Cuentos New Age 2da edición

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Cuentos New Age

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LUIS ALEXIS LEIVA

Cuentos New Age

milena caserola 6


LUIS ALEXIS LEIVA Cuentos New Age. — 2a ed. milena caserola, 2014 192p. ; 14x20 cm.

I.S.B.N 978— 987— 1583— 64— 8 1. Cuentos Argentinos Contacto con el autor: luisalexisleiva@gmail.com Página de escritores independientes: www.elasunto.com.ar Todos los izquierdos están reservados, sino remítanse a la lista de libros censurados en las distintas dictaduras y democracias. Por lo que privar a alguien de quemar un libro a la luz de una fotocopiadora, es promover la desaparición de lectores. Arte de tapa e ilustraciones: Mauro Germán Leiva

Editor: Matías Reck / losreck@hotmail.com www.milenacaserola.blogspot.com

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PRÓLOGO por Enzo Maqueira

A Alexis Leiva le sobran miradas para desentrañar las tensiones ocultas detrás de escenas cotidianas. Un festejo de amigos, la tarde en un bar, un desayuno… todo es una buena excusa para narrar historias mínimas, plagadas de personajes que callan tanto como dicen. Porque el gran hallazgo de este camillero de hospital público y profesor de letras es narrar, al mismo tiempo, lo que se ve y lo invisible, lo que se dice y lo imposible de nombrar. Por eso sus cuentos también suceden en el campo, en las pesadillas y en la música de Radiohead. Con recursos narrativos que construyen una suerte de cubismo extemporáneo, Leiva nos muestra las distintas caras posibles de una realidad que siempre parece guardarse un as en la 8


manga. Lo hace con pinceladas de la más contundente literatura, con un trabajo excepcional con los personajes y el registro oral, con cierta pátina de desánimo oculta detrás de una máscara de optimismo. Parece una tarea contradictoria, y es ahí donde los cuentos de New Age se vuelven polimorfos y amenazadores, contundentes y sutiles. Dividido en tres secciones (Mitos, Mitos lisérgicos, Cuentos camperos y final), New Age es un abanico de posibilidades que el lector irá descubriendo a medida que entra al universo particular de su autor, quien también escribió Grietas, una novela con reminiscencias del mejor José Sbarra, autor épico de la década del ochenta que Leiva lee, rescata y homenajea en algunas de las páginas de éste, su segundo libro publicado. Pero también Borges, Jim Morrison y chicas jóvenes de hermosos cuerpos. Como en esas camillas que supo trasladar por los pasillos del hospital, Leiva lleva y trae pedazos de realidad que, a pesar de todas sus miserias, tienen la voluntad de seguir existiendo.

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PRÓLOGO A LA SEGUNDA EDICIÓN DE CUENTOS NEW AGE por Micaela Lusardi

Buenos Aires, 20 de Agosto de 2014

Ahora entiendo por qué aquella carta no tenía fecha. En su momento me llamó la atención, especialmente —me atrevo a suponer— porque venía de parte de un escritor y profesor de letras. Así conocí a Luis Alexis Leiva, antes por su puño que en persona, cuando, tiempo atrás, nos llegó un paquetito a la radio en la que trabajo a nombre de aquel Ritual de lo Ajeno. Pasaron unos meses hasta que, finalmente, conocí al autor en persona. Cuando un buen tiempo después me propuso escribir estas líneas, sonreía con poca sutileza celebrando la noticia de esta incipiente segunda edición de su segundo libro. El primero de cuentos pero, más aún, el primero que conocí. Hay algo en la construcción de sus personajes que nos hace viajar, desde el extrañamiento, a lugares teñidos de esa familiaridad a la que muchas veces, y por algún motivo, intentamos negarnos. 10


Y lo hace proponiendo una invitación directa a ir de la mano, llevándonos, como aquel poeta, a través de un mundo conocido para desconocerlo, y entonces poder volverlo a encontrar. A veces sin tiempo, otras como fotos de un pasado cuando sabía ser presente. Quizá nos ayuden todas las referencias a eso que primero es cultura pero antes que nada es nuestra: El siglo XXI, lo propio que significa la presencia de "El Club Sbarra", las topper, las caminatas por Riobamba… En éstos Cuentos New Age las contradicciones, por proximidad y por lejanía, conviven, no compiten. Sumándole así contenido a la aventura que representa el lenguaje, la búsqueda de lo cotidiano pero también de ese "qué sé yo" que es tan nuestro, tan inexplicable. Rock de pueblo, soledad y multitudes también transpiran en estas páginas. El cuento, como género, no puede nunca ser ajeno a la tensión que nos generan las humanidades. Y aquí no lo es nunca. Luis Alexis maneja la adjetivación con sello propio, sin abusar nunca de la metáfora, sin exceder lo necesario, sin prestarle atención a lo justo, y, de algún modo, tan pero tan "de acá". Entre putas, jardines y Jim Morrisons, nos desafía a encontrarnos o desencontrarnos, sin avisar que, en realidad, vamos a buscarnos sin siquiera saber que nos habíamos propuesto encontrarnos. Entre líneas, el amor a los poetas malditos, la fascinación y la comodidad incómoda de lo nocturno, 11


lo dicho, lo elíptico, lo sencillo y lo masticado. Todo aquello convive en estas páginas maridando casi a la perfección, porque siempre es en función de la efectividad del resultado. Efectividad tan propia del cuento corto; tan necesaria, y tan bella a la vez. Aquí no hay miedo de arriesgar la torpeza; aquí, por momentos, nos salimos de la opresión de la moral ajena perdiéndole el miedo hasta el ridículo, aun cuando los personajes tropiezan entre mediocridades y dolencias o indolencias. En el mundo que aquí se retrata todo parece cambiar, y tan rápido y tan-todo-el-tiempo, que prima esa sensación de que se ha renunciado a toda verosimilitud, la (falsa) certeza de que ya todo ha sido inventado. Pero resulta que este libro no pudo haber sido escrito por nadie más, en ningún otro lugar, en ningún otro momento. La totalidad, recordemos, es mucho más que la suma de todas las partes. Y quedarse quieto, también es huir. Pensaba además, mientras navegaba apurada los cuentos que encontrarán a continuación, en lo difícil de escribir… de encontrar refugio en este mundo, en este 2014 en el que nos negamos a creer la muerte de las utopías, en esta confundida era de la inmediatez, en esta cultura donde las redes dejan cada vez menos lugar a los triángulos; mucho más poblada de romance que de romanticismo, pero a la vez de búsqueda, de locura, de creación, de urbani12


dades… Y pensaba, también, qué triste sería que los Luis Alexis Leiva de este mundo eligiesen privarnos de sus lentes —que son también sus letras— para mirar ergo PENSAR el mundo. Porque lo hace sin ser nunca pretencioso, sin esas engorrosas opulencias, como quien sabe que la mayor fortaleza es la del que no le teme nunca a la herida expuesta. El acto de publicar, que es algo así como desprenderse, exponerse, supone cierto coraje. Digamos que si no hay una entrega previa y simultánea, entonces tampoco hay cuento. Aquí la belleza y la oscuridad se amalgaman proponiendo una penetración visceral en lo más primigenio de la sensación de cada sentido común que pueda ir por la vida caminando en dos patas. La incomodidad de quien tiene húmedos los pies, y se encuentra lejos de casa, pero en terrenos nunca del todo ajeno, se retrata aquí como pocas veces. Por eso, éste libro tiene el mérito de los libros que nos deleitan inspirando algunas de esas preguntas que podrían ser ninguna o todas las demás. Quienes solemos brindar por la música en vivo tocada por seres humanos, abrazamos a veces con nostalgia, pero siempre con respeto, el calor tibio de una página escrita, de un libro de esos que nunca se terminan del todo de leer… Aquella nota que acompañaba aquel ejemplar de este mismo libro —o uno muy parecido— tenía 13


algunos rastros de liquid paper. Al notarlo pensé por un instante en la genial locura que reposa en cada uno de los escritores de los que, de una forma u otra, han atravesado nuestros días. Antes de la firma había una frase sin citar que llevaba la impronta de Neil Gaiman: Los sueños dan forma al mundo. Luis Alexis Leiva, en las hojas que siguen, nos hará creer que, como los sueños crean el mundo, en cada rincón, en cada noche, los cuentos —como la música, como la vida, como el amor— lo hacen también.

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MITOS Primera secci贸n

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NEW AGE

"It hardly pained him now to think how poor a part he, her husband, had played in her life" LOS MUERTOS, James Joyce

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odos lo sabían, pero yo no quería aceptarlo. Adrián estaba preparando la casa para recibir esa noche a los chicos. Mientras yo, que de tan ansioso no podía quedarme tranquilo en casa, me ofrecí para ayudarlo. Como quería lucir mi registro de conducir recién obtenido, fui a buscar las bebidas al supermercado. Si bien me sentía orgulloso en mi viejo Fitito, sabía que mi edad hacía ver ridículo mi logro en la academia de manejo. Pero esa era "la noche" y nada podía salir mal. Se suponía que íbamos a ser más de doce o trece personas, así que ¡Date una idea de la cerveza que íbamos a necesitar! Pero reduciríamos eso con cantidades menores aunque más potentes de vino. Un Vodka para hacer tragos y un Tequila... fruta, no olvidar18


se de la fruta. Gaseosas... y yo reservaría un New Age especial. Era casi lo único que ella tomaba en cuanto a alcohol, me dijo. Ese detalle corría por mi cuenta. El changuito se iba cargando y el tintinear de las botellas era tan festivo que mi corazón se impacientaba más. Tendría que haber traído papeles de diario o cartones o algo, para que las botellas no corrieran peligro en mi flamante Fíat 600 baqueteado. ¡Los aderezos, qué boludo! ¡Adrián me encargó encarecidamente que no los olvidara! Las botellas se van a hacer mierda, tantas lomas de burro que... Me dio vergüenza hacerme una lista de compras, como cuando mi vieja me pide que vaya a hacer los mandados... así que es probable que me olvide algo... el New Age no, por supuesto. Mis nervios me estaban jugando un mal rato, como era de esperarse. Pero no me iba a dejar ganar... no esta vez. No esta noche que sus grandes y bellos ojos me estarían mirando. De hoy no pasa. Obvio que en la escuela de manejo era más fácil llevar el acondicionado 206 que esta mierda de cafetera con problemas en la palanca de cambios. ¿Quiénes habrán llegado ya? El olor al humo de la parrilla ya se sentía ni bien dejé el auto en la vereda. Obviamente, al volver a la casa de Adrián, solo encontré a los más allegados: Romina, amiga de toda la vida, novia de Julián; Julián mismo; Raúl, que me ve entrar y me recibe con una alegría desmedida, no por mi persona, claro está, sino por lo que fui a comprar. 19


—¡Hermano querido! ¿Te ayudo a bajar las cosas? La casa empieza con el living, que a la derecha de la puerta de entrada va hacia la cocina, luego en la misma dirección hay un pasillo con el baño de costado, y al finalizar ese pasillo pequeño, una puerta comunica con el fondo de la casa que tiene la parrilla. Y desde ese fondo veo entrar a Adrián, el tipo de la gran sonrisa amigable. Busca la bandeja de hamburguesas todavía crudas que Romina preparó demostrando sus dos años de curso de Chef internacional: las sacó de su envoltorio plástico, las ordenó prolijamente en la bandeja y las roció con orégano. En el fondo del living ya está Letereo, revisando los estantes con CD's y con un vaso de algo que parece Coca, pero más claro y con hielo. Federico, al sentir que apoyo la primera bolsa con botellas sobre la mesa ni bien llego, se acomoda los anteojos culo de botella, me sonríe y luego de saludarme sale para buscar el cargamento de mi bucanero 600 Fíat. Ahí voy, le digo. Entre Raúl, Federico y yo, entramos todas las bolsas con botellas milagrosamente intactas, y pasamos directamente a la cocina. El New Age estaba en una bolsa especial aparte, y la agarre yo mismo sin dar oportunidad a que ningún imbécil pueda romperla en el camino. Tratando de disimular, lo envuelvo bien y lo llevo a la heladera para esconderlo de los ojos rapaces de Raúl. Y en el preciso momento en el que me agacho para esconderlo entre las verduras, siento la voz burlona e irritante de Nicolás, a quien no esperaba tan temprano. ¿Con eso pensás 20


ganar hoy? Y se rió, como una tiza chirriando contra un pizarrón. Me molestó tanto que comencé a tartamudear. La cara me ardió de tanta bronca... O de vergüenza, qué sé yo. Hasta su proximidad más lejana me acelera el pulso, pensé. Cerré la puerta con violencia y esbocé una sonrisa al impertinente hermano de Julieta ¿A qué hora vendrá? Este boludo siempre me manda al frente. Igual, después de hoy ya no va a importar, pero me pone de los pelos con sus bromas e insinuaciones. Suena el timbre, ya empiezan a llegar, Nicolás me palmea el hombro —¡Matadoooor! —La puta que te parió —alcanzo a balbucear... pero me ahogo, creo que con saliva ¡si seré pelotudo! Romina lava la lechuga y separa los tomates en un bowl y las hojas limpias y frescas en otro. Adrián entra a la casa desde el fondo, limpiándose las manos con un repasador, y su sonrisa tan agradable siempre. Es el único de todos nosotros que ya tiene cuarenta. Sin embargo su afabilidad, su soltura y su simpatía, lo hacen ver mucho más joven. Si no fuera por esas entrecanas que le están saliendo en el pelo, parecería más chico que la mitad de nosotros. El buenazo de Adrián. Allá va: cruza su propia casa pidiendo permiso, siempre así, haciéndonos sentir mejor que en nuestra casa. Sale por la puerta de adelante y va con paso ligero hasta el portón a recibir a los recién llegados. Raúl ya me robó el Gancia y, preparó él mismo la picada en un tiempo que rompería cualquier ré21


cord entre los bares más conchetos de Palermo. Al parecer Romina faltó a la clase de "Preparación De Picada", pues ni atinó a levantar una tabla o un cuchillo. Fui al living para ver por la ventana a los recién llegados. Caminaba de un extremo al otro como un gato impaciente. En mi mano ya tenía el primer Gancia. Imaginé, de todas maneras, que no sería mi amada: siempre se hacía rogar más de la cuenta. Desde la oscuridad del portón de calle veía surgir a Adrián, conversando animadamente con Leonardo, su novia Carla y su primo Luis. Luis era el eterno novio. Siempre estaba con alguien pero jamás llevaba a sus novias a las reuniones de amigos. Nunca estuvo claro si era por delimitar las cosas o porque todas las veces se conseguía minas del tipo desinteresadas y antisociales. Él era fiel por naturaleza, pero cambiaba de chica luego de un par de años, o meses, casi con regularidad. Hacía gala del gran amor que sentía por la novia de turno, pero de un momento para otro ese gran amor se agotaba y lo cambiaba. Letereo decía que Luis amaba amar, sin importar a quién. Que lo importante para él era simplemente estar enamorado, pero que en realidad nunca amaba a nadie. Letereo siempre tenía esas reflexiones raras. Había veces que yo no entendía ni la mitad de las cosas que él decía cuando se ponía a filosofar. Mi atención sólo estaba apuntada a la llegada de Julieta y sus ojos y su sonrisa... Y lo que esa noche iba a pasar. —Pasen, pasen... Yo voy a la parrilla y después 22


vuelvo. Pónganse cómodos. Raúl, serviles algo, por favor. El caballero, el anfitrión perfecto: Adrián. Julián ya se estaba llenando la boca de cubitos de jamón y cubitos de queso. Él arrancó directamente con la cerveza, hábito que arrastra desde adolescente y que hoy le valió esa panza redonda que ostenta tan orgullosamente. Romina, su novia de toda la vida, se pavonea en la cocina ante Leonardo y Carla. De todo lo que aprendió en la escuela de chef, de los platos exóticos, de la combinación de sabores, y en voz baja, de lo fuerte que estaba su profesor de cocina italiana. Leonardo viene a saludarme, y como siempre lo hace con un abrazo. Los abraza a todos. Federico pasa a mi lado y tocándome el hombro me dice en secreto: —Raúl, a mitad de cena ya va a estar en pedo — y sonrió dirigiéndose nervioso al baño. Le contesto sonriendo también, pero la verdad es que me importa una mierda. Creo que a Federico tampoco le importa; hace mucho que no se lo veía. Anda bastante perdido, me dijeron. Sus idas al baño ya son clásicas en toda reunión. Después de un par de vasos, corre al baño como un perro cobarde en un bosque embrujado. Y vuelve siempre hecho un dandy: mirada irónica, sonrisa de lado, puños cerrados y como si tuviera un cuchillo entre los dientes. Un par de vasos más y vuelta al baño. Dice que meando tanto nunca se emborracha. Pero todos sabemos que yendo con tanta frecuencia al baño nunca va a estar en pedo. Sí, todos 23


lo sabemos. El Flaco, resfriado y eléctrico de Federico. Desaparece una temporada y vuelve peor que antes. Todos nos preguntamos cuanto va a durar. Y, sí, todos lo sabemos. Raúl, en cambio, no oculta para nada su vicio. Toma como ninguno, y si bien aguanta bastante, los años dejaron su huella. Hoy su estado normal es ebrio. Ahora lo veo comer salame, queso, pan y Gancia. Este es su ambiente; se siente feliz, cómodo, amigable... y agradecido. Está como en agradecimiento constante. Agradece la reunión, la comida, la bebida, la amistad. Acá se siente aceptado, dice Letereo. Letereo sabe más, parece que él siempre sabe más. De todos nosotros, por lo menos, siempre tiene un dato más. Mientras sigue en su actitud casi autista revisando discos, yo sé que sabe, porque un día me comentó al pasar que Raúl nunca pudo superar el abandono de Leticia. Típico caso del corazón roto que bebe para olvidar. Todo un tango en persona, dijo Letereo. Como si Raúl no fuera más que un caso clínico, o un personaje de libro; de esos que tanto él lee y que yo sólo escuché nombrar. Raúl, entonces, es agradecido porque acá es el único lugar donde se siente aceptado, donde lo quieren tal cual es. Análisis básico fueron las palabras de nuestro improvisado psicólogo grupal. Yo ni lo había pensado. Entonces me acuerdo, y encaro a Raúl antes de que se convierta en un verdadero cachivache. El siempre lloroso de Raúl. —Che, Raúl, después tendrías que revisarme la palanca de cambios del Fito... Anda como el orto. —¿Qué tiene? 24


—No sé, está como floja. Si hago reversa después me cuesta un huevo que entre primera. Termino arrancando en el primero que enganche. —Mmmmmh... Bueno, sí, dale. En la semana acercámelo al taller que me hago un tiempo y te lo veo. —Buenísimo. Suena el timbre. El corazón se me sube a la garganta. Casi escupo el trago que estaba tomando. Me ahogo. Toso. Todos me miran y sonríen. Leonardo pasa por atrás y me palmea la espalda. —¿Qué pasa, negro? ¿Estas nerviosho? Todos se ríen un poco. Letereo, con un CD en la mano, levanta la vista y me mira serio. Parecería que todos saben... pero él sabe más. Él no solo sabe; él comprende. Me avergüenzo y le esquivo la mirada. Cuando vuelvo a verlo de reojo ya me dio la espalda y volvió con los discos. La sonrisa de Adrián (el gran anfitrión Adrián) , se asoma por la puerta del fondo y me grita: —Dany ¿atendés vos, por favor? Hacelos pasar, nomás. Y allá voy ¿cómo decirle que no a este tipazo? De él es del que menos sabemos. Creo igual que no hace falta. Un tipo tan transparente y sincero no debe tener mucho que ocultar. Es técnico de sonido, operador de radio en una emisora local durante la noche, y por la tarde atiende la disquería que tienen con su hermano. Y por si fuera poco, es bombero voluntario. Así vive rodeado de música, de instrumentos musicales, y de gente que lo quiere cuando llega para dar su ayuda invaluable. 25


También sabemos que es divorciado. Nosotros lo conocimos en su último año de casado, pero ya estaba separado de hecho hacía un par de meses. Así que a su ex sólo la vimos por fotos y por referencias. Tampoco preguntamos más. Me voy acercando al portón pero las sombras que hay del otro lado no corresponden ninguna de ellas a mi amadísima Julieta. Son solo Lorena, Cintia, su hermano Alejandro con una mina desconocida que le cuelga del brazo, y otra piba bien rubia que luego supe se llamaba Natasha. Tal vez amiga de Lorena o compañera de la facu... mucho no me acuerdo. Creo que no pude disimular mi decepción al ver esas caras que no esperaba. Lorena me saluda apretando su mejilla contra la mía, bien fuerte, como si realmente me quisiera. Cintia saluda luego con sus ojos esmeralda. Alejandro dice buenas... con una sonrisa siempre sobradora y pavoneando a su minita de turno. La tal Natasha tira un hola con un tono bastante extranjero, lo cual resultó obvio al enterarme que era rusa. Los invito a pasar y me quedo en la puerta mirando a ambos lados de la calle por si viene... —¿Falta alguien? —Sí, un par nomás. —Todavía no vino JULIETA, ¿no? — me dispara Cintia, pronunciando detenidamente su nombre. Se sonríe, picara y sigue caminando. Ella lo sabe, todos lo saben. Y ¿por qué me preocupo en ocultarlo tanto, entonces? Me da vergüenza. Me siento un boludo, un adolescente en su primer amor. Un idiota que se va a 26


declarar. Pero igual lo voy a hacer. Si todos lo saben, mi amada también lo debe saber, lo cual debería representarme un peso menos. Pero no es así, estoy nervioso que me cago. Entran ellos primero a la casa y yo voy detrás. Necesito un trago, urgente, de algo más fuerte que cerveza. Ya están poniendo la mesa. La casa está llena de movimiento y de vida. Adrián busca la última bandeja con hamburguesas de esta primera tanda, y se dispone ya a cocinarlas definitivamente. Romina ya no toca ni un plato y charla con Leonardo mientras bebe. Alguien se decidió y puso un disco de Manu Chao. Cintia saluda a Luis con un abrazo tan afectuoso que parece que se van a incendiar. Todos creemos que entre ellos alguna vez hubo algo más que amistad. Nadie lo podría asegurar, pero seguro que Letereo lo sabe. Me enferma que sepa tanto... la verdad es que me da miedo. No me gusta su mirada penetrante, ese scanner que tiene en lugar de ojos. Siempre parece decir mentime lo que quieras, total yo sé la verdad. Raúl ya está haciendo sociales con Natasha. Yo estoy tomando vino, pues la cerveza me está quedando corta. Cuando Adrián cruza la puerta con la bandeja de la primera tanda de hamburguesas hechas. Yo estoy tan nervioso e impaciente que no puedo mantener el vaso quieto. Federico y Letereo están sentados muy cómodos en los sillones mientras charlan de algo que parece muy serio. Miran de reojo a Luis como si lo estuvieran juzgando, o riéndose de él... riéndose sin risas, lo cual es peor aún, creo. Luis 27


charla con Cintia, seguramente de su relación siempre compleja y apasionada con su novia, esa desconocida para nosotros. Él es de mucho charlar, se nota que todo tema de conversación lo activa. Sabemos muchas cosas de su vida, pero Letereo siempre murmura que Luis nuca cuenta nada realmente importante, nada que lo involucre o lo desnude en toda su sinceridad. Yo no sé qué pretendía que cuente; es más, había veces que yo solo quería que Luis se callara de una vez. Me ponía nervioso con sus historias de amor y de suicidio. Tal vez porque yo no tenía tantas cosas que contar, y últimamente no sabía más que amar a Julieta... y no me animaba a decírselo a nadie... aunque todos lo sepan. Adrián se unió a la reunión, todos nos estábamos preparando nuestros respectivos sánguches. Mi estómago estaba hecho un nudo de nervios. Y Julieta no llegaba. Ahora mi confianza en esa noche estaba decayendo: ¿Qué hago si no viene? Se suponía que iba a venir. Necesitaba una cerveza... digo, CERTEZA... mis nervios me estaban comiendo. La fui a ver unos días antes, con la excusa de ultimar detalles de la reunión. Yo me encargué personalmente de que venga. La llamé una semana antes de esta noche. Le encantó la idea. Preguntó si podía ir con su prima. Era el festejo del día del amigo, podía ir con cualquiera que sea amistoso. Y me sonrió ¡tan hermosa...! Ya le había tirado bastantes indirectas. Cosas que juzgué suficientemente obvias, pero sin ser reve28


ladoras. Le quise plantar dudas, cosas que le hagan pensar en mí. Ojalá tuviera la habilidad de Letereo para decir cosas interesantes y profundas, pero bueno... Creo que estuve bien igual. Le avisé que esa noche tal vez le daba una sorpresa. Y noté en sus ojos algo que parecía un brillo. Me envalentoné. Ella lo estaba esperando, curiosa pero sabiendo. Tres días antes de esa noche ya le pregunté qué le gustaría tomar... Tomar con esa boca tan fina y preciosa. Esto último, claro que no se lo dije: me moriría de vergüenza si me transparentaba tanto antes de tiempo. Nos conocimos hace como un año, en una reunión parecida a esta. Hablamos mucho aquella noche, y me gustó de entrada. Sus ojos vivaces, sus labios finos, su piel deliciosamente blanca, su sonrisa amplia y encantadora. No quise perderle el rastro y venciendo mi timidez, le pedí el número de celular. Comencé a averiguar todo lo que pude sobre ella, preguntándole a terceros y a ella misma. Y en cuanto menos me di cuenta ya la amaba. Sabía que era así pues no soy como Luis que amó tantas veces sin amar a nadie; ni Como Raúl, que lo único que ama es a "la botella y su depresión". Romina sólo se ama a si misma. Federico... Bueno, Letereo una vez me dijo que Federico no ama, Federico se obsesiona, nada más... Nada menos. Adrián es tan buen tipo que no dudo que sea el único en amar como corresponde, como yo. A Leonardo no lo conozco mucho, pero parece ser un tipo común en cuanto a amar se refiere, al igual que Julián: tienen sus novias sólo por mantener una formalidad, pero las cagan en cuanto pue29


den, y a eso le llaman amar. En cuanto Julieta y yo estemos juntos, le voy a ser fiel hasta que me muera. Eso es amar... Y si yo amo de verdad, nada puede salir mal. ¡Ja! ¡Tomá, Letereo! Eso es un pensamiento profundo ¿no? ¡Jaja! No necesitaba de él para describir el amor... Pero todavía no vino... Y ¿si no viene? Pero me dijo que iba a venir... Me tendría que avisar si... No, no la voy a llamar, sería demasiado obvio. Aunque creo que ella sabe. Si todos saben, ella también. Y si ella sabe, y viene igual, es que está todo bien y quiere que le diga lo que ella ya sabe. Eso, acá y en la China, es un sí. Pero, ¿y si no viene? ¿Cómo puedo tener una certeza sobre eso? ¿Cómo saberlo sin llamarla? ¿Quién podría saber si.... ¡Claro! Pero Letereo sabe más ¡Cómo no me di cuenta antes! Uh, pero se pone tan insoportable... No sé cómo encarar la conversación sin que se dé cuenta por qué le pregunto sobre Julieta. El living comedor es un hervidero, todos comen, todos toman. Recién me doy cuenta que Leonardo me estaba hablando. Le contesto algo tonto, y noto que Federico se levanta para su clásica ida al baño. Me dejó el sillón libre al lado de Letereo. Me voy acercando sigilosamente, pensando qué decirle. Lo observo sentado en el sillón como durmiendo; los ojos cerrados, de cara al techo, el vaso casi vacío en la mano izquierda, el pucho en la derecha, moviendo el pie y la cabeza al ritmo de "Mi mami no lo hará" de Massacre. ¿Quién habrá puesto ese disco? Seguro que fue el mismo Letereo. Puto agrandado. Titubeo; la verdad le tengo miedo. Agarro de la mesa un plato 30


con dos hamburguesas, mi vaso y una botella de vino. "Vos nunca lo sabrás, sabrás, sabrás... Mi mami no lo hará, lo hará, lo hará..." —Por fin viniste — dijo abriendo los ojos, pero sin mirarme —Te traje vino — balbuceé. —Hacés bien, gracias. —Che, está buena la reunión... —Ahá. Feliz día. —Ah... Feliz... Día...— Y brindamos sonriendo— Eh... Sólo falta... —¿Julieta? Sí, pero va a venir. Tranquilo, tigre. —Ah, ¡Ja! Buenisimo... Che... Vos crees que ella... —Mirá...— y por fin me miró fijo. Yo temblé. Sentí como un terror o un respeto, digamos... ¿sagrado? —Mirá, Dany: Vos viniste para que te diga algo, y eso voy a hacer. Pero no quiero reclamos ni voy a explicar mucho más de lo que te diga. —... Ok... —Escuchame bien: mirá a tu alrededor. ¿Los ves? Todos creen que saben algo, de ellos y de los demás; pero no es así. Nadie sabe nada. Y lo más importante de todo, y esto grabátelo: No estamos solos. Vos no estás solo. No somos tan distintos. El amor es universal, y la nieve cae sobre todos los vivos y todos los muertos... Llueve igual sobre justos e injustos. 31


