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Anti-monumento 68: es y fue el Estado
El 26 de septiembre de 2014, 43 estudiantes de la escuela rural Isidro Burgos de Ayotzinapa fueron desaparecidos, después de ser detenidos por agentes de la policía de Iguala y, presuntamente, entregados al crimen organizado. Esa misma noche, tres estudiantes más fueron asesinados por la policía en enfrentamientos previos a esa desaparición forzada. La noche de Ayotzinapa es, sobre todo, una noche de oscuridad que una investigación dirigida por el gobierno intentó clausurar. Según esa investigación, los estudiantes desaparecidos fueron asesinados e incinerados por integrantes del grupo criminal Guerreros Unidos en un basurero cercano de Cocula. El procurador Jesús Murillo Karam defendió, con un gesto definitivo, esa “verdad histórica” en cadena nacional el 27 de enero de 2015. Esa verdad ha sido rechazada, tanto por los familiares de los estudiantes como por expertos mexicanos e internacionales, por carecer de fundamento científico.
El caso de la “verdad histórica” de Ayotzinapa no es único. La historia que defiende el Estado mexicano ha tenido, desde siempre, una vocación de roca: es autoritaria, monolítica y densa. Sus monumentos, sus palacios, sus estatuas y sus banderas son sus guardianes: objetos que se recolectan con el devenir para mantenerlos congelados y bien fijos sobre las paredes y las plazas públicas. No se permite tocarlos porque quien los toque corre el riesgo de que sus dedos derritan el agua de tiempo de la que están hechos. Parecen, en principio, frágiles como estatuas de sal, aunque pueden haber sido confeccionados en mármol, madera, concreto u oro.
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Y sin embargo, es posible que el hielo hecho de tiempo sea el más resistente que se haya inventado. Si alguien quiere modificar cualquier historia decretada por el gobierno, quizá necesite no sólo de sus dedos; sino de cincel, martillo y un juego de explosivos que ayuden a desordenar el tiempo sin miramientos.
El anti-monumento 68 es una granada dedicada a esa inmovilidad: un ariete para horadar la historia que no es verdad, sino infamia. Metido en una axila del Zócalo, con su inesperada presencia en una de las esquinas de la plaza pública más importante del país, el anti-monumento transgrede el espacio y la historia oficial. Nadie previno que un anti-monumento naciera en el Zócalo. Su cuerpo de metal no estuvo incluido en ninguno de los planos y no hay quien encuentre el programa de desfiles dedicados a honrarlo. No se instauró desde las alturas de las oficinas gubernamentales; sino desde la acción de un grupo de mexicanos que, como miles, indagan una herida, acaso una cicatriz mal cuidada. No es cicatriz si no cierra, dicen los médicos y quizá tengan razón; quizá nunca comenzó a sanar. Las “verdades históricas”, como bien se sabe, postulan como único antídoto el olvido. Pero el olvido de los crímenes es más bien una forma perversa de la mentira. El anti-monumento contesta a esa mentira con el dolor de su paloma de la paz lastimada. Es entendible: cuando la sangre no ha dejado de manar, el dolor es la única forma de verdad posible.
Como una mueca inquieta, el anti-monumento sube en un remolino sediento desde el vientre atormentado de nuestra memoria. Tiene vocación de alarido; grita con claridad: fue el ejército, fue el Estado. Sin embargo, esa memoria no se queda anclada al dolor de nuestro pasado; sino que interrumpe nuestro presente y condiciona nuestro futuro. Mientras no seamos capaces de señalar, en el presente, con todos los dedos, con todos los puños y con todas las palabras a los culpables de la masacre de 1968, no podremos conseguir justicia para Aguas Blancas, la Guerra sucia, Tlatlaya o Ayotzinapa. Si no somos capaces de exigir el castigo de la infamia de la represión de 1968, el tiempo de la impunidad seguirá triunfando.
No es casualidad. El 26 de septiembre de 2014, los estudiantes de Ayotzinapa fueron desaparecidos en medio de las acciones para asistir a la marcha del dos octubre que conmemora cada año la represión del movimiento estudiantil de 1968. Después de más de 45 años, el tiempo de la impunidad con su enorme e insaciable boca alcanzó a Ayotzinapa. Nadie lo ha detenido: el tiempo de la impunidad sigue corriendo detrás de todos. Es y fue el Estado.
Pues ver el video en: https://www.youtube.com/watch?v=VIfzqtnLWro&feature=youtu.be
Texto: Luis Ramírez Trejo (Homo vespa) Video: Colectivo Antimonumento 68/18 Diseño: Javier Clériga (Xavoténcatl) Dale clic y únete a nuestras redes sociales: