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Ni te turbes, Ni te espantes
LUIS BARROSO ------------------------Blog: niteturbesniteespantes.blogspot.com Twitter: @luisbarroso21 ------------------------------La informaci贸n que contiene este libro electr贸nico puede ser reproducida siempre y cuando se cite la fuente.
Septiembre | 2015
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MENTIRAS CONTADAS DESDE EL INFIERNO (NOVELA)
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I Usted que ha encontrado este relato entre mis cosas de celda, me imagino que a estas alturas, ya estará convencido, convencidísimo, de que al terminar de escribirlo me suicidaré. Pero antes quiero dejar constancia de mi no arrepentimiento, sentimiento de culpa, intención de piedad, babosería, ni jalabolismo al sistema judicial por nada de lo que he hecho, si es que hice algo malo. Si viviera de nuevo me arrepentiría de las cosas que no hice, casi siempre por cobardía o quizás por obedecer siempre al angelito que hablaba a mi oído derecho, en situaciones en las que el diablito de la izquierda tenía el mejor consejo. En estos treinta años de encierro, inicialmente viví atormentado por los recuerdos, luego con el pasar de los meses comencé a degustarlos hasta que al fin y al cabo, los terminé rememorando como un digno homenaje a la esencia de mi propia vida. En esta celda he pasado un buen tiempo conversando casi a diario con la muerte. Ella es una señora calva y hermosa sentada a mi diestra que disfruta susurrarme secretos de vidas pasadas. En este tenue laberinto en el que me encuentro ahora, quisiera, antes de poner el punto final a mi desgraciada vida, atraer la atención de todos los ilusos que todavía creen en el ser humano, no confíen en nadie, ni siquiera en ustedes mismos. Según consta en mi libro de notas, el inicio de lo que voy a contar ocurrió un día frío y tormentoso a finales de 1972. Recuerdo que aquella mañana como de costumbre tomaba un café bien cargado antes de entregarme por completo a mis actividades “profesionales”. En la concurrida cafetería a menudo se me pasaban las horas garabateando papeles y recuerdos en busca de un suceso que valiera la pena para relatar en el periódico, sobre la mesa, mi revolver cargado: Una cámara Zenit del 60. El simple hecho de pensar en recorrer las
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calles de la ciudad en busca de una noticia que interesara a mis superiores, me causaba gran frustración. Era la época de mi aburrimiento crónico y mi desprecio por la “profesión” que ejercía. Mi vida era un caos. Por una parte debía luchar para poder pagar el alquiler del cuartucho de hotel donde vivía, además, estaban todas las presiones que sacuden a cualquier hombre que abandone su pequeño pueblo y se mude a la gran cuidad en busca de su superación personal; tenía 31 años, soltero, dos mudas de ropa y un jefe explotador que se aprovechaba de mi situación para conseguir buenas fotografías y reportajes de sucesos inéditos a precios de “gallina flaca”. San Ernesto no era la ciudad de hoy, iluminada incandescentemente por el progreso y las transnacionales, en aquella época la vida era opaca y terrosa, y en los rostros de los hombres se distinguía la sequedad de la piel y los surcos de arrugas que brotaban como los nuevos caminos, cicatrices de recuerdos pasados, caminos faciales de viejas emociones. A los jóvenes nos tocaba reconstruir las desgracias de la guerra y los terrores nocturnos, el único sueño válido era abandonar todo e intentar una vida nueva en otro lugar, lejos de las fronteras, en donde el sol calentara más y se oyeran las caricias del viento. Mi generación tenía como ejemplo a seguir a los tarzanes y los superman, nadie quería hablar de sujetos reales, ni de “héroes de independencia”, el chicle y los cigarros que fumaban los vaqueros eran quizás la única forma de creernos diferentes, de transmutarnos a otra realidad, iluminada por bellas modelos que aparecían en el cine. A pesar de todo no estábamos tan solos, acompañados de tantas porquerías y de una nueva forma de ver el mundo, si eras astuto podías aprovecharte de cualquiera que te tendiera la mano. El Comisario Humberto Pestano, hombre de mediana edad, de rostro duro y cansado, bigote puntiagudo y afrancesado que el mismo se afilaba entre dedos cuando aparentaba
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escucharte. Su mirada aunque severa en ocasiones, en el fondo, ocultaba al tipo bonachón detrás del oficio. -
¿Desayunaste? Me dijo, mientras arrastraba una silla para sentarse en mi mesa.
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Voy por la segunda taza.
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¿y ya tienes la noticia de la semana?
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Por mi parte no veo nada interesante en esta maldita ciudad.
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¡Carajo! No parece irte muy bien por estos días muchacho, ¿qué vas a ver? si vives aquí sentado en tu continuo lloriqueo, te estas perdiendo lo mejor de las crónicas rojas de San Ernesto. El comisario dejó de afilarse el bigote y tras hincharse un poco el pecho continuó, Pues escucha esto, Roberto Espinosa Machado, de veintiún años, ha sido encontrado muerto en las afueras de la ciudad, era estudiante de derecho, más o menos de clase media. Sin duda de buena familia, pues era hijo del reconocido profesor Modesto Espinoza. Un compañero de patrulla lo encontró tras acudir a una llamada que realizó un conductor que venia en sentido contrario al de nuestro infortunado amigo. Tengo entendido que el auto salió bruscamente de la carretera y fue a estrellarse en uno de los árboles de la orilla.
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Un accidente, de seguro estaba conduciendo borracho. Dije sin ninguna esperanza.
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No es así Joaquín. Murmuró mientras encendía un cigarrillo. Al carajito lo apuñalaron.
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¡Interesante! ¿Y ya fue a verlo?
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No, y por eso mismo es que estoy aquí, o pensabas que me gusta oír tus eternas quejas de la vida, sube al auto y vamos al sitio para que tomes tus fotos y hacer el reporte. No te puedes quejar, no todos los días la noticia anda por ahí recogiendo periodistas. Te daré la primicia.
Tocado por un rayo, empiné la taza hasta el fondo, me incorporé del asiento y casi a saltos recogí la cámara para seguir su paso de chivo montuno. Era un día gris por todas partes, en el auto el humo del cigarrillo del Comisario cegaba por momentos mi visión y mi respiración. Mientras nos dirigíamos al lugar del suceso mi amigo tomaba grandes bocanadas de cáncer, al mismo tiempo que tarareaba viejas canciones de sus años mozos. Yo iba absorto, contemplando las grises calles maltratadas por el tiempo y por largos años de guerra civil. El frío se colaba por los agujeros de mis zapatos como para recordarme comprar unos nuevos, ya en las afueras de la ciudad el ambiente era majestuoso, verdes praderas contrastaban con el gris del cielo, lo que le daba al paisaje el toque de melancolía del que sólo son participes aquellos que han disfrutado largos años una bucólica rutina. (Estimado lector, no soy escritor ni nada por el estilo, estoy tratando de recrear de manera literaria toda una historia que lleva años sin ser contada, si usted llega hasta este punto, le pido que no se desanime y siga leyendo, pues es mi verdadero interés que después de muerto este relato sea conocido por el mayor numero de personas posibles en San Ernesto, que lo lea la gente que siempre me ha tenido por loco, para ver si de una Puta vez alguien me hace caso.)
Subimos por una cuesta. Todavía conservo mi memoria la algarabía de los pájaros cantando en las copa de los árboles, la calle rustica nos dibujaba el sendero, a lo lejos divisábamos por entre los árboles a algunos uniformados colocando la cinta de seguridad policiaca. El vehículo estrellado color café dominaba la lúgubre escena. Detuvimos nuestro automóvil a
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un costado de la carretera, el oficial Pérez, un hombrecito flaco y huesudo a paso de comadreja, salió a nuestro encuentro: -
Buenos días Comisario, como usted verá no hemos movido nada. Se excusó.
El Comisario era toda una leyenda en la ciudad de San Ernesto, había resuelto casos de gran trascendencia, haciéndose valer de su agudo talento para la investigación y de algunas otras cosas que no vale la pena contar en esta historia. Recuerdo que cuando llegué a esta ciudad no se hacía más que hablar de la manera en la que había resuelto el suceso de la calle de los Sagrados Lamentos. -
Perfecto Pérez, así el señor del periódico podrá tomar todas las fotos que desee. Dijo con aires de grandeza.
Bajamos del auto y caminamos alrededor del sitio de la tragedia, me fui alejando de todo el mundo hasta que quedé solo, saqué la cámara y comencé a hacer mi trabajo. Estrellado en la desparramada Ceiba que dominaba el paisaje, se encontraba el auto que habíamos visto a lo lejos; unas marcas de neumáticos marcadas intensamente sobre el pavimento me hacían imaginar el recorrido del muchacho antes de salir del camino. En el auto se hallaba su cuerpo sin vida, tenía los ojos exorbitados y sin brillo en un profundo gesto de desesperación, vestía un traje blanco, esmeradamente planchado, en el que se dejaba ver con toda claridad la mancha de sangre que brotaba del abdomen superior. Los brazos y las piernas estaban rígidos y contraídos, pero al mismo tiempo, enlazados uno con el otro de manera paradójica, como si alguien, premeditadamente, los hubiera colocado en tal posición, otro detalle curioso es que faltaba el zapato del pié derecho. La puerta del acompañante del chofer se hallaba abierta y en la tierra húmeda se podían apreciar un par 8
de huellas que salían del auto con dirección a la carretera. El zapato perdido se buscaba con afán, pero, su búsqueda en el escenario no producía ningún resultado. Todo mostraba señales del asesinato horrendo que se había cometido la noche anterior. ¡Coloque banderillas de evidencia en esas huellas!-Ordenó el Comisario a uno de sus oficiales-Pero hágalo con mucho cuidado, usted animal, no, no pisoteé por allí, podríamos confundir los pasos o ¿Es que tiene razones para ocultar evidencias? -El oficial se ruborizó.-Ahora recoja las colillas de cigarros que están en el piso del auto, eso es métalas en esta bolsa, aja muy bien. Gritaba como quien dirige una orquesta. -
Pérez ¿llamó usted al forense?
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Si señor, lo hice esta mañana.
Mientras esto ocurría yo sólo pensaba en la manera de obtener mejor luz para las fotografías, el rostro del joven muerto despertaba en mi, algunos recuerdos de esos que se quedan encobijados tras la sonrisa afable y sin preocupaciones que tomamos algunos hombres como máscaras. Venía a mi mente la imagen de mi abuelo tirado boca arriba, junto al pozo, asesinado por tropas enviadas por el coronel Smith en busca de guerrilleros, ¿Qué culpa tenía aquel viejo campesino de “estar en el momento y lugar equivocado” cuando los soldados de Smith disparaban a la orden de: asesine primero y averigüe después? Una voz corto el hilo de mis pensamientos: -
Parece que tendrás un buen reportaje, me susurró el Comisario.
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Y muy misterioso. Agregué.
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¿Qué vaina no?, ya el oficial Pérez me ha relatado parte del interrogatorio que le hemos hecho a amigos y familiares de la victima. Al parecer, son gente resignada, ninguno ha querido venir hasta aquí.
Era un joven de 21 años que cursaba el 3er año de la carrera de Derecho en la universidad de Santa Isabel donde su padre trabaja como profesor de filosofía, no se le conoce novia ni compromiso, los fines de semana frecuentaba en compañía de su amigo Ricardo el bar La Piña Colada, de este joven Ricardo solo se sabe que cursa el 3er año también, que nació en las Fernández hace 26 años y que su único familiar vivo es su padre, el cual trabaja duro para costear sus estudios. Según este joven, en la tarde de ayer conversó con Roberto y dice no haber notado ningún cambio de actitud que le llamara a atención, se despidieron en la universidad a eso de las ocho de la noche tras haber jugado varias partidas de ajedrez y que desde ahí no sabia mas nada hasta que uno de nuestros agentes le ha interrogado esta mañana, según sabemos Roberto no tenia enemigos o por lo menos no públicos. Vivía en compañía de su padre, el profesor que ya le mencioné quien saliera de la universidad ayer a las cuatro de la tarde, su hermana de diecisiete años y que está pasando con su familia dos meses de vacaciones antes de retirarse nuevamente al convento para comenzar su vocación como monja de las hermanas de San Ernesto y su madre una ama de casa “tranquila y apacible” que solo sale los viernes a jugar al póker con sus amigas o en algún que otro viaje familiar que según tengo entendido no se dan con mucha frecuencia. El ruido de una furgoneta que se acercaba por la carretera detuvo su relato. -
Debe ser el forense. Agregó, mientras se acercaba a la orilla del camino.
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De aquel vehículo bajaron cuatro hombres, uno de ellos llevaba consigo un maletín de cuero que casi rozaba el piso, se detuvieron alrededor del Comisario para informarse debidamente del caso, recuerdo que nuevamente me quedé ensimismado al oír el aleteo de las aves que se alejaban con rumbo septentrional hacia otros árboles que ofrecieran mayor seguridad. ¡Coño! dije en vos alta y sin que nadie escuchara, hasta las aves viajan en grupos, mientras yo ando errante y solo por esta ciudad. Joaquín, desde cuando te ha importado estar acompañado o solo, ya tienes treinta y un años, se fuerte. ¿Acaso la edad tiene algo que ver con la fortaleza de un hombre? Debo reconocer que hasta ese momento, el asesinato de aquel joven no era para mí la gran cosa, por esos días yo me encontraba tan acostumbrado a los muertos en las aceras con las moscas girando sobre sus heridas, que ya consideraba que no existía cosa en este mundo que pudiera sorprenderme. Para mi todo estaba claro: el joven Ricardo, seguramente, tenía envidia de su amigo, quizás por una mujer o por su posición cómoda o quizás habían apostado algo en el ajedrez, así que se subió al carro, viajó con él, lo apuñaló y luego huyó. Por otra parte… ya basta de sandeces yo no soy investigador ni detective, además ni quisiera serlo, no quiero formar parte de nada que tenga que ver con este gobierno. Por algo estoy tirando fotos y haciendo reportes, de lo contrario al llegar aquí hubiera podido unirme al ejército o quizás a algún trabajo como celador de algún viejo almacén. La verdad no se porqué tuve que venir aquí, realmente me gustaba dar clases en la escuelita rural de mi pueblo… Las risas de los niños, sus ocurrencias. Extrañaba verlos saltando de piedra en piedra, corriendo tras alguna ardilla. Aquellos momentos de paz interior, de sentirse bien con uno mismo; aquellos niños…
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Recuerdo la primera vez que Juancito conoció el chicle, decía que era como tener goma dulce en la boca o de la vez en que Zoraidita me dijo que cuando llovía era porque la virgen lavaba los pañales del niño Dios. -
¿Qué cree usted maestro Joaquín? Me dijo.
Inocencia y candidez. Miré mi reloj, diez y cinco de la mañana. Me acerqué con mi cámara y libreta de notas en mano, al sitio donde el Comisario y el forense tenían su charla. Ya los oficiales habían movido el cadáver desde el auto hasta una camilla en la orilla de la carretera. Pude oír al forense cuando decía: -
El occiso lleva aproximadamente diez horas de muerto, ha recibido una herida punzante en la región abdominal superior y a juzgar por la poca cantidad de sangre que hay en el traje y en el interior del vehículo, lo mas seguro es que la puñalada haya atravesado parte del diafragma y por consiguiente el vértice inferior del corazón produciéndole una parada Cardiorrespiratoria fulminante con una hemorragia interna.
Gracias a mis vagos conocimientos de anatomía pude entender lo que decía este hombre, el especialista señaló con su rostro al Comisario. -
¿Tiene usted alguna sospecha de alguien que pueda haber cometido tan horrendo asesinato?
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Aun no Doctor, todavía nos faltan algunos eslabones. Mis oficiales llevan horas buscando el zapato que falta en el cadáver.
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Me imagino, tienen ustedes la labor más difícil aquí, yo culmino cuando lleve el cadáver a la mesa para realizar la autopsia.
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Su modestia me confunde doctor, pero créame que lo entiendo perfectamente, una cosa si la tengo muy clara. Primero habría que establecer dos cuestiones fundamentales, la primera es ¿El asesino venía viajando en el auto al momento de cometer su crimen? o ¿Una vez estrellado el joven al árbol el asesino llegó entre la sombras para cometer su delito? La segunda opción me parece descabellada y tonta, puesto que las huellas que salen de la puerta del copiloto van en una sola dirección, y es hacia la carretera. Así que de esta manera pienso que podría reconstruir el suceso de la siguiente manera: El joven Roberto como ya sabemos salió de la universidad a eso de las 8:00 PM, tuvo que haber estado en algún sitio por lo menos durante 2:00 horas, ya que desde la universidad hasta aquí solo hay media hora de camino, además por lo que me ha dicho usted, el crimen debe haberse cometido a las 12:00 o 1:00 AM, así que bien, en este sitio o en el camino aquí debió recoger a alguna persona en la vía, si descubrimos quien es esa persona, entonces habremos dado con el autor de este delito.
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Muy bien Comisario. El Dr. esbozó una sonrisa como para no herir sentimientos. Pienso que no hay mas nada que decir, le diré a mis ayudantes que preparen el cuerpo para llevarlo a la morgue, y si no necesita usted mas nada de mi, entonces me retiraré. Dijo con gruesa vos.
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Está bien, gracias por sus servicios.
El Comisario se acercó a mí y en un tono de seriedad que a veces me confundía, dijo: Y usted Joaquín ¿Quiere que lo lleve o le hace falta tomar alguna fotografía más? -
No hay más nada que ver. Cuando usted quiera nos vamos. Le dije con la misma confianza. 13
Subimos al auto y emprendimos nuestro viaje ya no tan gris porque el sol había comenzado a dar sus primeros destellos. Pudimos ver como iban, semejantes a buitres carroñeros, decenas de vehículos colmados de periodistas para redactar la noticia, no importaba, yo tenia la primicia en mis manos y las mejores fotos que se pudieron tomar. El Comisario iba callado, más bien meditabundo y al llegar a la cafetería solo me dijo: Espero que te haya servido de algo la travesía de esta mañana. Entré a la cafetería y me dejé caer en la silla. Saqué mi libreta de notas y me dispuse a ordenar todos los datos. -
¿Te traigo lo de siempre Joaquín? Dijo Isabel.
Era una mesera de cuerpo esbelto y labios pulposos que hacían delirar a cualquier hombre, como cosa extraña, a pesar de que la conocí bastante bien, demasiado bien par ser exactos o bien eso creí por aquellos años, se me hace casi imposible hacer una descripción física que se acerque a lo que me inspiraba aquella mujer, pues era la reunión de todas las cualidades externas y morales que a mi juicio tenia que tener la mujer de mis sueños… y no me refiero solamente al culo de ensoñación del que son tan buenos estandartes casi todas las sanernestinas, había en ella un algo mas allá, un no sé que enamoradamente indescriptible, tanto así que era como el roció de agua en un día soleado. Tenía tres años trabajando en aquella cafetería, sin que yo pasara un solo día de no verla y deleitarme en sus curvas, una mujer en iguales condiciones a las mías, vivía en una pensión, había venido de un pueblecito rural de las afueras de San Ernesto y no tenía en donde caerse muerta… Sí, casi en la misma situación excepto por una hijita de cuatro años que siempre cargaba consigo. A Isabel la explotaban en aquella cafetería, pero según decía se mantenía trabajando ahí por dignidad.
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¿Por dignidad? Una vez le pregunté.
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Si – Me dijo ella- Por no tener que prostituir mi cuerpo, para darle de comer a mi hija.
Todavía embelesado por su figura, balbuceé. – Si, si Isabel lo de siempre. Almorcé gustosamente, siempre he creído que un gran almuerzo puede ser la apertura de muchas cosas buenas y malas, los eventos que generan ansiedad para muchos y que le restan el apetito a otros, siempre han sido para mi el mejor acicate, el mejor aderezo para la comida… solo que en esos días un buen almuerzo para mi consistía casi religiosamente en un plato de espaguetis con salsa boloñesa, en palabras de Isabel “lo de siempre”. Estaba desesperado por redactar lo visto, aunque seguramente eso lo hubiera notado cualquiera que hubiera visto la manera violenta en la que devore la comida para al poco rato cruzar la puerta del hotel y estar sentado frente a la máquina de escribir. En mi cuartucho, como todo un amarillista me propuse a redactar lo que sigue: “Crimen misterioso en San Ernesto” Roberto Espinoza Machado de 21 años fue hallado brutalmente asesinado en las afueras de San Ernesto. El joven se encontraba viajando de regreso a su hogar, cuando al parecer un hombre subió a su auto y le apuñaló el estomago. Roberto era un estudiante aplicado de la facultad de derecho de la universidad de Santa Isabel. Un joven decente y de buenas costumbres, el cual, hasta este martes convivía con su honrada familia en un hogar lleno de amor y tranquilidad. Hasta este momento las autoridades correspondientes encabezadas por el Comisario Humberto Pestano han prometido redoblar su trabajo y mantenerse en vilo día y noche hasta dar con los responsables. San Ernesto es una cuidad tranquila de habitantes de paz, no queremos
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que se repitan en nuestro seno hechos dolorosos que nos traigan a la memoria nuestro triste pasado. Luego de escribir el artículo me dirigí al baño de la habitación, el cual también me servía como cuarto oscuro para el revelado fotográfico, saqué el rollo de la cámara y anticipé mi trabajo. Entraba el mes de noviembre, de este momento en particular tengo recuerdos muy vagos, de pronto llega a mi mente mi propia imagen de pie frente a la puerta del señor Nicéforo Bastidas, quien en aquel momento ejercía el cargo de director del “Nuevo Tiempo”, cada vez que se acercaba una entrevista con mi jefe me sucedían cosas extrañas, las rodillas me temblaban, los ojos se me llenaban de lagrimas y mi visión se hacia borrosa, tan borrosa que a veces lo que distinguía era aquel bulto rechoncho y sonriente. Mr. Bastidas, como le llamaban todos en el periódico por su exquisito gusto por todo lo ingles, desde la ropa hasta el acento, por supuesto que nunca pude averiguar el porqué, creo que ni siquiera había viajado a aquel país, no tenia familia extranjera ni mucho menos Británica, pero vivía en un mundo imaginario rodeado de locomotoras y bigbenes por todas partes. No puedo ocultar la risa, cuando recuerdo que en Nuevo Tiempo la hora del té era considerada como sagrada. Yo solo sabía: Son órdenes de Mr. Bastidas. Era el dueño de mi bolsillo. Sara su secretaria, estaba buenísima, igual que aquellas modelos que aparecen en las revistas, alta, rubia, hermosa cabellera, labios acaramelados y unos enormes ojos azules. Me hice anunciar con este ángel ante Mr. Bastidas. -
En un momento le atenderá ¿señor…?
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Ventura, por favor.
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Es cierto, siempre se me olvida su nombre.
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Es apellido, le dije.
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Ah si, gracias. Espere un momento por favor, respondió con voz apenada.
En algunos minutos de espera pude recorrer con mi vista un cuadro en donde se dejaba ver en una imagen chorreada y enmohecida por la humedad El puente de la Torre, no pude evitar compararlo con uno de los tantos aparatos maravillosos con los que me acostumbré a que Julio Verne nos relatara el futuro, es verdad que solo un pueblo maravilloso puede construir tales obras, mi vista no se porque se clavo en una escritura inferior de decía The Tower Bridge
1894, de pronto mi desesperación se fue transformando en sosiego e
hipnotizado por aquella pintura deje de fijarme en los intentos desesperados que tenia la secretaria para que me fijara en sus piernas… estaba tan hipnotizado por aquella imagen, que lo único que me hizo devolver mi ubicación fue el sentir mis dedos vacíos cuando el sobre con las fotos cayo al suelo al mismo tiempo que la secretaria con gesto de decepción me hizo entrar al despacho de Mr. Bastidas. Detrás de un escritorio bellísimo, que ante su inscripción de “Dios está en el cielo, todo está bien en el mundo” no se si era victoriano o isabelino, a pesar del buró y de todo el ambiente surrealista creado por mi acomplejado jefe, su figura zamba y regordeta definitivamente contrastaba con sus aspiraciones europeas. -
Buenas tardes, señor Bastidas, aquí le he traído los papeles que me pidió. Además debo decirle que he cubierto el reportaje del asesinato de esta mañana.
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¿Cual de ellos? Siéntese, me dijo con voz adulona al mismo tiempo que extendía el brazo.
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El del hijo del profesor.
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¡Oh! Qué bueno que estaba usted ahí, yo ya había enviado a un reportero que cubriera el suceso. Pero veo que ha tomado usted ventaja. Dijo mientras soltaba una risita burlona.
Yo, medio sonrojado le contesté: Aquí están las fotos. -
¡Very good! Exclamó, que buenas están, mañana saldrán en primera plana.
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Me alegra que le complazca mi trabajo, dije mientras palpaba una despreciable suma de dinero que me arrimaba sobre la mesa.
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Ha sido un placer señor Ventura.