Me quedé perplejo. Con la boca abierta y todavía esperando que me diga algo más claro, algo de verdad. Pero él se desconectó de mí. Se volvió para mirar la televisión muda. Levantó un poco el vaso y dijo "Gracias por el vino", como cerrando la sesión. Yo no lo podía creer. Lo miré con los ojos abiertos, estupefacto. ¿Eso era todo lo que me iba a decir? ¿Para esta mierda esperé tanto? ¿Qué carajo quería decir con eso? No estamos solos ¿Qué, hay extraterrestres ahora? El amor es universal. ¡Ya lo sé! ¿Qué mierda tiene que ver eso con la nieve y la lluvia? ¿Todo eso era un SÍ o un NO?... ¿Por qué me hacía esto? Me pregunto y titubeo si sospechan lo que espero que suceda hoy aquí comenzó a tararear y a mover la cabeza con el tema de La Vela Puerca. Y cantando se paró y se fue hacia los discos, dejándome helado y a punto de estallar. Pensé seriamente en saltarle por la espalda y reventarle la cabeza contra la pared. Pero sonó el timbre. Y antes de que pueda recuperarme de toser por lo ahogado que estaba al sobresaltarme con el ruido estridente, Adrián ya estaba de camino al portón. Pude ver en la oscuridad dos figuras femeninas recortadas en las sombras. Y una de ellas, por fin, era de mi Julieta... La luz de mi vida, el fuego de mis entrañas, pecado mío, alma mía... Ju— lie— ta. Mi corazón cabalgaba furiosamente, mi vaso temblaba... Y mi nuca recibió un proyectil hecho con un bollo de paquete de cigarrillos. Me doy vuelta y Nicolás se reía muy fuerte. ¡Ese pendejo pelotudo! Había que empezar a disimular antes de que entre. Y 32


con un terror que no pude dominar, corrí a esconderme en la cocina. La puerta se abrió y tras Adrián pasó Julieta... Con una sonrisa simple, sencilla. Sus ojos brillantes recorrieron el lugar, las caras. Y yo me asomé, para que me viera. Pasé al comedor como si tal cosa y fui a saludarla. "Hola" me dijo. Qué hermoso "hola", y un beso en la mejilla tan rápido y tímido... Ya vamos a tener tiempo de besarnos más. ¡Ah, cierto! Venía también su prima Claudia. Y ahí empezó la verdadera noche. Yo ofreciéndole cosas, hablándole con disimulo. Ella contestando poco, vergonzosa. Todos tomando, comiendo. Yo más tranquilo, enamorado. Sé que ella es tímida. Leonardo es el único que la conoce mejor. Son amigos desde chicos. Lo voy a vigilar. Espero que nunca haya pasado entre ellos nada más que amistad. Es el único que me da celos realmente. Aunque también sé que ellos no se ven muy seguido ya. Me lo dijo ella misma. Raúl piensa en ella como en cualquier mina ¡qué buenas tetas que tiene!. Federico ni piensa, creo... Pero la ve linda, dijo una vez. Romina le tiene envidia, pero se hace la amiga, como hace con toda mina que se acerca al grupo. Adrián solo dijo una vez Es divina la pendeja, y nada más. Luis se le arrimó para hablarle, y pavonearse como siempre. A él le encanta hacerse el interesante frente a todas, pero no se mete con ninguna porque también se hace el fiel. Es raro, le encanta llamar la 33


atención (y tiene con qué), pero cuando alguna le tira onda dice no, yo tengo novia. Es un hipócrita: él provoca y después se echa atrás. Lo que me pareció curioso es que Letereo no opine sobre ella. Solo me dijo una vez "es buena piba... Medio distante, pero buena piba". Yo creo que él debe ser puto. Está bien, tiene novia, pero últimamente parecen distanciados. Además, y por lo mismo, decir que Julieta es "buena piba" es decir que es fea. Y si alguien piensa que es fea, es porque es puto. Cómo se le ocurre decir que Julieta es fea, si entró tan majestuosa con su camperón largo de jean y corderito; una musculosa negra, ajustada en sus curvadas formas; sus pantalones elastizados, también de jean; sus zapatillas Converse clásicas, que dejaban ver sus hermosas medias a rayas negras y violetas. Terminamos de comer, y todos estábamos medio en pedo. Y fue entonces que a Luis se le ocurrió que podíamos hacer un Karaoke... Puta idea. Apagaron la música, sacaron el micrófono. Todos re contentos y entusiasmados. ¡Julieta sonreía tanto...! ¡Qué hermosa! Empezó Leonardo cantando un tema de La Mississipi. Todos aplaudimos e hicimos coros. Siguió Luis, cantando uno de Vicentico. Después Romina se lució con Shakira. Adrián se fue a buscar las últimas hamburguesas a la parrilla. Y fue justamente ahí que a Nicolás se le ocurrió la "gran idea" de postularme a mí para ser el próximo en cantar (Hoy quiero creer que su hermana no tuvo nada que ver con eso). Todos apoyaron la moción y con la cara incendiada de 34


vergüenza, accedí de mala gana. Odié al pendejo por eso. Pero como Julieta hacía rato que estaba hablando con Leonardo, era mi oportunidad de llamar su atención. Elegí Corazón de Los Decadentes. Vigilé a Leonardo desde ese centro de atención, y medio me decepcioné al ver a Julieta levantarse para ir al baño que quedaba cruzando la cocina camino a la parrilla. O tal vez fue a buscar algo en su cartera que dejó junto a su campera y demás cosas en la cocina. Canté toda la canción medianamente bien, y todos corearon y aplaudieron. En mi mente solo estaba ella, solo sus ojos, su boca, su sonrisa... Terminé la canción y me fui a sentar cerca de la mesa, en un lugar estratégico para ver en la dirección por donde Julieta se había ido. Y la vi, apoyada en la mesada, con los brazos cruzados, sonriente y charlando con Carla que guardaba cosas en la heladera. Mi amada con su camperón puesto, el pelo un poco revuelto, y sus pies... Por arriba de su zapatilla izquierda vi que no... Entonces sucedió algo que sólo yo noté, que sólo yo podría haber visto: Adrián vuelve del fondo, de la parrilla creo... Y al cruzar por la cocina pasa muy muy cerca de Julieta, y le deja en el bolsillo de la campera... Un trapo que cuelga un segundo, y que al verlo Julieta lo guarda apresurada y se sonríe. Nadie lo notó, pero yo sí. Una espada que me atravesó el corazón. Era una media, una media a rayas negras y violetas. Su zapatilla, la media... Adrián, Adrián, Adrián. Quedé helado, blanco, mi estómago dio un vuelco... Casi vomito. Romina me pregunta qué me 35


pasa. Miro a Letereo que me observa fijo y sereno. No estamos solos, no estás solo, no somos tan distintos... La nieve, el amor, la lluvia... Igual para todos. Adrián, el bueno de Adrián... No puede ser. No era posible. Pero sí. Nicolás ni me mira y disimula. Toda la noche se fue al carajo. Bajo la mirada y tiemblo. Estoy duro, entumecido. Me falta el aire. Raúl grita desde la cocina: —¡Mirá lo que encontré en la heladera, en la bandeja de las verduras! —¡Buenísimo!— gritan todos. —¡Traelo para brindar!— grita contento Adrián. Adrián, el bueno de Adrián.

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¡UNA LÁGRIMA, POR FAVOR...!

"Sin duda que eres uno de los galileos: se nota por tu modo de hablar" Mateo 27: 73

A

urelio ya está cansado. La camisa negra parece pegársele a la piel. El delantal en su cintura está bastante sucio. Hasta sus zapatos, perfectamente lustrados, reflejan el tedio de la jornada. Todavía le quedan un par de horas antes de irse. La gente llena el bar de incansables voces que van y vienen. Mira el reloj, desilusionado porque el tiempo babea cada vez más lento. Atiende a todos los clientes con la misma sequedad: viejos, jóvenes, hombres, mujeres. Ya no se preocupa por ganarse las propinas, solo quiere irse. Buenas tardes... ¿qué van a pedir? Para luego confirmar la respuesta con otra pregunta ¿dos cafés? ¿Un cortado? ¿Una coca?... muy bien. Y se va a buscar el pedido. Cuando alguien se levanta, limpia las mesas para el ingreso de otro cliente. Un par de monedas ¡Miserables de mierda! 38


¡Con todo lo que consumieron! Se queja para sus adentros mientras tintinean unos con otros los centavos en su bolsillo. Una joven pareja entra al bar en silencio; una pareja como cualquier otra, sin nada en particular. Allá van, una mesa de cuatro para dos. Siempre hacen lo mismo. Solo porque está del lado de la pared, o en un rincón, o cerca de la ventana. Si querían intimidad se hubieran ido a un telo ¡qué joder! —¡Mozo, la cuenta por favor! —Dice una vieja acompañando su pedido con señas. Aurelio asiente con la cabeza y va a tomar el pedido de los recién llegados. Dos cafés: indicio suficiente de que sólo consumirán eso y ocuparán la mesa por horas. Una mesa de cuatro ocupada por dos durante mucho tiempo, deriva en una gran complicación para ubicar a cuatro clientes futuros que coman juntos. Refunfuña sin que se le note y cobra el té con leche y el tostado a la vieja concheta. Propina cero, obviamente. Una lágrima... se escucha por ahí. Pero atiende su compañero. ¡Qué suerte, no soporto a la gente que pide una lágrima, son quisquillosos y desequilibrados...! Hacen quilombo por cualquier cosa. Los dos cafés se están preparando. Acodado en la barra observa a la pareja en la otra esquina. Tienen las miradas muy tristes y parecen conversar de algo inaudible. Recibe los dos cafés, mira la hora, putea por lo bajo y camina hacia la mesa. Al acercarse notó que la pareja estaba en silencio, un denso silencio. No le gustó esa escena ¿Para qué mierda vienen? ¿Para amargar a todo el mundo con su espectáculo? Cansado de 39


sus miradas tristes apoyó frente de cada uno una taza, un vaso con soda y el cenicero. Levantaron la cabeza para mirarlo y agradecer... pero Aurelio no quiso enfrentarlos... no supo por qué. Dio vuelta la cara y se retiró. Esos jóvenes no han dejado de mirarse... tanta tristeza agobia; largan palabras que nadie oye, pero espaciosas entre sí. Los labios de uno se mueven dando lugar a un silencio, y luego mueve los labios el otro. Silencio, y otra palabra luego. No supo en qué momento pero lo atrapó esta situación. Atendía otras mesas y los miraba de reojo ¿que estarán diciendo? ¿Qué les paso? Se obligó a mirar el reloj para no perder su objetivo: irse pronto. Pero ni bien los observaba se olvidaba de la hora otra vez. ¡Qué me estoy preocupando yo! ¡A mí no me tiene por qué importar! Lo que les haya pasado... ¿qué habrá sido? Las agujas corren, los cafés van y vienen. Ruidos de tazas, la máquina de café, la música del lugar, las voces, las voces... En ese rincón parece haberse formado una burbuja de silencio. Esa mesa, la mesa tres, se ha vuelto impenetrable. Los ruidos no pueden pasar a través de ella, ni entrar, ni salir. Ellos se mueven suavemente, no dejan de mirarse a los ojos... ni él deja de hacerlo cuando fuma, pensativo y evanescente como el humo. Ella toma la taza como en automático, clavando sus verdes ojos en las oscuras pupilas color café de su compañero. —Un cortado, por favor... Y un tostado. 40


—Si, como no ¿Y si paso por ahí? Pensó con escalofríos en su espalda. Tomó coraje y se dispuso a interrumpir el silencio. Nada penetraba el círculo en el que estaban. Procuró ir haciendo ruido con sus zapatos, pero ni bien cruzó la línea invisible sus pasos se silenciaron. No fue su intención, pero el piso de parqué no sonó con el golpe de su talón, las tazas de la bandeja que llevaba no tintinearon, y hasta podría asegurar que ni el rozar de su ropa se sintió. Le pareció una idean ridícula y quiso no prestarle atención. Ellos ni se inmutaron con su presencia. Nada puede entrar y nada puede salir. —Una coca Light, plis. —Si, si... En seguida. —¡La cuenta, mozo...! —Ya voy... Desde la barra los mira perplejo. —¿Qué te pasa boludo?... —¿Viste la mesa...? —¿Qué? —Nada, nada. —¡Tostado para la mesa diez! Él corre la taza que esta frente a ella; no sonó. Ella mueve la mano; tampoco sonó. Por fin las horas fluyen a buen ritmo y la gente se está yendo. Aurelio ni mira el reloj ya. Solo a ellos. Monedas que tintinean al caer en su bolsillo, trapos que limpian las mesas, y de pronto... La piel de la joven se ha estremecido un poco; su pelo colorado se 41


ha inclinado suave sobre la mesa ¡Uy, se están por dejar de mirar! ¡No! ¡El silencio se está rompiendo! ¡¿Qué hace?! ¡¿Qué pasa?! Una lágrima comienza a rodar por esas rosadas mejillas. Y el ruido que hace al bajar, como a trueno partiendo el cielo, ha invadido poco a poco todo el salón. Es ensordecedor, terrible, eterno, angustiante. Aurelio contuvo el aliento por un segundo que pareció infinito... Hasta que culminó en un estallido brutal provocado por la lagrima chocando contra la mesa. Él quedo estupefacto y asustado, observándolos desde el otro rincón del salón. El silencio había desaparecido. El circulo también. El reloj tocaba cada segundo. Las voces ocupaban todos los rincones. Las tazas, las sillas, los trapos, los pasos. —Anda a cobrarles vos, así se van... —¿Eh? —¿Los conoces? —No —¿Qué te pasa? —Nada, nada... Cobrales vos...Yo limpio la mesa. —Bueno... La pareja de la mesa tres pagó y se fue. Aurelio los siguió con la vista... Pero ya hacían ruido como cualquiera. Volvió sus ojos a la mesa y se acercó casi como un zombi. ¿Dónde está ese círculo silencioso e invisible? Corrió las tazas y vio lo que buscaba. Una gota de cera estaba allí. Una lágrima de cera. La observó. Nada puede entrar y nada puede salir. Se inclinó para verla bien. Blanca, casi transparente. Dura, cera. Ruido de tazas, ruido de voces, ruido de pasos, 42


trapos, sillas. Estir贸 un dedo para tocarla. Nada puede entrar y nada puede salir. Era cera. La levanto en su 铆ndice y una palabra le broto a sus labios, abrupta e involuntaria: Adi贸s. Se sent贸 casi desplomado sobre la silla que antes ocupaba ella. El reloj dio la hora de irse. Y Aurelio, sobre la mesa, lloro amargamente.

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JUEGO MARINO

Y

el mar estaba jugando. Niñas, niños, mujeres, hombres, jóvenes... las jóvenes, esas niñas adultas eran sirenas que jugaban con el mar. Su espuma hoy no era tan blanca, tenía un fuerte color óxido... y ya no era tan transparente (o todo lo transparente que puede ser en la costa atlántica). Un aguaviva daba vueltas, esperando a algún descuidado que no la viese. Las chicas danzaban con las olas, con sus sonrisas infantiles, sus cuerpos torneados y suaves, sus mallas y bikinis, casi inexistentes. Saltaban con las olas y sonreían felices cuando la espuma oxidada les golpeaba la espalda y las nalgas firmes. Los muchachos con sus torsos desnudos trataban de mostrarse lo más intrépidos y varoniles posibles, como eróticos griegos que cultivaban sus cuerpos. Y el mar jugaba, el mar estaba jugando. 44


Sus pequeñas olas eran saltarinas, suaves, como sonrientes. Entrechocaba distintas corrientes y con ello hacía movimientos divertidos. Sus aguas poco profundas se dividían mar adentro, en una franja marrón de este lado y más al horizonte en un azul profundo. Febo iluminaba sin obstáculos todos los cuerpos sin excepción. Eolo los acariciaba para mitigar el potente abrazo del dios sol. Los que no estaban en el mar que jugaba se esparcían por la playa al arrullo de su canción. Madres gordas y contentas con sus hijos, hombres relajados mostrando su calvicie al cielo. Jóvenes niñas paseando sus formas suaves o voluptuosas, dorándose sobre la arena, o tomadas de la mano de algún Tadzio o Dorian, o Aquiles de bolsillo. El mar estaba jugando, y yo tirado al sol en ese paisaje de belleza. Anoche era distinto. Yo había salido a ver el mar y a fumar mi pipa, en plan de marinero sin barco. Pero mientras el mar y sus bellezas mortales jugaban, yo no tenía qué leer. ¡Churros, bolitas! No diarios, no revistas ¡choclos con arena, como le gusta a la nena! No diarios, no revistas ¡Panchos! ¡Gaseosas! ¡Pirulines! Ni folletos, ni nada. Hubiera pagado $20 por un diario local si me lo hubieran traído acá. Pensé en el diariero, en mi pipa, en el mar de anoche... tan distinto, y en esa luna menguante roja sangre. Me paré, me sacudí la arena y le prometí al mar que iría a jugar con él. Le pedí a una señora, negra de sol y con dos niños jugando en los alrededores, que me 45


cuide mis cosas por favor mientras yo iba por un diario. Me miró sonriente y me fui tranquilo. Esquivando canchas marcadas en la arena, esquivando pelotazos e hilos de barriletes modernos, salí de la playa y pisé la calle. Una cuadra hasta el puesto de diarios. El mar debía seguir jugando a mis espaldas, pues cada vez más gente iba en dirección contraria a la mía. Pedí el diario local al canillita moreno y enjuto. Prendí un cigarrillo mientras él sacaba el ejemplar y me lo extendía preguntando: —¿Porteño? Me vi tentado de afirmar con ironía: no si voy a ser africano. Pero eso sí hubiera redundado en lo porteño, además de mi camisa abierta con palmeras, mis ojotas Havaianas, mis lentes oscuros, mis bermudas color arena, mi piel roja del sol ajeno, y mi calvicie incipiente de estrés. Ante todo eso preferí el silencio. Algo agresivo, pero con una sonrisa de medio lado como entendiendo un chiste no bien recibido. En cambio, mientras le pagaba, le pregunté por qué el mar tenía hoy ese color óxido en sus olas. Él me contestó, dándome la espalda para buscar el cambio, que ese color era por el yodo, que el mar tenía mucho yodo. Le pregunté por qué era eso, qué significaba, y levantando los hombros siguió atendiendo a otra persona. Por supuesto, ¿por qué debía saberlo? Ni yo sé la razón del color de la luna de anoche... ¿por qué él debía saber algo sobre el yodo? Me fui con mi diario bajo el brazo, dispuesto a seguir mezclado en ese lugar paradisíaco de Febo, Eolo, y Poseidón... y esa cantidad seductora de cuer46


pos semidesnudos paseando despreocupadamente, tomando sol, jugando, luciéndose... y el mar seguía jugando. Agradezco a la madre morena por vigilar mis cosas y me siento en mi esterilla. Ojeo la tapa y su titular... algo sobre el turismo y su baja concurrencia, aunque halagaban los lindos días de febrero. Pasaba las páginas con placer y distraídamente, pues en mi cabeza tenía el contraste barroco de la noche y este día seductoramente griego. En el cuerpo interno veo un titular que habla de anoche. Habla del mar y su estado de ánimo nocturno. Yo caminaba por la orilla, en la oscuridad, con los brazos atrás, fumando mi pipa, con la brisa nocturna en mi rostro, y la luna sangrienta menguando. Un niño corre a mi lado y salpica las páginas con arena y sol... pero se diluye en la noche negra de anoche... y no me importa. A la una de la mañana el mar estuvo agresivo, sus olas rugían y la marea alta amenazaba con tragárselo todo. Y yo fumando mi pipa. Leí que dos jóvenes enamorados e intrépidos salieron a surfear. Y el mar me desafiaba aquella noche a entrar. Lo hubiera hecho, pero sabía que no podía ganar, viejo bucanero de asfalto, o simple porteño cobarde. Los amantes fueron al horizonte negro, donde estaban las mejores olas, domaron dos o tres brazos de Poseidón, tal vez menos... les dio algo de ventaja. Pero Inanna se teñía sangrienta con su ojo menguante. Dos o tres olas bajo sus tablas... Su amor se elevó a 47


las estrellas, y a sus cuerpos se los tragó el negro y furioso mar. Yo fumaba mi pipa, y sentía la voz rugiente de su desafío... pero no tenía a quién amar, nadie que me lleve a la intrepidez estrellada de elevar el amor hasta los astros. Prefectura no los encontró. Algo inexplicable, calificaba el periodista. Todavía los buscaban. El óxido ya no me pareció yodo, sino gotas que dejó la luna al elevarse y cambiar su color. Y el juego del mar no me pareció tan divertido. Me paré, levanté mis cosas y me fui con el diario a punto de tirarlo a la basura. No creo que vaya a jugar hoy con vos, me dije para mí y para el mar. Caminé hacia el asfalto, pensando en que podría explicarle al canillita el significado del yodo. Pero no. No lo entendería ni yo. Mientras me escapaba de la paradisíaca playa, sentía a mis espaldas una risa infantil, casi macabra... Sí, seguían todos enyodados. Y el mar seguía jugando.

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LA CONFESIÓN

"We may be through with the past, but the past ain't through with us." del Film Magnolia*

N

adie lo vio descender del colectivo en la unánime tarde primaveral de octubre. Es más, nadie lo fue a despedir cuando se subió al micro que lo llevaría a San Pedro, a su retiro voluntario. A él, a Mariano, a ese tipo fanático de Borges y de Poe, que alguna vez soñó con ser un gran periodista. —Che, ¿te acordás que Mariano me llevaba de fotógrafo para las notas que hacía en El Torcuatense? —Sí, cuando éramos pibes, sí. —Bueno, él me pagaba unos $20 por foto publicada… —¿Y? —Bueno, resulta que Romina me contó que esa plata me la pagaba él de su bolsillo. Nunca tuvo un presupuesto del diario como nos decía. Esto fue lo primero que nos hizo ir a buscarlo: 50


Jorge se sentía tan en deuda que quería ir a pagarle o a agradecerle... O Vaya a saber uno qué quería hacer luego de casi diez años. Nuestra búsqueda empezó mal desde el comienzo: su madre, Doña Ramona, no sabía casi nada de su paradero. Recibía cartas cada tanto, pero nunca le decía dónde estaba. Nos contaba que su hijo viajaba todo el tiempo y que por eso no tenía un domicilio fijo. —Igual no sé nada de mi’jo desde hace tres años. Antes me escribía o me llamaba por teléfono una o dos veces por mes. Y yo estoy muy ocupada con Alesi como para buscarlo— Alexis, que sufría de Síndrome de Down, era el único hermano de nuestro amigo. Nosotros no nos resignamos tan fácil. Carla prometió ir a buscar pistas a la editorial algún día. Ese "algún día" tardó meses en llegar. Mientras tanto, algunos de nosotros comprábamos el diario La Voz Porteña donde se suponía que trabajaba, todos los días esperando encontrar alguna nota o referencia de Mariano en las páginas. Nada, por supuesto.

Nos habíamos criado todos juntos; desde el secundario que éramos inseparables. Mariano fue siempre un tipo solidario, bonachón y agradable. Virtudes que, le advertíamos, le iban a jugar en contra en el campo de su profesión. No parecía tener carácter para enfrentar un mundo tan competitivo como el del periodismo. Pero él era así, cabeza dura como ninguno. Siempre, en las reuniones de amigos, lo nom51


braba alguien, invocándolo para que no nos falte tanto. Fue novio de Romina antes de que ella saliera con Julián, pero pocos sabíamos ese dato. Él era muy reservado con su vida íntima. Romina se lo confesó a alguno de nosotros bajo juramento de no divulgarlo; por supuesto que solo quedó entre nosotros. O sea, todos menos Julián. Se extrañaba la bondad de Mariano entre nosotros, pues sólo habíamos quedado los más inmorales o irresponsables. Somos un grupo de amigos que antes se juntaba cada tanto para pasarla bien y recordar tiempos de adolescencia. Y Mariano era un santo entre nosotros —Este calificativo lo digo a propósito pues sé que a él le hubiese enfermando esta comparación. El dato más inquietante lo obtuvimos cuando un día Carla nos contó que había ido por fin a la editorial de La Voz Porteña. Resultó ser que nunca nadie con ese nombre trabajó ahí. And the plot thicken... —Che, pero yo nunca vi las notas en realidad. —Yo tampoco, a mí me dijo Ramona que había publicado notas, pero no las vi. —Yo tampoco. Y así todos. Un fiasco de amigos. —Yo creo que en realidad le fue para la mierda como periodista y no se animó a decirlo. Debió haber tenido miedo que Ramona se decepcione de su único hijo sano— especuló Carla con su habitual cinismo. No nos quedó otra que hacer la denuncia a la policía. Pero para entonces Ramona ya había muerto y Alexis pasó al cuidado de unos tíos en Santiago del 52


Estero. Y como nadie era pariente directo, las llamadas Fuerzas del Orden, no nos dieron mucha bola. Pegamos carteles pidiendo información de su paradero con una foto suya. Pero la competencia ante tantos niños y tantas chicas desaparecidas no nos dejaba mucho margen de triunfo. También usamos Internet y todo lo necesario para saber algo sobre él. Pero nada. Su sonrisa franca y sus ojos sinceros se habían depositado en todo árbol, poste, vidriera o pared de Don Torcuato. Siempre andábamos con alguno de esos panfletos en nuestros bolsos o carteras. Era como llevar su amistad a donde sea que anduviéramos. Hasta hubo un tiempo en que parecía que lo sentíamos a nuestro lado. En todas las Navidades brindábamos por él, esté donde esté. Así pasaron varios años más y nadie supo nada de nuestro ángel Mariano. El tiempo borró los carteles, los años aplacaron las esperanzas de encontrarlo; y así seguimos nuestras vidas. Hasta que ya no brindamos en las Navidades por él. Ya nos olvidamos de su presencia en las reuniones. Casi nadie lo nombraba nunca. Pero sin darnos cuenta, estábamos más unidos que antes. Su búsqueda nos acercó más entre nosotros. Y como un lazo imperceptible, nuestra amistad se afianzó por su ausencia. Creo que ese fue su legado, como un mandato divino —y sigo pegándote, ausente Mariano, pero sin sorna esta vez—, una última voluntad mágica. Pero el pasado siempre vuelve a nosotros. Y así fue que, un buen día, cuando todo parecía 53


olvidado y nuestra imagen de Mariano se borroneaba como una foto vieja, y su recuerdo se agigantaba en virtudes en nuestras mentes, llegó Romina con noticias más o menos concretas. Resulta que Julian se había ido un fin de semana a San Nicolás, con su mujer —Romina— y su hijito Bernardo. Recorriendo la basílica dieron con una especie de muro donde los fieles dejaban sus ofrendas y sus peticiones. En dicho muro —plagado de pies y manos de bronce, bebés como medallitas, flores y fotos de personas, automóviles y motos—, Romina se detuvo frente a una fotografía vieja de un grupo de monjes. Eran como cinco, y ella distinguió entre esos beatos a nuestro amigo desaparecido. Julián no estaba muy seguro de que fuera él, pero Romina insistido tanto en que lo era que lo convenció. Todos nos miramos sospechando lo mismo, pero no dijimos nada y la dejamos proseguir con la historia. Trajeron una foto de la foto, y si bien la nitidez no era óptima, la cicatriz en el labio superior era inconfundible. No era nada del otro mundo, pero era igual a la cicatriz del desaparecido. —Uh, mirá, es verdad, hasta tiene su cicatriz “espantaminas”. —¡Cierto! así le decía él. —Le echaba la culpa a esa cicatriz en la boca. —La verdad es que nunca se hacía cargo de lo que era únicamente su culpa. Siempre encontraba una excusa para justificar sus errores. Y de repente, esta evocación tomó una dimensión insospechada. Romina no se había quedado conforme con la 54


foto encontrada en San Nicolás, y fue a preguntar al párroco del lugar. Este le informó que: —Esa foto es de un grupo de monjes que ayudaron en la refacción de la basílica. La pusimos ahí para pedir por sus almas. Vienen de un convento en San Pedro, les pasaré la dirección si quieren encontrarlos, es fácil de llegar. Un grupo de nosotros nos encaminamos a la búsqueda. Romina a la cabeza de la comitiva. Estábamos sorprendidos del impacto que tenía el recuerdo de Mariano en el corazón de nuestra amiga. Sus ojos parecían transparentar una ansiedad loca. No se la veía precisamente feliz, lo que era extraño pues se suponía que íbamos a encontrar por fin a nuestro amigo. En su interior parecía revolverse algo del pasado, algo que le traía algún recuerdo oscuro. Nosotros estábamos entusiasmados, pero ella estaba... Como decirlo... ¿Sombría? Solo dios sabe lo que habrá sentido su alma al descubrir la terrible e inquietante verdad. ¿O no la sorprendió? ¿Cómo era posible que alguien al que considerábamos nuestro amigo, alguien con el que nos habíamos criado, pudiera ser tan extraño para nosotros? En nuestras meditaciones, lo imaginamos a Mariano con esa túnica rústica y nos parece un sueño. En una actitud tan beata que solo podía estar de acuerdo con nuestra prefiguración de su alma. Mariano, al fin, creyendo en algo, rezando por algo, ayudando al prójimo como era su vocación... Y parecía al fin, todo encajar. Pero lo que nos inquietaba eran las razones de 55


su silencio. ¿Qué lo había llevado a ocultar su condición ante su madre? ¿Le avergonzaba no haber podido ser periodista como quería? ¿Qué estaba ocultando este personaje tan transparente? Lo imaginamos torturado por algún pecado que solo él consideraba imperdonable; tal vez esa mentira que implicaba el ocultamiento de su fracaso profesional. ¿Serán estos monjes de los que se autoflajelan? Y ahí Mariano estaba en nuestras mentes, con el torso desnudo, de rodillas y dándose latigazos la espalda, murmurando oraciones que solo él y dios podían conocer. Y luego, algún hermano de orden, lo llevaba a su camastro de paja, donde con devoción santa le curaba las heridas y le daba de beber algo de leche de cabra. Mariano cultivando la tierra y preparando pan casero para todos sus hermanos, cargando ladrillos y preparando pastón para así poder arreglar alguna vieja iglesia abandonada. Mariano pasando devotamente las cuentas de un gastado rosario de madera, asistiendo a enfermos, bendiciendo bebés, leyendo libros amarillentos que contienen sabidurías antiguas, y llorando ante un Cristo rotoso y sangrante. ¿Con qué nos íbamos a encontrar? Tuvimos que alejarnos mucho del centro, una vez bajados del micro, para poder encaminarnos al convento. En un carrito al costado de la ruta, entre choripanes y vino tinto, nos indicaron bien cómo llegar. Le pagamos a un paisano para que nos acercara en su camioneta. Romina viajó en la cabina —parecía no querer hablar con nosotros, como si su viaje fuera muy distinto al nuestro— y nosotros atrás, sin techo; con el vien56


to en la cara, dejábamos nuestra inocencia atrás. Y así fue que entre naranjos y durazneros, vimos asomarse la vieja abadía. Ya en la puerta, nuestro amable chofer, más interesado en la resolución de la historia que en la paga, nos esperó afuera. Al golpear el gigante portón nos atendió un silencioso monje que al escuchar las razones de nuestra visita, pareció alterarse. Le mostramos la foto de nuestro amigo y una nube de cuervos le cruzó la mirada. ¿Por qué, de repente, la evocación de nuestro amigo provocaba tanta aprehensión en otros? ¿Qué nos estábamos perdiendo? Inmediatamente después de contemplar la foto unos segundos, volvió a su inexpresión y nos llevó con el Abad. —Pensé que nadie iba a venir nunca a preguntar por el hermano Damián -dijo el anciano al ver la foto de Mariano. —¿Damián? -preguntó Romina. —Sí, Damián Tusitala. Vengan, acá tengo sus pocas pertenencias. Las tenía guardadas para cuando vinieran sus deudos. Uy, disculpen mi brusquedad, veo que no sabían nada. El hermano Damián se reunió con nuestro bondadoso padre creador hace como seis años. Una afección cardíaca, suponemos... Es raro, era joven, pero ya sabemos: cuando el señor nos llama, por algo es. Romina casi se nos desmaya. Nuestros corazones se derritieron con la tristeza del fracaso y de una perdida que no había hecho más que empezar. 57


Y sin cuestionar ni el cambio de nombre ni hacer referencia alguna en relación a nuestro amigo, lo seguimos como en una procesión. Nos condujo a una oficina que contrastaba con lo demás de la abadía por su tono moderno. Sacó un morral de un ropero y nos lo entregó. — Vengan a la biblioteca, es el lugar que más le gustaba al hermano Damián. Pasaba horas y horas leyendo... A veces había que sacarlo de la capucha para que tomara algo de sol. Pero ustedes ya lo conocían. ¿Alguno es familiar directo? —No, solo somos amigos de toda la vida. Su madre murió hace un tiempo —contestó alguno de nosotros que ya no recuerdo quién fue. —Lo siento. Pero bueno, los amigos son nuestros hermanos elegidos, los que el señor pone en nuestro camino para acompañarnos como ángeles. Los dejo solos. Quédense tranquilos que nadie los va a molestar. Ah, y otra cosa: lo que hay en ese bolso nadie lo ha tocado desde que él partió. Respetamos el recuerdo y la privacidad de nuestros hermanos. El último recuerdo será de ustedes, a nosotros nos quedan sus obras. Por fin nos dejó solos ese viejo monje. Alguien lo hubiera golpeado si se empecinaba en seguir llamándolo Damián. La biblioteca era inmensa y terriblemente silenciosa. Nos miramos aterrados y expectantes. Echamos un ojo al morral como si estuviéramos por abrir un 58


sarcófago. En realidad fue como una caja de Pandora. Romina se decidió y tiró su contenido arriba del gran escritorio. Sobre la madera que sonó como el repique de un tambor, cayó una edición barata de Ficciones de Borges, una edición amarillenta de El Extraño Caso de Dr. Jekyll y Mr. Hyde, de R.L. Stevenson. Y ahí comprendimos algo: ¡Por supuesto!: El Padre Damián, Stevenson, Tusitala... Era evidente. En su interior había un cuaderno que era como un diario íntimo. En su tapa de cartón se leía una etiqueta con la letra de nuestro amigo que decía La confesión de Mariano Rodríguez. Fue una impresión agridulce: por fin su nombre verdadero, pero con inquietantes reminiscencias literarias. Romina se adelantó, lo abrió y leyó en voz alta. El diario estaba dirigido a nosotros, y en especial a Romina, mi dulce confesora. Contaba que algo había pasado en Don Torcuato, algo grave, que lo llevó a esconderse. Que se metió en el convento no por inclinaciones religiosas —ustedes saben, nunca creí en dios y nunca lo haré. No pudimos menos que sonreír, imaginándolo susurrar arrodillado para engañar a estos pobres monjes. Tratando de no dormirse en las misas, o durmiendo en postura devota para aparentar sumisión. Nos asombramos por su capacidad para el engaño. Era imposible creer que nuestro santo amigo —y ahora el golpe me lo das vos, Mariano querido— pudiera ser capaz de tanto nivel de actuación y engaño. Un mani59


pulador de la realidad, un mentiroso profesional: Un buen periodista, en definitiva. Pero ¿por qué mentir así a su madre? ¿Cómo hizo para enviar dinero a su familia durante tanto tiempo? Eran detalles que el diario no nos proporcionaba. Luego Mariano, en la voz de Romina, se dispuso a relatarnos la razón de su desaparición. Todo comenzó cuando hacía notas ad honorem para el periódico Torcuatenses. El relato se centraba en una tarde nublada de septiembre. Mariano fue a visitar a Doña Albina y a su hija. Esa tarde no iba acompañado por Jorge... No tenía plata para pagarle esa vez. La idea de la nota era reflejar la lucha de Doña Albina por encontrar en Don Torcuato un lugar dónde poder educar a su hija Nancy —enferma de cuadriplejia degenerativa y una especie de autísmo— y así brindarle más posibilidades de independencia. Mariano era muy amigo de esa familia. La dueña de casa quiso agasajar a su invitado y decidió salir a comprar acá nomás, a dos cuadras, unas facturas para comer mientras tomaban mate. Fue ahí, justo en ese momento, que al verse solo con la niña, un impulso terrible lo llevó a... Romina ahogó un grito, y un sollozo, se tapó la boca con la mano y tiró el diario sin dejar de mirarlo aterrada. Luego lloró de una manera tan histérica que todos nos asustamos, mientras repetía agarrándose la cabeza —¡Yo sabía, yo sabía!

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El diario terminaba con las palabras:

El pasado nunca va a terminar con nosotros. Hoy comprendí que hay cosas que no se pueden deshacer, ni de las que me puedo esconder. A dónde sea que me vaya, me iré conmigo a cuestas. Ojala creyera en dios, él quizás me perdonaría Los gritos de Romina retumbaron en toda la abadía. Nosotros solo susurrábamos ay dios, ay dios. Nos destrozaba lo leído, nos aplastaban las palabras, y nos entristecía ver a Romina lamentándose por eso que tal vez ella ya sabía o sospechaba. Subimos a la camioneta en un silencio mortuorio. Saludamos con la mano al viejo Abad que desde lejos, nos regalaba una franca sonrisa. El paisano, al enterarse de la muerte de Mariano, mantuvo silencio. Todos fuimos en la parte trasera del vehículo. Romina iba abrazada a alguno de nosotros que la consolaba, pues no paraba de llorar. Lo que no tenía consuelo eran nuestros corazones. Volvimos a Don Torcuato sin pronunciar palabra. Al bajar en retiro cada uno se fue por su camino. ¿Quién se llevó el morral de Mariano? No lo sé, y la verdad tampoco nos importó. El diario era como una confesión final... Casi una carta de despedida. ¿Pero quién lo tenía? ¿Quién cargaría con sus pecados? ¿Quién tendría el valor de guardar esa bomba? Nadie habló más del tema. A los que no fueron les dijimos 61


alguna mentira conveniente, y tratamos de olvidar el asunto. Supusimos que Romina se había quedado con el diario. Tal vez lo quemó ni bien llegó a su casa, sin que nadie lo viera. El amor tiene formas extrañas de perdonar, si es que alguna vez perdona. No nos animamos a preguntarle nada; la verdad que tampoco hubiera sido correcto. Sacando cálculos, pudimos alcanzar a suponer que cuando sucedieron los eventos terribles que describía el diario, ella habría terminado su noviazgo con Mariano. Más de eso no nos animamos a investigar. No nos hemos vuelto a ver desde aquel viaje; vernos implicaría recordar todo, y nadie puede ni quiere hacerlo. Pero como dijo el terrenal Mariano, "el pasado nunca termina con nosotros". Hace tres semana hemos visto una pequeña nota en el diario del domingo donde anunciaban que un monje de San Pedro había sido propuesto ante el vaticano para ser Beato. Imagínense como suena: El Hermano Beato, Damián Tusitala.

* Este film fue estrenado en 1999, y pertenece al director Paul Thomas Anderson. En el film se hace referencia a esta frase como perteneciente a un libro del cual no dan ningún nombre. Evidentemente el libro no existe y la frase, por consiguiente, pertenece a un autor ficticio del que tampoco se da ninguna información. 62


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DESPERDICIANDO EL TIEMPO

"Your eyes are burning holes through me" Electrolite, de R.E.M.

L

a primera noticia que tuve de Micky me la dio su primo Juan, que había hablado con él por msn. Juan era el encargado de hacer las invitaciones a la gran fiesta de bienvenida que su familia le iba a preparar unos días después de su arribo. Pasado unos días recibí un mail del mismo Micky diciéndome que volvía al país. Más tarde, sin darme tiempo de ir a recibirlo o algo así, me avisó llamándome al celular. Me dijo que ya estaba acá en el barrio y que el siguiente jueves por la noche iban a prepararle, en la casa de sus viejos, una fiesta de bienvenida y que, obviamente, yo estaba invitado. —¿Por qué no me avisaste antes que habías llegado? Podría haber ido a esperarte o algo así… —¡Ni loco! No iba a dejar que me veas con cara de 64


cansado y hecho mierda por el viaje. Igual tenía cosas que hablar con mis viejos. Pero quédate tranquilo, el jueves ya me voy a sentir espléndido, y así quiero que me veas. Va a ser una noche inolvidable. De cualquier manera que sea. ¡Qué desperdicio...! Esa era la frase que todos usaban. Y a mí, la verdad que escucharla, ya me hinchaba las pelotas. O yo soy el que no está entendiendo al mundo, soy yo el desfasado, el idiota, o es que realmente las personas, por lo general, no entienden a alguien distinto. De todas maneras, yo nunca lo vi como "distinto" sino como alguien especial; pero tampoco "especial" en sentido peyorativo, ese que usan muchos para hablar de alguien que es en realidad, un mogólico de mierda... No, definitivamente no era el caso. Pero ¿cómo se entienden las cosas como estas; las relacionadas con las oportunidades y la vida...? Yo creo que en realidad, en el fondo, hay mucha envidia, nada más que eso; dicen: qué boludo, si yo hubiera tenido la oportunidad de... Hubiera hecho tal y cual cosa, en vez de desperdiciar el tiempo con eso otro. Solo es una forma envidiosa de decir que están con bronca porque otro pudo hacer eso y no uno mismo; de esta manera los descalifican y tildan de "boludos" cuando en realidad el único boludo es el que se quedó en Argentina y no pudo estudiar en Harvard como sí lo hizo Micky Compañero mío de la primaria, que en ese momento lo conocíamos como Miguel. Que cuando terminó el colegio se fue a EE.UU. 65


Dotado con un intelecto fuera de lo común. Lo que se dice un chico genio. ¿Que qué hacía en un colegio privado pero común de la provincia? Lo mandaban para que no esté fuera de la realidad y para cumplir formalidades, decía él. También era obvio que estaba adelantado varios cursos: con apenas diez de edad ya se encontraba en séptimo grado, apunto de pasar al secundario. Igual que yo, que tenía trece y pasaba de pedo. Él no solo me ayudaba con las tareas sino que también me enseñaba a tocar el piano en su casa. Su verdadera educación la obtenía de un tutor... O varios, creo. Terminó el secundario en un año y medio, dando libre. Se ganó una beca para estudiar en Harvard. Y allá se fue. Sus padres no pudieron ir con él, tenían demasiados negocios o vaya a saber por qué carajo prefirieron dejarlo allá en casa de unos tíos. En la educación especial que le dieron no estaba reflejado su amor, sino el agrandamiento de su orgullo, de su fanfarronería. Pero esto no lo hacía un chico odioso o resentido; sorprendentemente era todo lo contrario. Con sus veinte años parecía tener una sabiduría fuera de lo ordinario. Un cuerpo terriblemente flaco, pero fino y grácil. Se había rapado la cabeza a cero, como una bola de pool. Unos ojos celestes muy grandes y penetrantes. Unos labios finos y expresivos. Y una voz que podía atrapar la atención de cualquier auditorio. Sus padres eran personas de mucho dinero, con una casa imponente y enorme en uno de los tantos barrios de quintas de Don Torcuato. Quintas rodeadas 66


de calles sin asfaltar para que no pasen tantos autos e interrumpan el silencio y la calma que el dinero les debe proporcionar. Era una revolución para la familia, el regreso de Micky. La promesa intelectual no solo de sus padres, sino del barrio y podría haberlo sido del país. Y sin embargo no, no hizo nada de eso. Bah, sí. O un poco de todo. Llegado entonces el jueves de la fiesta, me vestí lo mejor que pude, informal pero elegante... No sé, siempre fui medio rústico en mi ropa. Era todo un tema la imagen pues la familia estaba muy pendiente de esto. A mi amistad con Micky la veían como algo pintoresco y un gesto de caridad hacia las clases bajas, muy acorde y bien visto. Esa tarde fui a visitar a mis padres y mi viejo me prestó el 12 del 78, un hermoso auto a mi gusto, pero destartalado. —No va a poder entrar su auto —dijo el encargado de la puerta. —¿Por qué? —No tenemos más lugar. —Bueno ¿y qué me sugiere que haga? —Déjelo ahí afuera, bajo ese árbol, en la vereda. Al cruzar el parque de la entrada que conectaba el portón con la casa, comprobé que el lugar sobraba, pero que mi auto no hacía juego con los alta gama estacionados adentro. No podía esperar otra cosa. Al cruzar la puerta de entrada, alta y monumental, me recibió la madre de Micky, y con una sonrisa escrutiñadora me comunico —Miguel va a bajar en un rato. 67


Los familiares eran gente refinada y elegante, de miradas duras y despreciativas. Excepto Wilfredo y yo, todos los demás eran rubios o de ojos claros, bien europeos en sus facciones. Los amigos teníamos que servirnos solos, pues el que estaba encargado de acercar las bandejas, nos esquivaba de una manera muy evidente. Solo queríamos que aparezca de una vez nuestro amabilísimo amigo Micky. El salón de recepción era inmenso y muy alto, con sillones y una gran mesa en el medio repleta de comida y bebida. A un costado, pero ubicado estratégicamente, se encontraba un hermoso piano de cola que podría ser visto desde cualquier ángulo del salón. Todos charlaban animadamente, y nosotros cerramos un círculo de privacidad entre los cuatro o cinco que conformábamos el grupo de excluidos. Juan era el único que se movía de un grupo a otro tratando de servir los canapés y buscando que todos estén cómodos. La escalera principal que venía desde el primer piso, estaba flanqueada por unas grandes hojas de palma y flores. Juan nos pasó por atrás y nos anunció —Micky ya baja, prepárense para el aplauso general. Unos segundos después vieron bajar por esa misma escalera floreada a Micky, vestido con ropa ajustada y muy a la moda. Grandes aplausos se elevaron por la casa. Por grupos de jerarquías y de lazos sanguíneos, lo fueron recibiendo ni bien posó los dos pies al final de la enorme escalera. Abrazó a todos muy atento y 68


afectuoso. Pero se impacientó cuando nos vio al fondo del salón; tanto que practicamente trotó a nuestro encuentro. Todos lo abrazamos en conjunto cuando nos estiró los brazos. La etiqueta se le evaporó, y la formalidad dejó de ser un peso para él. Durante toda la fiesta transitaba entre todos los grupos, contando anécdotas, riendo, haciendo que nos juntáramos a su alrededor para escuchar sus fantásticas historias. Nos preguntaba qué había sido de nuestras vidas, y aunque ninguno igualaba sus aventuras estudiantiles y turísticas, nos escuchaba con gran atención y disfrutando. Caminaba como un dandy decimonónico, con elegancia y encanto natural. Hablaba y bebía... Bebía mucho. Y bebía fuerte, muy fuerte. El whisky on the rock era su trago predilecto. También fumaba, pero con una elegancia que a nosotros nos daba ganas de fumar también. Pasadas un par de horas y algún que otro discurso pueril de los padres, (que él agradecía amablemente) se tiró sobre un enorme sillón y quedó muy pensativo. Poco después se fue hacia unas macetas con flores que se ubicaban en un rincón apartado de la casa, y con un plato de aceitunas nos dio la espalda. Parecía mirar al cielo y murmurar algo. Yo no podía dejar de observarlo mientras todos los demás no le prestaban atención. Algunos parientes ya se adormilaban en los sillones y cada uno se ocupaba de sus propios asuntos o conversaciones. Luego de un largo rato, giró sobre sus talones y nos enfrentó. Su rostro parecía iluminado por alguna luz mágica, secreta. 69


Era el momento. Me lo hizo saber con un guiño de ojos. Dejó el plato de aceitunas vacío y con el vaso de whisky en la mano, encaró hacia el piano. Sus pasos eran firmes, afectados pero no ridículos. Un caminar supremo y delicado... Seductor por sobre todo, se lo mire por dónde se lo mire. Él era, sumado a todo, un gran músico, se imaginarán. Me llamó parado desde el piano, dijo mi nombre en voz alta para que todos nos presten atención. —¿Te acordas de la canción que te pedí que aprendieras para cuando vuelva? —Sí, claro...— Contesté tímido y un poco confundido. Mientras me dirigía a su lado, él balanceaba las caderas y hacía unos movimientos casi gatunos, como sintiendo la canción que estaba por interpretar. Los invitados lo seguían con la mirada. Era increíble el magnetismo que producía. Yo pasé a su lado casi imperceptible para los demás. Solo lo miraban a él. Sus padres lo observaban aterrados, como si ya supieran lo que él iba a hacer. Me recibió con una sonrisa amplia que me tranquilizó e hizo que no me ponga tan nervioso. Cuando me senté al piano, se me acercó al oído y me dijo en susurros —Vos tocá tranquilo, no te preocupes, solo estamos vos y yo... Si te ponen nervioso estos boludos, solo mirame a mí y a la partitura. Luego tomó la palabra: —Disculparán que no haga un discurso tan lindo y sentido como el que hicieron mis amorosos pa70


dres, pues creo que ya hablé mucho por esta noche. Pienso interpretar para todos ustedes una canción que preparé con mi amigo del alma Gabriel, aquí sentado al piano. En la hoja frente a mi estaba Electrolite de R.E.M., como yo sabía que iba a pasar. Igualmente la canción me la sabía de memoria, pero agradecí que la partitura esté ahí por si me olvidaba de algo. Me dejó dar una vuelta con los acordes para entrar en calor mientras me miraba inclinado hacia mí y moviendo su culo hacia sus parientes. Entonces con los graves hice el pase de MI a SOL, y dándose vuelta como una diosa comenzó a cantar. Tan suave, tan hermoso, tan bien que podría haber sido la envidia de Michel Stipe. La fascinación se emparejó con la perplejidad. Los amigos estaban contentos. Los familiares, no. Los padres, menos. Micky cantaba con tanta pasión que yo no quería dejar de tocar más. Hubiera querido que ese momento durase por siempre. That is obscene. That is obscene. Decía en la letra con la voz suave y melodiosa de Micky, y no podía ser más justo y provocador. You are the star tonight. Your sun electric, outta sight. Your light eclipsed the moon tonight. Elecrolite. Y abría los brazos y cantaba al cielo, a esa noche que él veía con sus ojos celestiales por encima de nuestras pedestres almas. Ascendía al cielo, tocaba 71


las estrellas, y volvía con esa mirada que lo había visto todo y la posaba implacable sobre nuestra monotonía. Yo lo miraba y lo hacía mover con mis dedos que pulsaban las teclas. Me sentía como el ejecutor de un acto precioso, místico. Creo que no todos veían lo mismo. Toqué los últimos acordes y él se inclinó como en el teatro, deteniendo suavemente sus movimientos provocadores, esperando el aplauso. Dos o tres palmas tímidas de algún amigo... Que pronto se apagaron con el silencio incomodísimo de los demás. Micky subió la mirada y la dirigió desafiante a sus padres, quienes se pararon sin mirarlo y se fueron de la sala. Directo a sus habitaciones. Poco a poco sus familiares se marcharon en silencio, sin saludar. Él los miraba uno a uno y sonreía triunfante. Juan sí se acercó a saludarlo, y entre su abrazo fraternal alcancé a escuchar a Micky diciéndole —Disculpa por el quilombo en que te metí —No hay drama— contestó Juan mientras le acariciaba la cara — a lo sumo solo me cortarán la cabeza— dijo riendo y se fue. Los amigos fuimos los únicos que nos quedamos hasta el final. Así, los excluidos se fueron tranquilos saludando a nuestro anfitrión con afecto. Yo fui el último: me costó dejar ese banquito del piano. Hubiera querido tocar algo más, verlo otra vez cantando así. Pero no iba a ser posible, era evidente. No en mucho tiempo... Tal vez nunca más. Una estrella dulce y fugaz que nos 72


deja imposiblemente insatisfechos. Cuando me atreví a pararme, Micky me abrazó fuerte y me dijo: —Muchas gracias Gabriel, siempre fuiste mi favorito. Gracias de verdad. No tuve noticias de mi amigo genio en varios días. Un par de semanas para ser exacto. Pero entonces, cuando trataba de olvidarme de esa fiesta tan extraña, sonó mi celular. —¿Gaby? Estás en tu casa? —No en este momento, pero llego en media hora, ¿por? —¿Me podes recibir? —Sí, obvio... A las once llego seguro Y a las once llegué. Él me esperaba en la puerta ya. —¿Qué haces, Gaby? me invité a cenar¿ no hay problema?— y se rio muy animado. —No, no hay drama... Debo tener comida para dos... Dónde come uno comen dos. — Dicen... Y donde fuma uno fuman chu— y largó una pequeña carcajada. Yo me reí más por su risa contagiosa. —Che, mucho Harvard pero no renovás los chistes— le dije. Él, riéndose feliz, me contestó —Lo que me sobró en intelecto me faltó en gracia para las good Jokes. —¿Qué haces con eso?— pregunté viendo que traía un gran bolso de viaje— ¿Te vas otra vez? —Sí, algo así 73


Entramos. Él se sentó muy cómodo y confiado en mí desvencijado sillón y comenzó a hablar de una vez que estuvo en San Francisco... Que anduvo en los lugares más lindos de la vieja bohemia. Que bebió del espíritu de toda una generación de poetas y músicos y artistas que, según él, nunca más iban a volver. Que también conoció Nueva Orleans, y escuchó jazz en los bares más derruidos, que se emborrachó con desconocidos por las orillas del Hudson. Que anduvo por acá y por allá... Y así. Después de preparar y alcanzarle el primer Vermut, le pregunté sin más rodeos: " —¿Qué pasó esa noche? Sus padres habían quedado destrozados, resentidos, furiosos. Él no quiso discutir más y decidió irse. —Me echaron en realidad— y rio, como si eso hubiera sido lo que en realidad estaba buscando. —Y ¿a dónde pensas irte entonces? Volves a yanquilandia? —No, ni en pedo... Quiero quedarme un tiempo más acá. Voy a recorrer el país. —Y ¿haciendo qué? Digo, porque supongo que no tendrás plata... O ¿sí? —Algo tengo, pero igual ya veré cómo me las arreglo. —Bueno, podes quedarte el tiempo que necesites, no tengo las comodidades que podrías querer, pero ya sabés, mi casa es tu casa. —Gracias, negrito... De verdad, pero mañana me voy, ya tengo boletos. 74


—¿A dónde? —A Santa Fe, arranco desde ahí. Tomamos un par de tragos más y comimos algo. Luego le preparé unas sábanas para el sillón y me fui a dormir. Antes de cerrar la puerta de mi pieza, Micky me llamó. —Gaby... Gracias por tocar el piano aquella noche. Estuvimos fantásticos ¿no? —Sí, estuvo muy bueno... Pero el que estuvo deslumbrante fuiste vos. Buenas noches— y me fui a dormir. A la mañana siguiente Micky ya se había ido. Me dejó sobre la mesa, un hermoso cuaderno con partituras como regalo. Y junto con eso una carta de agradecimiento. La carta contenía otras confesiones que prefiero no revelar, pues su palabras son casi sagradas para mí. Pasaron tres años desde aquella noche en mi casa. En ese tiempo le mandé mails cada tanto pero ya no contestó. Parecía haber desaparecido completamente. Y esto me recuerda el posdata de su carta que contenía el título de una canción de RADIOHEAD. El posdata decía Acordate siempre... Who to disapear Completly? Un verano cualquiera pudimos irnos de vacaciones a Villa Carlos Paz con mi novia. Una noche íbamos caminando por las calles internas y empinadas, bajo una lluvia torrencial, volviendo a nuestro departamento. Mojados y felices por el simple hecho de estar de vacaciones. La lluvia 75


no nos permitía ver practicamente nada. En esta situación un muchacho barbudo de pelo muy largo nos preguntó algo que no entendimos... Igualmente Charlamos un rato con él mientras caminábamos en la misma dirección. Una sensación que nos transmitó su voz, no nos hizo desconfiar de sus intenciones. Luego de reírnos un rato en su compañía, él se alejó lento...y silbando Elelctrolite. Dobló en una esquina. Cuando me di cuenta de quién era, ya fue tarde. No pude ver a nadie en los alrededores. Micky había desaparecido completamente.

