EL MUNDO EN LOS INICIOS DEL SIGLO XXI: ¿HACIA UNA FORMACIÓN SOCIAL GLOBAL?
Hugo Fazio Vengoa
UNIVERSIDAD DE LOS ANDES DEPARTAMENTO DE HISTORIA CESO IEPRI
Fazio Vengoa, Hugo Antonio, 1956El mundo en los inicios del siglo XXI: ¿hacia una formación global social? / Hugo Fazio Vengoa. — Bogotá : Universidad de los Andes, Facultad de Ciencias Sociales, Departamento de Historia, Centro de Estudios Sociales e Internacionales, 2004. 202 p. ; 17x24cm. ISBN 958-695-142-1 1. Globalización 2. Política mundial - Siglo XXI 3. Civilización moderna - Siglo XXI I. Universidad de los Andes (Colombia). Facultad de Ciencias Sociales. Departamento de Historia II. Universidad de los Andes (Colombia). CESO III. Tít.
Primera edición: septiembre de 2004 ©Hugo Fazio, 2004 ©Universidad de los Andes, Facultad de Ciencias Sociales, Departamento de Historia Centro de Estudios Socioculturales e Internacionales - CESO, 2004 Carrera 1. No. 18 A -70. Edificio G. Bogotá D.C., Colombia Teléfono: 3394949- 3394999 Ext: 3330. Fax: 3324419 http://www.uniandes.edu.co/ceso ceso@uniandes.edu.co ©Ediciones Uniandes, 2004 Carrera Ia. No 19-27. Edificio AU-6 Bogotá D.C., Colombia Teléfono: 3394949 Ext: 2181. Fax: Ext. 2158 http://ediciones.uniandes.edu.co libreria@uniandes.edu.co ©Universidad Nacional, Instituto de estudios políticos y relaciones internacionales - IEPRI . Carrera 30, calle 45. Ciudad Universitaria Edificio Manuel Ancizar. Tercer piso Bogotá D.C., Colombia Teléfono: 3165217 http://www.unal.edu.co iepri@bacata.usc.unal.edu.co ISBN: 958-695-142-1
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CONTENIDO
AGRADECIMIENTOS................................... ....................................................... v EL ACONTECIMIENTO Y LA POLÍTICA GLOBAL. UNA APROXIMACIÓN AL DEBATE DE LOS ASUNTOS INTERNACIONALES ........................................... 1 P RIMERA PARTE ESCENARIOS Y FUNDAMENTOS DE LA POLÍTICA GLOBAL ............. .................... 33 LA GLOBALEACIÓN: ENTRE LA ECONOMÍA Y LA POLÍTICA ................................ 43 EL 11 DE SEPTIEMBRE Y LA COLISIÓN DE GLOBALEACIONES ........................... 46 EL 14 DE MARZO ESPAÑOL CONSOLIDA EL PROYECTO COSMOPOLITA ............... 69 S EGUNDA PARTE RETOS FUNDAMENTALES .................................................................................93 IRAK: CONVERGENCIA DE GUERRAS, TERRORISMO E INTERVENCIÓN .................93 ESTADOS UNIDOS Y LA LUCHA POR EL PODER EN LA POLÍTICA GLOBAL .......... 123 LOS DILEMAS DÉLA GOBERNABILIDAD GLOBAL............................................ 180 BIBLIOGRAFÍA .............................................................................................. .193
AGRADECIMIENTOS
Sin el apoyo y comprensión de numerosas personas e instituciones difícilmente hubiera podido concluir este trabajo. Tengo una deuda impagable con los colegas de las instituciones donde laboro, quienes siempre me han creado un ambiente grato y estimulante para desarrollar mis investigaciones. Mis estudiantes, con sus agudas críticas y observaciones, me han ayudado a ser más didáctico en la exposición. Demás está decir, que las posibles lagunas, errores u omisiones son responsabilidad únicamente mías y que su insustituible apoyo para nada los compromete. Por último, sin el apoyo cálido y tolerante de mi familia nunca habría terminado este libro. A Julieta, Antonella, Luciana y Daniela dedico este trabajo.
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Antonio Elorza recordaba hace un tiempo una hermosa metáfora de Hegel: sólo al atardecer emprende su vuelo el buho de Minerva. Con esta alegoría el filósofo alemán expresaba la idea de que únicamente cuando un proceso histórico llega a su fin resulta posible abordar la comprensión de su significado ("Al otro lado del imperio", El País, 14 de mayo de 2003). No es fácil encontrar mejores palabras para dar cuenta de la compleja coyuntura histórica por la que atraviesa el mundo en los inicios de este nuevo milenio. Las anteriores certezas que daban cierta seguridad y servían de faro para iluminar a los analistas, a los tomadores de decisión y a la opinión pública quedaron completamente atrás, mientras que las nuevas no son todavía lo suficientemente diáfanas y visibles como para modelar un nuevo esquema de inteligibilidad del mundo. Si a esto se le suma la amplia gama de eventos de naturaleza muy dispar, que periódicamente sacuden* el planeta, se obtiene un cuadro bastante completo de esta compleja realidad: el mundo se encuentra en un período de transición, del cual sabemos más o menos, a ciencia cierta de dónde venimos, pero no disponemos de certezas de adonde nos encaminamos. Cualquier intento de querer ser exhaustivo en la presentación de un cuadro global y exponer sus tendencias más inmanentes será siempre un análisis incompleto y apresurado porque a la fecha sólo se tiene un superficial conocimiento de cuáles son los factores más profundos que están remodelando el paisaje mundial. Esta dificultad que se enfrenta cuando se quiere crear un mapa de inteligibilidad de la vida internacional radica en que en la actualidad el mundo se desenvuelve en medio de una coyuntura histórica, en la que se entremezclan indistintamente viejas y nuevas prácticas de acción, todas las cuales, a su manera, están interviniendo en la determinación de la vida internacional. Nos referimos a una coyuntura histórica en la medida en que ella alude a un período crucial de transformación en la duración, diferente a la coyuntura politológica generalmente asociada con la inmediatez. Al respecto, conviene recordar las sabias palabras' de Fernand Braudel cuando aseveraba que "las civilizaciones sobreviven a las conmociones políticas, sociales, económicas, incluso ideológicas, que, además, ellas dirigen insidiosamente, a veces poderosamente. La Revolución
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Francesa no fue una ruptura total en el destino de la civilización francesa, ni la Revolución Rusa de 1917 en la de la civilización rusa..."'. La reflexión a que nos invita el historiador francés consiste en que en la historia no existen compartimientos herméticos y que en nuestro presente muchas situaciones que aparentemente pertenecían a un período anterior, que creíamos haber dejado atrás, siguen acompañando nuestra vida diaria. En las coyunturas históricas, las tendencias que apuntan hacia el cambio conviven dialéctica y simbióticamente con ciertos elementos de permanencia. No podemos, por ejemplo, comprender algunas de las orientaciones de la política exterior norteamericana actual o incluso de cualquier otro país si desconocemos esta advertencia del historiador galo. En efecto, en el círculo dirigente de la administración Bush se encuentra un núcleo importante de analistas y tomadores de decisión que todavía piensa el mundo y el papel de los Estados Unidos de acuerdo con la lógica de la bipolaridad, tal como se practicaba en la época de la guerra fría. Desde luego, esa proyección en el tiempo de un marco de interpretación para la acción inherente a la anterior contienda bipolar no significa que hoy por hoy se tema que exista una amenaza similar a la que representaba para Occidente la extinta Unión Soviética. Se expresa más bien en la permanencia de aquellos remanentes ideológicos que conducen a que prime una lectura del mundo en términos de oposición y bipolaridad, de nosotros y ellos, de guerra de civilizaciones y de Estados Unidos en tanto que garante de la libertad y de la democracia. Igualmente, el acentuado énfasis que la administración Bush ha puesto en la existencia de unos presuntos intereses nacionales, que determinarían la política exterior de la potencia del norte en oposición a los que conciernen a la comunidad de naciones, constituye también una prolongación de prácticas y posiciones que eran propias del sistema internacional de Westfalia. Por encontrarnos en esta particular coyuntura es que observamos que muchas prácticas y situaciones que pensábamos que se habían perdido en lo más recóndito de la historia y que pertenecían a un glorioso pasado, hoy reaparecen con gran fuerza. Y esto, que es una verdad de Perogrullo en el caso de los Estados Unidos, también es válido para los demás Estados desarrollados y en desarrollo del mundo. Al tenor de esta idea, Jorge Castañeda hace poco insistía en una situación paradójica que atraviesa la política exterior de la mayor parte de los países latinoamericanos, contradicción que igualmente da cuenta de la dificultad que experimentan estas naciones cuando se proponen definir una estrategia de acción orientada al futuro porque tampoco han logrado sobreponerse sobre muchas de
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Fernand Braudel, Ecrits sur l'histoire, París, Flammarion, 1969, p. 303.
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las herencias pasadas. "Pocas regiones del mundo como América Latina poseen intereses objetivos tan coincidentes con la construcción de una nueva normatividad internacional rigurosa, amplia y precisa. En materia ambiental, de derechos indígenas o migrantes, de derechos humanos o de comercio internacional, de defensa de la democracia o de los derechos laborales, las naciones de América Latina tienen más que ganar y menos que perder que casi cualquier otra región del mundo de la creación de un régimen de valores universales —por definición, supranacionales- en esta materia. Pero al mismo tiempo pocas zonas del mundo manifiestan tanto apego y respeto por una serie de tradiciones y principios hoy en día contrapuestos al proyecto universalista anteriormente mencionado. La no-intervención, la defensa irrestricta de la soberanía, la renuencia ante cualquier cesión consentida pero explícita de soberanía, un enfático nacionalismo retórico e ideológico, la reticencia a asumir responsabilidades 'injerencistas" son constantes en las posturas de la inmensa mayoría de los gobiernos latinoamericanos" ("América Latina ante una disyuntiva desgarradora", El País, 13 de marzo de 2003). Esta tensión no es, empero, una característica exclusiva de los Estados; se observa también en los procesos más estructurales o sistémicos de la vida internacional. Por paradójico que pueda parecer a primera vista, uno de los campos donde de manera más tardía se tomó conciencia real de los cambios radicales que la globalización estaba ocasionando fue en el área de los estudios internacionales. La centralidad que habitualmente estos análisis le han acordado al Estado, a la diplomacia, a lo político, a la soberanía, a la negociación, etc., así como la persistencia de una visión esquemática de la globalización, explica que se tardara en avanzar en la comprensión de que éste es un fenómeno polivalente que atraviesa indistintamente todos los ambientes sociales. Si antes el concepto "relaciones internacionales" era una noción lo suficientemente abarcadura como para explicar la casi totalidad de situaciones que tenían lugar en el campo de lo "externo", en la actualidad, no sólo los Estados perdieron el monopolio de la actuación en el plano exterior, sino que también se ha acentuado el desdibujamiento entre lo "interno" y lo "externo". Además, hasta hace no mucho, existía una clara diferencia en los principios que regían lo interno y lo externo. Mientras el primero se realizaba en torno al derecho, el segundo se concebía en torno a transacciones y contratos entre los agentes estatales. Esta mayor complejidad que registra la vida internacional lleva a pensar que la noción, "relaciones internacionales" ha perdido buena parte de su anterior capacidad explicativa. Pero también otras nociones que fueron populares décadas atrás han perdido su atractivo. Conceptos como política mundial tampoco resultan muy pertinentes cuando se quiere explicar el mundo en los albores del siglo XXL La política mundial, noción que tenía el mérito de trascender la lógi-
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ca de lo interestatal, propia de las relaciones internacionales, y que aludía a la conformación de una dimensión propiamente planetaria de la política, tampoco resulta muy operativa para dar cuenta del acontecer actual debido a que no sólo se han consolidado dimensiones que se ubican por encima de la lógica interestatal, también se han consolidado otras dimensiones de tipo trans supra, infra y paraestatal, todas las cuales reproducen complicadas retroalimentaciones. Igualmente importante es el hecho de que la vida internacional ya no se cristaliza en tomo a unas variables exclusivamente políticas, pues cada vez intervienen más situaciones sociales, culturales, ideológicas y económicas, y las fronteras entre todas ellas también se han vuelto muy opacas. Sobre todo, luego de los trágicos sucesos de 11 de septiembre del 2001, se desvanecieron las viejas certezas al comprobarse que la inseguridad, el riesgo y las amenazas trascienden las fronteras espaciales y temporales, incluso las de los Estados más poderosos del planeta. Evidentemente, uno de los mayores desafíos que enfrentan los estudios internacionales radica en incorporar la dinámica de la globalización en el campo de las relaciones internacionales, pues, hoy por hoy, se han modificado muchos de sus procedimientos, como, por ejemplo, cuando lo "internacional" deja de aludir a lo que ocurre "por fuera" o cuando se rompe el orden jerárquico de significación de los eventos, los cuales dejan de ser un "monopolio" de las sociedades más poderosas, o cuando se asiste a inéditas compenetraciones espaciales, temporales e intersectoriales, las cuales han derivado en que lo "internacional" se represente como global. Dentro de esta misma perspectiva, debe considerarse el papel de las organizaciones no gubernamentales, ONG, las cuales han pasado de aproximadamente seis mil en los noventa a más de 26 mil en el primer lustro del nuevo milenio. Son numerosos los casos que demuestran el protagonismo que estas organizaciones han alcanzado en las cumbres mundiales (Seattle, 1999), ejerciendo presión sobre gobiernos y empresas transnacionales, y contribuyendo a pluralizar la política global. Las transformaciones que tienen lugar en el campo de las relaciones internacionales sugieren que ya es hora de sustituir aquellas perspectivas que concebía el mundo pasado y/o presente a partir de un idealizado o normativo sistema westfaliano por una representación más abarcadora, rica y compleja como es la de una formación social globalizada, la cual, además, de poner en evidencia las articulaciones históricas de los espacios nacionales con lugares distantes, alude a la realización de lo "nacional/internacional" como una dimensión espacial transnacional. El concepto de formación social globalizada tiene además otra particularidad: en su representación planetaria destaca las complejas interpenetraciones de las partes, no como fragmentos (v. gr., naciones), sino como segmentos que se
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compenetran. También designa que lo "nacional", "regional" o "local" conforman realidades localizadas, pero cuyos centros se encuentran deslocalizados, porque constituyen segmentos de una totalidad abarcadora. En una formación social globalizada el todo es más que la suma de las partes, porque los intersticios y redes que compenetran los distintos segmentos también constituyen formas de realización de lo global. En una formación social globalizada el poder ya no reside ni en los lugares de donde emana ni en los cuales se ejerce de modo inmediato, situación que se explica por el hecho de que el poder ha abandonado su condición territorializada, se encuentra diseminado por la totalidad de intersticios que comunican y compenetran los distintos segmentos, y asume una representación más soft, pero no por ello menos efectiva. Sólo así se entiende que el territorio haya dejado de ser una condición suficiente para la realización del poder y que los checos hayan optado por la separación "de terciopelo" con los eslovacos, porque ello les permitía incrementar su participación dentro de los flujos transeuropeos y aumentar las posibilidades para su ingreso a la Unión Europea. Del mismo modo, mientras el impresionante poderío de Estados Unidos se realiza fundamentalmente en forma de redes, Siberia representa una pesada carga para Rusia, situación que ha terminado inhibiendo su potencial desarrollo. Chile, por su parte, un pequeño país periférico en los confines del mundo, resplandece en el concierto latinoamericano, por su capacidad para poner en marcha un modelo extravertido de desarrollo que busca realizarse precisamente dentro de estos intersticios globalizantes2. El discernimiento de la radicalidad de estos cambios nos lleva a modificar la manera como debe interpretarse la vida 'internacional' globalizada que nos ha correspondido vivir. Para ello es menester emprender un radical cambio de perspectiva: el conocimiento social no debe seguir respondiendo a las preguntas que. el mismo ha concebido, sino que debe acomodarse a los problemas que le plantea la misma realidad social. Como ya hace algunos años señalara Renato Ortiz, "el problema es que la modernidad-mundo rompe las fronteras del Estado-nación. Para comprenderla, es necesaria una reactualización del pensamiento. El mundo, como objeto, exige nuevos conceptos de nuestra imaginación sociológica. En este sentido, la globalización no es simplemente un tema entre otros: desafía la reflexión en su existencia categorial. Pensarla es abrirse a una revisión del propio discurso de las ciencias sociales". Los supuestos epistemológicos de un enfoque que replantee el análisis de lo global no sólo son válidos cuando se analiza el mundo en su conjunto, sino también cuando se opta por análisis regio2.
Véase, Hugo Fazio Vengoa, La globalización en Chile. Entre el Estado y la sociedad de mercado, Bogotá, Universidad Nacional de Colombia, colección de la Sede Bogotá, 2004.
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nales, nacionales y/o locales. Como señala el mencionado analista brasileño para "aprehender enteramente las consecuencias derivadas de las transformaciones del inicio del siglo XXI, se hace necesario un desplazarriiento de la mirada científica. La comprensión de un mundo desterritorializado requiere un punto de vista desterritorializado. Para entenderlo en su totalidad, la perspectiva analítica debe liberarse de las restricciones locales y nacionales. Sólo de esta forma puede ser comprendido el flujo de la modernidad-mundo (...) En lugar de pensar el mundo 'desde América Latina' (como dicen mis colegas latinoamericanos), propongo una reorientación de la mirada. Pensemos el mundo en su flujo y, luego, hagamos las preguntas pertinentes a nuestra realidad. Tengo certeza de que se verán iluminadas desde otro ángulo"3. Para decirlo en otras palabras, con la globalización el mundo se ha convertido en un una categoría histórica, en un "lugar", el cual, como lo define Marc Auge4, es antropológico, es un territorio lleno de sentido. Pero, de otra parte, si en nuestro presente más inmediato la historia se proyecta como una poderosa fuerza actuante, debemos igualmente reconocer que el mundo transita en la actualidad por una fase particular, la cual se caracteriza por una desmedida sobrecarga del presente. Esta preeminencia del presente o de la urgencia viene dictada por el impacto de los modernos medios de comunicación y del cada vez más liberalizado mercado, los cuales enlazan y sincronizan de modo fluido a las distintas sociedades en un permanente presente, y por el efecto multiplicador que han tenido algunos procesos y magnos acontecimientos —el fin de la guerra fría, la caída del muro de Berlín, la crisis financiera asiática de 1997, la internacionalización del problema de Kosovo, el 11 de septiembre de 2001, la intervención en Irak, el 11 y 14 de marzo de 2004—, eventos que junto con esos procesos están alterando los cimientos mismos sobre los cuales se asientan las sociedades contemporáneas. La importancia de estos acontecimientos en ningún caso puede ser minimizada. Se debe, por tanto, guardar la debida distancia de aquella percepción que hizo escuela en buena parte de la historiografía mundial a lo largo del siglo XX, la cual ubicaba el análisis de los acontecimientos en ün registro menor en cuanto a la calidad del conocimiento producido. Así, por ejemplo, Fernand Braudel, con su elegante prosa, gustaba recordar el siguiente episodio: "Conservo el recuerdo de una noche, cerca de Bahía, en que me encontré envuelto por un fuego de artificios de luciérnagas fosforescentes; sus pálidas luces resplandecían, se apagaban, refulgían de nuevo, sin por ello horadar la noche con verdaderas cla3. 4.
Renato Ortiz, El otro territorio, Bogotá, Convenio Andrés Bello, 1998, p. XXI y XXII. Marc Auge, Los no lugares. Espacios del anonimato. Una antropología de la sobremodernidad, Barcelona, Gedisa, 2001.
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ridades. Igual ocurre con los acontecimientos: más allá de su resplandor, la oscuridad permanece victoriosa"5. A diferencia de este tipo de concepciones, las cuales, con su pretensión totalizante por aprehender el movimiento de las estructuras, le restaron significación a los acontecimientos, somos de la opinión de que el análisis de los grandes eventos históricos del presente constituye la única puerta de entrada para comprender los movimientos más profundos que se desarrollan en clave subterránea, la mayoría de los cuales son imperceptibles en la vida-diaria. Para aprehender el significado de los acontecimiento y no quedarse ceñido a la cronología del mismo, se les debe abordar a partir de la misma propuesta analítica braudeliana: "hay que mirar los acontecimientos desde muy lejos con el deseo sistemático de explicar"6. A nuestro modo de ver, la significación más extendida de estos acontecimientos que acabamos de enumerar consiste en que son sitúaciones gatilladas y/o son circunstancias que inducen a transformaciones en la dinámica de la globalización y, en tal sentido, son acontecimientos que alteran las dinámicas en las que se desenvuelve lo "internacional". El acontecimiento goza también de otra particularidad: es un evento que inscribe al mundo en una dimensión temporal y, por ese motivo, trasluce movimientos que ocurren en las capas subterráneas. Los acontecimientos que antes enumeramos se han convertido en eventos planetarios porque gracias a la revolución en las comunicaciones han sido por todos directamente conocidos, suscitaron acalorados debates y radicalizaron posiciones, lo que permite sostener que sentaron las bases para la emergencia de un espacio comunicativo compartido a lo largo y ancho del mundo y que han hecho posible el surgimiento de una memoria global, elemento central de una naciente identidad cosmopolita. Pero también, como ha sido extensamente documentado por la literatura especializada7, la globalización constituye un proceso que corrientemente es modelado por factores coyunturales, lo que convierte a los acontecimientos en importantes puntos de inflexión. Parafraseando a Wiston Churchill, se puede sostener que la importancia de los acontecimientos contemporáneos consiste en que nuestro presente "produce más historia de la que podemos consumir" y que refractan importantes movimientos que ocurren en clave subterránea. En tal sentido, si el pasado todavía se mantiene vivo y si nuestro presente no se encuentra totalmente desgarrado de su caparazón histórico, este cúmulo de
5. Fernand Braudel, op. cit., p. 22. 6. Citado en Jean Boutier, "Fernand Braudel, el historiador del acontecimiento" en Historia Crítica N. 27, enero-junio de 2004, p. 247. 7. David Held y Anthony Me Grew, The Global Transformations Reader. An introduction to the globalization debate, Polity Press, Cambridge, 2000.
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eventos presentes debe interpretarse también como una poderosa fuerza modeladora de nuestra inmediatez. Con ocasión de los ataques terroristas contra las Torres Gemelas, el antropólogo Marc Auge anotaba que si se pretende enmarcar el 11 de septiembre dentro del concepto de un atentado, se está aludiendo a un tipo de acontecimiento, que una vez que se han identificado sus causas y sus autores, se devela su sentido, su impacto queda limitado. Pero cuando el acontecimiento es mayúsculo, demasiado impresionante por su amplitud o por su alcance simbólico, "una explicación superficial remontándose río arriba a causas no basta para reducirlo: hay que buscar río abajo, en la desembocadura, y ver allí ya no una finalidad, un resultado, una consecuencia, sino un comienzo, un origen. El acontecimiento mismo se convierte en una causa"8. En efecto, los atentados terroristas contra las Torres Gemelas y el edificio del Pentágono se convirtieron en causa, explicación y en fuerza actuante de numerosas transformaciones que al despuntar el nuevo siglo comenzaron a recomponer el panorama mundial. Por su magnitud, los sucesos del 11 de septiembre no pueden describirse como una simple consecuencia, más aún cuando se constata que se han convertido también en una causa portadora de sentido. Lo mismo puede argumentarse en relación con otros grandes acontecimientos que han sacudido al planeta en su conjunto. Ante esta complejidad que experimenta el mundo actual, en el cual todavía subsisten viejas prácticas, mientras otras se renuevan y tienen lugar acontecimientos y situaciones portadoras de sentido, la disciplina de la historia se convierte en una adecuada herramienta de análisis para construir un marco de comprensión de nuestro presente. Una de las preocupaciones centrales del pensamiento histórico ha consistido en inscribir las distintas fases y temporalidades, así como es.tos acontecimientos, dentro de una cierta duración, la cual les confiere un sentido preciso. De ahí se ha cultivado la tendencia por periodizar, es decir, por establecer unos marcos cronológicos, con momentos de inicio y de finalización que particularizan un determinado período y que precisa el valor de los acontecimientos, cuyas fronteras recubren. Una periodización, empero, no constituye un mero ejercicio intelectual; es una disputada y polémica herramienta interpretativa y explicativa que contiene una gran fuerza analítica. Al periodizar, se seleccionan unos acontecimientos o unas dinámicas como fuerzas que catalizan un determinado período histórico. Se privilegian unas variables en desmedro de otras. Generalmente, las periodizaciones son concebidas comenzando con un evento, cuyo impacto se quiere
Marc Auge, Diario de guerra. El mundo después del 11 de septiembre, Barcelona, Gedisa, 2002, pp. 19-20.
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destacar. Mientras los franceses definen el inicio de la historia moderna y contemporánea en la Revolución Francesa de 1789, los italianos lo sitúan en el Risorgimento, los latinoamericanos alrededor de 1870 cuarído empezó la consolidación de los Estados naciones y la historiografía soviética privilegiaba, por obvias razones, la Revolución Rusa de octubre de 1917. De tal suerte que si se periodiza a partir de los magnos acontecimientos presentes antes señalados, se forjan representaciones diferenciadas del período histórico que nos ha correspondido vivir. Así, por ejemplo, si se puntualiza que el acontecimiento fundacional de nuestro presente está representado por el fin de la guerra fría, se privilegia una interpretación triunfalista como la de F. Fukuyama, cuando anunciaba que habíamos llegado al fin de la historia. Si el acontecimiento inaugural del período se encuentra simbolizado en la caída del muro de Berlín, se destacan aquellos elementos que fuerzan hacia la integración de la economía y política mundiales. Cuando se recurre a la crisis asiática como un acontecimiento dividing, entonces se opta por una lectura economicista en su interpretación y también en sus resultados. Quienes conjeturaban que los sucesos de Kosovo habían marcado un giro de ciento ochenta grados en la historia inmediata, se interesaban ante todo por determinar los rasgos esenciales del naciente y caótico nuevo orden mundial. Por último, cuando se sostiene que el 11 de septiembre de 2001 ha sido el magno acontecimiento monstruo que divide en dos la historia presente, se privilegia como lectura la reacción del gobierno norteamericano en su guerra frontal contra el terrorismo y, de suyo, la polémica tesis sobre el choque de civilizaciones de Samuel Huntington. A nuestro modo de ver, ninguna periodización de nuestro presente como las arriba mencionadas es certera en sus enunciados porque una periodización no puede basarse en conjeturas, sino que representa una perspectiva de análisis que excede la lógica formal de la causalidad (explicación en términos de antecedentes, causas, efectos y consecuencias) y debe además descifrar el cúmulo de fenómenos que incluye en términos de resonancia o de correlación, es decir, estableciendo enlaces diferenciados entre los distintos acontecimientos. De ahí que sea menester reflexionar en profundidad sobre los'elementos y circunstancias modeladores de nuestro presente. Un interrogante se viene inmediatamente a la mente: quizá, periodizar sea pertinente cuando se estudian períodos anteriores, cuyas dinámicas han decantado y son, por ende, fácilmente aprehensibles, pero, ¿cómo se puede periodizar nuestro presente si nos encontramos en un período en el cual to"davía subsisten prácticas antiguas que conservan su vigencia en condiciones en que se asiste, al mismo tiempo, a la emergencia de un conjunto de situaciones y de magnos acontecimientos, los cuales están introduciendo determinados marcos referenciales,
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los cuales también son portadores de sentido y, a su manera, también están contribuyendo a la creación de nuevas representaciones del mundo? Intentemos dilucidar este asunto. A diferencia de una interpretación en los términos en los cuales se ha popularizado el marco analítico braudeliano9 que privilegiaría el análisis estructural, es decir, la larga duración de los movimientos históricos estructurales ("la historia casi inmóvil"), el estudio histórico del presente rescata, al igual que lo hiciera el célebre historiador galo, la importancia de los acontecimientos en su duración, yendo hasta las realidades profundas que éstos traducen, eventos que se convierten en una adecuada puerta de entrada para entender los tejidos y movimientos subterráneos más profundos, los cuales son imperceptibles a simple vista y más aún en la inmediatez. Los acontecimientos debemos entenderlos como "ventanas y no como espejos", al decir de Rainer María Rilke10, o sea, son puertas de entrada que permiten observar movimientos profundos. Más allá de su significado intrínseco, en el proceso de discernimiento de la naturaleza de los acontecimientos podemos capturar fulgores de la coyuntura y de los procesos, aun cuando en ocasiones tengan también la capacidad para convertirse en circunstancias que pueden dar origen a una nueva coyuntura y/o acelerar, desviar o desacelerar un proceso". La relación entre los acontecimientos, las coyunturas y los procesos no es como podría suponerse de una presunta "determinación en última instancia" de estos últimos sobre los primeros, sino que constituye una relación dialéctica, y en ocasiones también simbiótica, de retroalimentación mutua, en la cual cada uno de estos movimientos, que se registran en diferentes duraciones, le asigna un sentido, una impronta, e incluso a veces, una determinada direccionalidad a los demás. Esta esa la razón que explica la importancia que le asignamos a la elucidación del significado de los acontecimientos como perspectiva para el análisis del presente, en tanto que éstas son situaciones visibles que tienen la capacidad de arrojar luces sobre la calidad de los movimientos más profundos de las sociedades contemporáneas. Un análisis del presente no puede arrancar de la pretensión de comprender estos últimos, porque, a diferencia de lo que ocurre con los procesos históricos pretéritos, ya consumados, en los que son palpables las decantaciones de los movimientos estructurales, en la inmediatez no se pueden percibir las vibraciones que se presentan en clave subterránea. Por eso la historia del tiempo presente debe emprender una involución del marco metodológico que acariciaba Braudel y arrancar de los "destellos de luz" (los acontecimientos)
9. Carlos Antonio Aguirre, Braudel y las ciencias sociales, Madrid, Editorial Fundamentos, 2000. 10. Reiner María, Rilke, El testamento, Madrid, Alianza, 1985. 11. Véase una reflexión más detallada sobre este punto en Hugo Fazio Vengoa, Globalización: discursos, imaginarios y realidades, Bogotá, IEPRI y Universidad de los Andes, 2001, capítulo primero.
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para captar las vibraciones subterráneas (coyunturas y procesos) y, de esa manera, "horadar" en la oscuridad. A nuestro modo de ver, los principales acontecimientos que destellan res-' plandores de significación sobre los componentes estructurales del sistema internacional y que además han desempeñado un importante papel en la redefinición del mundo en su conjunto han sido el fin de la guerra fría, la caída del muro de Berlín, la crisis financiera asiática, el bombardeo a que fue sometida Serbia a raíz del problema de Kosovo, el 11 de septiembre de 2001, la intervención militar en Irak en 2003 y los sucesos del 11 y 14 de marzo de 2004. El primero -la guerra fría- fue un importante punto de inflexión en la estructuración política del mundo en la medida en que entrañó la finalización de una determinada forma de organización del sistema internacional, el cual se basaba en la competición entre dos modelos socioeconómicos -el socialismo y el capitalismo— con base en la amenaza nuclear y se representaba en su vértice en la lucha por la supremacía que mantenían la Unión Soviética y los Estados Unidos. La guerra fría constituyó un importante cambio en la modulación del sistema westfaliano y representó, sin duda, la forma más lograda de política mundial. Si bien es indudable su gran significación histórica, el fin de la guerra fría fue un evento que sólo parcialmente entró a determinar la naciente organización planetaria. Fue un acontecimiento eminentemente político y geopolítico, con escasas repercusiones en los otros niveles de organización social y que, además, representó la finalización de un período, el "antes", pero, de suyo, no comportaba pautas ni proporcionaba un sentido de cómo se iba a organizar el "después". Del esquema engendrado, a lo sumo, se pueden inferir representaciones diferenciadas en los distintos confines del planeta. Mientras en el Viejo Continente entrañaba el inicio del proceso de conformación de la Gran Europa, en Estados Unidos se idealizaba el nacimiento de un "nuevo orden mundial", el África Subsahariana se convertía en una nueva Atlántida, en América Latina suponía la importación por parte de las élites nacionales de los "emblemas" globalizados y el Asia-Pacífico se representaba como el vector que prefiguraba el advenimiento del siglo XXI. La guerra fría, por tanto, al ser un acontecimiento que'no contenía la simbolización del "después", acentuaba la pluralización de trayectorias divergentes. Además, a la luz del desarrollo ulterior del sistema internacional, se puede argumentar que el fin de la guerra fría no fue un acontecimiento "monstruo" con capacidad para alterar los. cimientos sobre los cuales se sostenía todo este sistema porque no se ajustaba a los parámetros de las grandes transformaciones económicas, sociales, políticas y culturales,, generalmente aglutinadas en torno al concepto de globalización, proceso que, en alto grado, explica, de suyo, la misma finalización de la guerra fría, ya que aceleró el colapso de la Unión Soviética
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y se convirtió en la más importante fuerza que entró a recomponer el paisaje mundial en la década de los noventa. A diferencia del anterior, la caída del muro de Berlín fue un acontecimiento que contenía en sus entrañas una mayor carga simbólica. Comprende en sí mismo la explicación más inmediata de la finalización de la guerra fría y además presagió el derrumbe de una de las grandes superpotencias: la Unión Soviética. En este sentido, puede sostenerse que la caída del muro de Berlín fue un acontecimiento que incluyó la explicación de la finalización del "antes": Pero también fue una situación que tuvo la cualidad de proyectarse en el tiempo construyendo un "después", dado que estimuló la universalización del capitalismo transnacional a través del abandono del sistema de planificación socialista y la implantación generalizada de la economía de mercado. Muchas de las tendencias que caracterizaron la década de los años noventa y los inicios del siglo XXI -la universalización de este tipo de capitalismo, las adaptaciones de las economías nacionales a las tendencias predominantes en la economía mundial, la sólida hegemonía que alcanzó el neoliberalismo, el desdibujamiento de las viejas fronteras, la materialidad de nuevas formas de interdependencia y la idea de que estaba naciendo una sociedad de nuevo tipo —la democracia de mercado— fueron situaciones ecualizadas por la caída del muro de Berlín12. Si bien hemos tenido ocasión de sostener en otras oportunidades que la caída del muro de Berlín constituye el acontecimiento capital de finales de siglo, con el cual finalizó "el breve" siglo XX, al decir de Eric Hobsbawm13, y debutó apresuradamente el siglo XXI, los sucesos del 8 y 9 de noviembre de 1989 no fueron un acontecimiento inaugural que se explique por sí mismo por cuanto estuvo precedido por una pléyade de eventos previos (las sincronizadas revueltas de finales de los sesenta, la Tercera Revolución Industrial, la crisis del petróleo, la revolución iraní de 1979, el movimiento de Solidaridad, el arribo de Gorbachov al poder en la Unión Soviética, etc.), los cuales entraron en resonancia y confluyeron para su puesta en marcha. Su fuerza transformadora radicó en ser un evento sincronizador que ubicó a todos los países del mundo en una misma frecuencia, en un mismo tiempo mundial, para retomar un término popularizado por F. Braudel. Una de las características principales de este tiempo mundial consiste en ser una temporalidad que extiende el presente en una dimensión planetaria. O, como
12. Véase, Hugo Fazio Vengoa, "La caída del muro: el acontecimiento de final de siglo" en Hugo Fazio Vengoa y William Ramírez Tobón, Editores, 10 años de la caída del muro. Visiones desde Europa y América Latina, Santafé de Bogotá, IEPRI, Departamento de Historia de la Universidad de los Andes, Fescol y Tercer Mundo, 2000, pp. 3-39. 13. Eric Hobsbawm, Historia del siglo XX, Barcelona, Crítica, 1997.
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señala Fulvio Attiná "cuando los hombres y mujeres que hablan diferentes lenguas reflexionan conjuntamente sobre las oportunidades de la globalizacion y también sobre los deberes morales comunes que ésta les impone, se está dando un paso adelante decisivo en el camino de construir una identidad colectiva más amplia que la identidad nacional en las que nos hemos educado en los últimos siglos"14. La mayor novedad que encierra esta expresión temporal consiste en que demuele otra importante frontera de la vieja dicotomía del.adentro/afuera en la medida en que los anteriores tiempos nacionales, estructurados en torno al desarrollo, la modernización y la historia (vinculación entre el pasado y presente), que se contraponían al repetitivo y también caótico tiempo internacional, comienzan a ser sustituidos por una temporalidad que desde lo global reubica y les otorga un sentido a las expresiones regionales, nacionales y locales. El tiempo mundial, ecualizado por la caída del muro en Berlín, es indicador de un tiempo que debe interpretarse a partir de su dimensión social porque es la expresión de un vasto movimiento transversal de sociedades civiles centro europeas interdependientes que conjugaron un anhelo humanista de fuga hacia adelante. Empero, no se puede optar por concebir este acontecimiento como un evento fundacional de una nueva era, porque no se tardaría mucho en reconocer que la resonancia directa de su impacto directo a nivel de los imaginarios construidos duró poco más de una década. Algunas de las tendencias que en su momento liberó -v. gr., la convergencia del mundo- entraron en barrena desde el momento en que comenzamos a adentrarnos en el siglo XXI. Sobre todo la activación de una sociedad civil en vías de globalizacion, quedó en estado larvado. Lo que ocurrió fue que la caída del muro de Berlín expandió, al mismo tiempo, un conjunto de energías transformadoras, entre ellas el capitalismo transnacional, las cuales siguen todavía modelando nuestro presente, y, en ese sentido, el planeta todavía se encuentra bajo sus resplandores, aun cuando, hoy por hoy, algunas de sus fosforescencias estén palideciendo. La implacable lógica de este tipo de dinámicas estructurales sofocó a ia naciente sociedad civil global y la privó en su capacidad para convertirse en un agente modelador del "después". Al respecto, conviene hacer una breve aclaración. El hecho de que estemos analizando el sentido de algunos acontecimientos en su secuencia- cronológica, ello no debe interpretarse como si la llegada de uno de ellos barriera las resonancias de los anteriores. Tampoco puede suponerse que el impacto de un acontecimiento se reduce a sólo aquello que produce de modo inmediato. Muchas veces sus consecuencias se cristalizan a mediano o lardo plazo. La ampliación de la
14. Fulvio Attiná, El sistema político global. Introducción a las relaciones internacionales, Barcelona, Paidós, 2001, pp. 11.
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UE a 10 nuevos países en mayo de 2004, muchos de los cuales hace quince años se encontraban al otro lado de la cortina de hierro, significa que algunas de las réplicas ocasionadas por la caída del muro de Berlín aún no han concluido. Estos acontecimientos, además, tienen diversos calibres y, por ello, su alcance es diferenciado. La caída del muro de Berlín fue un acontecimiento estructural en la medida en que contiene la explicación de los desarrollos ulteriores y porque exterioriza la esencia del Weltgeist de la globalización. En este sentido, ningún acontecimiento posterior ha podido aminorar su impacto y en ello también radica su fuerza. La crisis financiera asiática de 1997 también puede ser interpretada como un acontecimiento portador de una alta carga simbólica. Fue la primera crisis financiera global, mostró las numerosas vulnerabilidades de los países del AsiaPacífico, de los cuales se presumía que serían los principales constructores de la arquitectura mundial del siglo XXI y acabó con la euforia y la ilusión de que el mundo estaba ingresando en una etapa de inusitado crecimiento y bienestar. Si bien fue un acontecimiento que exacerbó otras crisis en países tan distantes como Rusia y Brasil, dejó importante secuelas que se mantuvieron por varios años en algunas regiones (v gr. América Latina), no se convirtió en un punto de quiebre ni de la economía mundial ni del naciente y, por cierto, caótico "orden" internacional. Fue, por tanto, un importante acontecimiento, pero que se ubica en un registro histórico menor que los dos anteriores. Esta crisis, sin embargo, exhibió una faceta poco conocida del mundo actual: se inició con el aleteo de una mariposa (el bath tailandés) y terminó en una tormenta financiera mundial. Es decir, esta crisis demostró que en un mundo sincronizado las situaciones que ocurren en los países de mayor peso e importancia mundial ya no gozan del monopolio de ser los únicos acontecimientos de significación a nivel planetario. A través de sus secuelas, la depreciación del bath tailandés, demostró que la globalización constituye también una forma de realización de lo local en una dimensión mundializada. La intervención de la OTAN en Kosovo representa un cuarto acontecimiento planetario que ha entrado a operar sobre la arquitectura del sistema internacional. Sobre este hecho nos explayaremos más extensamente, no porque consideremos que su significación sea mayor que los otros eventos sobre los cuales nos estamos refiriendo, sino simplemente porque es menos conocido por parte de la opinión pública. En 1989, el entonces presidente de Yugoslavia, Slovodan Milosevic, decidió eliminar la autonomía de que gozaba la región de Kosovo dentro de las fronteras de Serbia. Desde ese momento, se inició un movimiento de desobediencia civil bajo la jefatura de la Liga Democrática de Kosovo, liderada por Ibrahim Rugova, se promulgó una Constitución y se convocó a un referéndum en septiembre de 1991 en el que participó el 87% de los electores, los
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cuales masivamente respaldaron la creación de una república kosovar independiente. Rugova fue proclamado presidente de esta república clandestina. Desde este gobierno clandestino se diseñó una estrategia política que constó de varios elementos: el apego a una resistencia no violenta, la intención de internacionalizar el problema kosovar mediante la búsqueda de implicación de otros Estados en el tratamiento y resolución del conflicto, el rechazo de la política institucional serbia, el desarrollo de un sistema educativo kosovar (en 1995 asistían a clases 312 mil alumnos en primaria, 57 mil en secundaria y 12 mil en la enseñanza superior), un sistema sanitario al margen del Estado serbio y la creación de un sistema de transporte propio15. No obstante la importancia intrínseca que tuvo este experimento democrático, tolerante y por sobre todo no violento, esta resistencia pasiva para obtener legítimos derechos frente a la arrogante Serbia no despertó en ese entonces ningún interés por parte de los políticos europeos ni de los medios de comunicación internacionales ni mucho menos del impenetrable Milosevic. Fue sólo cuando el Ejército de Liberación de Kosovo decidió recurrir a la estrategia terrorista en Kosovo que Europa Occidental y Estados Unidos empezaron a preocuparse por el conflicto y terminaron defendiendo su causa16. Uno de los principales intelectuales independientes, Veton Surroi, resume con cruda realidad el problema en términos muy acertados, cuando señala: "Dayton demostró que los territorios étnicos poseen legitimidad y que la atención internacional sólo puede obtenerse mediante la guerra"17. La OTAN, contando con una clara participación de sus respectivos Estados miembros, decidió tomar cartas en el asunto y ante la negativa de Serbia de cesar de sembrar la violencia en Kosovo, decidió intervenir militarmente. Al respecto, conviene recodar que las acciones emprendidas en Kosovo no se llevaron a cabo bajo el amparo de la ONU, sino que fueron asumidas directamente por la OTAN. Esto significaba que un club, cada vez más pequeño y menos representativo de la 'comunidad internacional', asumía la función de darle un sentido configurador al mundo. Para evitar tropiezos y largas y dispendiosas negociaciones, en esta acción se dejó deliberadamente por fuera a aquellos Estados, como Rusia y China, que pregonaban a los cuatro vientos la tesis del multilateralismo como fórmula para evitar el unilateralismo. En ese momento, esta acción militar no sólo sirvió para relegitimar a la OTAN en el mundo de
15. Véase, Carlos Taibo, Para entender el conflicto de Kosova, Madrid, los Libros de la Catarata, 1999, especialmente el capítulo quinto. 16. Véase, Timothy Garton Ash, Historia del presente, Barcelona, Tusquets, 2000. 17. Citado en Mary Kaldor, Las nuevas guerras. Violencia organizada en la era global, Barcelona, Tusquets, 2001, p. 200.
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posguerra fría, sino que selló el indisoluble vínculo entre Estados Unidos y Europa con claros beneficios para las partes y para "otanizar" la seguridad internacional. Los países del Viejo Continente pudieron contar con el apoyo norteamericano en la solución de una crisis de seguridad que las afectaba directamente. Washington, que asumió la defensa de los kosovares, pudo corroborar una vez más su amplia supremacía política y militar, sin tener que correr con el costo de que sus soldados perdieran la vida en Europa. Uno de los aspectos más importantes de esta crisis fue demostrar que Europa requería de Estados Unidos y que no iba a crear dispositivos de seguridad que pudieran en algún momento desafiar la indiscutible hegemonía norteamericana. Pero fue también una primera gran crisis que expuso las contradicciones y desavenencias de intereses entre europeos y norteamericanos, lo que, a su vez, explica que luego de los sucesos de Nueva York la respuesta norteamericana siguiera otro cauce. Al respecto, Guillaume Parmentier ha anotado: "La guerra de Kosovo puso sobre el tapete el tema de la credibilidad de la OTAN. Los europeos comprendieron que el comando de la OTAN era una ficción y que la planificación era un asunto puramente norteamericano; los estadounidenses comprendieron que la estructura política de la alianza daba a los europeos la ocasión de ejercer un control multilateral sobre las operaciones militares. De ahí la decisión norteamericana de no utilizar el artículo 5 de la OTAN, invocado por los aliados por vez primera después del 11 de septiembre" {Le Monde, 13 de febrero de 2003). Por último, este hecho demostró de modo muy evidente que después del deliberado intento por "mercantilizar" las relaciones internacionales, lo que debía permitir expandir al máximo el capitalismo transnacional a todo el orbe y reducir la cobertura de acción de los Estados naciones en el manejo de las políticas macroeconómicas, se comenzaba a ingresar en una fase en la cual los grandes Estados de Occidente buscaban cimentar un orden internacional, pilar de una sociedad de Estados, cuyo eje fundamental debía estructurarse en torno a la actividad y los intereses de estos mismos grandes Estados. En síntesis, el bombardeo de que fue objeto Serbia fue un primer anuncio de que el "desorden" que invadía el mundo a mediados de los noventa empezaba a" quedar atrás y se sentaban las bases para un nuevo "ordenamiento". Pero como tal este acontecimiento no se logró convertir en un momento fundador de una nueva arquitectura; su significación última se tradujo simplemente en un intento deliberado por parte de las élites de los grandes Estados de Occidente por buscar una fórmula que pudiera proyectar la creación de un orden mundial más seguro. Desde varios ángulos puede sostenerse que el .ataque terrorista del 11 de septiembre de 2001 se asemeja al impacto que tuvo la caída del muro de Berlín. Al igual que los sucesos de Berlín, el 11 de septiembre fue un evento por todos
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conocidos y, en ese sentido, su producción quedó inscrita en un ámbito público mundializado. A la pregunta de si el 11 de septiembre podría catalogarse como un acontecimiento análogo en su significación a la caída del muro de Berlín o si deberíamos interpretarlo como un suceso más episódico, más localizado y frugal, hace algún tiempo escribíamos que "pese a que es difícil determinar su alcance porque nos encontramos aún bajo los efectos de los esplendores del fenómeno, desconocemos cuáles serán sus consecuencias, su alcance y desenlaces, concordamos con la tesis del historiador británico Timothy Garton Ash, cuando sostiene que el ataque terrorista se ubica a medio camino entre ambos tipos de eventos, pero más cerca del primero, aun cuando probablemente nunca llegue a revestir la carga valorativa que tuvo la caída del muro de Berlín" {La Repubblica, 15 de septiembre de 2001). Se puede argumentar que con el ataque terrorista el "después" no se ha configurado a partir de la carga real o simbólica que contiene el evento, sino que ha dependido en lo fundamental de la voluntad y de las opciones políticas que se tracen los actores más influyentes del sistema internacional"18. Hoy en día disponemos, evidentemente, de una perspectiva y de una visión panorámica más completa sobre este acontecimiento, razón por la cual volveremos en detalle más adelante. Pero en aras de la comparación con los otros acontecimientos antes descritos presentaremos algunas ideas y puntos de vista que nos permitan establecer una escala de medición de qué tanta carga fundacional este evento se hace portador. A la fecha, las opiniones de los analistas sobre su significación más profunda se encuentran muy divididas. Algunos consideran que "con toda probabilidad, la fecha del 11 de septiembre de 2001 ha ingresado a la historia universal. Es y sería considerada como dividing, es decir, se distingue y se distinguirá un 'antes' y un 'después'. No es que el mundo haya cambiado bruscamente con los ataques contra el World Trade Center y el Pentágono. Lo que cambió ha sido la manera de interpretar el pasado y de razonar sobre el avenir"19. El analista británico Fred Halliday, por el contrario, ha expresado que el 11 de septiembre no cambió nada: el mapa del mundo, el modelo global de economía y de poder militar y la distribución relativa de Estados democráticos, semiautoritarios y tiránicos sigue siendo la misma. Muchos de los problemas que son menos susceptibles a las formas tradicionales de control estatal (medio ambiente, migración, comercio de drogas, SIDA) preceden largamente el 11 de septiembre ("Afterschocks that hill eventually shake us all" The Observer, 10 de 18. Hugo Fazio Vengoa, El mundo después del 11 de septiembre, Bogotá, IEPRI y Alfaomega, 2002, pp. 14-15. 19. Thierry de Montbrial, "Perspectives", Ramses, 2003.