En todo el tiempo que llevaba como “reportero contratado” de este periódico, jamás había conseguido una primera página, debo confesar que en el fondo de mi, sentía una mezcla de asco y satisfacción por la manera en que lo había logrado. Aquella noche invité al Comisario a tomar unas copas para celebrar mi triunfo, lo esperé durante un buen rato en la puerta del hotel, como eran las ocho de la noche y no daba señales, decidí arrancar a pie por las obscuras calles de San Ernesto, me asomé por la estación de policía y un oficial con la cara jalada como la de un buitre viejo se acercó a mi y dijo que el Comisario había salido de su turno y que ese día no tendría guardia ¡Qué mas da! dije y continué mi aventura nocturna. Atravesé la calle que conduce al hospital, pasé enfrente de la cafetería con la ilusión de decidirme a invitar a Isabel, pero de ella no había ni rastro. Recuerdo la primera vez que vine a San Ernesto, era de noche y hacia un frío memorable. Un mendigo que estaba en una acera levantó su mano enguantada y mugrienta para decirme “Si usted llega a una cuidad y no conoce donde está el hospital, el cementerio y la plaza
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principal, entonces usted no conoce nada”. Brillante bienvenida repleta de sabiduría popular, tomando en cuenta que lo menos que yo quería saber era de hospitales y cementerios en aquel momento. Pero volviendo a aquella noche, tengo que confesar que me detuve en la plaza y después de un rato de “abstracción filosófica” y meditaciones profundas sobre lo que había visto ese día, decreté: La vida es muy corta y desde ahora en adelante como dicen los griegos: Carpe Diem. Así que vive el momento y no confíes en el mañana. Decidí entrar al primer bar con el que tropezara, caminé por un pequeño callejón y allí estaba el Sun set como un oasis en medio del desierto. Una mujer de unos 40 años, con cabellera dorada se me acercó y susurró algo a mi oído, le entregué mi abrigo y al ritmo del mejor rock and roll del momento me aventuré con paso ligero hasta la barra. -
Un Whiskey en las rocas, por favor. Dije al cantinero.
Un mulato con ademanes de malabarista, al segundo me arrimó el trago. A mi costado, un borracho insoportable bebía grandes sorbos de una botella de brandy, al mismo tiempo que dejaba escapar grandes bocanadas de humo de un asqueroso cigarro. Tenía grandes ojos negros y una mirada felina que al acoplarse con sus oscuras pupilas se convertía en una máquina perforadora a la que era difícil mantenerle la mirada fija. Decidí olvidar al borracho. En aquel momento, como ya era mi costumbre quedé estúpido pensando en Isabel, su cabellera negra como de azabache, sus labios, sus labios… Recordé unos versos de Neruda “Mujer, yo hubiera sido tu hijo, por beberte leche de los senos como de un manantial” unos golpecillos en mi hombro interrumpieron el monólogo interno.
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Oiga usted, (era el borracho) con que se cree muy machito ¿Eh? Yo soy un hombre estudiado, un intelectual. Me debes respeto, te has…
No le deje terminar, recogí mi vaso y me senté en una mesa vacía que estaba en la banda opuesta a la barra, lo menos que quería aquella noche era un encontronazo con algún marido despechado. Después un rato hice señas al mesonero por otro trago. A aquel Bar llegaban hombres de distintos estratos sociales, lo mismo se podía ver un obrero pegajoso de hollín, que a un empresario trajeado por Armani, al parecer todos unidos por un solo eslabón, aquel que nos hace humanos y que a semejanza de la muerte termina equiparando cargas de hombros y de hombres, jefes de familia descargando el afán de las jornadas hogareñas escogían una presa, perdón, una hembra y subían por una escalera larga y estrecha hasta un segundo piso. La noche se me pasaba trago tras trago. Tengo que confesar que un método infalible para saber en que momento me he emborrachado es: Llego al sitio, ubico la mujer más fea que se encuentre en mi perímetro y cuando comienzo a verla más y más bella que antes, entonces y solo entonces… dejo de tomar, porque de seguro ya estoy ebrio. Hasta aquel momento esa técnica infalible me había salvado de muchos bochornos. Mi amigo el borrachín no la conocía muy bien, y cada vez que le pasaba el ojo su mirada se hacia menos felina e iba convirtiéndose en la de un perro triste y solo. La mujer de cabellos dorados pasaba de vez en cuando frente a mí, Yo había perdido ya un poco el control así que de un tirón la arrimé a mi mesa y casi le ordené que se sentara. -
¿Quieres tomar algo? Le dije.
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Un ron. Respondió lacónicamente.
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¿Cómo te llamas pequeña?
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Aquí me dicen Susy.
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¿Y como quieres que te diga, cuando despierte entre tus piernas? Dije con vos decidida.
Me miró y se mordió los labios, luego me dejo ver su lengua de carmesí. -
El servicio por dos horas, cuesta 70 pesos, pero debes comprar primero una botella de ron.
Di un salto, me senté, toqué mi bolsillo y ahí estaba mi pase a la gloria de aquella noche. -
Está bien, le dije. Vamos.
Subimos por la estrecha escalera hasta el segundo piso en el que habían un sinnúmero de pequeños cuchitriles separados entre si por una fina pared de cartón piedra, de ellos salían cientos de gritos, jadeos y de ruidos orgásmicos como los de una sinfónica de viento y percusión con coral incluida. Esperamos por unos segundos junto a otras parejas hasta que se desocupara alguno de ellos, por fin salió un gordo sudado y borracho como una cuba junto a una negrita que le servía de bastón y acompañante, en ese mismo entramos y luego de caer de espaldas sobre el camastrón contuve la respiración para disimular los hedores demoniacos y otras cosas que prefiero callar. Bástese saber que hicimos lo que teníamos que hacer o por lo menos eso intenté hasta que esa fiera se subió sobre mi y en un santiamén estaba yo mas escurrido que un trapo viejo. Luego de la faena, quedé obnubilado en un pequeño éxtasis, que no habrá durado más de dos minutos hasta que mi compañera lo interrumpió con un suave toque en mi frente. -¿Por qué existen las putas?
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-Dímelo tú. Respondió ella, ya sin ser ella, por que la veía borrosa como si se desvaneciera en una nube flotante de humo de gris. - Es difícil saberlo, existen otras cosas también y no nos preguntamos por que ni para que existen. -¡He tenido otros como tú, filósofos! - ¿A cuántos hombres atiendes en el día? - Me preguntas como si yo fuera médico, a veces cinco o mas, pero en lo de médico quizás y tengas un poco de razón, la mayoría después del sexo comienzan a preguntar cosas. - ¿Qué tipo de cosas? -Cosas, como esas que preguntas. A veces uno debe ser más que una puta y hace el papel de esposa, confidente, y hasta de psicóloga. Para mí, todos son unos pobrecitos a los que les falta afecto. Digamos que soy una esposa “pública”, todos los hombres pueden acceder a mí y no estoy celosamente custodiada en una casa de ensueños; circulo entre ustedes como un bien común. Así, se evitan las tentaciones respecto a otras mujeres que sí son propiedad exclusiva de otro hombre. -Para mi la filosofa eres tú. Dije un poco contrariado - Te digo la verdad, es decir mi verdad, la que no sale en los periódicos. El pago viene a ser lo de menos ustedes solo lo hacen para rescatar algo de esa hombría que se va perdiendo en la soledad. Aunque a veces, ese pago puede llegar a tener tanta importancia que hasta es capaz de sustituir el acto sexual. Hace una semana un pobre viejo millonario vino a verme y yo traté de hacerle entender que ya no podría mantener una erección, nunca me han gustado los viejos, menos los ricos que creen merecerlo todo, ante su insistencia no pude mas que reírme de él a carcajadas, entonces el viejito se puso fúrico y sacando todo el dinero que
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tenía en los bolsillos, que no era poco por supuesto, me dijo muy serio que si podía, que podía pagar y que para él eso era suficiente para seguir siendo hombre. - Bueno, me dejas sorprendido de lo que se puede aprender en estos sitios. - Te dije que te iba a contar lo que no aparecía en los periódicos que a veces tu mismo escribes, Joaquín Ventura, te digo más… estoy segura de que te espera un vida de encierro con un final trágico. Te podrirás en la cárcel. Fue entonces cuando desperté enserio y vi a la mujer de cabellos rojos a mi lado poniéndose su blusa. La tomé de nuevo por el brazo, ella en un gesto se sacudió de mí y amenazó con llamar a los guardias del negocio, balbuceé una disculpa que ella recibió más asombrada aun, mientras yo a medio vestir descendí por aquella mohosa escalera sin detenerme a mirar siquiera en los escalones que pisaba. No era la primera vez que me ocurrían estas ensoñaciones en momentos de aburrimiento, pero jamás viví una tan real ni en un sitio tan singular. Al bajar nuevamente al bar, todavía venia yo un poco confuso por lo que había pasado arriba, pero el borrachín de hace un rato que se había convertido en un cerdo despreciable, era sujetado en el pecho por un gigantón mientras las mujeres gritaban “Échenlo a la calle” tras algunos pasos, una patada y un portazo se había acabado el problema. Me acerqué de nuevo a la barra, pedí otro whisky y salí de aquel antro con la terrible sensación de haber pasado unos segundos en una ruleta rusa. Las calles de San Ernesto, con sus paredes ásperas y sus ventanales mohosos, húmedos, como los de un alcantarillado superficial, guardaban entre si descalabrados pasajes que en otrora servían para aterrorizar a los niños de la ciudad. En cada esquina te tropezabas con una pared testigo de las que los entendidos llaman rebelión popular. Entre coladeras de
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balas y grafitos descoloridos de “muerte al dictador” me encontraba aquella noche cuando de pronto el sonido de un claxon interminable rompió el silencio que cobijaba las calles frías. A paso firme, pero con cierto recelo, me acerqué al auto que originaba tan insoportable ruido. Había un hombre como de unos cincuenta y algo de años, rostro enjuto, ojos hundidos, hombros caídos, nariz aguileña y manos huesudas. Pude reconocer a simple vista al borracho que minutos antes salía tan poéticamente del Sun Set. Estaba dormido con la frente apoyada al timón del vehículo. -
Oiga amigo, despierte.
-
No estoy dormido mierda, no sea usted tan mierda.
-
Yo solo se lo digo para que no venga la policía y se lo lleve preso por alborotador. Le dije en tono amenazante.
-
Mira come mierda, a mi me da igual que venga la policía.
Este borracho de m… pensé, pero creo que en aquella noche me sentía Jesucristo o algo por el estilo, di por no oídos los insultos de aquel hombre, llené mis pulmones de aire y le dije: -
Oiga amigo, si tiene usted un problema, aunque no me conozca yo estoy dispuesto a escucharle. Parece que esta afligido por un gran desamor.
No había terminado de hablar cuando aquel hombre reventó en sollozos y quejidos interminables. Imagínenme, después de aquella noche tan peculiar consolando a ese mal oliente borracho. El caso es que ayudé a este desgraciado hombre a salir del auto, nos apoyamos en la acera y allí entre trabajadoras sexuales y luces incandescentes que atravesaban el parque me contó lo que sigue:
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-
Mi nombre es Modesto Espinoza, y hoy ha sido el peor día de mi vida. Vivo en Vista Linda junto a mi esposa e hijos y hoy, precisamente hoy, me han despertado con la terrible noticia de que mi pequeño Roberto ha sido asesinado.
Mi frente palideció como la de una estatua de mármol, intente decir algo, pero esta vez fue el borracho el que me interrumpió: -
Algún desgraciado, lo ha matado. No se que hacer. Mi pobre mujer se encuentra desconsolada y lo peor es que la he dejado sola. Ella esta haciendo todos los preparativos fúnebres y yo, y yo, ni siquiera he visto el cadáver de mi Robertito.
Murmuré una disculpa y algo así como “Mi sentido pésame”, pero era insuficiente. Aquel hombre lloraba y gemía desconsolado como un ánima en pena. -
Ha sido ese desgraciado, y la policía no actúa, son todos unos ineptos.
Luego vino una larga pausa, y yo sin saber que hacer ni que decir esperaba a que continuara para que me evitara el trago amargo de tener que hablar más, por que no es lo mismo ver un cadáver sin dolientes a materializar el hecho en los sentimientos de las personas que lo conocieron. Aquel espectro de hombre se hacía cada vez más chico, tan chico que se fue acurrucando hasta quedarse dormido allí junto a la calle. En ese momento mis sentimientos filiales por el ser humano se interpusieron en mi conciencia y trate de convencerlo para que me dejara tomar prestado su auto y acompañarlo hasta su casa. Después de un rato de verborrea innecesaria (dado el estado de nuestro amigo) por fin accedió. Recorrí en compañía del padre del difunto, el mismo tramo que había hecho con el comisario en la mañana, pasamos junto a la gran Ceiba, luego algunos kilómetros mas adelante, miré de cerca los desfiladeros de la vuelta del diablo y por fin mientras las luces
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del alba nos iluminaban el rostro, pude ver entre las lomas, una colonia de casas bellísimas que se unían a lo lejos como copos de algodón. Al llegar a su casa, un cuarentón salió a nuestro encuentro, le expliqué cual era el estado del señor Modesto, el hombre se me identificó como el mayordomo de aquella familia y ofreció traerme de vuelta a San Ernesto. Aquel día no pude conocer a ningún otro miembro de la familia Espinoza. El viaje de regreso a la ciudad no fue muy especial para contar, debe ser porque yo venía pensando en los terribles sucesos que había visto aquel día y de la manera tan sorprendente en la que ya me encontraba en el meollo del asunto. Además el problema seguía vivo ¿Quién y porqué, asesinaron a este joven? ¿Qué motivos tendrían? Llegamos a San Ernesto y frente al hotelucho, el mayordomo me hizo bajar. Me extendió un puñado de buenos billetes los cuales (tengo que confesar) acepté gustosamente, claro no sin antes hacerme el ofendido. Luego se marchó y quedé de nuevo contemplando el día más asombroso de mi estancia en aquella ciudad. Fue así como conocí al profesor Modesto Espinoza y a su oscuro mayordomo.
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II
No quisiera perderme del relato principal, sin embargo, existe un periodo de 9 días de los cuales no llevo registro alguno en mi cuaderno de notas. Creo que se debe fundamentalmente al hecho de que en esos días desde el 4 al 12 de noviembre no hubo mucho que registrar en mi oficio. Debo haber pasado parte del tiempo en reportajes banales acerca de eventos sociales, siempre odié esa parte del trabajo. Tenía pensado montar una pequeña escuelita en San Ernesto, donde dictaría tareas dirigidas, así aprovecharía e invitaría a Isabel a inscribir a su hija, pero me hacía falta un local y como no tenía ni donde vivir, para aquel momento decidí posponerlo. No me gustaba hacer reportajes, muchos menos escribir artículos de poca valía que solo servían para satisfacer el apetito de un publico hambriento de noticias amarillistas e irreales, la gente ha buscado en los diarios parte de ese mundo perdido del que ni ellos mismos son participes, no hay trabajo más 27
deshonesto que la mentira y la verdad exagerada o disminuida, medias verdades que es lo mismo que una mentira. De vez en cuando me daba una vuelta por la estación de policías para jugar al póker con el Comisario y así enterarme de los pormenores de algunos casos. En particular me llamaba la atención de uno de ellos, a estas alturas ustedes se imaginaran cual. Hasta ahora nuestro brillante cuerpo policial había apresado “preventivamente” al joven Ricardo del cual no se disponía de prueba alguna que lo involucrara en el hecho mas de lo que él mismo había contado, había una lista de tres sospechosos más (todos compañeros de clases del joven) pero no se había avanzado resueltamente contra ninguno. De un momento a otro el muchacho saldría en libertad. El Comisario tenía hecha una caracterización del asesino o como en términos modernos diría el investigador Robert K. Ressler: un perfil criminológico, según el oficial, era un hombre mayor de 30 años, de complexión robusta, fumador, derecho y de temperamento agresivo. A esto se le sumaba un mente fría y calculadora, algún pequeño intelectual quien además poseía el fetiche de “coleccionar zapatos de la victima” Esto no contribuía mucho a dilucidar nada, pues según los expertos faltaba aun el móvil del hecho. A decir verdad se había avanzado a paso de tortuga. Poco a poco me fui haciendo casi indispensable para el Comisario Humberto, cuando no había mas nada que hacer llegaba a la estación y allí hacia de utility para cualquier trabajo, buscar el café, tomar fotos de algunos casos, a veces me dejaban limpiar algún arma, etc. la verdad es que mi intensión mayor era rebuscarme algunas monedas y matar el aburrimiento, debo confesar que siempre fui un poeta, un escritor y un detective frustrado. No me agradaba el hecho de unirme a un cuerpo represivo y mucho menos andar por allí como el sabueso de tan insigne ejercito de haraganes.
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Por esos días de noviembre recibí una tarjeta de invitación en el hotel, para mi sorpresa, la misiva decía de la siguiente forma: Estimado señor Joaquín Ventura, me agradaría mucho contar con su presencia esta tarde en la universidad, a fin de conversar con usted y hacerle extensivo mi agradecimiento. Lic. Modesto Espinoza. Después del episodio del Sun Set había averiguado algo mas acerca de este profesor, se le tenia como una persona respetable y generosa, extremadamente educado y culto, aunque esa no fuese mi primera impresión al conocerlo, quizás por curiosidad y poder contrastar aquella opinión con la de la generalidad de la población fue que me sentí impulsado a no rechazar su invitación, la cual tiempo después, considere como un verdadero honor. Aquella tarde recorrí a zancadas gigantes las calles de la ciudad a fin de no perderme la cita. La universidad de Santa Ernesto era un digno ejemplo donde la influencia grecoromana demostraba su huella en lo profundo de nuestra arquitectura latinoamericana. Enormes columnas al estilo jónico, sostenían un techo colosal. Sobre el cual se dejaban ver tres pisos más. En el centro las características anchas y blancas escaleras lustradas por el paso acelerado de cientos de estudiantes que revoloteaban como abejas por los pasillos y jardines de tan hermoso palacio. Al subir la escalera principal topé de frente con el profesor Espinoza que sin duda alguna ya no lucía como la última vez en que tuve la oportunidad de conocerlo. Llevaba un traje negro, delicadamente planchado, cuello impecable y almidonado, zapatos lustrosos y sombrero limpio. En su cara, a pesar de su aspecto pulcro y rasurado se observaban como cicatrices de dolor, grandes surcos debajo de sus ojos. Al principio no me reconoció, así que fui directamente a su encuentro. -
Joaquín Ventura, para servirle.
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-
¡Oh! Disculpe usted, no me di cuenta a primera impresión, me agrada que haya venido señor Ventura, venga conmigo, en mi oficina hablaremos mejor. Me dijo mientras estrechábamos nuestras manos por primera vez, pude percibir en lo enérgico de su apretón a una persona muy vigorosa y de un carácter fuerte, aunque la suavidad de las mismas hablaban de que esa energía acumulada podía ser más mental que física.
Pasamos un largo y oscuro pasillo adornado por dioses y figuras griegas, interrumpidos de vez en vez por algún que otro estudiante que se acercaba asiduamente en busca de su aprobación o para aclarar una duda intelectual. El profesor giró una manilla y entramos a su oficina que más bien parecía un aula de clase. Libros y enciclopedias ocupaban dos paredes del rectángulo, en el centro de la habitación había un gran buró lleno de fotografías familiares y papeles desparramados por todos lados, un ambiente denso por el humo del tabaco fuerte penetraba por todo el salón y aun desde afuera se podía sentir con fuerza aquella fragancia. -
Tome asiento por favor.
-
Gracias.
-
Mire señor Ventura, quisiera ir al grano con usted. El día en que mi hijo fue asesinado, perdí completamente el control de mi, usted entenderá era mi único hijo varón y…
-
No se moleste usted en explicar, yo lo entiendo perfectamente.
Hubo unos minutos de silencio. Luego el profesor continuó. -
Tengo entendido que usted es periodista.
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-
Bueno, trabajo como contratado, a veces me dejan escribir, pero todo depende del interés del jefe.
-
Sin embargo, usted fue uno de los que reseñó usted la tragedia de mi hijo.
-
Así es. Dije en tono bajo y aclaré mi garganta.
-
Bueno me parece una gran coincidencia que haya sido usted mismo el que me ayudara aquella noche con mi asunto de copas. Parece que el destino nos ha cruzado.
-
Profesor, gracias a la providencia que lo puso en mi camino aquella noche. Todos los hombres pasamos por malos momentos.
-
En este caso, es el peor de ellos, pero quería agradecerle personalmente por el gesto que tuvo conmigo aquella noche. Quisiera gratificarle por lo que ha hecho.
-
No tiene usted que preocuparse señor lo hice sin esperar nada a cambio.
-
Sin embargo, quisiera que supiera que si usted en algún momento determinado necesitase de mi ayuda, no dude usted en acudir a mí para lo que sea. Usted sabe que no soy un aristócrata, pero tengo mucha influencia en San Ernesto. Cualquier trabajo que necesite solo debe decírmelo.
-
Con su buena voluntad me basta señor, sin embargo no dudaré en hacerlo.
-
Ahora me disculpa, debo llevar a mi hija a visitar a una de sus amigas y quedé en verme con ella a las cinco de la tarde, quisiera compartir con usted un poco mas y espero que no desdeñe la oferta que le hago. Usted parece un hombre inteligente y muy prudente, cualquier otro periodista de esos que andan por ahí me hubiera
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fotografiado hasta el colmo de la saciedad grosera y luego hubiera sido yo y no la triste notica de mi hijo la que hubiera ocupado las primeras planas en aquel momento, de verdad siempre es un placer conocer hombres como usted que como diría el propio Diógenes deben buscarse con una lámpara. -
El placer fue mío, profesor.
Así terminó en aquel momento mi entrevista con el desdichado hombre. Dos días después salió por fin de las rejas el joven Ricardo, la policía no encontró nada para inculparlo, aunque estaban casi seguros que el muchacho por lo menos tenia que saber algo de lo ocurrido. En una ocasión el comisario Pestano me aseguró que este joven era el autor del asesinato, pero que era muy astuto y no caía en la trampa de los interrogatorios. El profesor y su esposa habían presentado cargos contra él, aunque según el Comisario había además una figura macabra que no le daba buena espina y que a su parecer asechaba tras la sombra del crimen: el mayordomo. Aquella noche no se le vio por toda la casa, según el interrogatorio realizado a la señorita Cecilia Espinoza, quien le aseguró al inspector en confianza, que temía por su castidad cada vez que ese hombre rondaba por la casa. Ella cuenta que aquella mañana el mayordomo, (cuyo nombre prefiero no revelar por motivos de su seguridad) fue visto por ella desde su ventana cojeando de una pierna y con los zapatos embarrados de lodo, el inspector consiguió uno de los zapatos para comparar con las huellas pero de nada sirvió. Tan contradictorias e inconsistentes eran las teorías del comisario que al final podía ser cualquiera el culpable del asunto. Toda esa situación me provocaba nauseas, quería apartarme de todo aquello, de la bajeza de los hombres, quería pensar a Isabel.
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Cierto día de ese mes, en medio de estos sucesos llegué a la cafetería, y como de costumbre se me acercó y dijo: -
¿Te traigo lo de siempre, Joaquín?
-
Si Isabel, lo de siempre.
Esperé a que trajera la orden, pero esta vez estaba decidido a hacerle saber que la amaba, sin embargo, ¿Cómo? No he sido nunca muy tímido con las mujeres, pero el temor a su rechazo hacia delirar mi lengua. Colocó el plato y la taza sobre la mesa, lentamente deslicé mi mano y rocé su muñeca, me miró, la miré fijamente y en ese momento sentí como si largos años de historias y sentimientos chocaron, se revolcaron y luego se levantaron para continuar su lucha. Logré murmurar algo: -
Necesito verte, necesito hablarte...
Ella no dijo nada, sacudió su cabellera como un pavo real y se desvaneció entre las mesas. Isabel era como una fiera y se comportaba como tal cuando algún hombre se acercaba con intenciones románticas, era una de esas mujeres que tras superar una gran decepción amorosa se enorgullecen más y guardan en su corazón el odio intenso de los gitanos. Para Isabel como para la mayoría de las mujeres con hijos, su prole se convierte en lo fundamental, guardan con celo a sus criaturas y dejan de confiar en los hombres. Sentado en la mesa, busqué una pequeña hoja de papel y le escribí una nota desesperada, la coloqué entre la taza y el plato, acomodé una pilita de monedas sobre la mesa y salí de la cafetería.
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En la nota decía algo como esto: “No he querido ofenderte, pero necesitaba el contacto con tu piel, siéntete segura de que te respetaré, tenme en cuenta como el mas sincero, entre tu lista de pretendientes”. En este punto del relato se me hace necesario mencionar que mis relaciones con el profesor Espinoza poco a poco se fueron haciendo muy cercanas y que a menudo, después de mi primera visita a la universidad, el profesor venía por las noches al hotel y en más de una ocasión pasamos alegres veladas conversando sobre temas comunes, literarios y familiares. Me parecía verdaderamente extraño que un hombre de tales dimensiones prefiriera estar conversando conmigo en aquel hotelucho en vez de formar parte de algún brindis, de algún evento social o quizás de algún circulo de afamados intelectuales y escritores, se interesaba mucho en como me sentía yo, al punto de desprenderse el mismo de sus problemas para intentar asumir los míos, el tema de mis ingresos económicos desde un inicio le preocuparon y aunque nunca me ofreció dinero directamente no dejaba de procurarme ayuda en tales tópicos relacionados con ofertas de trabajo, a pesar de todo, como soltero a mi me daba igual una cosa que la otra, y yo tan solo disfrutaba aprender de él y sentirme halagado por tal amistad que venia naciendo. Aquel pobre hombre a pesar de su acomodada posición carecía de un verdadero amigo. En cierta ocasión mientras paseábamos por las sucias avenidas de aquella ciudad, me atreví a comentarle: -
Profesor es usted un hombre muy sabio. Un verdadero Sócrates moderno, su familia ha de sentirse orgullosa.
