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Las acuarelas de Walmart

Las acuarelas de Walmart

1.

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andar a salto de mata entre las capas, que brotaron al azar en las páginas, como las manchas de humedad que ilustran los muros de cada segundo que vivimos y nos vive, enlazados a una idea que existe fuera de nosotros como una anticipación y un deseo que se instala en el centro de las emociones que me llevan a la vida y me recogen de ella, como la niñera que hace la última tarea de la tarde, antes de instalarse frente al televisión hasta dormir para ganar energías

2.

pasan frente a mí las imágenes de un mundo forjado a golpe de segmentos de color puro, que se entrelazan para dar a luz a seres que son manchas, trazos (arquitectura sensorial de todos los olvidos), llego a la misma banca del parque idéntico de la infancia, sólo para extraviarme de nueva cuenta en la disipación de imágenes que integran una sinfonía para los sordos de cualquier consejo que no salga de su boca, que pronuncia todas las sílabas que se perderán al unísono

3.

viajo en la noche de manera intempestiva para memoria de quienes me arrullaron de bebé y ya no existen en el mundo, o en la memoria de los días: soy el que mira o sueña sobre un arco que tenso y me lleva sobre la espalda (los arcos tienen una o dos), pese a que ignoren quién es el pasajero o hacia dónde deben dirigirse; soy el arco y la noche, la cuerda y el objetivo, los blancos del mundo me constituyen al olvidarme de ser y no-ser

4.

me habitué a caminar sólo porque podía hacerlo con angustia y un presagio fugitivo, eso me libró de buscar un sentido a la caminata, ahora puedo disfrutar el roce del minuto que transcurre sobre mi piel, que ya no se irrita fácil por las cicatrices, los colores me buscan con rostro de preocupación al final de todas las avenidas que se construyeron para las ambulancias, y los centros de rehabilitación de los enfermos que llaman

“enamorados”, cada anhelo que me visita se troza ante la mirada de un animal que no tiene nombre, ni filiación

5.

sobrevivo a mis insomnios entre líneas, rectángulos y trazos irresponsables que se escapan de mi mano con la ayuda de un pincel que ignora para qué fue utilizado: ¿no es el destino de todos? busco las zonas arboladas, el verdor me habla con un lenguaje de colores y semillas que brotan antes de lo esperado, bailo sobre el escenario del mundo hasta dejarlo irreconocible, para mí y para el otro “mí”, que no es el “yo”, ni un improbable “él”, ni nada (en realidad): los acordes de mi partitura ya no pueden interpretarse

6.

me siento vivo en la brisa y en la cadencia de los hemisferios que se entrelazan consigo mismos hasta huir de tener que ser ellos por motivos de índole fiscal o por cualquier otro, me derramo por la tarde como un hilo de color que no halló su lugar en el cosmos sensorial de las ardillas, los abejorros y los animales del espacio exterior que aún no se descubren, y existen al igual que las formas que subsisten en un segmento de puntos y líneas trazados al azar en la partitura de la música que es idéntica a sí misma, cada que un instrumento la interpreta

7.

quedan pocas pistas en el camino porque se acorta, llega el final de un ciclo y la realidad se muestra ilusoria hasta el punto de la desintegración y el recelo por la ausencia, llamo a la brisa porque anhelo contarle que dejé de creer en ella, quiero que me perdone, aunque la siento en el rostro, ya no es brisa, ni viento, ni siento emoción por su caricia de ligereza y alivio, si los montes nos presumen su solidez de cara al océano, vivamos con el pecho abierto y supurante

8.

si la lluvia me moja en los días de verano es porque lo permito y además lo disfruto, porque recuerdo mi infancia y todo lo que me permita revivirla es humano, tal como este poema que escribí con las manos de un niño cualquiera hallado junto a la caja que me permitió pagarlo

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