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YANSÁ

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omán apuró el paso cuando bajó del colectivo. No sólo iba apurado, sino que profería insultos por lo bajo al compás presuroso de sus pasos. Lo único que esperaba era que ya le tengan el ambo limpio, así podría fichar en horario. Siempre llegaba con el tiempo justo. Se acostaba muy entrada la madrugada, por eso no podía levantarse más temprano. Tantos trabajos por hacer durante la noche. Entró casi corriendo por la puerta de personal. Sintió un buen día de fondo, pero no contestó. —¡Susana, mi ambo, dale! —20, 21, 22... 25 Saleas... —¡Dale, pasame mi ambo! — acercándose. —... 30 sábanas... ¡esperá, Román! 78


—Claro, mientras ustedes boludean, yo voy a fichar tarde... Como no soy un médico para chuparle el culo... Por culpa de ustedes ahora me van a descontar la puntualidad... Pero que me cague, ¿no? ¡Me cago por no ser el Dr. La Verga...! —¡Calláte, Román! — sin mirarlo. Luego dirigiéndose a su compañera— Betty, pasale el ambo a este, y anotá 50 colchas. Román, con la ropa verde en su mano, se dirige a los vestuarios con paso plomizo y veloz. Entra. Tira el bolso. Abre su locker. Javier está sentado en el banco de madera, en calzoncillos, poniendose el pantalón azul. —Cómo andás, Román... —¡Como el culo! ¿Cómo voy a andar? Por culpa de esas conchudas que no hacen su trabajo. —Bueeeeno... Tranquilo... Me voy a trabajar. Nos vemos después, Román. — ... Luego de fichar, ya cambiado, Román baja a su servicio. Claudia lo esperaba, como siempre. —El café está listo, servite. —Gracias — dijo Román, aflojándose. Y así comenzó la jorrnada de trabajo. Claudia era una piba joven, de unos treinta y un años mal llevados. Dos hijos, divorciada, estudios secundarios. No era técnica en farmacia como Román, pero ya sabía hacer todas las tareas del sector. Preparaba los pedidos de medicación para todo el sanatorio, al igual que su compañero, pero sólo él firmaba los vales ya que era el único que tenía título. Subía todos los pedidos en un carro y los salía a repartir por los 79


pisos, la guardia y el quirófano. Román se quedaba firmando ordenes, vales, facturas, recibos. Acomodaba cajas, preparaba pedidos y los dejaba para que la pálida, hajada y trabajadora de Claudia los reparta. Román era alto, gordo, y morocho, bien morocho. Pelo crespo y ojos pequeños, con unas cejas espesas y casi unidas en el centro. Voz casi gangosa y carraspeada, y el mal carácter evidente. Claudia no era particularmente agraciada, pero sí muy simpática y agradable en el trato. Román no. Si trabajaban armoniosamente era sólo por el carácter tolerante de Claudia. Escuchaban música en un pequeño equipo que compraron entre todos los del servicio de Farmacia. Los discos alternaban entre Ricardo Montaner, Arjona, Los Pimpinella y Luis Miguel. A lo sumo Maná. Román no tenía preferencias musicales. La mayoría del tiempo ni prestaba atención. Claudia era libre de poner la música que se le antojase gracias a eso. En otras cosas no era tan libre. Román la censuraba violentamente cuando quería opinar de cualquier cosa en cualquier conversación. No le dejaba de recordar que antes era mucama, y por lo tanto, carente de toda inteligencia. Por estas razones obvias, las conversaciones en la Farmacia no eran muy entretenidas. Totalmente unilaterales. —Es un malcojido— le decian los enfermeros a Claudia, en referencia a su compañero. O alegaban 80


otras razones más íntimas para justificar su mal carácter. A eso de las 9:30 hs. Román dijo: —Estas gordas cajetudas de quirófano no hacen más que pedir boludeces. ¡Ahora, que esperen! Claudia sonrió como siempre y no opinó nada... Como siempre. Él levantó el teléfono y mientras marcaba el interno para comunicarse con el camillero de piso, le dijo a Claudia: —Vamos a tomar algo, ¿dale? —Bueno. —Hola— al teléfono —¿Germán?... Vení que estamos preparando café. También tenemos matecocido... Y yo traje unas galletas... Pero vení, ¡eh! Dale, te esperamos. Colgó y se fue a preparar las tazas. —Claudia, aguantá que ya viene el pendejo y tomamos algo. Pobrecito, trabaja mucho. —Ok. Llevo esto a quirófano y vuelvo. Al rato ya estaban los tres tomando un desayuno rápido. Germán era un pibe de 21 años, soltero, un poco tímido, bien atento y agradable. No hacía mucho que trabajaba en el sanatorio, pero ya era querido por la mayoría de sus compañeros de turno. Ya estaba convencido de que el año próximo, si todo salía bien, comenzaría a estudiar alguna tecnicatura: esterilización, farmacia o hemoterápia... Algo que no lo haga morir como camillero. 81


Los tres desayunaban parados, apoyados en las mesas tratando de conversar sobre cualquier cosa. —¿Y, Germancito? ¿Dónde vas a pasar las fiesta?— preguntó sonriendo Román. —No sé, supongo que en casa de mis tíos, en Carapachay. —Ah, mirá vos... Yo voy a andar por Florida. Cualquier cosa paso a saludarte y brindamos, no? —Ja, si... Claro. —¿Y las vacaciones? ¿Cuándo te las tomas? —Y... Tengo que ver, porque tienen que elegir las fechas los demás, como soy el nuevo, viste que soy el último en elegir... ¿Vos, Clau? —¿Mmmh?, ¿yo qué? —¿Cuándo te tomás las vacaciones? —Ah, en febrero. —Esta se va a ir a Mar del Plata a buscar chongos, seguro— dijo Román, descalificándola. —¡Román...!— se quejó Claudia, y se fue a la computadora a mirar algo sin importancia, con evidentes ganas de desviar la conversación. —¿Te vas con tu novia a algun lado?— preguntó Román, volviendo a acaparar la escena. —Si encuentro una novia antes de irme de vacaciones...— y tomó un trago apurado de café, esquivando la mirada de Román. —Mientras no sea del sanatorio... Acá, estas perras te van a cagar, son unas... —Bueno, chicos...— interrumpió el insulto venidero— gracias por el café. Me voy a seguir trabajando que mi compañero me debe estar buscando. 82


—¿A qué hora vas al comedor? —No sé, cuando pueda. —Bueno, cuando quieras, veníte. Acá siempre hay café y algo para comer.. —ok, gracias... Nos vemos después. Germán aceptaba todas las mañanas aquel desayuno pues le parecía una descortesía rechazar algo que le ofrecían con tanta gentileza, pero la verdad es que se sentía muy incómodo ahí. Claudia le agradaba, pero ella se mantenía en silencio frente a Román... Y Román era tan extraño que no estaba seguro de qué hablarle. Podría reaccionar mal, y... Vaya a saber qué haría. Una vez que Germán se fue, Claudia salió a repartir los pedidos y Román se quedó juntando las tazas. —Che, Germán... ¿Dónde andabas? — Preguntó Javier, el camillero de quirófano al cruzarlo en el ascensor. —En Farmacia, tomando un café ahí, con Claudia y Román. —Ah, bueno. Yo te quería decir si querías encargar algo. Romi va a salir al supermercado. —¡Naaah! No tengo ni un mango, ahora. —Che, ¿te puedo decir algo? —Decime. —Tené cuidado con Román. —¿Por? —Eeehh... Es un tipo jodido... Vos tené cuidado. — Ah, Ok. Igual, todo bien... Hasta ahora, por 83


lo menos. —Sí, sí... Vos cuidate igual. —Listo, gracias... Y así continuo el día de trabajo, hasta la hora del almuerzo. A eso de las 12:30, Román dijo: —Bueno, me voy a comer. Si llaman las gordas putas de quirófano, deciles que no rompan las bolas que estoy comiendo. —Bueno, les digo... De tu parte.— contestó Claudia, sonriendo. Al llegar al comedor, se sentó junto a las mucamas Ramona, Silvia y Susana, Carlitos de mantenimiento y la enfermera Patricia. Mesa de por medio a la de Román y compañía, estaba Germán ya comiendo, junto a Alejandro de rayos y tres pibas de admisión, con sus respectivas polleras cortas de vestir y sus camisas blancas. —¡Ahí están esas argolludas...! Pasándole el culo por las narices al pendejo. —¡Román!— exclamó, asqueada Patricia. —Después lo meten en quilombo y lo van a hacer echar. —¡Román, callate! Estoy comiendo, no hablés así... Ramona, inmediatamente se puso a hablar de otra cosa. De su operación de vesícula, de su marido que casi se muere por un hueso de pollo y de cómo estudiaba su hijo para convertirse en médico dentro de unos años. 84


—Los médicos no saben una mierda —dijo Román. —Susy, ¿qué te dijo La Vieja Chancluda? — preguntó Ramona. —¡Ah! Es una tarada. Dice que yo no paso bien el trapo por los pisos. ¿Qué sabe ella de limpiar? ¡Si sólo es nuestra jefa porque está casada con "Antiojito"! Yo le dije una vez: "A mí no me vas a venir a decir cómo hacer mi trabajo!" No, qué se piensa... Yo, hace diez años que trabajo acá, y no me va a venir a enseñar nada una mina que recién entró hace dos años... No, conmigo no se juega, chiquita, le dije. Susana siempre tenía una historia por el estilo: ella era acosada por algún jefe que le decía alguna injusticia o la mandaba a hacer algo que no le correspondía. Luego, en contestación, los ponía en su lugar. Por supuesto que la realidad era otra. Ella siempre se callaba, o se mostraba asquerosamente obsecuente frente a los jefes. Por lo cual, a estas alturas, ya nadie le creía y la dejaban hablar sin replicarle nada. Mientras tanto, en la mesa de Germán. —Che, Lucía... ¡Cómo lo tenés loco a Rubén!— dijo Alejandro, totalmente indiscreto. —Andá, dejate de joder... —En serio, se nota que está muerto con vos... dale bola al pobre... —¡Tomatela! —Pero no me vas a decir que no te gusta... —¡No, no me gusta nada... Es más, se pone re pesado! 85


—Pero no me niegues que no es lindo que alguien te esté tan atrás tuyo...— acotó Germán, pues era un tema ya medio hablado antes— Es re halagador. —¡¡Ni en pedo!! Me hace sentir que soy un radiador al que se le pegan todos los bichos... Además me pone re incomoda, no le puedo hablar de nada que ya está con la baba colgando. —Pero Germán tiene razón— dijo Alejandro— ¿no te hace sentir más linda? —No. Me hace sentir incómoda. Además es patético lo mío. Le parezco linda a Rubén Cuasimodo Maldonado. —Bueno, che...— dijo Mara, tratando de disimular que miraba a Germán — tampoco es taaaaaan feo el tipo. —¡Cogetelo vos, entonces! Jajajaja. —No, está bien, gracias. A mí me gusta otro tipo de hombre— contestó Mara riendo, pero enfocando su ojos dulces en Germán. Este, por su lado, le esquivaba la mirada, pues le pareció que había enganchado más de una vez mirándole las tetas a Lucía. —¿De verdad no te hace sentir linda?— volvió a insistir Alejandro —Nosotros nos agrandamos con cualquier bicho que nos de bola. Ah, pero claro, ustedes si no les anda atrás un Brad Pitt, no se sienten lindas... !! —todos reían mientras comían el pollo con arroz. —Sí, los hombres somos más simples. Menos exigentes —dijo Germán... y no había caso, los ojos se le iban a la camisa blanca de Lucía, que contenía esas 86


hermosas tetas y sus pezones puntiagudos que miraban siempre hacia adelante. Y otra vez Mara, clavandole su mirada. Germán no sabía interpretar esos ojos. Estaba bastante desconcertado al respecto. —Igual sigo sin entender. Explíquenme: ¿nunca estan conformes? Si es lindo porque es lindo, si es feo porque es feo. Si no les dicen nada, se sienten feas; si les dicen cosas, son radiadores y se sienten incómodas. ¡¡¡DECIDANSÉ!!! —Sí, somos complicadas— dijo Mara riendo. —Igual —intervino Lucía un poco más seria — depende de la forma en que te digan cosas. No siempre es lindo. Cuando te hablan y se ve que se les cae la baba... Así, aaadddhhhh... Y una le deja bien claro que No, que no quiere saber nada... Y el otro insiste e insiste. Hubo una explosión de risas por las caras que ponía Lucía mientras explicaba sus razones. Y Germán veía subir y bajar esos pechos con la risa, y Mara miraba reír a Germán, y Alejandro miraba a Mara que miraba a Germán y que este no se daba cuenta.

Cuando Román volvió al servicio, Claudia lo recibió con una pregunta algo extraña: —Román, falta una taza ¿Vos la viste por ahí? —No, qué sé yo. —¿Dónde las dejaste cuando las lavaste? —¡Qué sé yo, Claudia! Por ahí. No me rompas las bolas con boludeces... —... Claudia no volvió a preguntar, pero tenía una 87


idea de dónde estaba la mencionada taza. Ya conocía las costumbres de Román y sabía que mañana o pasado, la taza aparecería. Le daba un poco de escalofríos todo el tema, por eso siempre andaba con el rosario colgado del cuello... eso sí, siempre oculto bajo el ambo. Esto, desde el día en que Román al verlo, insultara tanto a la Iglesia Católica, que tuvo que irse al baño a llorar de la bronca. Era difícil la convivencia con Román, pero qué le iba a hacer: era su compañero y debía aguantarlo. Ya terminada la jornada, Román le dijo a Susana cuando la cruzó en el fichero: —Hoy no voy con vos. Me voy para Once. —¿Qué pasó? ¿Hay trabajo esta noche? —Como siempre Susy... como siempre. Con esta predisposición sombría se encaminó a capital. Tardó como cinco horas en ir a Once, hacer las compras pertinentes en los lugares correctos, regatear precios, esquivar a la roñosa gente que caminaba por las veredas, putear a los que lo chocaban, parar a tomar aire, renegar un poco más, comerse toda la hora pico en el viaje de vuelta a provincia y llegar a su casa. Después de este periplo quedaba agotado; Cargado de bolsas, de transpiración, de odio. Su exceso de peso no le ayudaba. Llenaba la bañera y se daba un baño de inmersión entre pétalos de rosas y sales minerales. Se aceitaba el cuerpo con esencias y se ponía su túnica más pulcra. Había que sacarse la pestilencia del mundo, decía. Comía una cena frugal, con frutas, leche, que88


sos y pan integral. Las grasas saturadas vendrían más tarde, de la mano de milanesas con papas fritas a caballo. No había que agredir al cuerpo antes de los trabajitos. Puso una alfombra redonda dónde arrodillarse, frente al altar. Una pequeña estatua de unos 50cm estaba en el centro. A sus flancos le colocó dos velas rojas. Prendió dos inciensos de mirra. Se colocó un rosario de flores en el cuello. Frente a la imagen de esa mujer de cerámica, con un pecho al aire y rodeada por una gran serpiente verde, puso la taza en la que había tomado café Germán esa mañana. La roció con cenizas de vaya a saber uno qué y le apoyó una daga encima. Se arrodilló en la alfombra, bebió un trago de caña directamente de la botella y comenzó a rezar: —Yansá, Yansá... aire y tierra Yansá... Yansá, Yansá... agua y fuego Yansá... Yansá, Yansá... que Germán me ame, Yansá, Yansá...

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UN CHOQUE EN CINCO ESCENAS

"No nos une el amor sino el espanto" J.L. Borges

N

o encontraba de qué quejarse. Solo de períodos de soledad, tal vez. Lucién tenía toda su vida armada: una profesión distinguida, estudios de licenciatura, posgrado y hace poco obtuvo su doctorado. Con sus treinta y ocho años era lo suficientemente joven como para ser admirado en los cenáculos de los grandes eruditos. Tenía una biblioteca bastante grande; lo suficiente como para ser una de las colecciones más codiciadas por los casi desconocidos compradores y vendedores de cultura. Una hermosa, aunque pequeña, casa en Pilar; un auto medianamente moderno; un sueldo respetable, que si bien no le permitía demasiados lujos, lo dejaba vivir holgadamente. El hecho de vivir solo no le exigía demasiadas cosas para su sustento. No tenía grandes pretensiones o gastos extravagantes, (exceptuando 90


algún que otro libro antiguo o inconseguible cada tanto). Vivió más de la mitad de su vida estudiando. Tomó tal costumbre en ello que todo lo que pasaba por su lado lo estudiaba y analizaba con gran profundidad, logrando así su propia forma de interpretar la realidad. Su vida consistía en dar clases, preparar conferencias, escribir artículos para revistas científicas, estudiar y leer libros por pura curiosidad. Todo esto le proporcionaba un placer tan delicado que le parecía perfecto. Su rutina estaba en un equilibrio envidiable. No bebía en exceso, solo lo justo; no comía demás, ni tenía vicios. Todo en su medida exacta. Y si acaso alguna vez se sentía insatisfecho por razones que no intentaba explicarse, se iba a cenar a algún distinguido restaurante y degustaba la vida en sabores exquisitos: vinos finos, comidas selectas. Si necesitaba hablar con alguien, se iba a la casa de un catedrático amigo con quién, bajo el humo de una deliciosa pipa y su tabaco importado, charlaba de cosas metafísicas y de adelantos científicos. Estas conversaciones también solían acompañarse de una medida de whisky que Lucién hacía durar toda la noche. Luego, dejando su auto en casa del anciano, se pedía un remis para no manejar alcoholizado. Los pocos amigos que tenía, que no eran de su ambiente, le criticaban su falta de criterio para la diversión. Por esta razón, los mencionados amigos eran es91


casos y los frecuentaba con muy espaciada periodicidad. ¿Qué gracia podría encontrar, tan erudito él, en una borrachera de Fernet con coca o en un partido de futbol? Todo aquello era superfluo, falto de gracia y vulgar para él. Lo que sí le sucedía a Lucién, como a cualquier ser humano, era que se sentía solo. No era que deseara el amor, eso era solo una fantasía literaria. Lo que él sabía que necesitaba era sexo, pura y llanamente sexo; solo esa explosión biológica que equilibraba las hormonas. Por esta razón, cada tanto llamaba a alguna prostituta para que le haga juegos de colegiala, o de profesora, o de estudiante, y saciaba así sus necesidades venéreas. Pero llegó un momento en que todo esto parecía no bastar. Algo le molestaba en sus entrañas que no podía descifrar. Una insatisfacción extraña que nunca había sentido. El vino ya no le daba placer, la comida ya no tenía gusto, las letras no lo maravillaban ya. Sumemos a esto el hecho de que la última prostituta con la que estuvo no pudo hacerlo eyacular y completamos así el cuadro más patético que él podía imaginar. Pensó entonces que si no hacía algo distinto con su rutina, no podría tener resultados distintos. Algo fallaba y pensó que podría ser sus relaciones sociales. Fue así que, no sin un gran esfuerzo, fue aceptando las invitaciones de sus amigos no eruditos. Le costó mucho acostumbrarse a la cerveza de 92


mediana calidad y al vino sin pretensiones, pero con el tiempo no le sabían tan horribles. Con la comida barata le costó mucho más. En cambio, lo que no pudo soportar bajo ningún punto de vista fueron las conversaciones banales, las risas idiotas, los chistes soeces, la mugre en los verbos. Y justo cuando estaba por desistir a su experiencia de vida mundana, sucedió que lo llamó Julián. Este le rogó que "le haga la segunda" con unas amigas. Resultó ser que una de esas dos pibas (Florencia) era la amante de Julián; hacía como tres meses que engañaba a su mujer con esta chica. Pero esta vez, ella quería llevar a su amiga Wendolina... echate un nombre, ¿no? En fin, el plan se armó así: Julián ya estaba obviamente, acomodado con Florencia; mientras que Lucién iba a acompañar a Wendy cosa de que ella no se sienta colgada. Y si pasaba algo entre ellos, bienvenido sea. Lucién aceptó solo por cortesía, sabiendo que no encontraría ninguna clase de tema de conversación con alguien que se llame Wendolina ¿Qué tipo de nombre era ese? Bueno, tal vez el mismo tipo de nombre que provoca risas y confusiones... Como el suyo, Lucién. ¡Qué mundo vulgar es este en el que vivimos, que no entiende de nombres exóticos y contesta ante lo no frecuente con la risa burlona del idiota! Pensó. Y este pensamiento que lo solidarizaba inconscientemente con la chica desconocida, lo hizo ir sin tantos prejuicios. Esa noche se vistió lo mejor que pudo, ignorando cualquier tipo de moda. Solo ropa informal y na93


da más. Pero pongamos Fast Foward a la preparación previa y al recorrido de Pilar a Capital. Ahora nos centraremos en la historia y su escenario que es lo que cuenta. ESCENA 1 (Mesa tipo ratona en El Bucanero, pub del micro centro. Luz tenue. Dos velas cubo en el centro de la mesa de vidrio. En los sillones Julián, Florencia y Wendy. Llega Lucién) Julián — (A Lucién y con un brazo rodeando la cintura de Florencia) ¡Llegaste loco! ¡Ya pensé que no venías! Lucién — Sí, perdonen mi tardanza; la Capital siempre me queda lejos. Julián — Sentáte. Justo Wendy nos estaba contando lo que había hecho en las vacaciones. (Lucién se presenta ante las dos chicas y se sienta al lado de Wendy) Wendy — (riendo como ansiosa) Sí, sí. La cuestión es que estaba en mardel, no? Y habíamos perdido a mi hermano, viste? Florencia— (A Lucién) Manuel, de 23 años. Wendy — sí, si... Y con mi hermana... Florencia — (interrumpiendo otra vez y mirando a Lucién) Carla, de 25. Wendy — Claro... Entonces nos dijimos "¿Y ahora, cómo mierda lo encontramos?" y entonces dije yo... (Hace una seña a Florencia) Florencia — Wendy, de 26. (Ellas ríen en una explosión hilarante que Julián acompaña y Lucién también, pero tímidamente) 94


Wendy — ¡Dale, boluda! ¡Dejame contar...! (ríe) Entonces yo le digo ¿y si aplaudimos para encontrarlo? ¡Dale! Me dijo Carla y comenzamos a aplaudir... ¡y la gente también aplaudía! ¡Era toda la playa aplaudiendo! Y ahí vemos a Manuel que venía caminando (las dos chicas no aguantan la risa) ¡y nos tuvimos que ir corriendo antes de que se den cuenta que no era un nene! (Florencia se destornilla de la risa, y Wendy apenas puede seguir hablando. Julián ríe complaciente. Lucién miraba a todos paralizado en una estúpida mueca de media risa y media perplejidad)

Así siguieron las conversaciones y los tragos sin demasiadas relevancias. Pidieron bastantes tragos, excepto Lucién, claro está: ya sabemos sobre su desaprobación a los excesos. En una de las tantas idas al baño, Julián lo cruza a Lucién y le dice en confidencia: —Bueno, viejo... Lo que te voy a decir es porque sos mi amigo... La piba está muerta con vos, así que si no dejás de hacerte el asquerosito y le comes la boca te cago a palos... —y se rió pícaro y picado, las dos cosas. Lucién asintió con una forzada sonrisa, asqueado de la situación y volviendo a sentarse. Llegando al momento de irse, todo se armó como era de esperarse: Flor se fue con Julián (a un Telo, por supuesto) y Wendy comprometió a Lucién 95


a que la acompañe a su casa. ESCENA 2 (Calle. En la puerta de El Bucanero. Noche cerrada. Julián, Florencia, Lucién y Wendy) Julián — (abrazando a Florencia y yéndose los dos) Bueno, chicos, nos vemos, que se diviertan. (Se van los dos) Lucién — (a Wendy) Bueno, ¿a dónde queda tu casa? Wendy — (Colgándose del brazo de Lucién) Vamos a caminar un poco. Así que sos licenciado en... (Y lo encamina en dirección opuesta a Julián y Florencia) Lucién — Antropología. En realidad es un doctorado. La licenciatura que tengo es en Literat... Wendy — ¡Ah, qué lindo! Yo nunca me decidí por terminar nada. Derecho, lo dejé a mitad de carrera. Tercer año. Sí, ya sé, pero me di cuenta que no era lo mío. Lo importante es darse cuenta ¿no? También estudié inglés, pero en un instituto privado... Nada serio. Igual con el trabajo que tengo no me deja tiempo para estudiar nada ¿te dije que trabajo en el Rip Curl del Unicenter? Sí, te lo dije. Vos estudiaste mucho ¿no? Lucién — Y, sí... Es que... Wendy — Me imagino. Igual yo de eso no sé nada. Es más, me cuesta mucho agarrar un libro. Lo último que leí entero fue El Código Da Vinci, y tenía que parar a cada rato a buscar las palabras en el diccionario. Soy un desastre para eso. ¿A dónde querés ir? Lucién — Y... No sé, decime vos... Wendy — Bueno, vení, doblemos acá... Pero antes... 96


(Se cuelga del cuello de Lucién y lo besa fuerte en la boca. Luego, riéndose mucho le dice) Qué pavo que sos... ¿te creés que soy tan fácil? Vení, entremos acá. Este Telo es buenísimo. No es que venga siempre, eh! Alguna vez vine. Lucién entró tras ella como un autómata. Se sentía como apabullado, mareado de tanta conversación sin respiro... Pero no era del todo desagradable. Wendy eligió la habitación, y caminó por el pasillo con la tarjeta en la mano buscando el número que le indicaron. Lucién tuvo que acelerar el paso ¡todo estaba siendo tan vertiginoso! ESCENA 3 (Dentro de la habitación del telo. Lucién y Wendy. Ella entra y se saca las sandalias. Verle los pies desnudos, tan pequeños, es algo que comienza a excitar a Lucién. Ella gira sobre un pié cuan muñequita de caja musical) Wendy — (sin parar de girar grácilmente) ¿Te gusta el vestidito que me compré en Wanama? Es lindo, ¿no? A mí me encanta. ¡Había tantos...! Pero este me encantó. Lo vi y me enamoré. Me encanta comprarme ropa. Se nota, no? (ahora se detiene, mira a Lucién de frente, sonríe de costado y camina hacia él)

Ella se prendió a su boca; él a su cuerpo. Sus manos subieron el vestido. Ella desprendió el pantalón. Él la sentía tan pequeña entre sus brazos... Ella también la sintió pequeña, pero no importó. Como sucede siempre en los primeros encuentros, dos cuerpos desco97


nocidos se encontraron torpemente. Él se sintió un poco decepcionado, pues ella no hizo un par de cosas que él le pidió o le insinuó. Sus movimientos eran un poco bruscos, sin demasiada... ¿Delicadeza? No, más bien "experiencia". Terminaron, entre idas y vueltas, con el primer round. Ella parecía satisfecha, encantada. Él quedó respirando fuerte hacia arriba. ESCENA 4 (Dentro del telo. Lucién y Wendy en la cama) Wendy — ¡Qué callado que sos! (se ríe) Lucién — No sé si lo notaste, pero mucho no me dejas hablar... (y también ríe) Wendy — Es verdad, soy de hablar mucho. Pero es porque siempre vivo rodeada de gente. Conozco a mucha gente, ¿sabés? De todo tipo de gente. Tal vez debería estudiar algo de relaciones públicas... Qué sé yo. Pero sí, conozco a mucha gente. Y a la mayoría les caigo bien... A vos te caigo bien, ¿no? (se ríe acercándole su boca) Lucién — sí, por supuesto... Aunque no te conozco casi nada, y la verdad es que mucho no te entiendo... Wendy — Mucho no necesitaste entender para traerme a este lugar... Es más ¿qué hago acá? ¡ni te conozco! ¡Yo me voy! (se incorpora para irse) Lucién — ¡Esperá! (la retiene de un brazo. Ella se ríe muy divertida. Después se le tira encima)

Entonces sucedió el segundo round. 98


A Lucién le costó mucho más esta vez, sumado a la falta de delicadeza de Wendy, pero por otro lado lo disfrutó mucho más. Ya no tenían esa primera pared inhibidora que sintieron al comienzo. ESCENA 5 (Mismo lugar, mismos personajes) Wendy — Como te decía (se prende un cigarrillo), conozco mucha gente, de toda clase: dueños de boliches, abogados, cocineros, tacheros, colectiveros, policías, mujeres de famosos, mujeres deportistas, putas, todo tipo de gente... Vos seguro debes conocer a muchos también. (Y sonríe como sabiendo lo contrario) Un estudioso como vos debe saber mucho de la gente, ¿no? No de todos soy amiga, claro. Y menos me acuesto con todos, por si te preguntas eso. Solo con los que me gustan (y le acaricia la frente). Vos ¿te acostas con muchas? Seguro que sí: te hacés el callado y el tímido, que me encanta, por supuesto, pero debés ser terrible. Aunque me parece que nunca te cruzaste con nadie como yo, ¿no? Lucién — Y... La verdad... Wendy — Ya sabía. Suelo conocer bien a la gente. Aunque no parezca porque hablo mucho, pero soy muy observadora. Conozco cómo son los demás solo por sus caras... Las caras que ponen. Y tu cara me encanta... ¿ves? Esa cara que ponés me encanta. Sos tan... Como se dice... ¿snob? ¿Así se dice? Sí, seguro que sí. No te enojés, ¡eh! ¿Ves? Ya sabía que te ibas a enojar. Lucién — No, no me enojé... Es que... 99


Wendy — Sí, ya sé... Pasa que yo no tengo muchas palabras para explicar lo que veo. No soy buena expresando cosas complejas... Supongo que debería leer más, ¿no? Es que me siento tan inútil cuando no entiendo... Además que me parece que si pierdo tiempo leyendo, no disfruto la vida... Quiero vivir todo lo más intensamente posible. Me encanta vivir. ¿A vos, no? Yo pienso que todo es hermoso, todo todo todo. Incluso cuando lloro, cuando lloro es hermoso... Cuando murió mi mamá... ¿te conté que mi mamá murió cuando yo tenía 15 años? Me estaba acompañando al colegio y le agarró un paro cardíaco. Era joven, pero nunca se quiso tratar... Yo la sostuve, ya muerta, hasta que vino la ambulancia. Fue feo... Sí. Pero hasta en eso creo que había algo hermoso... ¡No me mirés así, boludo, escuchame! (se ríe y recuerda) Yo lloraba mucho, y la acariciaba, parecía dormida... Estaba hermosa. Y entonces me di cuenta de que ella debe haberse sentido bien si viendome llorar así, porque si alguien llora así por vos, es porque te quiere mucho ¿no? Y bueno, nada, yo lloré más y más porque quería que sepa que la quería mucho, y es lindo, es hermoso, ¿no? Sí o sí es hermoso que una hija te llore tanto ¿entendés? Bueno, nada, eso... No sé por qué te lo conté. Ah, sí. Desde ese momento quise vivirlo todo, disfrutar de todo lo hermoso del mundo... No es tan fácil, ¿entendés? Porque el tiempo pasa, y la juventud y la belleza se me van a ir un día. Y entonces ya fue ¿entendés? Ahí se acaba... Che, ¿qué hora es? 100


Lucién — Las 6... Wendy — Bueno ¿nos vamos?