No Joaquín – dijo el profesor – en esta vida vale poco el conocimiento, todas las personas incluso tu familia te apreciarán por como los trates y por los sentimientos que seas capaz de demostrar, he sido tantas veces victima de mis reflexiones, de abstracciones filosóficas
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tontas que me consumieron tanto tiempo, que en verdad, tarde me he dado cuenta de que he descuidado a los míos, por lo menos desde el punto de vista afectivo. Mi hija. La mayoría de las veces me trata con cierta distancia, me gusta pensar que son cosas de la edad, de su carácter, pero, lo cierto y Dios sabe que es así, he intentado influir tanto en ella… he querido decidir su futuro, y aunque sé que en el fondo se siente confundida la he ido empujando poco a poco para que se acerque al convento y entregue su alma y su cuerpo al señor, no quiero imaginarme que cualquier sapo descerebrado se apropie y aproveche de tan dulce e inocente angelito, y peor sobre mi mujer, ella es joven solo le supera a usted en siete años, su espíritu se ha vuelto viejo. Me quiere y me respeta, pero ya no me ama, no me busca, al principio nos acostábamos uno al lado del otro como dos extraños, lleva años inventando excusas para que no me acerque íntimamente a ella. A veces pasamos días sin hablarnos y no en pocas ocasiones pasa desapercibida mi presencia en la casa. No sabe cuando llego ni cuando me voy porque vivimos en cuartos separados. El único que me hacía compañía era Roberto ¡El siempre tan leal, tan de buen corazón! Yo… lo amaba así como amo a mi mujer y a mi hija ¿Usted conoció al mayordomo verdad? Sepa usted que es hombre sombrío y de costumbres austeras, de mente fría y ágil. Se ha comportado como un buldog guardián de mi familia en mis ratos de desasosiego, él lleva las cuentas, paga las deudas, no se le escapa casi nada, lleva tres años con nosotros y aunque este hombrón sea callado y no inspire mucha confianza, poco a poco lo he llegado a considerar como uno mas de la familia, él y una Ama de Llaves son nuestros únicos empleados. Así de triste es mi vida Joaquín, pero mi refugio son los libros y mi cueva la universidad, me he estado convirtiendo en un individuo aislado un Robinson Crusoe en medio de San Ernesto. Entonces soltando una pequeña risita nerviosa típica de cuando hacia algún chiste,
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prosiguió: y tú pareces ser un Viernes moderno, hablas poco y oyes mucho, pero sé que lo captas todo, hasta el más mínimo detalle. Estas terribles confesiones acerca de su vida privada me aturdieron al momento y sentí lastima por este hombre que a pesar de su vida holgada, estaba lleno de contradicciones internas. Yo también estaba lleno de ellas, quería surgir, brotar como una semilla entre la humilde plebe de San Ernesto, quería tener algo para poder legar a mis futuros hijos, para un hombre como yo de treinta y un años, la necesidad de un buen trabajo estable era fundamental. Una casa, una mujer cariñosa y comprensiva… por aquellos años yo tenía las aspiraciones de un hombre común ¡En mal momento tuve que abandonar el campo y las clases e irme de “busca vidas” a la ciudad! Recuerdo que en una visita a la cafetería, tras sentarme durante unos minutos en mi acostumbrada mesa de esquina, buscaba con la vista desesperadamente a Isabel, ella dura e insensible, atendía a todos los clientes con el mayor esmero, esperé mi turno, se acercó a paso firme y con voz ecuánime me dijo: “Te traigo lo de siempre Joaquín” la miré de reojo y un poco apenado por mi conducta anterior, le repliqué: -
Esta vez sólo quiero un café.
Ella, incólume solo se alejó con su cintura morena, dando zumbidos en el viento. Al pasar otro rato regresó con la divina infusión ¿Cómo está tu hija Isabel? No me contestó, solo se sonrió superficialmente y luego me dio la espalda. Quise en un momento repetir la escena del Sunset con la mujer de cabellos dorados, pero Isabel era diferente, además si me atrevía a realizar semejante descortesía lo más seguro era que recibiera senda bofetada y el respectivo abucheo de los comensales en la cafetería. Estuve un rato pensativo, ni siquiera quería tocar la taza de café que tenía sobre la mesa, las moscas revoloteaban alrededor de
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mi bebida y a lo lejos se oía la conversación de dos campesinos que murmuraban un no se que de la nueva ley de tierras. Respiré profundo, levanté la taza y allí estaba en un papelito color marrón y esmeradamente doblado, la contestación a todas mis aventuradas imprudencias. “Te espero en el parque hoy a las 6:00 PM.” Isabel. Me bebí de un sorbo el café y en aquel momento puedo jurar que sentí como si aquella bebida simple se hubiera convertido en el delicioso elixir que me traería vida nuevamente. Recuerdo claramente aquel día, era primero de diciembre. Esa misma tarde, antes de la esperada cita había ido al Nuevo Tiempo y tras aceptar, gustosamente, un empleo como bibliotecario de la universidad, que por demás conseguí gracias a la influencia del profesor Espinoza. Fui al periódico con la intención de renunciar, al llegar me di cuenta de que la antigua secretaria había sido sustituida por una señorona gorda de unos cincuenta años y de cabello entrecano, seguramente la esposa de Mr. Bastidas ya estaba informada del papel que jugaba como la dama mas cornuda de San Ernesto. La nueva secretaria me hizo pasar al momento, miré de reojo nuevamente la pintura del Puente de la Torre pero esta vez me sentía libre, libre para poder restregar a este pseudo inglés imbécil los quince meses y veintiocho días de explotación a los que me tenía sometido, sin embargo, al mismo tiempo no se por qué efecto sedante que me producía aquel monumental escritorio mi conciencia me llamó a la calma y en vez de insultarlo, le espeté en el rostro un respetuoso: -
Buenos días, señor Bastidas.
-
Hello, Joaquín ¿Qué te trae por aquí, tendrás alguna foto que mostrarme? 37
-
No señor bastidas, esta vez vengo a informarle que he conseguido un trabajo a tiempo completo en la universidad y que agradeciéndole de antemano todo lo que ha hecho por mi, vengo a ofrecer la renuncia al contrato que le firmé y que de todos modos vence al final de este mes.
-
Oh, es una pena señor Ventura, veía en usted un periodista consumado a mediano plazo y sin duda un fotógrafo muy oportuno.
Sentí como la sangre me hervía y se condensaba en mi rostro rubicundo. “oportuno” murmuré para mis adentros. Decidí calmarme. -
Sin embargo, señor bastidas no me gustaría romper relaciones completamente con usted, pienso que en mi tiempo libre podría dedicarme a las fotografías, así que ante cualquier ayuda que necesite, no dude en hacérmelo saber. Usted tiene el teléfono del hotel.
Mr. Bastidas me extendió su mano regordeta y tras un apretón más familiar que político, me dijo: -
Si me hace falta fotógrafo oportuno y reportero, siempre que no ocupe tiempo de su nuevo trabajo, no dudaré en llamarlo, pase por aquí el fin de mes para cancelar lo que le corresponde por su vencimiento de contrato, aunque ya que se retira antes del tiempo estipulado, no creo que sea mucho.
-
Muy bien señor Bastidas, pasaré por aquí “oportunamente” fue un placer.
-
Ok., el placer fue mío.
A pesar de todo, salí de la oficina de Nuevo Tiempo con una sensación de alivio y de conformidad ante la agradable manera de cerrar relaciones que tuvimos Mr. Bastidas y yo.
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Me imaginaba de pronto volando sobre aquel escritorio y reventándole la carota a puñetazos por lo de “oportuno y no creo que sea mucho” mas aun cuando gracias a los favores del comisario y a las primicias en casi todos los sucesos las ventas del periódico le reportaban muy buenas ganancias. Ahora se jodería, le haría falta, se daría cuenta por fin por aquello de que “nadie sabe lo que tiene hasta que lo pierde”, y en ese momento quizás reapareciera para patearle el culo a todos, cagarme en su escritorio y en lo victoriano de sus adornos. Aunque lo mejor de todo era que mantenía una puerta abierta para que en mis ratos libres pudiera echarle algo a bolsa. Según mi libro de notas, de allí regresé al hotel. Ustedes se imaginarán como estaría yo por aquella tarde; tendría mi cita con Isabel. Recuerdo que planché mi mejor camisa, lustré mis zapatos cafés y hasta me rasuré, apliqué perfume a mi rostro y me recosté en el único sillón que tenia en la habitación, esperando la anhelada hora del encuentro. Cada segundo pasaba lentamente, así es el tiempo para los que esperan. Cuatro y treinta, mi corazón se aceleraba, el recorrido desde el hotel al parque era de treinta minutos a pie, así que estaba listo con casi una hora de anticipación, traté de tranquilizarme y comencé a crear frases de amor para Isabel, a imaginarme lo que le diría, me preguntaba si esa cita sería para humillarme, si sería verdad que quería verme o era solo un capricho tropical para ella, me di cuenta de que me había enamorado solo sin un mínimo gesto de ella hacía mi, de que me había enamorado día a día, al verla entre el café dulce mañanero y el plato de espaguetis con salsa boloñesa del almuerzo, que amaba su vaivén soberbio, su hija, su cara, su pelo, su dignidad de mujer golpeada por la vida, me enamoré como un loco de sus ganas de vivir, por que en ella me veía yo mismo, metidos ambos en este mundo de mentiras contadas desde el
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infierno. Como no se me venia nada a la mente. Me levanté y recorrí en círculos la habitación. Un triste bibliotecario, pensé. Pero, que importa el tipo de trabajo, cuando de por medio están tan apetecibles beneficios, una buena paga, posibilidades de estudio, trabajo fijo, la opción de radicarme en San Ernesto, jubilación, prestaciones… y sobre todo la posibilidad de soñar con Isabel… cinco de la tarde, me cansé de esperar y salí como llevado por las alas del viento con rumbo al parque. Llegué con cuarenta minutos de anticipación, pero, para mi sorpresa allí estaba ella, radiante y hermosa, iluminada por un haz de luz que no sé de donde rayos salía. -
Llegas tarde, me dijo en tono burlón.
-
Al igual que tú, le respondí irónicamente con las manos en los bolsillos.
Estaba claro, como ella misma me confesaría después, que al igual que yo, no pudo soportar la ruda espera que separaba nuestro encuentro. Le pregunté por Ana María (Creo que no había dicho que así se llamaba su hija) me dijo que la había llevado a casa de una amiga para que la cuidase por ese día. Le dije una frase, como extraída de una película hollywoodense: “estas muy linda”, ella se ruborizó, la tomé de la mano y le ofrecí caminar por el parque. Las bandadas de pericos silvestres que surcaban el cielo con gloriosa algarabía, el sol daba sus últimos rayos de luz y se hundía en el horizonte como un obrero que ha concluido su jornada, la brisa agreste nos traía el rumor de aves marinas, mientras que el canto de algún ruiseñor me hacía delirar al estrechar la mano blanca de Isabel. Ya no estaríamos solos, seríamos el uno para el otro. Con el tiempo yo despertaría en su regazo y ella con sonrisa tierna me mostraría la importancia de estar vivo. Isabel… Su mano frágil y su mirada profunda. Aquella tarde de 40
diciembre, debo decir que me sentí menos cerca de Dios y más cerca de los hombres. Tal es el efecto que genera amar dulcemente y sentirse amado por una mujer hermosa. Nunca más en mi vida tuve una oportunidad igual de sentirme así de feliz, ni siquiera cuando cayó la unión soviética ni el puto muro de Berlín. Aquella noche la acompañé a su “casa” y tras un apasionado beso de quinceañeros enamorados me despedí con la promesa de verla en la mañana. ¡Qué lejos estaba yo de imaginarme los tormentosos sucesos que ocurrirían aquella noche! Llegué al hotelucho a eso de las diez PM, y tras recostarme dulcemente en mí álgido y solitario lecho, penetré en un sueño profundo, muy profundo un mundo de ensoñaciones e imágenes de sucesos ocurridos en la guerra civil, miles de rostros atormentados giraban sobre mí aquella noche tenebrosa. Cuando de pronto, el la distancia como la el que oye por una tubería, unos pasos agitados resonaron el pasillo, pude escuchar a lo lejos el presagio de que algo terrible se avecinaba, los golpes secos en la puerta de la habitación terminaron sacándome del delirio. -
¡Señor Joaquín, despierte tiene una llamada y dicen que es urgente!
Miré mi reloj, una y veinte de la madrugada, bajé a tientas, todavía medio dormido y embriagado de ilusiones por lo vivido en la noche anterior. Recuerdo con claridad que el ama de llaves me esperaba aún con el teléfono en la mano. Dicen que es urgente, me dijo bruscamente. Tomé la bocina. -
Dígame
-
Joaquín, es Humberto, quiero que vengas a la Calle Serafín.
-
¿Cuándo?
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-
Ahora mismo. Necesito que tomes unas fotos, es algo que te interesa.
-
¿Qué ha pasado?
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La hija del profesor Espinoza ésta muerta.
Palidecí, la voz me salía entrecortada y en un intento desesperado por articular palabras solo alcancé a decir: Voy para allá. Di media vuelta aún sin salir del asombro, traté de subir las escaleras a velocidad estelar, pero el sonido metálico de un nuevo timbrazo hizo paralizar mi marcha. -
Buenas noches, Dije sin darme por entendido de la hora
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Joaquín. Susurró una voz desesperada
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¿Quién habla?
-
Es Modesto, han matado a mi hija.
No supe que decir, logré murmurar un: -
¿Dónde está Dios? Que mi interlocutor respondió con un quejido penumbroso. ¿Profesor, dónde está usted?
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En mi casa con mi esposa.
-
Le recomiendo que espere allí, pronto le daré noticias.
Subí rápidamente en busca de mi cámara Zenit, mi sombrero y mi chaqueta, paradójicamente, en menos de un santiamén, me hallaba inmediatamente en la mencionada calle, que por demás está decir, estaba abarrotada de patrullas, reporteros y policías. El Comisario Humberto se mantenía recostado en su auto afilándose el bigote con insistencia y con un gran cigarrillo rubio en su mano derecha. 42
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Esto está cada vez peor Joaquín, creo que estamos en presencia de un asesino en serie.
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¿Dónde está el cadáver? Dije serio.
-
En aquel contenedor de basura. Dijo mientras señalaba a mi derecha.
Me acerqué a pequeños pasos y no pude dar crédito a mis ojos ante aquel espectáculo tan macabro. Allí estaba la joven frente a mis ojos, su pálida tez como de muñeca de porcelana contrastaba con la oscuridad de aquel basurero, su cabello era negro cual el ébano y su cara… Su cara contraía en un profundo gesto de dolor me hacía recordar a su hermano Roberto dentro de aquel auto, sus ojos sin brillo permanecían abiertos con una mirada ausente que demostraba una profunda melancolía, ésa mirada, esa mirada deslustrada y profunda al mismo tiempo tatuó mi alma e hizo estremecerme en lo mas profundo de mi anatomía, llevaba un vestido azul y en el mismo lugar que su hermano muerto se podía ver con toda claridad una mancha húmeda color carmesí, como testimonio mudo de una puñalada en el centro del estómago que cegó su vida para siempre. Tenía las manos contraídas como si rogase por su alma y en sus descoloridas piernas, estiradas como las de una muñeca de trapo, se notaba la ausencia de un zapato de tacón alto. No pude resistir por más tiempo semejante cuadro, me acerqué de nuevo al Comisario, y me negué rotundamente a tomar las fotos, ofrecí mi cámara a un policía que era aficionado a la fotografía para que realizara tan penoso trabajo. Quedé un rato en silencio al lado del Comisario, hasta que este con voz ronca me dijo: -
Estamos esperando al forense para que levante el cuerpo.
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-
¿Y qué sabe usted del caso?
-
Hemos llamado a sus padres quienes nos dijeron que la señorita estaba en casa de una joven amiga, pudimos hablar con la madre de esta muchacha y nos dijo que pensaba que las dos jóvenes estaban cerradas en la habitación contigua, parece que la hija del profesor escapó sin que ella lo supiera para una cita nocturna y allí encontró la muerte.
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Disculpe Comisario, pero ¿Con quién era la cita?
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Eso lo averiguaremos tras el interrogatorio a la amiga, por los momentos no tengo más nada a mi favor. Lo que más me preocupa es que ya no me quedan dudas. Estamos en presencia de un asesino en serie. Quizás un enemigo de la familia Ezpinosa, No es uno común, este selecciona a sus jóvenes victimas y luego de apuñalarlos colecciona prendas, en este caso zapatos.
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¿Cree que exista alguna conexión con la muerte del hermano?
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Indudablemente.
Hasta aquí debo confesar que se me hacían incomprensibles algunas cosas que el Comisario supo explicarme después. Resulta que la joven Cecilia Espinoza Machado de diecisiete años, pasaba con su familia dos meses de vacaciones, pues estudiaba internada en un convento fuera de la ciudad, frecuentemente, visitaba a su amiga Leticia quien era además su compañera de estudios. Aquella noche a escondidas de su familia y de la madre de su amiga, contando con la complicidad de esta (quien guardaría el secreto) Se vería a escondidas con un misterioso enamorado, quien nada más y nada menos resulto ser Ricardo Cruz Padilla, el inseparable
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amigo de su hermano Roberto, este joven quien acababa de salir de prisión como ya ustedes conocen, se vería de nuevo metido en tremendo lío. Tras el interrogatorio que practicó el inspector a Leticia este le pudo arrancar el comprometido secreto, confesó que tras al muerte del hermano de Cecilia, esta se encontraba muy deprimida por el hecho de que su enamorado se viera involucrado en semejante suceso, sin embargo, siempre creyó en su inocencia y cada noche oraba a Dios por la libertad de su amado. Cecilia tampoco quería regresar al convento y además dentro de una semana planeaba fugarse con Ricardo rumbo a Las Fernández donde éste tenía una vivienda que le dejara su madre al morir. La cita de aquella noche, según Ricardo, nunca se pudo concretar y como prueba ofreció el testimonio del dueño del bar “la piña colada” quien asegura que este se mantuvo allí desde las seis de la tarde hasta las 2 de la mañana, cuando fue despertado (pues, se encontraba ebrio) por otro cliente quien le dio la noticia de la muerte de la joven. Ricardo fue llamado a declarar, y tres días después fue puesto definitivamente en libertad. Este es el resumen del suceso que pude recopilar como testigo de los acontecimientos, todo se oscurecía cada vez más. El Comisario estaba cada día mas presionado por las autoridades provinciales para que se resolviera el caso lo mas pronto posible, claro era un burgués el afectado. En aquel momento tomé una actitud pasiva,¿Qué mas podía hacer?, recuerdo que como prometí al día siguiente fui a visitar al profesor Modesto a su residencia, al llegar el mayordomo me recibió solemnemente en el portal, me reconoció en el acto y tras marchar a mi espalda con rumbo a la sala de recibo, pude contemplar de cerca el verde jardín de la lujosa vivienda, flores de varios tipos y colores formaban un túnel sobre nuestras cabezas, a mi derecha una pequeña fuente con una figura de ángel dejaba caer un chorrito interminable dentro de otra vasija que la recogía íntegra. Los pajarillos cantaban
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alegremente, todo en aquella casa se mantenía inmutable. El profesor me esperaba reclinado en una butaca de cuero, al verme se levantó, lo abracé y con su mano en mi nuca me apretó fuertemente mientras que sus lágrimas mojaban mi hombro. -
He perdido a mi bebé.
-
Mis sinceras condolencias, sabe que cuenta conmigo.
El profesor se despegó torpemente de mí, luego se reclinó en su butaca y su mirada lejana se perdió por la ventana que daba a mi espalda. Dijo tras exhalar profundamente: Mi pobre hija, no la he podido ver, no he querido salir de mi refugio. Mis amigos han hecho todo lo concerniente en cuanto a la preparación del cadav… cuerpo, esta tarde será el funeral ¿cómo podremos vivir así? En esta ciudad, en este país ya casi no quedan personas decentes, me han arrancado de las manos a mí querida Cecilia en el momento más brillante de su vida; el gobierno, la policía tienen que atrapar al criminal. Ese ser despreciable que me ha robado lo más preciado que tenía, lástima que ya no exista la pena de muerte para personas como esas, lo que más lamento es que ni siquiera con su muerte podría vivir en paz por el resto de lo que me queda, allí están las habitaciones de mis hijos intactas como el día en que Dios permitió que tan insoportable castigo cayera sobre mi familia. ¿Qué hemos hecho? ¿A quién le hicimos daño? Unos pasos en la escalera hicieron que el profesor se detuviera en sus reflexiones. Era una mujer recia y alta, caminaba dignamente en el clímax de su madurez, de piel blanca y pálida, su cara aunque hermosa y lisa como la de una estatua de mármol, reflejaba también el desconsuelo y la tristeza por la irreparable pérdida. Se le veía altiva como una potra sin amo, enormes caderas, labios jugosos y piernas musculosas, tan perfectas como tan sólo
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Miguel Ángel pudo haberlas esculpido. Detrás de aquella máscara de dama sin sentimientos estaba la madre que lloraba insufriblemente su triste destino. Aquella visión, definitivamente me impresionó, la imaginaba más madura, quizás seca y sin gracia, en pocas palabras semejante a la parca, sin duda había tenido a su primer hijo a muy temprana edad, pues lucía extraordinariamente joven y radiante como para ser una matrona hogareña. Me levanté cortésmente para recibirla, el profesor me extendió la mano y dijo: -
Esta es mi esposa Joaquín, dura y suave como un melón.
La señora extendió su mano un tanto temblorosa y yo me presenté como un amigo del profesor, me dijo que su esposo le había comentado algo sobre mi y que estaba agradecida de que personas como yo compartieran con la familia momentos de dolor, cuestión que pude recibir como un discurso ensayado y repetido un centenar de veces. En cuestión de pocos minutos partimos juntos hacia la funeraria, en el camino solo se oía el llanto desconsolado del profesor Modesto mientras que su esposa se mantenía con la mirada infinita hacia las montañas verdes que colindaban con la carretera, tuve una extraña sensación de incomodidad, jamás había visto a una mujer mas dura ante un suceso tan triste. Allí estaban ellos, dos padres que compartían la misma perdida, sentados el uno al lado del otro en el asiento trasero del auto como perfectos extraños. El mayordomo, quien conducía el auto, de vez en cuando echaba miradas hurañas por el espejo retrovisor, me sentía sofocado y en aquel momento agradecí a Dios por nunca haber vivido de las apariencias y por disfrutar cada pequeño detalle de la vida como un regalo que solo tenemos una vez. Por fin llegamos a San Ernesto, en la funeraria del mismo nombre y a la que solo podían acceder gentes de “clase”, se detuvo nuestro coche. Un gran número de personas reunidas
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esperaban en torno a la entrada para recibir a los padres de la joven, eran señores de espalda recta y mirada altiva, todos lucían trajes impecables y pañuelos de seda negros, por un momento tuve la impresión de haber llegado a una fiesta social de esas que se ven por televisión y en donde decenas de fotógrafos esperan la entrada de los agasajados para descargar sus veloces rayos de luz congelando el tiempo y el espacio. En aquel lugar todo era frío, sin sal, sin lágrimas y sin dolor, seres autómatas luciendo trajes lujosos para la ocasión. El Comisario Humberto, quien también asistía al funeral recibió la mirada fulminante de “los de poder”, que estaban reunidos en el sitio, ya nadie se sentía seguro ¿Cómo es posible que a Modesto Espinosa (uno de los nuestros) le esté pasando esto? Repetían constantemente en sus cabezas. El Comisario percibió la avalancha de murmuraciones que comenzaron tras su aparición y que resonaban en el salón como un murmullo de abejas, antes de que lo echaran, le vi encender su auto y partir del funeral. Me senté en una esquina próxima a la entrada del recinto, miraba horrorizado como algunas personas hacían bromas y hablaban de negocios mientras que la servidumbre iba y venia ofreciendo copas de brandy, whiskey, café, chocolate, queso suizo, habanos y hasta pastillas para el dolor de cabeza, para la tristeza y el desconsuelo no ofrecían nada, pues no puede haber cura para una enfermedad que no existía. Todos esperaban secretamente la aparición del joven Ricardo, aquel anónimo que quizás de manera indirecta era responsable de la tragedia de la noche anterior, más por curiosidad que por ánimos recriminatorios a todas las jovencitas del convento, se les veía secreteando entre ellas y no faltó quien casi sin conocer a la muerta hiciera sus histriónicos lloriqueos alrededor del féretro y gritara “por qué nos dejaste”.
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En el centro, estaba el profesor Espinoza recostado al ataúd de su hija, mientras en la puerta principal la señora Virginia con sus hermosos ojos verdes, realzados por el maquillaje recibía todos los pésames de los invitados que llegaban a aquella tétrica reunión. Al pasar un rato comencé a recorrer las habitaciones y jardines del lugar, me topé con dos o tres parejas de hijos de señorones quienes aprovechaban la ocasión para aventuras amorosas. Casi todo se encontraba vacío debido a que los presentes estaban ocupados en sus propios asuntos, al llegar a una pequeña habitación ubicada en el extremo mas distal de la funeraria, me recosté en una pequeña cama que había allí para las personas que quisieran echar una siesta, cerré la puerta y por algunos minutos estuve cabeceando al vaivén de los recuerdos, fue cuando de pronto una silueta femenina irrumpió bruscamente en la alcoba, cerró la puerta a sus espaldas y se abalanzó sobre mi en un excitante arrebato de locura. Me incorporé de mi sitio de descanso y pude reconocer en el rostro a Virginia, la esposa del profesor quien repetía lúbricamente: -
Hazme tuya Joaquín, yo se que me deseas…
Me aparte de su lado como quien ha reconocido un fantasma y le dije: -
Señora, usted está confundida, descanse, yo no he pretendido que…
Aquella fiera se lanzó hacia mi y tras un desesperado gesto por separarme de sus garras, unió sus labios a los míos y me besó apasionadamente por unos segundos, me deje llevar seducido por sus encantos, mientras la exuberante dama de sociedad metía su mano en mi entre pierna con intenciones de palpar el tieso bocado que intentó degustar entre sus jugosos labios, me desabrochó el pantalón, y comenzó a succionar con una desesperación y un deseo casi enfermizo, estaba desesperado, no tenía tiempo para pensar.
