Re-edición Homo vespa 2016 Estos textos forman parte del proyecto de re-edición Homo vespa 2016. Esta re-edición tiene el fin dar a conocer textos ya publicados a los nuevos suscriptores y permitir al resto disfrutar, en una nueva edición, de textos que quizá ya conozcan. Cada viernes se actualiza el archivo ISSUU y se envía, ese fin de semana, un mensaje por correo electrónico a los suscriptores para bajar la versión actualizada del archivo y, si se desea, imprimir el PDF. La re-edición más reciente siempre encabeza el índice. Los suscriptores pueden compartir libremente el enlace o el archivo en PDF. Si convencen a más gente de suscribirse, Homo vespa se los agradecerá con todo su autogestivo espíritu. Homo vespa es un proyecto de publicación editorial autónoma llevado a cabo con recursos propios por Luis Ramírez Trejo. Suscríbete aquí y recibe los textos en formato de libro electrónico ISSUU en primicia. Hay suscripciones desde 15 pesos mensuales. Conoce más del proyecto. Síguenos en Facebook. ¿No sabes cómo hacer pagos por Internet? Escribe en nuestra página de seguidores o a ometeotlram@yahoo.com.mx y pregunta por las opciones de pago en OXXO o transferencia bancaria. Estos textos se pueden compartir libremente; están bajo una licencia Creative Commons de Reconocimiento No Comercial Sin Obra Derivada.
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Prólogo. Sobre el nacimiento de Hómo vespa……………………………………………………3
Última re-edición 1. Ciudad de México 1………………………………………………………………5 2.Freaks……..……...……….…………………………………………………………7 3.Política…………………………………………….……..……………...…………...9 4.Estambul: el ojo de la abuela.................................……......................…....…13 5. De narices, adaptaciones y pugilatos..................….…..................…............17
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Prólogo Sobre el nacimiento de Homo vespa Versión Blog Incluso yo, cuando niño, era tierno. Al menos eso es lo que cuenta mi madre. Con un morbo por los documentales con insectos copulando y una decepción porque el Lobo nunca se comía a Caperucita, siempre preferí la ternura de Allan Poe. Después de los gatos amurallados y los orangutanes asesinos, las avispas endoparásitas fueron mis criaturas favoritas. No me sedujo la belleza de su talle ni su sofisticado sistema de comunicación ni siquiera su colorido remolino de agresividad. Mis afectos se fundaron más bien en una intimidad revolucionaria, en una afinidad subversiva. Las avispas endoparásitas tienen la bella costumbre de atacar la cursilería de las orugas, inmovilizarlas con su veneno y depositar en sus entrañas racimos de inocencia en forma de huevos. Las larvas crecen, se alimentan de la sangre transparente y consumen poco a poco a la simpática oruguita. No es difícil imaginarlo. En un súbito mareo, la oruga camina retorciéndose sin entender: como un eco de sus vísceras una multitud ardorosa le sopla la nuca. Inmóvil y desesperada, la oruga siente el latido, el escándalo, el clamor de decenas de larvas que como niños obesos emergen de sus entrañas. La malograda aspirante a mariposa 3
no sobrevive: por decenas de orificios se le escapan linfa y aliento. Homo vespa hace referencia a esta dulce historia de la edad de oro. Homo se utiliza para denotar a la especie humana. Vespa significa avispa en latín. Atacar al sistema desde dentro, dinamitar la poesía, la filosofía, la política, el amor. Me gusta la idea…
Video “Sobre el nacimiento de Homo vespa”
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Ciudad de México I Versión Blog
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Como desenterrado de su vientre de metal, la ciudad me levanta. Su lujuria de concreto resuena aún en mis paredes. No hubo entrega: sabemos los dos que siempre fui suyo. Aunque quiera seducir sus muslos, le robaría su boca para repudiarme. Aunque me tuviera piedad, terminaría pidiéndole que me asesinara. Aunque perdonara mi insolencia, tomaría una de sus plazas, una esquina, la garganta de un semáforo, para desangrarme. La ciudad se levanta: vestida con mi piel se marcha. Como a un Patroclo, arrastra mi carne por sus aceras. Desollado le sonrío: ni siquiera mi muerte fue alguna vez mía.