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marzo de 2002). El también británico Eric Hobsbawm contemporáneamente escribía: "No creo que el hecho en sí de haber atacado a las Torres Gemelas haya cambiado la situación del mundo. Es un ejemplo de un ataque terrorista, pero no es diferente, en esencia, de otros aspectos terroristas que han ocurrido tanto en Inglaterra y España. Lo que ha cambiado es la política. Un sector importante reconoció que era el momento de proclamar la supremacía política de Estados Unidos y la guerra de Irak es una prueba. Irak no tiene nada que ver con el ataque a las Torres Gemelas. El ataque a Irak estaba planeado desde hace mucho tiempo por el gobierno norteamericano" (El País, 12 de abril de 2003). Estos fragmentos que acabamos de citar de importantes analistas internacionales demuestran la dificultad que han experimentado los estudiosos de las ciencias sociales para alcanzar mínimos consensos sobre su significado. Ello radica en que el 11 de septiembre, a diferencia de la caída del muro de Berlín, no puede ser clasificado como un acontecimiento estructural porque no se hace portador de las múltiples resonancias que lo antecedieron ("el antes") y porque tampoco contiene en sí mismo los gérmenes significadores del "después". Este motivo nos llevó en un trabajo previo a que asemejáramos el 11 de septiembre de 2001 a un tipo de evento como el asesinato del archiduque en Sarajevo en 1914, que sirvió de chispa para que se desencadenara la Primera Guerra Mundial, sin que ese atroz hecho pueda considerarse como explicación de aquella conflagración mundial. Por esta razón, nos inclinamos a pensar que su significado más profundo ha dependido de su capacidad para acomodarse a las pautas señaladas por la caída del muro de Berlín, de la calidad de la respuesta a que ha dado lugar el ataque terrorista y de que no sobrevengan acontecimientos que puedan oscurecer su significado. Y, en este sentido, debemos reconocer que la manera como reaccionaron las élites norteamericanas fue muy contundente (guerra contra el terrorismo internacional) por lo que se le puede considerar como un importante punto de inflexión en nuestro presente más inmediato. Su significación radicó también en que alteró el movimiento envolvente de la globalización y dio lugar a la emergencia de un escenario en el cual han entrado a colisionar las disímiles manifestaciones globalizantes. Pero no constituye un momento de ruptura que sea portador de una fuerza análoga a la que contenía la caída del muro de Berlín porque el mundo anterior y posterior al 11 de septiembre siguió siendo básicamente el mismo. "Estados Unidos no ha conseguido todavía convertir el 11-S en. una verdadera palanca para un cambio planetario positivo, porque duda en adoptar una estrategia en este sentido, que debería ser la de la mayor envergadura. El unilateralismo del partido republicano con anterioridad al 11-S se mantiene inmutable; no se ha convertido en un multilateralismo coherente (...) El unilateralismo político que
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practica impide a EE.UU. -realmente la nación indispensable- forjar las herramientas adecuadas para la construcción de un orden mundial mejorado, que se basara en la cooperación internacional, es decir, el multilateralismo" (Shlomo Ben Ami, "La guerra contra el enemigo invisible", El País, 12 de septiembre de 2002). La invasión de Irak también puede inscribirse dentro de esta serie de grandes acontecimientos y de su evolución pueden derivarse elementos para la recomposición del sistema mundial. Difícil es por el momento prever a ciencia cierta que tipo de consecuencias traerá consigo. Pero se puede entrever que ya está ocasionando significativos cambios en la arquitectura energética, política y geopolítica a nivel mundial. Algunas voces se alzaron como la del ex presidente del gobierno español Felipe González para señalar la "casi certeza de que se producirá una tercera guerra mundial si no se para pronto el conflicto en Irak" {Clarín, 9 de abril de 2003), con lo cual argumentaba a favor de la idea de que este conflicto podía convertirse en un acontecimiento inaugural. Otros se han preguntado, si la guerra de Irak constituye un episodio aislado o hace su ingreso a la historia como preámbulo de una nueva época. La importancia de esta pregunta no radica en el hecho de que un conjunto de gobiernos asumiera derrocar a un dictador, sino que haya "violentado una arquitectura internacional con medio siglo a las espaldas" (El País, 23 de marzo de 2003). La analista británica Mary Kaldor, en medio del fragor del conflicto, constató que "alguien del American Entreprise Institute, uno de los laboratorios de ideas neoconservadoras me dijo que la guerra de Irak será un 'acontecimiento transformador'" ("Irak, una guerra sin igual", El País, 2 de abril de 2003). Pero, podemos preguntarnos, ¿abre esta guerra un nuevo capítulo en la historia presente? A primera vista, podemos suponer que difícilmente llegará a ser un evento constructor de sentido, como lo fue la caída del muro de Berlín o incluso el ataque terrorista del 11 de septiembre porque no es un evento con capacidad para producir una transformación estructural, pero seguramente sí dará lugar a modificaciones que se inscriben dentro de los contextos creados tanto por la caída del muro de Berlín como por el 11 de septiembre de 2001. Pero la fortaleza intrínseca de este acontecimiento no radica tanto en los antecedentes como en el tipo de desenlace a que dé lugar. En tal sentido, podría sostenerse que su importancia se debe medir por la resonancia de las consecuencias que produce el evento. • Y es que la guerra de Irak encierra una gran paradoja. A diferencia de Kosovo que fue un episodio coyuntural y en cierta medida fortuito, el cual fue utilizado para intentar fundar un nuevo orden, la intervención en Irak ha sido diseñada y utilizada desde sus mismos inicios como un evento con proyección fundacional que permita echar las bases de un nuevo ordenamiento planetario. Pero, por la
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dinámica misma de las cosas, la capacidad para mantener el evento ceñido a un norte se ha visto entorpecido por el hecho de que en condiciones de intensa globalización como las que actualmente se vive, el conflicto ha empezado a desarrollarse en clave local, es decir, se ha convertido en un episodio en el cual confluyen, colisionan y entran en competencia disímiles temporalidades históricas. Los sucesos de Irak, al igual que los de los días 11 y 14 de marzo en España, constituyen una adecuada ventana para observar una de las mayores transformaciones que ha experimentado el mundo en los inicios del nuevo siglo. Hasta hace un par de décadas atrás, se manejaba una concepción de tiempo nacional, la cual no sólo permitía la realización misma de la historia, sino que además, a través de su reconocimiento se ponían en práctica las estrategias de modernización y desarrollo. Hasta ese entonces, la temporalidad de lo internacional era repetitiva, carente de sentido, desarticulada, razón por la cual se le minusvaloraba y se le marginaba de las estrategias nacionales. La caída del muro de Berlín introdujo un sensible cambio.. Al sincronizarlas distintas manifestaciones globalizantes en un único movimiento envolvente, hizo posible la emergencia de un tiempo mundial, el cual no sólo pulverizó esa dicotomía, sino que además supuso la rearticulación de los tiempos nacionales de acuerdo con el extendido tiempo mundial. Los sucesos de Irak y posteriormente de Madrid, han puesto en evidencia una faceta aún más compleja de esta temporalidad de la globalización. No sólo nos encontramos en un mundo más sincronizado, en el cual todo el mundo parece hablar incluso el mismo lenguaje. El mundo en los albores del siglo XXI es también uno en el cual el ensanchamiento de lo "internacional" no sólo ha derivado en una mayor visibilidad de lo global por sobre lo nacional, sino que a través de lo global se produce un redimensionamiento de lo local, cuyos efectos se amplifican a escala planetaria. Si la crisis financiera asiática que se inició con la devaluación de la moneda de un pequeño país, el bath tailandés, ya nos había demostrado que lo local no constituye una espacialidad opuesta a lo global y la crisis de Kosovo comprobó que un evento tan localizado como este podía utilizarse como palanca para reconstruir todo el andamiaje internacional, los sucesos de Irak han demostrado que lo local se realiza dialécticamente dentro lo global. Estos dos eventos demuestran que homogeneidad y diferencia no son excluyentes, sino que representan las dos caras de una misma moneda: la globalización. En tal sentido, se puede avanzar la tesis, la cual desarrollaremos a lo largo de este trabajo, de que en condiciones de intensa globalización, la correlación o resonancia de distintos factores y temporalidades, todos los cuales tienen diferente peso, alcance y profundidad, es la que le imprime una direccionalidad y un sentido tanto a los acontecimientos como a la política global en su conjunto. De esta observación se desprende la comprobación de que la única fórmula para responder a este tipo de circunstancias, las cuales, como lo demuestran los suce-
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sos de Irak, se tornan aleatorias y en ocasiones completamente inmanejables, consiste no en frenar sino en profundizar la misma globalización. Un análisis en términos de resonancia sugiere asimismo, que por más que se puedan establecer a cabalidad las causas del conflicto, de éstas no se pueden inferir las consecuencias del mismo, así como de los resultados tampoco podemos colegir las motivaciones que dieron lugar a esta guerra. En alto grado esta circunstancia es el producto de que en condiciones como las actuales la narración se sustituye por una explicación en términos de red, la cual, como lo ha precisado Manuel Castells20, está constituida por conjuntos de nodos interconectados, flexibles y adaptables. Las redes globalizadas y los lugares transterritorializados, al igual que todas las redes, pero a diferencia de los lugares a secas, carecen de mecanismos de coordinación de funciones, están privadas de un centro. Esta es la razón por la que consideramos que, en condiciones de intensa globalización, no pueden existir explicaciones definitivas o en última instancia. A lo más que unos puede aproximarse es a intentar establecer un orden jerárquico entre ellas. Como con justicia declara Carlos Alonso Zaldivar en relación con el gobierno de Bush "algo que conocen bien los estudiosos de las relaciones internacionales es que Estados Unidos está hoy en el centro de una madeja de intereses y de compromisos tan densa y alborotada que algunos de los compromisos que contrae resultan contradictorios unos con otros" ("Otra política exterior para Europa", El País, 5 de mayo de 2003). Una perspectiva en términos de resonancia se convierte también en un adecuado enfoque cuando se pretenden analizar los factores y las motivaciones que llevaron a que se desencadenara la intervención en Irak. Tanto en los momentos previos como en los siguientes a este conflicto se desarrolló un importante debate sobre las razones y los motivos (guerra contra el terrorismo internacional, posesión de armas de destrucción masiva, petróleo, etc.) que condujeron a la administración Bush a librar una guerra contra Sadam Husein. Todos ellos contienen una parte de verdad, sin que ninguno de ellos pueda monopolizar la representación de los variados intereses enjuego. Por último, el ataque terrorista el 11 de marzo de 2004 se ha convertido en otro importante punto de inflexión. Conviene preguntarse porqué tomar el 11-M como un magno acontecimiento y no otros atentados igualmente atroces ocurridos meses atrás como los ocurridos en Bali, Ryad o Casablanca. La respuesta puede ser porque Madrid se ubica en un registro distinto. Los anteriores atentados terroristas tuvieron lugar contra objetivos occidentales en países musulma-
20. Véase, Manuel Castells, La era de la información. La sociedad red. Economía, sociedad y cultura, México, Siglo XXI, 2002.
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nes y esa era una estrategia localizada y muy riesgosa, porque, entre otras, minaba la capacidad de ejercer atractividad a organizaciones como Al Qaeda e inclinaba a los gobiernos locales a tener que sumarse a la lucha contra el terrorismo. El de Madrid, por el contrario, consistió en llevar la guerra al "campo de los infieles". Los atentados de Madrid comportan también otras significaciones. Como sostiene Bernard-Henri-Lévy "lo que demuestra este 11-S madrileño es que ya no hay, en este asunto verdaderos blancos. El antiguo terrorismo estaba dirigido contra hombres, instituciones, lugares que son símbolos más o menos elocuentes. Hasta el 11-S neoyorquino, del que se podía pensar aún, con las Torres Gemelas, que apuntaban al símbolo de un capitalismo en su apogeo. En Madrid, trenes de cercanía. Es decir, a todos y a ninguno. Hombres sin importancia colectiva ni cualidades. Golpear a bulto. Es decir, en cierto modo, en el vacío" ("Primeras lecciones de Madrid,", 21 de marzo de 2004). De tal suerte, los sucesos de Madrid permiten colegir que el terrorismo selectivo, quizá, esté transmutando en uno de masas porque se fundamenta y actúa de manera transnacional y porque el riesgo asume el rostro de una inseguridad sistemática. La elección de Madrid como blanco de los atentados muestra otro rostro de esta forma de esta violencia global. ¿Por qué Madrid? Por que su gobierno, fiel aliado de Estados Unidos, mantuvo una férrea postura pro estadounidense en torno a Irak, porque sugiere que el campo contra el cual combate la red terrorista trasciende los marcos territoriales de Estados Unidos, porque se envía la señal de que se quiere mantener vivo el espíritu de cruzada que se inauguró el 11 de septiembre (912 días separan ambos atentados) y porque se quiere señalar el anhelo de reconquista de territorios anteriormente musulmanes, tal como lo precisara en sus escritos Abdallah Asma, quien sostenía que todos los fieles tenían la obligación de participar moral o financieramente en la guerra santa afgana, de lo contrario cometían un pecado capital. "Este deber no acabará con la victoria en Afganistán; la Yihad seguirá siendo una obligación individual hasta que reconquistemos cualquier otra tierra que era musulmana para que el Islam reine en ella de nuevo. Ante nosotros tenemos a Palestina, Bujará, Líbano, Chad, Eritrea, Somalia, Filipinas, Birmania, Yemen del Sur, Tashkent, Andalucía..."21. Si los sucesos del 11 de marzo fueron lo suficientemente dramáticos como ser considerados como un acontecimiento portador de alta carga simbólica, el impacto de las elecciones del 14 de marzo, al propinarle una dura derrota al . partido de gobierno, amplificó la resonancia de los sucesos del 11-M. Al respecto, no está demás recordar que en contra de la ligereza informativa de muchos
21. Gilíes Kepel, La Yihad. Expansión y declive del islamismo, Barcelona, Península, 2000, pp. 226-227.
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medios de comunicación, los atentados del 11-M no alteraron las preferencias electorales de los españoles; simplemente las radicalizaron. Conviene también evocar las sabias palabras de Kant, quien refiriéndose a la revolución francesa, constataba que el sentido de un acontecimiento como aquel, lo transmiten las "gesticulaciones" de los actores y la manera como es recepcionado por quienes lo interpretan y por quienes, sin participar, son sus espectadores22. El 14 de marzo, en su realización misma, se asemeja a la caída del muro de Berlín, debido a que convierte a los "espectadores" en constructores del acontecimiento. Los sucesos de Madrid, en tanto que acontecimiento europeo, se transforman en un evento que alimenta una memoria compartida a nivel continental y, en ese sentido, convierte a los espectadores en constructores del sentido del evento. Se asemejan también en su actitud globalizante: ambas situaciones no sólo constituyen una reafirmación de lo local globalizado, también allanan el camino para incrementar la interdependencia y prefigurar un "después". El 14 de marzo rememora y reactualiza la caída del muro de Berlín en la medida en que prefigura la finalización del "antes" (el naciente orden mundial que se intentó inaugurar a partir del 11 de septiembre) y expande en potencia un "después", el cual a diferencia de 1989, no se limita a la interiorización de los circuitos globalizantes sino que insinúa la consolidación de una perspectiva cosmopolita por parte de una sociedad civil globalizante para resolver los grandes problemas que aquejan a la humanidad en su conjunto. El "después" que asoma el 14-M obedece a que el triunfo de los socialistas significó la victoria de aquellas opinión pública que un año antes de manera masiva se había manifestado en contra la intervención en Irak, lo que permite presumir que se está recomponiendo el equilibrio entre las fuerzas transnacionales del mercado, los Estados y las organizaciones sociales en la determinación de la política global. El 14 de marzo significó también un giro en la manera como venía conduciéndose la guerra global contra el terrorismo, cuyo epicentro se situaba en Irak: de una preeminencia de los factores militares supuso el tránsito hacia un esquema en el cual han entrado a competir las variables militares con las políticas y comunicativas. Sobre este último aspecto conviene recordar a Jean Baudrillard quien sostuvo hace algunos años que la guerra del Golfo de 1991 en realidad nunca tuvo lugar. Por el despliegue que le dieron los medios de comunicación, que a través de simulaciones mostraban la démarche de la guerra, se representaba como una especie de video game. Danilo Zolo evoca que con la instantaneidad de la comunicación y la alta cobertura mediática que producen los medios, algunos de estos
l. Citado en Zaki Laidi, Le sacre du présent, París, Flammarion, 2000, p. 76.
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conflictos se han convertido en verdaderas guerras mediáticas. "Gracias a la televisión, cientos de millones de personas en todos los rincones del planeta fueron testigos-, se vieron involucrados y quedaron fascinados por el espectáculo de una guerra en directo. Ninguna de estas personas, sin embargo, estuvo en posición de evaluar o controlar la credibilidad del flujo de información que, dadas las velocidades, la continuidad y la premura con que llegaban, operaba igualmente a un nivel subliminal"23. Con el ánimo de evitar que la intervención de Irak de 2003 pudiera convertirse en un referente que politizara a la opinión pública, se empleó un procedimiento diferente: con el fin de evitar una cobertura de información autónoma e independiente de los comunicados del Estado Mayor Conjunto, se optó por la figura de los "periodistas incrustados", es decir, los comunicadores acompañaban a los ejércitos de la coalición y desde estas posiciones informaban sobre el transcurrir de la contienda, tal como se percibía desde las posiciones de los ejércitos invasores. Parafraseando a Baudrillard, Armando lanucci sostiene que esta ya no fue un video game, sino un "reality de televisión" ("Shoot now, think later", The Guardian, 28 de abril de 2003). El control de la información no sólo dificultó la emergencia de fuentes comunicativas alternativas, también actuó como un factor de desorientación de la opinión pública. En tales circunstancias, no fue extraño que en las elecciones que se celebraron con posterioridad a la intervención de Irak en España y Gran Bretaña, el tema del conflicto bélico no desempeñara ningún papel, no obstante el hecho de que la población de ambos países mayoritariamenté se había manifestado en contra de la participación de sus respectivos gobiernos en la coalición militar. En ambos casos, los asuntos locales predominaron y determinaron las opciones de los votantes. Sin embargo, la ulterior consolidación de una aún imprecisa sociedad global que se expresa en la irrupción de una sociedad civil y en una todavía indeterminada política de masas con ribetes globales se ha empezado a traducir en la recomposición del quehacer político globalizado. Por el momento, lo nacional sigue predominando a nivel político tanto en su aspecto institucional como en los referentes que convoca. Pero la mayor toma de conciencia de los imaginarios globalizantes y la densificación de los intersticios que comunican y compenetran a los distintos colectivos ha ocasionado una modificación de las formas de hacer política, tal como quedó registrado el 14-M. El resultado electoral no sólo constituyó un rotundo rechazo a la manipulación de la información que se esconde detrás de esta guerra contra el terrorismo24, también
23. Danilo Zolo, Cosmópolis. Perspectivas y riesgos de un gobierno mundial, Barcelona, Madrid, 2000, p. 57. 24. Véase, Luis Gómez, Pablo Ordaz y Francisco Perejil, Las crónicas del 11 de marzo, Madrid, El País, 2004.
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fue una demanda por reposicionar las variables políticas sobre las exclusivamente militares en el tratamiento del conflicto. El anuncio del retiro de las tropas españolas en Irak debe interpretarse en estos términos. En síntesis, puede sostenerse que con toda probabilidad los sucesos en España llegarán a convertirse en un importante punto de inflexión en la medida en que se traduce en un reacomodo de fuerzas a nivel planetario, nueva ecuación en la que participan no sólo los Estados y/o los gobiernos sino importante segmentos de la sociedad y, además, si bien la amenaza terrorista sigue latente, seguramente la gestión de la política mundial se encaminará en un sentido más proclive al multilateralismo, al cosmopolitismo y a la búsqueda de una solución global a los focos de tensión, conflicto y amenaza. En tal sentido, el 11-14 de marzo revierte muchas de las predisposiciones inauguradas por el 11 de septiembre porque, al igual que los sucesos de Irak, pero en una dimensión mundial, su significado último vendrá mediado por la calidad de las consecuencias, las cuales por el momento simplemente podemos conjeturar. De este breve recorrido que hemos realizado por los principales acontecimientos de alcance planetario podemos concluir que ninguno de ellos se ha convertido en un evento fundacional, es decir, que sea legitimador e inaugurador de un nuevo período. De ello podemos inferir que ninguno posee la fuerza como para convertirse en un elemento que de por sí determine la coyuntura histórica en la cual nos encontramos, aun cuando todos ellos se sitúen dentro de esta temporalidad. Por lo tanto, se mantienen abiertas las preguntas ¿cuál es la naturaleza de la coyuntura es la que nos encontramos? ¿En qué elementos se fundamenta? ¿Cuáles son sus fronteras cronológicas? ¿Qué factores explican la resonancia de estos acontecimientos tan dispares? El trabajo que el lector tiene en sus manos pretende ser un intento de respuesta de estos interrogantes. A nuestro modo de ver el elemento que unifica este cúmulo de acontecimientos y que ilustra la resonancia entre estos y otros elementos del mundo actual se condensan en un concepto: globalizacion. Esta es la razón que explica el hecho de que este trabajo se inicie con una explicación de la fase actual de intensa globalizacion que vivimos. Esta escogencia no obedece ni a una moda ni a un capricho intelectual. Como señala Anthony Giddens, la globalizacion es un fenómeno revolucionario25 que está transformando más que cualquier otro factor de manera profunda las sociedades contemporáneas. Pero la globalizacion, tal como la entenderemos en este trabajo no es una simple resultante de las transformaciones que ha experimentado la economía mundial. También la entendemos como "una representación del mundo; es una fenomenología del mun-
25. Anthony Giddens, Un mundo desbocado, Madrid, Taurus, 2000.
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do porque incluye hechos y concepciones que se tiene de ellos, así como la capacidad de estos acontecimientos a encadenarse los unos con los otros, a entrar en resonancia y, en ese aspecto, a producir sentido"26. Este carácter transformador de la globalización obedece a que es un fenómeno causado y causante. Es causado en el sentido de que múltiples elementos participan en su puesta en funcionamiento, aun cuando ninguno de ellos condense su significación, pero es también causante porque entraña cambios sistemáticos en todos los niveles de organización social. En cualquier ejercicio intelectual que intente proporcionar inteligibilidad y sentido a la dinámica mundial contemporánea, la globalización despliega su fortaleza explicativa en un doble sentido: de una parte, constituye un proceso que correlaciona y enlaza los significadores de los grandes acontecimientos y, en ese sentido, explica la esencia de la fase en la cual nos situamos. De la otra, se infiere de lo anterior que la globalización se ha convertido en una forma histórica particular, constituye la espina dorsal de la coyuntura histórica en la que nos encontramos. Entendemos la dificultad que se experimenta cuando se quiere hacer de la globalización la ventana para analizar al mundo. De una parte, porque supone el fin de las anteriores certezas. Pero también porque las palabras claves de la globalización se asemejan a las de la física actual, es decir, "lógica difusa", indeterminación, impredecibilidad e indeferenciabilidad. De la otra, la globalización no es una nueva estructura mundial, sino un fenómeno plástico, cuyo movimiento puede seguir diferentes direcciones simultáneamente. En momentos en que se intensifican sus principales manifestaciones, la globalización se convierte en un fenómeno cuatridimensional, ya que hace suya la unidimensionalidad de las líneas (incremento exponencial en cada ambiente social), la bidimensionalidad de la superficie (entrecruzamiento de sus distintas manifestaciones), la tridimensionalidad del espacio (profundización del desarraigo con respecto al territorio), a lo que se le sobrepone una última dimensión, la cual se expresa en sus manifestaciones temporales (tiempo mundial, desarrollos en clave local), las cuales con la velocidad adquieren una fisonomía espacial (política global). Esta última dimensión es una manifestación fundamental de la giobalización porque si bien se propaga a velocidad más o menos regular y constante, la manera como penetra en los distintos ambientes sociales asume características variables, lo que explica su carácter indeterminado e impredecible. La globalización se ha convertido en un proceso de transformación de los principios organizadores de la vida social y del orden mundial en la medida en que alude a una alteración de los patrones tradicionales de la organización
26. Zaki Laídi, "La mondialisation comme phenomenologie du monde" en Prnjet N., 262, verano de 2000.
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socioeconómica, del principio territorial y del poder, motivos que sustentan la tesis de que nos encontramos frente a un fenómeno particular como es la emergencia de una política global que rompe con dicotomías tales como dentro-fuera, nacional-territorial e incluso territorial y no territorial y enlaza de manera diferenciada los distintos ámbitos de organización social27. Por ello el gran debate en torno a la globalización constituye una discusión sobre el mundo deseado. "Las actuales discusiones, movilizaciones, compromisos y presiones ponen de manifiesto que los problemas internacionales han dejado de ser propiamente asuntos exteriores, han perdido su excepcionalidad, convirtiéndose en problemas de todos. Tras abandonar el monopolio de los Estados, las cuestiones internacionales entran en el espacio público, en el mundo común, convirtiéndose en objeto de información y debate, de vigilancia política. Aparece así un nuevo civismo internacional que aspira a humanizar la globalización, aunque todavía no disponga de los instrumentos para hacerse valer (...) El espacio público internacional es ya algo más que una recopilación de sondeos; ha configurado instancias que se expresan e interpelan, y, sobre todo, se está constituyendo un nuevo sujeto, la humanidad global, que es la evaluadora última de las prácticas políticas. Aunque seguramente no estemos en el final de la historia, sí que asistimos al final de varias historias: la de los poderes militares rivales, la de la competencia internacional de las ideologías, la de la bipolaridad clásica, pero también la de un mundo que podía resumirse en la yuxtaposición de Estados nacionales territoriales que compiten entre sí. La globalización es también un espacio de atención pública que reduce sensiblemente las distancias entre testigos y actores, entre responsables y espectadores, entre uno mismo y los demás. Los nuevos actores, en la medida en que vigilan y denuncian, desestabilizan cada vez más la capacidad de poder para imponerse de forma coercitiva (...) la nueva responsabilidad internacional de los Estados obedece a que la humanidad se impone cada vez más como una referencia de la acción internacional" (Daniel Innerarity, "Autores en busca de escena", El País, 3 de junio de 2003). En este sentido, puede argumentarse que si la intervención anglosajona en Irak en general no ha sido descifrada de modo implícito o explícito como un conflicto más en la casi sempiterna historia de las guerras que trágicamente ha acompañado el desenvolvimiento de la vida humana sobre la tierra, esta circunstancia obedece a que en ella participó la principal potencia mundial, pero también a que este es un conflicto que ha tenido lugar en un contexto de intensa
27. Véase, David Held y Anthony McGrew, Globalización/Antiglobalización. Sobre la reconstrucción del orden mundial, Barcelona, Paidós, 2003, p. 19.
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globalización, situación que convierte esta intervención en un fenómeno que irradia múltiples consecuencias y genera ramificaciones en todos los confines del globo y en los más variados los ambientes sociales, ya que es un conflicto que desde lo local está recomponiendo el mapa mundial. Utilizando la globalización como marco general de interpretación, la reflexión girará en torno al contexto que se ha construido alrededor de tres acontecimientos: el 11 de septiembre, la intervención en Irak y el 11 y 14-M, situaciones que sirves de pretexto y de puerta de entrada para penetrar en una problemática mucho más ambiciosa.' Nuestro objetivo consiste en intentar dar cuenta de las transformaciones que están sacudiendo al mundo y precisar la manera cómo se expresa la globalización en las relaciones internacionales y en la determinación de los nuevos marcos geoeconómicos y geopolíticos. Esta ambiciosa finalidad explica la estructura del libro: se inicia con una visión panorámica del mundo -la globalización— y paulatinamente irá estrechando la mirada hasta llegar a lo más particular -los tiempos de la globalización- para luego encumbrar la mirada en escala ascendente hasta llegar nuevamente a una visión de conjunto del mundo, tal como se vislumbra a mediados del 2004. No podemos pasar por alto y advertir que la finalidad última de este trabajo, más que presentar una radiografía del mundo, consiste en el anhelo de desarrollar una visión eminentemente prepositiva. Una de las particularidades de las coyunturas históricas consiste en que como las tendencias fundamentales que estructuran el mapa mundial no han decantado, no se encuentran fijas ni inmutables, el mundo se encuentra abierto a un amplio diapasón de posibilidades en el que puede evolucionar. Es labor nuestra establecer unos derroteros del mundo deseado para intentar proyectarlo en la dirección anhelada. Pero para poder plantear esa deseabilidad se debe primero que todo realizar un diagnóstico general del mundo que nos enseñe dónde nos encontramos y nos ilustre cuales son las fuerzas que están interviniendo en la remodelación del paisaje mundial. Por eso el trabajo lo hemos dividido en las siguientes partes: la primera está dedicada a aquella faceta que nos permite entender el mundo en que vivimos: la globalización, sobre todo, tal y como se manifiesta en los inicios del siglo XXI y particularmente, luego de los sucesos del 11 de septiembre y del 11 y 14-M. Después, analizaremos algunos retos fundamentales de la política global, de cuya solución se derivará el tipo de historia que construirá el siglo XXI: las nuevas modalidades de conflicto, los cambios que el 11 de septiembre ocasionó en la posición de Estados Unidos frente al mundo y los dilemas de la política global. Este es un trabajo que ha podido beneficiarse de los grandes avances registrados por los medios de comunicación y particularmente de Internet. Gran paite de la información utilizada proviene de periódicos internacionales -El País (Ma-
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drid), Le Monde (París), Internacional Herald Tribune (París), The Guardian (Londres), II Manifestó (Italia), la Jornada (México) y Clarín (Buenos Aires). Las relaciones a estas fuentes las hemos intercalado directamente en el texto. Al pie de página hacemos referencia a las fuentes secundarias que son las que nos han permitido realizar un análisis más panorámico y sistemático del mundo actual. Una última aclaración necesaria. En el trabajo hemos intercalado de modo deliberado múltiples citas y referencias de destacados analistas internacionales. Este proceder no responde a que consideramos necesario recurrir al viejo y manoseado principio de autoridad. Tampoco es que temamos que nuestra argumentación sea débil" y por ello tengamos que apoyarla en afirmaciones de connotados expertos que validen nuestro razonamiento. Ocurre más bien que, por los múltiples entrelazamientos que existen en el complejo mundo que nos ha correspondido vivir y por la celeridad con que ocurren los eventos, pretender, en la actualidad, un análisis del sistema internacional en su conjunto se ha vuelto una empresa muy difícil, por no decir imposible. La incrustación en el texto de testimonios y citas se convierte en un procedimiento que le permitirá al lector comprender estas múltiples complejidades. Las citas tienen también otro propósito. Nos encontramos muy distantes de aquellos tiempos cuando los acontecimientos transcurrían al ritmo con que se desenvolvía el calendario. En ese entonces, la lentitud de los eventos y su pausada decantación permitía que se sucediera el tiempo necesario para que las reflexiones aparecieran en libros o en revistas especializadas. Hoy por hoy, la velocidad de los acontecimientos es de tal magnitud y sus efectos tan inmediatos que exigen prestos análisis y por ello los principales periódicos internacionales se han convertido en importantes tribunas de debate entre los especialistas. La profusión de citas cumple, por tanto, también un objetivo pedagógico: suministrar al lector los ejes principales de estas complicadas discusiones.
PRIMERA PARTE
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En investigaciones previas hemos tenido ocasión de exponer la tesis de que la globalización constituye un proceso de larga duración y que actualmente atraviesa por una coyuntura histórica, cuyos orígenes se remontan a finales de la década de los años sesenta y que se proyecta como una larga fase hasta nuestro presente más inmediato28. Al tenor de su desenvolvimiento, la globalización puede representarse como un fenómeno de creciente interconexión mundial en todos los campos de la vida social contemporánea y, por la alta compenetración que ha alcanzado, caracteriza, al mismo tiempo, la forma histórica particular en la que actualmente la humanidad se encuentra. La discusión sobre la naturaleza de la globalización entraña, desde luego, grandes dificultades porque no constituye una nueva teoría para explicar el mundo, no es un metarrelato con pretensión holística. Pero como representa un fenómeno real, en ocasiones, se utiliza como una categoría descriptiva para aludir a la extensión geográfica de los procesos sociales, en otras se identifica con un contexto histórico, en medio del cual se desenvuelve el mundo en la etapa contemporánea, y, en otras, se le asemeja a una actividad práctica, como, por ejemplo, cuando se registra como un referente de deseabilidad para la formulación de las políticas de desarrollo. No obstante estos diferentes usos, se puede sostener que, aun cuando siga siendo un concepto discutido29, se ha convertido en una categoría social, en tanto que porta un sentido más o menos preciso, se ha logrado explicar el cómo y el porqué de su funcionamiento, es posible su utilización en investigaciones empíricas y es lo suficientemente abstracto como para poder ser generalizado en las distintas experiencias históricas30.
28. Véase, Hugo Fazio Vengoa, La globalización en su historia, Bogotá, Universidad Nacional de Colom bia, Sede de Bogotá, 2002. 29. Justin Rosenberg, Contra la retórica de la globalización. Ensayos polémicos, Bogotá, El Ancora Editores, 2004. 30. Góran Therbom, "From The Universal To The Global" en International Sociology Vol. 15 N. 2, junio de 2000, p. 154.
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El punto de arranque para la comprensión de su compleja naturaleza en su expresión más reciente lo encontramos en los significados más profundos que nos transmiten los acontecimientos antes analizados y en la perspicacia y en la aguda capacidad de comprensión de las transformaciones mundiales más profundas de que hacía gala el historiador francés Fernand Braudel, quien, en una de sus más imponentes obras, comparó los acontecimientos que simbólicamente se pueden sintetizar en torno a "mayo del "68" con las revoluciones culturales del Renacimiento y de la Reforma europeas, puesto que "sacudió el edificio social, rompió los hábitos y las resignaciones y el tejido social y familiar quedó lo suficientemente desgarrado como para que se crearan nuevos géneros de vida en todos los niveles de la sociedad"31. Este evento simboliza, a nuestro modo de ver, el momento germinal de la coyuntura histórica en la que el mundo todavía se encuentra. La historia del tiempo presente se refiere, por tanto, a estos treinta y seis años que nos separaban de esas manifestaciones, cuyos denominadores comunes se representan en la expansión de las tendencias globalizantes y en la activación de un globalismo social, resultado del anterior, con momentos de alta visibilidad como fueron las sincronizadas revueltas internacionalizadas del 68, la revolución pacífica de 1989 que integró el mundo y el simbolismo cosmopolita que se esconde en los sucesos del 14 de marzo de 2004. La constante que le otorga sentido a este período, extenso para nosotros, pero históricamente breve, que ya abarca más de tres décadas, se puede resumir en pocas palabras: la intensificación de la globalización, situación que está dando lugar a la emergencia de una formación social global. En efecto, uno de los fenómenos más característicos de nuestro presente ha consistido en la acentuación en términos de volumen, velocidad y compenetración de las tendencias globalizantes en la economía, la cultura, en el ámbito social y en la política. Si bien la globalización constituye un proceso único, sus manifestaciones, ritmos e intensidades son dispares en las distintas esferas de la vida social. No siempre estas disímiles tendencias globalizantes alcanzan la misma intensidad ni se expresan de la misma manera. En ocasiones se asiste a una intensificación de la globalización económica, en otras a la política y así sucesivamente. Mientras una de estás manifestaciones puede encontrarse en su apogeo otra puede enfren-" tar su declive. Sin embargo, si observamos el desarrollo tendencial de estas disímiles expresiones, podemos constatar que, a raíz del impulso de diferentes factores y agentes, desde finales de la década de los años sesenta, la globalización econó-
31. Fernand Braudel, CiviHsation matérielle, économie et capitalisme, París, Flammarion, 1979, tomo 3, p. 790.
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mica alcanzó comparativamente mayores niveles de visibilidad, para lo cual se benefició del impacto que tuvo el ciclo de hegemonía neoliberal, el incentivo que recibió de los procesos de desregulación y liberalización comercial y financiera y del impulso que obtuvo de las políticas de reconversión económica que tuvieron lugar de manera más o menos sincronizada entre los países en desarrollo, las antiguas economías socialistas y las naciones industrializadas. Esta globalización económica tomó cuerpo a través de la activación de un conjunto de mecanismos que tendían a sobrepasar las fronteras y liberaban la esfera económica del zócalo social y político en que antes se encontraba inscrita, todo lo cual estaba comenzando a provocar la consolidación de una espacialidad económica con ribetes globales, cuya racionalidad y fortaleza comenzaban a subsumir y a organizar los distintos espacios económicos regionales, nacionales y locales. . El desarrollo de estas tendencias tuvo vanos efectos. De una parte, tendía a sincronizar a las distintas economías nacionales en torno a unos procedimientos compartidos y, en ese sentido, alimentaba la idea de que los países y las empresas debían convertirse en global players, es decir, en actores que desplegaran sus actividades dentro de los parámetros de la economía globalizada. La consolidación de esta espacialidad económica mundializada implicaba además un radical cambio de perspectiva en cuanto a cómo formular las estrategias de desarrollo. En estas nuevas condiciones, los países en desarrollo ya no tenían que seguir "copiando" a los del norte, tal como lo habían sugerido las antes popularizadas tesis sobre la modernización, pues el desarrollo y/o la modernización se lograrían básicamente a través de la adaptabilidad a la economía mundial. Es, en ese sentido, que en esos años se alimentó la idea de que la globalización era ante todo una creadora de oportunidades. De otra parte, esta adaptabilidad implicaba un reparto más justo del bienestar porque el crecimiento estaba abierto a todos los actores, siempre y cuando supieran sacar partido de las inéditas oportunidades que deparaba la economía globalizada. Con posterioridad a la crisis asiática de 1997, esta triunfante interpretación economicista de la globalización comenzó a ser duramente cuestionada. En ello intervinieron dos tipos de elementos. De una parte, se comprendió que así como jalona el crecimiento, también amplifica las crisis. De la otra, en vastas regiones del planeta la globalización no había promocionado ni un take offni se había traducido en bienestar ni en un mejoramiento de la calidad de vida de las personas.. No fue casualidad que en las postrimerías de la última década del siglo XX la "gloriosa" lectura economicista de la globalización empezara a ser sustituida por otras visiones que promocionaban visiones más compactas y menos triunfalistas. Difícil es saber a ciencia cierta si durante las décadas pasadas la calidad de las transformaciones en los otros ambientes sociales fue en efecto mucho menor
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o si simplemente fue más opaca. Quizás, la menor atención que se le prestó a las formas no económicas de la globalización se debió a la alta notoriedad que alcanzó la dinámica económica. Además, cómo ésta se apoyaba en la existencia de un conjunto de indicadores, los índices de globalización, los cuales ilustraban y permitían medir los niveles de compenetración, se relacionó que todas las demás formas globalizantes debían comportar características similares o que debían explicarse como una simple irradiación y/o reflejo de las transformaciones que estaba experimentando el universo de lo económico. Ello explica sin duda, por qué, durante gran parte de este período, la globalización cultural, por ejemplo, fue entendida básicamente como un extraordinario desarrollo de las industrias culturales, circunstancia inducida por la intensificación de la compenetración económica a nivel mundial y por la mercantilización de los distintos ambientes sociales. De esta constatación se infirió la idea de que, como resultado del impacto de estas industrias culturales y del ocio, el mundo estaba ingresando en un inédito proceso de compactación y homogenización. Pero, a partir de la segunda mitad de la década de los años noventa, poco a poco fue ganando terreno la idea de que la globalización cultural comportaba especificidades que le eran propias. Fue en estos años cuando se empezó a tomar conciencia de que esta manifestación creaba en realidad una explosiva mezcla que conjugaba indistintamente homogeneidad con diferencia y que estimulaba formas particulares de reapropiación de lo local por parte de lo global y viceversa32. Gilíes Kepel nos brinda un ejemplo muy penetrante extraído de su experiencia cotidiana en el Medio Oriente. "Las familias de expatriados que regresaron enriquecidos de la península arábiga prefirieron matricular a sus hijas, que llevan velo, en la Universidad Americana antes que en las universidades públicas, demasiado "populares". Estados Unidos fascina, la gente intenta sumergirse en su civilización, su cultura, sus formas de consumo, pero intenta negociar una identidad en este marco. Lo que está enjuego no es una guerra de civilizaciones, sino más bien de participar en una civilización planetaria dominante y de influir en sus contenidos: y, en el caso de los más militantes, incluso de apropiársela"33. En este punto se observa una confluencia de empatias nacionales, religiosas y transnacionales que no se oponen, sino se impregnan, colorean y modifican. Con respecto a las lecturas que centran su atención en la dinámica social a que da lugar la intensificación de la globalización se asistió a una situación muy parecida. En este plano, el proceso fue entendido en los inicios de este período también como el producto de transformaciones a que estaba dando lugar el trán-
32. John Tomlinson, Globalización and culture, Cambridge, Poliíy Press, 1999. 33. Gilíes Kepel, Crónica de una guerra de Oriente, Barcelona, Península, 2002, p. 20.
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sito de los anteriores esquemas fordistas a otros de acumulación flexible, proceso que implicaba además de la alteración de los anteriores rígidos patrones en las relaciones laborales, la emergencia de un nuevo esquema de división social: los insertos y los excluidos, es decir, con la globalización se reproducía un nuevo tipo de apartheid, en el cual los primeros lo conformaban todos aquellos sectores sociales que se beneficiaban de los emblemas de la globalización, mientras los segundos eran quienes se encontraban privados de presente y de futuro. Sólo de modo reciente, hacia finales de la década de los noventa, se comenzó a popularizar la idea de que la globalización social también comportaba particularidades propias, las cuales se realizan de una manera peculiar y diferente a lo que acontece en los otros ámbitos, como, por ejemplo, cuando se entrevé un distensión amiento entre el emplazamiento físico y la situación social, la emergencia de una naciente sociedad civil global o de una opinión pública con ribetes también globales. A partir de la constatación de estos hechos, las lecturas sociológicas sobre la globalización han comenzado a interesarse por dar cuenta de los aspectos más visibles de mutaciones mucho más profundas que han ocurrido en el curso de los últimos decenios como son el advenimiento de una nueva forma de moderni dad o la creación de contextos de experiencia social que reubican en la cotidianidad lo personal, lo local y lo global. Es decir, al igual que ocurriera con los análisis culturales, lo social en un comienzo fue entendido sólo como resultado de las transformaciones que tenían lugar a nivel económico. Hoy por hoy, predomina una visión distinta en la medida en que se ha comprendido que en este campo también tienen lugar manifestaciones globalizantes particulares, las cuales, del mismo modo que en la cultura, entran a renegociar con lo económico la repre sentación misma de la globalización. ' El gran impacto que tuvo la consolidación de estas concepciones socio culturalistas fue que hacia finales de la década pasada se comenzaron a debilitar las anteriores certezas sobre la naturaleza de este fenómeno. Cuando la lectura económica gozaba de una indiscutida supremacía la globalizacion.se identificaba con el crecimiento del comercio mundial, la expansión de los flujos financieros mundiales, la desregulación, la liberalización, la apertura, la economía de mercado, etc. Pero, a partir del momento en que se comenzaron a descifrar las particularidades diferenciadas que asume este fenómeno en estos otros ámbitos sociales, entonces, sobrevino una competencia por la representación misma de la globalización. No había, sin embargo, posibilidad de entendimiento en la representación de la globalización entre estas dos cosmovisiones, porque el fenómeno no se realiza de manera uniforme en cada uno de estos ambientes. De tal suerte, en esta competencia se entró a negociar la proclividad a la homogeneidad que sus-
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cita el liberalizado mercado con la comprobación de sus resultados heterogéneos y diferenciados, tal como se expresa la globalización en las dimensiones sociales y culturales. Se contraponía el aumento de las tasas de beneficio contra un potencial normativo de bienestar humano. Se confrontaba la lógica de la "mano invisible", fundamentada en el individualismo metodológico, con el accionar colectivo local/globalizado. Se enfrentaba un esquema que delega las iniciativas a las instituciones transnacionales contra un proyecto que promueva el equilibrio entre éstas, los Estados.y las organizaciones sociales. Por último, se anteponía una visión que identifica globalización con universalismo y occidentalismo con otra que piensa el mundo como confluencia de trayectorias de modernidad. En esta disputa, la dimensión propiamente política de la globalización no entró a terciar. Es evidente que en el campo de lo político desde tiempo atrás existían ciertas manifestaciones globalizantes, como fueron, en efecto, la misma guerra fría, que se convirtió en una particular forma de globalización de la política, o la universalidad de ciertos principios enarbolados por la ONU como, por ejemplo, los derechos humanos. Sin embargo, durante este período, en general, la globalización política fue entendida simplemente como una consecuencia de las transformaciones que estaban sacudiendo el edificio económico de las sociedades. La expansión del liberalizado mercado, al destruir el anterior equilibrio existente entre el Estado y el mercado a favor de este último, había creado un escenario en el cual el primero empezaba a quedar privado parcialmente de herramientas y facultades para intervenir en los asuntos económicos, sociales e incluso, a veces, políticos. En el campo de lo político, la globalización tampoco se pensaba como una nueva forma de articulación de los asuntos "internacionales", sino simplemente como un conjunto de derivaciones que se presentaban en el ámbito político interno. No fue casualidad que como lo político se entendía simplemente como reflejo de lo económico, no faltaran autorizadas voces que argumentaban que la globalización simplemente no podía ser un asunto político. Así, por ejemplo, Eric Hobsbawm, insistía en que "la globalización es un proceso que simplemente no se aplica a la política. Podemos tener una economía globalizada, podemos aspirar a una cultura globalizada, tenemos ciertamente una tecnología globalizada y una sola ciencia global; pero, de hecho, políticamente hablando, el mundo sigue siendo pluralista, dividido en Estados territoriales"34. Este tipo de argumentaciones, bastante usuales sobre todo en los análisis politológicos, por lo general, se dejaba llevar por una visión un tanto mecanicista de la globalización y constituye una demostración de que en el seno de las cien-
34. Eric Hobsbawm, Entrevista sobre el siglo XXI, Barcelona, Crítica, 2001, p. 61.
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cias sociales se tardó mucho en comprender la genial perspicacia braudeliana de concebir la globalización como un fenómeno polivalente, causado y causante, que exhibe una gran capacidad transformadora, que trasciende con creces sus manifestaciones económicas o mundiales, pues altera, al mismo tiempo, lo global y lo local, lo general y lo particular y los cimientos así como las manifestaciones más superestructurales de las sociedades modernas, sean estas desarrolladas o en desarrollo o, para decirlo en otros términos, globalizadas o en vías de globalización. Pero con el ánimo de juzgar de modo más ecuánime estas interpretaciones iniciales se podría argumentar que este tipo de lecturas, quizá, conserva su validez cuando se quiere arrojar luces sobre las particularidades de la globalización en los inicios de esta coyuntura histórica, finales de los sesenta hasta la década de los ochenta, pero resulta ser completamente insuficiente cuando se aborda la fase más actual, que es la nuestra. Una de las tesis que intentaremos exponer en este trabajo consiste precisamente en argumentar que estamos ingresando en un ciclo de ralentización de la globalización económica, situación inducida por los altos niveles de compenetración que se han alcanzado, por el debilitamiento de los referentes universalistas popularizados durante los ciclos anteriores y porque se ha tomado conciencia de que existe una sensible disociación entre los resultados esperados y la experiencia real que esta globalización económica ha creado, sobre todo en razón de la inexistencia de adecuados mecanismos de regulación a nivel global. Esta situación disfuncional además tiene lugar en condiciones en que se está presenciando un inusitado crecimiento en términos de volumen, ritmo y compenetración de las manifestaciones culturales, sociales, imaginarias y, sobre todo, políticas de la globalización. Igualmente fue común a la mayor parte de estos análisis concebir la globalización como un fenómeno inherente a las transformaciones que tenían lugar entre los países más desarrollados, proceso que sólo a medida que proseguía la senda de su consolidación, terminaba involucrando a las regiones más periféricas, tanto del Este como del Sur. Esta es una de las razones que explica porqué numerosos autores han interpretado la globalización como una especie de "triadización"35, es decir, como una práctica de creciente interpenetración entre Estados Unidos, la Unión Europea y Japón. Lo que no lograba aprehender la mayor parte de estos análisis consiste en que la globalización intensa que debutó a finales de la década de los sesenta involucra de modo más directo a los países en desarrollo. En buena medida, .la manera como el mundo se ha globalizado ha obedecido a una transformación
35. Vinceng Navarro, Globalización económica, poder político y Estado de bienestar, Madrid, Ariel, 2000.
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fundamental que se ha presentado en el funcionamiento de la economía mundial: si antes el desarrollo estaba confinado a los países occidentales (Europa, Estados Unidos, a lo que-se sumaban algunas ex colonias británicas blancas) y Japón desde finales del siglo XIX, a partir de la década de los años setenta el desarrollo rompió estos estrechos límites geográficos y con la modernización de los países del sudeste asiático, este grupo de naciones no sólo ingresó al selecto grupo de países desarrollados o en vías de acelerada industrialización, sino que además trajo consigo una exacerbación de la competencia internacional, muchas veces, en detrimento de los países tradicionalmente rectores de la política y la economía mundiales. No es del todo equivocado sostener que la popularización-de la globalización económica desde la década de los años ochenta constituía, entre otros, una confirmación de que los países del sudeste asiático, con sus impresionantes tasas de crecimiento y su sólida participación en los flujos manufactureros mundiales estaban comenzando a desafiar la casi sempiterna hegemonía occidental en la materia. Con ello, el Asia Pacífico se convirtió en una región que se encuentran en el cruce de diferentes tendencias, que supo apropiárselas y descifró incluso cómo sobrepasarlas y modificarlas para garantizar su inserción regional, como pilar de su presencia a escala mundial. Igualmente importante es el hecho de que la globalización intensa está dando lugar a un tipo de organización más cercana a la experiencia histórica de las naciones más periféricas que de las ricas y avanzadas. Para decirlo en otras palabras, con la intensificación de la globalización las formas "no modernas" no se encuentran en peores condiciones de subsistir y realizarse que las extremadamente modernas. La existencia de instituciones modernas no equivale a globalización, así como la supervivencia de prácticas tradicionales 'premodernas' no entraña un alejamiento con respecto a la globalización. Al respecto, Olivier Roy ha demostrado que en muchos países musulmanes la globalización ha comdo a la par y se ha realizado a través de la consolidación del neofundamentalismo islámico. "El Islam se mundializa en dos niveles. El primero es una globalización demográfica, el hecho de que, como consecuencia de una fuerte inmigración, el Islam ha penetrado en Occidente. Es una realidad que obliga a repensar las relaciones tradicionales entre Islam y sociedad, Islam y Estado, Islam y territorio. El segundo es la globalización de la misma sociedad musulmana, por los intercambios culturales, por Internet, por la televisión, por el consumo" ("La amenaza terrorista no se combate con una nueva ocupación territorial", El País, 9 de marzo de 2003). No está demás recordar al sociólogo Ulrich Beck, quien, en uno de sus más recientes trabajos, argumentaba que en la actualidad las naciones desarrolladas dejaron de marcar el rumbo en el proceso de modernización de los países menos desarrollados. El mundo desarrollado dejó de señalarles el camino a los países
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en desarrollo, pues estos, en varios aspectos, son los que le muestran a los primeros la imagen de su propio futuro. "En el lado positivo, podríamos enumerar características tales como el desarrollo de sociedades multirreligiosas, multiétnicas y multiculturales, los modelos interculturales (...) En el aspecto negativo, podríamos señalar la extensión del sector informal de la economía y la flexibilización del trabajo, la desregulación legal de grandes sectores de la economía y de las relaciones laborales, la pérdida de legitimidad del Estado, el crecimiento del desempleo y del subempleo, la intervención más enérgica de las corporaciones multinacionales y los elevados índices de violencia y crimen cotidiano"36. Igualmente se observa que los elementos que infunden dinamismo a estas tendencias han sufrido una drástica modificación. Cuando el eje nodal de la historia universal se situaba en el accionar que emprendían las naciones más desarrolladas, entonces sólo sus prácticas actuaban como elementos unificadores. Hoy por hoy, la unificación de las actividades globalizantes encuentra otros elementos dinamizadores porque, en condiciones de intensa globalizacion, lo que empieza a prevalecer es el mundo como categoría histórica, el tiempo mundial. O, para decirlo en términos polémicos, "si, anteriormente, la integración global en el sentido de una unificación e interpenetración creciente de la condición humana fue impulsada por la lógica económica de la acumulación de capital, hoy es al revés; hoy es la unificación de la condición humana la que impulsa la lógica de la acumulación de capital"37. En buena medida, la discusión de si nos encontramos ante una segunda modernidad, una modernidad radicalizada o una posmodernidad es tributaria precisamente del hecho de que el mundo se ha globalizado a tal punto que ya no se vislumbra el avance inexorable hacia un objetivo, cuya pauta venga determinada por los países más desarrollados, pues en el fondo todos los países, colectivos e individuos comparten en la actualidad "ios mismos retos básicos" de esta nueva modernidad. "Situar firmemente el mundo no occidental dentro del ámbito de una segunda modernidad, y no en la tradición, permite una pluralización de la modernidad, puesto que abre un espacio para la conceptualización de las trayectorias divergentes de las modernidades de diferentes partes del mundo"38. En síntesis, la globalizacion intensa ha contribuido a la aparición de un escenario en el cual todos los países, colectivos e individuos con distintos grados, intensidades, de diversas maneras y con disímiles propósitos se están convirtiendo en fragmentos de una emergente sociedad global. Esto, por su parte, es lo que ex-
36. Ulrich Beck, La crisis de la sociedad global, México, Siglo XXI, 2002, p. 5. 37. Ankie Hoogvelt, Globalisation and the Postcolonial World: The New Política! Economy ofDevelopment, Basingstoke, 1997. 38. Ulrich Beck, op. cit, p. 4.
