prevención y control de la violencia», que se iniciará a partir del próximo 3 de marzo. Las inscripciones ya se encuentran abiertas y los interesados pueden solicitar información en la

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Facultad Nacional de Salud Pública de la Universidad de Antioquia. De acuerdo con la opinión del director general del proyecto, médico Luis Fernando Duque Ramírez, ex rector de la Universidad de Antioquia, «el objetivo fundamental del programa es la disminución de la violencia y de otras conductas socialmente indeseables asociadas a ésta, por medio de la participación de los gobiernos municipales y de las comunidades, de manera que se generen procesos sociales que garanticen su efectividad a largo plazo. El esfuerzo se orienta a fortalecer la participación de las autoridades locales y de aquellas del orden departamental y nacional con presencia en los municipios del Área Metropolitana, y de las comunidades locales, para que ellas, en un esfuerzo común, tengan como meta, no tanto el esfuerzo que lleven a cabo, sino el


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