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Freaks Versiรณn Blog
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Mutilada de palabras y de párrafos, mi escritura naufraga sin remedio. Hay días en que ni las mariposas cantan ni las noches esconden una sorpresa. Algo hay de sangriento en el pestañeo de un cursor inmóvil; algo de burlón en una oración incompleta; algo de asesino en una historia muda. El escritor es la víctima: el puñal se esconde en el silencio del monitor. Me consuelo y recuerdo a Johnny Eck, el asombroso medio hombre cuyo cuerpo discurría del copete a la cintura. Corpulento pero sin piernas, Johnny usaba unos guantes de cuero grueso a manera de zapatos. Johnny trepaba por las escaleras; suspendido de sus brazos corría por las cornisas, por los tejados. Con el brazo derecho colgado de una mujer como del viento, Johnny toca con maestría el saxofón, el clarinete y la trompeta. Escucho las notas que nacen de Johnny y su breve tronco: su música se eleva con la ligereza que da el medio cuerpo. Cabizbajo me miro decapitado: mi prosa jamás aprendió a volar con las manos.
Video Johnny Eck: The king of the freaks
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PolĂtica VersiĂłn Blog Texto publicado originalmente en La Jornada el 5 de febrero del 2013.
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“Una política de emancipación radical no se origina en una prueba de posibilidad que el examen del mundo subministraría” Alain Badiou Todo el mundo se pregunta hoy en día qué es la política. Parece que de repente procurar comer y fornicar no es suficiente para enfrentar el sol, el concreto, los motores y la avalancha de humo con que inundamos la vida. Ayer, incluso un árbol que por lo demás se había mostrado bastante sensato me preguntó qué era la política. Como era de esperarse no sólo no le contesté, sino que le retiré mi simpatía pues los árboles no deben preocuparse más que por la tierra, el agua, el aire, y si acaso los nidos de pájaros con que florecen. Su pregunta no sólo estaba fuera de lugar; era una clara insolencia. Y es que por supuesto que yo no sé qué es la política. Cuando regreso del trabajo, me molesta mucho escuchar a esos chicos en el metro con las piernas abiertas como compases desafiantes, barbas encendidas, y discursos tartamudos que intentan explicarme las clases sociales y el modelo neoliberal. No significa ello, por supuesto, que prefiera al señor de la corbata ajustada, calva prominente y voz educada del noticiario nocturno; ese que dice saber lo que los políticos dicen cuando gritan, cuando gruñen, cuando defecan. Lo que sucede es que tengo una relación de profundo respeto con ese señor: apenas asoma su cara en la pantalla de la televisión, y yo busco sin avisarle un canal que llene el monitor de puntitos grises y negros y que al saltar hagan un ruido como de un escarabajo cautivo. El señor del noticiario sabe que en ese acto no hay una traza de mala fe. Ambos necesitamos esa distancia para mantener la salud de nuestra amistad. 10
Como verán no hay nada en la política que atraiga mi atención. Sin embargo, cuando era joven pensaba mucho más en la política: leía libros de política, discutía discursos de política, tenía peleas de política, y recuerdo incluso un orgasmo de política con una chica que tenía un tatuaje de Carlos Marx justo en la parte en que su espalda y su trasero negociaban políticamente las fronteras. Yo miraba el tatuaje y me parecía entender de qué se trataba la política. Hoy mi juventud tiene el color mate de los tequilas reposados. Hace unos años tuve que ir, como consigna de trabajo, a un congreso de política. Presencié gráficas alucinantes, simulaciones matemáticas, y una plática de geopolítica que presagiaba el fin del mundo. Me quedé asombrado cuando los ponentes decían, con los ojos en blanco, que lo único que existe en política es el cálculo sin apelaciones de la economía. Todos decían ser demócratas convencidos y convencidos estudiosos de la política; usaban palabras como superávit, inflación, equidad de las elecciones, modelos con contrapesos, equilibrio de poderes, distribución de bienes, regulación de la ley. Es por eso que no me sorprende que ahora los muchachos que hablan de política traigan playeras con números en el pecho. Quizá sus padres fueron al mismo congreso que yo y decidieron enseñarles algo de política. En todo caso ese conocimiento está vedado para mí. Por desgracia, yo siempre fui malo para calcular el futuro y medir el presente, así que comprendí hace tiempo que yo no podía entender nada de política. Mi incomprensión es tan grande que el otro día creí toparme con una peregrinación, pero me informaron que en realidad era una marcha de política. Todas las personas, incluso las que cantaban y reían, caminaban muy serias con velas y encendedores en las manos; prendían las velas cada vez que se apagaban y algunos ni siquiera se 11