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plica que muchas situaciones globalizantes se desarrollen en clave local, y que el mundo desarrollado haya quedado privado del monopolio en la determinación de la significación de los acontecimientos. En el fondo, el gran cambio geológico que está experimentando el mundo en la actualidad consiste en que la globalización ha alcanzado unos niveles de intensidad tales que todos los países se encuentran en alto grado compenetrados, incluso aquellos que aparentemente sólo de modo frugal se han adaptado a estas tendencias. Ello es lo que explica por qué muchos de los temas que pueden ser de interés en una región del planeta en particular deben analizarse en concordancia con los grandes cambios tectónicos que tienen lugar en el mundo en su conjunto. Esta intensa globalización la podemos observar en el siguiente ejemplo que nos ofrece Ignacio Carreras. "Me contaban hace unos días en Etiopía que su desesperada situación no tiene tanto que ver con los caprichos de la naturaleza como con la alteración del régimen de lluvias por culpa del calentamiento de la tierra. El desmarque de EE.UU. (principal emisor de COS a la atmósfera) del Protocolo de Kyoto, que se suma a la deforestación que afecta a la totalidad del territorio etíope, provoca que las sequías sean cada vez más recurrentes (...) los precios del algodón han caído hasta la mitad desde mediados de los años noventa por culpa de las subvenciones obscenas: una gran plantación de Arkansas, la US Tyler Faros, recibió de la administración Bush en 2001 casi US$ 6 millones en subsidios, lo que equivale al conjunto de ingresos de 25 mil granjeros de Malí" (Ignacio Carreras, "El ritual de los gigantes", El País, 26 de junio de 2003). Este tipo de transformaciones tectónicas, difíciles de observar en la superficie de la vida diaria, ha hecho posible que sobreviniera un cambio cualitativo. En la medida en que la globalización se ha intensificado han aparecido los primeros atisbos que permiten colegir que estamos asistiendo a la emergencia de una sociedad global, de la cual todas las regiones, zonas, localidades e individuos indefectiblemente hacen parte. De ahí que sus temas, problemas y preocupaciones ya no puedan seguir analizándose al margen de las grandes transformaciones que están sacudiendo al mundo en su conjunto. "Una sociedad global que incluye relaciones, procesos y estructuras sociales, económicas, políticas y culturales, aunque operando de manera desigual y contradictoria (...) Pero lo que comienza a predominar, a presentarse como una determinación básica, constitutiva, es la sociedad global, la totalidad en la que poco a poco todo lo demás comienza a parecer parte, segmento, eslabón, momento. Son singularidades o particularidades cuya fisonomía posee al menos un rasgo fundamental, conferido por el todo, por los movimientos de la sociedad civil global"39.
39. Octavio Ianni, La saciedad global, México, Siglo XXI, 1998, p. 23.
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Esta emergente realidad mundial es, sin duda, lo que explica el que ya no podamos seguir analizando las opciones, los problemas y las disyuntivas que se expresan en uña realidad regional como si fueran situaciones que pudieran explicarse por sí mismas. Ser parte de una emergente sociedad global conduce indefectiblemente a pensar, imaginar y entender las retroalimentaciones deseadas, conscientes o involuntarias que se producen entre las regiones y localidades con las dinámicas propiamente planetarias. Finalmente, esto es lo que explica el hecho de que las "relaciones internacionales" hayan perdido buena parte de su capacidad explicativa y que debamos empezar a pensar el mundo como una categoría histórica que se realiza por medio de relaciones globales. •
LA GLOBALEACIÓN: ENTRE LA ECONOMÍA Y LA POLÍTICA La globalización, en tanto que proceso, es un fenómeno activo y, en ese sentido, se le concibe mejor si se le observa como una dinámica imitante y cambiante. Esto implica, como lo sugería F. Braudel para el caso de la economía-mundo y tal como lo han demostrado importantes investigaciones40, que su naturaleza y su impacto sólo pueden aprehenderse si se analiza este fenómeno dentro de una perspectiva de larga duración. Una perspectiva tal nos muestra que tanto se ha avanzado y cual ha sido la direccionalidad que ha asumido el fenómeno. Aun cuando importantes voces del mundo académico han prevenido contra el riesgo que entraña "retroproyectar" a períodos anteriores un fenómeno como la globalización, el cual es parte sustancial de nuestro presente41, consideramos que este proceder no sólo es válido, sino analíticamente legítimo, por cuanto el explanandum, al decir de Justin Rosember, es decir, la globalización como producto de un proceso histórico, es un explanans42, o sea, explica los cambios en el mundo y la manera cómo ha evolucionado el fenómeno, lo cual, desde un punto de visto del. análisis no es un procedimiento distinto al que proponía Karl Marx, y que puso en práctica en sus penetrantes estudios sobre el capitalismo y las formaciones sociales precapitalistas, cuando sostenía que la anatomía humana encierra la llave para explicar la estructura del mono. Aun cuando pequemos de exceso de generalización, se puede sostener que en su larga historia, la globalización ha transitado por tres grandes períodos (la protoglobalización, siglos XV-XVIII, período en el cual surgen los componen-
40. Michael D. Bordo, Alan M. Taylor y Jeffrey G. Williamson, Editores, Globalization in Historical Perspective, Chicago, University of Chicago Press, 2003, p. 3. 41. Elmar Alvater y Birgit Mahnkopf, Las limitaciones de la globalización. Economía, ecología y política de la globalización, México, Siglo XXI, 2002. 42. Justin Rosemberg, op cit., p.15.
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tes que posteriormente serán constitutivos del fenómeno, sin que durante esos siglos pueda hablarse de globalización, el período de la globalización internacionalizada, que abarca las décadas comprendidas entre mediados del siglo XIX hasta la década de los sesenta del siglo XX, el cual se caracteriza por el surgimiento de la idea de la integración mundial en torno a la matriz de lo global, y el período de la globalización intensa, que se inicia a finales de los sesenta y se proyecta hasta el presente. Este último período, a una de cuyas coyunturas está referido este trabajo, lo hemos definido como de globalización intensa o de nacimiento de una formación social global, momento de grandes incertidumbres, en tanto que ha sido precisamente durante estas décadas cuando se reforzó el desapego de las distintas espacialidades con respecto al territorio, se asistió a una inusual comprensión del tiempo, situación inducida por los sistemas flexibles de acumulación y por la renovación de los medios de comunicación, y porque sé comenzó a asistir a inéditas formas de desanclaje de los individuos43. Una breve periodización de este intenso período de globalización nos permitirá aprehender de manera fácil y rápida los sucesivos cambios que han tenido lugar en el mundo durante estos tres largos decenios y nos muestra las secuencias cronológicas, tal como se desprende del análisis de los acontecimientos que acometimos en la primera parte de este trabajo. Este período de intensa globalización, cuyos inicios se remontan a finales de la década de los sesenta, podemos dividirlo esquemáticamente en cuatro ciclos o subperíodos que se ligan y retroalimentan mutuamente. Cada uno de ellos posee particularidades propias, pero todos tienen en común el hecho de inscribirse dentro de un gran marco de intensificación de la globalización. Ninguno de ellos constituye una ruptura con respecto al ciclo inmediatamente anterior. Sus énfasis diferenciados pueden interpretarse como simples variaciones y vicisitudes de un mismo tema. El primero constituyó una fase que podemos denominar como de globalización planetarizada, abarca los años comprendidos entre finales de la década de los sesenta ("mayo del 68") y los primeros años' de los setenta (fin de la convertibilidad del dólar y la primera crisis del petróleo) hasta 1989. Definimos este ciclo como planetarizado porque: primero, la globalización sólo tiene lugar en una dimensión mundializada, representada como una gran macro espacialidad que recubre el globo; segundo, porque aún predomina una determinada forma de anclaje de las relaciones con respecto al territorio; y, tercero, porque
43. Véase, una explicación más detallada de estos ciclos en Hugo Fazio Vengoa, La globalización en su historia, op cit.
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también se proyectó en nuevas condiciones el predominio de los esquemas tradicionales de ejercicio del poder, tanto a nivel económico como político, pero, a diferencia de los ciclos anteriores, durante esta fase de la globalización, estas tendencias se realizaron en una dimensión planetaria. Al respecto, la sincronicidad de acontecimientos (el parisino "mayo del 68", los movimientos estudiantiles en Estados Unidos, Alemania, China, Checoslovaquia y México, obrero-estudiantiles en Italia y radical revolucionario en Bolivia) es muy reveladora del cambio que estaba experimentando el mundo, el cual, como sugería Braudel, sacudió todo el edificio social, rompió los hábitos y las resignaciones y el tejido social y familiar quedó lo suficientemente desgarrado como para que se crearan nuevos géneros de vida en todos los niveles de la sociedad. Como corolario de esa preanunciada sincronicidad, durante estos años, se asistió en todo el mundo a profundos cambios tecnológicos (tercera revolución industrial), económicos (crisis y reconversión del socialismo planificado y del desarrollisrno tercermundista, posfordismo o acumulación flexible, intensificación de la globalización financiera), políticos (erosión de los referentes de la guerra fría, aparición de nuevos agentes socio políticos, como el movimiento Solidaridad en Polonia y la revolución de los ayatolá en Irán, interdependencia, emergencia de las nuevas potencias mercaderes), sociales (declive de clases tradicionales -obreros, capitalistas industriales y campesinos-, flexibilización laboral, emergencia de nuevos actores sociales y políticos, muchos de los cuales ya no reconocen los distingos de clase), culturales (aparición de referentes culturales mundiales, consolidación de los mercados culturales planetarizados, erosión de los anteriores mapas cognitivos), comunicacionales (intensificación, masificación y renovación de los medios de comunicación) y discursivos (neoliberalismo y debilitamiento de los discursos de contestación). Fue, en el fondo, un período de extendida globalización, pero con manifestaciones todavía dispares en los distintos ámbitos y confines del globo. No obstante las diferencias que asumía este formato en las distintas regiones del planeta, fue durante este ciclo cuando se asistió a una mayor intensificación de la globalización en la medida en que ese cúmulo de transformaciones empezó a crear regularidades en las estrategias de cambio en todas partes del mundo -emergencia de un tiempo mundial- y se exacerbó la competencia entre los distintos sistemas sociales dentro de una lógica globalizante. Algunos, como los países socialistas europeos no pudieron adaptarse a estas nuevas formas de competición y simplemente sucumbieron; otros como los países del sur, con sus innumerables flaquezas y disfuncionalidades, capitularon cuando sobrevino la crisis de la deuda externa y se vieron impulsados a reorientar sus esquemas de acumulación y desarrollo a través de la inserción en la economía mundial; los últimos, las naciones desarrolladas tuvieron, 110 sin dolor, que aprender a asimilar el cam-
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bio hacia nuevos esquemas de acumulación más acordes con la naturaleza de un mundo que ya no reconocía las viejas fronteras y respetaba las tradiciones heredadas. El segundo ciclo se representa como una globalización sincronizada (19892001). Su particularidad consiste en que conjuga las heterogéneas tendencias globalizantes anteriores pero las ubica dentro de un gran movimiento envolvente. Es, en ese sentido, que afirmamos que esta fase multiplica en nuevas condiciones el despliegue de la globalización. Este ha sido, por tanto, un breve pero fundamental momento histórico que se inició luego de la caída del muro de Berlín y perduró sin mayores sobresaltos hasta el ataque terrorista contra las Torres Gemelas en Nueva York. Durante esta fase se interiorizan y proyectan en nuevas condiciones las tendencias de la fase anterior, con la diferencia de que estas distintas manifestaciones globalizantes se desterritorializan, se sincronizan, se retroalimentan mutuamente y adquieren una dimensión propiamente planetaria, en razón de que desaparecieron muchas de las anteriores "fronteras" (v. gr., el mundo socialista, las ecológicas) que obstaculizaban la continua expansión de estas tendencias, al tiempo que se construyeron nuevos tipos de emplazamientos, bajo la fórmula de los mercados segmentados dentro de los circuitos de las empresas transnacionales, los procesos de integración o de los circuitos transnacionalizados. A nivel temporal, las distintas manifestaciones globalizantes se ubican dentro de un gran movimiento envolvente y se proyectan por todo el mundo a través de toda la década de los años noventa. Como producto de esta sincronización y del indefectible cierre de un intenso período fue que a inicios de la década de los años noventa se popularizó la idea de que la globalización representaba un fenómeno singular, inédito en la historia, y-que estaba dando origen a una nueva era en la historia de la humanidad. Lo cierto es que a raíz de estas transformaciones se ingresó en una nueva fase en el desarrollo de las tendencias globalizadoras, más intensas, más sistematizadas que las que habían tenido lugar en épocas anteriores y mucho más universales y sincronizadas. La fuerza que adquirió la globalización durante este ciclo es lo que revela un rostro nuevo de la misma: se ha convertido en un contexto histórico y, por tanto, en una práctica inquebrantable. EL 11 DE SEPTIEMBRE Y LA COLISIÓN DE GLOBALEACIONES Con el despuntar del. nuevo milenio debutó un nuevo ciclo, el cual podemos definir como una colisión de globalizaciones. En la descripción de las particularidades de esta fase, así como de la siguiente nos detendremos con más detalle. Las dos anteriores las hemos estudiado con cierta profundidad en trabajos pre-
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vios44; ésta, por su parte, representa la coyuntura, en el sentido politológico del término, en la que se encontró el mundo en los dieciocho meses siguientes a los atentados del el 11 de septiembre de 2001. Es decir, constituye un breve ciclo que se inició con los ataques terroristas contra las Torres Gemelas de Nueva York y culmina con los sucesos de Madrid del 11 y 14 de marzo de 2004. En los meses posteriores al ataque contra las Torres Gemelas se asistió a profundos cambios los cuales, como tendencia, se con virtieron.en indicios que permitían suponer que se estaba alterando de modo sensible la manera cómo venía desplegándose la globalización a lo largo de las tres últimas décadas, pero sin llegar a convertirse en una 'situación como la de los años de entreguerras, cuando se asistió a un inédito escenario de desglobalización. Titulamos este ciclo como una colisión de globalizaciones porque las tendencias que venían desplegándose desde los ciclos anteriores se proyectan todavía durante esta fase, pero con tres grandes diferencias. La primera consiste en que se fragmentó el movimiento envolvente en el que antes se ubicada la globalización, circunstancia que ha obedecido a que, además del desvanecimiento de los referentes universalistas (v. gr., el neoliberalismo), se intensificaron sus manifestaciones no económicas, las cuales no sólo asumieron formas de expresión distintas a la económica, sino que también reprodujeron alcances diferenciados. Mientras en los dos ciclos anteriores lo económico realizaba la convergencia entre el sentido, la direccionalidad y el poder, en estas circunstancias, los factores económicos perdieron esa capacidad aglutinadora, lo que explica que tanto el sentido, la direccionalidad y el poder como las otras manifestaciones globalizantes transiten por disímiles y laberínticas galerías. De la otra, durante este ciclo, no sólo sufrieron un revés los referentes que antes convocaban, sino que también se acentuó la tendencia por parte de numerosos actores por revertir muchas de las preferencias y predisposiciones anteriores, lo cual se ha traducido en una mayor competencia por la direccionalidad anhelada de la globalización. Esto ha sido el producto de que el miedo, el riesgo y la incertidumbre se han convertido en constantes que han acompañado el despliegue mismo de la globalización y, dentro de este contexto, la inseguridad generada por el 11 de septiembre no hizo más que exacerbar. Al respecto, conviene recodar las conclusiones de un informe del PNUD sobre las paradojas de la modernización en Chile, el cual, reconocía los grandes avances registrados por el país austral desde el punto de vista de la modernización, pero destacaba que subsiste un gran malestar sogial, el cual, se expresa en
44. Véanse, Hugo Fazio Vengoa, La globalización. Discursos, imaginarios y realidades, op cit. y La globalización en su historia, op cit.
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tres ámbitos: primero, el miedo a la exclusión en materia de salud, previsión, empleo, educación originada por la flexibilidad y la competencia, inherentes al modelo de economía de mercado. "En la medida en que el mercado no satisface ciertas demandas de reconocimiento e integración simbólica, anteriormente cubiertas por el Estado, la exclusión es vivida como una amenaza cotidiana por la mayoría de los chilenos. Esta desconfianza en los sistemas es tanto mayor por cuanto existe también una desconfianza en las relaciones interpersonales". Segundo, el miedo al otro, producto de que las identidades colectivas han perdido su anclaje material y simbólico y su lugar es ocupado por una retracción al hogar y a un "individualismo" negativo. "La interiorización de la competencia y de la precariedad como experiencias vitales agudiza la sensación de soledad e incomunicación". Tercero, el miedo al sin sentido, "en la medida en que los referentes individuales (familia, escuela, empresa, nación) pierden su fuerte significado, crecen las dificultades de elaborar un "sentido de vida" individual"45. Por último, se percibe un cambio paradigmático que altera la balanza entre la libertad y la seguridad en favor de este último. Una breve comparación de este último aspecto entre estos tres ciclos nos muestra la calidad de los cambios que han tenido lugar a lo largo de estas tres décadas. El primer ciclo lo definíamos como planetarizado, porque, entre otros elementos, en ese entonces sólo débilmente se reconocía la existencia de la globalización. En esos años todavía no se había logrado aprehender el hecho de que se estaba ingresando a una etapa completamente nueva, porque los resultados a que estaban dando lugar los profundos cambios de esta fase apuntaban a una profundización de la libertad y a una recuperación de la democracia, proceso que se inició en la Europa mediterránea en la segunda mitad de los setenta, continuó por América Latina y parte del continente asiático durante los ochenta y culmina en la Europa Centro Oriental y en el antiguo espacio soviético. Esta tendencia no era suficiente como para imaginar que se estaba ante un fenómeno nuevo. La era de los grandes combates por la libertad y la democracia se remontan a las profundidades de la historia y sus orígenes más directos se sitúan en la Revolución'Francesa de 1789. En ese sentido, la conquista de la libertad y la democracia en las postrimerías de este ciclo se entendía simplemente como otro indicador más de la profundización de la modernidad. Pero esta gran marejada, que cambió el rostro de buena parte de las sociedades del Norte, Este y del Sur, fue mucho más que eso. Era la expresión de que los cimientos de las sociedades modernas se estaban sacudiendo.
45. PNUD, Desarrollo humano en Chile-1998, Las paradojas de la modernización, Santiago, PNUD, 1998.
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Fue durante el segundo ciclo cuando se comenzó a asumir que se estaba frente a algo nuevo, distinto a todo lo anterior, en la medida en que la sincronización de la globalización estaba poniendo a todo el mundo frente a los mismos desafíos, planteaba el mismo tipo de problemas en todas partes y se establecían además mecanismos bastante uniforme de resolución de los mismos. Como tuvimos ocasión de precisarlo antes, una de las grandes novedades de estos años consistió en la consolidación de un tiempo mundial, situación inducida porque en todo el mundo parecía hablarse el mismo lenguaje, se construían representaciones análogas y se respondía a similares o incluso a veces a idénticos desafíos. Como resultado de la importancia que en estos años alcanzó la dimensión económica de la globalización y del cada vez más liberalizado mercado que penetró por todos los poros de la sociedad, se popularizó el concepto de democracia de mercado, cuyo armazón estaba conformado por la sociedad de mercado, es decir, por aquel tipo de organización social que descansa en la generalización de la verdad de los precios en el sector mercantil, la extensión de la esfera comercial a sectores que se encontraban parcial o totalmente excluidos, la infiltración creciente de esta lógica en la construcción y el reconocimiento de las identidades profesionales, la penetración del imaginario mercantil en las relaciones sociales y el desarrollo de la lógica comercial en la regulación de los bienes públicos no transables46. Cuando el mercado se convierte en el principio organizativo de la vida social, cambia no sólo la economía sino también la cultura y la forma de hacer política. Democracia y libertad, por tanto, se entendían básicamente dentro de la acepción neoliberal del término en la medida en que se propendía por el desmonte de la mayor parte de las regulaciones, se ampliaba la esfera de acción de la libre iniciativa individual, se personalizaban las preferencias y se admitía que las expectativas públicas e individuales debían realizarse a través del consumo. A diferencia de estos ciclos anteriores que se caracterizaban por una expansión de la democracia, tanto en su versión republicana como de mercado, este tercer ciclo introdujo un elemento novedoso. El eje central ya no se centra en la expansión de la libertad y en la profundización democrática, sino en la obligación de preservar y garantizar la seguridad, la cual, para su realización, impone la urgencia de introducir nuevas fronteras (limes). Con ello se produjo un cambio paradigmático en el desenvolvimiento de la globalización: si antes se representaba socialmente como insertos y excluidos, vale decir, en quienes obtenían todo tipo de privilegios de la misma y los que se ubicaban en la nueva periferia,
46. Zaki Lai'di, Le Sacre du présent, op cit.
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marginados social pero no geográficamente, luego del 11 de septiembre, esta brecha se disipó, por cuanto los primeros tomaron conciencia de que también podían sufrir los efectos desestructuradores a que da lugar la globalización. En el caso de Estados Unidos, este cambio de perspectiva lo reconocía el antiguo presidente demócrata Bill Clinton cuando afirmaba que "los republicanos nos ganaron en el contenido del mensaje (...) para muchos demócratas e independientes, nos faltó iniciativa respecto a la cuestión que hoy más importa: la seguridad nacional. Sin una postura firma sobre la seguridad nacional, la gente no escuchará a los demócratas sobre otras cuestiones" (Bill Clinton, "Cómo propiciar el retorno de los demócratas", El País, 20 de julio de 2003). En efecto, uno de los principales efectos que tuvo el 11 de septiembre fue haber puesto de manifiesto las grandes vulnerabilidades que enfrentan las sociedades actuales, así como la calidad de los riesgos. El peligro nuclear, por ejemplo, se ha convertido en una verdadera amenaza. En la actualidad, se ha ampliado de modo sensible el número de países y probablemente también de agentes privados y clandestinos que disponen de armamento de destrucción masiva. De acuerdo con el Director de la Agencia Internacional de Energía Atómica de la ONU este directorio lo encabezan los cinco Estados que oficialmente poseen armas nucleares (China, Francia, Rusia, Gran Bretaña y Estados Unidos), todos ellos miembros permanentes del Consejo de Seguridad de la ONU. Enseguida se encuentran aquellos países que cuentan con una sombrilla nuclear de una o más naciones con armas nucleares; a continuación se ubican los Estados que están al margen del Tratado de no proliferación de armas nucleares, como por ejemplo, India, Israel y Pakistán; luego, los Estados que han suscrito el Tratado de No Proliferación de armas nucleares, pero de los cuales se sospecha que desarrollan programas de armas nucleares en secreto; en penúltimo lugar, los Estados que abrazan la alternativa pobre de las armas químicas y biológicas; y, finalmente, los grupos terroristas que, a la luz de los acontecimientos de septiembre de 2001, no vacilarían en comprar y usar tales armas ("La prevención de Bush no trae más seguridad", Clarín, 2 de mayo de 2003). Es un hecho que este tipo de armamento se ha convertido en un grave problema a nivel internacional. Desde 1993 la Agencia Internacional para la Energía Atómica ha detectado cerca de 200 casos de tráfico ilegal de sustancias nucleares, aunque sólo una pequeña fracción está constituido por plutonio o uranio enriquecido, elementos imprescindibles para la fabricación de bombas atómicas. Rusia se ha convertido en la "principal preocupación ya que Unión Soviética fabricó 250 bombas atómicas de bolsillo, conocidas como maletines nucleares, de las cuales las autoridades moscovitas le perdieron la pista a 100 de ellas. Pero también el peligro acecha desde otro lado. En los últimos 40 años se
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ha multiplicado por seis el número de sustancias atómicas para uso civil (Luis Matías López, "El retorno de la bomba", archivo El País, 2002). En condiciones como estas, cuando existe una alta sensibilidad y temor frente a la amenaza que plantea la propagación de este tipo de armas, la denuncia de la administración Bush de que el régimen de Irak disponía de armas de destrucción masiva, sumado a las evidencias históricas de su utilización en contra la población kurda (1988) y al hecho de que, además, el régimen de Husein había librado dos guerras contra países vecinos (Irán, 1980-1988) y Kuwait (1990), lo que denotaba que Sadam era un verdadero 'señor de la guerra', designaba a este régimen como un serio peligro para la paz y la estabilidad mundiales. Este fue uno de los argumentos que esgrimió la Casa Blanca para justificar la intervención en Irak. "La liberación de Irak —declaró el presidente norteamericano— es un avance crucial en la campaña contra el terror; hemos eliminado un aliado de Al Qaeda y cortado una fuente de financiación del terrorismo (...) Que sepan todos, amigos y enemigos, que nuestra nación tiene una misión: responderemos a las amenazas contra nuestra seguridad y defenderemos la paz (...) La batalla de Irak es una victoria en una guerra contra el terrorismo que comenzó el 11 de septiembre de 2001 y sigue en marcha" (El País, 3 de mayo de 2003). Ha sido la toma de conciencia del temor que suscitan estos riesgos fabricados lo que ha inclinado la balanza de la historia en favor de una mayor seguridad, independientemente si eso se traduce en un mayor recorte de las libertades. Esta breve disquisición comparativa nos muestra que a los elementos de continuidad que se han proyectado de un ciclo a otro, razón por la cual ubicamos estos tres ciclos dentro de un gran período, se le sobreponen otros elementos (v. gr., la significación de la seguridad), los cuales, por su misma dinámica, dan lugar a que se acentúe la colisión de muchas de las disímiles tendencias y propuestas de globalización. Si en los ciclos anteriores, la constitución de una sociedad de mercado apuntaba a la eliminación de las regulaciones en los distintos ámbitos sociales, lo que proporcionaba un terreno abonado para la ulterior expansión de la globalización en los más variados campos, en el debut del nuevo siglo todo tiende a volverse securitario y se procura establecer limes en los distintos sectores. El gran problema que plantea esta contraposición entre libertad y seguridad consiste en que la globalización encuentra fáciles y recurrentes mecanismos de expansión cuando predomina la primera, pero ve entorpecida su realización cuando artificialmente se levantan simuladas fronteras. Pero este no es el único elemento que exacerba el choque de globalizaciones. Se observa también la existencia de otros factores los cuales del mismo modo están conduciendo a que aumente la réplica de estas colisiones tectónicas. Cabe recordar que una de los principales secuelas que tuvo el 11 de septiembre fue que contribuyó, más que cualquier otro acontecimiento de nuestro presente in-
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mediato, a'que se tomara conciencia de que la globalización constituye un fenómeno que trasciende las fronteras de la circulación económica. Al respecto, dos analistas franceses hace unos meses precisaban: "la primera lección que se puede desprender de estos acontecimientos está naturalmente vinculada al lugar central que ocupa la globalización en el sistema mundial. Hasta ese entonces, la centralidad parecía ser ampliamente económica. Pero, a partir de ahí, la globalización aparece como una poderosa dinámica política que transforma la naturaleza del sistema internacional. Nos encontramos en un sistema social mundial donde interactúan los Estados, las fuerzas del mercado y los actores transnacionales. En este contexto, se debe pensar la gobernabilidad mundial no sólo como una nueva construcción institucional, sino como un conjunto de dispositivos políticos, económicos, sociales y culturales, capaces de hacer de la globalización un proceso de reapropiación y no de sufrimiento"47. En efecto, si este ciclo constituye el tercer capítulo de este l&rgo movimiento que hemos definido como de globalización intensa es porque durante estas décadas el fenómeno ha alcanzado y sigue conservando una alta resonancia. Si bien una lectura del tercer ciclo en una perspectiva de corta duración pareciera sugerir que durante esta fase se estaría ingresando en un período nuevo, en el que estarían apareciendo elementos novedosos que aglutinan y convocan, se llega a otro tipo de conclusión cuando el problema se visualiza desde el ángulo de la longue durée, porque, no obstante las disimilitudes, se puede constatar que la calidad de las transformaciones de naturaleza más estructural, sobre las que se precipita la globalización, es tan profunda y ha tejido unos hilos de compenetración tan finos, que esta suplantación de la seguridad por sobre la libertad terminará siendo, con toda probabilidad, un fenómeno bastante episódico y pasajero. La centralidad acordada a la seguridad en este último ciclo es estrictamente una reacción casi natural, aun cuando un tanto desesperada, por parte de algunos actores ante el vértigo que produce el riesgo y sobre todo la aceleración de la globalización que invade nuevos ámbitos. La única condición que puede existir para que la agenda de seguridad predomine por sobre la libertad consiste en que se mantenga el desequilibrio existente que restringe los campos de acción e intervención a actores distintos a las grandes fuerzas del mercado y a los Estados más poderosos. Pero las dificultades que existen para que este tipo de desequilibrios se conserve en el tiempo es lo que nos lleva a pensar que luego de los atentados en Madrid se ha ingresado en un nuevo ciclo. La persistencia de estos elementos de continuidad no debe "esconder, sin embargo, las novedades de las que este ciclo se hace portador. Desde que se dio 47. Pascal Lamy y Zaki Laidi, La gouvernance mondiale ou comment donner sens á la globalisation, París, La documentation frangaise, 2002.
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inicio al nuevo siglo la intensificación de la globalización se viene realizando de modo diferente a las formas que asumiera durante los ciclos anteriores. Si con anterioridad el incremento era más bien de índole cualitativo y sectorial en la medida en que las manifestaciones económicas se constituyeron en el soporte cohesionador de la globalización en las otras esferas sociales, en los inicios del nuevo siglo la intensificación es cuantitativamente sectorial ya que se ha traducido en un poderoso impulso para que adquieran mayor visibilidad las otras manifestaciones del fenómeno, las cuales, como lo hemos señalado, antes se encontraban rezagadas con respecto a la economía. Al tiempo con que se han expandido e intensificado estas otras manifestaciones globalizantes, la expresividad económica ha dejado de detentar el monopolio en la determinación de las pautas y la orientación que asume este fenómeno. En la medida en que lo económico ha ido perdiendo su capacidad conductora, la convergencia y la identificación de la globalización con el neoliberalismo ha comenzado a quedar atrás porque además de extinguirse su impulso inicial, el ataque terrorista de 2001 acentuó la propensión al riesgo, elemento propio de las sociedades modernas, aumentó las dosis de volatilidad en el mundo en general y sobrepuso otros factores a los exclusivamente económicos en la determinación de la globalización vivida o anhelada. "Los logros del neoliberalismo —un gobierno magro y barato— tienden a ser una desventaja en la guerra contra el terrorismo. La precariedad de sus harapientas infraestructuras públicas hizo vulnerable a Estados Unidos en los ataques del 11 de septiembre, la amenaza del ántrax y la seguridad del tráfico aéreo. Ahora ha vuelto el gran gobierno en forma de un enorme Departamento de Seguridad del Territorio Nacional, expansión del ejército y de los servicios de inteligencia, nuevos sistemas de vigilancia, programas de propaganda y apoyo del gobierno federal a las industrias en situación precaria" (Jean Nederveen Pieterse, "Imperio neoliberal", El País, 14 de enero de 2003). Moisés Naím, director de la prestigiosa revista Foreign Affairs, hace poco comentaba que no sólo la globalización económica se está viendo perjudicada por la centralidad acordada'a la lucha contra el terrorismo, sino que también está ocultando otras cinco guerras de globalización que los gobiernos están perdiendo: el aumento del narcotráfico, el contrabando de armas, la inmigración ilegal, la piratería intelectual y el lavado de dinero (El País, 22 de mayo de 2003). Como demostración de esta tendencia se puede recordar que, de acuerdo con información de agencias internacionales especializadas, se calcula que en la actualidad Afganistán produce el 75% del opio ilegal. Durante los años en que los talibanes se mantuvieron en el poder, este tipo de cultivos prácticamente había sido erradicado. La producción de opio cayó en ese entonces de 4.200 toneladas en 1999 atan sólo 185 toneladas en 2001. Después de que los fundamentalistas
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islámicos fueran barridos del poder en Afganistán, la tendencia nuevamente se ha revertido. En 2002, la producción se remontó a 3.400 toneladas, los ingresos provenientes del tráfico de opio han llegado a representar el 20% del PNB y aproximadamente 3,3 millones de afganos viven de este cultivo (Le Monde, 21 de mayo de 2003). Esta transmutación en los factores orientadores de la globalización obedece también al hecho de que cuando un tipo de guerra, como la que se libra contra el terrorismo, se intenta convertir en un elemento potenciador y definidor de una nueva política mundial se agudizan en todos los ambientes las diferencias que existen entre la globalización y la contienda que libra la actual potencia imperial. Entre los cambios de mayor envergadura que se pueden observar se destaca el hecho de que si la globalización se venía realizando durante los dos ciclos anteriores dentro de los marcos de una impetuosa desterritorialización, proceso que, como señala Anthony Giddens, se produce porque en las condiciones de la modernidad radicalizada, el lugar se vuelve crecientemente fantasmagórico, es decir, los aspectos sociales son penetrados en profundidad y configurados por influencias sociales muy distantes, que se generan a distancias de ellos48, a partir del 11 de septiembre los distintos agentes procuran reterritorializar tanto sus acciones como su poder, lo que se ha traducido en un decisivo golpe al neoliberalismo. "Los recortes de impuestos y la expansión de los presupuestos de seguridad son medidas contradictorias (...) El ámbito central de la globalización neoliberal es la economía y las finanzas mientras que el imperio se desenvuelve en un escenario geopolítico. Actores claves del neoliberalismo son el complejo Wall Street-FMI-Tesoro Público, junto con el Banco Mundial y la OMC. La principal agencia estatal del régimen neoliberal, el tesoro público está siendo superada por la Casa Blanca, el Pentágono y los servicios de espionaje del Estado Imperial. La cuota de mercado, el principal interés que impulsa la globalización neoliberal no es territorial. La primacía geopolítica estadounidense se centra en el control político militar del territorio" (Jean Nederveen Pieterse, "Imperio neoliberal", El País, 14 de enero de 2003). Este repliegue del neoliberalismo y de la antes insinuada globalizaeión económica no sólo responden a la preeminencia de los temas de seguridad. En esta variación también actúa un conjunto de grandes cambios que se están presentando en el mismo universo de lo económico. A raíz de los fracasos de la reunión de Seattle y más recientemente de Cancún, la Organización Mundial del Comercio (OMC) ha visto palidecer su autoridad y ceder su lugar a acuerdos bilaterales," tal como ha quedado demostrado en el continente americano con el desgaste del
48. Anthony Giddens, Las consecuencias de la modernidad, Madrid, Alianza, 1999, p. 30.
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ALCA en beneficio de acuerdos bilaterales de libre comercio, en condiciones en que el anterior aumento anual de los intercambios internacionales ha sufrido una sensible reducción: de 10% a alrededor del 2%: Además, en medio de un contexto en el cual se recrudecen las tensiones políticas entre la Unión Europea y los Estados Unidos sobre la arquitectura mundial, han ido apareciendo otros factores que han aumentado la tirantez entre los grandes centros de poder de proyección mundial. Al tenor de esto la OMC, hace algunos meses, autorizó a la UE a imponer aranceles a un largo listado de productos norteamericanos, sanción cuyo valor ascendía a los US$ 4.000 millones. Esto obedeció a la protesta de la UE porque Estados Unidos estaba aplicando las llamadas Foreign Sales Corporations, legislación que permite a las empresas norteamericanas exportar sus productos con un ahorro fiscal de hasta el 30% del valor de sus productos. "Las tentaciones proteccionistas están en la Casa Blanca y en los sectores más aislacionistas del Congreso, temerosos de los efectos más favorables de la globalización económica. Las llamadas más o menos retóricas a boicotear los productos franceses, las presiones para que Bush presente ante la OMC una queja formal por el rechazo de la UE a la importación de los productos alterados genéticamente no son buenos augures. Si a esto se le une la política del dólar débil (que facilita las exportaciones americanas y dificulta las importaciones a este país) se puede decir en alto lo que alguien expresó hace tiempo para calificar la hipocresía americana: a EE.UU. le gusta el comercio pero no las importaciones" (Joaquín Estefanía, "La guerra comercial EE.UU. Europa", El País, 12 de mayo de 2003). En los meses previos a que se produjera la devaluación de la divisa norteamericana, las tensiones comerciales ocurrieron, además, en un contexto en el cual las inversiones internacionales, que antes buscaban altos márgenes de rentabilidad por todo el mundo, comenzaron a refugiarse principalmente en los países ricos. La única excepción fue China, país que ha seguido suscitando una gran atracción por parte de los grandes inversionistas. En 2002 China destronó a Estados Unidos como principal país receptor de inversión extranjera al superar los US$ 50 mil millones. América Latina,"por el contrario, registró, entre los años 1998 a 2.002 una caída en las inversiones extranjeras, que pasó de US$ 40 mil millones en promedio a US$ 20 mil millones en los primeros años del siglo XXI, tendencia que se revirtió parcialmente a partir de 2003 por los desajustes de la economía norteamericana y los efectos que ha tenido la devaluación de la divisa estadounidense. A todo esto se suma, además, el hecho de que desde los inicios del nuevo siglo se ha agudizado la competencia comercial a escala mundial entre las principales regiones monetarias (dólar, euro, yen y yuan chino) a través de devaluaciones competitivas, como ha sido el caso norteamericano, o la conser-
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vación de tasas fijas de cambio, política defendida por las autoridades chinas, lo que también se ha traducido en un debilitamiento de Ja anterior alta compenetración comercial a escala planetaria. En este punto encontramos asimismo una marcada diferencia con respecto a los ciclos anteriores. Sobre todo desde la década de los setenta se venía asistiendo a una intensificación de las guerras comerciales, las cuales no eran la expresión de una crisis de los esquemas de acumulación, sino que fueron situaciones a través de las cuales se elevó la globaíización económica a una dimensión planetaria al fomentar el fortalecimiento de las nuevas tendencias a escala mundial, vigorizar la recomposición de los procesos productivos, atizar la desterritorializacíón de las anteriores cadenas de producción y, de esta manera, expandir los espacios económicos transnacionalizados. A diferencia de ello, la actual competencia comercial se ha convertido en una actividad inducida con el propósito de fragmentar la espacialidad económica mundial en espacios nucleados en torno a los grandes centros de poder económico y financiero de alcance mundial. Pero también, en los inicios de este ciclo se ha podido observar que los gobiernos de los países más desarrollados han abandonado la virtud presupuestal y han reanudado los déficits públicos. Francia y Alemania no hace mucho pusieron en la picota pública el Pacto de Estabilidad y Crecimiento de la UE debido a sus déficits superiores a los tolerados en el marco de la moneda única. Pero también, "frente a las crisis sectoriales se recurre al intervencionismo estatal: apoyo a la agricultura, acero, transporte aéreo, nacionalización de bancos, etc., como bien lo ilustra la experiencia norteamericana A esta lista se agrega: el presidente de la primera potencia mundial le voltea la espalda a los acuerdos internacionales. Por último, el conjunto de países desarrollados aumenta su presupuesto de defensa y de policía para luchar contra el terrorismo y la inseguridad" (Eric Le Boucher, "La fin de l'orthodoxie libérale". Le Monde, 5 de abril de 2003). El factor, sin duda, más importante que está produciendo esta disociación entre globalización económica y neoliberalismo, lo expuso claramente la prestigiosa revista londinense The Economist en agosto de 2003, con su número especial intitulado "Capitalismo y democracia", en el cual se sostiene que los grandes enemigos del capitalismo no son ni los movimientos antiglobalización ni la izquierda socialdemócrata o neocomunista, sino los mismos capitalistas por su poder sin límite, los innumerables escándalos empresariales, los abismales incrementos de las desigualdades y los malos manejos de los fondos de jubilación privados. Una tesis similar sostiene Joseph Stiglitz en su reciente libro "Los felices noventa", en el cual denuncia: "El mantra de la desregulación se ha revelado como una trampa que, lejos de llevarnos ai grado de regulación más adecuado, nos ha conducido a la supresión irreflexiva y sin más de todo mecanismo
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regulador. Nada tiene de casual que el origen de tantos problemas de los felices noventa se remonte al momento en el que se desregularon sectores como el de las eléctricas, telecomunicaciones o finanzas (...) Las economías de mercado no se autorregulan, son zarandeadas por golpes que están fuera de su control, tienen tendencia a las manías y a los pánicos, a la exageración irracional y al pesimismo, a las estafas y a una asunción de riesgos que roza la de los juegos de azar, y a que muchos de sus errores y fechorías sean soportadas por toda la sociedad"49. Esta disociación entre globalización y neoliberalismo no debe interpretarse como un repliegue de la primera o, como ha sostenido el globófobo John Gray50 que la globalización ha llegado a su fin. Lo que simplemente está ocurriendo es que la anterior convergencia, que llevó a muchos a pensar que globalización y neoliberalismo eran conceptos prácticamente sinónimos, ha comenzado a desdibujarse y que la expansión de estas tendencias proseguirá de manera más desordenada o dentro de otros referentes. Lo que sí demuestra este cambio es que la etapa del Consenso de Washington ha llegado a su fin. Es muy ilustrativo al respecto que en el Foro Económico Mundial de noviembre de 2002 en Río de Janeiro, el presidente de Banco Mundial declarara enfáticamente que no se puede seguir juzgando a los países sólo por sus indicadores económicos; también se deben tener en cuenta los sociales (El País, 20 de junio de 2003). Esta situación/además de los elementos que ya hemos señalado, es también el resultado de factores circunstanciales que tienen lugar dentro de un modificado contexto económico internacional. Durante buena parte de la década de los noventa, la economía norteamericana fue la locomotora de la economía mundial. En esos años, su crecimiento sobrepasaba el 4% anual, no tenía mayores desequilibrios macroeconómicos, la inflación y los tipos de interés eran bajos, las cotizaciones en la bolsa subían sin cesar, se alcanzó un pleno empleo y se logró un gran superávit público. El impacto de cualquier crisis económica o financiera que estallara en cualquier punto del planeta -como la asiática de 1997era amortiguado por el elevado crecimiento y la confianza económica que despertaba la potencia americana. No fue extraño que en ese entonces se hablara de que se había llegado al fin de los ciclos económicos, fenómeno que se suponía estaba siendo inducido por el continuo crecimiento de la productividad y por la incorporación de la revolución digital a la economía. Al despuntar el nuevo siglo la situación es muy distinta. No sólo Estados Unidos sino todas las grandes economías se han mantenido al borde de'la rece49. Joseph E. Stiglitz, Los felices noventa. La semilla de la destrucción^ Bogotá, Taurus, 2003. 50. John Micklethwaií y Adrián Wooldridge, '"From Sarajevo to September j 1" en Policy Review N. 119, . 2003.
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sión, disponen de grandes desequilibrios (v. gr., la potencia del norte ha alcanzado un déficit de cuenta corriente de US$ 503 mil millones en 2003, el déficit del presupuesto alcanzó los US$ 450 mil millones en ese mismo año y se prevé que rebase los US$ 475 mil millones en 2004), en condiciones de una aguda crisis de confianza empresarial, sobre todo por los grandes escándalos que han salpicado al universo institucional de la potencia del Norte. Claro que podría argumentarse que Estados Unidos cerró el 2003 con una tasa de crecimiento del 3,1%. Pero, para llegar a este porcentaje se utilizaron varios instrumentos, los cuales son imposibles de mantener en el largo plazo: déficit fiscal superior al 4%, déficit de cuenta corriente superior al 5%, los tipos de interés más bajos de los últimos 45 años, reducción de impuestos para los segmentos más ricos de la población y crecimiento del gasto en seguridad y defensa, dólar débil para estimular las exportaciones y medidas proteccionistas para evitar las importaciones. En este contexto, ningún país ha podido asumir la función de locomotora, pues el único Estado de relativa significación -China- que goza todavía de elevadas tasas de crecimiento, se encuentra sólo parcialmente inserto en la economía mundial. Conviene recordar que el PIB de China es de US$ 1,3 billones mientras el del mundo asciende a US$ 32 billones, por lo que no puede convertirse en la palanca que infunda dinamismo al conjunto de la economía mundial. Si a esto le añadimos una sensible contracción de la inversión extranjera directa y del comercio internacional, podemos obtener un cuadro completo. Las perspectivas de crecimiento y de expansión de la economía mundial no han sido muy alentadoras. Ante un escenario tal, una de las pocas salidas para superar las dificultades que enfrentan las economías más desarrolladas, han consistido en aumentar el gasto, lo que ha desvalorizado aún más el credo fundamental del pensamiento neoliberal: el equilibrio fiscal. América Latina no ha sido ajena a este cambio en los referentes. Se observa que en medio de este declive generalizado del neoliberalismo se está produciendo un reacomodo del anteriormente predominante modelo extravertido de desarrollo. Ya desde finales de la década de los noventa empezó a ganar fuerza la idea de que el anterior esquema había llegado a una situación en la cual era imprescindible introducirle profundas modificaciones porque era un modelo que estimulaba los desequilibrios en el sector externo, los cuales se expresaban fundamentalmente en la forma de déficits en cuentas corrientes y en movimientos muchas veces desequilibrantes en las cuentas de capitales. La apertura comercial irrestricta había conducido a que se produjeran déficits en el comercio con el resto del mundo, tanto por la estructura exportadora de los países latinoamericanos como por el proceso de sustitución de producción nacional por mercancías importadas. A su vez, el ingreso masivo de capitales externos había dado lugar a que en determinados períodos se registraran reevaluaciones en moneda local,
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que atentaban en contra del sector exportador y estimulaban el desplazamiento de la producción nacional, al tiempo que ocasionaban un aumento desenfrenado e insosteniblemente la demanda interna51. A nivel social, el panorama no es más halagador. Según el Informe sobre el desarrollo democrático en América Latina del PNUD, siete de cada diez nuevos empleos creados desde 1990 corresponden a la economía sumergida, y sólo seis de cada diez empleos generados en el sector formal tienen algún tipo de cobertura social. La economía informal asciende en la región al 46,3% de la economía total ("Globalización: punto muerto en el debate", El País, 1 de marzo de 2004). Al despuntar el nuevo milenio, luego de una aguda recesión, la cual en buena parte de la región perduró por casi un lustro, y en condiciones en que nuevos sectores del espectro político han llegado al poder en Brasil, Argentina, Chile y Ecuador, entre otros, se tiende a favorecer un esquema en el cual, como señala una economista argentina, se estimule una estrategia productiva, a nivel nacional y regional, a través de la cual se logre que el comercio exterior alcance crecientemente "una dinámica propia que permita su aislamiento del comportamiento de los flujos especulativos de capital. Esto significa que el aumento de las exportaciones sea la consecuencia genuina de aumentos de la competitividad y de mejoras en la especialización y no el resultado de políticas de ajuste orientadas a compensar las salidas de capitales o el pago de utilidades e intereses" (Marta Bekerman, "Una mejor estrategia para entrar al mundo", Clarín, 30 de mayo de 2003). Este repliegue del neoliberalismo, con respecto a la anterior modalidad de globalización económica y, de suyo también, ante la pasada pretensión de configurar el armazón de las relaciones internacionales a partir de las compenetraciones económicas, ha tenido lugar en un contexto en el cual un nuevo común denominador ha entrado a participar: el movimiento se produce en una constelación en la que entran a actuar elementos que apuntan hacia una nueva forma de globalización de la política. Tal como argumentábamos páginas atrás, a diferencia de las manifestaciones económicas, a las cuales se les puede adjudicar un conjunto de indicadores que muestran el nivel de intensidad alcanzado, en las otras dimensiones sociales la globalización se realiza de manera más cualitativa que cuantitativa, razón por la cual resulta difícil establecer escalas de medición de la calidad de los cambios en estos ambientes. Se observa como tendencia general que se está asistiendo a una recomposición del mapa político de la globalización. Con esta afirmación queremos constatar que se está consolidando un conjunto de tendencias, las cuales, con alcances y ritmos diferenciados, están introduciendo variaciones en las
51. Hugo Fazio Rigazzi, Crece la desigualdad. Otro mundo es posible, Santiago, Ediciones Lom, 2002, p. 54.
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formas de ejercicio de lo político y particularmente en lo que atañe a la soberanía y a las relaciones de poder. Esta mayor politización se puede observar en diferentes niveles. El primero y, quizá, uno de los más importantes, consiste en que se ha comenzado a presentar un reequilibrio entre las liberalizadas fuerzas globalizantes del mercado y los Estados. Para entender la calidad de esta transformación debemos tener en cuenta que mientras primó el esquema estado-céntrico westfaliano, el eje nodal en la organización del sistema internacional reposaba en aquellas instancias que se concebían como entidades autorreguladas, es decir, en los Estados. El conjunto (el sistema internacional) se entendía simplemente como el resultado de las relaciones que se establecían entre las partes (relaciones internacionales). Los juegos de intereses y los choques de las bolas de billar se realizaban a nivel espacial, o sea, a través del control o dominio territorial. Desde la década de los setenta, a medida que se intensificaba la dimensión económica de la globalización, se asistió a un fortalecimiento de los agentes supranacionales y transnacionales globalizantes (empresas y corporaciones transnacionales, bancos, organismos económicos y financieros multilaterales, agencias evaluadoras de riesgos, etc.), lo que Richard Falk denomina como globalismo orientado hacia el mercado, el cual "subordina la parte al todo partiendo de consideraciones como los márgenes de beneficio, la eficiencia comparativa de la producción y la distribución y las perspectivas de crecimiento, registrando los cambios en la posición relativa sobre todo por medio de estimaciones estadísticas del comportamiento económico"52. Este esquema alcanzó su máximo paroxismo en la década de los noventa cuando se impuso un nuevo esquema no territorializado, cuya motor estaba conformado por el capital que no reconocía ni respetaba fronteras. En esas coordenadas, los Estados perdieron la anterior centralidad y quedaron a merced de las dinámicas y agentes globalizantes. Es, en ese sentido, que puede sostenerse que la constelación que entró a primar era una en la cual el conjunto (la globalización económica) determinaba a las partes (los Estados). Luego de los sucesos del 11 de septiembre se alteró esta ecuación, mediante un redimensionamiento del Estado. "Otro eambio generado por el 11 de septiembre —escribe el periodista polaco Kapuscinski— es el fortalecimiento de la idea del Estado, algo paradójico, porque el terrorismo siempre busca su debilitamiento. La globalización neoliberal también debilitó mucho el papel del Estado, porque promovió las corporaciones supranacionales, los flujas ilimitados de los capitales y la creación de mercados financieros mundiales (...) Sin embargo, el
52. Richard Falk, La globalización depredadora. Una crítica, Madrid, Siglo XXI, 2002, p. 75.
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11 de septiembre demostró que, en el mundo contemporáneo, las sociedades pueden sentirse seguras y protegidas solamente dentro de los Estados. El ataque contra Estados Unidos demostró que el hombre y la sociedad no pueden vivir sin el Estado" ("La globalización del mal", El País, 29 de septiembre de 2002). Este reposicionamiento del Estado, así como las nuevas exigencias que se le han planteado sobre todo en materia de seguridad, puede interpretarse en el corto plazo como un debilitamiento de la globalización, pero seguramente entrañará un fortalecimiento de la misma a mediano plazo". En la inmediatez, el reposicionamiento del Estado constituyó un procedimiento encaminado a controlar el clima de inseguridad que experimentaron todos los países con ocasión de los sucesos del 11 de septiembre. Pero cuando se observa el asunto desde una perspectiva no tan coyuntural se constata que el ataque terrorista co.ntra las Torres Gemelas se convirtió en un punto de inflexión en el desenvolvimiento de la globalización, ya que incluso aquellos ámbitos que eran percibidos como monopolios del Estado y que, por tanto, se encontraban al margen de las tendencias centrífugas de la globalización, también entraron en una dinámica de compleja atracti vidad. En este sentido, no es inverosímil argumentar que el 11 de septiembre se convirtió en una línea divisoria entre dos momentos recientes. Sobre todo en los países más desarrollados se comenzó a asistir a una situación en la cual el Estado comenzó nuevamente a destronar a la economía de mercado en tanto que elemento organizador de la sociedad. Este cambio fue el resultado de la importancia que empezaron a adquirir los temas políticos, geopolíticos y de segundad, los cuales comenzaron a convertirse en los nuevos referentes para la determinación de la actuación nacional e internacional de todos los países. Ello ha sido muy evidente en el caso norteamericano, país que luego del 11 de septiembre se encontró en una situación en la que se entrecruzaban el poderío y la vulnerabilidad, razón por la cual se pretendía potenciar la primera para aminorar la segunda. Como recuerda el mencionado periodista polaco, "los sucesos del 11 de septiembre demostraron que la distancia ya no basta de por sí para garantizar la seguridad. Descubrimos con horror que la distancia ya no nos pone a salvo. (...) El 11 de septiembre demostró que en nuestro globo ya no hay santuarios. Y no sólo se trata de que todos puedan ser atacados por todos (...) La novedad del 11 de septiembre consiste en que demostró que en el mundo hay fuerzas que no representan los intereses de un deterrninado Estado, pero que, a pesar de ello, constituyen un enorme peligro para los más potentes. Hasta ahora el pensamiento estratégico se basaba en el supuesto de que las guerras se libraban entre Estados. Hoy, los estrategas tienen que remodelar con urgencia sus ideas, porque a los Estados se enfrentan fuerzas difíciles de situar" (Ryszard Kapuscinski, "La globalización del mal", El País, 29 de septiembre de 2002).
