Brasil: otra vez el péndulo Versión Blog
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Lo más seguro es que el próximo presidente de Brasil sea Jair Bolsonaro, un ex militar de derecha que lo mismo está a favor de la tortura o las privatizaciones que en contra de las luchas por la igualdad de homosexuales, mujeres y negros. Aunque aún falta la segunda vuelta, parece difícil que pierda un candidato que en la primera votación del domingo 7 de octubre acaparó más del 46% de los votos. Este escenario vuelve a poner sobre la mesa una de las discusiones más relevantes para la izquierda en todo el mundo: ¿es aún posible transformar la realidad hacia una mayor igualdad desde la izquierda electoral? Desde hace décadas, se ha señalado que la izquierda que se concentra en tomar el poder a través de las elecciones suele hacerlo con acuerdos, políticamente muy costosos, con sectores reaccionarios. Además, los partidos de izquierda sacrifican sin muchos escrúpulos toda noción de ética que no les sea de utilidad inmediata: para sacar adelante sus programas recurren a las mismas estructuras y prácticas corruptas que sus opositores. Finalmente, en caso de que dicha izquierda logre implementar algunas medidas de apoyo a la población, normalmente no afectan
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un ápice las estructuras de dominación políticas y económicas que rigen las sociedades. A menudo, esta estrategia pragmática golpea con un devastador reflujo. Al repetir las mismas prácticas de negociación que denuncian, los partidos de izquierda acumulan con rapidez montañas de corrupción que sus votantes atestiguan con decepción y creciente enojo. Una crítica sociológica mucho más profunda reside en el hecho de que la izquierda electoral no suele hacer nada para cambiar la cultura consumista y de indiferencia política, pues su organización responde de manera casi exclusiva a los tiempos electorales. El primer resultado del pragmatismo de izquierda es el hartazgo de la población que observa las mismas muestras de insensibilidad, corrupción y decadencia que rechazan de los gobiernos de derecha. Por otro lado, los empresarios que apoyan a partidos de izquierda suelen retirar su apoyo si vislumbran otras opciones que les permitan mayores ganancias. En términos sociológicos es especialmente lamentable que aquellos pobres que alcanzan mejores niveles de consumo, decidan votar después por opciones de derecha que les garanticen seguridad y respeto a los precarios logros económicos que obtuvieron gracias a los programas implementados por los gobiernos de izquierda. Las nuevas clases medias se tornan, como casi siempre son, sectores reaccionarios que se dejan llevar por discursos que dicen luchar contra la corrupción de la clase política y defienden la decencia, la propiedad, la estabilidad, y los escasos privilegios que los sectores, antes desfavorecidos, consiguieron en los últimos 20 minutos. Por ejemplo, es posible que los gobiernos de izquierda en Brasil desde Lula catapultaran a unos 30 millones de brasileños fuera de la pobreza; no pocos de esos millones hoy están votando por un candidato de derecha que les promete estabilidad y luchar contra la corrupción con la mano dura del general autoritario. Cosas similares se han visto en Argentina, España, Alemania, Chile, EEUU o Francia, por nombrar algunos. Los gobiernos de esta forma van de la izquierda moderada a la ultra derecha en un movimiento pendular en que ambos polos se diferencian cada vez menos. No es difícil ver la importancia que la elección de Brasil tiene para México: aunque sea terrible decirlo, después de AMLO, lo más probable es que gane en México alguna opción electoral de inconfundible derecha que haga eco de lo más detestable de nuestro clasismo, racismo y misoginia. Ya existen rasgos de ese tipo en el PRI, el PAN y por supuesto MORENA. Recordemos que ahora mismo el conservador PES (Partido de Encuentro Social) ya está en el poder gracias a una alianza con Andrés Manuel López Obrador. El péndulo se mueve de nuevo.
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Texto: Luis Ramírez Trejo (Homo vespa) Diseño: Javier Clériga (Xavoténcatl) Dale clic y únete a nuestras redes sociales:
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