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En ese momento unos golpes secos sacudieron la puerta de la habitación, me separé de ella como pude y logré esconderme bajo la cama aun con los pantalones a la altura de las rodillas. La habitación quedó en silencio por un momento, se repitieron nuevamente los golpes, entonces la señora Virginia se acercó a la puerta con gesto desconsolador. Imaginen mi sorpresa cuando dijo: -
Te estaba esperando, mi amor.
Era la figura de un hombre que tras el resplandor de la puerta no pude reconocer al momento, además desde mi involuntaria posición solo podía observar parte del aposento. El nuevo visitante cargó con Virginia en los brazos y después de recostarla bruscamente contra la pared oí de nuevo la voz femenina: -
Hazme el amor aquí mismo, es excitante.
Cerraron la puerta y se abalanzaron sobre la cama, los ondulantes movimientos tónicos y clónicos del camastro por poco terminan aplastándome la cara, yo estaba horrorizado, parecía presenciar una escena infernal. Los gemidos de la señora resonaban en mis tímpanos y los gritos de lujuria se adueñaban del aposento, pude reconocer en la voz del amante al sombrío mayordomo quien al parecer fungía como domador de semejante demonio. Estaba paralizado. Cuando terminaron la espantosa faena salieron entre risas de la habitación y yo me quedé más aturdido de lo que ya me encontraba. Tomé aire y salí despavorido de aquel lugar, deseando no haberme enredado nunca en tan inmoral empresa. Duré varios días sin ver al profesor, hasta que tuve la suerte de asistir a mi primer día de trabajo como bibliotecario de la universidad, decidí no hacer referencia al profesor acerca de lo ocurrido en la funeraria, quien de por si ya estaba bastante destrozado moralmente 50
como para darle el zarpazo definitivo de los amores de su esposa con el mayordomo. El hecho de ver una madre que ha perdido dos hijos en esa situación me provocaba una sensación incontenible de asco, nunca en las crónicas de ningún periódico amarillista pude encontrar un relato similar al que yo guardaba. El encuentro con la familia Espinoza vino a ser un evento trascendental en mi vida, tanto así que cambió mi manera de ver el mundo, sin mencionar como sabrán después, que también cambió mi destino. Llegué a la universidad a eso de las siete de la mañana, el jefe de recursos humanos, un hombrecillo de lo más gracioso y espontáneo vino a mi encuentro con ademanes de manda mas, no se por qué, pero siempre he tenido una repulsión exagerada por los que se hacen llamar “jefes”, el asunto fue que el hombre no resulto ser como me lo esperaba. Me enseñó toda la universidad, anduvimos por el salón de reuniones, el comedor, el rectorado, visitamos las aulas, y por fin llegamos a la biblioteca. Yo iba dirigiendo una batería de preguntas a mi acompañante acerca de casi todo lo que me mostraba, el origen del edificio, la arquitectura, la historia y ¿Por qué no? Sobre los beneficios que tendría en lo adelante. La biblioteca de la universidad era un gran salón, había una veintena de cubículos, separados en su totalidad por estantes abarrotados de libros. Todo era pulcro y silencioso, en las paredes colaterales había muchos retratos de escritores famosos y hombres de ciencia, dentro de cada cubículo los estudiantes y profesores se podían sentar en lujosos juegos de mesa al estilo clásico, la construcción era majestuosa, digna de una universidad burguesa. El hombrecillo me explicó que mi trabajo solo consistía en recibir los nuevos volúmenes que entraran y ubicarlos en el lugar correspondiente, lo cual no exigía un gran esfuerzo puesto que todo ya estaba brillantemente clasificado, conmigo trabajarían tres personas
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más, cada una en diferentes funciones, agradecí en silencio a mi benefactor y comprendí que era grande la influencia del profesor de filosofía en aquella universidad. Como casi no tenía que hacer en el trabajo, pues todos los días no llegaban nuevos libros, la mayor parte del tiempo la dediqué exclusivamente a leer, devoraba casi todo lo que caía en mis manos, poco a poco mi cultura fue avanzando a buen ritmo y mi vocabulario se enriqueció un tanto más, entonces me percaté de que el profesor me había conseguido aquel trabajo con la intención de educarme aun más, pobre hombre, quería amarme como a un hijo. Al pasar los días me fui sintiendo aun mejor, los aires de monasterio de aquel recinto fueron curando lentamente mi espíritu de todos los desventurados hechos en los que había sido espectador, solo una idea se mantenía fija en mi mente, era como un clavo atravesando mi sien ¿Qué terribles peligros se extendían aun sobre los hombros de aquella endemoniada familia? ¿Sería la esposa del profesor en compañía de su amante quien fuera capaz de tan diabólico plan para acabar con todos? En aquel momento me causaba vértigos pensar en aquello, pero no podía apartarlo de mi inconsciente, nadie estaba enterado de lo que yo sabia. Eran amantes, la rigidez desmedida de aquella frívola pero ardiente mujer, el dinero del profesor. Abandoné esos pensamientos y me dediqué a desintoxicarme psicológicamente o como se diría en términos modernos “hacer una catarsis interior”. Un día cayó en mis manos un libro titulado El Aquelarre en el cual se narraba como una bruja después de asesinar a toda su familia, hacía una fiesta de invocación en la que aparecía el demonio en forma de macho cabrio. No pude terminar de leer eso, mi cerebro establecía asociaciones desmesuradamente. Abandoné aquella lectura y continué con
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poesía, era más fresco y además me obligaba a pensar en los ojos que me habían subyugado: Isabel. El día quince de diciembre recibí por primera vez mi jugoso sueldo, aquello me hacia delirar, ahora podía soñar con muchas cosas más, retomé la idea de las clases dirigidas, pero me gustó mas la idea de alquilar una pequeña pero confortable casa para radicarme en San Ernesto. Algunas tardes después de concluir mi rutina laboral visitaba al profesor en su oficina, no tengo que mencionar como se sentía, ni tuvo ni siquiera que decírmelo, sus ojos eran de fuego de tal manera que su llanto casi se quemaba al intentar salir, lloraba mucho, pero en dirección contraria, o sea hacia adentro, sin embargo, no se daba por vencido, jamás me habló de la idea de tomar vacaciones ni nada por el estilo, no hizo mención de algún cambio que le permitiera reorganizar su vida, decía que el mejor sitio para relajarse era el aula de clases donde además de enseñar sus ideas podía debatir con los estudiantes acerca de ideas como la vida, la muerte y el pensamiento humano, a veces se quedaba serio y clavaba los ojos en mi frente para dar mas fuerza a sus tertulias, aquella mirada penetrante me taladraba el alma y el pensamiento. Yo sospechaba que había una manía que no se aparataba ni por un momento de sus obscuros deseos, deseaba vengar o por lo menos hacer apresar al culpable de sus desdichas. El profesor era de carácter fuerte, indomable como un adolescente rebelde, cuando hablaba su cara formaba giros, facciones de angustia y rencor. Sospecho que en el fondo sabía no tenerlas todas consigo en cuanto a su vida y la de su esposa. Le comenté en una ocasión la idea de abandonar el hotelucho y arrendar una vivienda para vivir con Isabel, para ella sería una sorpresa, pero estaba casi seguro de que aceptaría, a no ser por que Isabel en el fondo confiaba poco en los hombres y lo menos que a ella le interesaba era el amor, sabía que
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estaba obligada a asegurar un futuro estable para su hija y en ese momento, modestia aparte, yo representaba una salida del agujero. Aquella pensión no era un buen sitio para la pequeña Ana María, además yo la amaba, ¿Qué más podría pedir? El profesor me felicitó por aquella idea e incluso me sugirió visitar el edificio Lombardía, me habló del apartamento 28 el cual alquilo en varias ocasiones siendo mas joven para poder retirarse a estudiar en paz, me prometió conseguir un empleo para Isabel, un modesto trabajo, pero a medio tiempo y con una mejor paga que en la cafetería y lo más significativo era que de esa manera ella podría dedicarle más tiempo a la educación de su hija. Aquella propuesta me pareció espectacular, no quería verla por más tiempo explotada hasta la saciedad de otro que solo por el hecho de ser el dueño del local se creía con el derecho de chuparle la vida hasta la última gota de su asalariado sudor. La vida se me tornaba policrómatica, ya podía distinguir matices y por un momento pensé que dentro de pocos meses ya me habría establecido como todo un triunfador en el convulso San Ernesto. ¡Qué equivocado estaba! Aprovechaba los fines de semana y algunos ratos libres para ir a ver a Isabel, poco a poco me fui ganando el cariño de su hija, con frecuencia salíamos los tres a tomar algún helado o simplemente a ver alguna película. Los dos nos sentíamos felices a pesar de nuestra situación, la pequeña Ana María era una niña muy inteligente, recuerdo que solo le costó veinte minutos aprender a colocar las piezas del ajedrez, eran tiempos de amable compañía y junto con ella, a menudo viene la felicidad. Isabel sonreía ante mis ocurrencias pueriles en su mayoría, pero que tenían como fin conseguir sonrisas de la pequeña. En una ocasión me dijo al regresar con una copa de helado: la niña y tú se ven como padre e hija, riendo como verdaderos niños y eso me gusta tanto que…
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Los hombres a pesar de la edad y de los problemas nunca deberíamos abandonar ese chiquillo travieso que somos en realidad, la vida me ha enseñado que el tiempo no perdona las abstenciones y que cada vez que nos pase por la mente la idea de mojarnos bajo la lluvia, nadar como locos en un río, hacer una guerra de comida o saludar a un desconocido, solo por poner ejemplos, debemos hacerlo sin temor a las criticas, por lo menos así he intentado vivir todo este tiempo sin el temor a que algunos me llamen loco. El comentario risueño de Isabel me hizo comprender que esa sería mi mejor oportunidad, esperé a que se sentara junto a nosotros, apreté su mano y tras mirarla fijamente a los ojos, le dije: -
¿Por qué no nos mudamos a vivir juntos?
-
Sabes que aunque quisiéramos no podríamos, la vida es muy dura.
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Es cierto, le respondí, pero he logrado una buena paga en el trabajo, además es un puesto fijo. Vayamos mañana mismo a alquilar un departamento donde podamos vivir los tres.
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Estas jugando Joaquín, dijo levantando las cejas y apretando los labios.
-
Contigo no jugaría mi princesa, te espero mañana en el parque para que salgamos a buscar lo nuestro, además tengo otras noticias que te van a encantar, pero hasta mañana será un secreto. Confía en mí.
Nos despedimos aquella tarde y enseguida me dediqué a buscar yo solo nuestra futura vivienda, quería apurar el sol para que al siguiente día pudiéramos mudarnos felices. Recorrí varios sitios, pero ninguno cubría mis expectativas o mi bolsillo, creo que lo último es lo más exacto. Fue entonces a punto de decepcionarme recordé lo que me había dicho el
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profesor acerca del tal edificio Lombardía, que era un viejo complejo residencial en el propio centro de San Ernesto, era tan grande que a uno se le pasaba por alto su presencia como una mole que se alzaba en lo mas alto del pavimento, allí se podían encontrar algunos apartamentos libres de los cuales también se podía esperar alguna cómoda oferta. Le dije al dueño del inmueble el precio a mi disposición, el viejo rápidamente me llevo al segundo piso, abrió la puerta 028, casualmente el mismo recomendado por el profesor, número mágico y a continuación me presentó lo que sigue: Era un departamento amplio con buena luz y ventilación, en la sala de recibo había dos ventanales grandes que daban al frente con el banco Metrópoli, tenia dos habitaciones, un baño una pequeña cocina engarzada y el pequeño comedor a la derecha de la puerta principal adornado en la pared con una cuadro de la Santa Cena de Leonardo Da Vinci. Me hice el desinteresado y le dije a mi interlocutor. -
¿Esto es lo único que tiene por este precio?
-
Bueno –un poco dubitativo- podría rebajarle unos cuantos pesos. Tomando en cuenta que tiene algunas filtraciones ¿Qué le parecen cien al mes?
Yo ganaba casi 400 mensual, así que aquella oferta me maravilló aun mas, sin embargo, continué haciéndome el reflexivo y tras algunos 15 segundos de gestos que inducían a la duda le dije: -
Me quedo con este.
Cerramos el trato y salí del Lombardia con aires de grandeza y con un nuevo manojo de llaves en mi poder. Tenía ahorrado algún dinero extra a cuenta de los frecuentes trabajos fotográficos que había realizado, llegué a una tienda de electrodomésticos, y sí recuerdo bien me parece haber comprado una pequeña cocina, radio, un televisor, una mesa con dos 56
sillas, más la plancha que tenía en el hotel ¡todo listo! ¡A la dolce vita! ¡Qué sorpresa tan grata se llevaría Isabel al siguiente día! Dormí como de costumbre en mi casi liquidado hotelucho, que tantos recuerdos rudos y mansos coleccionaba en sus paredes ahora a la nueva casa le tocaba albergar en sus muros nuevas cosas con nuevos recuerdos. Me levanté, empaqueté mis pocas pertenencias, la cámara y las 2 mudas de ropa, todo guardado en una bolsa de nylon, salí y cerré la puerta no sin antes echar una última mirada melancólica a la habitación que me había servido de refugio en las noches impasibles y solitarias de San Ernesto. Cancelé la deuda del mes y salí a grandes zancadas sin dar explicaciones. Eran como las nueve de la mañana, Isabel me esperaba en el parque, pude distinguirla a lo lejos con su pequeña hija en las piernas. Había alquilado un pequeño auto, me detuve frente a ellas a esperar que me reconocieran, pero fue en vano, tuve que bajar y sin dar más tiempo a la fascinación les dije: -
Vamos a la pensión a buscar tus cosas que nos mudaremos hoy mismo.
Se quedó paralizada y poco me faltó para empujarla hacia el auto, estaba fría y sudorosa, Ana María saltaba en el asiento trasero como una cabrita que retoza en el monte. Las calles aquel domingo me parecían menos grises y más resplandecientes, recorrimos media cuadra, Isabel iba silenciosa y yo para contribuir más a su inesperada reacción le dejé caer una pregunta: -
¿Te gustaría dejar la cafetería para trabajar a medio tiempo como secretaria?
-
¿Secretaria? ¿donde? ¿como?
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Ah, no te preocupes mañana te esperan en el bufete del Dr. Quintana para que comiences el nuevo trabajo.
-
No lo puedo creer Joaquín, ¿Cómo lo lograste? ¿Qué has hecho?
-
No hice nada, eso se lo debemos al profesor Modesto quien se ha convertido en mi amigo y protector
-
¿El mismo que ha perdido a sus dos hijos?
-
Así es Isabel, pronto lo conocerás ¿sabes una cosa?
-
¿Qué? Dijo coqueta.
-
Te amo.
Y el color volvió a sus mejillas, entretanto yo sentía mi pecho agrandado, el aire traía un dulce olor y así entre amores y te amos llegamos cantando al Lombardia, donde subimos nuestras cosas al apartamento 028. El rostro de mi amada era inescrutable, no sabía si reír o llorar, su hija ahora era nuestra, le jalaba el vestido rosa mientras preguntaba: Mamita ¿Vamos a vivir aquí? Aquel día me sentí un hombre distinto. Organizamos nuestras pocas cosas, tras saborear la primera comida que nos hiciera Isabel, caí rendido como si hubiera esculpido una escultura colosal. En la madrugada desperté buscando con el cuerpo el calor de Isabel. Tomé su mano y lentamente sin hacer ruido nos escondimos en el baño como dos adolescentes alborotados. No me creo capaz de describir en una pincelada los suaves y redondos senos que jugaron con mi boca en aquel precioso momento. Nos fundimos uno con el otro, no éramos
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humanos, aquella noche fue una metamorfosis que nos convirtió en mordiscos, caricias, apretones, succiones, risas y quejidos. En una palabra éramos sudor. Al día siguiente como de costumbre partí hacia mi nuevo trabajo, Isabel, la rejuvenecida Isabel llevaba instrucciones de presentarse en el bufete del Dr. Quintana, yo estaba materializando cada vez mas, gracias a la ayuda del profesor, todos mis principales sueños. Por aquellos días soñaba y juzgaba como cualquier mortal ¡Cuán lejos estaba de suponerme un futuro tan desdichado! No hubo nada interesante en el trabajo; recuerdo que me dediqué a estudiar con ahínco un nuevo tema que me llamaba mucho la atención: grafología, la posibilidad de saber tan solo por la manera de escribir de las personas su carácter, sus ideas morales y su temperamento resultaban para mi un mundo fascínate e inexplorado. Creo haber mencionado con antelación que en ese tiempo yo era un verdadero ratón de biblioteca, debo confesar que hasta ahora en la finiquitad de mi existencia conservo el hábito de la lectura, aunque aquí no hay mucho que leer, a uno hasta le seleccionan los textos… en fin me hubiera gustado ser escritor, pero como ustedes verán no tengo la magia que se necesita para llevar una historia hasta el final y hacer que el lector se muerda las uñas por llegar a la siguiente pagina, aunque supongo que si han llegado hasta aquí es por que algo les habrá gustado, de todas maneras esto no es una novela sino el alegato premorten de un simple hombre. Yo nunca leí para aprender y precisamente eso es lo extraordinario de la literatura, se aprende sin esfuerzo, incluso sin quererlo. Después de concluir mi horario pasé por la oficina del profesor, la puerta estaba cerrada con seguro así que asumí que estaba en el aula de clases, eran entradas las seis de la tarde, caminé un poco distraído por los pasillos obscuros de aquella universidad, cuando
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comenzaba a caer la noche, aquel edificio se convertía en un lúgubre palacio, los retratos de Shakespeare, Dumas, Saavedra y otros mas, me seguían con mirada inquisitiva a todos lados. De pronto noté una figura humana que se arrastraba cuadrupedalmente por el corredor que conducía al baño de los profesores mi piel se erizó y por un momento quedé aturdido al oír los quejidos que como un desperado animal profería aquel ser despreciable. Apuré mi existencia con paso ligero rumbo a la extraordinaria aparición, corrí como cincuenta metros y justo debajo de la luz parpadeante de aquel obscuro pasillo, allí donde menos me lo imaginaba estaba Modesto Espinoza arrastrándose como un perro moribundo, busqué rastros de sangre por todos lados, pero no pude descubrir nada, entonces decidí tocarlo. -
Profesor, profesor ¿está bien? ¿Qué le ha pasado?
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Ya no puedo más con esta carga hijo, no puedo vivir así.
-
Pero, ¿Está usted herido?
-
Solo en el corazón, para mi es mas importante el no estar vivo.
Al darme cuenta de su situación me decidí a incorporarlo nuevamente, apoyé su brazo en mi hombro y me levanté con él. Modesto comenzó a llorar, el aliento etílico que exhalaba hablaba por si mismo, maldito alcohol enemigo del hombre. Lo llevé directo a la oficina, en el centro el profesor tenia una silla exclusiva para mí, no permitía que nadie la tocase, era mi pequeño trono de discusión filosófica. - no me sientes ahí, ese es tu espacio.
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Entonces después de una tertulia disparatada lo vi reponerse poco a poco, le ofrecí llevarlo a su casa, pero él como un digno caballero rehusó a mi propuesta, aquella noche lo quise un poco más y me despedí de él con cierto toque de melancolía y de comprensión. Era mi primer día como hombre de familia, sabía que por lo menos ese día no debía llegar tarde a casa, quería oler los cabellos de mi mujer, sin embargo decidí desviarme hacia la estación de policía. En aquel tiempo el Comisario Humberto Pestano se hallaba metido en tremendo lío, había rumores de que amparaba a ciertos traficantes de drogas y por otra parte toda la comunidad de ricos lo presionaba para que pusiera fin al “asesino del zapato” como sensacionalmente lo etiquetaban en todos lados. El propio gobernador le llamaba todos los días para que adelantara los pormenores del caso, por supuesto ya venían las elecciones. Hasta ese momento no se sabía nada o para no exagerar, por lo menos muy poco. Al llegar un oficial me saludó afectuosamente, le pregunté por el Comisario y me dijo que había salido desde la mañana y que todavía no regresaba. Charlamos un poco sobre el futbol y sobre las mujeres, cuando estaba a punto de retirarme hizo su entrada un hombre de mediana estatura y un tanto regordete con una herida sangrante en la cabeza, a pesar de la sangre que perdió todavía le quedaban bravuras para armar un gran alboroto. -
Ahora si me tienes que hacer caso estos pendejos. Gritaba mientras sostenía con su mano teñida en sangre la colosal apertura en la piel de su cráneo.