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Esta recuperación del papel del Estado no puede interpretarse como una vuelta al pasado, por cuanto su regeneración tiene lugar en un momento de intensa globalización, lo que sugiere que es cada vez más improbable imaginar la organización y la estabilidad del mundo sobre la base de un simple juego interestatal. La globalización exacerba el tránsito de una lógica de bolas de billar que chocan entre sí a una de flujos que se entremezclan. De ahí surge la idea de que la gobernabilidad mundial que subentiende toda fórmula de regulación mundial ya no sea reductible a un canon exclusivo de los Estados. Cuando se habla de gobernabilidad no se está aludiendo sólo a los gobiernos. La gobernabilidad remite fundamentalmente a la idea de que las elecciones y las decisiones pasen cada vez más por juegos de transacciones entre actores de diferente naturaleza más que por una lógica jerárquica en la que un actor —el Estado— dictaría sus conducta a los otros. Esta es la razón de porqué la idea de la gobernabilidad excluye la perspectiva de un super Estado macro regional o mundial53. Por ese motivo, consideramos muy valiosa la advertencia del sociólogo alemán Ulrich Beck cuando argumenta que ya no podemos pensar el Estado en su acepción tradicional, como el legendario Estado-nación. "El interés nacional de los Estado los fuerza a desnacionalizarse y a transnacionalizarse, es decir, a renunciar a la soberanía para resolver sus problemas nacionales en un mundo globalizado". Por lo tanto, "la revalorización del Estado no significa el resurgimiento del Estado nacional sino de los Estados transnacionales cooperantes"54, en los cuales cobra vida un esquema de "soberanía colectiva". La globalización política puede adquirir también otros contornos. Uno de ellos fue la guerra fría que dio origen a la emergencia de una espacialidad planetaria de la política, la cual se sobreponía y establecía un marco regulador a los restantes niveles. A nuestro modo de ver, esta fue una forma particular y limitada de globalización, ya que su radio de acción, no obstante el hecho de alcanzar una dimensión mundial, sobre todo por la capacidad de las dos grandes potencias para destruir la vida en. el planeta, era limitada porque los niveles de compenetración y retroalimentación entre los distintos ámbitos políticos eran fragmentarios. Por el contrario, en condiciones como las actuales, cuando se han intensificado las manifestaciones globalizantes en los distintos ambientes y cuando la compenetración y la atractividad entre los diferentes países ha alcanzado niveles nunca antes visto, la globalización política se constituye en una política global 53. Zaki Lai'di, "Etat, politique et mondialisation" en Studia política. Román Political Science Review v. ], N. 3, 2001. 54. Ulrich Beck, ¿Qué es la globalización?, Barcelona, Paidós, 1998.
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que se realiza en múltiples niveles. Al respecto, conviene recordar la existencia de una amplia gama de espacios en los cuales se realiza la globalización. Una de las particularidades de la intensa globalización consiste en la convergencia y yuxtaposición de diferentes niveles de organización espacial territorializados y no territoriarizados. Entre los primeros podemos destacar los espacios locales y regionales, es decir, los contextos subnacionales de interacción; los nacionales, constituidos en torno a las fronteras establecidas por los Estados naciones; los internacionales, o sea, los circuitos que vinculan los espacios nacionales; los transnacionales, que se caracterizan por atravesar las fronteras nacionales sin ser afectadas por éstas; los macrorregionales, una de cuyas formas más acabadas se observa en los procesos de integración y de modo particular en la experiencia europea y, por último, los globales, que, como lo señala Michael Marín, pueden asumir una modalidad universalista (v. gr. el capitalismo mundial que se difunde de modo bastante uniforme a todas partes del mundo a través de la vida económica y social) o particularista y segmentada, la cual tiene lugar cuando un fenómeno alcanza una presencia más o menos mundial, pero cuya intensidad es disímil en las distintas regiones o cuando su radio de influencia e interacción llega sólo a pequeños grupos particulares de todo el mundo55. El hecho de distinguir estas distintas expresiones que asume la noción de espacialidad no debe interpretarse como si con la globalización se asistiera a-una simple sobreposición de las más grandes sobre las más pequeñas, como si se tratara de una muñeca rusa, una matrioshka. La globalización no consiste simplemente en el surgimiento de espacialidades más grandes que enlazan a las más pequeñas y, en ese sentido, es que la guerra fría sólo puede concebirse como una forma particular y abreviada de globalización política. La globalización se refiere a formas complejas de entrelazamiento que se producen entre todas ellas. La manera como se compenetran no sigue solamente una secuencia vertical y/o jerárquica, de mayor a menor o de menor a mayor, sino que también da lugar a la aparición de relaciones transversales y horizontales. Sin duda que ello explica uno de los grandes problemas que enfrenta cualquier análisis que se proponga determinar la naturaleza de la globalización: estas distintas escalas espaciales se entrecruzan sin que ninguna de ellas asuma una posición de liderazgo, que configure un mapa valorativo y les otorgue un sentido a las otras. En su representación espacial, la globalización se expresa como una desordenada y caótica concatenación de estas disímiles espacialidades, las cuales son portadoras de distintos grados de intensidad, cobertura y radio de acción. 55. Michael Mann, "¿Ha terminado la globalización con el imparable ascenso del Estado nacional?" en Zona Abierta, 92/93, Madrid, 2000, p. 197.
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Por lo tanto, no debemos imaginar que la globalización política se traduzca en el surgimiento de una espacialidad política única a nivel mundial, un Estado global, sino en una compleja intersección de esta pluralidad de espacios que interactúan y se compenetran. Es precisamente a partir de esta concordancia entre distintas espacialidades como se debe pensar la globalización de la política, lugar donde se produce la convergencia de distintas temporalidades. Esto es lo que explica que un fenómeno que se desarrolla en clave local, como la guerra que se libra a partir de Irak contra las fuerzas de ocupación y de éstas contra el "corazón" del terrorismo global, pueda llegar a adquirir un perfil mundial y produzca profundas grietas en el sistema internacional. En este ambiente, en el cual predomina una gran incertidumbre sobre la arquitectura y la gobernabilidad mundial, el 11 de septiembre trajo como secuela el hecho de que la inseguridad, que actualmente acompaña al mundo, ha obligado a redoblar los dispositivos de seguridad. "El primer desafío del 11 de septiembre fue el reforzamiento de la dimensión de seguridad de la globalización. La globalización ya no puede ser percibida sólo en términos de comercio, inversión, viaje y comunicación: requiere una dimensión de seguridad" (Fred Halliday, "New World, but the same oíd disorder", The Observer, 10 de marzo de 2002). En términos generales, si la década de los años noventa fue una etapa en la cual se propendió por una mercantilización de las relaciones internacionales, desde los inicios del nuevo siglo se ha vuelto a destacar el ejercicio de la fuerza y de la deseabilidad política como elementos centrales en la redefinición de la vida internacional. El aumento de los gastos en armamento corrobora esta aseveración. En 2002 se incrementó en un 6% con respecto al año anterior, de los cuales Estados Unidos representó las tres cuartas partes. En 2002 la potencia del norte encarnó el 47% del gasto mundial seguido por Europa con el 23% (El País, 18 de junio de 2003). Pero en los nuevos desafíos que subyacen en los esquemas de seguridad se ha presentado un radical cambio: la seguridad se ha desnacionalizado, en la medida en que se desdibujan las fronteras entre la seguridad interna y la internacional y se enlaza la de un país con la de los demás. Este reposicionamiento del Estado y de los temas de seguridad también ha entrañado una modificación en los lineamientos que definen tanto la política internacional como la actuación externa de los gobiernos. En la época más álgida de la guerra fría parecían existir grandes certezas sobre la naturaleza de la política exterior, la cual se articulaba en torno a unos pretendidos intereses nacionales representados por el Estado. En la década de los noventa, las anteriores certezas comenzaron a desvanecerse debido a los avances registrados por la disciplina de las relaciones internacionales que se volvió más sutil en su análisis, al papel que entraron a desempeñar
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los medios de comunicación que trastocaron los factores que tradicionalmente se identificaban con la política exterior, la proliferación de variados actores internacionales que le restaron centralidad al Estado en la determinación de las orientaciones de actuación externa, la expansión de los agentes del globalismo del mercado y el compromiso de numerosos países con las estrategias de integración, que al volverlos más interdependientes, redujo la anterior autonomía y soberanía del Estado en este campo. Otra de las grandes novedades de la década de los noventa fue la aparición, a la par de las relaciones interestatales, de una diplomacia de firmas, es decir, el establecimiento de relaciones entre Estados y grandes empresas transnacionales, las cuales se orientan básicamente en función de la competitividad, la especialización, las políticas de atracción de capitales extranjeros, el vínculo entre competitividad y productividad, etc. Por último, las múltiples formas de codependencia que recrea la globalización hacen que la política exterior no pueda ser un asunto completamente previsible y que no pueda analizarse dentro de los cálculos de la elección racional. El 11 de septiembre se constituyó nuevamente en un punto de exacerbación de esa tendencia al redimensionarse nuevos ámbitos de actuación ya que "los principios de Westfalia que basaban el orden en la soberanía de los Estados definían a la agresión como el cruce en las fronteras internacionales por parte de unidades organizadas. El 11 de septiembre introdujo un nuevo desafío planteado por la privatización de la política exterior a manos de grupos no gubernamentales apoyados de forma tácita o directa por Estados tradicionales (...) Los grupos terroristas son básicamente grupos privados y no grupos gubernamentales. Son financiados por Estados existentes, pero sus propósitos no son idénticos a los de los'Estados. Entonces no sirven los principios clásicos de la política exterior" (Henry Kissinger, Entrevista, Clarín 8 de mayo de 2003). Claro que, como quedó demostrado en abril de 2004 en la ciudad iraquí de Faluya, cuando grupos insurgentes asesinaron y descuartizaron a cuatro cooperantes militares norteamericanos, esta privatización alude también a la proliferación de cientos de corporaciones mercenarias, las cuales son subcontratadas por Estados u otros agentes. Es decir, a la tendencia hacia la privatización de las relaciones económicas de los Estados de la década de los noventa se le sobrepuso una naciente privatización de la actuación política en las relaciones externas en los inicios del nuevo siglo. De tal suerte, se puede sostener que los cambios que se han presentado durante este ciclo de la globalización consisten én un intento por parte de los Estados, sobre todo de los más desarrollados y poderosos, por recuperar el control y el monopolio en esos ámbitos en los que han visto mermada su capacidad de acción y dirección.
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Todos estos abruptos cambios han entrañado de esta manera un vuelco fundamental en la perspectiva que se venía pregonando y practicando la expansión de las tendencias globalizantes en los años anteriores. Al anterior globalismo del mercado, se le sumó un reposicionamiento del Estado, el cual entra a competir con el primero en la orientación de la globalización anhelada. De esta nueva ecuación se desprende que un rasgo fundamental de este ciclo consiste en la intención deliberada por parte de grandes actores públicos por intentar conducir la globalización por unos derroteros determinados con el propósito de contrarrestar aquellos efectos considerados como funestos. Durante los dos ciclos anteriores fue común el hecho que la desregulación y la liberalización se tradujeran en una mayor autonomía de prácticas que terminaban minando la capacidad misma de varios de los más importantes agentes por asegurar una direccionalidad deseada al proceso. Al respecto, conviene recordar las sensatas palabras de Susan Strange, quien, en su último libro, comentaba que el principal resultado del cambio estructural en la relación entre los Estados y los mercados se había transformado en un vuelco en el equilibrio relacional entre ellos. "Al usar su poder estructural para comprometer a los europeos, a los latinoamericanos y ahora a las economías asiáticas y africanas en la libre economía de mercado mundial, Estados Unidos pretendía sin duda extraer beneficios y nuevas oportunidades para los negocios estadounidenses. Lo que los políticos no pretendían del todo era que se incrementase el poder de los mercados sobre los gobiernos, incluido el suyo propio"56. Es decir, la expansión de la globalización económica construyó un marco de vulnerabilidad para los Estados más débiles, pero esta fragilidad también terminó consumiendo la capacidad rectora y orientadora de la misma potencia del norte. Para contrarrestar este tipo de tendencias, luego del 11 de septiembre las autoridades estadounidense han intentado levantar una barrera entré "el desordenado y caótico" mundo exterior y su espacio nacional. Pero el problema que enfrenta incluso la gran potencia del norte consiste en que la globalización ha llegado a un nivel tal de solidez que controlarla y direccionarla se ha convertido en una tarea casi imposible, incluso para la potencia más poderosa del mundo. No obstante la deseabilidad de las élites políticas por reconstituir un orden de tipo estatal, la capacidad de los Estados, incluidos los más poderosos, para restaurar su poder tiene lugar en un escenario adverso. De la mano o al margen de las actividades estatales, ha empezado a emerger una política global, la cual no sólo consta de un mayor entrelazamiento de los múltiples espacios, sino que también se compone de una amplia gama de instituciones y prácticas que proyectan o realizan su actuación en el plano "externo". Entre estas se destacan: las
56. Susan Strange, La retirada del Estado, Barcelona, Editorial Icaria y Oxfam, 2001, p. 54.
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que han surgido como resultado de la revolución en las comunicaciones, las entidades de tipo supra regional, las cada vez más numerosas organizaciones de tipo gubernamental (6.743 hacia finales de 2000) y no gubernamentales, cuyo número ascendía a más de 47 mil en los inicios del nuevo milenio. Intervienen también en esta política global la amplia gama de acuerdos y tratados internacionales que obligan a los Estados a recomponer sus acciones para ajustarías a las normas internacionales así como la emergencia de un "derecho cosmopolita", el cual se articula con base en una ética global que arranca del reconocimiento de la "diversidad de comunidades de destino" lo que ha entrado seriamente a constreñir el alcance y la cobertura de las acciones de los órganos estatales57. " También se observa que el Estado encuentra un contexto más difícil para su actuación debido al carácter difuso que adquiere la vieja dicotomía entre lo público y lo privado, lo que se evidencia, por ejemplo, con la consolidación de los ejércitos privados y el desafío que representa para su legitimidad la mercantilización de numerosos ámbitos sociales, lo que ha entrañado no sólo que los Estados se vean en peores condiciones que antes para satisfacer las necesidades básicas de los ciudadanos, sino que vastos sectores sociales dejen de plantearle ese tipo de demandas al Estado porque encuentran una mayor garantía de satisfacer estas necesidades a través del consumo. Como resultado de todos estos cambios puede sostenerse, siguiendo a Held y McGrew, que ya no hay "una separación estricta entre procedimientos y mecanismos legales públicos y privados, domésticos e internacionales; los modelos de decisión y ejecución legislativa ya no encajan con claridad en la lógica del sistema de Estados"58. De tal suerte que la nueva política global debe entenderse en una doble perspectiva: como confluencia de distintos niveles institucionales que reorganizan el paisaje mundial, pero también como la interpenetración de distintos ambientes sociales -poder duro y blando-, así como de millares de actores en las formulaciones de lo político. En síntesis, este ciclo que hemos denominado como colisión de globalizaciones demuestra que en los inicios del nuevo milenio nos encontramos en las antípodas de cualquier escenario como el existente en el período de entreguerras cuando se asistió a una inusual desglobalización. En esta coyuntura, la globalización siguió su imparable ascenso, porque maduraron nuevas formas de compenetración social, política y cultural y porque todos los ambientes en los que se desarrolla la vida social quedaron atravesados por este proceso, incluso los más recónditos, como los dispositivos de seguridad. Pero, como estas mani-
57. David Held y Anthony McGrew, Globalización/aiitiglobalización, op cit., 2003. 58. lbidem, p. 33.
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festaciones pedieron la anterior sincronicidad, se presentaron choques entre ellas, con lo cual ha aumentado el vértigo y la incertidumbre. Por último, el temor que suscitan estas colisiones así como la dificultad que se experimenta para controlarlas o direccionarlas ha entrañado un aumento en el número y la calidad deagentes interesados en revertirías o simplemente en circunscribirlas a ámbitos específicos. Este tipo de reacciones, que analizaremos más adelante con el ejemplo estadounidense, aumenta las incertidumbres y amplifica la resonancia de los choques tectónicos de la globalización. La única alternativa real que permita superar este impasse consiste en profundizar la globalización, o sea, acelerar el tránsito hacia un nuevo período, que se organice de acuerdo con los postulados de una concepción cosmopolita. A manera de conclusión de este ciclo podemos recordar las palabras de Manuel Castells cuando, queriendo precisar el impacto de las transformaciones a que ha dado lugar la globalización en las condiciones creadas tras el 11 de septiembre, señaló: "a pesar de su extraordinario dinamismo, el modelo específico de globalización que surgió en los años noventa no era sostenible. No lo era porque estaba amenazado por la volatilidad financiera y la desregulación salvaje de la economía, en virtud de una ideología de mercado fundamentalista. No lo era porque cuanta más riqueza creamos, peor es su distribución en el planeta. No lo era porque las identidades culturales en todo el mundo están siendo barridas por los medios de comunicación global, sin que se preste atención a la especificidad cultural de cada pueblo. No lo es porque la fuerza bruta sigue prevaleciendo como instrumento de dominio internacional en áreas críticas del mundo, como el Oriente Medio, donde Israel, con el apoyo de Estados Unidos, todavía cree que puede aplastar la Intifada con tanques y misiles. No lo es porque el movimiento antiglobalización se ha convertido en un desafío político para amplios sectores de la opinión pública de todo el mundo. Y no lo es porque la respuesta predominantemente militar a la amenaza terrorista agudiza los riesgos, a la vez que pone en peligro la libertad en los países democráticos. En 2001, varios acontecimientos críticos han puesto de manifiesto la fragilidad de nuestro mundo, aniquilando para siempre la ideología del fin de la historia. No se trata de destruir las redes terroristas y volver a la normalidad como si nada "hubiera pasado. Ha llegado el momento de comprender la especificidad de nuestro mundo, en toda su complejidad, el momento de diseñar estrategias y políticas que utilicen la creatividad de la revolución tecnológica y de la globalización económica para buscar la felicidad compartida. El hecho de que estas palabras suenen a tonterías nos da la medida de la crisis moral e intelectual en la que nos encontramos"59. 59. Manuel Castells, "La crisis de la sociedad de la red global: 2001 y después" en Anuario Cidob, Barcelona, 2002.
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EL 14 DE MARZO ESPAÑOL CONSOLIDA EL PROYECTO COSMOPOLITA Todo permite prever que con los sucesos del 11 y 14 de marzo está debutando una nueva dinámica que se está sobreponiendo a las tendencias catalizadas por el 11-S y redimensionando algunos elementos que germinaron junto con la caída del muro de Berlín, pero que en ese entonces no habían alcanzado un genuino desarrollo. Todavía es temprano para presentar de manera cabal el sentido intrínseco de esta fase, pero ciertos hechos permiten ilustrar algunas tendencias. Este nuevo ciclo de la intensa globalización podemos definirlo como de resonancia de múltiples temporalidades y, en sus rasgos más generales, aun cuando comporte elementos propios, se inscribe dentro de los lineamientos catalizados por la caída del muro de Berlín, algunos de los cuales se encontraban en estado latente. Ya desde hace algunos años se observaba que se estaba presentando un gran cambio en las expectativas que la globalización despierta. Si durante los dos primeros ciclos de este período de intensa globalización existía una inclinación por asociar globalización con bienestar, crecimiento y mayor armonía y seguridad en todo el mundo, los ataques del 11 de septiembre se convirtieron en el "Chernobil de la globalización" (Ulrich Beck, El País, 8 de febrero de 2003), pues, como señala Kapuscinski, "desde el 11 de septiembre la globalización se valora de otra manera. Hasta ahora prevalecía la opinión de que era una bendición para la humanidad, algo que nos ayudaría a resolver todos los problemas. Mientras tanto, nos topamos, por sorpresa, con otros rostros muy distintos de la globalización, que es un proceso lleno de contradicciones internas, un proceso que puede generar procesos negativos" ("La globalización del mal", El País, 29 de septiembre de 2002). No es fortuito, por tanto, que en estos años haya adquirido cada vez más fuerza la proclividad de muchos actores por bajarse o redireccionar el tren de la globalización debido a que aumenta el grupo de los perdedores o de los marginados de la misma. Si esto fue muy evidente en el caso de las autoridades de los Estados Unidos cuando se propusieron introducir nuevos limes, una situación similar está teniendo lugar con los movimientos antiglobalización, los cuales después de haber pregonado a los cuatro vientos su propósito de bajarse del tren de la globalización, en la actualidad comparten la idea de que no es posible manifestarse y actuar en contra de este proceso, pues ésta se ha convertido en un fenómeno natural y muy real que entrelaza a todas las sociedades, incluidas las que todavía se mantienen apegadas a posiciones antisistémicas. Hoy por hoy los movimientos antiglobalización han empezado a derivar en movimientos alterglobalización, o sea, se han convertido en organizaciones cuyo propósito consiste en intentar reconducir de otra manera el fenómeno globalizador. "La multitud de Porto Alegre ya no se designa como antiglobalizadora, sino
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altermundista (...) lejos que querer encerrarse en su campanario local pretenden que lo local/regional/nacional sólo puede transformarse desde lo mundial" (José Vidal-Beneyto, "Altermundialización ciudadana", El País, 25 de enero de 2003). La madurez de estos movimientos se ha convertido en una constatación de que en el mundo la diversidad persiste. Ya durante la guerra fría, con la aparición de los movimientos de liberación nacional, compuestos por nativos y no por colonos, se asistió a una primera ruptura del monopolio de que gozaba el eurocentrismo, pero, en ese entonces, el rígido guión de la guerra fría congeló esa manifestación60. En las actuales circunstancias, con la emergencia, consolidación y transversalidad referencial de estos movimientos que intentan proyectarse a partir de una visión plural del mundo se ha comenzado nuevamente a renegociar con Occidente la representación misma del planeta. La transformación que han emprendido los movimientos que antes se autodefinían como antiglobalización a organizaciones alterglobalizadoras constituye una constatación de que en sus acciones e imaginarios la globalización ha sido interiorizada por parte de estos grupos. "Actúan según este lema: a la globalización hay que combatirla con (...) ¡globalización! (...) Quienes se manifiestan en la calle contra la globalización no son 'enemigos de la globalización': ¡qué mareo de palabras! Son adversarios de los defensores de la globalización que pretenden imponer otras normas globales en el espacio de poder global, frente a otros adversarios de los defensores de la globalización. De este modo ambos grupos de adversarios se superan recíprocamente con sus objetivos globales y, con la fusta de la resistencia, jalan incesantemente el avance del proceso de globalización" (Ulrich Beck, "La paradoja de la globalización", archivo El País, diciembre de 2002). Algunos analistas sostienen que la gran actividad desplegada por este tipo de movimientos transversales que elaboran discursos de alcance mundial y que poseen redes que actúan a nivel planetario sería una constatación de que se está operando otro gran cambio: se estaría asistiendo a la emergencia de una política de masas en proceso de globalización. "Durante décadas ha habido marchas, pero las protestas contra la guerra de Irak revelan una nueva dinámica. Hasta 10 millones de manifestantes en cerca de 60 países y 600 ciudades salieron a la calle a la hora prevista en un solo día, el 15 de febrero. Existen tres explicaciones de este fenómeno. Internet permitió una rápida divulgación mundial de los planes de organización a un coste extraordinariamente bajo para los organizadores. La acción de masas depende de las organizaciones locales que toman la iniciativa. Un problema común para todos: la perspectiva de una guerra en Irak. Por
60. Véase, Marc Ferro, La colonización. Una historia global, Madrid, Siglo XXI, 2000.
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último, el grado excepcional de arrogancia e ineptitud mostrado por la Administración Bush. En una era de comunicación de masas ya no es posible actuar para el público nacional sin que el mundo también escuche" (Jeffrey D. Sachs, "La globalización de la política de masas", El País, 22 de febrero de 2003). La advertencia de Sachs de que políticamente las fronteras entre las naciones se han vuelto borrosas se ha convertido en efecto en un asunto muy importante porque cada vez es más difícil establecer una demarcación entre el estado de ánimo de la opinión pública nacional y la mundial. La popularidad a nive.l nacional de Bush se mantuvo elevada luego de los sucesos del 11 de septiembre. Sin embargo, su reputación mundial se encuentra en un punto muy bajo. Como resultado de ello, la imagen internacional de los Estados Unidos se ha deteriorado sustancialmente en el transcurso de los últimos años. Desde el exterior se tiende a considerar que la potencia americana ignora los intereses de las demás naciones, contribuye a agudizar las diferencias entre ricos'y pobres y que en Irak no busca seguridad, sino petróleo. Esto es lo que indican los resultados de una gran encuesta realizada a 38 mil personas en 44 países por una institución de Washington, bajo la dirección de Madeleine Albright. La antigua Secretaria de Estado del gobierno de Clinton lamentaba, algo que nunca pensó que vería, y que considera como sumamente preocupante: "la gente ahora teme el poder de los Estados Unidos" (El País, 5 de junio de 2003). Pero este desdibujamiento de las fronteras reales e imaginarias cobra toda su vigencia cuando la opinión pública mundial realiza un seguimiento de la carrera presidencial en Estados Unidos con tanto apasionamiento como si estuviera acechando una contienda electoral en su propia localidad. No son pocos los ciudadanos del mundo que gustarían poder participar en la escogencia del futuro ocupante de la Casa Blanca, porque ese es un tópico que les afecta directamente. Al respecto, Jorge Volpi escribe: "Aun si dispusiéramos de la mirada de un historiador del futuro, creo que no podríamos confirmar la existencia de un Imperio Americano en los albores del siglo XXI; por desgracia, nada indica tampoco que la Tierra se aproxime a una democracia global. A escala planetaria, nos hallamos más cerca de una oligarquía. Me explico: en nuestra época, el destino de muchas naciones no es decidido por sus ciudadanos, sino por unos miembros privilegiados de la sociedad global, que son los ciudadanos estadounidenses. Aunque nos neguemos a aceptarlo, ellos son los únicos que pueden votar a su presidente -es decir, a nuestro emperador- y, por tanto, los únicos que inciden realmente en el destino de la Tierra" ("Noticias del imperio", El País, 5 de marzo de 2004). A pesar de su extraordinaria heterogeneidad, la emergencia de estas organizaciones refleja la consolidación de un movimiento que apunta hacia una gran transformación política de corte cosmopolita, la cual se sustenta, entre otros, en lo que Ulrich Beck denomina "la globalización de las emociones", la cual tiene
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lugar cuando "civiles y niños sufren y mueren en Israel, Palestina, Irak o África, y este sufrimiento se presenta en imágenes conmovedoras en los medios de comunicación, surge una compasión cosmopolita que obliga a actuar" ("La cuestión de la identidad", El País, 11 de noviembre de 2003). Esta incipiente política de masas global es una constatación de que se está asistiendo a la emergencia de una embrionaria sociedad civil global, la cual actúa con base en un espacio comunicativo compartido. En días previos a que estallara la intervención en Irak, Joan Subirats sostenía que una de las pocas consecuencias positivas que produjo la crisis internacional relacionada con la intervención militar en Irak fue el desarrollo de una esfera pública global sobre los asuntos de la gobernabilidad mundial. Los modernos medios de comunicación permitieron que acontecimientos como la caída del muro de Berlín y los atentados del 11 de septiembre fueran conocidos y suscitaran todo tipo de emociones. Fue a partir de ello que ha ido apareciendo un espacio comunicativo compartido a nivel mundial. "La intensidad y la simultaneidad de los debates generados por la perspectiva de la guerra en Irak y la movilización concertada de millones de personas en todo el planeta contra la eventualidad de la conflagración demuestran que los precedentes de las cumbres y contracumbres de los últimos años no eran una simple anécdota ni tampoco cosa de unos cuantos iluminados (...) De alguna manera se está discutiendo si nosotros tenemos derecho y suficientes argumentos para iniciar un conflicto armado cuyas consecuencias son imprevisibles. Ese nosotros para algunos es la humanidad, para otros es el concierto internacional de naciones, para otros es la ONU, para otros, quizá, el mundo civilizado. Pero en pocos caso es un nosotros estrictamente confinado en los límites de un Estado (...) Al margen del desenlace final de la crisis, parece cada vez más claro que no sólo, se libran batallas en el terreno, sino que cada vez son más importantes las batallas que se libran en la opinión pública, y en ese sentido, alguna batalla se está ganando, obligando a buscar nuevos argumentos morales para iniciar la guerra, o aumentando notablemente los costes políticos de la decisión para sus principales impulsores. Lo cierto es que podemos estar entrando en un escenario en el que se vaya forjando un espacio comunicativo global, una esfera pública universal, que permita avanzar en la construcción de mecanismos en instituciones de gobernabilidad mundial, desde un nosotros crecientemente compartido" ("Irak y el espacio global", El País, 9 de marzo de 2003). No fue extraño que en los días previos al ataque, ante la consolidación de este espacio cdmunicativo global, y con el ánimo de aminorar el costo político de la intervención, las autoridades norteamericanas sofisticaran su arsenal argumentativo para desembarazarse de Hussein y sacralizar la guerra. No pudiéndose establecer conexión alguna entre Sadam y Al Qaeda y ante las dudas de la
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existencia de arsenales de armas de destrucción masiva, se apeló a la democracia, como un argumento que debía sensibilizar a aquella opinión pública que masivamente se manifestaba en contra de la guerra. Un argumento como él del cambio de régimen en Irak, proposición por cierto altruista, debía servir para disipar todo tipo de dudas y congregar a todos los demócratas del mundo, sobre todo porque el carácter despiadadamente autoritario del régimen de Bagdad despertaba una generalizada animadversión. Este cambio en la opinión pública mundial es también una constatación de que los movimientos sociales se encuentran en un punto de inflexión. La emergencia de estos movimientos constituye una demostración de que la sociedad civil está ingresando en la escena política, que se está emancipando de la racionalidad estatal nacional y que los agentes del globalismo del mercado están viendo mermada su anterior hegemonía. Así como con la globalización y el desarrollo de la sociedad de mercado se* inició la desvinculación de la economía de las políticas públicas, con estos movimientos sociales se está asistiendo a una profundización de ese desacople al construirse autoridades sociales al margen de los Estados y mercados. Ya la América Latina y la Europa Centro Oriental de los años ochenta nos habían demostrado el potencial transformador que contenían estos movimientos. Como recuerda Mary Kaldor, la reinvención de la sociedad civil remonta a los años setenta y ochenta y se identifica con la experiencia de los países de América Latina y Europa Centro Oriental. En ambas zonas, el resurgimiento de la sociedad civil se activó a través de la creación de espacios autónomos, al margen de los Estados dictatoriales y/o autoritarios y para ello se beneficiaron de una creciente interconexión con asociaciones extranjeras pacifistas, de derechos humanos y de acuerdos normativos como el de Helsinki. La sociedad civil que fue rein ventada en estas regiones era "fundamentalmente global. Se trataba de crear un sistema de normas globales y de usar las instituciones globales para aumentar los espacios autónomos a nivel local"61. Era un esquema que anticipaba el escenario predominante en el cambio de siglo en el cual lo local se realizaba en compenetración con lo "internacional", en condiciones en que lo "externo" asumía un formato local. La proliferación de estos movimientos en la actualidad se puede ilustrar con la influencia que en América Latina han alcanzando los movimientos indígenas. La aparición de estos movimientos ha sido el resultado de la confluencia de un conjunto de factores, entre los cuales se destacan la intensificación de las ten61. Mary Kaldor, "Haz la ley y no la guerra: la aparición de la sociedad civil global" en Manuel Castells y Narcís Serra, Editores, Guerra y paz en el siglo XXL Una perspectiva europea, Barcelona, Tusquets, 2003, p. 95.
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dencias globalizantes, el fin de la guerra fría y los magros resultados que en algunas regiones ha deparado la modernización. El impacto de la globalización se manifiesta en que ha trastocado la experiencia local debido, entre otras, a la percepción de que la globalización constituye una profunda amenaza cultural y a que se produce una re valorización de la localidad. La "transformación de la experiencia local" viene a resituar las identidades locales en un contexto radicalmente diferente". El fin de la guerra fría, por su parte, liberó las demandas de los grupos indígenas de las rigideces ideológicas que imponía el enfrentamiento entre el capitalismo y el socialismo. "En ese contexto pudo emerger la 'cuestión indígena' en forma independiente". Por último, la modernización de las sociedades latinoamericanas intensificó la exclusión y la heterogeneidad "como consecuencia del debilitamiento del Estado y sus sistemas de integración social. No se trata del mismo dualismo del período nacional popular. Las grandes alianzas interclasistas del período populista, que proponían una perspectiva de integración social, se han quebrado. El nuevo proceso de modernizaciones ha roto los antiguos mecanismos integrativos en que el Estado a través de sus discursos, de sus políticas parciales, de sus intenciones a lo menos, trataba de 'proteger' los intereses del conjunto de personas. Al abandonar el Estado su función integradora se producen espacios nuevos para que los grupos se diferencien al interior de las sociedades"62. También desde otro ángulo se puede visualizar esta compenetración. "La globalización ha acelerado la expansión geográfica de compañías globales en agricultura, explotación forestal, extracción minera, producción de electricidad hidroeléctrica, petróleo y demás recursos naturales. Inevitablemente, sus operaciones tocan cada vez más los territorios donde las poblaciones indígenas habitan. Los conflictos que se originan por la explotación económica de estas áreas hacen que los activistas verdes globales y las poblaciones indígenas locales se descubran mutuamente, convirtiéndose rápidamente en aliados políticos naturales" (Moisés Naím, "La globalización de los indígenas", El País, 17 de octubre de 2003). No obstante los elementos de novedad que comportan estos movimientos en condiciones como las actuales, no se debe asignar a la globalización una capacidad explicativa mayor de la que tiene. No se debe caer en el equivoco de suponer que estas expresiones sociales y políticas obedecen únicamente a una expresión sincrónica globalizadora. El problema en sí es mucho más complejo porque en los nuevos contextos creados por la globalización, se restablece un escenario que resitúa lo local dentro de lo global y las demandas diacrónicas
62. José Bengoa, La emergencia indígena en América Latina, Santiago, FCE, 2000. pp. 28, 42 y 48.
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encuentran un nuevo terreno abonado para manifestarse e intentar realizar sus demandas e intereses. Los nuevos movimientos sociales son el resultado de la confluencia de elementos propios del momento actual con otros de más larga data, los cuales contienen profundas raíces históricas. Así, por ejemplo, el poderoso movimiento indígena boliviano que depuso al presidente Sánchez de Lozada, constituye un eslabón más en la cadena de levantamientos campesinos que acabó con la dictadura de G. Villarroel en 1946 y fue un indiscutido actor de la revolución de 1952. Como acertadamente escribe Juan Manuel Palacio con este tipo de advertencias no se quiere negar la "existencia de un momentum en este mundo globalizado, indudablemente propicio para los movimientos sociales "desde abajo" y, eventualmente, para proyectos políticos que persigan unificarlos. Sencillamente llama la atención sobre la complejidad de las historias nacionales y la importancia de conocerlas y de incluirlas en el análisis para no alimentar innecesariamente ilusiones que puedan derivar en gruesos errores de cálculo" ("Bolivia: las razones de la protesta vienen de lejos", Clarín, 8 de diciembre de 2003). Esta relación simbiótica entre diacronía y sincronía constituye el eslabón central de la confluencia de temporalidades históricas, que tanto caracteriza a nuestro presente. Es esta sincronicidad de temporalidades la que permite conjeturar que el resultado electoral del 14 de marzo en España seguramente tendrá incidencia en otras contiendas similares porque los temas de la guerra, el terrorismo y el papel político de las organizaciones sociales se han convertido en un conjunto de tópicos globales. Pero, además, la victoria de los socialistas españoles ha destruido una de las armas internacionales más importantes de los neofundamentalistas estadounidenses, como era la estrategia de dividir a Europa, o sea, fragmentar a su más serio competidor a escala mundial. Esta idea de frenar el proceso integrador la compartía José María Aznar, cuando sostuvo en Oxford "la Unión Europea es, y deberá seguir siendo, una Unión de Estados nacionales con personalidades diferentes, con historias diferentes y con culturas diferentes. Unos Estados diferentes que han encontrado una forma de obtener una mayor seguridad y un mayor bienestar para sus ciudadanos, a condición de integrarse, de hacer cosas juntos en beneficio de todos" (El País, 13 de marzo de 2003). A diferencia de esa concepción que sostenía el antiguo Jefe del Gobierno español, el 14 de marzo simboliza la reunificación de Europa y entraña el fin de la proclamada división entre la "vieja" y la "nueva" Europa. Y es que, en efecto, en muchos aspectos la "Vieja Europa" es una construcción predominantemente nueva y moderna. Como con gran lucidez sostenía Graham Fuller, antiguo vicepresidente del Consejo Nacional de Inteligencia'de la CÍA, en días previos a la intervención militar en Irak "en realidad, se podría más fácilmente defender que Francia y Alemania representan la nueva Europa, es decir el mundo que viene.
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Que se piense un instante. Estas dos potencias europeas voltearon la página de cinco siglos de guerra, dos devastadoras guerras mundiales con el fin de formar una nueva unión, con una moneda única y el deseo compartido de forjar una larga política común (...) De hecho, es Estados Unidos quien encarna el viejo mundo. Se trata de una constatación y no de una observación desobligante. Estados Unidos se considera hoy como el gentil jefe -o el gendarme- del mundo y emprenderá todos los esfuerzos para impedir el surgimiento de rivales potenciales" {Le Monde, 13 de febrero de 2003). Es ilustrativo al respecto que luego de los sucesos en Madrid, el Presidente de Polonia, Alexander Kwasniewski anunciara el 18 de marzo que las tropas polacas podrían comenzar a abandonar Irak antes de lo planeado y manifestó sentirse incómodo porque fue engañado con la información sobre las armas de destrucción masiva {Clarín, 19 de marzo de 2004). Posteriormente, anuncios similares hicieron los jefes de Estado de Honduras, República Dominicana y Nicaragua. El 14 de marzo simboliza también la inclinación del peso de la balanza general a favor del multilateralismo en detrimento del unilateralismo de la administración Bush. Los sucesos de Madrid han alterado la manera como venía gestionándose la relación transatlántica y con toda seguridad Bush tendrá "que demostrar a los europeos que la alianza con Estados Unidos les aporta algo más que riesgo" (Philip H. Gordon, "Lecciones españolas para Estados Unidos", El País, 23 de marzo de 2004). Un elemento novedoso que se desprende de lo ocurrido en España consiste en la velocidad con que se modifica la gestión del poder y la visibilidad internacional de un determinado país. Si el gobierno de Aznar había optado, no sin grandes esfuerzos, por redimensionar el papel de España en los asuntos internacionales mediante un fortalecimiento de los vínculos con Estados- Unidos y con su total apoyo a la cruzada contra el terrorismo internacional, lo que representaba un esfuerzo por participar en la política mundial, luego de las elecciones del 14 de marzo, España, y no sólo su gobierno, ha entrado a ubicarse en uno de los nodos principales de la política global y ha visto incrementarse su papel internacional, pero desde una posición autocentrada, es decir, desde su misma localización. Ello ha sido el resultado* de la sincronización de distintas temporalidades, de que, en condiciones como las actuales, con la nueva España socialista se ha producido una extraordinaria simbiosis que entrelaza lo "interno" con lo "externo" y porque se abren las compuertas para que se inaugure una nueva forma de gestión de los asuntos globales. En síntesis, se puede sostener que, no obstante la continuación de la guerra contra el terrorismo internacional, el 14 de marzo ha entrado a colisionar con el 11 de septiembre y si maduran las tendencias en que se fundamenta podrá terminar sobreponiéndose ai ciclo abierto por el 11-S. Con este último se había inten-
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tado refundar un nuevo orden internacional, a partir de un redimensionamiento de la soberanía y la política. Con los sucesos de España puede inaugurarse un ciclo en el cual se recomponga el paisaje político global en torno a una deseada gobernabilidad mundial, en la cual lo intergubernamental queda circunscrito a ser sólo un componente más que participa de la política global. La emergencia de estos movimientos y las disyuntivas que se presentan entre estas distintas opciones políticas constituye también una.demostración de que las ideologías se encuentran nuevamente en una fase germinal. Los grandes temas del presente, de manera clara y precisa, una vez más vuelven a expresarse según categorías ideológicas; a favor o en contra de un determinado modelo de globalización, del liberalismo, del desarrollo sostenible, del pacifismo, del imperialismo del unilateralismo, etc. Como señala Fitoussi, regresaron incluso las categorías de bien y de mal. Las ideologías no desaparecieron del mundo a partir de la caída del muro de Berlín, pero el triunfo pragmático de la economía de mercado tendió a hacemos olvidar que el capitalismo era al mismo tiempo un sistema concreto de organización y una ideología (Le Monde, 4 de abril de 2003). David Held y Anthony McGrew, en su prolijo estudio, subrayan que, en condiciones de intensificación de la globalización, entran a competir nuevos mapas de referentes teóricos e ideológicos63. Primero, el neoliberalismo que pregona la libre iniciativa individual, el Estado mínimo, la extensión del mercado a nuevas áreas y la mercantilización de la satisfacción de las necesidades básicas. Segundo, el internacionalismo liberal que apunta en la dirección de conformar un orden internacional más cooperativo a partir de tres factores: la creciente interdependencia, la democracia y la consolidación de instituciones globales. A partir de estos presupuestos se esboza un marco de gobernabilidad global en torno a un conjunto de "disposiciones pluralistas mediante las cuales los Estados, las organizaciones internacionales, los regímenes internacionales, las organizaciones no gubernamentales, los movimientos de ciudadanos y los mercados se combinan para regular o gobernar diversos aspectos de los asuntos globales". Tercero, el reformismo institucional, el cual insiste en que los bienes públicos ya no pueden reducirse únicamente a los bienes proporcionados por el Estado. Para quienes participan de este referente la cooperación multilateral constituye el pilar a partir del cual se construye este nuevo ambiente institucional. Cuarto, los transformadores globales, es decir, aquellos que consideran que la globalización en tanto que proceso, no viene determinada ni asume de ante mano una direccionalidad dada, sino que representa una dinámica que puede ser regulada, modelada y transformada para evitar las asimetrías a que conduce.
63. Véase, David Heicl y Anthony McGrew, Globalización/antiglobalización, op cit, capítulo 8.
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Quinto, los estatistas o proteccionistas, que insisten en la primacía de las comunidades nacionales en la determinación de los medios que se deben emplear para potenciar la participación dentro de los circuitos globalizantes o asumen que la globalización constituye un fenómeno extranjerizante, o una nueva forma de imperialismo. Por último, los radicales son los partidarios de aquel proyecto que "aspira a establecer las condiciones necesarias para otorgar el poder a las personas para tomar el mando de sus propias vidas y crear comunidades basadas en ideas de igualdad, bien común y armonía con el medio ambiente natural". Este último grupo enfatiza, por tanto, la pertenencia natural de los individuos a las comunidades locales y globales de autogobierno. La identificación de estos mapas ideológicos, atravesados por el tema de la globalización, nos lleva a afirmar que, a diferencia de lo que usualmente se sostuvo en las décadas anteriores, no fue que se estuviera asistiendo al fin de las ideologías, sino que ante la insuficiencia de sólidos contra argumentos, éstas se subsumieron en los discursos en boga de la economía política de la globalización (el neoliberalismo), entendiendo este discurso también como una representación ideológica de la globalización, la cual, como cualquier ideología, reproduce parcialmente la realidad y que, con la justificación factual de algunos de sus elementos, alcanza cierta legitimidad, sobre todo en un contexto como aquel en el que no existían sólidos discursos alternativos. En el nuevo escenario creado por el 11 de septiembre y amplificado por el 14 de marzo, la centralidad que comienzan a adquirir los factores socio políticos y culturales en la vida internacional no están convirtiéndose en un sustituto la ideología. Más bien lo que ocurre es que se está recomponiendo el paisaje de las ideologías,-con la única novedad de que sus códigos son básicamente de índole socio político y cultural, el cual se encuentra atravesado por disímiles propuestas de focalización del quehacer político en los ámbitos local, nacional, regional o transnacional. En síntesis, la consolidación de estos heterogéneos movimientos y su concreción en una decisión política práctica el 14 de marzo en España se ha convertido en un nuevo elemento que ha entrado a participar en la política global. Como tuvimos ocasión de ilustrar en páginas anteriores, desde la década de los setenta se asistió a la expansión y consolidación de un globalismo del mercado, el cual subsumió al Estado dentro de su propia racionalidad y desvertebró y relegó a las organizaciones sociales a un lugar secundario. Luego de los sucesos del 11 de septiembre se comenzó a asistir a un reposicionamiento del Estado con el propósito de garantizar la seguridad y revertir algunas prácticas amenazantes de la globalización. Esta transformación estaba condenada al fracaso por cuanto constituía una reacción un tanto desesperada por parte de algunas élites de los Esta-
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dos más poderosos por regresar a un iluso sistema de Estados, como pilar de un nuevo sistema mundial. Esta transformación introdujo importantes cortapisas al globalismo del mercado y a su credo principal: el neoliberalismo. Con el 14 de marzo se ha asistido a la aparición de una madura sociedad civil, la cual no sólo se convierte en un actor protagónico fundamental del mundo actual, también es un actor que le exige a su nuevo gobierno la realización de un conjunto de demandas y la satisfacción de un sin fin de necesidades. Los sucesos de España se traducen en la confirmación de que el mundo está asistiendo a la aparición de un globalismo social, el cual ha entrado a negociar con el Estado y los agentes transnacionales del mercado la dinámica y la representación misma de la globalización. La irrupción de este nuevo agente implica un nuevo redimensionamiento del Estado, porque este constituye la única garantía de vigilancia y regulación sobre el liberalizado globalismo de mercado. El papel del Estado también aumenta porque es el único actor capaz d*e potenciar, bajo la iniciativa y control del globalismo social, estrategias de desarrollo, derechos humanos y sostenibilidad globalizantes. Es un Estado que, por tanto, debe desnacionalizarse y asumir un perfil transnacional, cooperante y cosmopolita. A partir de este nuevo equilibrio entre el globalismo del mercado, el Estado transnacional cooperante y una incisiva sociedad civil global se abren las compuertas para el desarrollo de una globalización cosmopolita. A esto alude el politólogo Benjamín Barber, cuando sostiene que si hay algo que singulariza al mundo de hoy y que ha sido destacado por gran parte de la literatura dedicada a la globalización es que "la soberanía que hemos perdido dentro del viejo y discapacitado sistema del Estado nacional sólo puede ser resucitada dentro de una nueva sociedad civil global en la que EE.UU. comparta sus puntos fuertes y sus virtudes con la de los aliados y amigos que contribuyeron a forjarlos y reparta su generosidad y buena fortuna con aquellos a cuyo pesar fueron ganadas. Esta es la verdadera lección del 11-S" ("Lo que EE.UU. ha aprendido y lo que no", El País, 7 de septiembre de 2002). La consolidación de este tercer agente, producto de la madurez alcanzada por la intensificación de las tendencias globalizantes, aunado al potenciado Estado y a las vigorosas instituciones globalizantes del mercado, puede inaugurar el inicio de un ciclo cosmopolita que sienta las bases sociales e institucionales para la configuración de un paradigma fordista global, es decir, la emergencia de un esquema de transacción similar a aquel pacto que fue la principal garantía de los '.'años dorados" entre el capital, el Estado y el movimiento obrero, el cual preveía un mecanismo de acumulación intensiva con base en la consolidación de las técnicas taylorianas y de la automatización como paradigma tecnológico, una sistemática redistribución de las ganancias en productividad entre las diferentes clases sociales, una producción y consumo de masas como régimen de acumu-
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lación, elevadas normas de productividad, un sistema contractual de fijación de las medidas salaríales y la internacionalización del capital. Pero, a diferencia de aquel régimen de acumulación, el paradigma fordista global debe desarrollarse a escala planetaria y, por la heterogeneidad de los Estados y de los agentes sociales que compromete, debe propender por una acentuación del paisaje dialéctico y simbiótico entre los agentes que actúan en un plano mundial (el globalismo del mercado), los esquemas macro regionales (los procesos de integración), los actores que encarnan la "voluntad" nacional (las organizaciones estatales) y los variados escenarios locales, los cuales deben asumir una vocación globalizante, representados en una pléyade de organizaciones sociales. Este neofordismo global debe sustituir al popularizado Consenso de Washington, es decir, aquella agenda económica que sólo reconoce el libre comercio, la liberalización del mercado de capitales, rechaza la mayor parte de las regulaciones y favorece la transferencia de bienes y de iniciativa del sector público al privado. Lo denominamos neofordismo porque su énfasis no consiste en un retorno a economías estatizadas, sino en la reintroducción de ciertas regulaciones al mercado, porque el desarrollo sólo puede alcanzarse con base en la integración económica interna, la calificación del capital humano, la modernización de la infraestructura y la constitución de sólidas instituciones nacionales transnacionalizadas. Este nuevo paradigma podría convertirse en un nuevo contrato social que atempere la colisión de globalizaciones y cree un contexto que reubique nuevamente a las distintas tendencias globalizantes dentro de un gran movimiento envolvente y sincronice el sentido, el poder y la direccionalidad, bajo una representación cosmopolitamente "glocalizada"64. Conviene recordar que los períodos de transición en general, y en particular el actual, entrañan una gran riqueza. Constituyen escenarios en los cuales no hay tendencias decantadas, fijas, inmóviles y menos inmutables. Las fases de transición conforman un momento ideal para representar un mundo ideal. El estudio de la globalización enseña que ésta no constituye una condición fatal a la que inexorablemente se esté condenado, sino que es una creadora de oportunidades. En este contexto, es válido imaginar lo que puede ser un mundo deseable. Entonces podemos preguntarnos ¿qué hacer? o ¿cómo construir un mundo más justo? Como señala David Held, se requiere un nuevo pensamiento político, el cual debe dar cuenta de las siguientes transformaciones que se están presentando a escala planetaria y que involucra tanto a los Estados poderosos como a los más débiles, a las agencias internacionales como a las regionales y locales. "Los 64. Roland Robertson, "Glocalización: tiempo-espacio y homogeneidad- heterogeneidad" en Zona Abierta 92/93, 2000.