quejaban cuando la cera aún caliente se les pegaba en los dedos. Esa noche escuché, durante una tregua, que el señor del noticiario decía que lo que piden esas personas es irreal, excesivo e imposible. Yo respeto mucho las opiniones políticas de ese señor, así que desde entonces sospecho que la política es —para parafrasear al señor del noticiario— una especie de excesivo compromiso con la creación imposible de la luz. De ser eso cierto, la política tendría algo que ver con otras luminosas imposibilidades del universo. Tendría que ver, por ejemplo, con las imposibilidades en los acontecimientos del amor; con los cataclismos infinitos de los vientres cuando se acarician; con las frases de los poetas cuando deciden hacer erupción; con las espirales matemáticas cuyo imposible absoluto intuyó Arquímides; con las alas de los coleópteros excesivas de puro vértigo; con la infinita ancianidad de los celacantos; con la imposible persecución de los electrones; con la excesiva obstinación de los universos cuando copulan. Aunque no aspiro a entenderlo, debe ser que la política es una suerte de alfarería de lo imposible; un telar en el que a despecho de la sordidez de lo real se ensaya la excesiva luminosidad de los arcoíris; o quizá una máquina sin engranes ni mecanismos en la que palabras como justicia, verdad o comunidad son irreales pero posibles de pura imposibilidad. Quizá sea por eso que cuando las personas se acompañan en política, aunque sean sólo dos, siempre se ven como algo más que dos personas; se ven como un exceso, como un infinito empeñado en afirmar posibilidades a partir de los despojos de la imposibilidad. Como los viejos necios e imposibles: esos infinitos excesos que no pueden entender nada de política.
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Estambul: el ojo de la abuela Versiรณn Blog Texto publicado originalmente en La Jornada el 7 de noviembre del 2010.
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Mirar de frente a mi abuela es como caminar con la sensación de que la sonrisa de un gato te acecha en la penumbra. Su cabeza gris, su silueta dudosa y la mirada vacía contrastan con la carcajada que suena a la menor provocación. Si no sospechara que nació en algún momento del siglo pasado, pensaría que es una esfinge milenaria que lanza albures en lugar de acertijos. A mí me recuerda a un futbolista canchero de los barrios más populares de la Bondojo; uno de ésos que por más que le hagas, siempre te saca dos metros de ventaja. Cuenta la mitología familiar que mi abuela perdió el ojo izquierdo después de una embolia hará unos cuarenta años; su ojo derecho tiene una de esas carnosidades que los oftalmólogos llaman, poéticamente cataratas. Como todo mito, hay que tomarlo con reservas: mi abuela, dicen los expertos, no ve... Lo que no le conviene, agregamos sus nietos. Tarda exactamente tres segundos y medio para saber si te dejó tu novia o te peleaste con tu marido. Es temible cuando llegas a un bautizo con el saco incorrecto o perdiste el trabajo; se ríe de las insulsas discusiones de sus hijos y por supuesto se vuelve no sólo absolutamente ciega, sino sorda, muda y prácticamente inexistente cuando alguien le reclama algo. Sin embargo, los ojos de mi abuela son de ésos que miran con una intensidad como si desde el inicio de los tiempos no hubieran hecho otra cosa, aun debajo de los párpados que los cubren. Quizá sea así siempre. Orhan Pamuk, ese turco que le da prestigio al Premio Nobel, dice que los ojos de los ciegos tienen la ventaja de que ya no se entretienen con las inmundicias de este mundo. Así, pues, debemos inferir que, en lugar de observarlo, los ojos de los ciegos se dedican a crear al mundo. De ahí su sabiduría. 14
El mismo Pamuk habla de Estambul –la antigua Bizancio–como una ciudad plagada de melancolía: calles de más de 2 mil 500 años de antigüedad inundadas con los sueños de un imperio que sustituyó a otro imperio. Una ciudad bañada en un oro cuya grandeza el tiempo enseñó a caer más de una vez. Hüzün es la palabra que los turcos emplean para referirse al sentimiento lánguido por todo lo perdido en el pasado y por todo lo inalcanzable en el presente. Es un sentimiento que no pertenece ni a las mezquitas, ni a los obeliscos egipcios, ni a las murallas romanas, ni siquiera a los 12 millones de habitantes de la ciudad. Hüzün es el sentimiento que sólo Estambul escogió para recrear la imposibilidad eterna de