Y se fueron nomás. Lucién dejó a Wendy en su departamento y agarró panamericana directo a Pilar, con el sol a su espalda. Estaba paralizado de asombro, mudo. No era solo por la historia de la madre. Ni por el sexo... Eso no fue gran cosa en realidad. Había conocido algo que solo antes había leído. No era amor, por supuesto. Era... ¿cómo decirlo? Algo deslumbrante. Había visto la vida en colores, podía decirse. El contraste entre ella y él lo abrumó. ¿Qué había hecho durante tanto tiempo? Sí, lo sabía... Y no podía arrepentirse. Pero tuvo una sensación de que algo se le había escapado. ¿Eso era lo que lo había llevado a tratar de vivir algo vulgar? La primera razón de su insatisfacción ¿era eso?, ¿eso que no podía definir con palabras? Ella era tonta, definitivamente tonta... No podía culparla. Pero había algo más que no podía llegar a comprender. Emprendió este camino casi experimental con la idea de encontrar algo, pero solo tuvo un destello de eso. Una imagen reflejada en un río con llovizna. Lo que sea que fuera, seguro estaba en ese gran sabor a derrota que se llevaba a su casa esa mañana. Durante las primeras semanas se internó en sus libros. No contestó las llamadas ni salió con sus amigos. En dos años más llegaría a cumplir los cuarenta. 101


BAJO HÉROES Y TUMBAS "Heu, miserande puer, si qua fata aspera rumpas, tu Marcellus eris. Manibus date lilia plenis purpureos spargam flores animamque nepotis his saltem accumulem donis, et fungar inani munere." (Virg. Eneida, VI, 880 ss.)

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ecuerdo la tumba de Jim Morrison... Más bien recuerdo el recuerdo de otro, y las fotos que se trajo de allí. A Mariano lo habían echado del casino y con la plata de la indemnización se pegó un viaje a Europa que ni te cuento... Y entre los lugares que visitó, el más impactante fue el cementerio de Père Lanchaise... En París. De ahí que se trajo fotos de la tumba del poeta Lagarto. Bueno, yo recuerdo ese cementerio, a través de la foto... Y el de tantas fotos que he visto de esa misma tumba. También recuerdo de la misma manera indirecta, las pintadas que tenía, y las botellas, y todos los graffitis a lo largo del cementerio indicando por dónde andaba Jim. Y además recuerdo por fotos las tumbas de Rimbaud, Verlaine, Oscar Wilde... Y otros héroes de 102


mi alma. Y tuve tiempo de recordar los recuerdos ajenos, sus anécdotas, todo mientras viajaba en el 78 hacia Chacarita. Mis sensaciones me fueron llevando a otros recuerdos, esta vez míos. Solo rogaba rememorar todo antes de cruzar la General Paz, pues siempre le tuve miedo a ese límite: un lugar dónde no se está ni en un lado ni en el otro; un espacio donde dos realidades se funden en una sola autopista a la que uno espera pronto cruzar para sentirse seguro en cualquiera de los dos lados, no importa dónde; solo con el hecho de tener la certeza de estar efectivamente en un lugar específico, ya le da a uno otra perspectiva de la vida. Es importante saber dónde se está. Y pensar que me dirijo a otro terreno de límites... Pero, bueno, mejor me centro en la historia que al fin y al cabo es lo que importa, no estos desvaríos de fumón. Decía que antes de llegar a la General Paz, mis sensaciones me llevaron a ese sentimiento de estar pisando terreno sagrado. Idéntico a la vez en que Julián y yo nos hicimos nuestra salida literaria, y siguiendo el mapa de palabras que trazó Rodolfo Walsh en Operación Masacre, fuimos a conocer la casa de Florida, Vicente López, donde sucedió el secuestro de esos héroes argentinos. Caminar por las calles poco iluminadas de esos barrios tranquilos, cerca más o menos de la estación del tren, y sentir que estábamos entrando como en un santuario. Al ver la casa nos recorrió un escalofrío hasta la nuca. Desde la vereda de enfrente, levantamos nuestras petacas de whisky para brindar por esas almas que alguna vez salieron de allí hasta su destino final. Y 103


como de héroes estábamos hablando, y ya me acercaba al agujero negro de la Gral. Paz, tomé con fuerza la petaca actual y cerré los ojos para mantener la misma sensación y recuerdo sin que se me borre mientras cruzaba el puente. Y por suerte, funcionó. Ahora podía dedicarme a pensar tranquilamente en nuestro héroe personal, Mauri. ¡Imagínense qué hubiera pasado si lo estaba recordando justo cuando cruzaba la autopista y me lo olvidaba allí! Hubiera llegado a Chacarita y no hubiera sabido para qué carajo había ido... Éramos tan jóvenes en ese entonces. Tocando en habitaciones acondicionadas, levantando la cama para hacer lugar a la batería, llenando las paredes de maples de huevo, habilitando un minicomponente viejo, parlantes a medio desconar, un micrófono medio de juguete, y un amplificador de guitarra de 12 watt. Los vecinos puteándonos, aunque el horario de los ensayos era por la mañana... Y Mauri traía su magia a este lugar. Era increíble pues el único músico de verdad era él. Nos enseñó a afinar bien, a rearmar estructuras de temas... Y ya estoy en el bondi recorriendo ese gran paredón, apunto de bajar. Pongo mis pies en la vereda cuando el viaje termina. Doy dos pasos y tomo un trago de la petaca de whisky reglamentaria para estas ocasiones. Todo lo que sucedió después de que Mauri dejara la banda, fue muy extraño; Tocamos en varios lados, todos y cada uno de ellos eran lugares sórdidos y perdidos. Ya teníamos nombre, Federico reemplazó a Mauri en la gui104


tarra, sin pretensiones ni exuberancia, pero bastante prolijo. Doy una vuelta del perro antes de entrar en el lugar del encuentro. Me armo un Faso con papeles que me regaló Julián. "papeles para armar SIBILA" decía el paquete, y sonreí. Ya cruzo el gran portón enrejado luego de terminar de fumar. Unos pasos más adentro me esperaba Adrián, y mientras me acompaña caminando me muestra a todos los habitantes del lugar y sus paseantes. Me señala a uno que camina tranquilo con ropas de ferroviario, a otro de impecable traje que al vernos nos saluda sonriente, una mujer muy anciana que nos ignora aunque la llamamos, y así. Y fue entonces que vimos al Mauri caminando junto a todos, y Adrián me dijo: "ahí va Mauri, él será el fundador y primer guerrero de la banda. Traerá su magia y su valentía en la música a nuestras vidas, y dejará una marca indeleble en nuestras almas". Lo seguimos un trecho entre gente y caminos prolijos. Lo vemos meterse en una parcela de tierra y desaparecer de nuestras miradas. Y así llegué a su tumba, esa en la que lo depositaron luego de que lo chocara un camión mientras andaba en bicicleta... Me paré frente a ese pedacito de tierra y esa cruz de mármol, con una foto que no me animé a mirar de frente. Y pensar que podría encontrar a mi padre dando vueltas por acá; ese hombre que nunca conocí y que sin embargo busqué toda mi vida... Ya lo encontraré, y espero que no sea en este reino. Ya Adrián había desaparecido, los paseantes se escondieron en sus eternas casas de tierra. Frente a la tumba de Mauri cerré los ojos y Recité en voz alta, con solemnidad: 105


Ay, joven digno de compasión, si pudieras tú romper tu cruel destino! Tú serás Mauri. Dadme lirios a manos llenas, que al menos esparza las purpúreas flores y acumule estas ofrendas sobre el alma de nuestro amigo; que le tribute yo este homenaje desde las sombras... Tomé un trago de la petaca, abrí los ojos, rocié la tumba con un largo trago, Por vos, Mauri. Y antes de irme dejé un papelito que decía "Para nuestro Héroe secreto, con devoción. Letereo, Julián, Federico y Marcos"

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FULANO*

"You broke another mirror, and you're turning into something you are not" HIGH AND DRY, de Radiohead.

iez y ocho cuarenta y cinco de un viernes. Plenos preparativos para el fin de semana, y en su estómago un punzante dolor (que al principio lo pensó un calambre) y luego su cuerpo, doblándose como si le hiciese reverencias a la nada. No se estaba muriendo ni mucho menos. No vio imágenes de su vida atravesando su mente en frenética velocidad. Veía solo las piernas de Paula, su compañera. —¿Qué te pasa, loco? ¡Vane, Vero, llamen al médico! ¡Algo le pasa a Fulano!— y Fulano enfocado en sus piernas, ahora en su... luego en su panza, y luego en sus tetas... Y por fin por fin, se enfoca en sus ojos; ese inmenso cielo verde que parecía devolverle la calma a su retorcido cuerpo. —No pasa nada Pauli, no llamés a nadie— dijo

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reponiéndose poco a poco y con precaución. —No te preocupes, hermosa, yo voy al médico solito. Debí haber comido algo que me cayó mal, no tiene importancia. —¡Sí tiene importancia, tonto! ¡Andá al médico, ya! —Sí, ya voy, hermosa, no me maltratés que ando malito— dijo entre risueño y dolorido. Mientras recorría los casi cien metros que separan la enfermería de la sección de Frescos del supermercado, se sintió un poco mejor pero distinto. En todos estos años ni siquiera había sufrido una migraña. Todo, entonces, le era extraño. Parecía que su cuerpo no era su cuerpo, que se lo habían cambiado por otro más ultrajado. ¿Fulano retorciéndose de dolor? No pudieron contra él ni las resacas ni las noches de lujuria, ¿y una simple puntada lo hace doblegar y encima frente a Paulita? ¿Qué va a pensar ese bomboncito: Que es un flojo, que no se la banca? —No, eh! No, guachito. No vas a traicionar esta noche que es viernes cervecero y viene Paulita— se dijo para sí, mientras se apretaba el estómago todavía dolorido. Golpeó la puerta que tenía la cruz roja porque, obviamente, sería esa la puerta del doctor. —¡Pase! —Hola, Doc. —¿Qué le pasó? —No sé, me dio una puntada. —Nombre, número de legajo y sector... —Fulano, 196208, sector 7G 109


—¿A dónde fue la puntada? —Acá, en el estómago. —Recuéstese. Levántese la chaqueta. ¿Le duele acá? —No. —¿Acá? —No. —Comió algo que le cayó mal. ¿Qué comió? —No, nada... Unos fideos al pesto. —Bien. Es todo. Al parecer fue solo una puntada. Tome esto y si el dolor vuelve, véngase para acá otra vez. Vaya nomás. —Gracias, Doc. Salió de ahí puteando por lo bajo. ¿Qué se pensaba este boludo, que Fulano iba a ir al médico por joder nomás? Y fui porque me mandó Pauli, que si no... A la final, vieja, lo que no nos mata nos hace más fuertes. Esta noche, cervecita, mandanga y pachanga. En el colectivo de vuelta a su casa, el dolor era un mal recuerdo y Fulano se entregaba a recauchutar la belleza fraccionada de Paula que le entregaba su cerebro. Mirara por donde mirara estaba ella, o su ojo o su boca, o esa incansable sonrisa de nena precoz. Fulano, sin quererlo y queriendo, se había entregado al torturante oficio de enamorarse de una nena difícil, distinta, tan distante de su ahora... es verdad que también había una diferencia de edad importante, pero él todavía estaba en carrera, de eso estaba seguro. Igualmente sabía lo difícil que iban a ser las 110


próximas horas de ese viernes. Así pues, expulsó de sí los malos presentimientos, al viejo que lo perseguía siempre, al que él no sabía si creerlo puto y degenerado, acosador, alucinación o qué, y a los nuevos dolores malignos con una cerveza bien helada. Dejó sus pensamientos de lado, bajó del colectivo y compró el elixir de la malta en el primer maxi quiosco que encontró. Abrió la lata y sintió en su cuerpo la bendita y fresca sensación de la cerveza. Luego del primer sorbo, ya estuvo listo para emprender la caminata de diez cuadras que alejaban la ruta de su casa. Caminó por la ruta 202 hasta Riobamba. No quería llegar a su casa ni por Meléndez y Pelayo ni por Juan de Garay, y menos que menos por Santa María de Oro porque ahí fue donde creyó ver al viejo hoy temprano, antes de ir a trabajar. Así fue que caminó derecho por Riobamba y antes de llegar a la esquina de Chile, sintió un leve dolor en las piernas que se desvaneció luego de otro trago de cerveza, que en su mente trajo aparejado, vaya a saber uno por qué, a Paula y su miedo a la vejez. Fulano recordó la tesis torpe de Paula sobre los dolores típicos de la vejez, y sonrió mientras pensaba qué podría saber de la vejez una nena recién salida del secundario que trabajaba para pagar sus vicios y no por necesidad. Cincuenta metros, tal vez treinta, treinta y cinco metros antes de Constituyentes, Fulano siente que sus piernas pierden fuerzas, y su cuerpo indefectiblemente cae. En su mente, Paula; en su mano la cerveza helada, y frente a él, viendo su irremediable caída, estaba el viejo. Que no reía, que no se movía, que no 111


intentó siquiera sostener a Fulano y aplacar la caída. Inmutable, inmóvil, el viejo solo escuchaba cómo desde el suelo Fulano decía —Viejo, ayudame, viejo. No siento las piernas. ¡Eh! ¡Viejo! —siguió gritando Fulano, mientras que el otro desaparecía dejando al caído sólo con sus piernas paralizadas y su vergüenza desparramada por la vereda. No quería pensar qué era lo que le estaba pasando porque tenía la estúpida sensación de que pensar en el problema sería metamorfosearse en él para no redimirlo jamás. Y por otro lado, ¿qué explicación lógica se le da a dolores semejantes? Fuera de la necesidad de no pensarlo, estaba la necesidad de saber cuál era su problema para encontrar su solución, o simplemente poder dominarlo. Él ya no era un pibe que no puede controlar su cuerpo. Luego, entre vergüenza y desazón, sus piernas otra vez, cobraron vida para levantar a ese cuerpo triste y desarmado por la incertidumbre. Caminó tres o cuatro pasos apoyado en la pared para cerciorarse de que las piernas estuviesen bien... Y lo estaban. Con su mano todavía sostenía la lata de cerveza sin derramar una gota, como buen aprendiz de Homero Simpson. Bebió un trago, sonrió, bebió otro trago más largo que el anterior y se echó a caminar las cuadras restantes. Tanto dolor lo había desviado de su único y mejor placer que consistía en los ojos verdelumionosos y esa sonrisa infranqueable de Paulita. Su cerebro le regalaba ya cortometrajes de Paula a la hora del té, Paula sonriendo por encima de 112


todas las sonrisas existentes en el mundo. Cortometrajes con sonido para un monólogo de ella sobre por qué a los hombres con hijos se les permite rehacer su vida amorosa y la imposibilidad que sufren las mujeres para hacerlo. Obviamente acompañado todo por sonrisitas y guiños cómplices y manos inquietas, todo tipo nada, todo tipo Paula. Y sí, los dolores se presentan en los lugares más insólitos e inusuales. Por ejemplo, una puntada en el culo, en el ojo exacto del orto que te obliga a respirar hondo, parar, no gritar y no tener que explicar que por razones que desconocés, tu cuerpo abrió los cantos y un dolor calentón, que solo pasaba por allí, ingresó sin esperar que se dilate la entrada. Es estúpido, pensó, que si en verdad sucediera algo parecido a lo de las piernas frente a alguien que no lo conoce, ¿qué pensaría ese? ¿Cómo lo explicaría? porque explicárselo a Paula no hacía falta, ella entendía y si no entendía alguna explicación sobrenatural le iba a encontrar... Ella era así, pero el Viejo... ¡Y a ese Viejo qué mierda le importa! Los que son observadores mudos no son dignos de mucha atención, siguió pensando, murmurando, maldiciendo. Llegando a casa, el cerebro de Fulano se había convertido en un sancocho donde habitaban sonrisas, senos duros, viejos marchitos, cuatro estrofas de Juguetes Perdidos, un pantalón de Jean, la dirección del boliche donde habrían de juntarse y sumas, restas, divisiones y multiplicaciones de la plata que tenía, la que debía, la que quería y la que podía gastar. Y muy por debajo, una incertidumbre que crecía a pasos 113


agigantados. Abrió el ropero presuroso pero sin prisa eligió el mejor de sus siete calzoncillos, un toallón y una remera de las más dark que poseía; la tiró en la cama, prendió el grabador y sin ser selectivo esta vez: Ok, Computer está bien Mientras esperaba que el termo tanque eléctrico calentara el agua, decidió que no iba a usar el mismo Jean. ¿Qué pensaría Paula? Y eligió el negro, el gastado lo tenía puesto, el nuevo estaba sin gastar todavía y sin planchar, y el rotoso había pasado de moda, y además estaba sucio. Alistado y con el agua ya caliente, se entregó por fin a la tediosa empresa de bañarse. Refregándose el cuerpo enérgicamente, pensaba que Paula no debía encontrar olores ni marcas raras. Seguro que ella está acostumbrada a chicos rubillimpios, musculosos y con auto, pensó, y como él no tenía nada de eso, estar limpio le debería de ayudar bastante. Nada podía fallar esa noche; él conocía a Paula desde hacía tiempo ya, y en las meriendas del trabajo supo arrancarle sonrisas, risas, roces de manos, escapadas a fumar y conversaciones variadas: el terreno ya estaba preparado, y por más cursi que sonara, hoy iba a declararle su amor y su dependencia total a sus ojazos todo poderosos. Cuando estuvo seco y vestido, no había más remedio que salir. El reloj presionaba y el corazón parecía querer desbordar. A caminar hasta la ruta otra vez, y a tomar el 114


colectivo y así encontrarse por fin con su amor... ¿su amor? Todavía no se le había declarado... Y ¿cómo lo iba a hacer? Las preguntas lo agobiaban, y entonces sintió de repente un cansancio tremendo. Sabía que debía ir para poder declarársele. Sabía perfectamente cómo se lo iba a decir, pero su cuerpo estaba muy cansado. Llegó a la parada del colectivo de muy mal humor. El cansancio en las piernas era increíble; el dolor en el abdomen era totalmente nuevo. Parecía como si lo hubiesen molido a palos. —¿Cansado, compañero?— escuchó tras de si, y se dio vuelta con un poco de bronca y de asombro. —Sí— respondió para ser cortés con el flaco que le hablaba, y luego volvió a mirar hacia adelante. —La noche está hecha para los pibes. Menos mal que nosotros ya lo pasamos, y ahora vamos a casa tranquilos. A Fulano se le acabó la cortesía, y no respondió. Lo miró despectivo, como le había enseñado Paula. El tipo, como sin entender el enojo, sonrió apenas y encogiéndose de hombros se alejó unos pasos hacia atrás. Fulano lo vio conocido, pero no supo bien de dónde. Se asomó a ver si venía el colectivo mientras pensaba en quién era este tipo, y qué se pondrá Paulita, y esos ojazos y nena que partía la tierra que hacía que todo el mundo divague, en sus sonrisas y en la forma de hablar, de morderse la boca... Delante de Fulano el tipo para un colectivo, se sube y se da vuelta para saludarlo. Fulano alza la vista del todo y de refilón ve que en realidad era El Viejo. El colectivo arranca y se va. Fulano intenta 115


pararlo pero sus brazos están inmóviles al costado de su cuerpo cansado. Ahora todo se detiene, la gente lo mira, los conductores, los pasajeros de otros colectivos, todo sucede en una enferma cámara lenta que lo enfoca desconcertado e invadido de vergüenza. Sus brazos pétreos, sus explicaciones paralíticas, que rondaban por su cabeza, y no sabía qué hacer. Pensar en el problema lo ponía nervioso, y los nervios no ayudan. Pensaba — Mejor no pienso, lo despienso, lo descreo... Pero descreyéndolo lo metamorfoseo... Mejor, lo sisofromatem— . Y sus brazos cobraron vida y la cámara lenta ya dejó de enfocarlo y la vida corrió normalmente. Sonrió como un niño tonto. Vio su colectivo, lo paró, subió, sacó boleto, se sentó y se relajó. Había encontrado su cura. El problema era mental. Tanta mierda metida en la cabeza debía desbordar alguna vez, y ese viejo choto, bueno, ya no era tan viejo… era tipo un tipo común y corriente que se parecía bastante al viejo choto, mudo, que lo perseguía desde hace varios años. Para ser exacto, desde el accidente de la moto; el alcohol y la velocidad no se llevan muy bien que digamos. Mi viejita me lo decía pero también decía que los reflejos no eran los mismos de antes, pero yo era un pibe, y este viejo… este tipo, ¿qué quiso decirme con "nosotros ya tenemos que volver a casa"?. ¡Ningún volver a casa! Es viernes, es rockanroll, es Paulita y esas piernas eternas donde hasta dios tropezaría con mucho gusto. Toda esa mujer y yo con problemas psicológicos. Eso me hace falta, eso me recetó el médico: la manzanita prohibida, el final del juego, la sonrisa redentora de Paulita. 116


A partir de ahí me caso, basta de Rockanroll, a comer a casa… uh, ¿a qué altura estoy? Se paró, tocó el timbre, bajó del colectivo, miró hacia sus costados y efectivamente se había bajado bien. En la esquina estaban los pibes que al verlo bajar comenzaron a llamarlo. —¡Eh! Fulano, cómo andás, loco… —Eh, guacho, ¿me estaban esperándo?— mientras miraba la botella de cerveza. —Eh, loco, tomá, tomá loco, todo bien… —Sí, loco, todo bien. ¿Ya están todos?— mientras tomaba un trago de cerveza y buscaba desesperadamente a Paula. —No, loco… faltan la pibas, viste cómo son, se producen, se pintan, se emperran, todo un trámite. —Sí, no— otro trago de cerveza. —Che, loco, viene Sole y Paula. Ahí con Paula atacás vos, loco. Yo me quedo con Sole, ya 'ta todo dicho, loco. Esta noche yo, al menos, la pongo. No me aflojés que me cagás a mí, loco. —Eh, guacho… 'ta todo piola, loco. Eh, loco, soy Fulano, loco, si no me como ese caramelo me retiro de la vida, loco —otro trago más largo para bajar el miedo tremendo que se le había anclado en el cuerpo. —Eh, loco, ¿fumamo algo antes que caigan las pibas? —arengó Un Tercero. —Listo —al unísono. La marihuana dio una vuelta larga antes de llegar a Fulano, que temblaba como un adolescente esperando la llegada de su amor. Dio dos tragos largos a la cerveza y lo único en que podía pensar era en 117


Paula, que llegaría seguramente con su sonrisa a todo diente, luminosa, eterna, infranqueable. —Eh, Fulano ¿vas a querer una seca?— interrumpió Un Tercero mientras trataba que el humo le quedara adentro de la boca. Fulano no dejó la cerveza en el piso, tomó el cigarrillo de marihuana y se dispuso a succionar… pero dos segundos antes, tal vez uno, siente una fuerte compresión en el pecho que no lo deja respirar. Sus oídos empiezan a zumbarle, y sus ojos a estallar. Un tercero ríe ya drogado. —Guacho, mirá a Fulano, se atragantó. Eh, loco, tosé, loco tose, que este chabon armó mal y te tragas los palitos. Fulano inútilmente, trata de hablar. La compresión en el pecho no dejaba lugar a ningún otro acto. Un tercero golpea la espalda de Fulano, que ya se veía bastante mal. Enfermo de vergüenza, Fulano no sabe qué hacer. Piensa sisofromatem, articula la palabra con el poco movimiento que tiene la boca. Tose "Siso— cuf cuf — Fro — cufu cof— Matem". —Eh!, loco! Tampoco para que te maten, te atoraste nomás. Fulano siente cómo, poco a poco, la descompresión le alivia el pecho, el zumbido se detiene, la vista vuelve a estar bien, sonríe, larga una carcajada entre la tos y todos también ríen aliviados. —¡Eh!, ¡Loco! Es buena pero tampoco para masticarla —agregó Un Cuarto dando pie a subsiguientes cargadas que Fulano escuchó, sonrió y festejó gentilmente. 118


Esperaba desesperadamente que llegue Paula y lo arranque del suplicio estúpido que sufría al lado de estos imbéciles. Autos iban y venían, la cerveza estaba clavada en la mano de Fulano, y la imbecilidad de los demás era cada vez más acentuada, más insoportable. Un lindo coche se para frente a Fulano; Desesperado de espera. Una maraña incomprensible de cuerpos se divisaba dentro del vehículo. Nuestro héroe enfoca la mirada hacia esos asientos y puede reconocer a Sole que saluda al conductor con un beso, mientras que este intenta ver con cara de buldog al grupo que estaba con Fulano. Sole baja. —Eh, pibes! Ahora baja Silvi: —Guachines! En la parte de atrás del auto todo era descontrol para bajar. Fulano no veía Paula. Baja Mora: —Pibes! Baja una desconocida: —Hola! Baja Sofía como descontracturándose y a las puteadas. —¡Locuras! Y por detrás se ve por fin a Paula. —¡Chicos! Fulano, sonrisa de oreja a oreja. —Pauli, che, ¡Cuánto tardaron! —Son estas pibas, ¡son más vuelteras! ¿Hace mucho que esperan? —No, no mucho… treinta, cuarenta minutos. 119


—Eh, bastante. Vos ¿cómo andas con ese dolor de hoy? —No, bien… no pasa nada. Yo te dije que no era nada. —Me tenías preocupada, tarado, no sabía qué te podía pasar… a tu edad nunca se sabe. —Eh, te fuiste a la mierda, ¿qué querés decir? —Nada, te estoy cargando, boludo. Vamos adentro que ya deben estar por tocar. —Vamos —contestó Fulano, casi herido. Una vez dentro del boliche, Fulano tuvo muy pocas oportunidades para hablar con Paula, pero verla le alcanzaba. Ella era así, tenía pilas para estar en todos lados, con todos, haciendo la de ella. Además, Fulano no quería preocuparse puesto que tenía toda la vida para estar con ella. La noche se iba trago a trago y Fulano no encontraba oportunidad para hablar con Paula. Hasta que por fin cruzaron miradas y guiños cómplices otra vez, que hizo que Paula se acercara a Fulano. —Está bueno el bolichito, ¿no? —Sí, está bueno. Igual yo vine mucho ya a San Miguel. La próxima vamos a uno en Vicente López que se pone buenísimo también. —¡Bueno! ¡Dale! Cuando quieras. Le avisamos a los chicos y vamos. Primer puñal y Fulano temblando. —Eh, siempre con los chicos. ¿Cuándo vamos a salir nosotros solos? —Podríamos, ¿no? —¡Sí! Habría que concordar un día y bueno, sa120


limos. —¡Dale! No hay historia. —No te vayas a echar atrás, ¡eh! —No loco, con vos está todo bien; si somos amigos. Segundo puñal aún más mortal que el anterior y el sudor frío recorría a Fulano. —Che, Pauli… yo quería decirte que…ejem… — intentó decirle pero el miedo fue más y desvió la mirada… y la conversación. —¿No encontraste a nadie? —¿Cómo, a nadie? —Sí, algún flaco que te guste. —No acá no hay nadie. —¿Y afuera? —No, afuera tampoco. —Eh, estoy yo. —Epa, che… vos y yo somos amigos. Aparte estoy buscando alguien de mi edad. Tercer y último puñal clavado en la garganta de Fulano, que no podía hablar ni remar la situación, mientras Paula divagaba una explicación estúpida y cruel. Alrededor de Fulano todo ocurrió lento, y él mudo, y Paula que se iba con Sole levantando el dedo en señal de que está todo bien. Sisofromatem, se escucha entre el silencio angustiante, y una risita burlona. Y la lentitud y otra vez Sisofromatem. Fulano se voltea a buscar al dueño de la voz, y el tipo parado a su espalda con una sonrisa sarcástica, sisofromatem, otra vez. No te vas a salvar 121


esta vez. Cierra el puño, golpea al tipo, se mira luego la mano sangrando, el espejo roto, la noche está hecha para los pibes, dice fulano para sí, y para nadie más, pues nadie más que él está ahí… y vuelve derrotado a su casa.