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procesos de interconexión económica, política, legal, militar y cultural están transformando la naturaleza, el alcance y la capacidad del Estado moderno, desafiando o directamente reduciendo sus facultades "regulatorias" en ciertas esferas; que la interconexión regional y global crea cadenas de decisiones y consecuencias políticas entrelazadas entre los Estados y sus ciudadanos que alteran la naturaleza y la dinámica de los propios sistemas políticos nacionales; y que las identidades políticas y culturales se rernodelan y reavivan ai calor de estos procesos, lo cual anima a muchos grupos, movimientos y nacionalismos locales y regionales a cuestionar al Estado-nación como sistema de poder representativo y responsable (...) Para labrar un futuro político democrático, los Estados y las organizaciones y corporaciones internacionales pueden optar por un (...) "modelo cosmopolita de democracia" o "modelo cosmopolita de autonomía democrática"; con estas expresiones me refiero, ante todo, a un sistema de gobierno democrático que se organiza a partir de las diversas condiciones e interconexiones de las diferentes naciones y poblaciones y que se adapta a ellas"65. Esta democracia cosmopolita debe convertirse en un programa que piense el mundo en su conjunto y que construya adecuados equilibrios entre la seguridad, la interdependencia económica, la reducción de la pobreza y la solución mancomunada de los problemas globales. En cuanto a un nuevo mapa político global, este fordismo globalizante podría adquirir la fisonomía de una socialdemocrácia cosmopolita, con la cual se "pretende retomar algunos de los más importantes valores de la socialdemocrácia -imperio de la ley, igualdad política, política democrática, justicia social, solidaridad social y eficiencia económica-, aunque aplicándolos a la nueva constelación global de la economía y la política. En consecuencia, el proyecto de la socialdemocrácia cosmopolita puede concebirse como una base común de acuerdo para la promoción de la administración imparcial de la ley en el ámbito internacional; mayor transparencia, control y democracia en la gobernanza global; un mayor compromiso con la justicia social en la búsqueda de una distribución más equitativa de los recursos mundiales y la seguridad humana; la protección y la reinvención de la comunidad en diversos ámbitos (desde lo local a lo global), y la regulación de la economía global a través de la gestión pública de los flujos financieros y comerciales globales, la provisión de bienes públicos globales y la implicación de los principales grupos de interés en la gobernanza corporativa"66. Una socialdemocrácia cosmopolita debe propender por garantizar adecuados equilibrios para resolver los problemas globales. No puede existir el menor recodo que sustente la gobernabilidad global mientras el presupuesto de la ONU, 65. David Held, Democracia y orden global, Barcelona, Paidós, 1997, pp.170 y 174. 66. David Held y A. Me Grew, Globalización/Antiglobalización, op. cit., p. 150.
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incluido el mantenimiento de la paz, se mantenga en US$ 1250 millones anuales mientras europeos y norteamericanos gastan anualmente US$ 17 mil millones en comida para animales domésticos o cuando los países de la tríada destinan más de US$ 300 mil millones en subsidio a la agricultura. Tampoco puede haber garantías para la seguridad cuando los presupuestos de defensa de las naciones más desarrolladas ascienden a US$ 750 mil millones anuales mientras la ayuda a los países más necesitados no supera los US$ 45 mil millones. Con estos ejemplos se puede constatar que existen numerosos recursos económicos que podrían destinarse para darle sustento a un proyecto socialdemócrata cosmopolita. Este nuevo mapa político debe partir del reconocimiento que todo hecho local es global y que toda acción global tiene repercusiones y se realiza en los distintos niveles espaciales y temporales, razón por lo cual urge encontrar normas regulatorias, aptas para ser aplicadas en estos distintos ambientes. Igualmente se plantea la necesidad de garantizar un fondo adecuado de bienes públicos globales y de una ciudadanía global basada en los derechos humanos. "Lo que necesita el mundo -escribe David Held- es una agenda global de seguridad que exija tres cosas a los gobiernos e instituciones internacionales, todas ellas ausentes en la actualidad. Primero, tiene que haber un compromiso con el sistema de Derecho y el desarrollo de instituciones multilaterales que tengan poder para garantizar el cumplimiento del derecho internacional. Segundo, hay que emprender un esfuerzo continuado para generar nuevas formas de legitimidad política global para las instituciones internacionales relacionadas con la seguridad y las misiones de paz. Tercero, hay que reconocer sin rodeos que no se puede dejar que sean los mercados quienes resuelvan los problemas éticos y de justicia planteados por la polarización global de la riqueza, los ingresos y el poder, y las enormes asimetrías en cuanto a las oportunidades en la" vida que esto ocasiona" ("Globalización: el peligro y la respuesta", El País, 4 de julio de 2004). En su institucionalidad y en su justificación histórica, este orden cosmopolita alude a la creación de un tipo de organización similar a la Unión Europea, aquella "potencia tranquila" de la que nos habla Tzvestan Todorov67, cuyos valores son locales pero con una capacidad de convocatoria universal, a escala planetaria, y no a la conformación de un gobierno mundial. Como sostiene Ulrich Beck mientras la paz de Westfalia acabó con las guerras civiles y religiosas del siglo XVI estableciendo una división entre Estado y la religión, las guerras civiles, entre y dentro de las naciones del siglo XX y comienzos del XXI deben resolverse mediante una atenuación de los vínculos que existen entre los Estados y las naciones. "Esta es la hipótesis fundamental de la confederación cosmo-
67. Tzvetan Todorov. El nuevo desorden mundial, Barcelona, Península, 2003, p. 104.
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polita de Estados europeos". La urgencia de esta iniciativa radica en que sobre todo en condiciones republicanas las identificaciones de los individuos quedan subsumidas en la pretensión homogenizadora de la nación. Esto se convierte en un problema tanto o más grave cuando observamos que el mundo avanza hacia un mayor reconocimiento de la pluralidad cultural, diferenciación que se inspira en un privilegiamiento de la libertad por sobre la igualdad. Sobre este punto reflexiona la filósofa Chantal Delsol, cuando sostiene que Francia, cuya experiencia es, sin duda, paradigmática en lo que se refiere a la modalidad de modernidad, es un país que se encuentra en desarmonía con el mundo. Los franceses se dan cuenta de que la adaptación a un mundo abierto, no se les asemeja, les exige cambiar de destino y realizar rectificaciones que contradicen sus comportamientos y tradiciones. "En este cambio de siglo, Francia ve su identidad amenazada por un conjunto de factores que concurren para poner en peligro todo lo que valoran: la victoria del liberalismo sobre el socialismo, la construcción europea con sus implicaciones políticas, económicas y sociales, la globalización, el problema corzo y en general el despliegue de los particularismos regionales. Lo que se cuestiona: la soberanía absoluta, el Estado Providencia y el servicio público a la francesa; la igualdad que en principio ha surgido de la uniformidad; y por último, en una sola palabra, la república, de la cual sin cesar se habla por temor a perderla, como si la evocación y la invocación pudieran arrimar el fenómeno en la espesura de la realidad"68. De acuerdo con el sociólogo alemán, la tesis de la confederación cosmopolita de Estados europeos se basa en el hecho de que la globalización económica, el terrorismo internacional y las consecuencias políticas del cambio climático no sólo demuestran el declive que experimentan los Estados, sino que urgen su inminente renovación. Además, así como un Estado laico permite a sus ciudadanos la práctica de diversas religiones, una Europa cosmopolita debe salvaguardar la coexistencia de las identidades y culturas étnicas, nacionales, religiosas y políticas por encima de las fronteras nacionales, con base en el principio de la tolerancia constitucional. "La única forma de que la política pueda recuperar su credibilidad es dar el gran salto del Estado nacional al cosmopolita. Esto es exactamente lo que está enjuego en la Europa cosmopolita (...) nuestra política será más nacional cuanto más europea y cosmopolita sea (...) Una Europa renovada cosmopolitamente puede y debe, como actor en el escenario global, adquirir y acentuar su perfil como rival de los Estados Unidos globales" ("¡Apártate Estados Unidos ... Europa vuelve!", El País, 10 de marzo de 2003). Los Estados y las sociedades europeas sólo existen y sobreviven dentro de una síntesis o un sistema europeo.
68. Chantal Delsol, La republique une question frangaise, París, PUF, 2002. pp. 22 y 32.
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Esta dimensión glocalizada que sustenta una concepción cosmopolita encuentra un terreno abonado para su expansión y consolidación en la nueva politización que experimenta la vida política a escala global. En la maduración de esta tendencia ha intervenido un conjunto de elementos. De una parte, las variables socio culturales han empezado a ocupar un lugar importante en las reflexiones sobre las relaciones internacionales. En un sentido, porque el "choque de las civilizaciones" o el "fin de la historia", pregonados por Samuel Huntington y Francis Fukuyama respectivamente, en los inicios de la década de los noventa, de una preocupación y justificación político académica se han convertido en la actualidad en ejercicios político prácticos. En efecto, la tesis del "choque de civilizaciones" no sólo está presente en el discurso y en las intenciones de Osama Bin Laden, también ha ocupado un importante lugar en muchos de los debates sobre los temas de seguridad en el mundo y no son pocos los sectores dirigentes de Estados Unidos y de Europa que han suscrito algunos de sus preceptos en el transcurso de los últimos años. De ahí, por ejemplo, se desprendió la insistencia de algunos gobiernos de la Unión Europea por incluir una referencia a las raíces cristianas en la Constitución de la UE y el rechazo de vastos sectores a la eventualidad de que Turquía entre en la UE por ser este un país musulmán. Volviendo al ejemplo europeo, el futuro de la construcción comunitaria enfrentará su más serio desafío cuando tenga que discutirse el tema de la eventual entrada de Turquía. Si se admite este país se dará un sólido paso en dirección de una integración cosmopolita, pero si su solicitud es nuevamente denegada, la UE no podrá trascender el esquema intergubernamental, tal como se desprende de la actividad de los Estados miembros. Como señala el historiador británico Timothy Garton Ash "Para la UE, cruzar el Bosforo es cruzar el Rubicón. Es pasar de una comunidad basada en siglos de historia y geografía compartidas a otra basada en unos criterios democráticos comunes y el futuro. En las puertas del Bosforo se enfrentan dos lógicas poderosas: la lógica de la unidad y la lógica de paz. Si Europa consiste, sobre todo, en crear una comunidad política coherente, con ciertas aspiraciones de ser una superpotencia, podemos permanecer a este lado del Bosforo al menos durante otra década. Si creemos que es más urgente fomentar la democracia, el respeto a los derechos humanos, la prosperidad y, por tanto, las posibilidades de paz en la región más peligrosa del mundo, atrevámonos a cruzar el puente" ("¿Un puente lejano?", Archivo El País, 2002). El problema que representa la admisión de Turquía consiste en que plantea una toma de posición sobre el sentido que debe asumir la identidad europea. Europa ya no puede definirse con respecto a un polo opuesto, lo musulmán antaño, o Estados Unidos en tiempos más recientes. Es decir, lo europeo no puede resolverse en términos de una identidad negativa. El gran desafío consiste
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en que Europa tiene que concebir su identidad a partir de un conjunto de valores, que no pueden ser distintos a los del resto de la humanidad. Pero hay también otros cuatro elementos que conviene destacar de esta mayor prominencia de los factores socio culturales. El primero consiste en que la sofisticación de los análisis culturales han terminado por dejar atrás las grandes generalizaciones, como las que preocupaban a Huníington y Fukuyama, y se ha convertido en la perspectiva que más ha contribuido a que se rompiera con la tesis antes predominante de que la globalización se encaminaba en la dirección de una mayor uniformización y homogeneización de todos los colectivos humanos, puesto queha entrado a destacar sobre todo los factores y las situaciones diferenciadoras a ios que la globalización da lugar. La globalización "no puede ser asimilada simple y llanamente como una uniformización que sustituiría a las culturas tan diversas del mundo, sino como un proceso infinitamente más complejo, que revela precisamente hasta qué punto el mundo está compuesto de diversidades coherentes, que ahora deben afrontar una nueva coherencia de vocación universal (...) La globalización "no es una cultura que aplastaría a las culturas regionales, clásicas y ancestrales, sino más bien una nueva manera de ser que obliga al sujeto a situarse sin traumas ni frustraciones entre, por un lado, la coherencia de su cultura tradicional de origen, a partir de la que ha empezado a mirar el mundo y a adherirse a valores que estructuran su personalidad y, por otro lado, la coherencia nueva en la que lo empujan las tecnologías modernas universales y umversalizables, que lo fuerzan a renovar su visión del mundo y a redefinir los valores que creía inmutables"69. De esta tesis se infiere que la mayor densidad de las variables socio culturales en el análisis de las relaciones internacionales demuestra que la vida internacional ya no puede analizarse únicamente como una convergencia de relaciones económicas, políticas y militares, sino como una compleja superposición de los más variados ambientes sociales porque la globalización produce complejos entrecrazamientos de todas las dinámicas sociales. La compleja imbricación a que da lugar la incorporación de las variables socio culturales en la política mundial demuestra que la explicación de los distintos problemas internacionales ya no puede resumirse en explicaciones monocausales, pues son el resultado de complejos entrecrazamientos, lo cual obliga a sofisticados análisis. En ello intervienen fenómenos como el de la migración actual, la cual gracias a los modernos medios de comunicación y de transporte, permite mantener un vínculo estrecho entre el emigrado.y su lugar de origen. Además, esta densificación de los aspectos socio culturales ha vuelto a 69. Edgard Weber, "Las culturas en el proceso de mundialización" en Revisia Cidob d'Ajf'ers Internationals, 2000.
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redimensionar el tema de los nacionalismos, pero bajo un nuevo formato: el de los nacionalismos introvertidos, es decir, aquellos que, como el ejemplo francés antes citado, se encuentran a la defensiva frente a la invasión del mundo global. El segundo consiste en que aumentan los indicios de que no se está asistiendo a una pretendida homogenización de todos los colectivos humanos, sino que a una mayor afirmación de las identidades particulares. Manuel Castells hace poco demostraba que la mayor culturización de la vida en las sociedades modernas demuestra que mientras más abstracto se vuelve el poder de los flujos globales, de capital, tecnología e información, "más concretamente se afirma la experiencia compartida en el territorio, en la historia, en la lengua, en la religión y, también, en la etnia. El poder de la identidad no desaparece en la era de la información, sino que se refuerza". Esta aseveración la sustenta a partir de datos que arroja el informe World Valúes Survey de la Universidad de Michigan, en el cual se midió la conciencia cosmopolita (ciudadanos del mundo) en comparación con la conciencia de identidad nacional (o sea, el Estado-nación) y con la conciencia local/ regional. En una fase de intensa globalización como la actual, no más del 15% de la gente se identifica con el mundo en general o con su continente. El 47% considera como su principal identidad de referencia a la región o a la localidad, en contraste con tan sólo el 38% que se refieren en primer lugar al Estadonación. Finalmente concluye que "un mundo interdependiente y multicultural es un mundo de identidades comunicables o es un mundo en pie de guerra" ("El poder de la identidad", El País, 18 de febrero de 2003). Este naciente mapa político global se debe complementar con los nuevos referentes de que se hacen portadores las distintas generaciones. Mientras las personas nacidas en la primera mitad del siglo XX disponían de una cosmovisión que se organizaba en torno al Estado y a la nación, quienes llegaron a la vida en las décadas de los cincuenta y sesenta se identifican ante todo con posiciones internacionalistas, mientras que quienes han crecido con Internet y la televisión por cable y satelital se reconocen en valores globales. Por tanto, la consolidación del referente identitario localizado no constituye una fuga en dirección de las microespacialidades, sino que se realiza de modo dialéctico en un ambiente mundializado. El tercero, consiste, como ha señalado Ulrich Beck, en la aparición de un paisaje identitario transnacional, el cual remite a cinco principios constitutivos: el principio de la experiencia de crisis de la sociedad mundial, es decir, de la "comunidad civilizatoria de destino" percibida a través de los riesgos y crisis globales, que supera las fronteras entre lo interior y lo exterior, entre nosotros y ellos, entre lo nacional y lo internacional: el principio del reconocimiento de las diferencias de la sociedad mundial y del carácter conflictivo de esa sociedad que se deriva de ellas, así como la (limitada) curiosidad por la alteridad de los
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otros; el principio de la empatia cosmopolita y del cambio de perspectiva, y con ellos, de la intercambiabilidad virtual de las situaciones (como oportunidad y como amenaza); el principio de la imposibilidad de vivir en una sociedad mundial sin fronteras y el afán, derivado de tal imposibilidad de trazar y establecer nuevas/antiguas fronteras y muros y el principio de mestizaje, es decir, las culturas y tradiciones locales, nacionales, étnicas, religiosas y cosmopolitas se interpenetran, relacionan y mezclan: el cosmopolitismo sin provincialismo es vacío, el provincialismo sin cosmopolitismo es ciego" ("La cuestión de la identidad", El País, 11 de noviembre de 2003). Por último, la incorporación de estas variables socio culturales en la dinámica internacional es fuente de enriquecimiento, pero también puede entrañar grandes peligros. En tan sentido, es menester escapar a la lógica de Fukuyama y Hungtinton, porque como acertadamente escribe un analista italiano "los expertos y comentaristas, al analizar los principales problemas de política exterior, ya no se limitan a hablar de estrategia, geopolítica, recursos económicos y fórmulas políticas, sino que cada vez con mayor frecuencia afrontan también la dimensión cultural. Esto, a simple vista, parecería un enriquecimiento, un necesario perfeccionamiento de los instrumentos de análisis y de acción política (...) el problema es que hoy la cultura se ve principalmente como un elemento no sólo de diversificación objetiva, sino de división, de conflicto" (Roberto Toscano, "El archipiélago europeo", El País, 3 de enero de 2003). El problema es que esta mayor culturización de la política global no tiene lugar en un contexto de mayor conocimiento del otro. "Lamentablemente, a pesar de los avances conseguidos por las comunicaciones, los hombres nos conocemos mutuamente de manera muy superficial e, incluso, muy poco y muy mal. Márshall Me Luhan, un entusiasta de la revolución mediática, opinaba que la televisión transformaría el mundo en una 'aldea global'. Hoya ya sabemos que su metáfora ha resultado totalmente falsa. El rasgo principal de la aldea es que todos sus habitantes suelen conocerse bien e, incluso, estar emparentados. La aldea es un lugar de relaciones estrechas, cálidas, incluso íntimas de presencia conjunta y vivencias conjuntas. El mundo en que vivimos lo vemos a diario, no es una aldea global, sino, en el mejor de los casos, una metrópoli global" (Ryszard Kapuscinski, "Europa ya no es el centro del mundo", El País, 2 de febrero de 2003). Una idea similar sostiene Manuel Castells, para quien el surgimiento del terrorismo fundamentansta es una demostración de que el mundo carece de canales de diálogo multicultural. Por ello, el terrorismo tiene siempre un componente de fanatismo colectivo y de locura individual, cuyas raíces se encuentran en contradicción de gran alcance70. 70. Manuel Castells, "La crisis de la sociedad de la red global: 2001 y después", op. cit.
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Para convertir esta textura cultural de la política global en una fuente de progreso se deben emprender dos tipos de acciones. La primera consiste en que los países de Occidente deben cesar en su pretensión universalista, es decir, deben dejar de suponer que sus valores son comunes a todo el género humano. Principios constitutivos del proyecto cosmopolita como los derechos humanos deben preservarse, pero interpretados de una manera tal que los aspectos genéricos se conserven, pero su forma asuma un formato particularizado en cada caso. "La mayoría de la humanidad no entiende los derechos humanos como los entendemos los occidentales y pretender que lo haga es un disparate tan grande como pretender que todos hablemos el mismo idioma. Cuando las relaciones entre culturas diversas son escasas, lo anterior tiene poca importancia, pero lo que llamamos globalización significa, entre otras cosas, que las relaciones entre culturas diversas están intensificándose a gran velocidad. Si no queremos que esto termine mal, más nos vale a los occidentales no actuar como ignorantes llenos de arrogancia"71. La segunda consiste en que como los países en desarrollo son más plurales, tienen un mayor conocimiento de los países de Occidente que estos de los primeros y no han recorrido íntegramente una trayectoria de modernidad, tienen la posibilidad de asumir una actitud constructiva en la definición del proyecto cosmopolita, porque, como exhorta U. Beck, "las sociedades no occidentales comparten el mismo horizonte espacial y temporal que Occidente"72, es decir, son objetos y al mismo tiempo, sujetos de la globalización. Tal como sosteníamos en un trabajo anterior73, el cosmopolitismo, como propuesta globalizante, tal corno lo entendemos, y que constituye una porción de lo deseable, no debe confundirse con aquel nomadismo contemporáneo que se beneficiaba de los circuitos globalizados. Si bien el cosmopolitismo sugiere la liberalización con respecto a las estrechas presiones y prejuicios de la localidad, la apertura a la diversidad cultural, la necesidad de disponer de un sentido de compromiso cultural amplio, debe partir del principio de que se vive en una dimensión local y global al mismo tiempo74. Es dentro de esta perspectiva que el cosmopolitismo debe constituir una visión que se preocupe por la gestión planetaria del problema del desarrollo. Esta dialéctica "glocalizada" no se presenta como la construcción de un universalismo social y cultural, porque no diluye si no que reafirma los
71. Carlos Alonso Zaldívar, "El gran desequilibrio" en Manuel Castells y Narcís Serra, op cit., p. 129. 72. Ulrich Beck, "The Cosmopolitan Perspective: Sociology in the Second Age of Modernity" en British Journal of Sociology, vol. 15 N. 1, enero-marzo de 2000. 73. Hugo Fazio Vengoa, El mundo después del 11 de septiembre, op cit. 74. John Tomlinson, Globalization and Culture, Cambridge, Polity Press, 1999.
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particularismos sociales y culturales. A nivel de la política, esta dialéctica debe designar una visión política positiva que comprenda la tolerancia, el multiculturalismo, el civismo y la democracia, y un respeto más legalista a ciertos principios universales y prioritarios que deben servir de guía a las comunidades políticas en varias dimensiones, incluida la mundial75. El cosmopolitismo no es por lo tanto sinónimo de globalizacion sino que se identifica con una actitud globalizante.
75. Mary Kaldor, Las nuevas guerras, op cit, p. 149.
SEGUNDA PARTE
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En la primera parte del trabajo realizamos una inmersión en las tendencias principales que se ubican detrás del surgimiento de la naciente formación social global. El análisis diacrónico del presente nos permitió concluir que el mundo atraviesa en la actualidad por una coyuntura que abre posibilidades para avanzar hacia un mundo deseado mediante la nivelación de fuerzas entre los agentes del globalismo del mercado, la evolución de los Estados hacia esquemas transnacionales cooperantes y la sofisticación de las organizaciones sociales, expresión de una naciente sociedad civil global. La nivelación de la balanza entre estos distintos componentes depende, empero, de la manera cómo se solventen ciertos asuntos globales. Esto es lo que explica que en esta segunda parte abandonemos la perspectiva diacrónica y que la atención se centre en algunos problemas de urgente solución, de cuyo resultado dependerá el avance hacia las profundidades del siglo XXI. Si bien los principales desafíos globales son incontables, en esta sección nos ocuparemos sólo de tres de ellos. Estos son: las nuevas modalidades de conflicto y violencia, la naturaleza del poder global en el mundo y la gobernabilidad global. La escogencia de estos tópicos obedece a que constituyen tres duros problemas que han aflorado en los inicios de este siglo y de la manera como se resuelvan se articulará la posibilidad de avanzar hacia un orden cosmopolita, tal como se prefigura luego del 14-M. De lo contrario, continuarán las réplicas y colisiones de la globalización, con toda la inseguridad e impredecibilidad que un contexto tal puede deparar.
IRAK: CONVERGENCIA DE GUERRAS, TERRORISMO E INTERVENCIÓN La comprensión de la complicada imbricación entre las distintas manifestaciones globalizantes y sobre todo el redimensionamiento de sus expresiones político militares en el presente más inmediato constituye, a nuestro modo de ver, una adecuada perspectiva para estudiar los problemas del terrorismo y las "nuevas guerras". El ensanchamiento que han experimentado las dimensiones socioculturales y políticas de la globalización es lo que permite descifrar la natu-
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raleza de estos fenómenos. Esta perspectiva también permite desentrañar la difusa lógica de la que se hace portador el 11 de septiembre de 2001, acontecimiento que inauguró la lucha frontal contra el flagelo del terrorismo internacional. Tal como sostuvimos en un trabajo anterior, el acontecimiento del 2001 fue un acto terrorista sin reivindicación, de lo cual se infería que las motivaciones que llevaron al ataque quedaran para siempre en el más completo silencio. De esta constatación se desprende el hecho de que quienes realizaron este bárbaro acto no pretendían celebrar ningún tipo de negociación. Sin embargo, cuando se visualiza el evento desde el ángulo de quienes fueron los principales damnificados del ataque se puede comprender la tesis del profesor de filosofía política, Dick Howard, cuando argumenta que "estos atentados anónimos encarnan lo que podría denominarse "una política antipolítica. Sus autores han elegido el anonimato; no declaraban objetivos y sus actos no pueden comprenderse como argumentos o medios para alcanzar un fin. A lo más, se puede reconocer el rechazo de una civilización democrática, capitalista e incluso imperialista, de la cual, sin embargo, toman las tecnologías modernas. Su opción por la violencia arbitraria y ciega quiere cerrar todo terreno de entendimiento posible, como si temieran que el compromiso político comporte siempre la necesidad de reconocer y de comprometerse con el otro"76. Pero, cuando el análisis se ubica imaginariamente desde la perspectiva de quienes perpetraron el ataque se puede presumir otro tipo de valoraciones y representaciones. La incertidumbre sobre los objetivos, así como la disociación existente entre el atentado y los efectos que se pretendían suscitar en el país blanco de los ataques, no debe llevarnos a pensar que estos actos carecieran de propósitos políticos. El 11 de septiembre fue más bien "una espectacular pieza de teatro. Los objetivos fueron elegidos por Al Qaeda no por cálculos militares, sino porque eran símbolos del poder americano umversalmente reconocidos en las calles árabes. Fue un gigantesco espectáculo que reforzó la fantasía colectiva del Islam radical. El propósito del 11 de septiembre no fue crear terror en la mente de los norteamericanos sino probar a los árabes que la pureza islámica, tal como la interpreta el Islam, puede triunfar. El terror, que para nosotros fue el hecho central, a los ojos de Al Qaeda fue simplemente un producto"77. No es casual que en condiciones de intensa globalización puedan expresarse interpretaciones y derivarse representaciones tan diferentes sobre un mismo acontecimiento. Estas, además, ya no se representan dentro del esquema izquierda y derecha, propio del mundo de la guerra fría, ni de progreso o tradición.
76. Dick Howard, "Quand 1' Amérique rejoint tragiquement le monde" en Esprit, París, octubre de 2001, p. 9. 77. Lee Harris, "Al Qaeda's Fantasy Ideology" en Policy Review, N. 114, 2002.
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La disyuntiva a que dan lugar estas disímiles valoraciones se explica porque en condiciones como las actuales se asiste a una entrada en resonancia de distintos factores y a un sobreposicionamiento de disímiles temporalidades. A diferencia de otros grandes acontecimientos, como la caída del muro de Berlín, el 11 de septiembre representa un tipo de evento que no produce movimientos estructurales y tampoco puede explicarse en términos de causalidades únicas. En él confluyen distintos factores, los cuales producen resultados igualmente diferenciados. De ahí la gran dificultad para precisar el sentido intrínseco que se le asigna al evento en escenarios tan distintos como Estados Unidos u Occidente o el Medio Oriente. El 11 de septiembre, sin embargo, no ha ingresado a la historia como un acontecimiento aislado. Con posterioridad a los trágicos sucesos de Nueva York, que sentaron un gran precedente sobre la amplitud de esta nueva amenaza, se ha sucedido una serie de atentados de diferentes calibre que indican que el ataque a las Torres Gemelas en ningún caso puede interpretarse como un acontecimiento único. Un breve repaso por los principales periódicos internacionales nos muestra que, aun cuando la mayor parte de ellos no alcanzó la espectacularidad de los sucesos de Nueva York, las acciones terroristas internacionales no han cesado en su empeño de sembrar el caos, el miedo y la confusión, y avala, por último, la tesis de que el mundo se encuentra frente a un nuevo tipo de amenaza. Algunos de los más importantes atentados que se sucedieron en el intervalo que va desde el ataque contra las Torres Gemelas a los trenes de cercanía en Madrid, tuvieron lugar el 12 de octubre de 2002, cuando un atentado suicida, atribuido al grupo Jamaah Islamaya, vinculado a Al Qaeda, produjo 202 muertos en Bali, Indonesia, el 13 de mayo de 2003, cuando otro atentado suicida en Ryad, perpetrado por 15 kamikazes, dejó más de 90 muertos y el 16 de mayo'de 2003, cuando cinco ataques suicidas dejaron más de 40 muertos en Casablanca, Marruecos. Ante este panorama no han sido pocos los analistas que han interpretado estos sucesos como una evidente confirmación que estaría demostrando que el mundo se encuentra frente a un nuevo tipo de amenaza: el terrorismo global. ¿Cómo se define esta forma de violencia? Algunos analistas explican el terrorismo como "un conjunto de acciones violentas dirigidas contra una población civil indefensa para amedrentarla y poder conquistar el poder y cambiar su régimen político" (José Vidal-Beneyto "Del terrorismo a la guerra", El País, 27 de febrero de 2004). Otros sostienen que el terrorismo supone la adaptación sistemática de una forma de violencia consistente, en una sucesión de acciones puntuales, pero de significado político inteligible, a cargo de una organización clandestina, con un alto grado de destrucción que favorece una difusión mediática, gracias a la cual se produce una erosión del consenso en que apoya su dominio el adversa-
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rio contra el que van dirigidas (Antonio Elorza, "Morir en Bagdad", El País, 18 de diciembre de 2003)78. Al respecto, en diciembre de 2001, los consejos de ministros de Justicia e Interior de la UE habían propuesto una definición relativamente consensuada sobre la naturaleza de este fenómeno. El delito de terrorismo es definía como aquel que pretende "intimidar gravemente a una población u obligar indebidamente a los poderes públicos o a una organización internacional a hacer o abstenerse de hacer algo, o a desestabilizar gravemente o destruir las estructuras fundamentales políticas, constitucionales, económicas o sociales de un país o una organización internacional". Actos terroristas son los-atentados contra la vida o la integridad física de las personas y el secuestro, así como los que pretenden "causar destrucciones masivas en una instalación gubernamental, o pública, en un sistema de transporte, en una infraestructura (...), en un lugar público o en una propie'dad privada, susceptible de poner en peligro vidas humanas o producir pérdidas económicas considerables"79. No obstante las diferencias puntuales que subsisten entre estas explicaciones, todas concuerdan en el hecho de que esta violencia es ejecutada por un movimiento clandestino que golpea preferentemente a la población civil. Su fuerza radica en ser una violencia psicológica. Pero, si la gran amenaza actual lo representa el terrorismo global, entonces, ¿en qué consiste esta modalidad de flagelo de gigantescas proporciones? Narcís Serra i Serra nos invita a interpretarlo como "aquel que, en un mundo globalizado, emplea todos los recursos disponibles: desde el recurso a fanáticos de una religión extendida en gran parte del planeta, hasta la explotación de un profundo sentimiento de humillación de toda una cultura, pasando por la organización en red o el uso de todas las capacidades para incrementar la eficacia del terror, sacando provecho de las nuevas tecnologías" ("La militarización de la política exterior de Bush", El País, 7 de abril de 2003). De esta definición se infiere que las principales características de esta forma de violencia consisten en el hecho de ser global; no se encuentra confinado a ningún país, aun cuando, como es el caso con la red Al Qaeda, haya tenido como principal epicentro a Afganistán, en particular, y al mundo musulmán, en general; dispone de una base social multinacional de apoyo, tal como quedó demostrado el 11-M; financiera y operativamente es transnacional; se encuentra sustancialmente privaíizado en la medida en que no responde al accionar ni a la intencionalidad de ningún Estado; no atiende a limitaciones y se ha convertido en un fenómeno cada vez más intenso. 78. Véase un excelente balance del fenómeno terrorismo en Eduardo Pizarro Leongómez, Una democracia asediada. Balance y perspectivas del conflicto armado en Colombia, Bogotá, Norma, 2004, pp. 133146. 79. Citado en Joaquín Estefanía, Hij@, ¿qué es la globalización? La primera revolución del siglo XXI, Madrid, Aguilar, 2002, p. 173.
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La difusión alcanzada por este fenómeno obedecería a tres tipos de factores: de una parte, es el resultado de la incidencia que el proceso de globalización ha tenido sobre dicho fenómeno, en el que los avances tecnológicos aplicados a los flujos de información, las comunicaciones, el transporte y el movimiento de capitales han facilitado su implantación. Dentro de esta misma perspectiva se observa que algunas de estas organizaciones, como Al Qaeda, se estructuran de acuerdo con las modernas formas de gestión empresarial, las cuales se conciben como organizaciones en red. Por último, en varios de estos grupos existe un plan deliberado. Osama Bin Laden lo declaró enfáticamente en agosto de 1996: "La orden de matar a los americanos y sus aliados, civiles y militares, es una obligación individual para todo musulmán, que puede hacerlo en cualquier país donde sea posible" (El País, 1 de junio de 2003). Posteriormente, en una cinta difundida luego de los ataques del 11 de septiembre, el mismo Osama reiteró esta misma idea, cuando aseveró que "el despertar ha comenzado". La importancia que ha adquirido esta forma de violencia radica en que se ha convertido en un factor que han entrado a redefinir las relaciones internacionales e incluso el marco en que se desenvuelve la globalización en la medida en que la definición de un enemigo estratégico se ha convertido en el factor que le restituye un sentido a la política exterior de muchos países y, en particular a la norteamericana. "Milagrosamente, escribe el director de Le Monde Diplomatique, los atentados del 11 de septiembre le restituyen un elemento estratégico mayor, del cual los había privado la Unión Soviética durante diez años: un adversario. ¡Por fin!"80. La presencia de un enemigo, presuntamente organizado, transnacional y mundial, santifica además la tesis de la amenaza global, a la cual se debe responder en los mismos términos. Según el director de Le Monde Diplomatique, este terrorismo es global, en cuanto a su organización, pero también en lo que se refiere a su alcance y objetivos. Carece de reivindicaciones precisas y no demanda ni la independencia de un territorio, ni exige concesiones política concretas ni anhela la instauración de un tipo particular de régimen. "Esta nueva forma de terror se manifiesta como una especie de castigo o de punición contra un comportamiento general, sin mayor precisión, de los Estados Unidos y más ampliamente de los países occidentales"81. Este terrorismo es un fenómeno de nuevo cuño porque se basa en la acción de redes transnacionales que actúan como organizaciones 110 gubernamentales, de manera descentralizada, y sin territorio. No reconoce fronteras; simplemente intereses. 80. Ignacio Ramonet, "Uadversaire" en Le Monde diplomatique, París, octubre de 2001. 81. Ignacio Ramonet, "Le nouveau visage du monde" en Le Monde diplomatique, París, diciembre de 2001.
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El internacionalista Joseph Nye ofrece una sugestiva explicación integral sobre la naturaleza de esta amenaza. Sostiene el politólogo que esta modalidad de terrorismo es mucho más mortal y difícil de controlar que las experiencias teiToristas de viejo cuño. Es decir, si bien el terrorismo ha sido una práctica que hunde sus raíces en lo más profundo de la historia, el actual comporta un conjunto de particularidades que lo convierten en una experiencia sin parangón con experiencias pasadas. El estudioso norteamericano distingue dos tipos de tendencias que han incidido en este cambio de naturaleza del fenómeno terrorista. El primero gravita en torno a la economía y la tecnología. "Las fuerzas del mercado y la apertura se combinan para aumentar la eficacia de muchos sistemas más vitales, como el transporte, la información y la energía, pero también los hace más vulnerables. La democratización de la tecnología hace posible que los instrumentos de destrucción masiva sean más pequeños y más baratos y que se pueda acceder a ellos más fácilmente". Los grandes desarrollos tecnológicos y la diminutarización han desempeñado un papel de primer orden en la medida en que mientras antes las bombas y los temporizadores eran pesados y caros, en la actualidad los explosivos plásticos y los temporizadores digitales son ligeros y baratos. Seguramente, el amia de destrucción masiva que más probablemente pueden utilizar estos grupos no sea el armamento nuclear, sino las armas biológicas, la llamada "bomba nuclear de los pobres", que tienen un bajo costo y son fáciles de construir gracias a los importantes avances registrados por la ingeniería genética. Pero también los terroristas se han beneficiado de los grandes avances que ha registrado la modernización de la información y de las comunicaciones, pues esta revolución les ha proporcionado medios de comunicación y de organización muy baratos, lo que permite que unos grupos que antes sólo podían operar en jurisdicciones policiales y nacionales alcancen una cobertura planetaria. El analista recuerda que hace treinta años, la comunicación mundial instantánea estaba restringida básicamente a las grandes entidades que disponían de gruesos presupuestos. Pero, con el desarrollo de Internet la comunicación se ha vuelto prácticamente instantánea, además de gratuita. De acuerdo con Nye, el otro t'ipo de tendencias se refiere a los cambios en la motivación y en la organización de los grupos terroristas. A diferencia de los grupos que desplegaron sus actividades durante gran parte del siglo XX, aquellos solían tener unos objetivos políticos relativamente bien definidos, entre los cuales no tenía cabida la destrucción masiva pues socavaba el necesario apoyo social. En ocasiones, esos grupos recibían apoyo de los gobiernos y éstos encubiertamente los controlaban. "Pero ahora cambió la forma misma en que operan las organizaciones terroristas. La red Al Qaeda compuesta por decenas de miles de personas vagamente afiliadas en células en unos 60 países le proporciona una
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escala que sobrepasa lo visto hasta la fecha. Las nuevas tecnologías han puesto en manos de grupos e individuos descarriados poderes destructivos que antiguamente estaban limitados a los gobiernos. Si extrapolamos estas tendencias y suponemos que algún grupo descarriado logra acceder a materiales biológicos o nucleares, es posible imaginar a terroristas asesinando a millones de personas. Para matar a tanta gente, unos descentrados como Hitler y Stalin necesitaron gobiernos totalitarios. Pero ahora es fácil imaginarse a grupos y/o individuos alienados matando a millones sin apoyo del Estado. Precisamente esta privatización de la guerra ha modificado radicalmente la política mundial" (Joseph S. Nye, "La privatización de la guerra", El País, 29 de enero de 2003). Esta nueva modalidad de terrorismo se definiría como un fenómeno global porque en su accionar y en sus propósitos se entrecruza y nutre de las tendencias globalizantes. La correlación que mantiene con la globalizacion puede visualizarse desde varios ángulos. El primero consiste en que se alimenta de los imaginarios de la globalizacion. Valga recordar que la globalizacion no sólo existe como producto de las transformaciones que tienen lugar a nivel sistémico o estructural, sino que también es el resultado de las actividades que desempeñan determinados agentes y del papel que juegan determinadas representaciones, muchas de las cuales gravitan en tomo a la idea de pertenencia a un mismo mundo. Cuando nos referimos a los imaginarios de la globalizacion queremos señalar dos cosas: de una parte, como bien lo ha documentado Benedict Anderson en sus trabajos sobre las comunidades imaginadas, la nación, en alto grado, pero no únicamente, fue instaurada a partir de imaginarios construidos. Es decir, los imaginarios se convirtieron en modeladores de la nación. Lo mismo ocurre con las representaciones de la globalizacion. Ayudan a conformar el mundo global, no obstante el hecho de qué sus asideros en ocasiones sean frugales. De la otra, estos imaginarios, reales o fantasiosos, alimentan la idea de pertenecer a un mismo mundo y, en el caso del terrorismo global, a convocar a un tipo determinado de combatientes que no reconocen fronteras, desafiar a enemigos genéricos y enfrentar un mismo tipo de amenazas. En tal sentido, los imaginarios que se construyen con la globalizacion nos ponen frente al problema de que la amenaza del terrorismo global en cierto sentido constituye una construcción imaginaria, pero que, a fuerza de creer en ella, termina convirtiéndose en algo real. Otro elemento que enlaza la globalizacion con el terrorismo global consiste en el provecho que este tipo de movimientos obtiene de la intensa interdependencia actual. Según información del Grupo de Transacciones ilícitas de las CÍA, Al Qaeda se ha convertido en una "máquina permanente de recaudar fondos" y según estimaciones de este grupo han obtenido entre US$ 300 y US$ 500 millones de organizaciones benéficas y donantes particulares saudíes (David Kaplan, "La mano que mece la cuna", El País, 21 de diciembre de 2003).
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Benjamín Barber, en un sentido más general, hace un tiempo escribía que los terroristas tienen una mejor percepción de las realidades de la interdependencia que los gobernantes de Estados Unidos. "Entienden que forman parte de una infraestmctura internacional que ninguna nación -por muy poderosa que sea- puede controlar por sí sola. Saben que no corren riesgo sólo porque los Estados 'anfitriones' que están utilizando sean atacados y destruidos; porque el terrorismo incluye organismos mutables, móviles y flexibles que no tienen una patria concreta. Pueden establecerse en y entre amigos (en Pakistán, Egipto o Alemania o Florida). Si las erradicas de Afganistán, reaparecerán en Indonesia o en Sudán o en Filipinas, o pasarán desapercibidos, fundiéndose entre la gente de su misma etnia (como los talibanes supervivientes en Afganistán) o explotando el multiculturalismo de sus adversarios (como es posible que estén haciendo inmigrantes o trabajadores extranjeros en Marsella o en Nueva York). La interdependencia significa que el terrorismo no puede ser decapitado: porque es un sistema cuyas conexiones son más críticas que sus células constituyentes" ("Lo que EE.UU. ha aprendido y lo que no", El País, 7 de septiembre de 2002). Otro entrecruzamiento entre este tipo de movimientos y las dinámicas a que da lugar la globalización podemos observarlo en el hecho de que el fundamento doctrinario que sustenta a algunas de estas organizaciones, (v. gr., el Islam) se encuentra también frente a un acelerado proceso de interdependencia y "atractividad. El Islam se globaliza de múltiples maneras. Una de ellas es por medio de los cambios demográficos. A través de la emigración el Islam ha penetrado en Occidente. "Es una realidad que obliga a repensar las relaciones tradicionales entre Islam y sociedad, Islam y Estado, Islam y territorio". En Europa, y particularmente en Francia, a raíz sobre todo de la discusión sobre el uso del velo por parte de las escolares musulmanas, gran actualidad ha adquirido el debate sobre la necesidad de conformar un euroislam, es decir, un Islam, que aplique más el espíritu que la letra del mensaje coránico, se conforme con los valores de la democracia, los derechos humanos, la igualdad de los sexos y la separación entre Estado y religión (El País, 10 de diciembre de 2003). Su expansión también ha obedecido a la actividad que han desplegado determinadas agencias filantrópicas saudíes, las cuales forman parte de una vasta campaña, valorada en US$ 70 mil millones para extender a todo el mundo la secta wahabí por medio de la construcción de mezquitas, escuelas y centros islámicos, muchos de los cuales se han convertido en fuentes de apoyo e inspiración de la Yihad. Pero también la misma sociedad musulmana se encuentra ante un acelerado proceso de interiorización de la globalización por los intercambios culturales, por Internet, por la televisión, por el consumo. Para mí, escribe Olivier Roy, "este retorno está vinculado a diversas cosas. Primero al fin de las ideologías. Las tensiones ya no se piensan en términos ideológicos y se utiliza el paradigma
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culturalista. Segundo, al final de las fronteras territoriales. El problema de las fronteras entre civilizaciones se plantea cuando no hay fronteras. Tercero, a la aparición del fundamentalismo contemporáneo ligado a la globalización. El neofundamentalismo es a la vez producto y agente de la desculturalización moderna. Eso explica que jóvenes musulmanes nacidos en Occidente puedan reencontrarse con los talibanes: tienen en común el sentimiento de estar alineados culturalmente" ("La amenaza terrorista no se combate con una nueva ocupación territorial", El País, 9 de marzo de 2003). Esta misma argumentación la resumió escuetamente el antiguo presidente Bill Clinton, luego de los sucesos del 11 de" septiembre, cuando aseveró que el Islam representa "la otra cara oculta de la interdependencia" (El País, 19 de enero de 2003). La emergencia de estos neofundamentalismos no debe interpretarse como una forma de resistencia a la occidentalización; más bien es el producto de la deculturación que tiene lugar en el mundo globalizado. "Bin Laden no es una reacción del Islam tradicional, sino un avatar aberrante de la globalización, tanto en los instrumentos de su eficacia (tecnicidad, competencia y organización) como en la desconexión de su acción en relación a las sociedades reales. En los objetivos a alcanzar y en el antiamericanismo virulento retoma una tradición muy occidental de terrorismo simbólico, propio de la banda de Baader o de Acción Directa, pero repensada a escala de los juegos de video o de las películas catastróficas de Hollywood"82. El vínculo de estas organizaciones con la globalización obedece también a que éstas se nutren de los efectos desestructuradores que en algunas sociedades ha tenido la intensificación del globalismo del mercado, para el cual no han existido los adecuados correctivos. Al respecto, es interesante destacar que los terroristas suicidas de Casablanca provenían de barrios pobres, adonde no llega la mano asistencial del Estado, pero sí los servicios de bienestar de los movimientos integiistas. Marruecos, uno de los países más occidentalizado del norte de África, experimentó en los últimos años un proceso de reislamización, de acuerdo con la interpretación rigorista wahabí, más que dentro de la lectura tradicional magrebí. Esto quedó palmariamente demostrado con el auge electoral que obtuVo el movimiento islámico Partido de la Justicia y el Desarrollo en las legislativas de 200283. En un sentido más general, el problema lo ha señalado claramente el sociólogo Ulrich Beck, cuando argumenta: "Se dice que los Estados son imprescindibles para la estructuración de redes terroristas transnacionales. Pero quizá es precisamente la a.usencia de Estados, la inexistencia de estructu-
82. Olivier Roy, Généalogue de l'islamisme, París, Hachette, 2001. 83. Carlos Ruiz Miguel, "Integrismo y crisis política" en Real Instituto Elcano, 3 de junio de 2003.
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ras en funcionamiento el caldo de cultivo para las actividades terroristas" ("El •silencio de las palabras", El País, 16 de diciembre de 2001). Al respecto, conviene recordar que los talibanes, expresión paradigmática de este tipo de movimientos fundamentalistas islámicos, cuando tomaron el poder en Afganistán no procuraron construir un Estado, sino un orden socio-religioso, pues las instituciones estatales fueron vaciadas de contenido y concentradas en tres funciones principales: la moral, es decir, la estricta observancia de las normas deobandis, el comercio, ó sea, el cobro de peajes a los flujos comerciales, al contrabando y al tráfico de heroína, y la guerra, es decir, las decisiones que debían llevarse a cabo para reducir a los rebeldes84. Su propósito último consistía en reconstruir el califato como institución de unión política y religiosa de todos los musulmanes. * Si bien es inobjetable que la emergencia de una organización como Al Qaeda sólo es posible en condiciones de intensa globalización, se debe ser cuidadoso con las similitudes que a veces se presenta entre la amenaza que representa este tipo de movimientos con la que personificó la extinta Unión Soviética para la integridad de Occidente durante los años de la guerra fría. La desaparecida potencia comunista, además de una concreta propuesta de reorganización social, poseía un armamento nuclear capaz de hacer desaparecer la vida humana de la faz de la tierra. Al Qaeda, por el contrario, es más bien una pequeña y un tanto amorfa organización que refleja la frustración de algunos sectores del mundo islámico. "Para Osama Bin Laden y los demás militantes radicales de la Yihad (Guerra Santa), el 11 de septiembre de 2001 fue una provocación gigantesca, un gran golpe dirigido a liberar a su movimiento de la espiral de declive político que lo tenía atrapado desde principios de la década de los noventa" (Gilíes Kepel, "¿Prenderá la 'Yihad'?", El País, 10 de septiembre de 2002). Como señalaba el mencionado estudioso galo en su imponente libro sobre el islamismo, estos espectáculos del terror, gracias a la cobertura que le dan los medios de comunicación, son intentos por recuperar el fervor popular a través de la representación televisada, a falta de un trabajo efectivo de implantación social85. La compenetración con las dinámicas globalizantes no es, sin embargo, una condición suficiente como para que se reproduzcan estos movimientos. Se requiere también de otras dos condiciones. La primera es la existencia de unidades activas y por ende de grupos organizados que comparten una misma cultural o una misma ideología combativa. La segunda consiste en la existencia de una reserva humana que permita a estos grupos renovarse y ampliarse, es decir,
84. Gilíes Kepel. La Yihad, op cit., p. 364. 85../tótem, p. 513.
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disponer de un apoyo o base social. Para Thierry de Montbrial, las organizaciones terroristas que actuaron en Europa Occidental en las décadas de los setenta y de los ochenta no lograron sobrevivir; ello obedeció a la eficacia de los gobiernos y también a que la fuerza de entrenamiento de la ideología anticapitalista que cimentaba a estos grupos era insuficiente para asegurar su sobrevivencia. De otro lado, las organizaciones terroristas irlandesas, vascas o corsas resistieron durablemente a las contra medidas lo cual fue el producto de que encontraron en los pueblos de donde emanaban los necesarios recursos humanos. Lo que distingue a Al Qaeda, de las formas más ordinarias de terrorismo, es la conjugación de la amplitud de los medios altamente coordinados que ponen en marcha, con la inhabitual oscuridad de la ideología de la que esta red se reclama para fundar sus acciones86. Si bien Al Qaeda ha demostrado una gran capacidad para infligir grandes daños y traumatismo, ocasionar un elevado número de muertes y mantener en vilo a los dirigentes de la nación más poderosa del planeta, tanto en esa como en otras acciones que se le atribuyen y que en ocasiones reivindica, el terrorismo en tanto que amenaza planetaria existe de manera circunstancial. Al respecto, Joseph Ramoneda recuerda que ETA, Al Qaeda, Hamás y los activistas chechenos cometen actos terroristas, pero son organizaciones completamente distintas tanto por las circunstancias como por los fines. ETA es un anacronismo, uno de los pocos legados que quedan del franquismo que practica la violencia en un marco de libertades democráticas con el supuesto objetivo de construir un Estado independiente en Euskadi. Al Qaeda es una organización terrorista de nuevo tipo, una franquicia internacional, cuyo único objetivo es la destrucción, medio y fin a la vez. Hamás es una organización que no puede entenderse desligada de la micropolitica de la humillación permanente a la que está sometido el 'pueblo palestino por parte del Estado de Israel. Y el terrorismo checheno no puede analizarse sin la premisa principal: la destrucción de Grozni y de la casi totalidad de Chechenia por el ejército ruso, con miles de víctimas inocentes. Cuatro casos, cuatro situaciones, ni las respuestas pueden ser las mismas, ni los juicios pueden ser genéricos ("Aznar y el terrorismo", El País, 1 de octubre de 2003). Más bien debe sostenerse que lo que existe "son múltiples fenómenos terroristas en diferentes partes del planeta que obedecen a causas distintas, con historias diferentes y que, en la mayoría de los casos, no tienen nada que ver unos con otros. No es lo mismo Al Qaeda que la guerrilla colombiana; ETA, que el ejército 'moro' de Filipinas; las acciones de Hamás que Jos actos terroristas en Chechenia, Argelia o Cachemira. No existe un centro mundial del terrorismo
86. De Montbrial, op. cit.
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que coordine todos estos foros de violencia (...) El drama es que al actual gobierno de EE.UU. no le interesan estas matizaciones, porque donde no aparece una amenaza global-no se justifica un poder mundial" (Nicolás Sartorius, "Sobre la guerra y el terrorismo", El País, 19 de septiembre de 2002). Incluso en los países musulmanes, región del planeta donde existe una abigarrado número de movimientos que permanentemente recurren a la violencia y al terror, muchos de los cuales han sido declarados como terroristas por parte de la Casa Blanca y de la Unión Europea, estas organizaciones han sido moldeadas por particularices nacionales y la mayor parte de las veces defienden determinados intereses nacionales. Una rápida mirada panorámica así lo demuestra. En un comienzo estas organizaciones tuvieron como objetivo la creación de una comunidad musulmana transnacional. Pero ante el fracaso experimentado para alcanzar ese objetivo se convirtieron en movimientos que buscaban un reconocimiento como actores legítimos 'a nivel nacional. Entre estos encontramos el Hamás palestino, el movimiento Islah en Yemen, el Hezbolá libanes, etc. El único movimiento que no responde a esos criterios es Al Qaeda que representa un nuevo tipo de neofundamentalismo, ideológicamente conservador y que se encuentra desvinculado de la política y de las estrategias de los Estados87. En síntesis, estas son formas terroristas territorializadas en la medida en que su finalidad consiste en la construcción de una determinada estatalidad. El terrorismo global, por el contrario, cuyo ejemplo más logrado, por no decir único, lo encontramos en la red Al Qaeda, asume una forma desterritorializada ya que su propósito no es la constitución de una nueva estatalidad, sino subvertir el sistema global. Si observamos el problema desde este ángulo se puede argumentar que la red Al Qaeda termina siendo algo distinto a lo que el discurso en boga en los medios de comunicación corrientemente nos ha acostumbrado. Jason Burke en su libro "Al Qaeda: dibujando una sombra de terror" sostiene que la buena noticia es que Al Qaeda no existe. No es una organización, sino una ideología. En efecto, el grupo de combatientes marroquíes que orquestó los atentados en Madrid es una organización autónoma, pero ideológicamente vinculada con Al Qaedass. "Pero la mala noticia es que la amenaza a la que se enfrenta el mundo es mucho más peligrosa que la que representaría cualquier líder terrorista con un ejército, incluso grande de seguidores leales. La amenaza a la que nos enfrentamos es diferentes, compleja y diversa, dinámica y proteica, y muy difícil de caracterizar".