Unos policías que intentaban apaciguarlo, se acercaron a él y en vano intentaron sujetarle del brazo. -
Vean, vean esta herida, me la hizo la zorra de mi mujer con un varillazo en el cogote, y no me da pena decirlo ¿Ahora si me harán caso verdad? La vez pasada ella llegó aquí y me denunció ante ustedes y que por “maltrato físico” ¡claro! Ni si
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quiera preguntaron nada y por mas que negué el hecho, ustedes me metieron preso por tres días. Yo nunca la he maltratado ¿Existen leyes? Pues cúmplanlas, ahora yo quiero que vayan a la casa y la metan presa a ella, si tienen vergüenza ustedes me tienen que acompañar. El policía que me acompañaba soltó una carcajada, Usted sí que está jodido compadre, dijo con voz socarrona. El furibundo esposo contestó: ¿se ríe usted de mí? Sepa que yo no hice nada para merecer esto, mi mujer esta loca, ella cree que la engaño con otra, está equivocada. Cuando una mujer llora y se queja de maltrato enseguida salen todos corriendo a socorrer a la victima. No saben que son seres perversos, mas inteligentes que los hombres, nos han hecho creer por siglos que los varones somos mas fuertes y lo dominamos todo. Esto es una guerra, una guerra silenciosa que están ganando ellas y lo peor es que se hacen las débiles ¿infidelidad? Permítame decirle una cosa, de seguro su mujer le miente, engaña y traiciona y usted jamás se dará cuenta, ellas son especialistas en eso, un hombre común nunca las descubrirá. El problema está en que si uno lo hace y trata de mentir, enseguida ellas le captarán una mueca, la forma de hablar, de subir las cejas y cuando crea que lo consiguió entonces lo habrán cachado a usted. Mientras uno les conoce un punto débil, ellas le habrán encontrado cincuenta, no existe ser más hábil, inteligente y malicioso sobre la tierra y sin embargo no podemos vivir sin ellas, entonces ¿No es un delito el que me haya roto la cabeza? ¡Dios santísimo! En san Ernesto hay tantos locos por allí sueltos que casi no existe limite para definir si la cordura o la locura son dos estados diferentes o acaso el mismo estado visto desde una perspectiva contraria. Dejé al filósofo popular con sus ideas de género, me fui apartando a mediano paso de la gritería y el alboroto que se armó y en unos minutos ya
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me encontraba en el boulevard caminando presurosamente con destino a mi nueva casa donde sí me esperaba una buena mujer. Isabel estaba contentísima le había ido perfectamente en el trabajo, no tenía que esforzarse mucho y lo mejor de todo es que tenía una guardería infantil al lado del propio bufete en donde podía dejar a Ana María en compañía de otros niños hasta el medio día. Es un extraño misterio el hecho de que el ser humano luego de ser en su niñez una criatura tan dulce, luego de crecer se transforme en una bestia egoísta sedienta de sangre que solo vive para si y que además de todo, poco le interese el mundo donde vive, esta enorme nave espacial en la que vivimos todos y que lentamente se consume producto de la ambición de unos pocos que a fuerza de explotación de la mayoría, son por mucho, los dueños de todos. Esta sociedad algún día habrá de acabarse y si tenemos suerte solo quedaran una pareja de seres humanos sensatos que comiencen todo de nuevo, yo ya estoy viejo y cansado, a mi poco me importa, dentro de poco tiempo dejaré de respirar y quitaré de mi el vergonzoso hecho de pertenecer a una especie que no respeta a las demás y por si fuera poco tampoco se respeta a si misma. Creo que me he apartado un poco de los hechos principales, mi intención con este relato no es alargar un poco mi vida, sino ser lo mas objetivo posible al relatar de primera mano todo lo ocurrido en aquellos meses finales de 1972. Como dije hace un momento, aquella noche llegué a mi nueva casa, mi vida había dado un giro caprichoso, ya no debía pensar solo para mí, ahora seriamos tres, los que compartiríamos un mismo destino. Mientras Isabel y yo hablábamos de nuestro día le comenté el extraño incidente de la comisaría. Tan ruidosa fue su carcajada que tuve que taparle la boca para que no despertara a la pequeña. Ana María y yo formamos una relación
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muy especial, en las noches le enseñaba sus primeras letras y ella como estudiante aplicada, cumplía con mucha pulcritud todas las tareas que le asignaba. En pocos días aprendió a jugar al ajedrez, me sentía hinchado; le amé como a una hija. Todas las tardes ella me pagaba con una sonrisa sincera y con sus ocurrencias especiales. Ahora es una doctora muy famosa, vive en Francia en compañía de su esposo y su pequeño hijo. Ana María, cuando te enteres de mi muerte sabrás que viví todos estos años deseando retroceder el tiempo para compartir contigo y tu difunta madre los hermosos momentos que vivimos en tan pocos meses. Cuenta por favor mi historia y no olvides a este viejo que cansado de la vida, decidió prescindir de ella. No me olvides, cuando lo hagas moriré de verdad. Pido al lector que disculpe los ratos de romanticismo innecesario, pero son los bellos recuerdos los que todo este tiempo me dieron la fuerza para vivir. El Comisario Humberto se veía cada vez más y más presionado por las autoridades, San Ernesto no quería volver a vivir todos los tristes episodios, que en un momento hicieron perecer a algunos de los hijos mas ilustres de la ciudad. Hubo un tiempo, después de la guerra civil en el que no se podía salir sin por lo menos cerrar las puertas tres veces con llave o caminar en la calle apresuradamente, haciendo caso omiso a cualquier extraño que se atreviera a dirigirte la palabra en la calle; fueron tiempos oscuros, muy oscuros en donde reinaba el miedo y la impunidad, creo que ya mencioné algo sobre el suceso de la calle de los Sagrados Lamentos, esta es una pequeña callejuela estrecha que servía de refugio para bandidos y todo tipo de alimañas sociales, me parece que ahora funciona allí la compañía eléctrica. Hace algunos años ya comenzaron a aparecer en los botes de basura, sacos de nailon repletos de trozos y desperdicios humanos. Los cadáveres aparecían con un intervalo de días al azar, no se conocía ni una pista de la bestia
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que era capaz de cometer semejantes atrocidades, sin embargo, seguían apareciendo los cuerpos, la gente no podía vivir con tranquilidad, cualquiera estaba a merced del asesino. Por aquellos años, el Comisario Pestano era un policía joven que aspiraba como muchos otros pasar a la posteridad, se cuenta que ante la incapacidad de la gerencia policial del momento y muy a pesar de que el área se mantenía en completa vigilancia, los cuerpos seguían apareciendo incluso en otras calles. Él, como todo un sabueso, al salir de su trabajo se disfrazaba de mendigo y dormía pacientemente, todas las noches en la Calle de los Sagrados Lamentos, así pasó durante varias semanas, hasta que en una ocasión, a eso de las tres de la madrugada se detuvo un vehículo, descendió un hombre, fue justo a la maletera y de allí extrajo un saco de nylon con un cargamento sospechoso, el Comisario sigilosamente se acercó por detrás y zas! Le apuntó con el arma en la cabeza, el asesino fue apresado. Resultó ser nada más y nada menos que el hijo de un famoso general que se destacó en la guerra civil por matar y torturar a cientos de inocentes. Al “asesino de los lamentos” se le culpó por la muerte de siete personas, dos de ellas mujeres, a los pocos meses este apareció muerto en la cárcel en circunstancias algo misteriosas. De esta manera se cerró un ciclo de la oscura historia de los prontuarios criminales en la ciudad. Esta hazaña le valió con el tiempo al joven Humberto el cargo de Comisario de la policía local. En el momento que a nosotros nos concierne, la situación era distinta. Habían aparecido dos cuerpos con un signo único de violencia. Una fría puñalada en medio del vientre, dañando la punta de corazón y otros órganos importantes, sin duda ingenio mordaz para una muerte calculadora, además este problema tenía una cuestión muy particular, la ausencia de un zapato derecho en las victimas. Hay que mencionar que existía una conexión importante entre las dos victimas. Eran hermanos. También estaba el hecho de que todos los ricos de la
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ciudad temían por la vida de sus hijos. Nadie sabía donde atacaría próximamente “El Asesino del Zapato”. El Comisario era evaluado constantemente, muchas veces obligado a seguir falsas pistas, casi no dormía, se le veía seco y ojeroso caminar de aquí para allá, a veces se quedaba pensativo, no hablaba con nadie, sabía que, fácilmente, si los ricos lo disponían podría perder su empleo. Históricamente, ese ha sido un punto que ha caracterizado siempre a los burgueses, te tienden la mano, te elevan cuando te necesitan, pero el día que no puedas aportar nada, el día que estés enfermo y no puedas seguir se desasen de ti como si fueras un perro callejero. Para ellos los demás seres humanos, somos máquinas a sus servicios. Tratar con los ricos es como hacer un pacto con el diablo. En una ocasión el Comisario me dijo que estaba preocupado por su vida, pues debo confesarlo aquí, había un tal Don Fulano, acaudalado millonario que le había amenazado con la intención de que se movilizara y pusiera fin al asesino de una vez, por su puesto, el retraso en los servicios del Comisario como oficial corrupto, afectaba directamente sus negocios ustedes se imaginaran: mercancía, contrabando, drogas, etcétera. La policía seguía sin tener nada, se pensaba inculpar a Ricardo para obligarlo a confesar mediante amenazas de toda índole. La sociedad necesitaba un culpable, la única objeción a esa medida era que si en algún momento llegaba a aparecer otro cadáver en condiciones similares, entonces todo el cuerpo policial quedaría en ridículo y por su puesto la cabeza del Comisario rodaría con el escándalo, sin embargo, eso era lo de menos. Se le llegó a ofrecer una fuerte suma de dinero al dueño del bar “la piña colada” para que cambiara de testimonio, el viejo se negó rotundamente a ello, con lo cual las habladurías incrementaron. El otro chivo expiatorio seria el mayordomo, pero yo no me atrevería a confesar acerca de la relación de este con la
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esposa del profesor, no me gustaba la idea de dejar caer sobre los hombros de este señor todo el peso de la culpabilidad de un hecho en el que ni siquiera los profesionales podían dar luces. La policía estaba desesperada con las continuas presiones, en especial el Comisario Humberto. La vida continuaba normal para mí, me levantaba muy temprano, ayudaba a Isabel en los oficios domésticos luego salíamos los tres a nuestras labores, me entretenía en la biblioteca más leyendo que trabajando, casi todos los días conversaba con el profesor Modesto acerca de mis lecturas (aunque sabia que era casi imposible apartar de su cabeza sus pensamientos obsesivos) en una ocasión lo invité a cenar a nuestro departamento. Pasamos una velada muy agradable en compañía de mis dos mujeres, nos divertíamos de las ocurrencias de Ana María, Isabel se esmeró en preparar para el profesor un suculento plato de comida española. Luego de la cena él y yo nos quedamos charlando hasta muy tarde, mientras degustábamos un delicioso vino que había traído para nuestra comida nocturna. En aquella ocasión lo noté un tanto fuera de rutina, mi benefactor no acostumbraba a charlar sobre temas comunes, pocas veces le había oído algún comentario sobre las mujeres, pero esa vez, dio rienda suelta a sus pensamientos mejor guardados y con tono despreocupado me dijo: -
Joaquín, ha hecho usted una gran elección. Isabel es una mujer muy hermosa, si me permite decirlo, se ve que está enamorada. No desaproveche esta oportunidad para conseguir su felicidad además es una excelente cocinera y creo que es una mujer muy valiosa que ha sido educada con los mejores valores y principios. Tuve la oportunidad de ser feliz con mi mujer, al principio todo era hermoso, era un verdadero volcán en erupción, siempre sensual y dispuesta como una meretriz,
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amaba esa mezcla de diosa y de demonio que solo ella podía conjugar con ecuanimidad. La mejor esposa ha de ser así: una dama por el día y una profesional del sexo por las noches, pero el tiempo no pasa en vano, no me siento tan joven como antes, además vinieron los hijos y nuestra relación se convirtió en apariencias e intereses no compartidos, ya no nos pudimos separar. En esta nueva etapa de mi vida, quisiera reconquistarla, unirme a ella para envejecer juntos, después de todo lo que he perdido no quiero estar solo. Las confesiones del profesor de querer salvar su matrimonio aun en las condiciones más adversas me permitieron conocer un poco más su carácter tenaz, el hombre se negaba a claudicar ante la vida y a pesar de todas sus desgracias era capaz de soñar con el futuro ¡Qué extraordinaria capacidad la que tienen algunas personas! Una vez que se despidió quiso retribuirme el favor y decidió invitarme a su casa para la cena de noche buena, quedé aun más impactado, no podía imaginar que con todo lo que había pasado en estos dos meses aquellas personas tuvieran el corazón para celebrar la navidad. Acepté su propuesta en favor a nuestra amistad. Por toda la ciudad había luces de colores, árboles navideños y las personas asistían como carneros a las tiendas que mostraban sus mejores señuelos comerciales para esta fecha ¡compre este juguete para su niño! ¡Vestirse se azul nos dará suerte, es el color del año que se avecina! Los religiosos formaban coros en las esquinas de la cuidad, cantando alabanzas al nacimiento del niño Dios. Algunos hombres se mostraban más amigables, otros en cambio eran más dadivosos y practicaban el deporte de ir por allí dando limosnas a los huérfanos y mendigos de la calle; ustedes saben, era navidad. Hermosa época de compra y venta, en la cual los seres humanos olvidándonos de que Cristo nació en un pesebre, andamos engalanados con las
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ropas más caras del mercado. A veces me he imaginado que Jesús se detiene en el centro de una gran ciudad y con sus ropas harapientas comienza a hablar de amor, de hacer el bien, de compartir. Me imagino a Cristo en el vaticano recitándole al papa un versículo de a Biblia “si no abandonas lo que tienes, no podrás seguirme” y que ante la sorpresa de todos los que se hacen llamar cristianos y no hacen nada para salvar el mundo de la pobreza, les espete a todos en el rostro “primero se ve entrando un camello por el ojo de una aguja que un rico entrando en el reino de los cielos”. Nacimiento de Jesucristo, navidad. Compre, compre, no piense yo le digo lo que debe usar, compre, no sienta, olvídese de los demás. A Isabel y a mi nos dieron unos días libres en vista de las fechas decembrinas, faltaban dos días para la noche buena, todo este tiempo lo vivimos intensamente, salíamos casi todas las tardes a sentarnos en el parque, al teatro, al zoológico con Ana María… recuerdo que le compramos a nuestra pequeña un cachorrito como regalo navideño, estaba muy emocionada, pero lo mejor de todo fue que al preguntarle por el nombre que le pondría al perrito, me contestó con pícara sonrisa: -
Profesor, el perrito se llamará Profesor.
El día acordado para nuestra cena llegó al Lombardía el mayordomo de la familia Espinoza, subió a nuestro departamento y nos hizo saber que nos esperaba en el auto. Bajamos en pocos minutos, me senté en el asiento de enfrente mientras que Isabel y Ana María abordaron los lugares traseros. El viaje fue muy placentero, el mayordomo se mostró muy respetuoso con nosotros. Las verdes colinas que bordean la ciudad ocultaban los últimos rayos solares que se dejaban colar por detrás de las montañas permitiendo que el cielo tomara un matiz rojizo que contrastaba con el azul celeste en el que aparecían relampagueantes unas cuantas estrellas de la tarde. Paisaje majestuoso como pocos pude
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ver en mi vida. Nos adentramos en una conversación sobre jardines y árboles medicinales que contribuyó a hacer un poco más breve nuestro pequeño viaje. Llegamos a vista linda a eso de las siete de la noche, en la puerta nos esperaba el profesor y su esposa Virginia. No pude saludarla sin que se apartara por un instante de mi cabeza las imágenes de nuestro último encuentro. Isabel estaba sorprendida al mirar el jardín tan esmeradamente cuidado, le hizo algunas preguntas al mayordomo sobre las flores y de como las cuidaban a lo que el hombre contestó brevemente con un: es un trabajo que lleva mucha dedicación. El hombre había cambiado súbitamente su manera de hablar, se veía mas retraído o quizás mas tímido y sombrío, claro está, creo que Isabel ignoraba que este tipo de comentarios se les debía hacer a los señores de la casa. Es una costumbre de San Ernesto, cuando se reciben visitas en una casa, los empleados no pueden hablar si no los autorizan sus patrones. Cuando entramos al recibidor, una señora corta de estatura y como de unos cincuenta años se acercó a nosotros y recogió los abrigos, sin duda era el ama de llaves a la que solamente pude ver en una ocasión, pues ese día saldría de permiso para resolver algunos problemas o eso fue lo que me dijo el profesor antes de sentarnos en la mesa. Previo a comenzar la cena dimos un breve paseo por el jardín. La vivienda era una pequeña pero cómoda mansión, todos los pisos eran de cedro, las paredes altas con una exquisita decoración moderna, amplia con espacio para albergar por lo menos a diez personas cómodamente, en la sala principal había una opulenta colección de distintos modelos de autos en miniatura, el comedor era bellísimo con una gran mesa bufete cuidadosamente ordenada a la espera de los comensales que a juzgar por la cantidad de la comida debían ser por lo menos veinte o mas. Le pregunté al profesor por los demás invitados y me dijo que solo nosotros
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degustaríamos aquellos manjares. Quedé boquiabierto, el ser humano piensa de la misma forma en la que vive, para nosotros aquel era un banquete colosal, para la familia Espinoza a lo sumo un humilde recibimiento, en la casa no se observaban señales de navidad, ningún árbol ni luces, aquello llamó la atención de Isabel. Tras la invitación de la señora Virginia los cinco nos sentamos a la mesa, quedando yo en la desventurada posición lateral a la señora. La esposa de profesor actuaba con una naturalidad escalofriante, para ella debía ser común enredarse con los amigos del esposo. Mientras cenábamos, Isabel y Virginia comenzaron a hablar acerca de la decoración de la casa y de otros temas superficiales, el profesor escuchaba atentamente y yo sostenía a Ana María en mis piernas mientras le ensañaba a utilizar los cubiertos. Preferí aparentar interés en la conversación de las señoras, luego el profesor comenzó a hacer una reseña histórica de las fiestas navideñas que los demás escuchábamos con atención, mientras eso ocurría Isabel tomó a la niña y la sentó en la silla que estaba a su lado, esa fue la señal para que la víbora que estaba a mi otro lado comenzara a hacer de las suyas. Sentí un pie tibio que jugaba con los míos, sin duda era la esposa del profesor, la miré de reojo y fruncí el entrecejo para hacerle entender que no aprobaba su comportamiento. Todos seguíamos con atención al profesor o por lo menos yo fingía hacerlo, mi pecho palpitaba fuertemente, pues los continuos roces de pies y pellizcos en los muslos me hacían sentir incómodo. Tomé la mano de Isabel, quien estaba embobada por el relato del profesor. Virginia continuaba flirteando con sus labios, haciendo muecas y guiñándome el ojo; si no salía de allí rápidamente aquella mujer era capaz de cometer alguna locura. Al terminar dimos un breve paseo por el resto de la casa, el profesor nos invitó a permanecer hasta el siguiente día como sus huéspedes, pero estaba seguro de que si
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aceptaba todo estaría condenado a concluir en un gran lío. Decidimos rechazar su hospitalidad y luego de fumar dos aromáticos tabacos, partimos a nuestro apartamento bajo la luz de la luna. Isabel quedó muy impresionada de la fortaleza que dejaba ver el profesor y su esposa ante la perdida tan irreparable que habían vivido. Trascurrieron dos días, de los cuales no hay nada relevante a señalar en esta historia. El día 25 y 26 estaba yo disfrutando de la compañía de Ana María e Isabel. Exactamente el 27 de diciembre a las siete de la noche el profesor Modesto Espinoza apareció en nuestra humilde residencia y con un tono sombrío dijo: -
Necesito hablarte de una situación muy delicada.
El profesor estaba parado en el umbral de la puerta con los hombros caídos y las manos huesudas como péndulo de reloj. Su cara de veía cansada y sucia, diríase que estaba en presencia de un espectro del ilustre burgués. Por un momento no pude comprender sus verdaderas intenciones, al ver que casi de desploma como un roble de su estatismo, le ofrecí una silla: -
No, Joaquín necesito que hablemos a solas.
Viré el rostro para mirar a Isabel quien con un gesto de labios me hizo saber que debía acompañar al profesor, descendimos lentamente las escaleras, él iba arrastrando los pies, se movía delante de mí como una nube negra que anunciaba el preludio de una incontenible tormenta. De pronto, le vi tropezar y caer bruscamente escaleras abajo, allí estaba de bruces en el suelo. Me apresuré a su rescate y cuando logré girarlo pude ver su frente hinchada por el impacto del golpe que había recibido. Él, con un poco de ayuda pudo incorporarse
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nuevamente. Le ofrecí llevarlo al doctor para que le examinara, pero de una manera burlesca me contestó: -
Los golpes del cuerpo no duelen ni matan, pero un espíritu destrozado no puede mover una estructura de carne.
Sus palabras me petrificaron, me atreví a darle una palmadita en la espalda, y en mi quietud sorprendida seguía al profesor hasta que llegamos a su auto. Me pidió que condujera hasta el “sunset” para que tomáramos un brandicito para el dolor. No pude conjugar esa idea con la frase anterior, sin embargo, al llegar pude darme cuenta del verdadero motivo de su actitud. En el camino no nos dijimos ni una palabra, cuando entramos al bar un gigantón que estaba en la puerta nos hecho una mirada de reojo, quizá recordando el antiguo comportamiento de mi amigo cuando tuve la oportunidad de conocerlo. Una vez dentro, el profesor se derrumbo sobre una silla, llamamos al mesero para que nos trajera unas botellas y allí con el rostro pletórico de emoción, me contó lo que sigue: -
Cuando conocí a Virginia yo tenía treinta y un años. Procedo de una de las familias mas emblemáticas de San Ernesto, mis ascendientes han vivido por generaciones en esta cuidad; ahora solo quedo yo. Mis padres cuando terminé la licenciatura y podía mantenerme de manera independiente se marcharon del país, pues pensaban recorrer parte del mundo. Lo último que supe de ellos fue que murieron en un naufragio bajo las aguas del mediterráneo. Por aquella época tenía tu misma edad, sin embargo gracias a unas propiedades que había heredado de mis padres y a muchos amigos que nunca me han olvidado me convertí en uno de los solteros más codiciados de San Ernesto. Por algún tiempo me dediqué a una vida mundana entre tragos y mujeres que hicieron cambiar mi mundovisión acerca de las féminas, en mi
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mente se había sustituido la imagen del ama de casa laboriosa que me había inculcado mi familia por la de la mujer liberal y fogosa en la cama que me hiciera pasar años repleto de pasión. Fue entonces cuando en una fiesta conocí a la hija del ilustre Doctor Rogelio Machado. Tan solo contaba con dieciséis años, pero en ella descansaba la pasión de una loba feroz. Era como un capullo de flor en plena efervescencia ¡a punto de explotar! Y muy a pesar de que era casi una niña, puedo jurar que nunca me había revolcado con una mujer más ardiente en la cama, una verdadera máquina del sexo. Muy pronto quedé prendido a ella como un naufrago aferrado a una balsa. Ese mismo año contrajimos matrimonio y en menos tiempo de lo que imaginaba ya estábamos esperando a nuestro primer hijo. Virginia como toda joven de alta sociedad arrastraba vicios asquerosos a escondida de sus padres. El peor de todos ellos era su adicción a la heroína. Tengo que confesarte que a principio de nuestro matrimonio yo no consideraba ese aspecto muy importante, mas bien lo veía como algo pasajero, una nimiedad que desaparecería conforme lo hiciera su juventud, lentamente, lejos de mermar iba haciéndose mas intenso, se unía a mi como una fiera sexual y yo me envicié de ella y de su manera de hacer el amor cuando estaba drogada, así estuvimos hasta que todo se hizo insoportable, Virginia desaparecía de la casa sin dar explicaciones y hubo momentos en los que incluso peligró la vida de Robertito, tuve que contratar una niñera para que nos ayudara en las labores paternales, pues mi joven esposa veía a nuestro hijo como un muñeco de trapo que solo servía para jugar. Se me hizo necesario internarla por seis meses en una clínica en las afueras de la cuidad, y cuando llegó de allí estaba totalmente recuperada. Fue
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en ese momento cuando pasamos nuestros ratos más felices como una verdadera familia. Al poco tiempo no tardaría en llegar un nuevo miembro, esta vez, nuestra Cecilia. Al parecer todo había desaparecido y con ello se extinguió su voracidad erótica, todo se fue haciendo más frío y Virginia comenzó a actuar como una dama de alta sociedad. Creo que yo mismo la empujé a ello, empezamos a vivir de las apariencias y del boato, abandonamos a nuestros hijos y lejos de darle cariño y comprensión los comenzamos a tratar como cachorritos a los que se podía contentar fácilmente con regalos y viajes. Cuando alguno de ellos intentaba expresar alguna idea yo mismo me encargué de hacerle callar e imponerle mi voluntad. Mientras el profesor me confesaba todos sus errores como jefe de familia, agradecí a la providencia el hecho de ser pobre, nosotros a pesar de nuestra incultura, poseemos una ética diferente y otra forma de ver la vida. Poco a poco se me fue desmoronando la figura del hombre ejemplo al que consideraba mi amigo. Lo escuchaba con atención, intentando ocultar mis gestos de desaprobación ante semejante relato. Entre vaivenes de prostitutas y fondos de copas vacías el profesor continuó con la narración. Tomó un poco de aire y con la mirada lejana prosiguió: -
Ahora heme aquí, prácticamente desmoronado, pagando caro por mis errores pasados. Esto que esta ocurriendo, pienso que de alguna manera ha sido Dios quien en su excelsa sabiduría, me está mostrando que los errores se deben pagar en esta tierra, pero de que manera, a precio de sangre inocente, la sangre de mis dos hijos queridos que nada han tenido que ver en esta fatídica historia. De verdad Joaquín, que realmente te envidio, te envidio con oscuros pensamientos y por ello debo pedirte perdón.
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No hay nada que perdonar, para mí, usted sigue siendo un gran hombre.
-
Sin embargo Joaquín, el verdadero motivo de toda esta introducción es confesarte el abominable hecho que he presenciado hoy.