———————————————— * Este cuento pertenece a Ezequiel Federico Gómez, y fue corregido y arreglado por Luis Alexis Leiva

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Segunda sección

M IT O S LI SÉ R GI COS 124


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ANÓNIMO

"Vete bajo la ventana donde labraba y cosía, te echaré cordón de seda para que subas arriba, y si el cordón no alcanzare, mis trenzas añadiría". ROMANCE DEL ENAMORADO Y LA MUERTE. Anónimo

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ra su perfume. Entonces puedo decir tal vez que quizás no estaba soñando. Sí, su aroma... una mezcla de almendras y jazmín. Eso es el único dato, lo más importante en cuanto a pruebas que me indica que no estaba soñando. Pero sí. Dicen que en los sueños el único sentido que no funciona es el del olfato. O es eso o tal vez sentí alguna de sus cosas que a propósito dejó olvidadas, cosas que ella aclaró que ni él extrañaría... ella sí, por supuesto, por 126


eso las vendría a buscar otra mañana furtiva, y repetir otra vez el mismo ritual anhelante, desesperado y pasional; recursos del amante que inventa excusas absurdas solo por crear situaciones que justifiquen sus actos. Juegos, pero este no lo era. La tenía entre mis brazos y todos mis sentidos la besaban, hasta mi olfato... pero no volvamos con eso. La amaba con nuestro amor extraño y era uno de esos momentos en los que era mía, por fin mía, a pesar de la verdad. Ya nuestras ansias estaban por crecer, ya la confusión aumentaba en mi alma, ya buscábamos la forma en que seríamos uno al fin. Pero ella entonces lo dijo... y desperté, lo dijo y sudando desperté. Esa mañana ella se revolvía entre las sábanas. Sus sueños la perturbaban especialmente en esa ocasión. Ese cuerpo tibio todavía estaba a su lado. Adormilada estiró la mano hasta tocar su pecho... lo acarició. Deseaba volver su sentimiento atrás... sentir lo que sentía al principio. Lo amaba todavía... pero su relación matrimonial rozaba el odio. Siempre sucede así. Una acción provoca una reacción similar y opuesta. Tan grande era el amor que se tenían que su odio fue igualmente grande. Pero, acaso ¿el amor es otra cosa distinta a esta sucesión de amarguras y felicidades, cada vez más opacas y que tal vez solo alcanza su instancia plena en los sueños? Y ¿cómo discernir estas cuestiones, entre sabanas, lagañas, pesadumbre y vela a medio dormir? Prefirió dejarse llevar por las sabanas y tratar de caer de nuevo por ese túnel directo a la nada onírica, o que su cuerpo reac127


cione con naturalidad ante la presencia tibia y conocida de ese cuerpo que tan amorosamente aprendió a odiar. Él le quitó la mano con brusquedad y ofreciéndole su espalda la invitó a no molestar. Eso era una actitud que tiempo atrás le provocaba ira, pero el cayo de su alma hacía que a veces repita la escena de enojo más por rutina que por sinceridad. Un mensaje llegó a su celular; él ni se inmutó y continuó su ronquido. Ella se incorporó un poco y tomando el aparato, se levantó de la cama en ropa interior, directo al baño a leer el mensaje: hoy soñé cn vos y m dijst algo terrible... tengo que vrte urgente. Frunciendo el ceño, se sentó en el inodoro mirando fijo la pantalla con el mensaje. Los pies descalzos se apoyaban suaves sobre la fría cerámica del baño, con tranquila impaciencia. Decidió no contestar inmediatamente. Tan ominoso mensaje... era demasiado para un domingo a las nueve de la mañana. Con total indiferencia se quitó las pocas prendas y abrió la ducha. Su amante, su "enamorado", era un tipo amoroso. Todo lo que su marido había perdido, o nunca había sido, su amante lo era. Con total naturalidad se convirtió en su equilibrio emocional y en su condena mental. Volvió a creer que el amor, no solo era posible... sino que era mágico. Y si acaso no era amor, por lo menos la encendía como cuando era adolescente y el futuro todavía era en colores. Terminó de jabonarse, con una sonrisa soñado128


ra en los labios. Se enjuagó resistiendo la tentación de tocarse un poco demás. Al secarse y salir de la bañera, todavía envuelta en toalla y suavidad, creyó que ya estaba lista para pensar con claridad. Su celular tenía dos mensajes más. Su enamorado era un amor de tipo, pero a veces tenía unas salidas tan extrañas... Trataba de ponerse una camisa mientras se abrochaba el pantalón, miraba el celular mientras se calzaba las zapatillas. No me está tomando en serio, y espero que no sea nada, pero sí... él sabía que era verdad. Aunque tenga toda la lógica en contra, sabía que era verdad... recordaba las palabras y una garra helada le arañaba la espalda. Estaba escribiendo el cuarto mensaje cuando por fin le llegó la contestación esperame 1 poco mi amor, recién me levanto... q te pasó? ¡La puta madre! ¡tomame en serio! tnmos q vernos urgente, state antes d las 10 en ... es en serio Y ahora ¿qué le miento? Y a este otro ¿qué le pasa? Recién se está despertando, mejor me visto rápido, y me voy sin mayores explicaciones... ya veré qué le digo después. —¿A dónde vas? —Ya vuelvo. Y la puerta se cerró con violencia de apuro. Más vale que sea importante porque si no lo mato a este 129


boludo. Lo amo muchísimo pero sabe que no me puede hacer esto... ya stoy yendo para allá, q te pasó, vida? Ya t dije, soñé cn vos y en el sueño me dijiste algo terrible. Pero mi amor... mi marido staba en ksa durmiendo, es domingo a la mañana... no t parece 1 mal momento pra vernos solo x 1 sueño? si no nos vemos ahora, tal vez ya no nos veamos +, mi vida Ella no contestó más nada, él desesperado corría. Una fuerza los atraía a un punto de fuga. Ella apuró el paso y el miedo poco a poco comenzó a comerle los nervios. La garra oscura de un mal presentimiento le tocaba las entrañas. Él era una sola desesperación, una masa informe de transpiración y miedo. Lo guiaba como a Teseo, un hilo algo frágil que era su mutuo amor... los atraía el uno al otro. Los sacaba y los arrastraba a un solo destino común... ellos mismos. Ella tendió su amor hacia él, y nada más existía, ni ese cuerpo esquivo de la mañana, ni la realidad que negaba esta fantasía adolescente. En esos instantes realmente todo era posible. Qué nebulosa tenían sus ojos...! sin saber nada, quería desesperadamente encontrarse en un abrazo con él, su enamorado de ensueños. Su pecho iba a reventar, recordaba esos ojos tan 130


cristalinos, esos labios que tanto amaba... pronunciado... eso que pronunció. Imágenes como diapositivas lisérgicas, se le amontonaban vertiginosas en su mente, rasgando el fino velo de su cordura... Ella llegó a la esquina y se paró. El cruzó la calle en dirección a ella. El abrazo era inminente, y el chillido, y el golpe, y la sangre y los vidrios y una luz como cuchillo cruzó frente a sus ojos. Y el cielo y el asfalto y los gritos... y sus bellos ojos y las lágrimas, la desesperación, el ahogo, el gusto acre en la boca, el estertor, el grito, la tos, el NO, insultos, todo en velo acuoso, el intento de hablar, el fracaso, un "tranquilo" un ambulancia otro intento, su atención, sus ojos, otro intento y por fin... a medio articular —Dijiste... en el sueño... dijiste Vamos, el enamorado, que la hora ya está cumplida.

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RELATOS DE UN CASO REAL*

1) JUST DO IT

L

o primero que recordaba eran las zapatillas... ahí, asomándose, tan sencillas, tan tiradas, tan suela mirándolo, tan Topper... y una sensación congelada en su pecho, en el estómago... una fuerza que lo empujaba a mirar y a la que su miedo le alentaba a resistir. También recordaba en ese momento el estallido sordo y el golpe pesado de algo golpeando plomizo en el suelo... o tal vez no lo recordaba sino que su eco lo siguió durante los segundos posteriores hasta ver las zapatillas. Pero el detalle que lo desconcertaba era que antes, entre el estallido y el golpe, y después de estos, sintió claro y sombrío el batir de grandes alas. Y pensaba en las alas, aturdido, mientras subía sus ojos desde esas zapatillas que tanto conocía, hasta los tobillos, luego las piernas, el torso... y llegaba hasta esa gran mancha roja que se ubicaba en el ex132


tremo del cuello. Habrían pasado cinco segundos, quizás menos, una fracción de vida que se decidió en ese momento, tanto para Marcos como para él... muchos años después comprendería que la vida que realmente se decidió fue la suya. Pero volviendo a esos segundos de vacío, de frío... segundos sin respiración, podríamos decir que los revivió infinidad de veces. Siempre cambiando el orden, o los pensamientos. A veces eran las alas, el estallido, las alas, el golpe, las alas, el aire en cero, el eco continuo, las zapatillas... otras veces eran el eco, las alas, las zapatillas, el estallido, las zapatillas, el golpe... no importaba. Todo espeso, todo niebla. A esos escasos segundos volvería años posteriores, como un niño al objeto A. Como a ese juguete perdido que cambia de forma para pasar a ser solo un deseo que desea un deseo, búsqueda desenfrenada de un placer del que solo queda una vaga fragancia. Estos segundos calaron en todo su ser una herida profunda como un mar, filoso como bisturí. Simultáneamente, en el plano concreto, esos segundos (cinco, tal vez tres) encerraron los quince o diez pasos apurados que separaban la cama llena de migas desde dónde jugaban a la Play, hasta la cocina dónde el dueño de casa preparaba la leche. Los pasos siguientes al estallido fueron, al comienzo dubitativos, luego largos, rápidos y temblorosos. Desde las piernas subía la certeza que el cerebro no estaba dispuesto a aceptar. De alguna manera 133


inexplicable todo su cuerpo vibraba ante la presencia de... y las alas sombrías que se batían, lo atravesaron como una nube que rápido te tapa el sol... y eso fue lo que le pasó... a Manuel le ocultaron el sol. Ese sentimiento (al cual llamarlo terror sería, por lo menos, insuficiente) le había impedido gritar. Y solo lo hizo luego de despegar los ojos de las zapatillas, las piernas, el torso... desde lo más profundo de sus entrañas gritó, al llevar su vista a la gran mancha roja que se esparcía por todos lados, cada poro de su piel se abrió y dio un grito desarticulado, desgarrado... entonces sus rodillas cayeron el suelo. Estiró las manos para tocarlo, pero no se atrevió. Se agarró los pelos como si fuera a arrancar mechones de raíz de un tirón, como si quisiera arrancarse la cabeza y así librarse de las imágenes que ingresaron impiadosas en sus retinas. Observó otra vez la escena tratando de encontrar algo que le dé una respuesta, una explicación, o algo que desmienta la realidad. Pero sólo encontró la fría confirmación en un revólver tirado cerca de la mano izquierda de su mejor amigo, el de las Topper, el dueño de casa, el que fue a preparar la chocolatada, el dueño de la Play... el de la gran mancha roja en lugar de cabeza... Vio sangre por todos lados; la heladera, el arma, los vasos de chocolatada preparados en su bandeja sobre la mesada... y quiso vomitar. Un vuelco del estómago, una arcada. Y se paró como pudo... de alguna manera, chocándose con todo, corriendo, llegó a la puerta de salida, vomitó en la entrada, y a lo 134


lejos el eco de las alas batiéndose otra vez.

2) UN MUERTO EN VELORIO AJENO Si supieran que no tengo nada... que no hay nada. Es como un carnaval de imágenes tristes, una procesión de sombras, de fantasmas... y algún que otro demonio. Hay murmullos y llantos... llantos, sollozos, llantos. Caminan como sin rumbo, y algunos se concentran alrededor de algo que no se distingue por la cantidad de formas tristes y oscuras que lo rodean. Las sombras no me ven, andan por todos lados pero no se fijan en mi... los fantasmas en cambio, me pasan por al lado y me tocan el hombro, o de lejos me miran tristes y saludan con un gesto de cabeza... no se detienen, siguen su rumbo... y los demonios... ¡ah, los demonios! Ellos sí que creen verme. Se comportan casi igual que los fantasmas y las sombras, pero con la horrible diferencia que cada tanto me dirigen sus miradas furibundas, sus ojos rojos encendidos... clavan sus miradas como brazas que buscan tatuarme a fuego en la frente la palabra "culpable". Pobres. No se dan cuenta que yo no estoy... que lo que ven es solo una cáscara vacía. Como una campana de cristal que encierra una flor vital... pero ya sin flor. Y los sollozos ascienden hasta lo alto de la cúpula y las sombras desfilan como atravesándome, y los fantasmas pasan con su roce.. y los demonios me miran... y yo nada. Se supone, según escucho comentarios, que allá adelante hay un féretro... y yo lo sé, pero realmente el muerto no es el que está adentro. Él es sólo un acon135


tecimiento fatal y volitivo... pues la muerte es una condena a la nada, un viaje al vacío absoluto, donde yo estoy parado; una desintegración total de la esencia del ser... y entonces, muerto estoy yo. Él, en cambio, con su muerte se llenó de vida. Ese joven cuerpo en el cajón solo es un rastro de un acto explosivo de vitalidad. De su supremacía de carácter ante lo insignificante que somos. Pobres, todos creen estar llorando por él, pero en realidad lloran por sí mismos. Porque un acto tan vital se les escapa de su razonamiento y no entienden, los supera lo sublime de su belleza, de su fuerza, de su vida. Y creen compadecerme o culparme, creen que me lo están haciendo notar... pero yo soy el único muerto, pues no soy más que el envase de una gran nada. Él estalló como una supernova, y dejó su cascarón inerte... pero la explosión también me consumió a mí... y se llevó todo. Él flota en el aire, en los susurros, en los llantos que suben al techo y los recuerdos... y yo acá, campana de cristal, cascarón... caparazón del aire. Todo en mi está seco, anestesiado, estoy como ciego, mudo, sordo... una muralla impenetrable e invisible... una constancia de nada que otros llamarían dolor. Pobres ilusos... creen que estoy acá, y no.

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———————————————— * Estos relatos están inspirados en un caso real sucedido en el año 2007, en un colegio secundario de la localidad de San Miguel. El caso no tuvo repercusión en la prensa pues al ser alumnos de un colegio católico, se considera que estos hechos no pueden ocurrir allí.

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SUEÑO DEL PAVO

Y

a sabía. No necesitaba que le expliquen nada, ni que se lo recuerden. Esos de ahí son pavos... y el fénix ¿qué es? Es un pájaro de fuego, el pescuezo largo, una cresta hacia delante, pico pequeño, un poco panzón de cuerpo, cola de tres cadenas de plumas... y unas alas largas, largas... todo el plumaje de fuego. ¿Parecido a qué...? Sí, a un pavo, sí, sí... parecido a un pavo ¡Qué rico el pavo! pero solo es rico si está bien cocinado y bien condimentado. De lo contrario es una carne imposible de tragar; se te anuda hecho una pelota seca en mitad de la garganta y no lo bajás ni a patadas. Ya lo sabía. Lo sabía tanto que no necesitaba ni pensarlo. La madrina es la que mejor cocina el pavo. La semana que viene voy a la casa y va a preparar uno. Lo sé, lo sabés... ya lo sabía. Mi madrina. 138


¿Quién? Y ahí vamos... Cocinando el pavo, la risa... el papel picado en el campo, entre pampas y mistoles... las fiestas. Esa voz que juega desde el teléfono. Esa mujer eterna. Y esa carcajada. Esos ecos de risa cacareante. ¡Tan cómicos...! y el ayer, mi hijo y la facultad, y mi vida sin recordar mi vida, siempre ahí. Ya lo sé. La semana que viene voy a ir. Y estará ahí el horno, la puerta que despide tanto calor y transparenta al pavo dorándose... y transpirando jugo, y caldo, y las verduras que yo siempre dejo a un costado del plato. ¿Quién es? Y meto el cucharón en la olla de arroz con leche que tiene una pinta a guiso de tanta canela. Sirvo en el bowl hasta el tope y se lo paso a la que está frente a mí, que sonríe... ella también sabe, también sabe quién es y recuerda las mismas anécdotas. En su sonrisa está la complicidad de quién recuerda y disfruta de la memoria de alguien en común. Ya sé, ya lo sé... el recuerdo de una sombra oscura avanza, pero ya sé. Ya lo sé. Te sigo contando... o antes de eso ¿quién es? Contale, me dice sonriendo. Pero antes, yo le tuve que explicar qué era un fénix. Y para que lo ubique le recordé la forma del pavo... y de paso cañazo, le dije que se prepare uno para la semana que viene. Y tan bonita ella, que aceptó. La semana que viene entonces. Ya sé... no me digas nada. Tengo que ir igual. Pero vieras vos, tan jodona, tan alegre... tirando cohetes en Navidad; sueldos enteros se gastaba. Después comía cohetes por el resto del mes... pero los buscapiés nunca faltaban. Esas cañitas voladoras que daban miedo de solo verlas. Reventando 139


en el cielo y esparciendo colores en todas direcciones. Esa humareda que lo tapaba todo, en puntas de pie saltando... y las risas, los gritos... sobre todo las risas. Las infaltables fotos con cuernitos en las cabezas desprevenidas. Indómita. Me recibe el bowl con arroz con leche y ya sé. Vuelvo a meter el cucharón y preparo en la otra mano el segundo bowl. El eco otra vez del "contale". Y ya la sonrisa no me es tan amena. Yo creía saber pero más sabe ella. La sombra se acerca... ya sé, me digo por decir algo. Pero me aferro a la sensación... si hace unos días atrás estaba ahí, durante toda mi vida estuvo ahí. Contale. Y cae el arroz con leche en el bowl. Levanto una cucharada más. Va a preparar pavo, y la semana que viene lo vamos a comer entre todos. Ya lo sé. No fue en este sueño, ni en el de ayer... ni en la vigilia. Ya sé. No me digas nada, dejáme esa certeza de sensación. Sensación de que estuvo ahí. Y que la semana que viene vamos a comer pavo en su casa, y las risas y los cohetes y el papel picado, y la comida descomunal... Las fiestas, los fines de semana durmiendo en su casa, con mi prima. Dejame esa certeza, así la semana que viene vamos a comer pavo todos juntos. El bowl se llenó. Si sos sueño también. Contale. Vos que sonreís, el que espera el arroz con leche y la respuesta del quién es, la olla y el cucharón. ¿Y? ¿Quién es? ¿Mi madrina? La sombra me avanzó. El bowl se llenó hasta el tope y él lo recibe. Y ahora en verdad sé. Y lloro, inconteniblemente lloro. Perdón, me había olvidado. Me confundió el sueño. Para contarte quién es mi madrina tendrías que saber primero que ella ya mu140


rió... y que hace muchos años que murió. Yo solo era un niño todavía. Y me había olvidado; por eso voy a ir la semana que viene a comer pavo a su casa. En cuanto despierte de este sueño y te comas ese maldito arroz con leche, voy a tomarme el tren pues ya va a estar listo el pavo, saliendo del horno... y sí, ya sé. Pero dejame ir igual.

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EL CLUB SBARRA

U

na puta. Una señora puta. Aunque pensándolo mejor, no ejercía bien su oficio. ¿Qué vendía? ¿su cuerpo?, ¿su deseo? No. Vendía sus propias fantasías. “Todas las noches tenía una cita romántica”. Eso decía ella. En la noche, contaba la verdad. Daba su verdadero nombre, contaba que estaba estudiando bellas artes. No mentía en la noche. Durante el día era distinto. No podía contar que trabajaba en un cabaret. Entonces mentía de día. Su verdadero yo se manifestaba en la noche, en la clandestinidad y el sexo. Y se arriesgaba así, sin aparente necesidad, al filo de la navaja. Todo el tiempo en un match point constante. Todos sus tiros eran malos tiros; tiros al borde de la red. 142


Pero de tanto tirar mal se podría creer que lo hacía a propósito. Y yo creo que así era. Tenía una efectividad para tirar al borde de la red que ya no se lo podía calificar de suerte, o mala suerte: Tiraba mal adrede. Y ¿saben por qué? Porque era más emocionante y vertiginoso estar a la expectativa de las variables físicas que a la precisión de un buen tiro. De acá podemos deducir de antemano que el contrincante no importaba. Ella tiraba y el otro no jugaba prácticamente. Ella competía con la red. El otro solo observaba y esperaba que la pelota de los hechos caiga a su favor. Y yo caí en su juego filoso, en su vértigo constante. Aunque la agarré al final de su cuerda, la verdad sea dicha. Tanto juego, tanta emoción convierte cualquier desequilibrio en algo rutinario. Y la rutina es un animal que constantemente nos lame los pies. Tenía el desquicio de una estrella de rock, de un poeta maldito; pero sin la muerte prematura. Seguía viva tratando de devorarlo todo y, sin embargo, el carretel se le estaba quedando sin hilo. Era tan adolescente a destiempo que yo no lo podía entender. Claro que yo tampoco era igual que cuando tenía veintitrés años. Mi hígado estaba bastante maltratado, y mi corazón era un fucking callo. Yo me dejaba arrastrar por cualquier sensación que me obligara a reaccionar y me sumergía sin problemas en las figuraciones sentimentales. Ya las ha143


bía vivido a todas y no temía más al dolor de las pérdidas. Yo era un viejo apostador, un jugador fracasado que jugaba por el gusto de jugar y no por el premio en sí. Una puta y un ludópata: ¡linda combinación...! De todas maneras, en los dos casos, éramos “ex”. Ella ya no hacía la calle (o el cabaret, en su caso) y yo ya no pisaba los casinos. Habíamos perdido tanto en nuestros respectivos vicios que solo quedaban precarios andamios de nosotros mismos. Con trabajos decentes, con mucha vida encima y cicatrices varias sobre nuestras espaldas, las propias elecciones tomadas nos hicieron cruzar los caminos. Ella, con sus estudios de Bellas Artes, yo con mis torpes intentos de escribir algo literario decente. Ahí, entre amistades comunes, cursos y reuniones de borrachos y drogones, nos presentaron. —¡Tenés que conocerla! —me habían dicho. —¡Es un boludo...! —le habrán dicho a ella de mí, pero no lo sé con exactitud. Cuestión que igual nos conocimos. Por supuesto que yo quedé alucinado con su presencia. Le charlé de varias cosas; escuché la música que tenía en su reproductor de mp3. Ahí tiré un par de datos para impresionarla: reconocí canciones que 144


difícilmente cualquiera hubiera podido, boludeces de esas. Y así nos empezamos a hablar hasta que por fin nos citamos solos una tarde. Inventamos alguna excusa literaria por puro gusto nomás, y fuimos a un bar en caballito. Yo no sabía nada sobre su pasado y ella no sabía nada del mío. Pronto los cajones se abrirían y el desenlace sería inevitable. Creo que nos ganó la conversación: entre charlas de arte y literatura, entre penas de amores y soluciones al problema mundial del hambre y el capitalismo, entre chistes y anécdotas graciosas, sueños y proyectos, nos hayamos prontamente enredados en su cama como nunca antes. Ella quiso dejar en stand by a su filo anterior. Y yo por mi parte dejé de frecuentar a las amigas de carácter venéreo que siempre tenía por ahí. Pero no vayamos tan rápido que así no se va a entender bien esta historia. Lo más importante de todo es que el sexo con ella era espectacular. Mucha piel, mucho entendimiento. Ella reclamaba y yo daba; yo me tendía y ella devoraba; ella planeaba y yo trabajaba; yo lamía y ella gritaba. Podíamos pasar tardes enteras enredados, sueltos, pegados. Nos dedicábamos el uno al otro con esmero y voluntad. Había una conjunción físico— química perfecta, justa. Y en esa explosión cósmica a la que te transporta el sexo, llegué a pensar (con ojos abiertos, el cuerpo desplomado, la respiración agitada) que todas las encamadas que tuve en 145


mi vida (y que por suerte fueron varias) tenían que desembocar en ese pequeño cuerpo perfecto que me estaba gozando. Entraba en ella y me contenía pues el placer quería quedarse dentro suyo. La besaba con toda la boca, con toda la lengua... me alejaba metido en sus piernas y la observaba abrir los labios, cerrar los ojos, clavar las uñas en la almohada, en mi espalda... y seguía. Ella terminaba y yo seguía, pues mi cuerpo quería quedarse con ella; eternizar las horas, los minutos, los orgasmos. Y ella se contorsionaba, se refregaba. Me pedía más... y yo era capaz de darle todo lo que pedía, porque era ella, porque con ella podía. Se resumían en su cuerpo pequeño de niña madura todas mis perversiones. Obvio que le iba a dar más. Y al acabar yo, la destrozaba, la estrujaba, la rompía en mil pedazos; y ella disfrutando resistía y gozaba... y yo, moría entre sus piernas, resquebrajando mi alma que me abandonaba en un espasmo de ahogo y adoración. A partir de acá solo puede mejorar, pensaba yo, y me equivocaba, como siempre. El Club Sbarra seguía su curso, y nosotros nos encontrábamos clandestinamente para devorarnos sin piedad. ¡Es verdad! No les dije que El Club Sbarra era el nombre burlón que yo le había puesto internamente a esa manga de drogones y delirantes que conformaban el grupo en el que nos conocimos. 146


Le puse así porque todos eran fanáticos de José Sbarra; ese autor prácticamente de culto, del cual no se consigue casi ningún libro. Cada uno de los pibes y pibas tenían alguno, y entre todos juntabas su bibliografía completa. Ni los guiones televisivos les faltaban. Eran tan fanáticos que no me hubiera sorprendido que le levantasen un altar. Yo estaba más con Cesare Pavese y alguna que otra cosa clásica. Siempre, en el fondo, fui medio snob. Ellos no. Ellos eran lo border de lo border. Fundamentalistas de los perdedores e ignotos. Tal vez por efecto de compensación, los pibes capitalinos de vidas más o menos acomodada, hippies por elección, de estudios bohemios y artísticos, buscan en la literatura el reviente que no tuvieron en sus vidas. Yo, en cambio, buscaba un equilibrio más sensato. Demasiado reviente y vida miserable como para ponerme a leer más de lo mismo. Era muy gracioso ver a estos “ateos marxistas” criticar a las religiones. No creerían en la biblia, pero sí tomaban como “verdad santa” cada oración y letra de sus ídolos literarios. Rodeando a Sbarra, en el panteón celestial estaban El Arcángel Symns, el Querubín Medina, el Santo Patrono Saenz... y así. Yo les hablaba de Kerouac, de Burroughs, de Ginsberg, y hasta de Hemingway. Les gustaban, sí, pero preferían más lo local. Al único extranjero que 147


aceptaban abiertamente era a Bukovsky, pero ya sabemos que Bukovsky... bue’, en fin. Lourdes era distinta, como en todo, era distinta. Tenía una concepción de la literatura más ingenua, o más vívida. En eso se parecía a mí. Primero vivió y luego intelectualizó. Pero para hacer honor a la verdad, no fue tan así. Mitad y mitad. Su vida de prostituta la emprendió siguiendo la estrella de un libro que le partió la cabeza y le hizo replantear su futuro. Quiso llevar la aventura hasta sus últimas consecuencias; llevarla en la carne. Y se creía capaz, muy capaz de poderlo hacer. Obviamente, la gira la desgastó e hizo que su corazoncito, tan dulce como una cereza, se atrofie hasta parecer un limón viejo. Tuvo que abandonar la aventura cuando su cuerpo se enfermó y solito le pidió jubilación. Pobrecita... no supo darse cuenta que el sexo es algo mucho más fuerte que un instinto. Debe manejarse con mucho más cuidado y prudencia. Hay una conexión sagrada entre los cuerpos que si no se sabe diferenciar bien del alma, puede destruirte por completo y volverte un discapacitado sentimental. Ella ponía todo en cada cama; amó a todos y cada uno de los soldados que pasaron por entre sus piernas... y llegó un momento en que ya no pudo amar más. Por eso no sabía nada de su profesión; por eso no era una buena puta. En mi vida, en cambio, las vueltas se dieron de manera distinta: estuve casado, tuve una hija... claro 148


que arruiné a mi familia por estar aburrido y buscar emoción en el casino, la joda y las apuestas. Al comienzo de mi matrimonio, creí en todo el cuento de la familia tipo, y persistí... persistí como el buen pelotudo que soy. Fui entonces, el clisé con patas del jugador vicioso. Claro está que a eso se le sumó lo borracho que todavía mantengo, aunque más controlado ya. La disolución de mi torturado matrimonio se precipitó por consecuencia de protagonizar un trágico accidente de tránsito por conducir drogado y borracho. Luego de esto, (y de una recuperación que más tarde detallaré) tuve varios amoríos informales. Estuve un año de novio novio... pero la engañaba con cualquiera. Hubo hermosas rachas de acostarme hasta con tres mujeres distintas por semana. Pero en definitiva siempre solo. Cuando venía la época de sequía (en donde no te da bola ni tu madre) las putas baratas eran la única opción. No he conocido polvos más tristes. Y ahora que lo pienso, Lourdes pudo haber sido una de ellas... pero no, ella se manejaba en círculos más exclusivos. Yo siempre fui un rata. Para mí las inmigrantes (y seguramente explotadas); las madres abandonadas y desesperadas; para mí las que odian lo que hacen pero no saben cómo salir; las tristes putas que no tienen otra más que ser putas. Recuerdo algunas caras, algún culo, algún tatuaje berreta... esas tetas gastadas de amamantar a su bebé, y a todos los hombres que pagaban para ello. 149