87. Olivier Roy, Las ilusiones del 11 de septiembre. El debate estratégico frente al terrorismo, México, FCE, 2003. 88. Véase, Mohamed Dariff, "El grupo combatiente marroquí" en Real Instituto Elcano, 23 de marzo de 2004.
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Del mismo parecer es Mary Kaldor cuando afirma que Al Qaeda ya no es una organización, es una idea que conecta una holgada red de grupos autoorganizados que pueden encontrarse en cualquier parte del mundo ("Primeras lecciones de España", El País, 21 de marzo de 2004). Magnus Ranstorp, subdirector del Centro para el estudio de la violencia política y el terrorismo, sostiene que Al Qaeda es más una ideología que una organización. Tiene diferentes niveles: está la cabeza, el cuerpo, que son los diferentes.grupos que apoyan a la organización desde el Zagreb hasta el sur de Asia, pero no todos han pasado por Afganistán o son tenidos en cuenta por el liderazgo. El tercer nivel son los que tenemos en Occidente, que en muchos casos son musulmanes de segunda o tercera generación relacionados con los ambientes radicales de algunas mezquitas, desde donde son manipulados" (El País, 23 de noviembre de 2003). Sin embargo, reconocer estos matices y la pertenencia de estos movimientos a unas determinadas experiencias concretas, es un asunto improcedente para la administración Bush y para todos aquellos que requieren disponer de un enemigo tal (Sharon, Putin, Aznar, etc.), porque significaría perder una gran oportunidad histórica para reconfigurar el poder. Es en este punto donde encontramos el uso político e ideológico que se le asigna a la designación de este nuevo enemigo. Nada ilustra mejor esta utilización política del poder de la palabra que el término "eje del mal", que empleó George Bush en su discurso sobre el estado de la Unión el 28 de enero de 2002, con el cual se designaba a aquellos países que constituían una amenaza a la paz y a la seguridad mundial. Meses después, David Frum, antiguo escritor de discursos de George Bush, reveló cómo fue que se acuñó esta frase. Fue el fruto de una suma de elementos inconexos. Su único objetivo inicial era vincular a Irak con el terrorismo. Irán y Corea del Norte acabaron incluidos por razones circunstanciales o simplemente retóricas. Según Frum, todo comenzó en enero de 2002 cuando le encargaron una frase que sugiriera que Irak y Al Qaeda estaban relacionados, para que el presidente la incluyera en su discurso sobre el estado de la Nación. Frum pensó en la palabra eje, que evocaba a Alemania, Italia y Japón, los enemigos de Estados Unidos en la Segunda Guerra Mundial. A la asesora de Seguridad Nacional, Condoleeza Rice, le gustó la expresión. Y pensó que había que aprovecharla para subrayar un cambio en la política de Washington hacia Irán, país que no podía reformarse desde dentro. Finalmente se le añadió Corea del Norte, porque tenía un gobierno dictatorial, un programa nuclear agresivo y, además, su población no era musulmana, lo que permitía negar que el mal de principios del siglo XXI fuera exclusivamente islámico (El País, 9 de enero de 2003). En el fondo, el dilema que se planteó era que si se interpretaba el 11 de septiembre simplemente como una consecuencia de las sucesivas y profundas
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crisis de Medio Oriente, entonces bastaría con dedicarse a resolverlas y el terrorismo se extinguiría por sí solo. Pero si se le trata como un nuevo fenómeno global y totalmente irracional, entonces, por el contrario, únicamente una política de firmeza e intervención sistemática puede contrarrestarlo. Es esta segunda interpretación la que ha estructurado el discurso oficial de los Estados Unidos89. Pero, como demostrarían los sucesos en Madrid el terrorismo internacional ha asumido un carácter de masas, opera de manera transnacional y requiere, por tanto, de una solución en términos integrales. En cuanto a la espectacularidad de los recientes atentados terroristas, conviene recordar que el gobierno de Bush concentró su objetivo en Irak, desatendió otros focos de tensión, facilitó el reimplante de los talibanes en Afganistán, los cuales controlan un tercio del territorio, y dio el tiempo necesario para que las organizaciones vinculadas a Al Qaeda se recuperaran y comenzaran a llevar a cabo atrocidades a gran escala. En este sentido, no hay nada más absurdo que una guerra contra este tipo de enemigos. No tienen territorio ni población que defender. Al declarárseles la guerra, asumen que la guerra en verdad sí existe y ello nutre la concepción de Yihad. Otro grupo de analistas asegura que lo nuevo que trae consigo el terrorismo global radica en que se ha convertido en una demostración de que las formas de la guerra están cambiando de naturaleza. Sobre este punto, la historia es rica en demostraciones de que las guerras no siempre han sido idénticas.en cuanto a sus procedimientos ni a su naturaleza. Cada período histórico ha desarrollado un tipo de guerra que ha correspondido con el tipo de sociedad vigente en un determinado momento. A las guerras tradicionales se le han sobrepuesto nuevas formas de conflicto. Lo particular del momento actual es que, en condiciones como las actuales, la guerra ha comenzado a asumir un formato globalizado. Como magistralmente demuestra David Held90, desde la aparición del Estado moderno en Europa hasta finales del siglo XX, las guerras, elemento central en la vida de las naciones, las finanzas estatales, el dominio territorial, la afirmación de la identidad nacional y en las sucesivas reorganizaciones que se presentaron en el escenario internacional,'sufrieron una constante transformación: las primeras, predominantes eñ los siglos XVII y XVIII eran limitadas, aunque a veces de muy larga duración, y respondían a la necesidad de asentar el poder por parte de los Estados absolutistas; después se asistió a una nueva etapa que abarcó casi todo el siglo XIX, la cual se caracterizó por que las guerras asumieron un formato nacional y revolucionario y se centraban en lo fundamental en tomo a la
89. Olivier Roy, op cit, p. 2. 90. David Held, La democracia y el orden global, op. cit.
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problemática de creación de los Estados-naciones; a continuación, se ingresó a una época de las guerras totales de principios del siglo XX (primera y segunda guerra mundial), con un alto contenido ideológico, nacionalista y político y, por último, el mundo tuvo que enfrentar la "imaginaria" guerra fría, basada en la disuasión nuclear, cristalizada en torno a ciertos referentes políticos e ideológicos que le daban sustento y coherencia. Todos estos tipos de guerra, aun cuando obedecieran a modalidades bélicas diferentes, dado que eran singulares en cuanto* a sus objetivos, disímiles en los tipos de ejércitos que empleaban, en la técnica militar y en la economía de guerra, compartían ciertos rasgos comunes: eran formas de violencia organizadas por Estados o por grupos políticos concebidos por motivos políticos; quienes recurrían a la guerra se proponían ejercer un control sobre ciertos espacios territoriales, establecían una distinción más o menos espontánea entre lo interno y lo externo, lo público y lo privado; reproducían una aproximadamente clara diferenciación entre la guerra, por un lado, y los otros tipos de conflicto y violencia, por el otro; el Estado actuaba como agente "organizador" de la guerra, los ejércitos, aun cuando fuesen guerras civiles, se ordenaban jerárquicamente y la economía de guerra se estructuraba desde un punto de vista estatal y "nacional". "La ruptura con la modernidad clásica -sostiene Mary Kaldor- que se asocia con el proceso de globalización se ilustra quizá de modo más decisivo por los cambios en el modo de violencia organizada-. El siglo XX puede ser descrito como el período en el cual el sistema de Estado nación alcanzó su apogeo (...) Pero en el futuro el siglo XX también podrá ser recordado como el momento en que el sistema de Estado nación se agotó y cuando estos fenómenos estatistas (totalitarismo y guerras interestatales) fueron abolidos". Lo que Mary Kaldor define como nuevas guerras es una manifestación extrema de la erosión de la autonomía del Estado nación bajo el impacto de la globalización. "A diferencia de las guerras en la modernidad, en las cuales los Estados eran capaces de movilizar recursos y extender las capacidades administrativas, estas guerras pueden describirse como implosiones del Estado"91. Como señala Kaldor, numerosos son los elementos que particularizan este nuevo tipo de conflicto: se desdibujan las fronteras que antes eran más o menos evidentes entre la guerra en sentido convencional, el crimen organizado y las violaciones a gran escala de los derechos humanos; muchas de ellas surgen en un contexto de erosión de la autonomía del Estado o de desintegración del mismo; en su modus operandi realizan una extraña simbiosis entre, de una parte, elementos de la guerra de guerrillas, dado que eluden las grandes concentracio-
91. Mary Kaldor, "Conceiving cosmopolitanism", Conferencia, Warwick, 27 al 29 de abril de 2000.
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nes de fuerza militar y los enfrentamientos entre ejércitos, y las acciones de contra insurgencia (v. gr. limpieza étnica), de la otra; la mayor parte de la violencia se dirige contra la población civil (si a inicios del siglo XX la relación de bajas entre militares y civiles era de 8:1, boy en día es de 1:8); emplean técnicas de desestabilización dirigidas a sembrar el miedo y el odio entre la población civil; en cuanto a sus contingentes, distantes se encuentran de la época en que predominaban los ejércitos jerarquizados porque están conformadas por unidades descentralizadas y privatizadas (los señores de la guerra), así como por grupos paramilitares, caudillos locales, bandas criminales, elementos de la policía, grupos mercenarios y ciertos elementos de los ejércitos regulares y, por último, organizan una economía de la guerra en torno al mercado negro, la captación de recursos y apoyos externos, el saqueo, y las exacciones. "Todas estas fuentes sólo pueden mantenerse a través de la violencia permanente, de modo que la lógica de la guerra se incorpora a la marcha de la economía"92. No obstante los aspectos novedosos que este tipo de tesis sugiere, se debe evitar caer en el equívoco de extrapolar a todo el mundo la experiencia de las recientes guerras balcánicas y se debe ser igualmente muy cauteloso ante la idea de que en la actualidad sólo se asiste a estas nuevas formas de conflicto. Los debates que ha suscitado el polémico libro de Kaldor parecen demostrar que esta división entre nuevas y viejas formas de conflicto no resiste el escrutinio de la historia93. Quizá, ello obedezca a que como el mundo se encuentra actualmente en un período de cambio entre dos eras, prácticas convencionales todavía subsisten mientras las nuevas no han adquirido todavía una fisonomía propia. En tal sentido, puede sostenerse que así como se presencian nuevas dinámicas en algunas guerras (los conflictos en la antigua Yugoslavia, el ataque terrorista del 11 de septiembre, etc.), las formas más convencionales se mantienen aún vigentes. Como precisa Eric Hobsbawm, aludiendo a la intervención en Irak, "la creencia de que las guerras podrían ser erradicadas para siempre es un pensamiento utópico. No sorprende la característica de esta guerra, la de una guerra de extensión del poder. La pretensión de los invasores es establecer una política mundial global. Hay intereses económicos derivados del egoísmo. El petróleo no es el motivo principal, aunque no se puede obviar" (El País, 12 de abril de 2003). Lo cierto es que las líneas divisorias entre las nuevas y las anteriores guerras se han vuelto más difusas. Posteriormente la misma Kaldor trata de dar cuenta de esta complejidad cuando describe los tres principales tipos de conflicto: "la guerra en red", que se identifica con lo que antes definía como 92. Mary Kaldor, Las nuevas guerras, op. cit., p. 24. 93. Véase, Roland Marchal y Christine Messiant, "Las guerras civiles en la era de la globalización: nuevos conflictos,y nuevos paradigmas" en Análisis Político, N. 50, enero/abril de 2004.
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nueva guerra, "la guerra espectáculo", es decir, la que se desarrolla a larga distancia, utilizando aviones ultramodernos y tecnología de misiles para evitar bajas en las propias filas y, por último, "la guerra neomoderna", que se aplica a conflictos limitados entre Estados o de contrainsurgencia94. El conflicto en Irak es una clara demostración de que nos encontramos ante un escenario en el que confluyen viejas y nuevas modalidades de guerra, atravesadas además por el fenómeno del terrorismo tanto local como global. Desde el ángulo de quienes propiciaron este conflicto, la intervención se enmarca dentro de una perspectiva que conjuga elementos tradicionales que convergen con una deseabilidad fundacional nueva: construir "un orden mundial", organizado en torno al sistema de Estado y particularmente de los más poderosos. Pero, en lo que respecta a la modalidad que ha adquirido la contienda en los meses posteriores a que Bush proclamara el fin oficial de la guerra, se puede observar que entran en juego elementos novedosos. Ya en los primeros meses de 2002, la Casa Blanca comenzó los preparativos para desembarazarse de Husein. Para ello se contaba con el apoyo de la opinión pública nacional, la cual había sido sensibilizada mediante altisonantes y a veces infundadas denuncias, como cuando se aseveraba que Husein estaba adquiriendo uranio en países africanos y se encontraba fabricando armas de destrucción masiva. Paralelamente, a la CÍA se le asignó un presupuesto de US$ 200 millones para apoyar a la oposición iraquí y recopilar la información necesaria que permitiera preparar el terreno para desalojar al dictador del poder. En junio de 2002 algunos grupos de opositores, bajo el amparo de la CÍA, empezaron a actuar directamente en temtorio iraquí. Igualmente a mediados de 2002 se comenzó a trabajar en un plan de guerra. Por último, bajo la presión del Secretario de Estado, Collin Powell, Bush decidió acudir a las Naciones Unidas con el fin de obtener apoyo internacional para la actuación en Irak. La ofensiva contra Bagdad fue una intervención de corta duración. Varios factores confluyen para explicar la rapidez con que sucumbió el régimen de Husein. Una breve comparación con la ofensiva de 1991 nos ilustra ciertas particularidades. En cuanto a su demarche, fue una guerra muy distinta a la librada por Bush padre en 1991. La primera duró 43 días y durante seis semanas se sometió a las fuerzas iraquíes a un descomunal bombardeo aéreo de alta intensidad. La de 2003 fue básicamente terrestre. En época de Bush padre, los iraquíes desplegaron una importante, aunque mal calculada, resistencia, mientras en esta casi no hubo oposición por parte del ejército de .Husein. En la del 2003, desde un
94. Véase, Mary Kaldor, "Haz la ley y no la guerra: la aparición de la sociedad civil global" en Manuel Castells y Narcís Serra, op. cit., pp. 84-88.
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comienzo la victoria se veía cercana, no obstante el hecho de que Estados Unidos vio alterado su plan de guerra en el norte de Irak por la negativa turca para que más de sesenta mil soldados de la coalición atravesaran el territorio de este país con el fin de abrir un frente norte contra Bagdad. Difirió también de la de 1991, en cuanto a las fuentes de financiación. Mientras la anterior tuvo que ser sufragada por los aliados de la coalición, principalmente por Arabia Saudita y otras monarquías petroleras, el costo financiero de la intervención en Irak fue asumido principalmente por el gobierno norteamericano. Aproximadamente US$ 10 mil millones se gastaron en operaciones de combate, US$ 7 mil millones en mantenimiento y traslado de personas y unos US$ 3 mil en equipos y municiones. Con posterioridad a la declaratoria oficial del fin de la contienda, el costo de la guerra ha ido en constante aumento por el gasto que implica mantener las tropas en el Golfo Pérsico (alrededor de US$ 2.000 millones mensuales). Esto explica el hecho de que la Casa Blanca tuviera que solicitar US$ 87 mil millones adicionales a los US$ 79 mil millones aprobados por el Congreso en abril de 2003, de los cuales US$ 66 mil millones se destinaron para los gastos militares del despliegue de 130 mil soldados en Irak y para las operaciones en Afganistán y US$ 20 mil millones en la reconstrucción. En comparación con la guerra del golfo que costó US$ 62.500 millones de los que a EE.UU. le correspondió solamente US$ 9 mil millones, la de 2003 se ha convertido en una empresa muy costosa para la primera potencia del planeta. Pero las dos tienen en común el haber sido guerras asimétricas, tanto en lo que respecta a los medios utilizados como por los objetivos que se pretendían alcanzar. En cuanto a los medios, el ataque de la coalición se caracterizó por su impresionante contundencia. El plan militar angloamericano fue flexible y modular. Siguiendo la experiencia afgana, el eje nodal recayó en las poco visibles fuerzas especiales y en la amplia superioridad aérea. En esta ofensiva se utilizaron 1.801 aviones que lanzaron 29.199 municiones (entre bombas y misiles), de las cuales sólo 9.251 no estaban guiadas con precisión. De estos aviones 113 eran británicos, 22 australianos y 3 canadienses. Hubo 250 alimentadores en vuelo. Eos cañones de los aviones lanzaron 311.597 obuses de 30 Mm. y 16.901 de 20 Mm. La mitad de las 41.404 salidas aéreas fueron realizadas por aparatos de apoyo a las tropas terrestres. La coalición lanzó 31,8 millones de hojas de propaganda. Se utilizaron 15 aviones espías U2 y 16 aviones de reconocimiento sin piloto y dirigidos a distancia. Otro de los aspectos novedosos de esta guerra que ilustra asimismo la asimetría del conflicto fue el importante papel que desempeñaron los modernos sistemas de dirección y de comunicación. Durante la segunda guerra mundial, las transmisiones operaban a un ritmo de 60 palabras por minuto. Su cadencia aumentó a 100 palabras por minuto en la guerra de Vietnam. En la primera guerra
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del Golfo el ritmo alcanzó los 100 mil por minuto. En 2003 la velocidad de los mensajes aumentó 30 veces con respecto a 1991 (Le Monde, 29 de mayo de 2003). Del lado iraquí, por el contrario, la situación era la opuesta. El potencial militar de Irak había quedado reducido al 10% después de la guerra de 1991. Durante la década de los noventa el régimen de Husein careció de una estructura industrial que le permitiera recomponer esa fuerza y tampoco dispuso de medios financieros suficientes para adquirir medios militares modernos95. Como acertadamente escribe John Gerber "aunque la supuesta justificación para invadir Irak fue la afirmación de que seguía teniendo armas de destrucción masiva, probablemente no ha existido jamás una guerra en la que fuera tan grande la desigualdad entre la potencia de fuego de los combatientes. En un bando, vigilancia por satélite día y noche, B-52, misiles Tomahawk, bombas de racimo, proyectiles con uranio empobrecido y armas inteligentes, tan complejas que permiten hablar de la teoría (y casi el sueño) de una guerra sin contacto; en el otro, sacos de arena, ancianos que blandían las pistolas de su juventud y puñados de fedayines, vestidos con camisas rotas y zapatillas deportivas armados con unos cuantos Kaláshnikov. La mayoría de las fuerzas de la Guardia Republicana, dotadas de armamento convencional, dejaron de existir con los bombardeos de la primera semana. La proporción de bajas entre las fuerzas iraquíes y las de la coalición puede acabar siendo, como ocurrió, en la operación llamada "Tormenta del Desierto", aproximadamente 1000 a l " ("Reflexionemos sobre el miedo", El País, 20 de abril de 2003). Fue tal el desnivel en los medios empleados que no han faltado analistas que han argumentado que esta ha sido la primera guerra post-heroica, "porque la fuerza aérea, la artillería y los blindados arrasan, desde una posición virtualmente invulnerable, el campo de batalla para que la infantería remate la faena contra unos sobrevivientes que no saben en qué guerra se han metido, sin apenas por ello sufrir bajas" ("La era post-heroica" El País, 10 de abril de 2003). Pero como ocurre en todas las guerras, y particularmente en las más recientes, el mayor número de bajas se ha presentado entre la población civil. Un grupo de investigadores anglosajones ha calculado que en los 23 primeros días el número civiles muertos puede haber llegado fácilmente a los 10 mil (Clarín, 14 de junio de 2003). Pero en la velocidad de la intervención intervinieron también otros factores. Tal como se documentaría meses después de declarado el fin oficial de la guerra, las operaciones estadounidenses y británicas en las zonas de exclusión aérea
95. Lucio Madri, "La guerra preventiva" en La Rivista del Manifestó, octubre de 2002.
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iraquí sufrieron un radical cambio en los meses de septiembre y diciembre de 2002: pasaron de tener un carácter defensivo a ser claramente devastadoras. Obedecían, en síntesis, a un simple objetivo: preparar el campo de batalla (El País, 28 de agosto de 2003). La guerra de 1991 difirió de la de 2003 también en cuanto a los objetivos. En la primera se trataba de liberar Kuwait mientras en la segunda la finalidad consistía en ocupar Irak. Esto explica el hecho de que la contundencia de la acción norteamericana en este conflicto fuera mucho mayor. Esta diferencia en cuanto a los objetivos es, quizá, uno de los factores que explica la escasa resistencia que opuso Husein. Con anterioridad a que estallara el conflicto, el Kremlin intentó encontrar una salida negociada para lo cual envió como emisario al antiguo Primer Ministro Yevgueni Primakov. El político ruso reveló algunos detalles de su conversación con Husein. "Si usted quiere a su país y a su pueblo, y desea evitar víctimas, debe abandonar él cargo de presidente de Irak. Le dije que comprendía cuan seria era la propuesta y como podía cambiar su vida, pero insistí en que él debía entender que lo haría en aras de su país, de su Irak. Le propuso a Husein que emitiera un mensaje al Parlamento iraquí con la iniciativa de celebrar en el país unas elecciones democráticas libres. En respuesta Sadam recordó que durante la guerra del Golfo de 1991, Gorbachov asimismo le había propuesto abandonar su cargo. Al mismo tiempo, Sadam subrayó que durante aquella guerra Estados Unidos se limitó a llevar a cabo una potente campaña aérea, pero sin llegar a lanzar una operación terrestre. Por último, Sadam le dio a Primakov unas palmaditas en el hombro y se fue, después de prometerle una mayor cooperación de Bagdad con los inspectores internacionales de armas" (Izvestia, 12 de abril de 2003). El ataque aliado comenzó el 23 de marzo y el 1 de mayo el presidente norteamericano, vestido de piloto a bordo de un portaaviones, declaró oficialmente que la guerra había concluido y que sólo quedaban algunas bolsas de resistencia, las cuales, dentro de sus cálculos, carecían de mayor importancia estratégica. Esta fue una guerra veloz y asimétrica porque los expertos en estrategias sabían de antemano que'era improbable una resistencia por parte del régimen de Sadam. Bagdad nunca sería Stalingrado. "Ningún analista serio cree escribía Edward Luttwak- la amenaza vertida por Sadam Husein de que va a defender la capital iraquí calle por calle y casa por casa, como en Stalingrado. Por la sencilla razón de que ahora mismo en Bagdad hay al menos millón y medio de kurdos y turcomanos, y casi "dos millones de chiítas, muchos de los cuales han perdido familiares en las sangrientas campañas de represión llevadas a cabo por Sadam Husein en 1986 y 1991" ("Bagdad express", El País, 13 de noviembre de 2002).
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Este rápido desmoronamiento del régimen se explica también, porque como generalmente ocurre con los regímenes autoritarios, el de Sadam dependía de unos hilos muy finos. La veloz reemergencia del antiguo orden tribal en la era post Sadam se explica porque el régimen de Husein, por brutal e ilegítimo que fuera, constituía un sofisticado dispositivo de gestión de una población atravesada por múltiples tensiones. Lejos de ser un régimen exclusivamente represivo, respondía, por su naturaleza, a la complejidad de la realidad social a la que estaba confrontado. David Barak, explica el problema en los siguientes términos: "antes de la guerra, el recurso a la fuerza y el ejercicio de la violencia sólo marginalmente se derivaba del Estado. Es cierto que el ejército desempeñaba un papel en materia de represión interna, y de policía (...) el partido Baas aseguraba lo esencial de las funciones de policía en el medio rural y los fedayines actuaban como policías de choque (...) Estos órganos no ofrecían al régimen un dominio total (...) Consagrado prioritariamente a la defensa de sus intereses particulares, el régimen tendía a delegar algunas de sus prerrogativas. Las poderosas tribus localizadas a lo largo de la frontera recibían armas para ejercer control sobre el territorio. Otra delegación de competencia: la justicia tribal suplantó ampliamente a la justicia civil (...) La política en Irak no se reduce al ejercicio permanente de la violencia. Al fortalecer el renacimiento de las tribus y los fenómenos de comunitarización en general, el régimen se ubicó en el corazón de un juego ante el cual sólo él poseía la capacidad de arbitraje"96. Como ocurre con la mayor parte de los regímenes autoritarios, su poder dependía de unos hilos tan finos que cuando se produjo la invasión, se rompió este frágil equilibrio y se activó el raudo desmoronamiento del régimen. En síntesis, la manera como transcurrió este conflicto hasta mediados de mayo de 2003 se inscribe cabalmente dentro del canon de una guerra tradicional y asimétrica. Los elementos novedosos que permite reconocer este conflicto como una nueva guerra aparecieron en los meses siguientes. Un aspecto curioso de este conflicto es que los antecedentes y la démarche de la intervención no guardan casi ninguna relación con la atmósfera de incertidumbre que ha predominado a partir de la segunda mitad de 2003. Muchas preguntas se agolpan en la mente. ¿La guerra ha tornado a Estados Unidos un país más seguro o se ha incrementado la inseguridad nacional de EE.UU.? ¿La guerra estimula o desestimula el estallido de otros conflictos regionales y sobre todo entre Estados que disponen de armas nucleares? ¿La guerra actúa como un freno a la proliferación de armas nucleares o, por el contrario, induce a más gobiernos a adquirir96. Barak David, "Dans l'aprés-Saddam il y a encoré Saddam" en Pointde vite N. 1, París, Institut francais des relations intemationales. abril de 2003.
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las para prevenir acciones unilaterales por parte de Estados Unidos? ¿La guerra y la ocupación norteamericana estimula o reduce el reclutamiento de jóvenes árabes por parte de los movimientos terroristas? ¿La guerra aumentará o disminuirá el número de ataques terroristas en Estados Unidos y en el exterior? Por último, considerando el antiamericanismo a que ha dado lugar la guerra, ¿cuantos países querrán cooperar en la ONU o con Bush en la lucha contra el terrorismo? (Stephen Cohén, "Has the war made America Safer?", International Herald Tribune, 23 de abril de 2003). El planteamiento de estas incertidumbres no constituye una mera elucubración o una ilusión propia de un analista internacional. El problema central que ha representado un conflicto como el de Irak consiste en que el carácter instrumental asignado a esta guerra dentro del arsenal argumentativo de la administración Bush ha conducido a una situación en la cual sus resultados no puedan ser asegurados de antemano. A medida en que arrecian las críticas a los pretextos esgrimidos por la Casa Blanca para llevar a cabo esta intervención y en condiciones en que aumenta la oposición iraquí a la presencia aliada, todo ese arsenal argumental ha comenzado a quedar desvalorizado. A la resonancia argumentativa que impulsó a que Washington llevara a cabo esta guerra se le ha sobrepuesto una resonancia en términos de consecuencias. La guerra de Irak ha terminado reproduciendo secuelas diametralmente opuestas a las esperadas por los más altos funcionarios de la Casa Blanca. Si con la intervención en Irak, el gobierno de Estados Unidos quiso hacer una demostración de fuerza, en las nuevas circunstancias creadas por la resistencia no puede salir de ese atolladero porque sería una demostración de debilidad. La importancia de reflexionar sobre las incertidumbres a que invita Stephen Cohén consiste en que las consecuencias no se desprenden del arsenal motivacional que llevó a que se librara esta intervención. Una vez que hemos llegado a este punto, podemos hacer un parangón entre el significado de este acontecimiento con el que tuvieron la caída del muro de Berlín y el 11 de septiembre. Como tuvimos ocasión de precisar en la primera parte, los sucesos de noviembre de 1989 pueden definirse como un acontecimiento estructural en la medida en qué contenía en sí la significación de un orden que finalizaba, el 'antes,' y liberaba energías que conformaban el 'después'. El 11 de septiembre de 2001, por su parte, se ubica en un registro menor ya que el acontecimiento mismo no contenía los gérmenes constructores del 'después', ni se hacía portador de la culminación de raí ciclo. Su importancia histórica quedó mediada por la calidad la respuesta que emprendieron las élites norteamericanas. La intervención en Irak, a su vez, difiere de los anteriores. No constituye un movimiento estructural ni su significación depende de la mera voluntad de de-
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terminadas élites. Su trascendencia está contenida en la resonancia y propagación de las consecuencias. Si estas llegan a ser controladas, esta intervención será un fenómeno pasajero, ya que no será otra cosa que una simple prolongación de tendencias mayores, inauguradas por los dos acontecimientos anteriores. Pero si sus consecuencias se muestran impredecibles en sus resultados, entonces puede convertirse en un acontecimiento fundacional que libera energías incontrolables, incluso para la potencia más poderosa del planeta. Dos factores entran a participar en esta ecuación. El primero, que constituye un gran desafío para el orden posbélico, reside en el tipo de legitimidad que se pretenda construir. Si predominan, como ocurrió en torno a las guerras de Yugoslavia, visiones y motivaciones geoestratégicas y geopolíticas, el equilibrio institucional será frágil. En Irak, en condiciones en que se desmoronó el viejo régimen, los distintos colectivos han buscado proveerse de seguridad a través de la identificación con sus comunidades, tribus, familias o religiones. Como ha señalado E. Luttwak, seguramente los cristianos y los sunitas más cultos de la élite de Bagdad admiran la democracia, pero su rechazo a la misma radica en que no quieren que los gobierne la mayoría chiíta, y menos una alianza kurdochiíta. "La mayoría de los chiítas son prácticamente analfabetos, y sólo reconocen como dirigentes a sus imanes y ay atólas. Insisten en que la ley islámica es la que debe regir en Irak, y no las decisiones de una asamblea electa que podría violar la religión mediante leyes que aseguran igualdad de derechos para las mujeres, libertad de expresión o el derecho a beber alcohol entre otros pecados. En otras palabras, los dirigentes que más posibilidades tienen entre la mayoría iraquí rechazan por principio la idea del carácter inalienable de los derechos humanos, premisa fundamental de toda democracia. En lo que respecta a los kurdos, que constituyen aproximadamente el 15% de la población iraquí, sin duda son los que más saben sobre los males de la dictadura, pero su forma de gestión es mucho más tribal que democrática" ("Es hora de planear la retirada de Irak", Clarín, 12 de agosto de 2003). Podríamos completar la tesis de Luttwak llamando la atención sobre el hecho de que términos como chiíta y sunita no pueden emplearse como categorías políticas o sociológicas para aludir a una comunidad homogénea porque entre estos grupos predomina lo multifacético y lo complejo, lo que desvirtúa aún más cualquier posibilidad de sentar la legitimidad en motivaciones geoestratégicas. El segundo desafío consiste en que, si se quiere prevenir situaciones como la consolidación de un islamismo radical, se tiene que favorecer la implantación de un esquema que garantice la convergencia de los intereses de las grandes potencias en concordancia con los de los países de significación a nivel regional. "Si el Irak soberano se vuelve radical o fundamentalista, todos los países amenazados por el terrorismo y el islamismo estarán en peligro. Países islámicos mo-
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derados como Egipto, Arabia Saudita, Jordania, Marruecos e incluso Indonesia comparten esta percepción, si bien algunos puedan sentirse demasiado intimidados para reconocerlo" (Henry Kissinger, "Irak más socios en la mesa", Clarín, 23 de febrero de 2004). Los intereses de los otros países de la región deben tenerse en cuenta porque tienen mucho que ganar o que perder, independientemente de cual que sea la suerte de Irak. Los gobiernos de la región no anhelan una mejoría rápida de la situación iraquí, porque temen ser objeto de un desenlace similar. Pero tampoco quieren que la intervención constituya un rotundo fracaso, porque si Irak se desintegra, los grupos radicales multiplicarán sus actividades en sus propios países. "Estos países cooperarán hasta cierto punto para evitar un desastre, pero no demasiado; no les ayudarán para que no sea un éxito inmediato. Quieren que EE.UU. lo pase mal, que sufra la carga en solitario, sin llegar a permitir que todo fracase" (El País, 16 de marzo de 2004). Los hechos parecen corroborar la envergadura de estos dos dilemas. No obstante la elevada presencia de tropas extranjeras, no es fácil prever que la situación pueda normalizarse en el mediano plazo. El Irak ocupado se ha hundido en la espiral de la violencia y se ha convertido en un epicentro de múltiples tendencias, escenario donde se libra numerosas contiendas. Se ha transformado en un imán para los yihadistas del Medio Oriente, situación sólo comparable con la dura prueba que experimentaron los soviéticos en Afganistán en la década de los ochenta97. Además, no tardaron en llegar los dineros saudíes para levantar mezquitas que divulgan la interpretación wahabí del Corán. Los atentados que a diario se perpetran contra las fuerzas de ocupación, las instalaciones y funcionarios de la ONU (19 de agosto de 2003) y demás colaboradores son una señal de que se quiere impedir cualquier posibilidad de solución política a las tensiones desencadenadas por la presencia estadounidense. Desde una fecha tan temprana, junio de 2003, se viene hablando de ataques terroristas, resistencia e insurgencia. La resistencia no reposa en una organización monolítica. Los diferentes actores armados tampoco comparten objetivos ni motivaciones políticas. Es un mosaico de grupos y organizaciones, cuyo objetivo consiste en eliminar al mayor número de extranjeros y colaboradores iraquíes. Ello permite prefigurar un eventual escenario: si se retiraran las fuerzas de ocupación, estos distintos grupos con toda probabilidad se convertirían en antagonistas entre sí, lo que presagiaría una continuación de la espiral de violencia, tanto o más caótica que la actual. 97. "Hoy día la batalla de Irak es, con toda sencillez y claridad, una batalla de toda la Umma islámica". Irak debe convertirse en "una base avanzada para el despertar islámico y la Yihad". Citado en Haizam Amirah, "¿Tiene Al-Qaeda una estrategia global?" en Real Instituto Elcano, 20 de abril de 2004.
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Los principales contendientes pueden agruparse de la siguiente manera. Primero, los yihadistas, quienes, a través del terror, apuntan en dos direcciones: contra la sociedad iraquí y particularmente contra la mayoría chiíta para incitar una guerra civil religiosa entre las dos principales ramas del Islam y, de esa manera, prevenir la reconstitución de un Estado-nación. De otro lado, contra las fuerzas de ocupación para expresar la continuación de la revolución fundamentalista islámica, cuyos inicios la remontan a la década de los ochenta. Segundo, la minoría sunita también libra su propia guerra contra las fuerzas de ocupación con el ánimo de prevenir la constitución de un mapa político bajo liderazgo chiíta. Entre estos se puede contabilizar también la resistencia de los remanentes del partido Baas, cuyas acciones se despliegan en contra de las fuerzas de ocupación y contra los colaboradores de los ocupantes. Tercero, los kurdos, grupo eminentemente tribal, atravesado por múltiples fracciones quienes, por su parte, mantienen un estado de beligerancia con el fin de que Irak evolucione en la dirección de un Estado federal, razón por la cual de sus zonas han ido expulsando a las minorías para crear un compacto territorio. Cuarto, en marzo de 2004 surgió otra fuerza contendiente, de igual contundencia que los anteriores, pero que plantea mayores dudas al futuro: la insurgencia o Intifada chiíta, la cual también pretende el retiro de las fuerzas de ocupación y la conformación de un Estado bajo la conducción de sus líderes religiosos. En las ciudades de Nayaf, Kerbala y Bufa, ciudades santas, donde se desarrollaron las principales batallas que dieron lugar al surgimiento del chiísmo en el siglo VII, y en ciudad Sáder, arrabal pobre al oeste de Bagdad, se ha activado una resistencia, con mucho matices, en la que participan milicias como la brigada Báder con aproximadamente 10 mil milicianos, el ejército de Mahdi, con 7 mil hombres en armas, partidos como Al Dawa y demás seguidores de líderes espirituales como Abdulaziz al Hakim, Alí Sistani y Múqtada al Sader. Una de las evoluciones más complejas que se ha desarrollado desde inicios del 2004 ha sido la convergencia de sectores sunitas y chiítas en contra de las fuerzas de ocupación debido a que recusan la Constitución que se les quiere imponer, se oponen a que la restitución de la "soberanía" concluya con la construcción de 14 bases militares norteamericanas y "temen que con el fin de la ocupación los recursos económicos se manejen desde la Embajada norteamericana. Quinto, el Consejo de gobierno iraquí ha sido otro animador de estos entrecruzados conflictos y su principal objetivo consiste en interpretar un indeterminado "espíritu nacional" como fórmula para prolongarse como una alternativa de poder. Sexto, ciertos grupos afines a intereses de países vecinos también han intentado pescar en el río revuelto iraquí. Séptimo, con intereses más específicos, actúa también una amplia gama de actores tribales.
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Por último, pero no por ellos menos importante, la coalición internacional, bajo conducción norteamericana, la cual, mostrando una total carencia de deseabilidad de negociación política, ha optado, siguiendo la estrategia de Sharon en relación con los palestinos, por la teoría del caos, es decir por la creación de un contexto para el ejercicio de la impunidad total, con lo cual se justifica la eliminación de las fuerzas de resistencia y se cierra toda posibilidad a la negociación política. La intervención en Irak ha sido, en síntesis, un ejemplo de conflicto convencional tanto en lo que respecta a sus motivaciones, como a su desarrollo y anheladas consecuencias. Lejos se encuentra del concepto de nuevas guerras al que nos invita la analista británica Mary Kaldor. Comporta, sin embargo, dos elementos novedosos, los cuales se anidaron luego de la caída del régimen de Husein. De una parte, a partir de la segunda mitad de 2003, el conflicto ha comenzado a desarrollarse en clave local, es decir, se ha convertido en un episodio en el cual confluyen, colisionan y entran en competencia disímiles temporalidades históricas -locales (tribus, kurdos, chiítas, sunitas), políticas (remanentes del partido Baas y antisadamistas), nacionales (iraquíes, iraníes, estadounidenses), regionales (v. gr., Islam versus democracia, correlaciones de fuerza entre países vecinos), transnacionales (fuerzas de seguridad de las empresas petroleras) y mundiales (competencia entre las grandes potencias, irradiación de una violencia mundializada)-, de cuya resonancia dependerá la calidad histórica del acontecimiento. Es, por tanto, un evento que se sitúa en la intersección de estos dos tipos de violencia organizada. De la otra, a diferencia de la guerra de Vietnam, que no trascendió las fronteras de Indochina, esta guerra en sus resultados, ha comenzado a extenderse por buena parte del Medio Oriente y ha llegado, incluso, a Europa, entre otros, porque ha convertido al ñmdamentalismo musulmán en un peligro mundial. Este evento está demostrando la imperiosa necesidad de recomponer un sistema institucional de gestión que prevenga que las crisis locales se conviertan en globales. Si la intervención en Irak sólo parcialmente puede inscribirse dentro del canon de los conflictos tradicionales o de las "nuevas guerras", tampoco se puede escenificar como una guerra global. Este término puede utilizarse, con reservas, para aludir a tres formas de conflicto que se presentaron a lo largo del siglo XX, durante el período de la globalización internacionalizada: la primera y segunda guerras mundiales y la guerra fría. La primera fue una expresión de la manera como en ese entonces se expresaba la globalización (territorializada), en la que se.enmarcaba la necesidad que para los países centrales representaba la repartición del mundo en zonas de influencia, para poder así seguir participando de las tendencias globalizantes des-
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de una posición autocentrada. Se caracterizó, además, por ser una guerra de trincheras, es decir, estática, territorial, con escasa movilidad. En su esencia fue un evento que se inscribió en la lógica de desarrollo de la globalización política en tanto que procuró ser una respuesta a los desajustes que en el ámbito político y militar existían entre las potencias reinantes, intentó dirimir las tensiones que se presentaban a nivel del control de los circuitos económicos y buscaba, además, conservar la centralidad del Estado como actor conductor de la vida internacional en condiciones en que las nuevas fuerzas económicas estaban empezando a romper ese monopolio. Otro acontecimiento que puede escenificarse como una guerra global fue la Segunda Guerra Mundial, conflicto que ocurrió en medio de un contexto de alta desglobalización pero que, en sus resoluciones y consecuencias, facilitó el avance hacia formas más compactas de mundialización. Fue un conflicto planetario que involucró a los cinco continentes, se desplegó en varios frentes y, a diferencia del anterior, fue una guerra de movimiento. Por último, la situación que más se ajusta al concepto de guerra global fue la guerra fría, que dio origen a la emergencia de un vector estructurador de las relaciones internacionales, regulado con base en la disuasión nuclear y en la carrera armamentista. "La Guerra Fría constituyó un sistema único de relaciones de poder globales que, paradójicamente, dividía al mundo en campos rivales y al mismo tiempo lo unificaban dentro de un orden militar estratégicamente interconectado"98. Si bien en nuestro presente más inmediato ningún conflicto adopta ese tipo de características, si hay un punto de confluencia entre la globalización, las nuevas guerras y la amenaza terrorista. Esta intersección se puede visualizar desde dos ángulos. El primero es que, a diferencia de las guerras clásicas que siempre tenían un final, que se representaban en un propósito a alcanzar, la amenaza terrorista actual promueve una guerra de larga duración, cuya finalización es completamente incierta. "El terrorismo no está interesado en negociar. Insiste en que no haya otro final que la victoria. Y, como el terrorista no puede triunfar, no puede dejar de ser terrorista. Es el verdadero enemigo, mucho más fundamental que los países del Tercer Mundo con capacidad nuclear" (Norman Maller, "La salvación del mundo según Bush" El País, 4 de marzo de 2003). El segundo consiste en que este entrecmzamiento posibilita, lo que Román Gubert {El País, 15 de marzo de 2004), denomina la guerra en red, conflicto que se alimenta de la deslocalización, "cuyo territorio es el territorio deslocalizado de sus objetivos móviles", guerra en la que Al Qaeda parece una réplica
98. David Held et al., Global transformations, op cit. p. 60.
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organizativa de tipo medieval a la modernidad estructural del ciberespacio global. Su globalidad no pasa por una red de fibra óptica, sino por los contactos fugaces y capilares en Salou, Hamburgo o Miami. Se trata de una estructura propia de la sociedad de la movilidad". Su modus operandi es multipolar, con sorpresivas intervenciones locales, incursiones y saltos instantáneos sobre objetivos considerados como enemigos. No obstante la escasa correlación que existe entre las nuevas modalidades de violencia organizada con el concepto de guerra global, esta concordancia tiene una gran importancia porque sugiere indicios que ayudan a entender mejor la cambiante naturaleza de los conflictos. Igualmente como estas formas de violencia organizada constituyen un espejo en el cual se refractan las sociedades y los regímenes políticos, los ordenamientos jurídicos, los universos culturales y la misma vida cotidiana de las personas, proveen indicios sobre la calidad de las transformaciones que está experimentanclo el mundo en la actualidad. Así, por ejemplo, cuando se sostiene que estos conflictos se están convirtiendo en guerras globales, se está transmutando el estatuto normativo y la clave interpretativa de la misma sociedad global. A partir de este presupuesto se puede colegir que una diferencia fundamental con respecto a las viejas guerras radica en que las anteriores se desenvolvían en un ambiente externo, eran posibles de eludir, se podía participar o mantenerse al margen, se podían, incluso, aislar. Una guerra global es una totalidad incluyente, porque todo individuo se encuentra geográfica o espacialmente inmerso en el conflicto, dado que ésta carece de confines e incluso participa en su proyección temporal, porque una guerra global se renueva en el tiempo. No es casualidad que con esta mutación de la guerra, se altere también el pensamiento de la misma. Si antes se argumentaba en torno a la guerra justa, ahora se habla de guerra preventiva". En tal sentido, puede sostenerse que en condiciones de intensa globalización los conflictos tienden a adquirir un perfil globalizante, sin que por su naturaleza sean eventos que induzcan a que se acelere e intensifique la globalización, es decir, son guerras o conflictos, cuyas motivaciones se encuentran localizadas, pero que se robustecen en los intersticios de la globalización, amplificando sus retroalimentaciones y repercusiones, tanto a nivel espacial como temporal. Este perfil globalizante se apoya igualmente en el hecho de que la intensificación de la globalización, tal como se expresa en la actualidad, ya no se fundamenta en torno a una mayor homogeneidad y compactación mundial, sino en una mayor afirmación de las identidades particulares. El perfil globalizante toma cuerpo precisamente en el hecho de que, en condiciones como las actuales, la globalización asume como uno de sus principales 99. Raniero La Valle, "Un nuovo pacifismo" en La Rivista del Manifestó, N. 29, junio de 2002.
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particularidades el ser una dinámica que ante todo prioriza lo local entremezclado con lo global, más que como ocurría hasta hace poco cuando la intensificación de las tendencias homogenizadoras globales subsumía lo local (v. gr., la guerra fría). Por ello, hoy por hoy, la dinámica globalizante se refuerza en la rnisma localidad. La dimensión de lo global en estes casos, no opera ni corno un propósito ni GOBIO un procedí miento deliberadlo, ai se sustenta en una dimensión planetarizada. Por lo tanto, estas nuevas formas de violencia organizada son conflictos, cuyo radio de acción se amplifican a través de las resonancias que externaiizan o que interiorizan, las cuales se generan dentro de las distintas espacialidades globalizantes. La respuesta al ataque terrorista del 11 de septiembre, la intervención militar en Irak y la Intifada turca y francesa sirven para ilustrar esta doble dinámica. El primero por la actitud globalizante que asumió el gobierno norteamericano para enfrentar la amenaza y por la disonante resonancia que ha ocasionado la toma de conciencia de la globalización en los temas de seguridad. Dominique Moisi resume el dilema en los siguientes términos: "Durante la presidencia de Bill Clinton, los estadounidenses deseaban salvar al mundo, aunque de mala gana. Con Bush, pretenden protegerse del mundo o incluso retirarse de él"100. El segundo, por el contrario, no tanto por el arsenal argumentativo que impulsó a Washington a librar esta guerra, sino por la resonancia en términos de consecuencias. "Irak se ha convertido en un territorio de fusión entre nacionalistas laicos, baazistas e islamistas (integristas o no). Es la alianza entre la nación y la religión. Desde comienzos del siglo XX, nadie en el mundo árabe había conseguido unir estas dos corrientes: Estados Unidos lo logra. Ha conseguido unir contra sí mismo a unos adversarios a los que todo oponía desde hace décadas" (Sami Nair, "'Bush ha perdido la. guerra en Irak", El País, 2 de diciembre de 2003). En un escenario tal, se intensificará la colisión de globalizaciones y se seguirá profundizando el ciclo globalizante en el cual nos encontramos. Pero, sin duda el ejemplo más paradigmático de la resonancia a que da lugar este perfil globalizante de los conflictos, lo encontramos en las arremetidas antijudías ocurridas casi simultáneamente en Turquía y Francia. Entre los numerosos pretextos estratégicos de G. Bush para invadir Irak se encuentra el argumentó de que un Irak liberado debería servir como pilar para ia democratización 3/ la modernización de todo el Medio Oriente. Tal como precisara el presidente Bush "un Irak liberado demostrará el poder que tiene la libertad de transformar
i 00. Dominique Moi'si, "La verdadera crisis de! Atlántico" en Foreign Affairs en español, otono-invierno de 2001.
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una región vital aportando esperanza y progreso en la vida de millones de personas" (El País, 23 de marzo de 2003). Irak igualmente debía convertirse en un instrumento fundamental para recrear un contexto idóneo que permitiera resolver el conflicto palestino israelí y poner término, de esa manera, a la prolongada Intifada. Es decir, en la concepción misma del gobierno Bush, la intervención en Irak era entendida como un principio que debía producir réplicas para reorganizar todo el paisaje del Medio Oriente. "Más allá de los grandes principios de la estrategia planetaria, la operación iraquí tenía, además, un objetivo preciso1: al destruir el régimen de Sadarn y sustituirlo con un fiel aliado de EE.UU. se llevaba a cabo el doble y tradicional objetivo político de Washington en la región, es decir, garantizarse la. estabilidad de los recursos petrolíferos y, a la vez, garantizar la seguridad de Israel" (Gilíes Kepel, "La espiral del terror", El País, 2 de diciembre de 2003). Empero, la resistencia iraquí a la ocupación y la continuación, con medios aún más brutales, del legendario conflicto pales tino-israelí, alteró por completo el escenario anhelado por las autoridades estadounidenses e implicó una modificación en la manera corno opera la resonancia de este conjunto de elementos. En medio de este escenario la Intifada abandonó los estrechos territorios ocupados de los palestinos y de Israel y con los atentados terroristas en Turquía y Francia transmutó en una Intifada globaíizada. Casi simultáneamente se atentó contra un colegio de judíos ortodoxos en el norte de París y contra dos sinagogas en Estambul. Esta Intifada debe interpretarse como una manifestación de la giobalización. "La supresión de las fronteras de la Intifada, las acciones del Ejército israelí en Palestina tienen como consecuencia actos terroristas contra judíos en cualquier lugar (...) la deslocalización de la. Intifada quiere decir, lo exterior es interior; el conflicto israelí-palestino exterior irrumpe en el "interior" de los países de la UE y amenaza el compromiso nacional de equilibrio entre judíos y no judíos. A todo esto subyace algo que podríamos denominar la globalización de las emociones. La teoría de la identidad, de la sociedad y de la política según la cual seguimos viviendo en contenedores claramente delimitados, organizados en Estados nacionales deviene históricamente falsa. En la cultura televisiva globalizada. la compasión tampoco está ligada al esquema nacional amigo-enemigo. Desde que las imágenes televisivas de las operaciones bélicas y sus víctimas se reciben en todas partes se comprende que la violencia en un rincón del mundo puede producir una disposición a la violencia en muchos otros rincones del mundo. Si civiles y niños sufren y mueren en Israel, Palestina, Irak o África y este sufrimiento se presenta en imágenes desgarradoras a través de los medios de comunicación, surge una compasión cosmopolita que fuerza a tornar postura" ( Ulrich Beck, "El nuevo antisemitismo europeo". El País, 25 de noviembre de 2003).