El profesor se aflojó el nudo de la corbata y con voz entrecortada me dijo: - Después de que naciera Cecilia, en un par de ocasiones, encontré entre las cosas de Virginia una jeringuilla usada para sus fines tóxicos, al interrogarla sobre mi hallazgo, con un repentino golpe de violencia me hizo saber que yo no tenía ningún derecho a hurgar entre sus pertenencias y ese fue el verdadero motivo por el cual, mi esposa, se mudó de habitación. Sin embargo, yo insistí, frenéticamente en la búsqueda de la heroína, pero claro está, que no puede encontrar nada más en aquella ocasión. En estos últimos meses, a raíz de todo lo ocurrido, la he podido oír por las noches gimiendo de dolor y desconsuelo, noche tras noche he sentido como sus lagrimas se van apagando hasta bien entrada la madrugada, y por su actitud diaria me he podido enterar que ha vuelto a consumir heroína. Ahora todo me da igual, ya no hay hijos a los que se pueda dar “ejemplos” y ciertamente, me interesa poco lo que ella haga o deje de hacer con su vida. Los años pasan y uno se va cansando, no se si lo pudiste notar, pero en la cena de noche buena y en el velorio de nuestra hija ella andaba muy, pero muy drogada. No nos engañemos, ninguna madre soportaría tantas pérdidas con semejante ecuanimidad. Ella ha vuelto a sus andanzas, de eso ya no me queda ni la más remota duda. (El profesor dio un suspiro y continuó pausadamente) Hoy me levanté muy temprano, el sol ni siquiera hacia el intento por salir, en la mañana di un paseo por el jardín y luego de ir a la cocina con intenciones de prepararme un sándwich, salí nuevamente al patio para fumar unos cigarrillos negros que me mandaron de Europa,
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fue en ese momento Joaquín, cuando oí un grito ensordecedor, algo tenebroso, como un quejido que salía del interior de la casa. Entré sigilosamente por la puerta trasera y de paso por la cocina tuve la precaución de armarme con el cuchillo más grande que encontré a mi paso, ascendí lentamente por la escalera, en el fondo pude escuchar como si una voz cuchicheada se ocultaba detrás de unos quejidos que iban aumentado y a veces disminuyendo en intensidad, caminando a hurtadillas me fui aproximando a mi habitación, el sudor me mojaba los párpados, cuando estuve cercano a ella, viré de pronto y ¡zuaz! No había nada. La puerta de la recamara de Robertito se mantenía cerrada así que poco a poco me acerqué más a la de Virginia con la terrible angustia de encontrar una desgracia y a la espera del momento final para cazar al maldito asesino, entré de pronto y lo único que pude observar era mi propio reflejo en el espejo de la habitación. Sobre su cama desecha, estaban los odiosos instrumentos de su drogadicción. Hubo un silencio macabro por toda la casa y por un instante, mi propia imagen en el espejo de la habitación me causó una espantosa sensación. Allí estaba yo, parado y tieso con el largo puñal en mi mano derecha, como si yo mismo fuera el terrible fantasma que me atormentaba por las noches. Tomé un fuerte respiro y resueltamente me decidí a entrar a la habitación de Robertito. Salí a grandes zancadas del cuarto de Virginia y frente a la puerta cerrada de mi hijo muerto giré rápidamente el picaporte… allí, sobre la cama de mi hijo, estaba sentada sobre el cuerpo robusto de mi mayordomo, en gesto lascivo, mi triste esposa en su pecado sexual. Quedé petrificado, el cuchillo se resbaló de mis manos sudorosas. Ella saltó de pronto y se incorporó en una esquina de la habitación, comenzó a reír maniáticamente, burlándose de mi cara estupefacta, como si todo se tratara de una simple travesura. El
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mayordomo se levantó del lecho y en su desnudez hipócrita, pasó corriendo a mi lado mientras murmuraba alguna disculpa. Miré fijamente a mi Virginia, quien continuaba loca en su delirio. Cogí el bate de baseball de mi hijo y salí coléricamente, en busca del mayordomo; escaleras abajo pude alcanzarlo con un porrazo en la espalda, pero aquel hombrón ni siquiera se quejó, continuó corriendo por el jardín hasta que desapareció de mi vista. En jadeante respiración volví hacia la recamara de el pecado, pero encontré a mi esposa dormida, tendida sobre el lecho. La levanté en mis brazos y simplemente, la llevé hasta su propia cama. Desde ese momento hasta ahora he vomitado como diez veces, no puedo entender como ese hombre al que le di toda mi confianza, se aprovechase vilmente del estado de Virginia y me pagara con esta humillante traición ¡Cuán inocente he sido todo este tiempo! Cuando salí de la casa, lo único que pensaba era en la manera de huir de esta ciudad. No quería volver a ver otro amanecer en las colinas de Vista Linda, pero de pronto me acordé de ti Joaquín, el amigo leal que me ha dado Dios. Amigo te llamo, aunque seamos animales. Sí, ese es el término que definitivamente debemos utilizar, sustituir el vocablo “Hombre” por el de animal porque “Animal” es el término unívoco que conviene a todos los vivientes dotados de sensibilidad. Decidí contarte todo lo que me pasó, estaba seguro de que así sacaría fuerzas para afrontar cada día mi miserable existencia. El profesor se fue quedando callado como si estuviese muriendo, aunque quizás solo por dentro que es la peor de las muertes. Yo, lamentablemente, era cómplice silencioso de esta traición, a pesar de todo, esta era la más horrenda historia que en mi vida pude escuchar de labios del profesor, creía saberlo casi todo de esta familia, no podía imaginarme más desgracias en la vida de este hombre. Las palabras se hacen insuficientes para describir tal
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impresión. En mi mente se dibujaba la cara de Virginia riendo a carcajadas, delatando mi inocente complicidad, pero ¿De qué manera podía contarle al profesor lo que vi en la funeraria, sin el riesgo de perder su amistad y su protección? Tengo un recuerdo vago en la memoria, acerca de lo que pude decir en aquella ocasión, creo que hablé por un rato sobre
infidelidades y desventuras de otras personas
-extrañamente, así casi siempre mejoran los síntomas de despecho- dije algo sobre la importancia de mantenerse en pie y de la necesidad de comprender a su esposa en estos ásperos momentos. Cerré con una frase de mi pueblo
“usted debe hacer de tripas
corazón y seguir pa´lante”. Amaneció de pronto y por esa vez las luces del alba nos tocaron el rostro a la salida del Sunset. Un mozo se nos acercó corriendo con una trompeta en la mano lo vi de reojo mientras el profesor intentaba abrir el auto… ¡claaaannnnn!, sonó de pronto el cornetazo, el profesor recuperándose del estruendo solo alcanzó a mirarlo con ojos endemoniados, “caíste por inocente” gritó el muchacho mientras se alejaba corriendo. “Vago de mierda, hijo de la Gran Puta” sendas palabrotas se escaparon abruptamente de la boca del profesor mientras yo lo sujetaba del brazo: -Vamos a casa profesor. - Así es amigo mío, así de linda es la vida. El profesor estaba resuelto a volver a su hogar con Virginia, quería ayudarla otra vez, rescatar lo perdido. Toda una noche de catarsis psicológica le había ayudado en algo. Jajaja, recuerdo que hasta le aconsejé adoptar un bebe. Me miró muy serio y dijo: Calma Joaquín no hablemos de bebes un 28 de diciembre, no ves que los cristianos celebramos –haciendo chistes estúpidos- la fecha simbólica en la que Herodes mandó a matar a decenas de niños
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en busca del “Mesías”, un día como hoy ó bueno, te repito, simbólicamente como hoy. Estoy convencido de que Jesús no pudo haber nacido un 25 de diciembre… “el profesor ha recuperado parte de su habitual estado de ánimo” pensé. Después de algunas vueltas por la ciudad y de un desayuno callejero, Modesto Espinoza me llevó hasta el edificio Lombardía. Había sido una noche larga. Isabel me esperaba junto a la ventana. Desde nuestro piso vimos salir el auto del profesor, parecía más repuesto, porque a veces las palabras curan más que el vino, en este caso el whiskey. Conversé con Isabel por largo rato, estaba con la cara “amarrada” por mi aventura fraternal, a fin de cuentas, sus facciones fueron haciéndose más suaves hasta que a última instancia pareció olvidarse de la temática de su enojo. Ella quedó realizando las labores domésticas, y yo con los ojos pegados y el aliento etílico, me dispuse a caer tendido como un saco de plomo. Recuerdo que soñé con un león sin dientes, que me perseguía por toda la casa para asesinarme. Era una visión fantasmal, el animal iba destruyendo con las patas todo cuanto se interponía en su camino, partió de un manotazo la mesa de cedro detrás de la que me encontraba y justo en el momento en que me iba a devorar Isabel abría la puerta de la habitación atormentada por tanto ruido, el animal se quedaba un rato observándola, sacaba su sucia lengua como saboreándose, mas de un salto caía sobre ella y la absorbía como aun copo de nieve. Yo me quedaba parado observando a la bestia, de pronto su cabeza se dividía en dos y comenzaba a gemir como herida de muerte. Me levanté sudoroso de aquella pesadilla, ya era de noche, salí del cuarto esperando encontrar a la fiera y en su lugar estaba Isabel leyéndole un cuento a su hija. -
Pensé que dormirías hasta mañana. Te ibas a quedar sin comer.
Todo estaba bien. En mi casa, era casi perfecto.
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III
29 de diciembre de 1972. Existe un punto, un punto infinito que divide la memoria en dos, como una frontera, marcando como un dardo el antes y el después. Sin duda este es uno de esos días. Ante todo le pido al lector que crea absolutamente y sin ningún espacio para dudas el relato siguiente: Me levanté un poco tarde, mi reloj marcaba las 10:40 de la mañana, ese día nos cancelarían las horas extras y el aguinaldo en la universidad, llevaba casi dos meses trabajando, así que no esperaba mucho, sin embargo ese dinero constituían un gran alivio para mi bolsillo. Luego de un desayuno que más bien tenía característica de almuerzo, partí en busca del codiciado cheque. Al llegar a la universidad, el director de recursos humanos, de quien hable un poco antes me dijo que el profesor había llegado muy temprano y que en caso de que yo llegase por allí, me entregaría el siguiente mensaje:
“Joaquín, ¿Cómo has estado? Yo estoy un poco mejor, he tomado una decisión muy importante. Necesito hablarte para ver que opinas”.
Era un papel vulgar con una letra garabateada de manera presurosa. No le presté mucha importancia. Pregunté al director: -
¿A dónde ha ido el profesor?
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Dice que estará en su casa.
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Esa fue la respuesta maldita que ha sellado parte de mi destino. Bendito idioma español, malditos herederos. Yo, triste maestro rural y fotógrafo aficionado entendí que el profesor estaría en su propia casa y no en la mía como también puede interpretarse la respuesta. A fin de cuentas, tome un taxi y fui directo a la casa del profesor, cancelé el pasaje no sin antes ofrecer una propina al amable conductor. Toqué el timbre de la mansión, pero nadie salió a recibirme, intente unas tres veces pero nada. Fue entonces cuando recordé que en la casa no había nadie de servicio. El ama de llaves estaba de vacaciones y el mayordomo infiel ha estas alturas debería estar muy lejos para nunca regresar, aunque uno nunca sabe lo que es capaz de hacer un hombre enamorado, a pesar de todo ya que el portón estaba sin el llavín puesto, decidí aventurarme. Al entrar sentí un terrible escalofrío, pero continué sin hacer caso a tales sensaciones. Había un silencio enloquecedor, era como si me encontrara en una casa deshabitada. No se oía el cantar de las aves, el ruido de los autos, ni siquiera el viento silvestre que a veces pasaba rozando las copas de los árboles como reclamando atención. Nada, solo el sonido gastado de mis suelas de goma, las escuchaba ensordecedoras. Recuerdo haber llegado incluso en algún momento a relacionarlas con el latir pausado de mi corazón. Era como estar en el ojo de un huracán. Me detuve frente a la puerta principal, en vano intenté de nuevo llamar con unos golpes secos en la madera. Nadie atendió el llamado. Di unos pasos hacia atrás, volteé a ver el segundo piso de la casa, pero no se veían movimientos de personas dentro. Fue entonces cuando decidí bordear la casa para intentar gritar al profesor desde la ventana de su habitación, así lo hice, caminé por la parte derecha del patio y me ubiqué en el fondo del inmueble, alcé la vista a su habitación y con una voz que vino a quebrantar aquel silencio absoluto, grité:
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¡Profesor Modesto!
Lo hice algunas veces, pero todo seguía igual. De pronto, un tenue aliento acarició mi cuello ¡Que terrible sensación! era un soplo álgido, frío como los vientos de invierno. Los cabellos se me pusieron de punta, mi piel se transmutó en la textura de una gallina desplumada. Paradójicamente, intenté no voltear y proseguí con el llamado.
-
¿Hay alguien…?
El viento comenzó a soplar a mi espalda, sentía la hojarasca arremolinarse en torno a mi, los árboles de enfrente danzaban dominados por un silencio infernal. La temperatura comenzó a descender, percibí nuevamente aquella extraña sensación gélida, pero esta vez era diferente, parecía una nube brumosa que cobijaba todo el ambiente. A pesar de todo, giré violentamente y fue cuando la vi. La señora Virginia oscilaba como el péndulo de un reloj azotado por la brisa. Su cuerpo lánguido yacía colgado en el gran árbol detrás de la casa. De su cuello partido salía una gran cuerda que remontaba en serpenteantes estirones las ramas menos altas de aquella Ceiba, la soga hacia dos o tres vueltas alrededor del tronco y terminaba amarrada en la base del palo ¡Que manera más horrenda de suicidarse! Toda la piel se me erizó y al paso acelerado que marcaba el tic tac biológico de mi corazón me acerqué al cadáver con un nudo en la garganta, no me refiero a la soga sino a aquella sensación asfixiante de sentirse atragantado, estaba solo, me encontraba desorientado. El rostro azul de la muerta, sus ojos exorbitados con los finos capilares dilatados, rojos en contraste con su cara… de su boca 83
chorreaba un grueso hilo de saliva. Llevaba puesta la bata blanca de dormir, los cabellos ondulantes bajos los azotes del viento, solo eran comparables con el movimiento segador de una guadaña. Intenté desesperadamente bajarla de aquel árbol, la sostuve por la piernas en un desesperado ardid por retrasar lo inevitable, de manera instintiva me apresuré a soltar el nudo, pero en ese momento me pasó por la cabeza como una reacción fugaz, no se porqué, la idea de un asesinato. Esta idea sacudió mi espíritu, solté la cuerda rápidamente, trastabille un poco en mi vano intento por huir de allí lo más rápido posible, tropecé con la silla que se hallaba bajo los pies del cadáver y fui a dar de boca contra la tierra húmeda, me incorporé como pude y al cabo de cinco minutos me encontraba desesperado corriendo por la calle solitaria que marcaba mi regreso a San Ernesto. Tras haber corrido no menos de dos kilómetros me detuve jadeante junto a una piedra en el camino, desde allí vi pasar un auto que venía en dirección contraria a la ciudad, le hice algunas señas pero todo fue en vano pues el conductor venia a gran velocidad. Que tonto he sido. Exclamé, debí pedir auxilio en el mismo sitio de la tragedia, pero para que, al parecer no había nadie en la casa, el profesor de seguro no había regresado ahí, la soledad de estas casas tan aisladas se presta para este tipo de cosas ¡Pobre mujer! ¿Se habrá suicidado? Está claro que si… Como un dardo envenenado llegó a mi mente la idea del asesino de la familia Espinoza ¿Qué ha ocurrido aquí? Mi cerebro no se atrevía a maquinar… ¿un asesinato? Un hilo de dudas recorrió mi médula espinal ¿Cómo? ¿Quién?, bueno nadie me ha visto, nadie sabe que estoy aquí. ¡Ah! El taxista. Pero ¿Quién sabe de donde rayos es ese hombre? ¿Quién le preguntaría acerca de mi? el director, el quizás… por supuesto recuerdo que me dijo
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“Estará en su casa”, bien podría ser la mía, no sabe que estoy aquí. Lo mejor será guardar silencio, dejar que la policía haga su trabajo. Caminé un rato enajenado por un profundo análisis, me considero hombre de una sola palabra, definitivamente no diría nada absolutamente nada de lo que había visto, si la policía que estaba tan desesperada por conseguir algún culpable hubiese sabido que yo había ido a Vista Linda, claramente, nadie habría dudado de mi culpabilidad, me convertirían en el “asesino del zapato”. Después de una marcha como de diez kilómetros llegué a una pequeña gasolinera a orillas de la carretera, entré pausadamente al baño y enjuagué mi rostro como si quisiera quitarme un mal recuerdo. Al cabo de algunos minutos llegó un auto, me identifiqué como un desventurado hombre al que habían robado su billetera y su reloj. El chofer, un hombre bastante alto y corpulento, se ofreció en calidad de buen ciudadano a llevarme de vuelta a San Ernesto. Eran las tres y cuarenta de la tarde cuando llegué al Lombardía, Isabel charlaba alegremente con el profesor. Él mismo me comentó que llevaba alrededor de tres horas esperándome, me excusé contándoles que había encontrado a unos viejos amigos y que juntos estuvimos recorriendo unas plantaciones de banano al que se estaban dedicando, eso me ayudo a explicar el porqué de mi aspecto sucio y de mi cara tostada, luego me recosté en una silla mientras Isabel me servía un poco de refresco. Recuerdo que por un segundo me quedé absorto pensando en cual sería la reacción del profesor cuando se enterara de la muerte de su esposa. -
Te veo un poco distraído Joaquín. Me dijo el profesor. ¿Recibiste mi mensaje?
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-
Es que estoy un poco cansado, pero si, el director me lo hizo saber, venia rápidamente para acá, sin embargo usted me comprenderá, eran unos viejos amigos que hacía años que no veía…
El profesor sonrió y en un modo un tanto poco sarcástico me dijo: tranquilo Joaquín, ya casi me hablas como si fuera tu padre. Esbocé una pequeña sonrisa y en ese momento Isabel abrió la puesta con la pequeña Ana María. -
¿A donde vas Isabel? Le dije con voz apagada.
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¿Que te ocurre? Hace un momento te dije que iba a dar un paseo con la niña. No es justo que tú salgas y yo no. Me sonrió de manera coqueta y tras un sacudir de sus pomposas caderas se marchó sin darme tiempo a una respuesta.
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¡Mujeres! Dijo el profesor. Estuvimos charlando un poco de su trabajo en el bufete, me comentó que le va muy bien y que la tratan con mucho respeto. Eso me alegra mucho, veo que están progresando muy rápido, el Dr. Quintana es muy buena persona y un gran abogado.
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La mayor parte de ese progreso es gracias a usted profesor.
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¡Bah! Déjate de babosadas. Te quería contar que anoche estuve mucho tiempo conversando con Virginia, estoy decidido a comenzar todo de nuevo, no me quiero rendir, todo esto que me ha pasado me ha hecho mirar con otra óptica la vida. A pesar de mi edad creo que me queda mucho por hacer. No acostumbro a contar mis cosas privadas a cualquiera que se atraviese por delante, pero tú te has ganado mi confianza de una manera sorprendente, te siento como el hermano que nunca tuve y no dejaría por nada del mundo que se manchara nuestra amistad. A diario me
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relaciono con mucha gente, pero casi todo el tiempo me encuentro dentro de la más profunda soledad. Tu, Isabel, la niña, la familia que están formando, han venido a llenar ese vacío que me ha dejado el perder la mía. En cuanto a Virginia, estoy dispuesto a olvidar todo, no tengo a más nadie en este mundo y quiero darme una oportunidad para reconquistar a mi esposa. Esta mañana cuando me desperté, después de tanto tiempo sin dormir junto a ella, sentí como en mi renacía la esperanza de poder nuevamente sembrar el presente para cosechar en el futuro, un futuro vacío quizás, sin mis adorados hijos, pero… ¡Válgame Dios! ¿Qué te ocurre? Te has puesto pálido como un papel.
En ese momento, hice todo el esfuerzo que me fue posible para no contarle todo lo que había presenciado, me agarré firmemente a la silla para no caer y el profesor de un salto se colocó a mi diestra. -
¿Te puedo ayudar? ¿Tienes algún brandy por aquí?
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Descuide profesor, será innecesario, estoy bien lo que ocurre es que tengo una insolación.
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IV Como el lector podrá apreciar, existen en esta historia un sinnúmero de eventos claramente incomprensibles, sencillamente grotescos, semejantes a las más burdas novelas policíacas. Permítanme aclarar, ni esto es ficción, ni las personas que se mencionan aquí viven pululando en la cabeza de ningún escritor. Constituyen recuerdos de la más cruda realidad de la vida, seres humanos que han vivido y han muerto esperando por la justicia divina, ya que la de este mundo parece ser ciega y sorda a conveniencia del mejor postor. El año nuevo llegó tarde, envuelto en un manto carmesí como al estilo de las novelas de Blackwood, sombrío, estuporoso, a menudo la realidad es más espantosa que la propia ficción. Ya Hegel lo había dicho “No hay nada mas profundo que la superficie de las cosas” o algo así, hace mucho tiempo que no puedo leer absolutamente nada, es este sitio en el que me encuentro de vez en vez, mientras duermo, seres que aparecen de las sombras introducen piedras en mi cabeza. Pero no es mi intención fosilizar a nadie con apreciaciones fútiles, la verdad sea dicha a mi abuelo lo mataron un día junto al pozo, quedo tirado con la cara al cielo. Unos viven otros mueren y otros acortan la vida de los que queremos vivir. En ese mes de enero del setenta y tres, ocurrieron tantas cosas, cosas tristes de las cuales si no me fuera necesario hablar, definitivamente, me conjuraría a no contar ¡Modesto Espinoza! Mi querido amigo y profesor, jamás he vuelto a ver que a un ser le ocurran tantas cosas desagradables en un periodo tan corto de tiempo, he sabido de personas a las que alguna guerra o un desolador accidente han acabado con su familia entera, dejándoles solos en el mundo, así por lo menos el dolor es único y se vive intensamente, pero después, como
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todas las cosas poco a poco va desapareciendo y haciéndose tenue como la neblina cuando aparecen los rayos del sol. El profesor no terminó de llorar a su hijo muerto el tres de noviembre, cuando el primero de diciembre su adorada Cecilia aparecía apuñalada, en vano intentó arreglar su matrimonio y el veintinueve de diciembre “Se suicida” su esposa Virginia. Eso fue insufrible para él, quien a su vez cayó presa de la mas profunda decepción, el día treinta y uno de diciembre enterramos a su esposa, decidieron que era mejor no mostrar la cara de la difunta en el funeral, pues su aspecto era aterrador, todo lo contrario a la despampanante Virginia que hacia temblar la tierra y suspirar corazones a su paso. Todo ese tiempo, durante el funeral el profesor se mantuvo callado y lúgubre en una esquina del recinto, de manera estéril los aristócratas de la ciudad intentaban aproximarse a él. Eran repelidos por una mirada furibunda y por cuanta grosería se le venia a los labios. Ni yo mismo intenté acercarme a él, desde que salió de mi casa aquella tarde no había vuelto a dirigir la palabra a nadie. Fue el Comisario Humberto quien me llamó para comunicarme la muerte de Virginia, por supuesto que nuestro jefe de policía no pudo entrar al velorio de la mujer y a los poco días supe que lo habían sustituido de sus funciones, pero esa es otra historia que resumiré mas adelante. En cuanto al profesor una vez culminados los rituales fúnebres, en el cementerio nos despedimos de él no sin antes invitarlo a pasar unos días con nosotros. El se limitó a negar con la cabeza y tras un cruce de brazos dijo: -
Desde ahora es menester que este solo, ya vendrán tiempos mejores, les agradezco su hospitalidad y sus buenos deseos.
Y tras decir esto hizo una pausa larga para luego levantar la mano derecha en un ademán de despedida. -
Nos vemos en la universidad. Montó en su carro y se marchó.
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Las clases en la universidad, como en toda sociedad cristiana están regidas por un control estricto de las fechas que nuestro bien acomodado organismo católico ha dispuesto para su uso. Después del día de reyes todo seria “igual”, comenzaría la actividad docente. El día señalado fui como de costumbre a mi trabajo, esperaba con ansias ver al profesor y saber de él, ya que en los últimos días nadie le había visto ni oído, fui casi que corriendo hasta su oficina, la cual estaba abierta y la señora de la limpieza permanecía adentro haciendo su trabajo. -
Buen día, le dije ¿No esta el profesor por allí?
-
Buenos días señor Joaquín, no ha llegado aun, pero le estoy limpiando su “casita” para que cuando venga este todo reluciente como un espejo.
-
¡Ah! Entonces me sentaré a esperarlo un rato, si no entorpezco su trabajo claro está.
Entré a la oficina y como ya era costumbre en mi me fui a sentar en el sillón de esquina que el profesor tenia destinado para mi, me había familiarizado tanto a él, que al entrar lo busqué con la mirada, para mi sorpresa ya no estaba ¿Será que el profesor está molesto conmigo y por eso ha retirado la silla? En ese momento no lo creía así, a pesar de todo, humildemente me senté en el sillón de cuero y me recline hacia atrás, estuve esperando casi por dos horas pero nada, el profesor no apareció, cuando salí busqué a la aseadora y le pedí que cerrara la oficina. Transcurrieron algunos días y el profesor no aparecía por ninguna parte, todas las mañanas echaba una mirada a su oficina pero se mantenía invariablemente hermética, ahí fue cuando de verdad comencé a extrañar a mi amigo, a fin de cuentas, poco a poco con los días empecé a temer lo peor. Lo primero que hice fue interrogar al decano de la facultad, este me contestó: “en vista de los acontecimientos el profesor ha decidido o mejor dicho le 90
ayudamos a decidir optar por unas merecidas vacaciones” vacilé un poco al aceptar como verídica esta respuesta más aun por que en alguna ocasión el mismo me había dicho que el trabajo le había servido en sobremanera para distraer su atención. Luego de salir del trabajo, la idea fija de que pasaría algo se me hizo incontrolable, caminé sin mirar atrás y sin rumbo fijo por un buen rato, cuando me percaté ya mi frente estaba empapadísima en sudor, lo mas lógico era que cualquier hombre en su situación por lo menos intentara… ¡suicidarse!... suicidarse, exclamé en voz alta, eso sería lo mas injusto que podría pasar. Me deshice de ese estúpido pensamiento y casi en contra de mi voluntad me vi obligado moralmente a ir a su casa en Vista Linda, nuevamente, si nuevamente, solo para saber de su paradero. Tomé un taxi y llegué a casa de los Espinoza, esta vez tuve la precaución de rogarle al conductor que esperara por mi, ya ustedes saben por aquello de no chocar dos veces con la misma piedra, de todos modos debo confesar que me bajé de aquel auto con la manía de encontrar una escena parecida a la del árbol, esta vez lo imaginaba recostado en la silla con zendo disparo en el cráneo y los sesos desparramados por doquier, el arma sería una pistola y yo nuevamente me vería enredado en el asunto, ¡uf! Que tremendo lío, que tremenda imbecilidad estaba pensando. Pero no fue así o por lo menos eso me dijo el ama de llaves que salió a recibirme, me informó que el señor al encontrarse un poco indispuesto, había decidido viajar un poco por el país, bueno parecía estar claro que no había cadáver ni suicidio, esas cosas no se deben ocultar, uno las dice así sin mas, no se refugia uno en aquello de “estuve recorriendo unas plantaciones con unos viejos amigos” no, eso sería tonto. Después de darle las gracias a la humilde trabajadora, tomé el taxi de regreso y descendí en el Lombardia.
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Tenía casi diez días sin ver al profesor y aquello realmente me preocupaba muchísimo, a fin de cuentas, quizás por aquello de la “costumbre bohemia” todas las tardes al salir del trabajo me dedicaba (como buen fotógrafo) a recorrer las calles para tomar algunas Pictures, fue de esa manera como me reencontré con el ex Comisario Humberto, marchamos un rato juntos hasta que por costumbre terminamos acabando en el consabido café “isabelino” para rememorar viejos momentos, nuestras vidas habían dado un vuelco excepcional, una para bien otra para mal, el Comisario se miraba bastante desaliñado y su piel dejaba ver una tez pálida casi enfermiza, ni la sombra de aquel jefe bravo y robusto, se llevaba constantemente la mano a la cabeza como para asegurarse de que estuviera ahí sobre el cuello y sin variantes. Me contó lo que sigue y que además es muy importante para comprender esta historia: Ya te había comentado en alguna ocasión que fui victima, siendo jefe de policía, de constantes amenazas por parte de algunos personajes acaudalados de la ciudad, en especial ese Don Carlos More ¡qué hombre para joder!, por otra parte las autoridades me presionaban constantemente para que encarceláramos a Ricardo, ese joven de las Fernández que todo el tiempo ha estado en el momento equivocado asociado de alguna manera a los asesinatos, ¡pobre muchacho! Yo por supuesto me negué hasta el final, en esta investigación del asesino del puñal o de los zapatos como algunos en la prensa también le llaman hay muchos cabos inconclusos, elementos superfluos que han costado un gran trabajo separar de los hechos trascendentales, ahora bien, ya que me han separado del cargo y de la investigación, considero que puedo compartir contigo algunas cosas que hasta ahora se han mantenido ocultas y que en vista de tu probada prudencia no veo inconveniente en que las sepas.