acercarse lo suficiente a Dios. No podría ser de otra forma; ninguna otra ciudad acumula tantas huellas de veneración. La Agia Sofia, esa mezquita erigida como catedral por Justiniano, y que ya en el siglo IV celebraba a la virgen cristiana mientras ésta usaba un telar para tejer el cuerpo de Dios en su vientre. La Mezquita Azul, construida más de mil años después, con sus mosaicos azules y verdes reptando por las columnas, con sus cúpulas a punto de florecer y sus mariposas atrapadas en vitrales multicolores. Los gritos con que los sacerdotes llaman a oración desde los minaretes cinco veces al día; los centenares de personas arrodilladas en las calles orando en una lengua llena de devoción. No son ejemplos; Estambul es más un rito perpetuo que una ciudad de concreto. Pero más allá de sus glorias de antaño, más allá de la poesía de su liturgia, partida de costilla a costilla por esa bisagra entre Oriente y Occidente llamada Bósforo, Estambul es un mundo acuoso en donde la transición entre el agua y el aire nunca termina de precisarse. La humedad es tan alta que aquí los hombres jamás terminan de sudar. 15
La neblina, atrapada en los ojos del visitante, le hace creer que lo que ve no es un sueño; se equivoca, los hombres no son aquí más que dudosas siluetas borroneadas en el aire. En Estambul, como en todas las ciudades, debe haber profesiones fáciles y profesiones difíciles, pero ser una lámpara en Estambul debe ser la más frustrante de todas: cada día tendrías que librar una batalla de proporciones otomanas para que tu luz atraviese ese éter semiacuoso que respiran los anfibios habitantes de esta ciudad. La batalla, se sabe de antemano, la pierden todo el tiempo las lámparas. ¿El resultado? Que ver a Estambul es como mirar una ciudad a través de una catarata: intuyes que detrás de la cortina de agua hay una ciudad milenaria, sabia, hermosa, arqueológica; proveniente de la inmensidad de un pasado no sólo glorioso, sino también sanguinario y férreo, como son las cosas verdaderamente humanas. Como un ojo que no tiene niña por no recordar su infancia: opaco de tanto ver, gris de tanto mirar, vivo de tanto entender, eterno de tanto extrañar. Una ciudad ciega, una ciudad con esa especie de silencio ocular que le permite, como diría otra vez Pamuk, ver lo que aparece en la oscuridad de Dios. Una ciudad como el ojo de mi abuela...
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De narices, adaptaciones y pugilatos Versiรณn Blog
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Una familia es ante todo un puñado de obsesiones que se perpetúan a lo largo del tiempo. La más recurrente en la mía es la obsesión anatómica de ser chato. Mi abuela, que de deportes sabía mucho, solía decir que cuando me vio recién nacido lo primero que pensó, al verme abotargado y con unas mejillas como esos panecillos que por exceso de levadura se inflan de más en el horno, fue que acababa de salir de un ring de boxeo. Nadie lo duda. El parto es lo más parecido a una larga pelea entre dos pugilistas que se conocen demasiado. En mi caso, las secuelas fueron permanentes: mi nariz siempre tuvo vocación de vuelo al ras de tierra. Hace no mucho tiempo nació mi segundo sobrino. Como siempre sucede, acudieron a mirarlo decenas de familiares. Con la cadencia propia de estos rituales cansados y multitudinarios, todos se dedicaron a repetir, con un suspiro de animal agonizante, la frase más usada en estos casos: “es la cosa más hermosa del mundo”. Sé poco de belleza, pero algo me dice que mi sobrino no es la cosa más hermosa del mundo. Para empezar porque las cosas no gritan, comen y cagan con la consistencia con la que lo hace mi sobrino. Lo que sí es evidente, en todo caso, es que luce uno de esos peinados con aspiraciones eréctiles propias de xoloitzcuintles, punks o mohicanos. Sin embargo, más allá de sus inclinaciones contestatarias, su cabello no es su principal rúbrica. Un misterio de la biología se esconde al verlo dormir boca abajo. De cara al colchón, en posición en cualquier otro caso asfixiante, mi sobrino es perfectamente capaz de respirar. Una inspección cuidadosa revela el secreto: como si fueran verdaderas branquias, las aletas de su nariz aplastada tienen la 18
capacidad de expandirse en el intersticio que se forma entre su cara y la cobija. Con su nariz plana como un lenguado marino, mi sobrino es capaz de zambullirse en la cama boca abajo de manera inusitada: una adaptación tan envidiable como sorprendente. Mi abuela murió hace algunos años; su conclusión habría sido inmediata: mi sobrino es un pugilista obstinado que sobrevivió al doceavo round.
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