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En síntesis, el mundo en el despuntar del nuevo siglo se encuentra en un acelerado proceso de cambio y en él ha surgido una nueva gama de amenazas. Tal como se desprende de la lógica que lia asumido la globalizacion en el transcurso de los últimos años, el fundamento explicativo de la misma se localiza en el concepto de resonancia. Una perspectiva de análisis en términos de resonancia comporta una gran sutileza porque integra tanto las relaciones directas como las fantasmagóricas, las presentes como las ausentes. En ese sentido, alude al conjunto de redes, flujos, intersticios y espacialidades de los cuales se nutren y en los que también se realizan los conflictos. La resonancia es la condición primigenia de la naciente sociedad global, la cual, a diferencia de las organizaciones nacionales, ya no se concibe a partir de un determinado aparato estatal que la cohesiona y le impone unos determinados límites. La resonancia sincroniza las relaciones, incluidas las que se producen entre ausentes. En otras palabras, si la resonancia se ha constituido en la principal condición de existencia de la globalizacion y constituye una variable a través de la cual se realiza la mayor parte de los conflictos que actualmente sacuden al mundo, cualquier intento de resolución de los mismos exige encontrar una salida en términos de resonancia, incluido Sos que responden a condiciones más endógenas, como puede ser el colombiano. En este caso particular, lo cual también es válido para los demás países latinoamericanos, y para otros focos de tensión de otra naturaleza, como es el diferendo entre Chile y Bolivia en relación a la mediterrarieidad de este último, el reconocimiento ele las oportunidades y desafios que plantea la resonancia vuelve más urgente la necesidad de comprender que la región ha empezado a ser parte constitutiva de una naciente sociedad .global y que debe .mirar hacia el futuro, renunciando a muchas de sus viejas y estrechas herencias.
ESTADOS UNIDOS Y LA LUCHA, POR EL PODER EN LA POLÍTICA GLOBAL Ha sido en éste contexto de intensificación de la globalizacion en nuevas escalas y dimensiones cuando ha tenido lugar otro no menos trascendental cambio. Como resultado de las transformaciones que se vienen presentando desde finales de la década de ios sesenta, y de modo particular, con ocasión del fin de la guerra fría, se modificó la posición internacional de la principal potencia mundial: Estados Unidos. A los más distintos calificativos se ha recurrido para, intentar dar cuenta de los atributos que tiene esta potencia en el mundo actual101. El ex Canciller
101. Véase, una interesante reseña del debate sobre el concepto de imperio en G. John Ikenberry, "Illusion of Empire: Defining the New American Order" en Foreign Affairs, diciembre de 2003.
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francés Hubert Védrine la definió como una "hiperpotencia"; Mario Vargas Llosa ha preferido la denominación de "megapotencia"; Joseph Colomber se refiere a un "imperio sin imperialistas"; Michael Ignatieff ha preferido utilizar el concepto de "imperio light" y otros hablan de "imperio liberar", etc. Estos disímiles esfuerzos por caracterizar el singular poderío que detenta la potencia del Norte constituyen una demostración de que nos encontramos frente a un fenómeno inédito: el status, la condición y el poder alcanzado por los Estados Unidos no tiene parangón en la historia y por ello cualquier intención de recurrir a viejos conceptos se queda a medio cami.no y no da. cuenta de su compleja. naturaleza. A su manera, todos estos intentos de definición reconocen que Estados Unidos constituye una modalidad nueva en cuanto a la magnitud de su poderío, así como por la sofisticación de los hilos que ha tejido para realizar y conservar su poder. Estas caracterizaciones tienen, sin embargo, el defecto de procurar construir imágenes en lugar de conceptos, tratando de evocar una sensación porque no logran arrojar luces sobre su persistentemente incierto significado. A nuestro modo de ver, el concepto que mejor da cuenta de la transforma ción que está experimentado el país del norte en la actualidad en su relación frente al resto del mundo consiste en definirla como la primera potencia global. Recurrimos al término global porque su hegemonía se encuentra asociada y se efectúa a través de los circuitos giobalizantes y también porque realiza su poder en un momento histórico que se caracteriza por una inusitada intensificación de la globalización. Como tuvimos ocasión de demostrar en una investigación previa, si se pretende personalizar en algún Estado en particular el estado actual de la globa lización, obviamente hay que reconocer la preeminencia que en este punto le co rresponde a Estados Unidos. Tras la desaparición de la Unión Soviética, e incluso en la época en que ésta todavía se mantenía vigente, difícil era encontrar otro país diferente a la potencia norteamericana que hubiera ocupado una posición análo ga en el desarrollo y en la consolidación de estas tendencias102. ^ Cuando subrayamos la correlación que existe entre la globalización y el poder de los Estados Unidos, con ello no queremos señalar que la globalización sea una simple consecuencia del "imperialismo" estadounidense ni que las nuevas formas de dominación se disfracen bajo el concepto de gíobalización. Ante todo, debemos tener en cuenta que Estados Unidos es una inédita potencia, pero no constituye un imperio. Salvo excepciones, su influencia no se fundamenta en la dominación directa o en una ocupación física. Además, su organización interna se basa en el equilibrio de poderes. Más bien, puede sostenerse que Estados Unidos es un Estado Nación, pero cuyo radio de acción'abarca al mundo entero. 102. Véase, Hugo Fazio Vengoa, El inundo frente a la globalización. Diferentes maneras de asumiría, Bogotá. IEPR1, CESO-Uniand.es y Alfaomega, 2002, pp. 50-61.
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Esta condición la explica claramente Joseph Nye, cuando precisa que existen al menos cuatro razones por las que sería un error contemplar las redes actuales de giobalización simplemente como el eje y los radios de un imperio estadounidense que hace dependientes a los países más pequeños. En primer lugar, la arquitectura de las redes de interdependencia varía según las distintas dimensiones de la giobalización. En segundo lugar, ia imagen del eje y los radios pue.de inducirnos a dar por sentada una ausencia de reciprocidad o vulnerabilidad de doble dirección. Un tercer problema es que la imagen no consigue identificar otros nodos y conexiones importantes en las redes globales. Por último, este modelo puede impedirnos ver los cambios que se están produciendo en la arquitectura de las redes globales103. La correlación de Estados Unidos con la giobalización se realiza en varios niveles. La potencia del Norte ha desempeñado un papel fundamental en la constitución y en la consolidación de las nuevas redes de inteipenetración económica a nivel mundial a través de la expansión de la cobertura de acción de las corporaciones transnacionales, empresas cuyo origen, desarrollo y actual fortalecimiento se identifican en lo fundamental con la lógica de. funcionamiento del capitalismo norteamericano. Estas corporaciones se han convertido en los actores internacionales que de modo más concreto han entrado a cuestionar la supremacía que han detentado ios Estados en la vida internacional. Como señala Giovarmi Arrighi: "La emergencia de este sistema de libre empresa, es decir, libre de las constricciones impuestas sobre el proceso de acumulación de capital a escala mundial por la exclusividad territorial de los Estados, ha sido el resultado más específico de la hegemonía norteamericana. Señala un nuevo punto de inflexión decisivo en el proceso de expansión y sustitución del sistema de Westfalia, y puede haber iniciado realmente el proceso de extinción del moderno sistema interestatal como sede primaria de poder mundial"104. No es fortuito que la liberalización de la economía mundial, tal como se ha venido registrando desde la segunda mitad de la década de los años cuarenta del siglo XX, haya sido una empresa defendida con mucho celo por las autoridades norteamericanas. Esta liberalización comercial tuvo un acusado impacto en el crecimiento del comercio mundial, intensificó la interdependencia económica y contribuyó al desencadenamiento de las guerras comerciales, Jas cuales, de suyo, han terminado moldeando la economía mundial en torno a unos patrones similares en términos de competitividad105.
103. J. Nye, La paradoja del poder norteamericano, Bogotá, Taurus., 2003, p. 133-135. 104. Giovarmi, Arrighi, El largo siglo XX, Madrid, Akal. 2000, p. 94. 105. Edward Luttv/ak, El turbocapitalismo, Barcelona. Crítica, 2000.
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La imbricación de Estados Unidos con la globalización también se realiza en la contribución de esta nación a las grandes innovaciones tecnológicas, las cuales han hecho posible que se intensificara la globalización financiera (los . modernos medios de comunicación, la desregulación financiera), se impusiera a escala planetaria un modo más flexible de producción (automatización, robotización, etc.), surgieran nuevas ramas productivas inmateriales (software), se consolidara el desarrollo informático (Internet), se unlversalizara la industria del ocio y de la cultura, las autopistas de la información, etc., actividades todas ellas que portan el soberbio sello norteamericano. En el plano político e institucional, ninguna otra potencia anterior se propuso, como sí lo ha hecho Estados Unidos, limitar el poder de los Estados soberanos para reorganizar la vida internacional. El proclamado "nuevo orden mundial" de George Bush en vísperas de la Guerra del Golfo, en 1990, que preveía el establecimiento de la supremacía del derecho internacional en la resolución de los conflictos internacionales y la convergencia de todas las naciones en torno a una pretendida democracia de mercado, no fue otra cosa que la reedición de una consigna similar pregonada por jefes de Estado norteamericanos al finalizar los dos conflictos mundiales que sacudieron el siglo XX. Ya el presidente W. Wilson propuso, cuando finalizó la Primera Guerra Mundial, la creación de un nuevo orden mundial basado en el reconocimiento de la autodeterminación de las naciones y en la seguridad colectiva. Cuando la segunda conflagración bélica mundial llegó a su fin, los sucesivos gobiernos norteamericanos desempeñaron un importante papel en la constitución de los nuevos organismos multilaterales. Con el Acuerdo de Bretton Woods de 1944 se dio vida a dos instituciones, sin las cuales sería difícil comprender varias facetas de la historia mundial en la segunda mitad del siglo XX: el Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial de Reconstrucción y Fomento (Banco Mundial). Posteriormente, bajo iniciativa norteamericana, en 1947, se institucionalizó un mecanismo para la liberalización del comercio mundial: el Acuerdo General sobre Aranceles y Comercio (GATT). En el ámbito político, en la Conferencia de San Francisco, el gobierno norteamericano fue uno de los actores más decisivos en la creación de la Organización de las Naciones Unidas. Con el decidido apoyo que le brindaron estas instituciones, Estados Unidos, en su calidad de potencia hegemónica, pudo crear condiciones nuevas para incrementar la interdependencia económica y política entre los pueblos, proceso para el cual se valió de estas instituciones que se ajustaban a su propia racionalidad. Si el ejercicio de su poder y de su supremacía han transcurrido por los cauces de la globalización, lo que de suyo eleva a Estados Unidos a la condición de potencia global, en los últimos años, han aparecido otros elementos que reafirman este carácter. Puede sostenerse que para que una potencia alcance plena-
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mente este status debe disponer de dos condiciones. La primera consiste en que debe realizar buena parte de su hegemonía a través de los circuitos globalizantes. Estados Unidos ha cumplido esta condición en el transcurso de los últimos cincuenta años. Pero si sólo satisface este requisito, se ajustaría a los parámetros de una potencia mundial, mas no global. La segunda condición radica en que, en razón del carácter iiniltiíacético de la globaíización, la supremacía debe desplegarse en iodos los ámbitos sociales. Ha sido sólo a partir de la última década del siglo XX cuando Estados Unidos comenzó a cumplir a cabalidad este segundo requisito, lo que ha enaltecido su carácter de potencia global. De acuerdo con el analista internacional Joseph Nye, el poder en las relaciones internacionales se realiza básicamente en tres dimensiones. La primera está conformada por el poder "duro", es decir, el militar, campo en el cual Estados Unidos tiene hoy por hoy una supremacía abrumadora. Su poder en este campo es, sin duda, descomunal y resulta muy difícil encontrar similitudes en la historia. No sólo por los modernos equipos militares de que ha hecho gala y por su supremacía a nivel nuclear, sino también de acuerdo con criterios más convencionales: por su volumen. El presupuesto militar de EE.UU. para el 2003 se incrementó en US$ 45 mil millones, es decir, en un 13% con respecto al año anterior. El presupuesto del Pentágono para el año fiscal del 2004 aumentó en otros US$ 1-5.300 millones adicionales, ío que eleva el gasto anual del Pentágono hasta US$ 395 mil millones. Para comprender la magnitud del gasto en defensa por parte de la potencia del norte cabe recordar que en 2002, los 15 países miembros de la UE juntos, entre los que se encuentran países militarmente tan importantes como Gran Bretaña y Francia, y una no menos importante potencia mercader (Alemania), gastaron en defensa US$ 170 mil millones, lo que'en conjunto los ubica en el segundo lugar entre los actores con mayor presupuesto militar, muy lejos del primero, pero también del tercero -Rusia-, con US$ 40 mil millones. Lo más impresionante es que ese colosal presupuesto del Pentágono representa sólo el 3,4% del producto interno bruto norteamericano, lo que permite entrever que, de proponérselo las autoridades norteamericanas, éste podría seguirse incrementándose por varios años por encima del aumento que registren las demás naciones, y sin que llegue a representar una carga desmedida para su poderosa economía. Del lado de los modernos sistemas militares, el poderío'norteamericano se acerca a la ciencia ficción. Actualmente el Pentágono trabaja en la planificación de una nueva generación de armas, incluidos bombarderos hipersónicos y bombas capaces de ser lanzadas desde el espacio. El Pentágono se ha propuesto comenzar el estudio de nuevas bombas nucleares de poca potencia -mini nukescon el fin de diversificar su arsenal nuclear. Estas armas son susceptibles de
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penetrar en bunkeres que se encuentran en profundidad. El empleo de estas modernas armas, sin duda, introducirá UD cambio en el concepto de disuasión, ya que son capaces de producir daños limitados o circunscritos a la zona en que son empleados, a diferencia de las armas existentes, que acumulan daños vinculados al calor y a la radioactividad (Le Monde, 24 de mayo de 2003). También cabe recordar el avión de bombardeo no tripulado que alcanza una velocidad de 10 veces la del sonido, con lo cual la fuerza aérea de Estados Unidos podrá alcanzar el punto más distante del planeta en tan sólo 2 horas (Clarín, 2 de julio de 2003). El objetivo político de esta nueva generación de armamentos es muy evidente: no sólo sirven para dejar definitivamente atrás a todos los demás posibles competidores en la carrera armamentista, sino que también representan una gran utilidad porque permiten no tener que depender de ningún aliado cuando el gobierno norteamericano decida incursionar en las diferentes regiones del mundo. Una de las mayores diferencias entre Estados Unidos y las restantes potencias militares consiste en* que el primero ha transformado su arsenal militar con base en la revolución de la información y es el único país que dispone de armas y fuerzas convencionales de proyección global. Como escribía el polémico columnista William Pfaff, pocos meses después del 11 de septiembre (International He raid Tribune, 7 de enero de 2002): "A comienzos del año 2002, el mundo se encuentra en una situación sin precedentes en la historia de la humanidad. Una sola nación, Estados Unidos, goza de un poder militar y económico sin rival y puede imponerse prácticamente en cualquier sitio. Incluso sin recurrir a las armas nucleares, Estados Unidos podría destruir las fuerzas militares de cualquier otra nación del planeta. Si quisiera, Estados Unidos podría imponer un quiebre social y económica completo a cualquier otro país. Ninguna nación ha tenido nunca un poder semejante, ni una invulnerabilidad comparable". Otro indicador de este globalizado y duro poder militar se observa en el campo de la seguridad. Estados Unidos es el único país que dispone de un aparato militar con el cual ejerce un dominio global sobre todos los espacios comunes: el mar, el cielo y el espacio. "El dominio de estos espacios comunes otorga a Estados Unidos un potencial militar que puede ser movilizado al servicio de una política extranjera hegemónica muy superior a la de cualquier potencia marítima conocida en el pasado". Como es bien sabido estos espacios comunes no hacen parte de la soberanía de ningún país y conforman las principales vías de circulación y de acceso del mundo. "El predominio que ejerce en estos espacios constituye un factor militar clave en el predominio global de Estados Unidos"106. 106. Posen Barry, "La maltrisse des espaces, fondement de l'hégémonie étrangére, primavera de 2003. mili taires des Etats uiiis" en Politiqiie étranvére, primavera de 2003.
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Como quedó demostrado durante el conflicto de Kosovo, la potencia del Norte puede bombardear blancos específicos e infringir grandes daños al enemigo desde una altura de 50 mil pies, lejos del alcance de las baterías antiaéreas, sin arriesgar la vida de sus soldados. De acuerdo con la tipología de Nye, la segunda dimensión del poder internacional es la económica.. También en este campo Estados Unidos dispone de una sensible supremacía. Según .datos de ia revista británica The Économist del 23 de noviembre de 2002, Estados Unidos con el 4,7% de la población mundial genera el 23,5% del producto mundial, y en los años del boom económico (1995 y 2001), el crecimiento de su economía representó el 64% del incremento registrado por la economía mundial. Su poderío económico es de tal magnitud que equivale al de tres potencias tan importantes como Japón, Alemania y Francia juntos, a lo que se suma el hecho de que casi la mitad de las mayores empresas mundiales son de origen norteamericano. Evidentemente el poderío económico constituye una premisa muy importante, pero por sí solo no es una condición suficiente como para que este país pueda empinarse al rango de potencia global. Este es un postulado aún más evidente cuando se tiene en cuenta que tendencialmente se asiste a un declive del poderío económico de la potencia del Norte. A finales de la década de los cuarenta, con sólo el 7% de la población mundial, Estados Unidos poseía el 42% de los ingresos del mundo, representaba la mitad de la producción manufacturera mundial y disponía de las tres cuartas partes de las reservas de oro del globo. Mientras el ingreso per cápita de un norteamericano alcanzaba los US$ 1.450 en 1949, el segundo grupo de países que lo seguía, entre los que se encontraban Canadá, Gran Bretaña, Nueva Zelanda, Suiza y Suecia, oscilaban entre los US$ 700 y los US$ 900107. Ciertamente, el poder económico que actualmente detenta Estados Unidos es bastante menor al de hace cincuenta años. Ello indica un serio punto de debilidad de la gran potencia del siglo XXI, más aun cuando en este nivel ha visto aparecer serios competidores, como son la Unión Europea y, en menor grado. China y Japón. Conviene recordar que las ampliaciones que ha experimentado la Unión Europea en los últimos años la han convertido en la primera zona económica del mundo, y de proseguirse la tendencia a la profundización de este experimento integrador, al. cabo de pocos años el mundo dispondrá de un coloso económico superior a Estados Unidos. En este campo EE.UU. evidencia además grandes desequilibrios y vulnerabilidades. Su déficit presupuestal asciende a US$ 500 mil millones anuales y
107. .¡ames PaUerson, "Estados Unidos desde 1945" en Michael Howard y W. Roger Louis, Editores, Historia Oxford del siglo XX, Barcelona, Planeta, 1999, p. 270.
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dispone de una exorbitante deuda externa. Japón tiene reservas de divisas que rondan los US$ 750 mil millones, la mayor parte de los cuales está conformado por letras del tesoro americano a corto plazo. Otro conjunto de países, como China, Hong Kong, India, Corea, Singapur y Taiwán tienen en conjunto otros US$ 1,1 billones (El País, 8 de abril de 2004). La esfera económica plantea también otro desafío el cual tiene importantes repercusiones en el campo militar y en los dispositivos de seguridad. A nivel de la alta tecnología militar, Estados Unidos no es completamente autosuficiente y se encuentra en una compleja interdependencia con los demás p.aíses altamente industrializados. "Como la campaña de Afganistán demostró, buena parte de la mejor tecnología de defensa de Estados Unidos es producto de compañías comerciales de alta tecnología que proveen muchos de los equipos que conforman las aeronaves teledirigidas, las cámaras aerotransportadas, los satélites, el equipo manual de sistema de posicionamiento global, así como el equipo de telecomunicaciones e integración de sistemas. Muy pocos de estos equipos se producen actualmente en un complejo militar industrial aislado dentro de los límites de Estados Unidos, como ocurría durante la guerra fría". Al respecto, Michael Hirsh concluye que "para mantenerse al día en términos de defensa, Estados Unidos depende, como nunca antes, de la estabilidad y apertura de la economía internacional"108. La tercera dimensión del poder en las relaciones internacionales consiste en el poder soft, es decir, "la capacidad de conseguir lo que uno quiere atrayendo a los otros, en lugar de amenazándoles o pagándoles. Está basado en la cultura, los ideales políticos y las medidas políticas" y en "organizar la agenda política de forma que configure las preferencias de otros", al decir de J. Nye ("El poder blando y la lucha contra el terrorismo", El País, 28 de abril de 2004), o sea, las variadas actividades no estatales que intervienen en la configuración del mundo, como los acuerdos internacionales, las instituciones internacionales, los intercambios comunicacionales, culturales, etc., actividades que escapan al control que ejercen los gobiernos. En este plano, Estados Unidos desempeña igualmente un papel de primer orden. Hace algunos años el analista norteamericano de origen polaco, Zigmunt Brzezinski109 definía a Estados Unidos como una sociedad global porque es el país que realiza más del 65% de las comunicaciones mundiales y ha logrado además unlversalizar su modo de vida, sus técnicas, sus productos culturales, sus modas y tipos de organización.
IOS. Michael Hirsh, "El mundo de Bush" en Foreign Affairs en español, otoño-invierno de 2002, p. 39. 109. Zbigniew Brzezinski, El gran tablero mundial. La supremacía estadounidense y sus imperativos geoestratégicos, Barcelona, Paidós, 1998, pp. 19-38.
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No es casualidad, por tanto, que en los diferentes confines del mundo, el acceso a la modernidad se identifique con la imitación del estilo de vida norteamericano. Como advierte Gilíes Kepel, en el Medio Oriente "se ha construido una curiosa relación con Estados Unidos en nuestro universo globalizado: la desconfianza que proclaman se mezcla con una fuerte atracción, el rechazo del modelo con la admiración por la democracia de la que la mayor parte de las sociedades del mundo musulmán siguen estando-privadas, la reivindicación de la especificidad cultural con un deseo irreprimible de reconocimiento y de participar, en pie de igualdad, en la cultura universal"110. Visto el problema desde una perspectiva planetaria, un analista noruego hace poco sostenía que "la cultura estadounidense se está convirtiendo en la segunda cultura del mundo entero. No suplanta necesariamente las tradiciones locales, pero sí activa un cierto bilingüismo cultural"111. A ello podemos agregar que el inglés se ha convertido en la lengua franca del mundo, y del inglés provienen los términos especializados que se utilizan cada vez en campos más amplios y en las distintas lenguas. Las universidades estadounidenses se han convertido en escuela de formación para las élites políticas y económicas de buena parte del mundo y en 2000 en ellas laboraban más de 500 mil expertos extranjeros. Los Estados Unidos han desempeñado igualmente un papel de primer orden en la creación dé las industrias culturales, en la transformación de la cultura en un bien comercial y, a través de ella, en la creación de una conciencia cultural planetaria que ha tenido en los jóvenes, los adolescentes y los niños sus principales objetivos. Pero, esta intensificación de mecanismos y circuitos de globalización por los cuales propende la sociedad norteamericana no es un asunto exclusivamente "externo". También se realiza en el interior mismo de esta sociedad. Como recuerda el analista francés Alain Mine, Estados Unidos se ha convertido en una particular forma de sincretismo. Una inmigración de todas las procedencias, el aumento de los hispanos, el calidoscopio étnico, la impresionante irrupción de los asiáticos en la cúpula de la universidad y la investigación: el "nuevo mundo". es ya "otro mundo". "Mañana las élites políticas, económicas y mediáticas serán colonizadas por esos estadounidenses del tercer tipo. Pero, con los hindúes en vez de los judíos, los chinos reemplazando a los WASP y los hispánicos sustituyendo a los católicos irlandeses, ¿cómo podemos pensar que Europa seguirá siendo el alma mater de los estadounidenses? Todas discrepancias entre una Europa que congela los viejos valores occidentales y un Estados Unidos cuyos
110. Gilíes Kepel, Crónica de una guerra de Oriente, op cit, p. 15. 111. Citado en Joseph Nye, Op. cit, p. 108.
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códigos resultan de una extraña alquimia, síntesis improbable de ios sistemas culturales que cuadriculan su territorio y su imaginario" (Alain Mine, "Mitos y realidades entre Europa y Estados Unidos", Clarín, 10 de noviembre de 2003). No debemos, sin embargo, ensalzar este sincretismo cultural norteamericano. En condiciones como las actuales cuando adquiere alta visibilidad una concepción conservadora de la sociedad, el polémico Samuel Huntington ha encontrado un nuevo enemigo a quién, demonizar. el inmigrante latino. De acuerdo con Jeffrey Sachs, buena parte del respaldo que tiene Btish procede de hombres blancos cristianos fundamentalistas: un grupo social que libra una batalla en retirada contra el creciente poder social de las mujeres, ios inmigrantes, otras religiones y el laicisismo, como la enseñanza de la biología moderna y la teoría evolutiva ("El declive de Estados Unidos", El País, 8 de abril de 2004). Estados Unidos también ha desempeñado un papel fundamental en la consolidación de un ambiente globalizado en la cultura y en las comunicaciones. Estados Unidos no sólo produce bienes culturales mundiales (videos, películas, música, etc.), sino que también ha asumido el liderazgo en la creación de medios de comunicación con perspectiva mundial. Es en Estados Unidos donde se han creado numerosos canales privados de televisión que piensan el mundo como un solo mercado y se presentan ante él como emisiones "no nacionales", sino globales. Estados Unidos es una potencia global en la medida en que extiende su dominio precisamente a lo largo y ancho de estos- tres niveles, De acuerdo con los condicionantes geoespaciales, sean estos de naturaleza política, económica, financiera o cultural, Estados Unidos cumple la función de una inédita potencia global en tanto que sus actividades y su radio de influencia gravitan en las distintas regiones del planeta (Asia, América, Europa, Medio Oriente y Asia Central), zonas donde se "territorializan" numerosos circuitos globalizados, lo cual, por las interpenetraciones que ellos generan, dota igualmente a la potencia del norte de un poderío global. "¿Qué otra palabra, sino 'imperio' -escribe Michael Ignatieff- sirve para describir una cosa asombrosa en la que se está convirtiendo Estados Unidos? Es la única nación que vigila el mundo por medio de cinco mandatos militares mundiales, mantiene más de un-millón de hombres y muieres en amias en cuatro continentes; despliega grupos de combate sobre portaviones que vigilan todos los océanos; garantiza la supervivencia de países, desde Israel hasta Corea del Sur; dirige el comercio mundial y llena ios corazones y las mentes de todo un planeta'con sus sueños y deseos (...) El imperio de Estados Unidos no es como los imperios de antaño, levantados en base a colonias, conquistas y la carga del hombre blanco. El imperio del siglo XXI es una nueva invención en los anales de la ciencia política, un imperio light, una hegemonía mundial cuyos marchamos de calidad son los mercados libres, los derechos humanos y la democracia,
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vigilados por el poder militar más imponente que el mundo ha conocido nunca" ("La carga de EE.UU.", El País, 8 de febrero de 2003). Si desde finales de la segunda guerra mundial, Estados Unidos era una indiscutida potencia en el continente americano, el principal garante de la seguridad europea (OTAN), el más importante factor de equilibro en el Asia-Pacífico y ana probada potencia en eí Medio Oriente., tal como ha quedado documentado con dos sendas guerras que ha librado en la región (la del Golfo de 1991 y la de Irak en 2003) y con las innumerables alianzas que ha construido con países de la zona, a ello se ha sumado recientemente el hecho de que, con posterioridad al 11 de septiembre de 2001, a raíz de la guerra contra los talibanes en Afganistán, pasó a asumir un papel protagonice en Asia Central. "Sus fuerzas militares cubren hoy un arco que va desde Turquía a Pakistán, pasando por Arabia Saudí, todos los emiratos y sultanatos del Golfo, Afganistán, Tayikistán, Kirguistán y Uzbekistán, además de la estratégica isla de Diego García en el Indico" {El País, 22 de abril de 2003). Sus fuerzas militares tienen presencia de modo permanente en un total de 41 países (1.5 europeos, 13 asiáticos, 7 del Golfo y 6 latinoamericanos). África, por el momento no entra del todo dentro de sus cálculos, no obstante el hecho de que la región está siendo sacudida por numerosos conflictos que han costado la vida a 3 millones de civiles en Congo-Kinshasa, 300 mil personas en Burundi, 200 mil en Sierra Leona, tanto como en Liberta y 500 mil en Angola. Sin embargo, África cada vez adquiere mayor visibilidad por el interés energético que representan algunos de estos países, No obstante el hecho de que Estados Unidos tiene presencia eSi todos los principales continente, la intensidad y el modo de realización de su supremacía varía de uno a otro. En América Latina goza de una evidente preeminencia, situación que ni la díscola Cuba de Castro sai la errática Venezuela, de Chávez logran empañar. Claro que conviene tener en cuenta que en condiciones como las actuales, cuando el principal mecanisrno de atra.ctividad que ejerce Estados Unidos sobre la región -el económico- se ha tornado difuso, esta preeminencia se encuentra parcialmente debilitada. Con todo, cuando así lo requiera, la Casa Blanca puede restablecer de inmediato su supremacía. En Europa y en el Asia-Pacífico es un consensuado factor de equilibrio intrarregional y uno de los principales eslabones y referentes que conectan a dichas regiones con eí resto del mundo. Esta aserción adquiere mayor importancia en el caso del primero, puesto que la mayor parte de los países que ingresaron el 1 de mayo de 2004 han. hecho gala de un acentuado pronorteamericanismo. En-Asia Central, no obstante ser una recién estrenada potencia, su capacidad para ejercer aíractivioaci ha ido en constante aumento, lo que ha llevado a que el
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gendarme histórico de la región -Rusia- para realizar sus funciones e intereses tenga que ajustarse a los lineamientos de la política norteamericana. La única región, de relativa significación, donde Estados Unidos tiene presencia pero donde no ha podido realizar plenamente su hegemonía es el Medio Oriente. Esto, además del petróleo, explica en alto grado la atención que los gobiernos norteamericanos le han brindado a la región. Para Gilíes Kepel el problema es que el 11 de septiembre demostró que el sistema de alianzas que Estados Unidos había creado en la región, tras la Segunda Guerra Mundial, ya no era operante. Más aún cuando este sistema se estructuraba con base en una alianza privilegiada con Arabia Saudita, país de dónde provenía la mayor parte de los piratas aéreos que realizaron los ataques el 11 de septiembre. Para los dirigentes norteamericanos, "el ataque contra Irak es una forma de responder al 11-S, de cerrar algo que se abrió en 1979, cuando se produce la revolución islámica en Irán. EE.UU. reaccionó de dos maneras: por un lado, animó a Sadam Husein a luchar contra Irán, entre 1980 y 1988. Le arman, le dan dinero, le aconsejan. Por otra parte, está la Yihad en Afganistán, que pretende convertirse en un Vietnam para la URSS y, además, es una forma de proporcionar una alternativa a la propaganda iraní, que quiere lanzar el Islam contra EE.UU. En 1989 podemos creer que esta guerra por persona interpuesta ha sido un éxito: Irán firma un armisticio con Sadam en 1989, en febrero de 1989 el Ejército Rojo deja Afganistán. Se puede pensar que, 10 años después de la revolución iraní, el peligro está controlado, que una especie de orden americano Saudita reina en la región. Pero Estados Unidos ha alimentado una serpiente que va a morderle. Sadam Husein, que ha animado a hacer la guerra, está arruinado y, ante las constantes reclamaciones económicas kuwaitíes, acaba por invadir este país en 1990 y esta invasión va a dar a los militantes de la Yihad, formados en los campos de Afganistán y Pakistán, la voluntad de romper con Arabia Saudita. Los noventa son la expresión del conflicto no arreglado de los ochenta: Irak arruinado, que ataca Kuwait, se convierte en un problema mayor y los yihadistas se enfrentan a EE.UU. y Arabia Saudita. Todo esto acabará con el estallido del 11S. Cuando EE.UU. dice que hay una relación entre Bin Laden y Sadam no convence a nadie, salvo a Aznar y Blair. No hay lazos concretos fuertes, pero, desde el punto de vista estadounidense, tiene un sentido relacionar a los dos: para ellos, suprimir a Sadam significa terminar el trabajo que no concluyeron en 1991, y quiere decir crear un orden nuevo en Oriente Próximo cuya dinámica significaría acabar con los factores económicos y sociales que provocaron el 11-S. La ofensiva estadounidense, en la mente de los conservadores, significa un proceso que comenzó con la Revolución iraní, es cerrar una caja de Pandora" ("Para EE.UU., el ataque a Irak es una forma de responder al 11-S", El País, 16 de marzo de 2003).
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Es dentro de este marco como puede entenderse el sentido de la recente intervención en Irak. Es importante valorar la utilidad funcional que representa un Irak aliado de Washington dentro de sus designios. Estados Unidos ooza de presencia pero no ha logrado realizar su dominación en el Medio Oriente En este sentido, un Irak pro americano puede servir para alcanzar otros Unes más ambiciosos: podría representar mía gran oportunidad como bastión para recons truir el conjunto del Medio Oriente. Para el mencionado orientalista galo, el terrorismo islámico se ha beneficiado de la pasividad y de la complicidad de sectores enteros de la sociedad e incluso de algunos círculos influyentes saudíes. Para evitar la amenaza del terrorismo es menester sacar a la región del estado de estancamiento social en el que la han sumergido los regímenes que acaparan la renta petrolífera y que engendran frustraciones de donde emanan el resentimien to y la violencia. "El sistema Saudita no es un buen candidato para este fin y el de Egipto no es mucho mejor: en Washington se cree que la renovación que pondrán a Oriente Próximo en el camino de una globalización virtuosa y del despegue económico vendrá del Irak liberado. En efecto, Irak dispone de una combinación de tres bazas únicas en las región, mientras .que sus vecinos, como mucho, poseen una: el petróleo, agua (del Tigres y Eúfraics) y unas clases me dias urbanas numerosas y competentes" (Gilíes Kepel, "Desgraciado San Valentín", El País, 18 de febrero de 2003). ". Es muy tentadora la identificación que realiza Ignatieff con Estados Unidos con un imperio light, porque en realidad este país representa una modalidad nueva de ejercicio del poder que para nada es colonialista en el sentido usual del término, porque su poder no tiene un sustrato territorial, no tiene limes. El politólogo norteamericano Joseph Nye advierte que Estados Unidos tampoco "es un imperio a la manera de los imperios de los siglos XIX y XX porque el elemento central de ese imperio era el poder político. Aunque es cierto que hay relaciones desiguales entre los EE.UU. y potencias más débiles, que pueden llevar a la explotación, el término "imperial" no sólo es inexacto, sino engañoso en ausencia de un control político formal"'' ("¿Es EE.UU un imperio?", El Mercurio, 7 de febrero de 2004). Uno de los principales cambios que introdujo el advenimiento de los Estados Unidos como potencia mundial y posteriormente global ha consistido precisamente en su capacidad para ejercer su. dominio espacial n través del control de las nuevas redes de interconexión y, en ese sentido, adaptarse a formas de 'dominación más sutiles. Comparando la Unión Soviética con los Estados Unidos, el analista francés Bertrand Badie precisaba hace algunos años que mientras la primera '"defendía una concepción clásica, territorial y político militar del poderío, Estados Unidos desplegaba una capacidad desterritorializada, sistémica, ali-
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mentada de relaciones informales que daban origen a un juego de redes'"112. No fue casualidad que la guerra fría culminara con el triunfo apabullante del segundo. Y es que el dominio territorial ya no es condición suficiente del poder. La Rusia actual posee d 11,2% del territorio mundial, pero el 2,3% de la población y el 1,1% del PIB mundial. En el proceso de reconversión de Estados Unidos en una potencia global más o rueños integral han intervenido dos tipos de factores. De una parte, un papel muy importante le ha correspondido a so ideología. Al respecto, George W. Bush, en su alocución de West Point de 2002 declaró que "Estados Unidos no tiene imperio que extender ni utopía que establecer (...) no tiene ambiciones territoriales (...) No buscamos un imperio. Nuestra nación está comprometida con nuestra libertad y la de los demás". Para entender el sentido de esta declaración conviene recordar las palabras del historiador británico Eric Hobsbawm, quien, en una entrevista, hace algunos años precisaba que Estados Unidos constituye un "poder revolucionario basado en una ideología revolucionaria (...) que se impuso el objetivo de transformar el mundo en una determinada dirección"1 H. Con ocasión de la intervención en Irak, el mencionado historiador amplió su sugestiva tesis sobre la pretensión uní versal izante de la potencia del norte mediante una comparación con la Gran Bretaña del siglo XIX. "El imperio británico- tenía un objetivo británico y no universal, aunque, naturalmente, sus propagandistas le encontraban también motivos más altruistas. La abolición de ia trata de esclavos servía de esta manera para justificar el poderío naval británico, así como los derechos humanos generalmente sirven para justificar el poderío militar norteamericano. Al igual que la Francia y la Rusia revolucionaria, los Estados Unidos representan un gran poder fondado en una revolución universalista y, por ello, animado por la idea de que el resto del mundo debe seguir su ejemplo, incluso que debe liberarlo"114. De acuerdo con la sugestiva tesis del historiador británico, todas las revoluciones con pretensión universal, como en efecto, fueron la norteamericana, la francesa y la rusa, se han hecho portadoras de actitudes mesiánicas de salvación del mundo. Estados Unidos asume esta función porque es una potencia "ilustrada''", que aboga por la creación de una tínica civilización mundial en la que las variadas tradiciones y culturas del pasado quedaran superadas por una comunidad nueva y universal basada en la razón, porque promueve la idea de que el libre mercado conducirá a ia modernización económica y porque reconoce una
112. Bertrand Badie, "De la souveranité á la capacité de l'Etat" en Marie-Claude Smouth, Les nouvelles relations internationales. Pratiques et théories, París, Presses de Science Po, 1998, pp. 48-49. i 13. Eric Hobsbawm. Entrevista sobre el siglo XXI, op. cit... p. 66-67. 114. Eric Hobsbawm, "Oü va l'Empire américain" en Le Monde Diplomatique, Pans, junio de 2003.
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"interpretación de la globalización económica —la expansión de la producción industrial en economías de.mercado interconectadas en todo el mundo— como el avance inexorable de un único tipo de capitalismo occidental: el del libre mercado estadounidense'"''"1. Desde una posición ideológica distinta a la de Hobsbawm, pero similar a la de Gray, el analista norteasen carie Roben llagan, participa de la misma convicción. "Desde la Independencia, e incluso antes, los estadounidenses siempre compartieron una creencia común relativa, al gran destino de su nación (...) Para aquellas primeras generaciones de estadounidenses, la promesa de la grandeza nacional no era una mera esperanza reconfortante, sino una parte integral de la identidad del país, indisolublemente unida a la ideología nacional. Tanto ellos como Sas generaciones que les sucedieron creían que Estados Unidos estaban llamado a convertirse en una gran potencia, quizá la más grande de todas, porque los principios e ideales sobre los que se habían fundado eran incuestionablemente superiores no sólo a las corruptas monarquías europeas de ios siglos XVIÍÍ y XIX, si.no también a las ideas que habían conformado naciones y gobiernos a través de toda la historia de la humanidad. Así pues, los estadounidenses han sido siernpre internacionalistas, pero con un internacionalismo que., a su vez. no es sino un subproducto de su nacionalismo. Cuando los estadounidenses buscaban legitimación a. sus acciones en el exterior, no la buscaban en las instituciones supranacionaies, sino en sus propíos principios. Ello explica que siempre haya sido tan fácil para tantos estadounidenses creer, como muchos de ellos lo hacen todavía, que el avance de sus propios intereses implica el avance de los intereses de la humanidad. Corno dijo Benjamín Franklin: 'La causa de Estados Unidos es la causa de todo el género humano'"' ("Desafío a la potencia hegemónica", El País, 30 de marzo de 2003). El otro factor que explica las razones de por qué Estados Unidos mantiene el propósito de ubicarse por encuna de las demás naciones hunde sus raíces en las profundidades mismas de su historia nacional. El mismo Roben Kagan lo explica claramente cuando escribe: ""Es un hecho objetivo que los estadounidenses han ido extendiendo su poder e influencia incluso desde antes de fundar su propia nación independiente. La hegemonía que Estados Unidos estableció dentro del. hemisferio occidental en el siglo XIX ha sido una característica permanente áe la política internacional desde entonces. La expansión de la estrategia de Estados Unidos,, que llegó a Europa y al Extremo Oriente en la Segunda Guerra Mundial nunca ha dado marcha atrás (...) El fin de la guerra fría se consideró por parte de los estadounidenses corno una oportunidad de no reple-
J l ' í . John Gray. Falsa amanecer, Barcelona, Paidós. 2000, p. J 4 .
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garse, sino de ampliar su influencia; de extender hacia el este, hasta Rusia, la alianza que lideraban; de fortalecer sus relaciones con aquellas naciones del Extremo Oriente que estaban en vías de democratizarse; de fomentar sus intereses en partes del mundo como Asia Central, cuya existencia ni siquiera conocían muchos estadounidenses. El mito de la tradición aislacionista de Estados Unidos, es notablemente persistente, pero no deja de ser un mito. Por el contrario, la expansión, tanto de su territorio como de su influencia, ha constituido la incuestionable realidad de la historia estadounidense, y no ha sido una expansión inconsciente"116. De estos dos fragmentos que hemos citado de Kagan podemos extraer dos tesis adicionales igualmente sugestivas que ayudan a entender el actual papel de Estados Unidos en el mundo, sobre las cuales volveremos más adelante. La primera es la idea de que su acendrado nacionalismo nutre el internacionalismo y la otra es el cuestionamiento del mito del aislacionismo, de hecho, muy pocas veces practicado. Ambas tesis explican el compromiso de Estados .Unidos con el mundo, el cual debe evolucionar a su imagen y semejanza. Este cúmulo de factores histórico-ideológicos constituye un conjunto de principios que comparte la mayor parte de la élite dirigente y la sociedad estadounidenses, con total independencia de los colores políticos o las posturas ideológicas o religiosas. Se presentan diferencias, sin embargo, en los procedimientos y en los mecanismos de realización de esta anhelada universalidad. ¿Globalidad o dominación? Los restos, desafíos y oportunidades que enfrenta Estados Unidos en su calidad de potencia global y su pretensión universalista ayudan a entender mejor la tensión que tiene lugar dentro de la clase política norteamericana. Esta se encuentra frente a una enorme disyuntiva en cuanto a la posición a adoptar de cara a la globalización y también al sistema mundial: mientras un sector —generalmente demócrata- identifica el futuro de la posición líder de su país más comprometido con el progreso interdependiente que suscita la globalización, lo que le implica mayores compromiso con todo los países del mundo, otro sector, predominante entre los tomadores de decisión en la actual administración, sin pretender desglobalizarse ni automarginarse de los actuales circuitos de compenetración, se propone reconstruir el orden mundial de una manera tal que Estados Unidos pueda seguir preservando su completa independencia, conserve su amplia supremacía y evite los efectos disruptivos externos y globalizantes que perturban su sociedad.
116. Robert Kagan, "Power and Weakness" en Policy Review N. 113, junio de 2002.
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Esta variabilidad de posiciones y de actitudes es quizás el último movimiento -un allegro, por supuesto, briosso- de lo -que ha significado para Estados Unidos y para el resto del mundo la gran pieza musical de Westfalia La tensión entre estas dos postura es muy sutil, pero profunda. No representa una vuelta atrás a la histórica contradicción, muchas veces declarada pero pocas veces nncticada, entre el aislacionismo y el internacionalismo. Constituye más bien una discordancia entre dos propuestas orientadas a realizar el compromiso de los Estados Unidos con el mundo, pero con énfasis diferenciados: o la gran potencia evoluciona en un sentido que le permita conducir y interiorizar una globalización que, a veces, pareciera estársele saliendo de las manos y sigue siendo en el futuro cercano una potencia global, aun cuando diste de alcanzar el ejercicio de un dominio global, o intenta tomar distancia de estos circuitos para reconstruir desde su país todo el inmenso andamiaje globalizante. Esto último se alcanzaría mediante el fortalecimiento de aquellos ámbitos que son considerados como vitales por parte de las autoridades de la misma potencia norteamericana, pero levantando grandes muros de contención contra aquellos segmentos y circuitos que sean evaluados en términos negativos. El carácter tenue de esta tensión radica en que ambas propuestas no son antagónicas o excluyentes; se diferencian en términos de sus enunciados. De triunfar esta segunda postura la globalización no se revertirá, pero Estados Unidos perderá muchos de los atributos que lo han convertido en una potencia global y se aproximará a lo que se entiende de modo tradicional por una potencia clásica, más asociada al pasado que al futuro, al nacionalismo que al internacionalismo, al aislacionismo que a un mayor compromiso con el mundo. Es en este punto donde las dos tesis que antes destacábamos del planteamiento de Robert Kagan adquieren toda su importancia y significación. Y es que no sólo Estados Unidos se está jugando su destino con el mundo; éste también se encuentra frente a la misma disyuntiva. La tensión, por tanto, no es solamente estadounidense, es planetaria, razón por la cual se hace más urgente encontrarle una salida que mancomune las distintas voluntades. Esta tensión sobre cómo debe Estados Unidos asumir la redefinición de su política internacional transcurre paralelo al salto que se ha presentado en dos ciclos de la globalización, es decir, la fase sincronizada (1989-2000) y la colisión de globalizaciones, que debutó con los eventos del 11 de septiembre de 2001, sin saberse por el momento cómo se adaptará al ciclo que se estrena con el 14 de marzo español. Si el anterior ciclo de la globalización coincidió con el mandato del demócrata Bill Clinton, la actual fase debutó en los primeros meses del gobierno republicano de George W. Bush. Esta coincidencia, que no es del todo fortuita, resulta ser un asunto importante puesto que se presentan mutuas retroalimentaciones
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entre la voluntad que expresan estas autoridades con la lógica, implícita del correspondiente ciclo globalizante. La anterior administración entendía la importancia que para Estados Unidos y el mundo tenía el fortalecimiento de la globalización y, a su vez, la intensificación y sincronización de ese fenómeno durante ese lapso favorecía, la enunciación de este tipo de posiciones. La actual administración, por su parte, más estadounidense que global en sus definiciones e intereses, se desenvuelve en un contexto en el cual prolifera el desencanto y se multiplican los temores a un mundo más interdependiente e imíerconectado. En el caso de que tras las elecciones presidenciales de noviembre de 2004, los neoñmdamentalistas se lleven ios palmares de la victoria, muy probablemente se ampliará la colisión de intereses entre Estados Unidos, de un parte, y aquellos países y agentes transnacionales, de la otra, los cuales, luego del punto de inflexión español, han sembrado la semilla para una evolución del planeta hacia posiciones cosmopolitas. En un escenario tal, proseguirá el choque de globalizaciones, pero no en tanto que tendencias, sino de proposiciones,. Todo deja entrever que, si por el contrario, triunfan ios demócratas, la posición cosmopolita encontrará nuevos asideros para su realización, con lo cual quedaría definitivamente cerrado el ciclo inaugurado el 11 de septiembre. Esta tesis se basa en el hedió de que en cuanto a su posición frente al mundo, el gobierno de Clinton se caracterizó por conjugal elementos realistas y liberales en la actuación internacional de su país. Bill Clinton expresó elocuentemente su manera de entender el papel de Estados Unidos cuando aseveraba que su política exterior era una forma de política interior mundial. No fue casualidad que luego del arribo del candidato demócrata a la Casa Blanca se creara, una subsecretaría de asuntos globales en el interior de la Secretaría del Departamento de Estado. El"sentido intrínseco de su estrategia se caracterizaba por un interés en intentar armonizar la conservación del predominio norteamericano en el mundo con un énfasis en la expansión de los mercados y la propagación de la democracia, principios que debían conducir a un mundo más integrado y seguro. No fue una mera coincidencia que la prestigiosa revista Foreign Policy lo caracterizara como "el presidente de la globalización", entre otras, porque hizo" que la OTAN incorporara nuevos países, oriento la. APEC nacía una zona de libre comercio, le dio alta prioridad en su política internacional a los asuntos medioambientales y mantuvo un fuerte compromiso con la democracia, y la solución de situaciones explosivas de la agenda, internacional. El historiador Paul Kennedy recientemente recordaba una sentencia, de Clinton, la. cual expresa claramente el trasfondo de su filosofía: el desafío verdaderamente importante para los líderes estadounidenses consiste en crear "sin mundo con reglas y asociaciones y hábitos de conducta en el que nos gustaría vivir cuando ya no seamos la
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superpotencia militar, política, y económica" del planeta" ("De Clinton a Bush, un abismo", Clarín, 29 de enero de 2004). Si retomarnos la tipología planteada por Joseph Nye de las tres dimensiones en las que se realiza el poder en las relaciones internacionales (militar, económico y soft), se puede observar que la anterior administración demócrata se inclinaba per ío mentar la segunda y tercera dimensión áeí poder y optaba por reducir el peso de! duro poder militar. No fue un accidente que durante esos gobiernos el presupuesto militar se redujera con respecto al PÍB. Esa orientación política sufrió un giro radical con el advenimiento del gobierno republicano en enero de 2001, y particularmente luego del ataque terrorista a las Torres Gemelas y al edificio del Pentágono. Como asegura Robert Kagan, "El 11 de septiembre no cambió a Estados Unidos; sólo lo hizo más estadounidense"' ("Desafío a la potencia hegemónica", El País, 30 de marzo de 2.003). A diferencia del compromiso del antecesor en los asuntos mundiales (organización e institucionalización de una economía mundial abierta, apoyo a procesos de paz en Irlanda del Norte y el Medio Oriente, intermediación en los conflictos yugoslavos, etc.), el nuevo equipo en el poder ha sustituido la anterior política interior mundial por una política exterior localizada, que sin ser aislacionista, ha derivado en una variante: el intervencionismo unilateral. Entre los factores que ayudan a entender este cambio de orientación de la política internacional de Estados Unidos un papel central le corresponde nuevamente a la historia y a la misma globalización. Como adecuadamente argumenta Alessandro Portelli'''', en un penetrante artículo publicado por una polémica revista italiana, el escaso conocimiento del resto del mundo por parte de la opinión pública y de los grupos dirigentes de Estados Unidos es el producto de una visión históricamente radicada en su propia colocación geopolítica: la combinación de aislamiento geográfico original y de superpotencia actual hace que Estados Unidos sea objeto de la tentación de convencerse que no tiene necesidad del resto del mundo. En el presente, la vieja distinción entre asuntos internos y externos prácticamente ha desaparecido. En un inundo globalizado, los acontecimientos y las situaciones que tienen lugar por fuera de los confines de América tienen un impacto mayor en el plano interno. Estados Unidos está convencido de que sus intereses son los de] mundo entero y se prepara a traslapar sus propias preferencias al.resto de naciones pues considera que tiene que asumir ésta responsabilidad para con los demás. En cualquier caso esto no es una cuestión de hipocresía: es muy fuerte en Estados Unidos la convicción de que los intereses propios coinciden con los intereses generales, porque es fuerte la sensación que
í 17. Alessandro Porteíili. "La cultura de Bush" en La Rivisia del Manifestó, N. 33. noviembre de 2002.