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Esta vez te has perdido de fotografiar el colgante cadáver de la señora Virginia o mejor debiera decir de la escena del crimen, ¡ah! Ya veo que te sorprendes, bueno prepárate a escuchar lo que viene. Cuando uno como investigador se enfrenta ante un supuesto suicidio se debe partir del hecho de si verdaderamente ha ocurrido un suicidio o si de lo contrario ha ocurrido un homicidio que se intenta ocultar, por tanto uno no debe partir de conclusiones premeditadas y a la ligera, mas se debe analizar cada elemento partiendo desde cero. Cuando llegué a Vista Linda y analicé el cadáver lo primero que me llamó la atención fue el tipo de nudo con el que la soga estaba atada al árbol, he visto muchos ahorcados y ese sin duda era un nudo que no pudo haber realizado una mujer, menos una mujer refinada como era la difunta. Desde ese momento empecé a analizar desde otra óptica, había algo oscuro en ese cadáver colgando de allí, lo peor sin dudas fue cuando me fijé en sus pies, no, en ellos no había nada especial excepto porque estaban descalzos y limpios, paradójicamente, en la arena húmeda se dejaban ver un par de huellas de hombre, la cosa se me fue poniendo más complicada. Se realizó el levantamiento del cadáver o más bien el descenso y yo pude afortunadamente fijar en un molde el modelo de las huellas, lo otro que me llamó la atención fue que la silla que debió de haberse usado para ascender hasta la horca, estaba a una distancia más o menos pronunciada del cadáver, en todo caso el trayecto no era normal a menos que alguien la hubiera movido intencionalmente, yo mismo recogí esa silla y mandé a que tomaran huellas digitales y ¿Qué crees? Cual sería mi sorpresa al comprobar que en dicha silla no había ninguna huella de la señora Virginia pero sí de otra persona, y que pensarías si además te dijera que la señora se drogaba con frecuencia y que encontramos en el cadáver múltiples agujeros en los brazos por donde la ricachona
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complacía sus fines tóxicos, ¡ja! Esto no es todo, además en el reporte de toxicología se nos informó de otra sustancia que al parecer es un potente somnífero en dosis tan elevadas como para dormir a un elefante. Lo que ahí ocurrió fue un homicidio y esto lo saben muy pocas personas, pues esta versión aun no la hemos hecho oficial más que al profesor Espinoza que lo ha tomado, imagínate Joaquín, de una manera “poco controlable” podríamos decir. Ha tomado una actitud sospechosa, sin embargo, hay evidencia de que el profesor estuvo en tu casa casi todo el día, fue él quien nos llamó y a pesar de todo actuó prudentemente, pues nos manifestó que no se acercó ni a diez metros del cadáver por considerar que eso podría interferir con la investigación “ya me imaginaba que estaría muerta” nos dijo sin inmutarse. Imagínate el escándalo que se hubiera armado si encerrábamos al joven Ricardo, porque una cosa para mi si es segura, aunque con métodos diferentes el autor de los homicidios contra la familia Espinoza tiene que ser el mismo o por lo menos las huellas de la silla y las de los zapatos coinciden con las que encontramos en la escena de Roberto Espinoza. La señora Virginia fue narcotizada, ahorcada y la farsa del suicidio fue utilizada para enmascarar un vil asesinato, todo, todo no es mas que un juego sucio que no se sabe quien ha emprendido contra esta pobre familia. A esta hora el nuevo Comisario, un hombre muy capaz de por si, está tratando de ubicar en cielo y tierra al antiguo mayordomo, el cual como con una semana de anticipación ha desaparecido según el testimonio ofrecido por el profesor, lo peor es que ese hombre ni siquiera es de este país. Él es para mi uno de los principales sospechosos. Está de más describir cual fue mi expresión cuando el ex Comisario hubo acabado su relato, tragué en seco y con un acento sofocado le pregunté:
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El profesor ha estado viajando por el país ¿no cree usted que esté tratando de tomar justicia por su propia mano?
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Si lo intentó no lo sabemos, lo que yo sí se es que esta mañana llegó borracho a la estación llamándonos a todos incapaces, que éramos indignos de esta ciudad y del título de ciudadanos y mil cosas por el estilo, nos dijo que el mismo intentaría resolver esto con la ayuda de Dios y del Diablo.
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¿Entonces el profesor esta ya en San Ernesto? Dije en tono ansioso.
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Así es, está y muy presente ¡Qué manera de hacerse sentir!
Esa fue la ultima vez que vi y hablé con el Comisario Humberto, luego de esa conversación ese mismo diecinueve de Enero, aparecería muerto en una de las esquinas de San Ernesto, muy cerca por cierto de la calle de los Sagrados Lamentos, dicen que un auto negro pasó lentamente a su lado, fue suficiente bajar la ventanilla para masacrarlo a tiros. Muchos sabían y todos callamos, fue Don Carlos More quien lo mandó a matar, de esa manera tratan los burgueses a sus vasallos, ahí culminó, en medio de la calle la carrera brillante del último policía “honesto” que guardaba esta ciudad. Era demasiada coincidencia el hecho de bajarlo de cargo para que su muerte no pasara por importante, era solo un policía más. En algo sucio anduvo metido el inspector, algo por lo que tuvo que pagar y que no le permitió llegar al final de este asunto. La policía se mantenía sin nuevas pistas y sin ningún sospechoso lo suficientemente sólido como para inculparlo y de esa forma cerrar definitivamente este trágico capítulo en la historia de San Ernesto. El mayordomo apareció por fin en un país vecino, pero trabajando al servicio de una de las familias más ricas de allá, quienes aseguraron que su nuevo trabajador jamás había salido de su residencia, que se encontraba inamovible desde el 95
mismo momento en que había llegado, claro está que eso bastó para sacar al mayordomo de toda sospecha. La policía comenzó a buscar conexiones entre las familias sanernestinas y personas allegadas a la familia Espinoza, entonces hasta yo fui llamado a declarar, pero no se me pudo acusar de alguna conducta sospechosa y eso que en aquel momento era difícil que no te tuvieran por uno. Ante este hecho, la respuesta del profesor no se hizo esperar, fue nuevamente a la estación a armar un gran alboroto, por lo que según él constituía una falta de respeto y de sentido común, después de todo, fue allí, saliendo de la comisaría y en semejantes condiciones donde lo volví a ver, estaba flaco y pálido como la luna, sus carnes eran secas y los ojos de tan enterrados que estaban parecían estar tatuados en las profundas orbitas, el abrazo que nos dimos fue efusivo por demás, recuerdo haber visto una lágrima correr por su mejilla. Caminamos rumbo al parque, nos sentamos a descasar para continuar hablando, él manifestaba una rigidez extraña, no podía mantener más de dos minutos la misma posición, era como si algún temor obsesivo a ratos le poseyera, repetía constantemente que temía por nuestras vidas y que lo mejor era que nos alejáramos un tiempo, insistía en aquella idea casi que de una manera enfermiza, yo terminé por seguirle la corriente y fue cuando aparentemente pudo tranquilizarse. Me preguntó por Isabel y Anita, mis respuestas largas y pausadas poco a poco terminaron por dejarlo al fin en una posición fija, se quedó mirando lejos y pude sentir que sin duda aquel hombre nunca más sería el mismo. Todo esto ocurrió en la tarde del veintidós de enero, nos despedimos alegremente y me dijo que muy pronto tendría noticias suyas. Yo continué con mi vida casi normal, digamos que tan normal como siempre fue, desde que nací hace algún tiempo ya en los Robles, mi vida fue poco ambiciosa, desde muy pequeño
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me vi envuelto en la convulsa vida que cualquier latinoamericano vivió en la década de los cincuenta y sesenta, la lucha armada de los blancos contra los rojos. Mis padres murieron de paludismo siendo yo todavía muy niño como para recordarlos, pero da igual, en los Robles ¿quién no tenía por sangre un caldo podrido de larvas y huevos de diferentes bichos y alimañas? Lo peor es que, lamentablemente, todavía sigue siendo así, si los campesinos no se mueren de hambre, entonces lo harán de tuberculosis, Chagas, fiebre amarilla o simplemente a manos de cualquier terrateniente al que se le antoje cobrar una deuda o algún pedazo de tierra. En este convulso medio, mi abuelo quien supo criarme, pudo llegar a la edad de sesenta y dos años, cifra record en nuestro caserío, cuando yo tenía doce años me envió a estudiar aquí a la ciudad de San Ernesto, era un niño lleno de sueños, mi tata como yo le decía, hacía hasta lo imposible por conseguir dinero para pagarme el internado, eran tiempos más difíciles, es fin, de esa manera haciendo de tripas corazón pude terminar mi bachillerato a los dieciocho años, edad perfecta para comenzar a ser hombre de responsabilidades, pero llegaron los años sesenta y con ellos la terrible guerra civil, un día aparecieron en nuestro colegio un sinnúmero de hombres con tanques, rifles y sus uniformes, nos encerraron a todos en un gran auditorio y después de un encendido discurso en el que nos llamaban a “servir a nuestro país”, a luchar contra la amenaza roja que se extendía por todas partes, nos invitaron a integrar el glorioso ejercito; casi todos nos negamos a la primera oferta, pero, después la segunda vino acompañada de unos cuantos culatazos y luego de varias “persuasiones” solo cuatro nos mantuvimos firmes en nuestro propósito, apretamos firmemente nuestras manos hasta que al final intercedió un profesor y nos dejaron tranquilos, no hacíamos mucha falta, ya mas de trescientos estudiantes se habían montado en los camiones, se marcharon los patriotas levantando un densa nube de polvo que terminó por oscurecer la luz de la que tanto alardeaba nuestra institución. No 97
pudimos permanecer por más tiempo en aquel sitio y al día siguiente cada quien salía con rumbo a su pequeña aldea. Aquello era desastroso, no se podía caminar por alguna calle sin por lo menos toparse con algún muerto. La guerra civil no respeto niños, viejos, mujeres; se llevó lo más sano, fuerte y prometedor de nuestro país. Después de mil vicisitudes pude llegar a los Robles, el cual supuestamente era un sitio de paz, cual sería mi sorpresa al encontrar la puerta de nuestra casa abierta y las pertenencias de mi abuelo revueltas por todas partes, entré a la casa con un grado tal de desesperación que olvidé por completo resguardarme de los peligros que me acechaban. Junto al pozo, encontré la imagen ascética de mi abuelo con la barba blanca anegada en sangre “dispare primero y averigüe después”… Me dediqué por algún tiempo a ensamblar una pequeña escuela rural, me divertía enormemente con la gracia de los niños, pensé que la única manera de acabar con aquello era crear seres humanos pensantes que nunca se permitieran a si mismos obedecer por imposiciones, jóvenes que critiquen, que sueñen y que amen, me propuse aportar un pequeño grano de esfuerzo para el progreso del país y solo cuando hube enseñado a leer y escribir a todos los vecinos del pueblo me marché de nuevo a San Ernesto y ya ustedes conocen el resto de la historia. En estos últimos días de eventos sorpresivos y de tristeza, Isabel, Ana María y yo nos fuimos solidificando más, ya saben, compactándonos como familia, de tal manera que yo no me imaginaba la vida sin estas dos mujeres, la pequeña Ana María con el pelo liso brillante, sus dientecitos menudos y la eterna vocecita de alegría, constituían un verdadero premio al cansancio de cada día, a menudo nos hacía vibrar de alegría con sus ocurrencias pícaras e inteligentes. Jamás amé tanto a una personita. Por otro lado mi amada Isabel con
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el alma noble y el cuerpo esbelto ¡cuántos momentos gratos pasé a su lado! Nunca un corazón humano se sintió mas lleno de gozo que el mío, pocos han experimentado la tierna sensación de paz interna al despertar cada mañana y ver un rostro angelical que te anuncia con una sonrisa el comienzo de un nuevo día ¡cuánta dicha reunida bajo un mismo techo! Permítanme ahora continuar con el relato que a ustedes realmente les interesa y por favor perdónenme estos ratos de estéril melancolía. Comenzaba el día 26 de enero de 1973, según consta en mi libro de notas, aquel día me levanté muy temprano como ya era costumbre, salí a la universidad como a eso de las siete de la mañana, el viaje lo hice sin prisa y sin pausa caminando por las grises calles, esa rutina no resultaba para mi nada agobiante, pues no hay nada mas placentero que un viaje a pie por una ciudad que recién despunta. Llegué a la biblioteca y me dediqué a ubicar unos libros que recientemente habían llegado, la rutina marcaba el compás tic-tac tic-tac, de pronto unos pasos convulsivos bramaron a mi espalda. Una voz familiar que llamaba a mi nombre me hizo vibrar por un momento. Me viré sorprendido en tanto que aparecía a mis ojos la figura del profesor Modesto Espinosa con mirada febril y el rostro henchido de emoción. -
¿Cómo ha estado? Disculpe mi reacción, me ha tomado por sorpresa. Le dije mientras recogía los libros que habían saltado de mis manos.
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No hay tiempo Joaquín, debemos salir de aquí lo más rápido posible, tengo todo bajo control.
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Pero, ¿Qué ha pasado? ¿A que se refiere?
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Te lo explicaré luego, ahora no hay tiempo, ven conmigo, subamos al auto.
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Sus palabras firmes y sus gestos enérgicos terminaron por convencerme, recogí el abrigo y salí corriendo tras el celaje que dejaba el profesor, cruzando pasillos y puestos de seguridad con la agilidad propia de un gato montés llegamos al estacionamiento donde nos aguardaba el vehículo. -
Sube rápido Joaquín, no demos tiempo para que nos vean.
Arrancó el auto y partimos con rumbo incierto, el profesor mantenía la mirada fija en el horizonte, yo le veía disimuladamente de reojo, no quería que pensara que desconfiaba de él por la manera tan escabrosa con la que había irrumpido en mi modesto principio de semana. Su aspecto era desconcertante vestía una camisa gris desbotonada y tan sucia como para avergonzarse, al pantalón ya ni se le adivinaba el color, zapatos chorreados y enlodados al colmo de la higiene, pero eso era lo menos importante, sus carnes estaban resecas como una pasa, cabellos despeinados, barba de varios días, rostro inexpresivo, en fin era como estar e presencia de un perturbado o de un genial artista cuando esta a punto de culminar su obra final, y la idea de la perfección le recorre la mente y se la taladra como un martillo neumático contra el suelo frágil de una casita rural. Al punto llegamos a una pequeña colina en las afueras de la ciudad, era un sitio único donde podíamos divisar con toda amplitud cada uno de los edificios y casas de San Ernesto. El profesor sin mirar el suelo se sentó en la tierra y con voz serena me dijo: -
Está hermoso el lugar, es un nuevo mirador que he descubierto.
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Sí, desde aquí se puede ver casi todo.
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Casi todo, dijo y volviendo a un estado de ansiedad enfermiza continuó. Así estaremos seguros hasta que planifiquemos algo para matarle ¿Porqué tú me ayudarás verdad?
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Ahora si que no entiendo una palabra, le dije mientras me aflojaba el nudo de la corbata.
El profesor rompió a llorar y se mantuvo así gimiendo por algunos minutos, yo no sabía si consolarle o huir de allí. Al poco rato recupero su temple y en una forma que inspiraba sometimiento me dijo: Temo por tu vida, por mi no, pues a que ha de temer un pobre hombre solo, a estas alturas lo único cierto en mi destino es la muerte. En todo este tiempo te has convertido en un hijo para mi, disculpa pero, me siento orgulloso de poder decir eso, de alguna manera has contribuido a llenar una porción del vacío que han dejado mis hijos al marcharse y ahora sembrados en la tierra a la que volvieron, junto con ellos puedo repetir que conociéndote todavía me quedan motivos para vivir pero… (Hubo una larga pausa mientras tragaba grueso) ya lo he comprendido todo Joaquín, todo o casi todo, creo que por fin he hallado el hilo que conduce a la resolución definitiva de este enigma. Te he reiterado muchas veces que ni mi familia ni yo tenemos enemigos jurados, por lo menos eso he pensado todo este tiempo. No te imaginas cuantas horas he pasado devanándome lo sesos en busca de un indicio, un destello, una ínfima porción de algo que por fin me de una pista a seguir para acabar de una vez por todas con esto. Ya lo se, no soy policía ni nada por el estilo, pero entiende que como padre de familia estoy obligado a velar por el bienestar de los míos o siquiera a concebir alguna solución cuando ves como matan a tus seres queridos. Todo, como en la vida ha sido un largo proceso, al principio mi sed de venganza se contuvo,
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confié como un niño en los organismos encargados de aplicar justicia, pero luego esa emoción se fue liberando cuando paso a paso pude ser testigo de la ineptitud de las personas que supuestamente debían protegernos. Ocurrió lo de Cecilia, me desesperé pero me contuve, aun me creía un hombre sin fuerzas, pero lo de Virginia vino a convertirse en la gota que ha derramado el vaso, sí ya lo sabes y además te lo confieso me he entregado por completo a la bebida, he descuidado el trabajo, la casa, en fin todo. Sin embargo, arriesgadamente me decidí a viajar, pues a veces los viajes nos enseñan mas que los libros, nada puede hacer un hombre encerrado en una habitación, la vida se vive viviendo, mis padres hicieron así y pagaron caro por su osadía, no cuesta nada salir de la burbuja de cristal en la que a veces nos embutimos para protegernos de la brutalidad de este mundo. Nietzsche tenía razón, estoy cansado de la hipocresía humana. A veces hacen falta guerras, hambre y epidemias para controlar la reproducción de esta plaga que azota al planeta, los seres humanos… Ya nada tiene sentido para mi. -
Profesor no piense así, se contradice con lo que me dijo de los motivos para vivir, para seguir luchando…
-
No me interrumpas Joaquín, déjame proseguir. Si te dije que tengo un motivo para vivir y actuar me refiero fundamentalmente a ti, como te dije tu vida corre peligro y depende de mi evitar a toda costa tu muerte. Este maldito asesino sombrío se esconde bajo la faz de una persona que esta misma noche estoy dispuesto a averiguar.
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Pero, usted tiene alguna idea, algo… rápido tenemos que avisar a la policía.
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Me tomarían por loco, por eso te busqué, a parte de proteger tu vida eres la única persona en la que puedo confiar. Escúchame con atención. 102
Hizo una pausa, las aves se alejaban de los árboles como el primer día y el cielo poco a poco se fue tornando gris, en ese momento hasta yo le tomaba por un sin remedio. Se levantó del suelo y dando grades zancadas comenzó a caminar en círculos, repentinamente se detuvo frente a mi y me explicó algo que no era tan descabellado. -
Joaquín, he partido de esta idea. El asesino es un hombre que conocía bien a mi familia, sabía que sitios frecuentábamos, nuestras costumbres, la comida, los horarios de estancia en el hogar, nuestros vicios, en fin es alguien que fría y calculadoramente nos estudió para ir acabando uno a uno con todos nosotros. Entonces solo quedo yo en el mejor de los casos y en el peor de los casos la próxima víctima, por considerarte como un hijo, puedes ser tú Joaquín. ¿No te has dado cuenta de eso? (Una sensación opresiva se dejó sentir en todo mi ser y se me condensaba en el pecho haciendo muy difícil la respiración). Te has puesto pálido, entonces entiendes porque estoy así, es increíble que la policía no haya podido llegar a esa conclusión, no sólo es eso, hay más ¿Recuerdas las fechas de cada uno de los asesinatos? Déjame refrescar tu memoria. Roberto, tres de noviembre, Cecilia primero de diciembre y Virginia veintinueve de diciembre de 1972 ¿Entiendes? ¿Todavía no? No te fijas que todo ha ocurrido con un intervalo de 28 días ¿Sabes que día es hoy?
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Veintiséis de enero.
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Entonces, sin duda, hoy morirá uno de los dos.
Un escalofrío indescifrable recorrió completamente mi médula espinal hasta llegar a la última de mis terminaciones nerviosas. Todavía puedo ver las bandadas de pericos silvestres alejándose rumbo al monte. Y casi puedo sentir la brisa golpear nuevamente mi 103
rostro. Estaba convencido de que aquellas palabras del profesor podían encerrar una muy oscura verdad. Empezó a caminar lentamente hacia el maletero del auto, de ahí extrajo dos revólveres plateados y relucientes, guardó uno en su cintura y se fue acercando a mí con el brazo extendido. -
Toma, esta es la mejor vacuna para protegernos de la muerte.
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Pero, ¿Qué vamos a hacer?
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Cuidarnos las espaldas y por el momento esperar a que oscurezca, por la noche iremos a la universidad y ahí daremos caza al criminal.
Día 26 de enero de 1973 ¡Cómo olvidar el día que marcaría el destino de uno de los dos o quizás de los dos al mismo tiempo! Muchas veces he pensado que hubiera sido de mí, cual habría sido mi destino si me hubiera resistido a participar en aquella emboscada. La imagen del asesino ocupaba todo pensamiento, lo visualizaba como un ser oculto entre las tinieblas que llegaría como una flecha venenosa a acabar con nosotros, un fantasma en las sombras con la cara cubierta y un puñal ensangrentado en la mano derecha, tantas novelas de ciencia ficción de seguro estaban terminando de volverme loco ¿Por qué no acudir a la policía hasta que por lo menos pasara ese día? Todavía me repito mil veces esa pregunta, aun no le consigo respuesta. Sigo pidiendo al lector que crea absolutamente todo lo que estoy contando, solo la fe puede obrar milagros. Ahora bien, estuvimos en la colina desde las diez de la mañana hasta aproximadamente las seis de la tarde, ocho horas de terrible espera y agonía, a veces el profesor se quería ir, otras quedarse, a veces simplemente giraba sobre su propio cuerpo balbuceando frases inteligibles, imagínense lo que es pasar todo ese tiempo al lado de un loco. Las horas se me hacían interminables, cada segundo contaba, cada minuto era un siglo, pero verdaderamente 104
un siglo. A cada instante secábamos nuestras frentes, las largas gotas de sudor bajaban y chorreaban nuestros rostros. Me encontraba pletórico de emoción y el profesor en cambio palidecía cada vez más, en ese momento el ruido de un gavilán que pasó muy cerca de nuestras cabezas impresionó de tal manera al profesor que temblorosamente desenfundó su arma e hizo un disparo al cielo, yo a su vez, electrizado por el momento y para ganar en valentía realicé una detonación que acabó por derribar al animal. -
Si conserva su puntería para esta noche entonces estaremos salvados. Me dijo mientras se guardaba temerosamente el arma en la cintura.
Me sonreí entre dientes y alcancé a decir: “en medio de los ojos, de eso puede estar seguro”. El profesor me pidió una bala para compensar el tiro que había hecho “al fin y al cabo lo necesitaré mas que tú” dijo sonriente. Justo a la hora señalada partimos con rumbo a la universidad, el sol se dejaba colar por entre el gris del cielo sus últimos rayos de luz, las aves nocturnas comenzaban a montar su concierto y los grillos silvestres discutían en su eterna cháchara, todo parecía normal. Al llegar todavía rondaban por los pasillos algunos alumnos en sus repasos habituales, dos de ellos, aunque un poco sorprendidos por su aspecto reconocieron enseguida al profesor, él los esquivó con un ademán despectivo. “No se puede confiar en nadie, cualquiera de ellos puede ser el asesino” La universidad de San Ernesto es un viejo y gran edificio que lateralmente colinda con uno de los tantos parques de la ciudad y con una pequeña farmacia, por la parte trasera limita con un pequeño bosque donde decenas de enamorados dan rienda suelta a sus hormonas por la tarde, por el frente está la carretera y el parqueo de la universidad. La oficina del profesor estaba ubicada en la esquina derecha del edificio, por supuesto eso si nos paramos frente a el, para acceder a ella hay que cruzar la puerta principal y después a la derecha se cruza por un largo pasillo hasta
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el final. Si nos encerrábamos ahí el asesino solo tendría dos posibilidades de entrada, una por la propia puerta de ingreso, y la otra es por la ventana que va a dar justo a la calle principal, en efecto decidimos montar nuestra emboscada ahí mismo. Nos detuvimos frente a la puerta, el profesor desesperadamente revisaba sus bolsillos en busca de la llave, se tocaba la camisa pero nada, su búsqueda era infructuosa, al fin dijo: -
Lo he olvidado, se las entregué al ama de llaves para que limpiara la oficina ¿Por que no vas por ellas mientras te espero aquí?
-
No podría dejarlo solo de ninguna manera
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No tengas miedo, no pasará nada, además recuerda que tengo la pistola bien cargada.
Después de un rato de insistencia por fin me convenció de que todo estaría bien, así que sereno pero con precaución me fui alejando por el oscuro pasillo rumbo al cuarto de mantenimiento que quedaba en el ala opuesta del viejo edificio, al cruzar por la entrada principal divisé en la calle a la señora de limpieza que se alejaba de la universidad, corrí velozmente a su encuentro, pero la señora comenzó a huir al trote de un loro viejo, apresure la marcha y casi jadeante le di alcance. Ella, un poco desconcertada me explicó que no me preocupara, no se marcharía de allí, pues con tantos trabajadores desplazados ella misma vivía en el cuarto de limpieza de la universidad, le comuniqué la situación pero ella se extrañó un poco y me dijo: -
Pero si el profesor jamás me ha dado su llave, el sabe que yo tengo copia de cada una de las oficinas.
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Me estremecí al oír tal sentencia ¿Sería que el profesor se había decidido a encontrar la muerte solo? ¿Habría querido evitar a toda costa una muerte innecesaria? Sostuve a la mujer por el brazo y le dije “Rápido tienes que acompañarme” -
Déjeme ir a la farmacia a comprar unos medicamentos…
-
No hay tiempo, es asunto de vida o muerte.
La señora se estremeció y cambió el semblante, yo para sacarla del sopor casi me la llevo arrastrando escaleras arriba. Al llegar a la entrada principal le grité después de soltarla “la espero en oficina del profesor” corrí desesperadamente por el tenebroso pasillo, el recorrido se me hacia interminable, casi al llegar a la puerta desenfundé el arma preparado para lo peor, el profesor no estaba por ninguna parte y para complicar más las cosas la habitación se encontraba abierta, cautelosamente me fui acercando para abrir, con la mano izquierda iba empujando lentamente la puerta, mientras que la mano derecha no paraba de temblar con el arma empuñada, al fin me decidí ¡Zúas! El profesor estaba sentado tranquilo en su escritorio. -
¡Que susto Joaquín pareces haber visto al asesino!