A otras ni las recuerdo, y eso me parece triste. Me entristece porque ellas no tienen la culpa. Llegaron al final de una noche que seguramente me había ido bien en el casino. Salir a festejar, tomar, beber... alguna pastilla en la cerveza, alguna línea de más, algún porro bienvenido; y luego, a patear la puerta de las chicas. Las olvido porque las escenas están borradas. Parciales pérdidas de conciencia. Luego del accidente no volví al casino. Tampoco volví más a casa. No volví a nacer; volví a morir. Transitaba como una sombra entre la gente. Perdí el gusto por la adrenalina de las apuestas, por el peligro de perderlo todo, por el desenfreno del triunfo. Una vez muerto, todo intento de vida fue en vano... y el juego era mi vida. Poco a poco, me estabilicé por fin. Regresé al trabajo, alquilé un departamento, me compré un auto. Y así volvieron las mujeres, como dije antes. Recuperé el ánimo, aunque debo reconocer que en el fondo siempre estuvo esa pátina de color ocre, de foto en sepia que nunca se irá. Empezó entonces, mi mejor época con las mujeres. Y como a nadie le amarga un dulce, me engolosiné. Llevé a cabo todas las perversiones que pude... y jugué con todo. Mi costumbre de apostador me llevó a utilizar a todo el mundo a mi favor. Así me pasaron las cosas hasta que ya todo empezó a cansarme. En definitiva, cuando apareció 150


Lourdes yo estaba con ganas de estar con una mujer de forma más constante. Fuera de la cama nos divertíamos mucho también. Había una conexión entre nosotros que muchas veces no necesitaba de palabras. Eso era real. Pero tal vez el fin, el objetivo de esa conexión, su razón de ser, la interpretábamos de maneras distintas. Yo veía un plano más espiritual en todo. Ella solo veía un condimento para la cama. Nada más y nada menos. Pasamos unas semanas desenfrenadas. Y no solo por los terribles polvos, sino porque estábamos en contacto todos los días, y todo el tiempo. Si ella no me llamaba, la llamaba yo; que mensaje de texto, que MSN... todo. Y cuando nos encontrábamos, ¡por dios! Pero ella no podía, no podía durar, claro. Tenía un concepto bastante infantil y adolescente sobre los compromisos. Su mala experiencia en convivencias no le permitía disfrutar lo que yo le daba. Yo era amoroso y atento, como siempre fui con las mujeres que realmente me interesaban. No podía hacerle entender que no quería una relación normal de pareja, o un noviazgo de esos de presentar a los padres y demás. No me interesaban los amores serios y hacer planes a futuro. Yo solo quería esta aventura loca y desenfrenada; tanto descontrol como cariño; sinceridad como misterio. Prolongar y disfrutar esta situación lo más posible, sin represiones tontas, sin mochilas del pasado, sin culpas ni cuidado... me en151


tregué con todo a ello. Pero no, ella jugó este juego todo lo que fue capaz. Sintió que nos estábamos poniendo “muy en serio” y supongo que se asustó. Pero también estoy convencido de que fue por otra cosa, algo que vio en mis ojos. El final se precipitó un día que, luego del primer polvo de la tarde, quiso leer un libro de Sbarra. Maldito Sbarra. Yo no había leído nada del susodicho, y como la seguía en todas sus locuras, acepté leer Obsesión de Vivir. Era como una especie de poemario o algo así. Uno de sus libros más jodidos de conseguir. Yo ni siquiera había leído Marc La Sucia Rata o Plástico Cruel. Así que de todas maneras, era una buena oportunidad de acercarme a sus textos. La vi caminar desnuda alrededor de la cama; como una pantera blanca, como un rayo de luna fantasma... como si fuese una criatura creada para andar salvaje por la vida. Al encontrar el libro volvió a la cama, sonriendo ampliamente, emocionada, ansiosa. De un salto cayó a mi lado, y luego de un par de besos empezamos a leer en voz alta. Nos turnamos un poco, pero yo leí prácticamente todo el libro. Primero para complacerla (que le lean era algo que le gustaba mucho), y segundo porque no podía dejar la lectura inconclusa. Era una escena preciosa: los dos desnudos, tirados en la cama, leyéndonos una historia en verso. Y por cierto, era una excelente lectura. Un material 152


muy depresivo, pero bello. Comprendí ahí algo más de la naturaleza de sus depresiones, de las depresiones de Lurdes, digo. Las palabras que leía eran crudas, fuertes, lastimeras; palabras derrotadas. Con una belleza difícil de explicar, difícil de definir. Una dulzura amarga, pero suave y bella; desgarradora. Y ahora que lo pienso me doy cuenta que ese fue un momento clave. Leíamos palabras desnudas y nuestros cuerpos también lo estaban. Nuestras almas por tanto, palabra a palabra, se iban desgajando, desarmando, desnudándose también. En algunos pasajes ella dejó caer un par de lágrimas, las cuales bebí dulcemente para luego seguir leyendo. Yo, por mi parte, solté un par de carcajadas, pero fueron porque siempre suelo reírme cuando veo formas ingeniosas de resolver cosas en la literatura. Me río como hiena, pues nadie sabe bien (ni yo mismo) de qué carajo me río. Sobre el final del libro ya no tuve tantas ganas de reírme... “…No puedo impedirlo, hermanita tampoco pude ayudarte cuando eras pequeña. Te llevan porque tu cuerpo se ha puesto feo y hediondo. Te llevan porque no tengo coraje para detenerlos. Te llevan porque sienten envidia de tus ojos….” Las lágrimas subieron urgente a mis ojos. No podía evitarlo. 153


Ella estaba feliz, como extasiada de melancolía. Yo me puse de pie y comencé a caminar. No quería mirarla. Ella me observaba. —¿Te pasa algo? ¿estás bien? —Sí, sí... estoy bien. No pasa nada. Pero teníamos esa maldita conexión. Y ella sabía que se había destapado algo. No dijimos más. Solo la abracé y volvimos a garchar. Pero yo ya estaba en otro lado. Miraba el techo, la miraba a ella... a ese cuerpo que adoraba, a esos lunares que la recorrían desde los pechos a la entrepierna, describiendo un camino que transité mil veces con la boca. Buscaba un refugio en sus adentros. Pero ella me buscaba los ojos.... Hasta que por fin me animé a mirarla de frente. La vi, me vio; nos encontramos. Como una puñalada nos conectamos. Un escalofrío, una garra helada le arañó la espalda. Ahí supe que ella lo leyó en mí, en mis ojos. A la mañana siguiente, mientras tomábamos mate, tratamos de conversar de cualquier cosa. Lourdes charló con buen ánimo, como si no hubiera visto nada en mí esa noche. Eso es algo que todavía hoy le agradezco. Pasaron un par de días y me dijo por fin que ya no quería estar conmigo. Inventó algunas excusas torpes que ya referí antes: que estaba aburrida, que algo se había desgastado, que nos estábamos po154


niendo muy en serio, que necesitaba estar sola, y que qué sé yo y que qué sé cuánto... Obviamente no pude más que aceptar sin chistar. Pero en el extremo final del cable que nos unía, estaba lo que vio ella y que el maldito Sbarra me hizo llevar a la superficie de mi ánimo: los vidrios rotos en pequeños cuadraditos; la sangre, los hierros retorcidos; las ambulancias, las sirenas, las luces rojas parpadeantes... y ese cuerpito muerto, pequeño, frágil, leve como la brisa y puro como el aire... ese vestidito a lunares que envolvía esa carnecita tierna bañada en sangre, que lo llevaban y metían en una bolsa negra... y yo mirando sin poder hacer nada… y el dolor mío; no ya de mis extremidades fracturadas, no ya de mi cabeza golpeada... ese dolor ardiente, helado, punzante en el centro mismo de lo vital. “…Te llevan porque tu cuerpo se ha puesto feo y hediondo. Te llevan porque no tengo coraje para detenerlos. Te llevan porque sienten envidia de tus ojos.” En mi intimidad le agradezco todavía que no haya hecho mención jamás de eso que vio en mis ojos aquella tarde triste. Sus excusas para dejarme fueron endebles, torpes... lo que vio fue la razón verdadera, lo sé. Yo también me hubiera abandonado. Cualquiera lo hubiera hecho al ver esa escena, esa bolsa de negro plástico cruel, que con cierre guardaba por última vez a la pura inocencia. Y así, adiós a esa felicidad que supe tener y que supe destruir. A todas las 155


sensaciones indescriptibles de su aliento al dormirse en mis brazos, y besarla con el alma. Cada tanto la extraño. Camino por lugares que compartimos y todavía siento el olor de su piel, de su carne leve y suave. Su sabor al besarla feliz; su forma pequeña y cálida en mis brazos; su plena sonrisa. Y si de casualidad leo algo de Sbarra o veo el libro Obsesión de Vivir (que al final me lo llevé conmigo) no puedo dejar de recordarla. Seguramente ahí está, en mis ojos, clavada en mi retina para siempre. Sin piedad, como un cigarrillo encendido apagándose contra la carne. Pero no debo detenerme en el pasado, mi psicólogo ya me lo dijo. Debo seguir, la cabeza alta, el ánimo presto... que la vida es hoy y la felicidad tal vez me espere en alguna esquina. Aunque no sepa qué hacer con ella cuando la encuentre. Y si la llegara a encontrar ¿qué le diría? ¿Que vayamos a un telo directo? ¿Que no me abandone otra vez? No, tal vez le pediría que no me recuerde lo que hay detrás de mis ojos, detrás de mí fachada; que si vivo en ese recuerdo no llegará más el día en que esté bien. Que nadie beberá mis lágrimas. Ni me hará reír tanto. Que casi no recuerdo su presencia... y que por favor, me perdone.

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CUENTOS CAMPEROS Y FINAL Tercera secci贸n

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DOÑA DOMINGA

“Abajito de un Tala la vi, por ser montaraza”. Di Fulvio, Carlos

I

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gradeció despertar de la pesadilla de esa mañana… de la pesadilla de todas las mañanas. Al abrir los llorosos ojos, lo primero que vio fue el viejo orcón que sostenía el techo de paja de su rancho... Como todas las mañanas. Se levantó pesadamente, con la cabeza gacha, cerrando los ojos cansados, frotándose los arrugados brazos... Y si bien el aire estaba frío, salió en camisón al patio. Obviamente que no había salido el sol todavía. Quedose un momento parada en la intemperie silvestre, respirando hondo, y cerrando los ojos; tratando de borrar las imágenes del sueño de esa noche. Si ella no supiera lo que sabía, le hubiera sido increí160


ble y digno de plantear en un médico, el hecho de que todas las noches, durante tantos años, soñara los mismos sueños. Todas las noches, todos los días, todas las veces... turnándose las pesadillas una con otra, pero siempre las mismas. Unas veces, como la de hoy, soñaba con su padre; ese hombre al que había admirado y odiado en proporciones iguales. Don Hugo era un gaucho verdadero: recio, valiente, pendenciero, bruto... Como deberían ser los hombres. No sabía leer ni escribir, pero se sabía todo el Martín Fierro de memoria. La primera parte por lo menos. Decía que "La vuelta" era para "viejos flojos". Sin embargo ella lo escucho recitar varios versos del viejo Vizcacha. Sabía domar, cortar leña tan rápido que daba miedo, beber toda la noche sin caerse, tocar en la guitarra las zambas más lindas, las viejas, las verdaderamente criollas. Su voz era ronca, aguardentosa. Tenía todas las mujeres que quería, incluida a su madre. Lo que sentía por su madre era algo aún peor... Le tenía lástima, pena, desprecio. A su padre nunca lo soñaba en la versión que le gustaba... Siempre soñaba detenida, detalladamente, la noche en que él entró en su cama cuando niña. Su madre dormía en el otro rancho, sola, cerca de la heladera a kerosene. En su sueño revivía la vergüenza, el dolor, el llanto. Para las demás veces ya se había acostumbrado... Casi lo esperaba como a una rutina. Pero por eso soñaba la primera vez, la peor. Al verla desabrigada y quieta, bajo el frío matinal, corrió la joven Judith a taparla con una chalina 161


de lana, tejida por sus suaves manos. —Tranquila, m'ija... Tomaba aire nomás. —Se me va a enfermar, abuela... —Vaya a poner la pava, vaya... Yo me lavo y voy pa' lla Puso agua fría en la golpeada palangana de aluminio. La apoyó sobre el ladrillo de cemento que ya tenía el jabón listo, y se lavó la cara, los brazos. Caminó, cruzando el patio de tierra hacia la cocina que emanaba humo del fogón. Su caminar era lento y dificultoso. Los perros se le cruzaban en el camino, y las gallinas comenzaban a bajar de su árbol al canto de gallo. Entró encorvada y sonriente a la cocina tiznada por dentro. Judith ya la esperaba con el primer mate. Mientras ella, sentada en la silla de lona, tomaba el mate, Judith le hacía una trenza en el pelo gris y largo, largo hasta la cintura. —¿Qué le pasa, abuela, hoy? —Nada m'ija... Solo pienso... Recuerdo. Las viejas solo tenemos recuerdos a esta edad. —Usted me tiene a mí también. —Sí, pero no es mi nieta uste', y ya sabe m'ija que no me gusta que me diga "abuela". —Es que yo la siento así, Doña Dominga. —Sí, pero a esta edad, ya nos pesa la soledad... No es que no le agradezca lo que hace por mí. Solo Mandinga sabe lo que le agradezco... Judith se persigna asustada —No hable así, Dominga, sabe que no me gusta. —Pero cuando yo me muera, se lo pagaré bien. 162


(Continuó sin prestar atención a las suplicas de Judith) Uste' es joven, debería buscarse un buen hombre pa' hacer su familia. No es bueno que una chinita como uste' viva tanto tiempo con una vieja como yo... —A mí me gusta estar con uste'... —Sí, ya lo sé —contestó sonriendo. Pero se acordó de otra joven que antes ocupaba su lugar: la Zamira. Recordó otra conversación similar pero en otro tiempo. Ella también era joven, aunque bastante mayor que La Zamira. En realidad la relación era distinta, pues Zamira iba a su casa para aprender los quehaceres. No tenía madre, y su padre trabajaba en el monte todo el día. Ella le enseñaba a cocinar, a montar a caballo, a cuidar las cabras, a prender un buen fuego... A bailar la chacarera. Una mañana charlaron de lo mismo: los sueños de Dominga. Nunca le contó qué soñaba ni por qué. Cada mate que pasaba de mano provocaba un rose tibio y tembloroso de sus dedos. Dominga era la que armaba las trenzas aquella vez, y a cada pausa le acariciaba el cuello, le respiraba cerca de la oreja... Se confiaron secretos. Se miraron a los ojos palpitantes... El olor a humo de las maderas del fogón, el calor del bracero, la pava tiznada que calentaba el mate que ya tenían olvidado en caricias secretas, en las miradas primitivas y deseosas. Solo fueron testigos de su primer beso, las paredes de adobe y el piso de tierra. Un perro que estaba echado cerca del fuego las miraba impasible. Sus cuerpos maltratados por las tareas del campo, se desnudaron y se entregaron. Pero ahora no tenía edad para seducir a nadie. 163


Judith era joven, hermosa y tímida. Se notaba que la quería. Si lo intentaba, sabía que podría lograrlo. Pero ya ni fuerzas ni interés le quedaba para esas cosas. —¿Por qué nunca se casó, abuela? —Nunca encontré a ningún hombre como mi padre. —Debe haber sido un buen hombre... —No, era un viejo hijo de puta. Judith quedó asombrada y perpleja por la respuesta, pero no se atrevió a preguntar más. La mañana pasó en silencio, las dos trajinaban en las tareas del rancho. Judith hacía lo más pesado: Buscaba agua con la zorra, daba de mamar a los cabritos, cortaba leña, preparaba el pan en el horno de barro, ordeñaba las cabras, limpiaba los chiqueros. Doña Dominga daba de comer a las gallinas, cosechaba tunas, preparaba el arrope, barría el patio con la escoba de jarilla, cocinaba el puchero. Judith se fue a buscar vino y algunas otras cosas al almacén de doña Felipa. Al volver tenía una sonrisa amplia y emocionada. —¿Por qué venís con esa cara de sonsa? ¡Ni que te hubieran hecho parar las patas en el monte! —¡No, abuela! Le tengo una buena noticia. ¿No adivina? —¡Al Augusto se lo culiaron los changos cuando estaba machao'...! Porque un día lo van a hacer en cuanto siga jodiendo... Se pone de pesao' cuando toma. —¡No! —contestó Judith, casi ofendida— me dijo doña Felipa que hoy a la oración viene un guitarrero que canta en la radio. 164


—No ha de ser en la radio, será en las peñas. —No, en la radio. Es amigo de Don Vicente. —Ah, qué buen hombre es Don Vicente... Todos los inviernos nos trae leña. Me hubiera casado con él si no fuera que es tan blandito... No sabe cantar ni tocar la guitarra. Pero él sí que se hubiera casado conmigo... Una vez me vio bailar y ya lo tuve acá en el racho arrastrándome el ala todos los días... Peor que cusco alzao'. —¿Y por qué no se casó con él, si es tan bueno y la quiere tanto...? —Ya te dije chinita sonsa, que no sabe tocar la guitarra... ¿Cómo quiere que baile si no sabe tocar la guitarra? Tendría que bailar para otro siempre... — contestó Dominga casi ofendida. Con la olla de puchero humeante en el medio de la mesa, Dominga se dispuso a hablar. —¿Ayer fui a buscar la plata al pueblo. Hoy te voy a pagar lo de este mes, sabés? —No, abuela, quedesé tranquila... Guarde su platita pa cuando quiera algo pa uste' —Yo ya no necesito la plata, estoy vieja y cansada... Mandinga va a venir a llevarme un día y no lo voy a convencer con plata... Así que ¡pa' qué mierda la quiero! Judith se persignó y rezó algo rápido en voz bajita, horrorizada por lo que escuchaba. —Ay abuela... Callesé. —Además vas a necesitar plata pa' cuando yo me vaya a dormir y vos te quedes en la fiesta de esta tarde. 165


—¿Vamos a ir?— preguntó Judith, sin disimular la alegría. —Ahá... —¡Sí! Le va a hacer tan bien salir un poco... Además se la ve tan linda cuando baila... ¡¡¡Quiero verla otra vez..!!!— y se paró para ir a besarle las mejillas y a abrazarla. —¡Estate con juicio, estate con Juicio... que estamos en la mesa! —decía Dominga mientras trataba de sacarse de encima a la joven impulsiva. —Sí, perdón, perdón— dijo Judith sentándose otra vez... Pero no podía borrar la sonrisa de su moreno y terso rostro. La anciana, luego de almorzar, se dirigió a su rancho a dormir la siesta. Sabía lo que le esperaba, pero ya estaba tan acostumbrada que no intentaba retrasar para nada el encuentro con sus sueños... Más que costumbre, lo que sentía era resignación. Una resignación de pena cumplida. Sabía lo que iba a soñar a esa hora. Por las noches era su padre, por las tardes era... Lo otro. Una vez adentro, se desvistió a medias y se recostó sobre su cama desvencijada y cerró los ojos con miedo. II —Bienvenido Don Carlos, pase, pase... ¡Gracias por venir! —Gracias... Cómo no iba a venir, habiendo acá gente tan linda. 166


—Es que usted debe estar tan ocupado, entre la radio, la tele y los festivales... —No se crea... No soy tan solicitao... Carlos se sentó en un banco de troncos, hecho para estar en el patio. Apoyó su guitarra enfundada, afirmándola en la pared del rancho, y se dispuso a recibir unos mates. Don Vivas se le acercó y le avisó que más tarde iba a empezar a preparar el asado. Tomaron un par de mates, charlando de todo un poco. Las gallinas ya estaban enfilando para el gallinero. Los perros corrían y daban vueltas animadamente al ver llegar a la gente. Carlos comenzó a templar la guitarra. Risueño y misterioso les hablaba a los nenes que todavía andaban por ahí. —Dicen que el diablo afina al aire...— mientras él mismo tensaba las cuerdas sin tocar los trastes del cuello. Los infantiles ojos abiertos esperaban que la mirada del guitarrero se convierta en fuego... —Yo escuché la otra noche, a la salamanca...— contó uno de los niños muy muy serio— estaba ahísito, parado en la puerta' el sitio... y la escuché. —Te creo... —contestó Carlos en tono confidencial— yo también la escuché varias veces... Y más también... —y luego sonriendo misterioso comenzó a arpegiar algunas cosas en la guitarra. Doña Elvira, que estaba ahí cerca, cebando los mates, le reprochó en broma, una vez idos los niños —Como le gusta asustar a las criaturas... Pobres 167


changuitos, después no los puedo hacer dormir... —¿Se imagina?, si yo hubiera ido a la salamanca, no estaría viviendo donde vivo... Me hubiera ido a Europa, o a la capital, enyenos los bolsillos de plata... Doña Elvira lo miró como sin decidirse en contar algo terrible. Pero solo se limitó a decir: —No necesariamente... Carlos la miró sorprendido y risueño, y entre risas dijo... —No me va a decir que uste' cree en esos cuentos de chicos...! —No hace falta creer... Solo ver... — y tratando de cambiar de tema, dijo— pero toquese algo nomás... Carlos templó la guitarra un poco más, y cuando estaba dispuesto a tocar, los perros ladraron de una manera terrible, asustados. Entrando por el portón, venia Doña Dominga con Judith en las ancas del caballo saino. Doña Elvira, habiéndolo escuchado, le dijo en voz baja. —No le mencione nada sobre la canción, a ella no le gusta mucho... Dominga caminó con paso firme y seguro hacia la dueña de casa. Sus ojos parecían brillantes y hermosos, totalmente diferentes a los de esa misma mañana: llameantes. Judith iba prendida a su brazo, como protegiéndose más que protegiéndola. La postura encorvada de Dominga, era una huella casi imperceptible de otras épocas, otros sueños, otras vidas. 168


Luego de saludar a todo el mundo con una sonrisa preciosa, se acercó a Carlos y con firmeza le preguntó. —¿Uste' es el que canta en la radio? —A veces...— contestó tímidamente Carlos sin poder evitar el de'javú. —¿Y cuándo empieza el baile?— preguntó la anciana de forma casi sargental. —Cuando uste' guste... Y ahí nomás empezó el baile... Ella se movía a su antojo... No podía decirse que bailara bien, ni correctamente... Era casi un estilo libre. Un poco tosco y rústico. Pero nadie podía sacarle la vista de encima. Arrastrando las alpargatas en el patio de tierra, con el pañuelo al viento, la mano en la cintura, zarandeando la pollera yuta, la trenza era una mariposa pululando la flor. Carlos no podía dejar de tocar, la miraba y casi temblaba. Pero sonreía y seguía meta tocar la guitarra, meta chacarera, meta zamba, estilo y copla. Se hizo una pausa para que el pobre guitarrero cansado vaya al baño. Judith no le sacaba los ojos de encima a su Dominga. La veía tan hermosa las noches de baile... Era tan distinta, tan fuerte, tan... Le daba pudor hablar de ella así. —Vos no bailas? —No me saca nadie, pero me divierto mirándola... —¿Te acordas que te dije hoy que yo tengo solo dos sueños? 169


—Sí: uno era sobre su tata... Del otro no me habló a la final... —Es que el otro es muy complicado. En el sueño hay sapos cantando, pero cantando como cristianos... Y un quirquincho que toca el violín. Es como un baile... Mucha gente. Algunos conocidos, otros no. Animales que imitan a los hombres... Y hombres que imitan a los animales. Y yo voy monte adentro, derechito hacia donde están. Y siempre es lo mismo: yo escupo y entro. Y no me cuesta nada. Es tan fácil, tan simple... Después es todo un desorden. Y algo que está acá adentro sufre... Nunca la paso bien soñando. Hay un zorrino que me mea cada vez que pasa y yo le beso el culo... Es terrible, pero no puedo evitar hacerlo. Pero ¿sabés qué es lo peor de todo? —¿Qué, abuela?— preguntó Judith con ternura. —Que en realidad yo nunca sueño. Yo recuerdo. Entonces, llegó otra vez el guitarrero. Doña Dominga se paró, se le acercó a Judith y besándole los labios le dijo. —Gracias mi’hijita. Gracias por todo... Y se fue a “la pista”. Pero esta vez el baile fue distinto... Había algo en ella que la hacía terriblemente atractiva. Sus movimientos eran gráciles. Era un ser sin edad... Ya no necesitaba pareja de baile. El guitarrero tocaba una chacarera pero sin cantarla. En su mente solo resonaban las palabras "no hay que creer, solo hay que ver". Todos dejaron de hacer lo que estaban hacien170


do. Solo la miraban... Ella sola bailando en el patio... La tierra volaba como nube o niebla. Y la luna la iluminaba tan mágica que parecía mentira. Todos: hombres, mujeres, niños, perros, gallinas… estrellas. Todos la miraban extasiados; a punto de desmayarse. Pero no lo hacían... Los ojos imposiblemente abiertos, las bocas ya babeando... Y ella bailaba, bailaba, brillaba. Los hombres eyaculaban en sus pantalones, las mujeres se orinaban en las enaguas... Y luego los perros lloraron, y las lechuzas gritaron, y las estrellas parpadearon más cercanas. Los oídos empezaron a sangrar. Las narices también. La guitarra ya sonaba sola... Y los ojos de Carlos lloraban sangre. Y los demás ojos también sangraban. Y como en un giro final, Dominga brilló como una nova... Y desapareció. A la mañana siguiente, todos amanecieron muertos... Los caranchos revoloteaban el patio. Algún perro dormilón daba vueltas sin rumbo... Hacia el mediodía las moscas ya hacían su paseo hambriento. Durante la noche siguiente al baile, no dejó de sentirse una música preciosamente encantadora, a lo lejos, en el monte. Pero nadie puede encontrarla si no está dispuesto a dejarlo todo… Dejarlo todo por obtener algo que se desea de verdad... Tal vez lo encontremos, tal vez no... Pero perder, perdemos seguro. Y si encontramos lo que queremos... Ah, cuan felices podemos ser.

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LA OTRA BÚSQUEDA

Q

ué sueño tuve sobre vos, viejo amigo. Yo, con el rifle en la mano, casi te alcanzaba, y los dos corríamos sin descanso, transpirando y sin detenernos, tratando de cumplir con nuestros roles específicos, pero sin ser más que una misma misión, un mismo objetivo; vos escapando y yo persiguiéndote, saltando montes, matorrales secos, espinillos, derrumbándonos en pequeños barrancos de pedruscos sueltos, reincorporándonos de inmediato para luego seguir la persecución. Lo recordaba mientras limpiaba la escopeta, mientras tomaba unos mates y trataba de olvidar todo lo otro. Hacía los preparativos con una automatización de profesional. Los cartuchos, la brújula, el cuchillo, la linterna, el termo con mate cocido, las colchas, todo cerca de la mochila que ya estaba car172


gando con esas mismas cosas. De esta noche no pasa. Dijeron que ya te habías comido como a cinco cabritos, matado a unas veinte chivas y chivos solo de un zarpazo por cada uno; dos perros cabreros que te delataron ya no ladrarán más el cuento, y cinco gallinas volteadas del gallinero solo en un intento exitoso de escaparte. En seis meses de andanzas estabas dejando la economía del pueblo en la ruina. ¿De dónde habrás salido, amigo mío? Me pregunto mientras afirmo la mochila lista a mi espalda. Muchos dicen que debes haber venido de detrás de las sierras, de muy lejos, puesto que ya no quedaban de los tuyos por acá. Cargo el rifle al hombro y recuerdo otra historia menos pedestre y por lo tanto más de mi gusto, en la que al parecer te despertaste de un sueño ancestral, como un espíritu o una fuerza natural cuyo origen es desconocido. Amigo mío, ojala fuera la verdad tan maravillosa. Subo al caballo que me internará en el monte donde buscaré con mi instinto amaestrado tus furtivas huellas. El Pulga, bajo el tobiano, me sigue a paso ligero, como un abrojo de mi sombra. Él será el primero en encontrar algo, siempre sucede así. Pero esta vez no te seguirá mucho, hoy se termina tu carrera, seré yo el que te alcance primero. —Allá va el porteño loco —pensará don Augusto mientras me saluda desde el alero del rancho, con el mate en la mano, el cusco que sale a ladrarme y a olfatear el culo del Pulga, y la doña Marta que se asoma desde el dintel para saludarme también. To173


dos estarán comentándose entre ellos sobre mi intentona de esta noche, mi visión poética de la cacería, y mis chirimbolos de porteño delicao. Al cruzarme en el camino, el Rudy me grita —¿Hoy sí va a encontrar la muerte ese león desgraciao, Maestro? —Eso esperemos —le contesto. Me desvío del camino y subo por el sendero que me interna en el monte, y en tu terreno, salvaje amigo. Te dicen León, aunque seas un Puma, y sin embargo no necesitas la melena para proclamarte rey... Rey de tu vida, en realidad. Con tus ojos brillosos y vivaces, soñolientos, tus fibrosos músculos, tu paso firme y ufano. ¿Por qué te digo "amigo"? Porque me gustaría pensar que te comprendo, que podemos ser uno solo, que en realidad entre vos y yo solo hay una mínima diferencia de posición, de grado, de evolución, y por supuesto yo siempre atrás, corriendo, soñando, y vos escapando, matando, comiendo, aplastando, durmiendo, viviendo, soñando. Llego a un claro donde dejo descansar al tobiano, lo alimento, prendo un fuego, acaricio al Pulga y me siento a fumar y a esperar la noche. ¿Por qué no te he puesto nombre, mi viejo amigo? Me pregunto mientras cae la tarde y se pone fresco acá, monte adentro. La razón es que no tengo poder sobre vos, no tengo ninguna influencia en tu existencia, creo que en realidad vos me nombraste, o yo vengo de vos, pues no tiene ya sentido volver a nin174


gún lado sino a la fuente inicial, y acá me ves... Deseando desaparecer de mi vida, que en este paisaje cerrado ya de noche, al calor del fuego, fumando tabaco decente, preparando las cosas, afilando el cuchillo, deseando que si vuelvo no me esté esperando todo lo que debo, todo lo que no hice, todo lo que me reclaman y no llego a hacer. De esta noche no pasa. Y pensar que estás allá afuera, lejos de este calor prendido, desperezándote, preparando tus mandíbulas para otra noche, y quisiera imaginarte o te imagino sabiendo que hoy nos vamos a encontrar por última vez, afilando tus uñas, olfateando el viento, sintiendo mi olor que te llega con la brisa y dirigiéndote hacia mí, para no escapar a nuestro destino, pues no tenés miedo, jamás lo tuviste, y yo soy un cobarde siempre lo fui. Por eso te voy a buscar, porque quiero terminar con mis miedos, verte cara a cara y reflejarme a mi mismo, ver lo que pude ser, lo que quiero ser, lo que no soy. Qué me importan un par de cabras y un par de gallinas. Viene acá para escapar de la vida, mis errores, mis culpas... No quiero que me ganen solo por deudas, solo por miserias, no me van a ganar las cuentas, ni el fracaso que eso significa, pues hay más allá, hay un significado oculto tras de eso, hay un símbolo que no alcanzo a capturar nunca. Pero vos no sabés nada de todo esto, ni te importa, ni siquiera sabés el significado de los signos. Y yo que los sé, sin embargo... Y entonces la noche se cierra, y me pongo de pie. Dejo la mochila, me cargo la brújula, el cuchillo, la cantimplora, le calzo al rifle la mira telescópica, me 175


abrigo, ato al tobiano a un árbol, tomo la primer huella que me encuentra el Pulga y vuelvo para atarlo junto al paciente equino, al fuego, a la bolsa de dormir, a los cacharros para el desayuno; y se queda tranquilo pero extrañado, sin entender que a lo mejor no vuelvo o vuelvo tarde o a la mañana y que él, esta vez, no viene conmigo. Sin mirar atrás —mi primer gesto valiente, aunque en realidad es un gesto cobarde, pues dejarlo todo, sin enfrentarlo, es de cobarde, no de valiente— me interno en la oscuridad, en ese camino sin retorno al que me llevan tus huellas, una tras otra, bajo la luz de mi linterna, que la apago ante cada ruido sospechoso, y te busco, como siempre, te busco y no te encuentro. Horas paso sin ver más que pisadas viejas, ramas cortadas por tu paso, árboles rasgados por tus uñas, esas que estas preparando para el encuentro. ¿Me enfrentarás? ¿Me mirarás a los ojos? ¿Lo soportaré? ¿Podré disparar? ¿Me atacarás? ¿Querrás hacerlo? (porque poder, podes) Mi amigo, mi hermano, mi otro yo, el deseado, el soñado, el asesino sin culpa, el sobreviviente de los sueños y anhelos. ¿Dónde estarás? Quizás me estas observando ahora mismo, me estás estudiando, con tus ojos calmos, yo con mira telescópica, con linterna, vos con luz de luna, oído superior, olfato envidiable, y valor... Lo que yo no. Escucho un ruido y me alerto: un pájaro nocturno que se va aterrado, y avisa a todos, incluyéndome. Te busco con la linterna, por la izquierda, por la derecha, por atrás. Nada. Y cuando todo se sume 176


en un silencio espantoso, siento tu rugido, el aire que cortás bajando de no sé qué árbol o barranco, tu golpe en mi linterna, los vidrios que se rompen, y tu carrera escondiéndote en la oscuridad. Me sobrepongo del susto y preparo el rifle, ciego, y te persigo, me interno en la oscuridad que dejás a tu paso implacable. Sé que me tenés a tu merced, que te estoy siguiendo a una trampa fatal, pero voy igual, no por valiente (ya lo dije) sino por cobarde. Prefiero tu garra infalible que degolló a tantos carneros, con sus astas fuertes y su combate necio. Y ahora me siento uno con vos, mi viejo amigo, mi hermano, mi sueño, somos una sola sombra que se interna en las sombras. Creo verte a lo lejos, bajo la luz de la luna, tus ojos brillantes que me esperan y que al verme parar y apuntarte de rodillas siguen su carrera, monte adentro. Uno tras otro corriendo, me raspo con la maleza y no lo siento, me tropiezo y sigo, sin achicar ni agrandar la distancia; solo unos cuantos metros nos separan. Respiro con fuerza, agitado, pero corro. Y te imagino y te sé respirando igual, los dos al unísono, un mismo latido, un mismo aliento fuerte. Ya no hay orientación, ni noche, ni día, ni vida ni sueño. Solo nuestra persecución y nada más. Y yo estoy vivo por fin, por tu vida vivo, por tus pulmones respiro, por tus ojos veo, por tu vida sueño. Te detenés, y yo me detengo a tu vez. Me escondo en unos arbustos, trato de respirar más bajo, sin ruido. Creo estar escondido observándote, pero sé que sabés que estoy ahí a tu izquierda. Estas en un claro, como un blanco perfecto. Hasta podría jurar 177


que me esperás, que me desafiás a que te dispare, que no hay vuelta atrás en esto. Y yo no pienso, pues tengo tu instinto, tus ojos, tus pulmones, tus dientes. Y tanto deseo alcanzarte e irracionalmente matarte que al girar y verte con mis ojos que brillan por la luz de la luna, te distingo entre un arbusto, y ese resplandor en tu ojo abierto sobre esa caña negra que sostenes con tu hombro y un fogonazo que me alcanza sin que yo haga nada... Y así, con mis costillas ardiendo, rascando con mis filosas uñas la arenisca, caigo en tierra. Siento sangre en mis fauces pero es mí sangre, que ahora se esparce lenta, paciente, oscura... Suave como miel, serpenteando entre las piedras, como un río manso, que se esconde bajo una hoja seca.

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ÍNDICE Prólogo

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MITOS New age ¡Una lágrima, por favor…! Juego marino La confesión Desperdiciando el tiempo Yansá Un choque en cinco escenas Bajo héroes y tumbas Fulano

/11 /31 /37 /43 /59 /73 /85 /99 /105

MITOS LISÉRGICOS Anónimo Retratos de un caso real Sueño del pavo El Club Sbarra

/123 /129 /135 /139

CUENTO CAMPERO Y FINAL Doña Dominga La otra búsqueda

/157 /169

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Milena Caserola )Buenos Aires— Milena Berlin— Milena Paris( Co— ediciones )el asunto( — Eloisa Cartonera — MDG nulú bonsái — Cospel — No hay vergüenza ediciones Leer y psicoanalizar — Jakembó — Felicita Cartonera.

POP BIZARRA (7) Emiliano Correia, La Fórmula de la fantasía, Milena, 2007. Sebastián Matías Oliveira, Presente Gourmet, Milena, 2007. Mariano Quiroga, Canciones, Milena Caserola, 2007. Andrés Kilstein, Moloko Vellocet, Milena Caserola, 2007. Mayra Jazmín Lucio, Amanecer Oscuro, Milena, 2008. Silvana Gangi, Lorena, Milena Caserola, 2008 Esteban Yañez, Sonria, Milena Caserola, 2008. ARTE (10) Christian D. Marelli, Políticamente In Correcto, Milena, 2007. Sebastián Kirzner, Axiomas Nocturnos, Ilust.: Chelo Candia, 2008. Madame Barfly — Muertita dibujante, Sorbos de locura, Milena, 2009. Espino – Riera, Los síntomas del mono, Milena, 2009. Nico Pesin, Grabados / Engravings, Milena Caserola 2009. Francisco Ocampo, En Helsinki, Ilust.: Lino Divas, Milena, 2009. Ojo Canibal, Libro Caset, Milena Caserola, 2010 Luis Alberto ―Merluza‖ Juárez, Vicente Nario, Milena, 2010 Christian D. Marelli, Materia Gris, Milena Caserola, 2010 Mariángeles Taroni, Escama— mascara— mente, Milena, 2011 POESÍA POESÍA (39) Miguel Ángel Peñarrieta, La voz del coagulo espera, 2006. Sebastián Matías Oliveira, Todo texto debe autovalerse. Mariano Quiroga, formas de morir, Milena Caserola, 2008. Emanuel Alegre, Cuaderno de apuntes, Milena Caserola, 2007. Adrián Bechelli, Poemas para volver a mí, Milena, 2008. Juan Xiet, Metástasis, Milena Caserola, 2008. Javier Leal, Bitácora de un tiempo, Milena Caserola, 2008. María Adelina Cammarano, Ego Fusión, Milena, 2008. Maru Paii, este viento que pedalea por mí, Milena, 2008. Ioshua, Peq. antología de poemas contemporáneos, Milena, 2008. Favio Gabriel Kobielusz, Free Shop, Milena Caserola, 2009 Grau Hertt, La otra campaña, Nulú Bonsái, Milena, 2009. Iván Quiroga, La violencia de los pájaros, Milena, 2009. Juan Senach García, La Noche líquida, Milena Caserola, 2009.

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Leonor Farías, La hembra, Milena Caserola, 2009. Luciana Siguelboim, la prologal, Milena Caserola, 2009. Patricia González López, Indecible, Milena Caserola, 2009. Sofía Luppino, masticándoME, Milena Caserola, 2009. Stella Maris López, Vivencias, Milena Caserola, 2009. Agustín Romero, Palabrazos, Milena Caserola, 2009. Marcos Lizenberg, Luz de Giro, Milena Caserola, 2009. Héctor Ramón Cuenya, Gore, Milena Caserola, 2009. <Elih.anna García>, Azules Manzanas, Milena Caserola, 2010 Mariela Pacin, El amor es la guerra, Milena Caserola, 2010 Ariel Presti, Poesía Completa, Milena Caserola, 2010 Marat, el infanticida imaginario, Milena Caserola, 2010 Agustín Marcenaro, El bardo de Bubón. Milena, 2010 Juan Ignacio Barragán Fuentes, El libro celeste, Milena, 2010 Juan Ignacio Barragán Fuentes, Poseído, Milena, 2010 Héctor Ramón Cuenya, Dolce Vita, Milena Caserola, 2010. Roberto Riera, De oreja a oreja, Milena Caserola, 2010. Silvina Nellar, Sexo, dolor y psiquiatras, Milena Caserola, 2010. Sol Fantin, Un meteorito puede acabar con el planeta esta misma noche, Milena Caserola, 2011. Andrés Boiero, Texas, Milena Caserola, 2011. Ad Lihn Fand, Embustero, Milena Caserola, 2011. Sofia Lino, Apología a Don Nadie, Milena Caserola, 2011. Teodoro P. Lecman, Villa Pueyrredón y otras ausencias, Milena, 2011. Sol Fantin, Decime que soy linda, Milena Caserola, 2011. Ariel Prat, Curiosidad y azar, Milena Caserola, 2011. REY LARVA (8) Pecado y Perdón, Milena Caserola, 2008 Milagro Eterno, Milena Caserola, 2008. Las puertas del viento, Milena Caserola, 2008 Días de vos, Milena Caserola, 2009 Trash, Grau Hertt – Rey Larva Nulú Bonsái, Milena, 2009. El árbol del sueño, Ix am – Rey Larva, Nulú, )el asunto(, Milena, 2009. Sonido Interior, Eric Thiemer – Rey Larva, Milena, 2010. Porque sí, Pablo Strucchi – Rey Larva, )el asunto(, Milena, 2010. CUENTO —

MICROCUENTO —

NOVELA (18)

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Merluza, Cuentos, 2º ed., Milena Caserola, 2007. Nicolás Reffray, Del amor y otros atropellos, Milena, 2008. Nicolás R. Correa, Engranajes de sangre, Milena Caserola, 2008. Enrique del Acebo Ibáñez, Breviario, Milena Caserola, 2008. Enrique del Acebo Ibáñez, breves encuentros, Milena, 2008. Felix Quadros, Comedia, Milena Caserola, 2008. ignacio spagna, pequeñas victorias, Milena Caserola, 2009. Julia Ester Lanza, Cuentos breves de historias grandes, Milena, 2009. Gonzalo Unamuno, El vermú de la gente bien, Milena, 2009. Yair Magrino, Porcelanas, Milena Caserola, 2009. Cristina Civale, Cuentos Alcohólicos, Milena Caserola, 2009. Julia Ester Lanza, Todo por ti, Milena Caserola, 2010. Mariela Puzzo, El monte, Milena Caserola, 2010 Diego Herrera, Maten al Croupier, Milena Caserola, 2010 Leib Malaj, La crucifixión de Don Domingo, Milena, 2011 Julia Ester Lanza, Mujeres, Milena Caserola, 2011. Juan Marcos Almada, Deforme, Milena Caserola, 2011. Luis Alexis Leiva, New age, Milena Caserola, 2013. NARRATIVA (21) Diego Rojas, Temporal, 2º edición, Milena Caserola, 2008. Mariano Quiroga, Mierda, Milena Caserola, 2007. Sebastián Matías Oliveira, Suaves Dedos Finos, Milena, 2007. Agustina Viqueira, Callate Nepalí, Milena Caserola, 2008. Kasaokupada, GOS, Milena Caserola, 2008. Mateo Ingouville, Natasha, ernesto y yo, Nulu, Milena, 2009. Darío L. Estryk, Serendipias, Milena Caserola, 2008. Favio Gabriel Kobielusz, 1977, Milena Caserola, 2009. Cesar Guillermo Castro, Obrero Man— El gladiador barrillero, Milena, 2009. Diego Herrera, Tres Mujeres, Milena Caserola, 2009. Héctor Ramón Cuenya, Dulces Paralelas, Milena, 2009. Felipe Herrero, Agua Marina–Otoño y olvido–Bajo Nieve, Milena, 2010. Ioshua, En la noche, wachodelacalle ediciones, Milena, 2010. Patricia González López, Dos de azúcar, Milena Caserola, 2010. Mikel Aboitiz, Contar hasta diez mintiendo, )el asunto( — No hay vergüenza ediciones, Milena, 2011. Gonzalo Unamuno, Acordes menores para Marion Cotillard, Milena Caserola, 2011.

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Ioshua, Los sentimientos, wachodelacalle ediciones, Milena, 2011. Enzo Maqueira, El Impostor, Milena Caserola, 2011. Sagrado Sebakis, Gordo, Milena Caserola, 2011. Alejandro Soifer, El último elemento peronista, Milena Caserola, 2011. Diego Rodriguez, Pelado con trnzas, Milena Caserola, 2011. 13 LUNAS (5) Ale Sirkin, El árbol cósmico, 2006. Alex Portugueis, El ombú cósmico, Milena Caserola, 2006. Maximiliano Borovicka, el delirio coherente, Milena, 2008. Ix Am, Lo único que queda es tratar de expandir nuestra esfera hacia límites inimaginados, Milena Caserola, 2009. Julián Mur, Universo de luces, Milena Caserola, 2009. DOBLES — BILINGÜES (3) Elisabeth Neira, Abyecta – Hard Core Hotel, Milena, 2008. Rodrigo Domingos, El principio del soplo — O início do assoprado (Portugués/Español), Milena Caserola, 2008. Patricio Miguel Federico, Tapa – Contratapa, Milena, 2009. PA COLOREAR (3) Salvador Jiménez — Merluza Juárez, Los coloridos amigos de Salva…, Milena, 2008. Micaela Nair Verdún Perazzo, Cuentos, Poesías, Canciones, Milena Caserola, 2010. Bárbara Molinari, Me duele el pelo, Ilust.: Delfina Estrada, Milena, 2010. CO— EDICIONES CON )EL ASUNTO( (34) Pablo Om, la juventud al poder, )el asunto( — milena, ocio verde, 2008. Emanuel Alegre, 16 golpes, )el asunto( — milena caserola, 2008. Antonio O´Higgins, vómito de sangre, )el asunto( — milena, 2008. Ezequiel Abalos, ida y vuelta a la boca, )el asunto( — milena, 2008. Luis Alberto ―Merluza‖ Juárez, Necesito Alquilar, mionca, trapos y barrabravas …)el asunto( — Eloisa Carton — milena, 2009. Emanuel Alegre, Islas, )el asunto( — MDG — milena, 2009. Ioshua, )el asunto( — Milena Caserola, 2009. Pablo Struchi, Locura, )el asunto( — Milena Caserola, 2009. Galundia Moera, Nada, )el asunto( — Milena Caserola, 2009. Erroristas, Manifiesto Errorista, )el asunto( — Milena, 2009. Anahí Ferreyra, Máscara y Vacío, )el asunto( — Milena, 2009.

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Analía M. Aguilar, La Rosa de los Vientos, )el asunto( — Milena, 2010. Comité invisible, La insurrección que viene, Hekht— )el asunto(— Milena, FeEnLaErrata, En el aura del sauce, 2010. Diego Arbit, Darío Semino, Fabio Guerrero Arévalo, Tríptico, )el asunto( — Milena, 2010. Ezequiel Abalos, Roble, )el asunto( — milena, 2011. Graciela Amalfi, Des Palabras Armando, )el asunto( — milena, 2011. Ramiro Ross, De sabihondos y suicidas, )el asunto( — milena, 2011. Cristina Ramb, Bendita sed, )el asunto( — milena, 2011. Javier Antonio Galarza, Grito Cotidiano, )el asunto( — milena, 2011. Galundia Moera, Haz, )el asunto( — Milena Caserola, 2011. Nacho Wisky, Los héroes del amor, )el asunto( — Milena Caserola, 2011. Patricia Rojo, Escritos noctámulos, )el asunto( — Milena Caserola, 2011. Rosario María Daniel, La Mañana Impermeable, )el asunto( — Milena, 2011. Ariel Sansolini, Ysot en la espiral, )el asunto(, Milena Caserola, 2011. Pablo Queralt, Jazz, )el asunto(, Milena Caserola, 2011. Alberto De Mari, Arin, )el asunto( — Milena Caserola, 2011. Graciela Amalfi, Kumiko, )el asunto( — milena, 2011. Moni Torres, El trampolín, el tobogán y el ladrón, )el asunto( — milena, 2011. Adrián R. Yanzón, Otras puestas del ocaso, )el asunto( — milena, 2011. Lucas Alonso, Una construcción simétrica, )el asunto( — milena, 2011. Alejo Mayor, Resquisios fuera del tiempo, )el asunto( — Milena, 2011. Pablo Queralt, Perfume animal, )el asunto(, Milena Caserola, 2011. Fernando Rosales, Vidrio ácido, )el asunto( — Milena, 2011. Neri Quintana, Sanlamuerte, )el asunto( — Milena, 2011. IMPERFECTAS — )EL ASUNTO( — MILENA CASEROLA (6) Nat, donde se cuentan algunas cosas, )el asunto( — milena, 2008. Verónica Gelman, en espiral, )el asunto( — milena caserola, 2008. Mónica Torres, uvas, )el asunto( — milena caserola, 2008. Kaudia con K, poemas para vos/z, )el asunto( — milena, 2008.

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Mónica Torres, Enero Cristal, )el asunto( — milena, 2009. Mónica Torres, Bisectriz, )el asunto( — milena caserola, 2009. IMPENSADOS (3) Oscar del Barco, El Otro Marx, Milena Caserola, 2008. Juan Manuel Núñez, Vuestros ochentas, Milena Caserola, 2009. Peter Pál Pelbart., El hilo de un vértigo. Trad.: Marta Inés Arabia, Milena, 2011. HUMOR – HISTORIETA (8) Andrés Kilstein, 13 excusas para no comprar este libro, Milena, 2008. Andrés Kilstein, Esto no es SPAM, [mis mejores conversaciones por medios electrónicos], Milena Caserola, 2008. Alan Dimaro, Diego Gainza, Niko Battista, Iván Franco, Sr. Valdemar, Milena, 2009. Andrés Kilstein, Prohibido Fu— Marx, Milena Caserola, 2009. Tzipe, Humor Gráfico, Milena Caserola, 2009. Juan Castro, Libro de quejas al destino, Milena Caserola, 2009. Gimenez— Cuenya, Argentina Superpotencia, Milena, 2010. Ioshua, Cumbia gei, wachodelacalle ediciones, Milena, 2010. EN LOS BORDES – MARX(ITSMOS) (6) León Trotsky, Su moral y la nuestra, León Sedov: hijo, amigo, luchador, Milena, 2008 Enrique del Acebo Ibáñez, Meditaciones del post— sujeto, Milena Caserola, 2008. Ramiro Ross, Crónicas desde el Borda, Milena Caserola, 2008. Héctor Fenoglio, La Telépata, Un psicoanálisis de la alucinación y el delirio, Milena, 2009. Nahuel Moreno, Método de interpretación de la historia Argentina. Cuatro tesis sobre la colonización española y portuguesa en América, Milena, 2009. Vías Argentinas (ensayos sobre el ferrocarril), Varios, Milena, 2010 Valentina Contino, Prólogo para morder a alguien, Milena, 2010. Alejandro Esteban García, Teoría del equilibrio de la vida, Milena, 2011. LEER Y PSICOANALIZAR (3) Teodoro Lecman, Freud x Masotta (conceptos, aclaraciones y esquemas de Teodoro Pablo Lecman sobre las clases de Freud por Masotta 1972— 4), Milena— Leer y psicoanalizar, 2009. Alfonso Carofile, El endemoniado Esteban Lucich, Milena— Leer y psicoanalizar, 2010 Teodoro Lecman, Cuestiones de la Clínica, Milena— Leer y psicoanalizar, 2011.

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IDEOGRAFIAS (16) Jeremías Maggi, Subterfugio consentido, Milena Caserola, 2009. Sebastián Kirzner, Trozos del bloque inicial, Milena, 2009. Sofia Lino, Historia típica, Milena Caserola, 2009. Sebastián Kirzner, La Salidera, mc, 2009. Walter Reich, NTNA [niñotravestinazialien], mc, 2009. Leonardo Capucci, La estrella feroz, mc, 2009. 3.6.1, Bagrejaponés, mc, 2010 Cristino Bogado, Amor Karaíva, 2010 Diego Mora, Historias de Inodoro, 2010 Facundo M. Desimone, Frutilla Li, 2010 Max Orioli, Inanedrama, 2010 2017, Nueva Poesía Contemporánea, Tomo I, Milena, 2017 Alejandro Vilas, Atrapado, Milena Caserola, 2010 Sebastián Kirzner, Risperidona, Milena Caserola, 2017. Andrés Kilstein, De cómo perder lo que nunca se tuvo, Milena, 2010. Alberto Díaz, Los Artrópodos, Milena Caserola, 2011. DETALLES (2) Ivana González, Todo habla, Milena Caserola, 2009. Sebastián Kirzner, La salidera, Milena Caserola, 2009. TEATRO (2) Bèla Arnau, La Maciel — de todas la más cruel — , Milena Caserola, 2009. Ignacio Javier Olguín, Puro Teatro, Milena Caserola, 2010. MANDRÁGORA PORTEÑA (5) Matías Mauricio, Bandoneón Blindado, Milena Caserola, 2010 Varios autores, Antangología, Milena Caserola, 2011 Carlos Echazarreta, El payador entrerriano, Milena, 2011 Raimundo Rosales, La palabra también, Milena, 2012 Gastón Varela, Jardín de sal, Milena, 2012 CIENCIAS SOCIALES Y ANTROPOLOGÍA (1) Enrique del Acebo Ibáñez, Homo Sociologicus, 2º ed. Milena, 2011. LITERATURA PALINDRÓMICA (SORBILIBROS) (2) Xavi Torres — Pablo Nemirovsky, SobreverboS, Milena, 2011. Xavi Torres — Pablo Nemirovsky, Miguel de Cervantes, Autor del ―Soldado Rod Adlos‖, Milena Caserola, 2011. MINIRRELATOS & MINIENSAYOS (3) Andrés Pérez Molina, Lascivia Brevis, Milena Caserola, 2011. Enrique del Acebo Ibáñez, Lo mínimo que te puedo contar, Milena Caserola, 2011. Andrés E. Peribáñez, Breves historias desnudas, Milena, 2011. CINE (1) Ricardo Becher, Recta Final (Novela) + Tomas Ligpot, Recta Final (Película— DVD), Duermevela, )el asunto(, Milena Caserola, 2011.

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MILENA BERLÍN (3) Cristian Loaiza, Alcohol, Milena Berlin— Milena Caserola, 2011. Rery Maldonado, La república en el espejo, Milena Berlin— Milena Caserola, 2011. Varios autores, El mecanismo de estar acá, Milena Berlin— Los Superdemokráticos, 2011. MILENA PARIS (2) Anne Gauthey, Tchikitita, Milena Paris— Milena Caserola, 2011. Roberto ―Poroto‖ Riera, Sancocho, Milena Paris— )el asunto(, Milena Caserola, 2011.

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Consiga estos libros en: Feria del Libro Independiente – FLIA )el asunto( — www.elasunto.com.ar La Periférica – la— periferica.com.ar La Libre, Bolivar 646, San Telmo Librería Crak Up, Costa Rica 4767, Palermo Soho Libros del pasaje, Thames 1762, Palermo Otra Lluvia, Bulnes 640, Almagro El Aleph, Corrientes 4790, Villa Crespo Librería Fedro — Carlos Calvo 578, San Telmo Librería de Las Madres, H. Yrigoyen 1584, Congreso CÓRDOBA: Librería de Rubén, Dean Funes 163 loc 1 Librería Del ciclista, Caseros 45 ROSARIO: Homo Sapiens Libros, Sarmiento 829 CHACO: CECUAL (Centro Cultural Alternativo) Santa María de Oro 471 MONTEVIDEO: Librería Puro Verso, 18 de Julio 1199 Librería Lupa, Bacacay 1318 bis PARIS – Libreria Salón del libro, 21 rue des Fossés St— Jacques (5ème) ESPAÑA – Canoa Libros La Gitana distribuye en: www.distribullalacajita.com.ar Este libro se terminó de imprimir en Buenos Aires, verano de 2013. 191


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