El recuerdo del encuentro en el pasillo en el que tras la muerte de su hija lo encontré casi moribundo y delirante de locura, llegó a mí como una saeta del destino. Suspiré y baje el arma, todo estaba en calma, el profesor había olvidado buscar la llave en la billetera, sitio en el que originalmente la guardaba. -
Temí que ocurriera lo peor, le dije.
-
No te preocupes Joaquín esta noche se resolverá todo.
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-
El ama de llaves se acerca, le indiqué tras escuchar los pasos y echar una rápida mirada al pasillo.
-
Déjala venir, le ofreceré mis disculpas.
La mujer regordeta se asomo a la puerta: -
¿Buenas noches todo bien por aquí? Este joven casi me mata del susto.
-
Ja ja ja, te ofrezco disculpas María, había olvidado que tenia la llave en mi cartera, lo que ocurre es que estamos revisando un trabajo de vital importancia para nosotros. Dijo el profesor mientras se alisaba los cabellos.
-
Déjese de bobadas que en la vida hay que llevar las cosas con tranquilidad. Y a usted ¿que le ha pasado que esta así tan desaliñado? Si quiere más tarde les puedo traer un café como es su costumbre.
-
Por mi esta bien, vengase como a eso de las diez, ¿Le parece? Dijo el profesor tras una cómplice guiñada de ojo.
María se despidió con una sonrisa maliciosa, y al cerrar la puerta me guiño un ojo. Hasta luego joven, fue lo último que le oí. Por fin nos quedamos solos en la oficina, había un silencio perturbador que solo era roto por el sonido de nuestros relojes. -
Sería mejor si apagáramos la luz, susurró el profesor, el interruptor esta allá.
Pero justo antes de acercarme a la esquina pasé la vista de nuevo por el rincón buscando el confortable sillón. -
¿Que ha pasado con la silla? Le pregunté en un tono mas alto.
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La he llevado a la casa, tengo otros planes para ella, pero pierde cuidado cuando apagues la luz siéntate en mi sillón para que vigiles la calle, yo me quedaré frente a la puerta para recibir a cualquiera que intente traspasarla.
Su voz parecía una orden que recibí automáticamente, al apagar la luz la habitación quedó oscura como mirada de gitana, mis pasos retumbaban en la madera rechinante mientras que paulatinamente se iba aclarando mi vista. El profesor se había tirado en el suelo de espaldas al buró de tal manera que quedaba de frente a la puerta, con un señalamiento me hizo ver que me sentara en la silla detrás del escritorio de modo que al girarla quedara de frente a la ventana, así lo hice, al sentarme me percaté de que estábamos de espaldas y que uno protegería al otro a la vez que se protegía a si mismo. No podía ver el reloj así que le pedí al profesor que encendiera su linterna, pero el saco el encendedor un con un chasquido metálico dio fuego a un cigarrillo rubio, las nueve y treinta dijo tras exhalar una bocanada de humo. -
Había pensado que conocía su gusto por el tabaco fuerte, le susurré.
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Desde hace rato fumo esta marca, solo que lo hago en los momentos de más tensión.
Y es cierto que estábamos en un estado de alerta sin igual, por lo menos yo sudaba a chorros, acariciando la pistola mientras con la vista revisaba cada movimiento de las hojas, los árboles, los perros… escaneaba a cada uno de los transeúntes que vagaban por la calle de manera desprevenida. Nueve y treinta, pensé. Aquí cada momento vale por tres, jamás estuve en una situación igual, se había cumplido el día veintiocho, 28 que número tan extraño, en número cardinal en letras Veintiocho, En número cardinal, decimal ó base 10: 28; En número ordinal en letras: Vigesimoctavo; en número ordinal 28vo. ó 28º; En número binario ó base 2: 111000; 109
en número octal ó base 8: treinta y cuatro; en número hexadecimal o base 16: 1C; en código ASCII: Alt + 50 y Alt + 56, en ingles: Twenty-eight, en romano, XXVIII, En francés vingt et huit, Ática ΔΔΠIII, Jónica κη, China 二 十 八 , china tradicional: 貳 拾 捌 , Egipto:
⋂⋂IIIIIIII, los Mayas:
, Armenia: ԻԸ, Alfabeto Cirílico КИ, En los Campos de las
Urnas aparece así: ///\\\\\, en la India , En la función indicatriz del loco Euler: 12 En chiste: menstruación, En san Ernesto: asesinato, En el espejo: Nosotros mismos, En religión: Dios y peor aun en la La función de Möbius es CERO, la muerte perfecta y absoluta. Pero ese número se relacionaba a tantas cosas en nuestras vidas, cada semana tiene siete días, los cuales multiplicado por cuatro dan un total de 28, cuatro miembros de la familia Espinoza Machado, 28 días dura el ciclo menstrual femenino, 28 días constituyen las fases lunares, el próximo mes tenía 28 días Febrero, el mes más corto en el calendario gregoriano, tiene 28 días en años no bisiestos., veintiún años de Roberto, mas diecisiete de Cecilia daban treinta y ocho, la señora Virginia tenia treinta y ocho, dos cifras que terminan en ocho, el profesor Modesto tiene cincuenta y seis años lo cual es el doble de 28, siete los pecados capitales lo cual multiplicado por cuatro da 28, el 28 de diciembre es el día de los inocentes, 28 años vivió Robinson Crusoe en su isla, Veinte y ocho, Vigésimo octavo. Número veintiocho, Año veintiocho. Conjunto de signos o cifras con que
las se representa el número
veintiocho, se trata de un número perfecto; concretamente el segundo, después del seis y antes del cuatrocientos noventa y seis. El 28 es el séptimo número triangular, después del veintiuno y antes del treinta y seis. Hay 28 fichas en el juego del dominó. Esto se debe a que es un número triangular. un, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete, ocho, nueve, diez, once, doce, trece, catorce, quince, dieciséis, diecisiete, dieciocho, diecinueve, veinte, veintiuno,
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veintidós, veintitrés, veinticuatro, veinticinco, veintiséis, veintisiete, veintiocho , ¡Qué maldito número este 28! El tic tac de mi reloj era percibido por mi oído como el repicar de dos insoportables campanas, de pronto entre tantos ruidos mentales el profesor rompió el silencio con un suspiro largo. -
Si pasamos hasta mañana estaremos salvados.
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No ocurrirá nada, todas las entradas están cubiertas.
Yo sabía que eso no era cierto, dentro de aquella oficina se sentía una atmósfera tan pesada que los hombros y el cuello por poco me llegaban al piso. La espera continuó, sentí que pasaron como dos horas, pero inesperadamente se oyeron tres golpes secos en la puerta. El profesor se incorporó como llamado por una fuerza sobrenatural, la sangre se helaba en el interior de mis venas, me levanté trastabillando no sin antes cerciorarme de que no había nadie en la ventana. Los dos nos acercamos sigilosamente a la puerta mientras yo con voz temblorosa pregunté: ¿Quién toca? Hubo un silencio que duró segundos interminables. -
Aquí les traigo el café que me pidió.
Exhalamos casi de alegría, encendió la luz y tras esconder la pistola se acercó a la puerta, yo seguía sin confiar en la situación, así que de todos modos me acerqué a una vara de hierro que estaba junto al librero en espera de cualquier novedad. El profesor abrió la puerta y la atendió con una sonrisa cordial, no apartaba mi mano de la vara, el profesor y María intercambiaron algunas palabras que se escapan a mi memoria, recuerdo como la señora miraba de arriba abajo a mi acompañante, también noté la forma en que me miraba de reojo, imagino que habrá pensado que yo planeaba
darle un uso macabro a esa
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herramienta. La puerta se cerró tras su ancha espalda y después de dejar las dos tasas de café en el piso y sin siquiera tocarlas, el profesor y yo continuamos en lo nuestro. Y pensar que a mi entender había pasado más tiempo, dije para templar el ánimo. El profesor calló y encendió otro cigarrillo, volvimos a nuestra angustiante e invisible espera, cada cual sin hablar retomó su lugar, ya eran las diez de la noche, al transcurrir un lapso de unos quince o veinte minutos se apoderó de mi un sueño terrible, comencé a cabecear y a ver los objetos mas borrosos todavía, los parpados se hacían pesados era como si tuviera cemento en los ojos, aun no me explico como sucedió, pero lo cierto es que lo ultimo que recuerdo haber visto con claridad fueron dos luces tenues que se alejaban carretera abajo, no se cuanto tiempo estuve dormido pero calculo que habrá sido por poco espacio. Desperté de pronto con una idea entre las cejas: ¡Isabel! La vigilia regresó a mi como si me dieran un martillazo, en todo ese tiempo no lo había pensado, también podrían buscarme allá, ellas también corrían peligro, de alguna manera estaban involucradas en esta fatídica historia. Como un trueno mi voz retumbó por toda la habitación… ¡profesor! No hubo respuesta… ¡profesor! Silencio total, di un golpe brusco y algunos libros salieron saltando al suelo. -
No hagas tanto ruido Joaquín te escucho roncar desde hace rato. Dijo con voz chillona.
Por un momento me olvidé del cambió repentino que había sufrido su voz y quise comentar. -
Estaba pensando en Isabel y la peque…
Me interrumpió con un lamento y dijo:
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El destino de tus dos mujeres depende de tu valor, de la fuerza y el empuje que seas capaz de demostrar una vez llegada la hora porque como hombres estamos obligados a formar nuestra familia, pienso que eres un constructor de sueños, no te atormentes por ellas te aseguro que estarán bien. El asesino antes de ir por ti tiene que matarme primero, así se acabaría por completa la familia Espinosa, esta familia venía podrida ya desde el principio, en mi juventud elegí una mujer solo por las apariencias y ella me eligió a mi por mi fortuna, Virginia era una zorra, Cecilia ya llevaba su mismo camino, se quería ir con el amigo de mi hijo ¿Qué te parece? Mi hijo… ese era otro bandido acostumbrado a las cosas fáciles, vicioso y jugador como un puerco, estas impresiones me pesan, ¿a alguien debo contarlas? fue una maldita familia por algo terminaría de esa forma. No me interrumpas, necesito desahogarme. Un hedor a alcohol llenó toda la habitación. -
Profesor, ¿ha estado bebiendo mientras vigila?
-
Claro que si, a poco no lo habías notado ya.
Hasta en ese momento y en esas condiciones yo no había percatado nada, no había sentido ningún olor, ni siquiera el sonido de algo que se me relacionara con una botella, me molesté por esa irresponsabilidad y decidí cuidar mi puesto a espaldas del profesor. Mi interlocutor continuó sus ideas en voz alta. -
¿Qué pasaría si el asesino jamás fuese atrapado? ¿Cómo me sentiría si el culpable nunca fuese juzgado? De ningún modo estaría tranquilo si eso pasara, nada de lo que he hecho tendría sentido. Yo creo en la justicia. ¿Qué ocurriría si el asesino no llegara hoy a esta habitación? La única forma de no tener que llegar aquí es que de lo contrario esté ya entre nosotros, entonces la justicia divina le pasaría la cuenta. Yo soy el asesino. 113
Y sonó un disparo seco en medio del silencio de la noche. Todo ocurrió tan rápido que ni siquiera pude evitar temblar al sonido del infernal cañón, las piernas se me desmayaban solas, no podía mantenerme en pie, casi arrastrándome encendí la luz y fue cuando vi aquel espectáculo macabro. Los sesos del profesor estaban esparcidos por toda la habitación, el rostro era irreconocible, su cara desfigurada provocaba un asco indescriptible, a su lado una botella de ron vacía parecía ser testigo de la dosis de valor que le faltó a aquel hombre para acabar con su propia vida, la pistola se encontraba como a dos metros de su brazo extendido. Me acerqué a él y coloqué mi revolver en el piso, fue entonces cuando sentí los pasos de una veintena de personas que venían corriendo por el pasillo, era la aseadora y el joven Ricardo acompañados de un grupo de vigilantes con las armas desenfundadas, juntos echaron la puerta abajo y me encontraron paralizado, arrodillado aun junto al cadáver del maldito profesor. ¿Que le ha hecho? Gritó la mujer con una voz que retumbo el edificio. “Atrapen a este asesino” grito Ricardo. Yo permanecí callado, pálido y asombrado, les observaba a todos en el rostro y de vez en cuando volteaba a mirar el cadáver del profesor como para cerciorarme no estar en una pesadilla. Los vigilantes me recogieron del suelo con un cañón en la sien, otro me apartó el arma de al lado con un punta pie. ¡Maldito asesino! gritó un hombre fuerte que sostenía un garrote que vi por última vez asestarse contra mi cara. De ahí no supe más de mí hasta que pude abrir los párpados hinchados en la comisaría. Me encerraron en un calabozo oscuro, donde solo podía distinguir un débil rayo de luz que se colaba bajo la puerta, llegó un policía con aires de sabelotodo a intentar interrogarme, lo único que pude decir es que el profesor se había suicidado, el hombre se marchó no sin antes amenazarme con torturar a Isabel para que confesara. Por supuesto que no cedí a su chantaje. El día siguiente no recibí a nadie en la celda, solo el hombre del platito que vino a dejarme una ración de alimento. Yo seguía sin comprender absolutamente 114
nada, al día siguiente en la mañana recibí la visita de un hombre rubio como de unos cincuenta años que se hacía llamar mi abogado y de otro flaco y huesudo que había visto en otra ocasión. Era el sustituto del Comisario Humberto. Me llevaron a una sala iluminada con una lámpara y allá mientras yo permanecía esposado, se sentaron los dos frente a mí. Tuvimos la siguiente charla. Comenzó el nuevo inspector. -
Estás bien jodido muchacho, hundido hasta el cuello, lo único que te pido es que confieses todo, si quieres un trato más o menos acorde a la piedad de un pueblo tan católico como este, tenemos muchas pruebas en tu contra.
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No entiendo a que se refiere, ni de que se me acusa ya le he dicho lo único que se: el profesor se suicidó.
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No hablo de eso muchacho, esa muerte es la menos importante, de ella, gracias al joven Ricardo el novio de la difunta Cecilia ya nos habíamos enterado, solo que no llegamos a tiempo, te hablo de los otros tres.
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¿Qué? ¿Ricardo? ¿a qué se refiere? usted está loco.
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Sabes que tu mujer esta bajo averiguaciones, encontramos en tu casa en un falso muro los zapatos de las víctimas, un puñal escondido en una bolsa y todas las fotografías que has estado tomando mientras seguías a tus víctimas. Todo eso dentro de la pared. De esta no te salva ni el médico chino, lo peor es que la sangre en el cuchillo y los zapatos coinciden con las víctimas, encontramos tus huellas en la silla que utilizó la señora Virginia en el otro supuesto suicidio. Las huellas de tus zapatos coinciden con dos de los cuatro crímenes cometidos. Lo has montado todo como un maestro, creías que nos engañarías a todos, pero yo sabía que tarde o temprano tenías que caer. Lo que nos dio la última pista fue la carta que le entregó 115
en la mañana de su muerte el Profesor Modesto Espinoza a Ricardo Valladares, lo que no entendimos fue la explicita solicitud de que la abriera a las diez de la noche de ese día, hora en la que seguro estaría con el asesino. Yo me quedé boquiabierto, no podía articular palabras, el Comisario continuó: El abogado aquí presente está en funciones para que todo se realice dentro de la ley, de antemano te digo que cualquier defensa es en vano lo más seguro es que te encerremos de por vida, te voy a dejar con el abogado para que des tu declaración oficial y canta pajarito que si lo haces a lo mejor te rebajan unos añitos. El rubio con cara de alimaña, comenzó a hablar en términos técnicos. -
Hijo tu sabes que la ley establece que…
Le interrumpí. ¿Qué significa esto? ¿Acaso es un teatro? Yo no se absolutamente nada por lo menos se menos que usted, el rostro del abogado se ruborizó. -
Una sola pregunta ¿Puedes probar en que sitio estabas en cada uno de los momentos en que se cometieron los asesinatos?
-
¡Claro que si! Le puedo decir los sitios exactos en los que he estado.
-
¿Pero con testigos?
Enmudecí de pronto, solo alcance a decir: No. -
La situación es la siguiente, me darás el testimonio de cada cosa y veré que puedo hacer por ti, pero permíteme decirte que tus huellas coinciden con las del sillón y eso es una prueba irrefutable.
Un rayo de luz llegó a mi mente, de pronto los recuerdos empezaron a surgir, el ama de llaves en la oficina del profesor, el sillón, el sillón no estaba ahí, las palabras del profesor
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“tengo un mejor uso que darle”, el recuerdo de la silla debajo de la muerta colgante, sí era el mismo sillón, este maldito profesor lunático lo había calculado todo milimétricamente, El ofrecimiento insistente a que me mudara con Isabel al Lombardía apartamento número 28, de seguro sus paredes ya estaban sembradas con las evidencias que luego encontraron, el giño de ojos al ama de llaves, su aparente enemistad con el tal Ricardo, el bendito “estará en su casa”, Los zapatos perdidos de las victimas, La bala que le di para reponer la que había usado… de pronto se apagó la luz de la habitación y creo que cuando volvieron a verme me encontraba nuevamente desmayado. Tres días después era sacado de la comisaría todavía esposado y con la misma ropa que me llevaría hasta el tribunal, tuve que atravesar una avalancha de periodistas y fotógrafos que me llamaban asesino, sin duda ese a sido el momento mas desagradable de mi vida, en una esquina montada sobre una cera vi a Isabel por última vez, se despedía con la mano abierta y dos largas lagrimas bajaban de sus mejillas. Semanas después se casó con su jefe, el Dr. Quintana y supe que se mudaron a Europa. Las pruebas estaban listas y eran acusatorias para ir a juicio, ya se imaginaran fui acusado de la muerte de Roberto Espinoza Machado al no poder demostrar donde me encontraba ese día, además encontraron en mi casa el arma homicida con rastros de sangre de la víctima, fui acusado de la muerte de Cecilia Espinoza Machado por iguales razones, fui acusado de la muerte de Virginia Espinoza Machado al no poder demostrar que la silla que se encontraba en la escena del crimen pertenecía a la oficina del profesor y que solo yo la usaba con frecuencia, además un molde de huellas de zapatos encontradas bajo el cadáver coincidían con mis medidas, tampoco pude hacer creíble la historia de la confusión de la que fui víctima ese día cuando recibí el papel del profesor junto con el mensaje “dice que
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estará en su casa”. En el caso de la muerte del profesor no se pudo determinar si el mismo se disparo o si yo lo asesiné, de lo que si estaban seguros es que según mi testimonio habíamos utilizado una bala cada uno cuando le hicimos los disparos al gavilán, pero al revisar las armas en la del profesor solamente faltaba una bala y en la mía faltaban dos, decían que por tanto eso demostraba que si cada quien uso una bala y a mi revolver le faltaban dos era porque el segundo disparo había sido el que asesinó al profesor, por supuesto que no me creyeron que después de eso él me pidió una para rellenar el tiro que había gastado, decían que eso no tenia sentido, quien pediría una bala cuando los dos habíamos hecho el mismo gasto al tirar al animal, además tampoco era creíble que si el profesor había alquilado las armas y su cargamento, también era él quien seguro guardaba más balas como después se demostró. Fui condenado a cadena perpetua sin derecho a revisión del caso, como yo seguía en mi continua negativa, me llevaron ante un psiquiatra que diagnosticó un “trastorno de la personalidad”, en pocas palabras dijo que yo era un psicópata, en fin terminaron por recluirme en un hospital para enfermos mentales ja ja ja, ¡que ironía! Ya ni siquiera me llamo Joaquín Ventura si no “el de la habitación 28”. Creo que ya dije que Isabel se casó con su jefe y que se mudaron a Francia, en fin ella murió hace diez años ya, la última carta de Ana María me llegó hace cinco años, es una doctora famosa y ya está formando su familia. En este mundo de locos en el que me encuentro, nadie me hace caso, creen que estoy demente, se ven tantas cosas extrañas por aquí, la semana pasada cumplí años y ni siquiera una enfermera lo recordó, ya no puedo escribir, me duele la mano. ¡Maldito profesor! Me pregunto ¿por qué no me creyeron esta historia cuando la conté ante el tribunal? Habiendo tantas pruebas que no quisieron tomar en cuenta y que hablaban de mi inocencia, no dejo de pensar que los sistemas intergalácticos tendrán algo en mi contra, es la única justificación que me cabe en la cabeza y que además 118
explicaría toda la necedad de disfrazar un cohete espacial con la forma y funcionamiento de un hospital psiquiátrico. Minutos antes de suicidarme me pregunto por primera vez ¿Será que soy un mentiroso o es que realmente el único asesino aquí soy yo? Juzguen ustedes, pero no me juzguen. Affirmatio non neganti, incumbit probatio* Joaquín Ventura *Al que afirma y no al que niega; incumbe la prueba.
A manera de epílogo Joaquín Ventura fue mi paciente durante casi veinticinco años, durante los cuales presentó ratos de lucidez y mejoría y momentos o quizás años de empeoramiento progresivo y regresivo de su personalidad, era atendido en nuestro centro con el diagnostico de Trastorno antisocial de la personalidad, esta es una afección psicopática en la cual una persona tiene un patrón prolongado de manipulación, explotación o violación de los derechos de otros. A menudo este comportamiento es delictivo. Y generalmente se caracteriza por que son encantadores superficiales y con buena inteligencia, casi nunca tienen delirios y otros signos de pensamiento irracional. Ausencia de nerviosismo y otros signos neuróticos. Poca fiabilidad con los que le rodean. Son Mentirosos. Tienen mucha carencia de remordimiento o vergüenza, conducta antisocial inadecuadamente motivada. Egocentrismo patológico e incapacidad para el afecto, pobreza general de reacciones afectivas, conducta fantasiosa. Su vida sexual es impersonal. Y aunque raramente se suicidan, el día 28 de agosto del año en curso lo encontramos muerto en su habitación, al parecer entró en un estado depresivo que se fue acrecentando hasta que decidió ahorcarse con las propias sabanas que usaba para cubrir su cuerpo enfermizo y estirado, durante todo el tiempo que le atendí como un
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paciente de “alta peligrosidad” se fueron creando lazos que a veces (como médico) debo reconocer que no siempre son aconsejables, era un hombre que a pesar de su estado patológico mostraba una inteligencia muy superior a la media, pasaba horas jugando al ajedrez en solitario y escribiendo papeles con frases repetitivas. En una ocasión me dijo que antes de morir relataría fehacientemente su historia en el hospital, tal como la mantenía en su cabeza, por eso tras su muerte un grupo de colegas y yo decidimos buscar desesperadamente entre sus pocas pertenencias, hasta que de manera fortuita hayamos un fardo de papeles esmeradamente cosidos dentro de su colchón, allí Joaquín Ventura en sus ratos de mitomanía y confabulaciones decidió armar todo un rompecabezas literario para justificar su inocencia. Este tumulto de papeles fueron editados y es la novela que acaban de leer y que será publicada bajo el titulo un tanto irónico de “Mentiras contadas desde el infierno” en ella el lector sagaz podrá apreciar como un hombre con el estado mental deteriorado justifica sus actos y deja una prueba póstuma para que por lo menos se le piense libre. Aclaramos al lector que en cada uno de los crímenes relatados en este libro el señor Joaquín Ventura tuvo una participación activa como después se demostró con las modernas técnicas de ADN, residuos de pólvora e incluso testigos que coincidieron con los reportes policiales. En este relato se ha omitido el nombre real de cada una de las victimas e incluso del propio Joaquín que como comprenderán no es mas que un seudónimo recomendado por sus familiares quienes autorizaron la publicación. Ahora puedo decir que si el lector fue engañado por el relato de Joaquín y de la supuesta inocencia que presume, despreocúpese, usted no es el único, como decía un viejo amigo “no hay estado mas cuerdo que la locura” cada ser humano posee un mundo en su cabeza diferente al que percatamos todos los días. Joaquín incluso padeciendo de esta enfermedad no ha hecho mas que describirnos su mundo interno, su verdad, pues cada objeto y cada cosa a nuestro alrededor tiene diferentes 120
puntos de vista. A veces solo hay que cambiar un poco el lugar del espectador y aparecerá una figura diferente. Esperamos que Joaquín nos haya dejado una enseñanza y que pensemos dos veces antes de juzgar desmesuradamente a una persona. Nadie esta tan loco y nadie esta tan cuerdo como a veces creemos, es una cuestión de óptica, lo que ocurre es que hay que aprender a mirar y si es posible a mirar con los ojos de los demás. Esta es una historia contada al revés. Lo que ocurrió fue que Joaquín en sus maquinaciones psicopáticas fue capaz de seleccionar una familia cualquiera y acabar con cada uno de sus miembros, mientras que la policía y la sociedad se mantenían en vilo por conseguir al culpable. La prueba más convincente de ello son los libros de notas, donde Joaquín apuntaba con un detalle increíble, milimétricamente cada uno de los pasos que daría antes de cometer un crimen. Nunca en su vida, claro está, por su estado incongruencia afectiva, mostró el mínimo de dolor, ni la mas ligera culpa por lo que había cometido. En fin todos somos seres humanos y este libro será un testimonio de que nada es lo que parece si no más profundo y de que cada ser humano por muy ruin que sea tiene algo valioso que ofrecer. Dr. Genaro Vásquez Molina Psiquiatra. San Ernesto 2006.
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Ni te turbes, Ni te espantes SEPTIEMBRE 2015
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