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entre sí y el mundo no existen fronteras. Si Estados Unidos no tiene confines que lo contengan, entonces corre el riesgo de no tener confines que lo protejan. Por eso, el gobierno de Bush ha procurado dotarse de nuevos límites. El cambio semántico de un peligro inminente por un peligro en potencia significa que no es más necesario que el enemigo haga o intente hacer alguna cosa para convertirse en objeto de la acción preventiva. Basta con que se encuentre en grado de hacerlo, que sólo tenga la intención, que pueda tenerla en el futuro, para que se convierta en una amenaza potencial. La propuesta básica del equipo republicano que actualmente ocupa la Casa Blanca consiste, por tanto, en levantar nuevos limes entre su país y el resto del mundo. Como esta tarea es imposible de realizar desde un punto de vista geográfico o espacial, tanto por las condiciones naturales de Estados Unidos como por la intensidad que ha alcanzado la misma globalización, de la que la potencia del norte constituye uno de sus nervios centrales, la única alternativa consiste en recurrir a aquellos procedimientos políticos y militares que provocan nuevos mecanismos de contención. La guerra preventiva ha sido el principal procedimiento sugerido para producir ese divorcio {limes), ejercer un necesario control e intentar asegurar la conservación de su dominio. Es a partir de este tipo de consideraciones de naturaleza general que se puede entender el carácter revolucionario que propone asignarle el gobierno republicano a su actuación. Esta propuesta preventiva de la administración Bush no representa un proyecto reactivo, conservador o apegado a un anhelado y, hoy por hoy, irrealizable pasado. Conservador significa hacer todo lo posible para no cambiar las cosas y acomodarse en la preservación. Por el contrario, el de George W. Bush es un mandato, que comporta radicales propuestas dentro del espíritu de una nueva revolución conservadora. "Los neoconservadores -escribe Habermas- no oponen a la moral del derecho internacional ni el realismo ni el pathos de la libertad, sino una visión revolucionaria: si el régimen del derecho internacional fracasa, también estará justificado moralmente imponer de forma hegemónica, con más éxito, un orden mundial liberal; incluso cuando esa imposición se sirva de medios contrarios al derecho internacional. Wolfowicz no es Kissinger. Es más un revolucionario que un cínico del poder. Qué duda cabe de que la superpotencia se reserva actuar de forma unilateral y, en caso de necesidad, utilizar incluso preventivamente todos los medios militares disponibles para consolidar su posición hegemónica frente a los posibles rivales. Pero la ambición global de poder no es un fin en si mismo para los nuevos ideólogos. Lo que diferencia a los neoconservadores de la escuela 'realista' es la visión de una política estadounidense del orden mundial que ha abandonado las'vías reformistas de la política de derechos humanos de la ONU. No traiciona las metas liberales, pero rompe las ataduras civilizadoras que, con buenos motivos, la constitución
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de las Naciones Unidas impone a la realización de los fines" ("¿Qué significa el derribo de monumentos?", El País, 20 de mayo de 2003). En términos generales puede sostenerse que esta reacción republicana se propone dar marcha atrás a muchos de los principios que se incorporaron a la política en los últimos treinta años. Este revolcón cobra vida cuando se opta por la seguridad en detrimento de las libertades, cuando se desestiman algunos rasgos de la globalización realmente existente y se insiste más en sus peligros que en sus oportunidades, cuando se recurre a un keynesianismo de derechas, es decir, cuando se propende por aplicar unas políticas monetarias y-fiscales expansivas y cuando "se pone en práctica una política exterior basada en la doctrina del ataque preventivo que es una forma de activar su poderosa maquinaria militar" (Joaquín Estefanía, "La contrarrevolución permanente", El País, 28 de abril de 2003). El gobierno Bush constituye una reedición de la revolución conservadora, que en una versión anterior fue impulsada por Ronald Reagan en la década de los ochenta, en tanto que no sólo plantea una política exterior más beligerante, sino también porque con sus políticas está desafiando el capitalismo "moderado", elemento característico de esta nación durante todo el siglo XX. Para alcanzar este objetivo está empleando dos medios: la política de reducción de impuestos en condiciones en que incrementa el déficit. Como señala un historiador norteamericano, para los conservadores generar déficit es un asunto tolerable cuando se trata de realizar gastos militares, pero es una cuestión inadmisible si el objetivo consiste en mantener los servicios de la seguridad social. El otro medio empleado "para hacer volver a Estados Unidos al capitalismo no regulado anterior al siglo XX es cultivar una psicología de guerra, de manera que cualquier crítica a la política republicana conservadora se condena por considerarse una deslealtad en época bélica" (Gabriel Jackson, "¿Hacia dónde va EE.UU.?", El País, 13 de junio de 2003). Si retomamos nuevamente la tipología propuesta por el politólogo norteamericano Joseph Nye, podemos observar que la administración republicana ha introducido un cambio radical en la articulación de las dimensiones en que se sustenta el poder internacional: su estrategia se centra prioritariamente en la primera dimensión -el duro poder militar- y ha relegado las otras dos a un segundo plano. Esta escogencia obedece a que en el plano económico, Estados Unidos enfrenta serios competidores y su capacidad para imponer su voluntad se ha visto seriamente aminorada y la tercera dimensión constituye un ámbito en el cual actúan actores no estatales, los cuales se comunican y actúan sin ser obstaculizados, por la interferencia de ningún gobierno. En este nivel, el poder de los Estados se encuentra neutralizado. Esta transmutación de los ejes definidores de ia política exterior norteamericana, que ha marginado la dimen-
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sión mundial, por otra nueva de estirpe nacional, obedece a que este equipo en el poder maneja un proyecto de Estados Unidos y de inundo, que garantice la plena supremacía del primero por sobre el segundo. Quien mejor ha explicado estas nuevas coordenadas de la política exterior norteamericana durante la actual administración Bush ha sido CondoJeeza Rice, la Consejera de Seguridad Nacional, quien, en un articulo escrito antes del arribo de los republicanos al poder y que fue publicado por la revista Foreign Ajfairs en el invierno del 200 í, argumentaba sobre la necesidad del gobierno de actuar a partir del interés nacional de Estados Unidos y no de los intereses de una ilusoria comunidad internacional. Su tesis central se articula en torno a la idea de que Estados Unidos debe ocuparse de sus intereses nacionales, pero como éstos se encuentran diseminados por todo el globo, tiene que realizarlos en cualquier parte. "Los acuerdos con instituciones multilaterales no deben ser fines en sí mismos. Los intereses estadounidenses se promueven a través de alianzas fuertes y pueden alentarse en las Naciones Unidas y otras organizaciones multilaterales, así como con acuerdos internacionales bien concebidos. Sin embargo, muchas veces al gobierno de Clinton le ha preocupado tanto encontrar soluciones multilaterales a los problemas que ha firmado acuerdos que no tienen en sus miras los intereses estadounidenses"1^ , De esta tesis de Rice, pensamiento compartido por los oíros influyentes miembros del actual gobierno norteamericano., se desprende la idea, de que se debe recelar de los organismos internacionales, porque estos no siempre son facilitadores para la realización de los intereses nacionales de Estados Unidos. La importancia asignada a este predominio de los intereses norteamericanos es uno de los factores que explica porqué la administración Bush no estuvo dispuesta a suscribir el Tribunal Penal Internacional, desconoció acuerdos en que se había comprometido la administración anterior como el de Kyoto sobre el calentamiento del planeta, rehusó rubricar el Tratado de prohibición de minas antipersonas e incluso se opuso a los acuerdos de la OCDE sobre los paraísos fiscales. En el fondo, la divergencia más profunda entre estas dos administraciones — la demócrata y la republicana- se presenta "en relación con la globalización. Como señala Fierre Hassner, "la prioridad de Clinton era doméstica y global y la de Bush nacional e imperial" ("El diseño del nuevo imperio", El País, archivo, diciembre de 2002). Ambos gobiernos difieren en la medida en que el de Clinton se identificaba con el globalismo, es decir, constituía un intento de promover y
118, Condoleeza Rice, "'La promoción del interés nacional" en Foreign Áffairs en español, enero-febrero de 2001.
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profundizar la globalización, mientras que el de Bush se propone ejercer un control sobre la misma. Andrés Ortega, hace unos meses recordaba que en una comparecencia a mediados de febrero 2003 en la correspondiente comisión del senado estadounidense, los jefes de tres servicios de inteligencia, George Tenet (de la CÍA), el vicealmirante Lowell Jacob)/ (de la agencia de inteligencia de defensa -DÍA- del Pentágono) y Robeit MueHer III {.del FBI) coincidieron en su apreciación de los peligros que entraña Sa gíobalización. "Si ésta ha impulsado Ja economía, también se ha convertido en una grave amenaza para EE.UU., al facilitar el crecimiento de las redes terroristas, la proliferación de los conocimientos tecnológicos para fabricar armas de destrucción masiva, la multiplicación de Estados fracasado que tienen que hacer frente a crecientes problemas de insure;encia v el aumento del anti americanismo y de los rencores contra un EE.UU.. dominante" ("Imperio contra sjobalización". El País, 2 de marzo de 2003). De ello se puede inferir que esta toma de conciencia de los problemas que acarrea la gíobalización significa que no es tan real y sistemática la diferencia que antes se establecía entre incluidos y marginados de la gíobalización, pues los amenazados y beneficiados pueden encontrarse iodos del mismo lado. Estos intentos por establecer mecanismos de control sobre la gíobalización por parte del actual gobierno se observan, claramente cuando se tiene en mente que la actual administración ha emprendido acciones tales como la instauración de mayores controles a la inmigración lega!, ha establecido un creciente proteccionismo comercial, ha estimulado el aumento de los subsidios agrícolas, ha promovido la iniciativa de defensa de los contenedores, la cual establece que algunos puertos sean vigilados de modo estricto para controlar los cargamentos que salen con destino a Estados Unidos, o cuando se ha propuesto vigilar la información científica y técnica en Internet, sobre todo aquella que puede ser utilizada para fines militares o terroristas. Según Nairn la guerra en Irak no es por el petróleo, sino contra la globalización, un "intento de militarizar el dominio económico que Estados Unidos disfrutó en. los años noventa"119. Este cambio de posicionamiento de las autoridades vis-á-vis el mundo se puede ilustrar también con la postura asumida por esta administración frente a América Latina. En. el mundo posterior al 11 de septiembre, la. región se ha visto confinada a la periferia.: no constituye un nervio por donde transcurra la energía del poder global, ni sus dificultades y problemas son tan grandes y estratégicos como para mantener ei interés inmediato por parte del gobierno norteamericano. En muchos sentidos, la región, al menos en términos de la atención que le brinda la actual administración que ocupa la Casa Blanca, se ha convertido en una
i19. Tom Nairn, "America: enemy of giobalisaíion". en opendemocracy.iiei, 2003.
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nueva Atlántida, en un continente perdido120. Esto ha sido traumático para la región en general, pero lo ha resentido más directamente México, país que ha visto cómo han cambiado los términos en materia migratoria y como se ha endurecido la percepción suya por parte de los distintos sectores políticos y sociales norteamericanos. En términos generales, puede sostenerse que si durante la década de Jos años noventa se asistió en América Latina a una rehegemonización norteamericana, al despuntar el siglo XX esta hegemonía ha derivado en supremacía. Como señala Jorge Heine "lejos de reflejar 'falta de atención', las decisiones de política tomadas por el gobierno de los Estados Unidos hacia América Latina reflejan una cierta concepción del orden hemisférico que se aleja cada vez más de la retórica del libre comercio y las instituciones democráticas a la que nos habían acostumbrado previamente la Casa Blanca y el Departamento de Estado, y se aproximan crecientemente a la noción de 'imperio sin ambages' promovida por los neoconservadores que proliferan al interior y en la periferia de la administración Bush"121. Esta supremacía no significa que América Latina interese menos, aun cuando desde su arribo al poder Bush sólo ha visitado tres países de la región (México, Perú y El Salvador). Más bien puede argumentarse, por el contrario, que el subcontinente sigue gozando de una alta prioridad. Lo que ha cambiado es el tipo de compromiso del gobierno de Estados Unidos con la región. Si durante la administración Clinton hubo una evidente preocupación por la estabilidad económica y política en la región, la administración Bush dejó que Argentina se hundiera en una profunda crisis financiera y política, la cual tuvo serias repercusiones en varios países de la región. Asumió una posición vacilante frente al intento de golpe de-Estado en Venezuela, lo que denotó su escaso compromiso con la democracia en la región. Estableció medidas proteccionistas al acero que importaba desde Brasil, además del hecho de asumir una posición para nada constructiva cuando se produjo la devaluación del real como resultado del efecto Lula a mediados de 2002. Detuvo los acuerdos de inmigración con México, lo que introdujo fisuras en las cordiales relaciones entre el país azteca y los Estados Unidos. Por último, mientras pudo, dilató el tratado de libre comercio con Chile. Sólo cuando el país austral suscribió un Tratado con la Unión Europea, la administración Bush dio el beneplácito para suscribir el acuerdo con Chile con el ánimo de frenar el eventual activismo europeo en América del Sur y para disponer de mejores condiciones de negociación frente al ALCA, lo que de paso debi120. Jorge Castañeda, "La relación olvidada", en Foreign Affairs en español, abril-junio 2003. 121. Jorge Heine, "¿Qué pasó Tío Sam? Los Estados Unidos y América Latina después del 11 de septiem bre" en Estudios Internacionales N. 138, julio-septiembre de 2002, p. 98.
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litaba la pretensión brasileña de concertar una posición latmoamerican-i frent Estados Unidos. Las diferencias entre estos dos enfoques de la globalización no se deben únicamente a que ambas administraciones se encuentran en ciclos distintos d * 1globalización. El problema central constituye un asunto de enunciación y de voluntad política, así como de concepción de cuál es el papel anhelado que 'se le asigna a Estados Unidos en el mundo. Una importante corriente dentro del Partido Demócrata sigue sosteniendo que el futuro de Estados Unidos se encuentra asociado con el devenir de todo el planeta. Este tipo de posiciones la ha expresado, por ejemplo, el ex presidente norteamericano Jimmy Cárter, cuando, al recibir el premio Nobel de la paz en Oslo, advirtió sobre las catastróficas consecuencias de una guerra preventiva. La misma idea puede inferirse cuando se observa que el candidato demócrata John Kerry ha elevado el tono de las críticas a la estrategia de Bush en Irak y de modo preciso ha reiterado: "Necesitamos establecer un nuevo rumbo en Irak. Necesitamos internacionalizar el esfuerzo y acabar con la ocupación de Estados Unidos. Necesitamos abrir la reconstrucción de Irak y necesitamos una auténtica transferencia de poder político a la ONU" {El País, 18 de abril de 2004). ¿Qué elementos justifican y explican la actitud de las autoridades norteamericanas frente al mundo y la globalización? A nuestro modo de ver, dos elementos han incidido en esta reorientación. El primero tiene que ver con las secuelas que dejó el ataque terrorista del 11 de septiembre en la clase dirigente y en la sociedad norteamericana y, el segundo, con la naturaleza del núcleo duro de la .administración Bush. En un trabajo anterior establecíamos una distinción entre las consecuencias inmediatas y de largo plazo a que dio lugar el atentado del 11 de septiembre122. Algunas de las inmediatas sobre las conviene volver brevemente son las siguientes: luego del ataque terrorista el Estado norteamericano asumió posiciones más policíacas. Las leyes 'antiterroristas abrieron la posibilidad de practicar detenciones excepcionales por tiempo indefinido y que se crearan los tribunales militares especiales para juzgar a los extranjeros, como por ejemplo en la base de Guantánamo, donde, en aras de la seguridad, se han violado los más elementales principios, incluso aquellos que Estados Unidos tanto hizo por difundir. Pero ese no es el único rasgo que asume este Estado policiaco: También se vislumbra su fantasmal figura en las denuncias de innumerables exacciones cometidas contra la población extranjera en Estados Unidos. Human Right Watch constataba que a finales de 2002 las agresiones sufridas contra la población
122. Hugo Fazio Vengoa, El mundo después del 11 de septiembre, op cit., pp. 45-59.
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musulmana de Estados Unidos se habían, incrementado desde el 11 de septiembre en un 1.700% (El País, 20 de noviembre de 2002). Sí bien los ciudadanos, musulmanes han sido los principales damnificados, son los que de modo más directo han sufrido en carne propia la. violenta reacción institucional a que dio lugar el 1 í de septiembre de 2001, las otras minorías no han corrido mejor suerte. La comunidad latina en Estados Unidos también ha visto pesar sobre sí el fantasma de la discriminación y en ocasiones ha visto algunos de sus derechos conculcados ("Hispanos en EE.IJU: una convivencia en peligro",, El País, 17 de febrero de 2003). * La enmascarada restricción de las libertades también ha golpeado a ios medios de comunicación, Paul Krugman recuerda que durante la guerra de Irak millones de norteamericanos se orientaron hacia la BBC para seguir el conflicto. Querían un punto de vista alternativo, lo que no podían encontrar en las redes domésticas. "En Estados Unidos no existe la censura; es todavía posible encontrar diferentes puntos de vista. Pero tiene un sistema en el cual los medios tienen fuertes incentivos para presentar las noticias de una forma que agrade al partido en el poder y carece de incentivos para no hacerlo" ("Media and govemement", International Herald Tribune, 14 de mayo de 2003). Un ejemplo que ilustra muy bien el peso desmedido que se le asigna a las funciones policíacas y que ai mismo tiempo confirma la tesis de que la política que promueve la actual administración/que ocupa la Casa Blanca no es contraria a la globalización, sino que pretende ejercer un mayor control sobre la misma, lo encontramos en el hecho de que estas funciones policíacas no pretenden confinarse a las fronteras nacionales. En su declarado combate contra la amenaza del terrorismo, el Pentágono ha. comenzado a desarrollar una vasta red de espionaje global. El plan Total Information Awareness se propone rastrear diariamente miles de millones de transacciones bancarias, comunicaciones, compras, viajes, documentos de identidad o historiales médicos y laborales de ciudadanos de todo el mundo, a los que tendrán "acceso instantáneo" los servicios secretos de los Estados Unidos (El País, 1 de diciembre de 2002), El 12 de mayo de 2003, el periódico El Tiempo denunció la adquisición de este tipo de información sobre más de 30 millones de colombianos por una empresa norteamericana. En Argentina y México la compra de información de sus connacionales por parte de instituciones norteamericanas agitó un gran debate, porque existe el temor de que desencadene consecuencias completamente impredecibles (Clarín, 3 de julio de 2003). Además, de acuerdo con una sentencia del fiscal general John Ashcroft, amplias categorías de extranjeros que llegan i legal mente a Estados Unidos pueden quedar detenidos de manera indefinida sin consideración a sus circunstancias individuales si los funcionarios de migraciones determinan que su liberación
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puede poner en peligro la seguridad nacional. Esto significa que grupos de personas que buscan asilo y otros extranjeros pueden ser encerrados sin audiencia y sin recursos a. una liberación bajo fianza (Clarín, 27 de abril de 2003). Claro que para hacer plena justicia debemos recordar que este endurecimiento de posiciones no ba sido una práctica exclusiva de las autoridades estadounidenses. En Europa. Occidental se asiste a «na situación, análoga. Los derechos humanos fundamentales en los países de la Unión Europea sufrieron en 2002 un grave retroceso en favor de la seguridad. Esta ha sido también una de las consecuencias originadas por los ataques terroristas del II de septiembre, según concluye un estudio elaborado por expertos independientes de los quince países Qiieinbros. Las condiciones de detención, la. confidencialidad sobre datos privados, la libertad de expresión y las leyes restrictivas con los inmigrantes son algunos de los aspectos roas preocupantes en eí informe. "'La mayoría de los Estados están elevando los niveles de seguridad en detrimento de los derechos fundamentales" afirmó la portuguesa María José Rocha de Gouveia, de la Dirección General de justicia e Interior de la Comisión Europea, ai referirse al documento (El País, 6 de mayo de 2003). El terna es preocupante porque lo que está en juego es n¡ más ni menos que la libertad y la democracia. Conviene recordar las palabras del escritor Norman Mailer, quien hace poco recordaba que "lá libertad es frágil y, si no trabajamos por ella, la vamos a perder, porque la democracia, no es el estado natural del ser humano en sociedad, más bien lo contrario, hay qne esforzarse mucho simplemente para mantenerla" ("Lo único que hemos llevado a Irak es violencia y muerte". Clarín* 23 de junio de 2003). Otra consecuencia inmediata del II de septiembre roe que acabó con la sensación de invulnerabilidad de que gozaba el país más poderoso del planeta. Y es que con el 11 de septiembre ía giobaíización liego a samas recóndito lugar: la giobaíización de ia inseguridad. "Hasta el 11 de septiembre, escribe eí pensa dor político Benjamín Barben los norteamericanos seguían viviendo en un. sue ño, en ese mito de que podían vivir fuera del resto del mundo, separados por sus océanos, protegidos por ese escodo aotimisiles e intocables a todos los tormen tos y la triste y dura historia de violencia de Europa y el resto del mundo. En esa actitud, la postura de Estados Unidos era la de intervenciones cortas y violentas, unilaterales, arrogantes, o el aislamiento, la retirada, la negativa a participar. Entre medias había muy poco. Esta postura se basa en esa tradición de 200 años de país protegido que surge de los padres fundadores, del mito del segundo Edén, de nuevo comienzo del mundo” ( El País, 13 de octubre de 2001). Por último, otra secuela inmediata del acto terrorista se observa en la manera como el gobierno de Estados Unidos asumió la respuesta al ataque terrorista. Después de haber recibido el aval de la OTAN y la ONU para que mancomunamente
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se organizara la retaliación contra aquellos que habían perpetrado y patrocinado el bárbaro ataque, la administración Bush prefirió actuar en solitario para poder así disponer de un amplio campo de maniobra en la organización de la represalia. La Casa Blanca desechó la opción multilateral y optó por la acción unilateral. Esta fue una evidente operación encaminada a intentar prevenir que el gobierno norteamericano quedara amarrado por los compromisos multilaterales. El propósito era impedir que se consolidaran nuevos contextos de interdependencia política y asumir más bien como propósito tratar de conducir el proceso de manera tal que Estados Unidos gozara de una gran capacidad de dirección, estableciendo de paso una frontera entre su país y el resto del mundo. La respuesta a esta toma de conciencia de la vulnerabilidad de Estados Unidos llevó al gobierno Bush a decidir intentar contrarrestar los efectos nocivos que la globalización podía tener en su propio territorio. "Antes del 11-S el tema dominante era el de la globalización (...) Después del 11-S (...) el gobierno estadounidense cambió por completo de tono y se implicó en una guerra cuya responsabilidad quiso asumir por completo (...) De pronto, un país que parecía preocupado sobre todo por los problemas económicos se encerró en una verdadera paranoia" (Alain Touraine, "¿La gran mañana?", El País, 1 de marzo de 2003). Pero también luego del ataque del 11 de septiembre se hizo más fuerte la concepción realista imperial de las relaciones internacionales que se propone fortalecer la concentración del poder en el Ejecutivo y la conservación de un elevado grado de consenso ciudadano en torno al gobierno, situación que vigoriza "el Estado maximal de Bush, tan contrario a las tradiciones políticas norteamericanas. Este no podrá institucionalizarse a menos que la guerra se eternice. Este es sin duda el sentido escondido del discurso hasta la fecha invariable de la nueva presidencia imperial. Al argumentar que el 11 de septiembre marcó el inicio de una nueva guerra mundial, que era el Pearl Harbor del siglo XXI, anunciaba una lucha global contra el terrorismo, sin límites espaciales ni temporales"123. Ha sido en este contexto cuando ha entrado a actuar el segundo elemento: la naturaleza radical del equipo que se encuentra con Bush en el poder. En el ejercicio de la política exterior y de seguridad es posible observar que se ha consolidado un grupo inusitadamente homogéneo que provee a la enorme capacidad militar y recursiva de Estados Unidos una inmensa voluntad de acción. Diversos analistas han afirmado que el núcleo conservador norteamericano está compuesto por varios grupos. E»e acuerdo con Bo/b Woodward124, estos se dividen en: 123. Philip S. Golub, "Retour á una presidence impériale aux Etats-Unis" en Le Monde dipJomatique, París, enero de 2002. 124. Bob Woodward, Bush en guerra, Bogotá, Península/Atalaya, 2002.
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personas que participaron en la Administración Reagan y que interiorizaron el rígido y maniqueísta esquema de la guerra fría, representantes del complejo militar e industrial, fundamentalistas cristianos de derecha y defensores a ultranza de Israel. Estos nuevos líderes de Washington mantienen una visión que es radical y utópica, por un lado, y complaciente, por el otro. Su utopismo consiste en "su creencia en que la. dominación estadounidense de la sociedad internacional es la conclusión natural de la historia, ya que, como el propio presidente Bush dijo en su alocución de West Point, el 1 de junio de 2002, es "el único modelo de progreso humano que sobrevive". Su complacencia radica en que piensan que el poder estadounidense puede cambiar este nuevo mundo. Creen en el uso sin escrúpulos del poder estadounidense. Se muestras hostiles a las coacciones internacionales y contemplan el derecho internacional como algo pasado de moda en importantes aspectos" ("William Pfaff, "Unilateralismo y alianzas", El País, 2 de septiembre de 2002). Difícil es conocer en detalle los entretelones de las altas esferas del poder de la Casa Blanca y del Pentágono como para poder establece! a ciencia cierta el número y el grado de influencia de estos distintos grupos. Una cosa, sin embargo, queda completamente clara. Como demuestra el famoso periodista Bob Woodward, quien ha tenido acceso directo a información incluso confidencial del salón Oval, "el gabinete de guerra es quizá más fuerte ahora que en 1991, porque son básicamente las mismas personas, con más experiencia. Hay que hacer una salvedad con el presidente. El de entonces, George Bush padre, llevaba como ahora su hijo, un par de años en la Casa Blanca. Pero aquel Bush había sido director de la CÍA y vicepresidente y conocía bien la administración estadounidense, los servicios secretos y la diplomacia mundial. Era mucho más experto que George W. Bush" ("El gabinete de guerra es más fuerte que 1991", El País, 2 de febrero de 2003). La idea central que convoca a este núcleo está conformada por los destellos de la guerra fría que todavía perduran en la mente de los altos funcionarios de la Casa Blanca y del Pentágono. En parte, esto obedece a que muchos de ellos se educaron y actuaron en la vida pública con anterioridad dentro de los cánones de ese rígido guión. La supervivencia de esta concepción no es, sin embargo, un hecho fortuito. Como señala Ivlary Kaldor: "la Unión Soviética tuvo su Perestroika; Estados Unidos no. Y la cultura política norteamericana de hoy sigue marcada por esos cincuenta años de enfrentamiento bipolar" (El País, 6 de abril de 2003). Esta supervivencia de los referentes de la guerra fría obedece a que los radicales cambios estructurales que han sacudido al mundo en este contexto de intensa globalización van mucho más de prisa que la velocidad con que evolu-
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clonan las mentalidades. "Para los que miran más allá de las porosas fronteras de Estados Unidos, iodo ha cambiado-* la interdependencia ha sustituido a la dependencia, la soberanía política nacional ha cedido ante la soberanía económica global y la eficacia de las soluciones militares de una nación ha dado paso a la necesidad de soluciones sociales y económicas colectivas. Pero para los que todavía son incapaces de ver más allá del río Potomac, por no hablar de los océanos Atlántico y Pacífico, y esto desgraciadamente incluye a muchos en la administración de Bush, nada ha cambiado" (Benjamín Barber, "Lo que EE.UU. ha aprendido y-ío que no", El País, 7 de septiembre de 2002). En la filosofía, que acompaña esta cosmovisión pregonada desde Washington encontramos los resabios que en muchos de los funcionónos de la Casa Blanca y del Pentágono dejó corno herencia el conflicto bipolar. Por eso ios elementos fundamentales de la nueva doctrina de seguridad nacional no son nada nuevos. Ya en 1991, Paul Wolfowitz, entonces subsecretario de la defensa, encargado de la planificación estratégica y actual Subsecretario de Defensa, elaboró un documento intitulado Defense Planning Guidance, el cual debía servir de cuerpo para una nueva doctrina de la seguridad nacional. En ese documento Wolfowitz sostenía la idea de que Estados Unidos tenía que disuadir a cualquier nación que quisiera desafiar su liderazgo. Tenía que prevenir una. amenaza similar a la que en ese entonces maltrechamente representaba la Unión Soviética.. También con anterioridad, en 1988, Donald Rumsfeld, el actual Secretario de Defensa, y PaQl Wolfowitz habían comenzado a. diseñar una nueva estrategia política, cuya tesis central se basaba en los círculos concéntricos, también conocida corno teoría del dominó, por medio del cual pretendían utilizar a Irak como plataforma para transformar todo el Medio Oriente (""Mucho más que una guerra", El País, 13 de abril de 2003). Los partidarios de estos enfoques tuvieron nuevamente ocasión de defender sus tesis durante la campaña a la elección presidencial de 2000. En septiembre de 1999, el candidato Bush prometió "disfrutar de una oportunidad excepcional, concedida a pocas naciones en la historia, de extender la paz actual en los años a seguir. La posibilidad de expandir la influencia pacífica de América, no sólo en todo el mundo, sino también en el tiempo'". Ademas de esta cosmovisiori que se desprende de ÜIÍ oroen poilíico y geopolíüco anterior y que se ha plasmado en una reorganización de las fuerzas militares y en la determinación de las nuevas amenazas, otro referente que ha entrado a desempeñar un papel no menos significativo es el deja religión. Ha sido a través de la religión que se ha producido la conexión de Bush con los diversos grupos cristianos. En Estados Unidos, el poder de estos grupos es inmenso. 168 millones de habitantes de los 281 que posee actualmente, forman. parte de alguna iglesia y 158 millones se declaran cristianos. Existen más de 20
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canales de televisión y unas 1.500 emisoras de radio que basan su programación en la Biblia {El País, 12 de febrero de 2003). Como señalara Edward Said125, en Estados Unidos los cristianos fanáticos forman el corazón del electorado de Bush, un bloque compuesto por 60 millones de electores. Es a partir de esta convergencia entre el fundamentalismo y el neoconservadurismo de los valores americanos que se consolidaron durante la guerra fría que se desprende la conciencia unilateralista de la política intimidatoria que amenaza al mundo entero. Como declarara hace poco, con una buena dosis de sarcasmo, el politólogo italiano Giovanni Sartori: "Bush es un fundamentalista cristiano que tiene, como el Papa, la noción de que Dios le habla a él directamente. En ese sentido no deja de tener similitudes con los fundamentalistas islámicos. Es un hombre que cree que Dios le ha salvado de su pasado. Una vez escribía un artículo en el que había ciertas frases que el Corriere della Sera me pidió eliminar. Decía yo que lamentaba muchísimo que Bush hubiera dejado de beber porque, de seguir bebiendo, habría sido un presidente mucho mejor y no sería un cristiano renacido. El mundo sería más seguro y todos estaríamos mejor" ("Entrevista", El País, 11 de mayo de 2003). Al respecto, conviene recordar que una de las cosas que más disgrega a Estados Unidos y Europa consiste en que ambas experiencias han seguido dos trayectorias diferentes de modernidad, en las cuales la actitud frente a la religión y la iglesia ha desempeñado un papel central. En la actualidad, este problema se ha tornado más urgente debido a que, a diferencia de Estados Unidos, Europa también emprendió su Perestroika, similar a la gorbachoviana, que la ha conducido por la senda de fortalecimiento de la Unión Europea. Javier Solana resume brevemente esta disimilitud cuando anota que "la certeza moral de un Estados Unidos relativamente religioso encuentra difícil paralelo en una Europa principalmente secular. Una sociedad religiosa explica el mal en términos de elección moral y libre voluntad mientras que una sociedad civil busca las causas del mal en factores psicológicos o políticos" ("Las semillas de una posible ruptura entre EE.UU. y Europa", El País, 13 de enero de 2003). Cuando destacárnosla importancia de esta dimensión religiosa con ello no se quiere avalar la tesis de que el mundo ha ingresado en la senda del choque de civilizaciones o de religiones. Simplemente queremos resaltar que la religiosidad se convierte en un acto de fe que le da consistencia y eleva al rango de cruzada la concepción política prevaleciente, cuyos orígenes y referentes se construyen de acuerdo cpn el guión de la guerra fría. Esta religiosidad, en la que Dios se plasma en la historia y le confiere una responsabilidad a Estados Unidos, es la
125. Said Edward, "Une autre facón de voir les Etats-unis" en Le Monde diplomatique, marzo de 2003.
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que subyace a la declaración de Bush cuando afirmaba que vamos a la guerra "porque la Historia nos ha encomendado esa misión" (El País, 18 de julio de 2003). Oderint dum metuat (No importa que nos odien siempre que nos teman) Una encuesta citada por The New York Times poco después del ataque terrorista contra las Torres Gemelas y el Pentágono demostraba que las dos terceras partes de los interrogados manifestaba no sólo su apoyo incondicional al gobierno sino que incluso expresaba su disposición a que se suspendieran las garantías constitucionales en nombre de la lucha contra el terrorismo. Como señalaba en esos días un editorial del periódico madrileño El País "La capacidad de las democracias para el suicidio es un hecho probado en la historia. La militarización de la lucha antiterrorista no ayuda para nada en este sentido" (El País, 29 de octubre de 2001). Este apoyo ciudadano representaba un inmenso capital político que no se podía dilapidar. Ayudaba a mantener un consenso nacional en torno a los ejes principales de la política exterior y servía de garantía para poner en marcha una reorganización de la sociedad estadounidense dentro del espíritu de una radical revolución conservadora. Pero, a diferencia de la emprendida por R. Reagan en los ochenta que se inspiraba en un riguroso neoliberalismo, ésta se propuso recomponer unos presuntos intereses nacionales de Estados Unidos dentro de un contexto de intensa globalización. Pero, para conservar este apoyo era necesario alimentar el espíritu de beligerancia, había que mantener al país en pié de guerra. Sin embargo, pocos meses después de ocurridos los ataques terroristas del 11 de septiembre y de la contundente represalia contra los talibanes en Afganistán, la guerra contra el terrorismo global había comenzado a languidecer. Se tornó urgente mantener viva la maquinaria de guerra porque sólo así se garantizaba la conservación del colosal apoyo que la opinión pública- norteamericana deparaba a sus autoridades. El apoyo patriótico de los ciudadanos y el espíritu de guerra prevaleciente podía tener también otro uso: con este favorable clima se podía poner en práctica un programa de rediseño del conjunto de la política norteamericana. Sin embargo, como señala Michael Hirsh126 "un año después de los ataques, el rumbo efectivo de la política exterior estadounidense y la guerra contra el terrorismo no son algo muy claro. No hay mucha guerra".
126. Michael Hirsh, "El mundo de Bush" en Foreign Affairs en español, otoño-invierno de 2002.
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Fue, sin duda, esta preocupación por conservar el apoyo de la opinión pública la que volvió imprescindible desarrollar acciones espectaculares que mantu- vieran en un alto nivel la popularidad de la actual administración. "Desaparecidos Ornar y Bin Laden, y sin resultados espectaculares en el desmantelamiento de las redes de Al Qaeda en Occidente, Bush tenía que elegir entre dejar que se fueran disipando los recuerdos del 11-S y que la opinión pública se volcara en los asuntos internos -o encontrar un nuevo motivo de tensión. Teniendo en cuenta que la situación interna no ofrecía muchos motivos de alegría a causa del derrumbamiento, en medio de escándalos, de Wall Street, no es sorprendente que en abril el presidente convirtiera el ataque contra Irak en prioridad nacional" (Ludolfo Paramio, "Petróleo en la Casa Blanca", El País, 7 de noviembre de 2002). Claro está que existían motivos que justificaban mantener vivo el espíritu de cruzada. El paradero de Bin Laden seguía siendo un misterio y la ocultación de los máximos líderes de la red Al Qaeda, además de constituir un fracaso en esta recién estrenada guerra, mantenía latente su peligrosidad, así como su capacidad para infligir nuevas amenazas. El clima de inseguridad reinante demostraba que la guerra conservaba tanto su vigencia como su utilidad política. Sin duda que la peligrosidad espectral, pero también real, de Bin Laden es lo que explica su recurrente aparición fantasmagórica en los principales medios de comunicación de Estados Línidos. Dentro del espíritu de la cruzada contra el terrorismo, Bin Laden debía mantenerse vivo en la mente de los ciudadanos. Casi un año después de su ocultación, su reaparición -en forma de grabación reivindicando todos los atentados cometidos contra occidentales estos últimos meses y anunciando el Apocalipsis en Estados Unidos y Europa en caso de ataque contra Irakse inscribe, en principio, en el seno de una secuencia de acontecimientos (Gilíes Kepel, "El aparecido Bin Laden y la guerra contra Irak", El País, archivo 2002). Nuevamente un parangón histórico con el contexto y las estrategias seguidas por Bush padre y su hijo ayuda a entender el uso político que se le ha asignado a este conflicto. El paralelismo que existe entre ambos consiste en que, con poco más de 10 años de diferencia, los dos emprendieron guerras contra el Irak de Sadam Husein. Pero las similitudes paran ahí. No obstante el triunfo en la guerra, el primero no obtuvo el apoyo necesario para su reelección, siendo derrotado por el antiguo gobernador demócrata del estado de Arkansas -Bill Clinton-, mientras el segundo ha mantenido la divisa de la guerra contra el térrorismo como una importante estrategia en su campaña. La diferencia entre padre e hijo radica en que el primero inició y al cabo de poco tiempo culminó una guerra. Obtuvo un mandato nacional e internacional para liberar Kuwait y una vez alcanzado el objetivo, el conflicto que elevó perceptiblemente su popularidad llegó a su fin. Si bien se llevó los palmares de la victoria, no pudo conseguir la reelección porque la guerra llegó a su término y el electorado desplazó su
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atención hacia aquellos problemas que de manera cotidiana lo aquejaba: la economía, la cual en ese momento no atravesaba por un buen momento. El mandato de George W. Bush transcurre en un ambiente económico aún más incierto que el de su padre, pero dentro de un contexto político muy distinto. Después de un período de gran bonanza económica, que coincidió con los años de Clinton en el poder, Estados Unidos se ha encontrado al borde de la recesión y su estabilidad ha sido empañada por descomunales escándalos financieros. Si bien a finales de 2003 aparecieron ciertos indicios de mejoría, no son todavía lo suficientemente sólidos como para sostener la recuperación. La diferencia de Bush hijo con respecto a su progenitor radica en que mientras su antecesor terminó una guerra y su nombre ha quedado asociado con la culminación de toda una época-el fin de la guerra fría-, es decir, sus actividades quedaron asociadas con la finalización del "antes" y no con la germinación del "después", George W. Bush emprendió una cruzada contra el terrorismo que tiene una clara fecha de inicio -el 11 de septiembre de 2001- pero, como es una contienda que carece de objetivos espaciales y temporales precisos, seguramente nunca se llegue a conocer su finalización porque se puede desarrollar en cualquier tiempo y lugar, por lo que su final permanece abierto. Al tiempo que intenta cerrar un capítulo, George W. Bush pretende sentar las bases para la constitución de un "después". Subsiste también otra marcada diferencia entre los dos Bush. La guerra del Golfo de 1991 se llevó a cabo para restablecer el status quo. Por tanto, una vez que se alcanzó el objetivo —la liberación de Kuwait—, la situación regional en el Medio Oriente volvió al orden anterior. Por la dinámica misma de las cosas, y sobre todo por su asociación con el "antes" es muy probable que la historia termine evaluando este conflicto como un episodio circunstancial, sobre todo por su carga simbólica que se identifica con el fin del orden de la guerra fría. A diferencia de ello, la campaña que ha librado Bush hijo contra Irak, la cual se inscribe dentro de una gran estrategia política, geopolítica y militar de guerra frontal contra el terrorismo internacional, no se propone el retorno a ningún punto de partida. Es una guerra cuyo propósito consiste en convertirse en un acontecimiento fundacional para que nada vuelva a ser como antes. La guerra contra Irak es, en otras palabras, un medio a través del cual se pretenden alterar las circunstancias geopolíticas tanto regionales como mundiales. Es, por tanto, una intervención que comporta un sello revolucionario y mesiánico. De todo esto se puede inferir que desde el día del ataque terrorista contra las Torres Gemelas, el gobierno de Estados Unidos se encuentra en pie de guerra y Bush hijo no quiere escatimar recursos ni oportunidades para mantener latente este conflicto. De esta manera no sólo ha creado un contexto más idóneo para su reelección, sino que, además, busca disponer del tiempo y del consenso ciuda-
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daño básico para procurar refundar la sociedad norteamericana, el orden regional en el Medio Oriente y, como proyección, toda la política mundial. Con estos objetivos en la mira, la administración Bush dio dos importantes pasos, cuyas consecuencias en el corto plazo han tenido un gran impacto. El primero consistió en el diseño de una nueva estrategia de seguridad nacional, la cual replantea la manera como Estados Unidos se posiciona frente al mundo. Enseguida, con el fin de plasmar estos nuevos referentes políticos y de seguridad, y tal como desde hacía tiempo se presumía, invadió Irak, demostrando que esta nueva doctrina no debía ser un simplemente un nuevo referente, sino un mapa de navegación. Antes de adentrarnos en el espinoso laberinto de esta nueva estrategia de seguridad conviene destacar su alcance. No es una doctrina, cuyo campo de acción se limite a los asuntos militares y de seguridad; ha sido diseñada como una estrategia que debe contribuir a la redefinición del conjunto de la política exterior norteamericana. La nueva doctrina precisa igualmente los lineamientos fundamentales de la posición que debe asumir la potencia del Norte de cara al mundo en el siglo que recién comienza. Para entender el carácter enérgico que se asume a partir de varios de los presupuestos de esta nueva doctrina conviene hacer una breve referencia a la manera como sus principales contendores políticos nacionales -los demócratashan entendido los temas de seguridad. A diferencia de la estrategia de seguridad nacional propuesta por el ex presidente demócrata, Bill Clinton, la cual fue sancionada en diciembre de 1999, cuyo énfasis se centraba en la profundización de la democracia, la de George W. Bush es evidentemente militarista. La diferencia no radica, empero, en el hecho de que ambas doctrinas se ubiquen en ciclos distintos de la globalización. Con posterioridad al 11 de septiembre, los demócratas han seguido defendiendo una concepción ampliada de la seguridad. Así, por ejemplo, en el Deinocratic Leadership Council del verano de 2002, el ex presidente Bill Clinton propuso un nuevo esquema de política exterior para su país, el cual debería articularse en torno a cuatro ejes: reforzar y hacer más efectivas las instituciones internacionales; proporcional* un mayor alivio a la deuda de las naciones más pobres del mundo; incrementar la inversión en ayuda y cooperación exterior; e intensificar los esfuerzos para establecer la paz en los lagares agitados (El País, 1 de abril de 2003). Una posición análoga ha asumido el candidato John Kerry, quien, en medio de su campaña, ha criticado la política exterior de Bush por arrogante, imprudente, inepta e ideológica y ha asegurado que de asumir la presidencia volverá a las Naciones Unidas "para abrir un nuevo capítulo en las relaciones de Estados Unidos con el mundo". El quid de su propuesta de política exterior consiste en que los "americanos merecen una diplomacia de principios, respaldada por un poderío militar inequívoco, una diplomacia
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que lleve al mundo hacia la libertad y la prosperidad. Un audaz internacionalismo progresivo que no sólo se concentre en lo inmediato, sino en los insidiosos peligros de las próximas décadas, desde las fuerzas antidemocráticas hasta las armas de destrucción masiva, la pobreza endémica y las enfermedades" {El País, 18 de marzo de 2004). Por último, no está demás recordar que en las elecciones presidenciales de 2000 y las legislativas de 2002 la intención del electorado se repartió más o menos equitativamente entre demócratas y republicanos, lo cual indica que, no obstante la voluntad militarista de la actual administración, ha habido muy poco cambios en el equilibrio político e ideológico de los ciudadanos norteamericanos. Esta breve referencia a lá concepción de los demócratas y a los resultados de ambos comicios electorales nos permiten extraer dos conclusiones preliminares que pueden ser muy importantes en los desarrollos ulteriores: primero, no toda la población norteamericana comparte la concepción radical y conservadora de Bush y, segundo, el equilibrio político que existe en Estados Unidos demuestra que pueden llegar a articularse propuestas de otra naturaleza, con distintos pilares, a partir de los cuales se plantee tanto la seguridad estadounidense como la global. Es decir, la estrategia de seguridad de Bush no es ni universal ni imperativamente necesaria. Es simplemente la cosmovisión imperante en el interior de la Casa Blanca. De acuerdo con John Ikenberry127, la nueva estrategia de seguridad consta de siete elementos. El componente militar de la política exterior. El primero consiste en el anhelo de la nueva administración republicana por preservar la supervivencia de un mundo unipolar para que ningún país pueda convertirse en un serio competidor de los Estados Unidos. Bush en su alocución inaugural de WestPoint en 2002, al respecto, señaló: "Estados Unidos cuenta con fuerzas militares superiores a cualquier desafío y tiene intención de mantenerlas, y con ello volverá inútiles las carreras armamentistas desestabilizadoras de otras épocas y limitará las rivalidades al ámbito del comercio y otros empeños de paz". La doctrina, por tanto, arranca con la enunciación de unos intereses nacionales norteamericanos, por cuya realización debe velar el gobierno y la nación estadounidense. El principal de estos objetivos consiste en que, en un mundo que se organiza política, cultural y económicamente de manera multipolar, la amplia superioridad militar de que dispone Estados Unidos constituye su gran ventaja comparativa. Velar por este desequilibrio, es decir, la conservación ilimitada de esta supremacía, tanto a
127. John Ikenberry, "La ambición imperial de Estados Unidos" en Foreign Affairs en español, otoñoinvierno de 2002.
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nivel espacial (dominio mundial) como temporal (reproducción de la supremacía a largo plazo) constituye el principal objetivo estratégico de esta administración. Parafraseando a J. Nye, puede sostenerse que las actuales autoridades estadounidenses son partidarias de que en el plano del poder económico y soft, el mundo evolucione de manera interdependiente, "se limitarán las rivalidades al ámbito del comercio y otros empeños de paz", porque en los hechos, la potencia americana enfrenta una seria concurrencia en estos ambientes y porque en estos campo se han constituido innumerables circuitos densamente globalizados, situación imposible de modificar por parte de Estados Unidos o de cualquier otro país. Este principio no debe interpretarse como si lo económico o lo soft vayan a ser abandonado a su propia suerte; simplemente se asume que dejan de ser el eje nodal en torno al cual se constituye el fundamento del poder. En una perspectiva cercana a la que alguna vez defendiera Ronald Reagan con su propuesta de Guerra de las Galaxias, diseño que debía llevar la carrera armamentista a un nivel tal de desarrollo y sofisticación que dejara definitivamente atrás a la Unión Soviética, pero que también se trazaba un objetivo económico, como era infundirle un descomunal impulso al desarrollo de la industria electrónica e informática, con lo cual debían disiparse las dudas que deparaba el musitado crecimiento de las potencias mercaderes (Japón y Alemania), esta nueva estrategia de seguridad se propone también jalonar el crecimiento de la economía. El aumento constante del presupuesto militar, la tecnificación del poderío militar, así como los multimillonarios encargos militares que se realizan de modo exclusivo a empresas norteamericanas constituyen procedimientos indirectos que sirven para infundirle dinamismo a la economía y contribuir a la preservación de su competí ti vidad y liderazgo. La posición más laxa y liberal con que se interpreta el universo de lo económico encuentra también otra explicación. Por los niveles de interdependencia existentes, Estados Unidos ya no es completamente autosuficiente como para garantizar la perenne renovación de sus dispositivos militares. De ahí que a nivel económico y comercial se enuncie una interdependencia, la cual debe desarrollarse dentro de un espíritu liberal. No obstante la importancia de los elementos que acabamos de comentar, el asunto central al que está abocado este primer principio es otro. Consiste en que Estados Unidos debe politizar y remilitarizar su política exterior con el fin de promocionar precisamente aquellos elementos que le garantizan su amplia superioridad. Porque en lo que respecta ál poder duro -el militar- la potencia del norte dispone de una notable supremacía, que anhela conservar y retener en el tiempo. Sólo mediante esta supremacía, Estados Unidos puede guiar, controlar y direccionar un mundo cada vez más giobalizado, lo que, de suyo, convierte a la potencia del norte en un nuevo gendarme mundial. "La nueva soberbia estadounidense auna una sobrevaloración de la dimensión militar de su poder (en per-
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juicio de las otras dos dimensiones, el poder económico y el poder blando) y una sobrev al oración de lo que puede realizar Estados Unidos por sí solo o en pequeñas coaliciones de socios bien dispuestos" (Timothy Garton Ash, "¿Puede volver a unirse Occidente sobre Oriente Próximo?", El País, 29 de abril de 2003). El problema no es como podría suponerse una simple repolitización de la política exterior, que sustituya a la mercantilizada e interdependiente propuesta defendida por su antecesor en la Casa Blanca, politización que fue la constante durante buena parte de la época de la guerra fría, sino su militarización. Claro que en aras de la ecuanimidad debe reconocerse que esta voluntad política de preservar las ventajas comparativas que Estados Unidos posee en relación con los otros grandes actores internacionales no puede ser cuestionada a priori. A ningún actor y menos a uno global se le podría exigir que renunciara unilateralmente a las ventajas comparativas de que dispone. Estados Unidos tiene ne.cesidad de modernizar sus estrategias de seguridad tanto por la necesidad de defender su país de eventuales amenazas, como para responder a los innumerables compromisos internacionales que este país mantiene en los diferentes confines del planeta, en varios de los cuales se ha convertido en un importante factor de estabilidad. Difícil sería encontrar, por ejemplo, algún país del Asia-Pacífico que quisiera prescindir de la presencia militar norteamericana en la zona, dado que la potencia del norte es uno de los factores más importantes de estabilidad y equilibrio en la región. Estados Unidos, de hecho, es un país con compromisos globales y obviamente no puede renunciar a aquellos factores que le permiten cumplir con esas obligaciones. El problema crucial que se deriva de este postulado consiste en el sobreentendido del núcleo duro de la clase dirigente norteamericana que quiere convertir esta supremacía militar en un mecanismo de control de la globalización y del mundo y, en ese sentido, se propone revertir muchas de las grandes transformaciones que están conduciendo a un mundo más compenetrado y seguro. Como escribe Jimmy Cárter, "algunos planteamientos nuevos han evolucionado comprensiblemente desde reacciones rápidas y juiciosas por parte del presente George W. Bush ante la tragedia del 11-S, pero otros parecen provenir del núcleo de conservadores que, bajo la tapadera de la proclamada guerra contra el terrorismo, intentan conseguir objetivos que ambicionaban desde hacía largo tiempo" ("El inquietante nuevo rostro de EE.UU.", El País, 12 de septiembre de 2002). Los peligros del ataque preventivo. El segundo componente de esta doctrina consiste en la distinción de una amplia gama de amenazas, las cuales pueden provenir de grupos sobre los cuales se dispone de poca información, pero que son muy peligrosos y, por ende, deben ser erradicados. En su discurso de West
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Point de 2002, Bush precisó que la principal amenaza consiste en que reducidos grupos terroristas pueden fácilmente obtener armamento químico, biológico o nuclear, con el cual pueden infligir destrucciones catastróficas. Al respecto, el influyente Richard Perle, asesor del Secretario de Defensa, señaló: "Este siglo presenta nuevos desafíos para las esperanzas de establecer un nuevo orden mundial. No derrotaremos y ni siquiera contendremos al terrorismo fanático, a no ser que podamos-llevar la guerra a los territorios en los que se inicia. Esto a veces requerirá el uso de la fuerza contra Estados que albergan a terroristas, como hicimos cuando destruimos el régimen talibán en Afganistán. Los más peligrosos de estos Estados son aquellos que poseen armas de destrucción masiva, armas químicas, biológicas y nucleares capaces de matar no a cientos o a miles, sino a cientos de miles. Irak es uno de esos Estados, pero hay otros. Cualquier esperanza de poder persuadirlos de que nieguen su apoyo o refugio a los terroristas descansa en la certeza y en la eficacia a las que se enfrentan" ("La caída de Naciones Unidas" El País, 14 de abril de 2003). Este elemento es, sin duda, uno de los componentes centrales de la nueva doctrina de seguridad. Se articula en torno al concepto del ataque preventivo (preemptive atack). Constituye una de las mayores innovaciones, porque precisa que lo que cuenta no es el peligro inminente en sí, sino la amenaza potencial. En su discurso en la base Wright-Petterson de Daytona, con ocasión de la fiesta nacional de Estados Unidos, Bush afirmó que desde el 11 de septiembre "no estamos esperando otro ataque: estamos a la ofensiva contra los terroristas y contra quienes los respalden, no permitiremos que nos amenacen con armas de exterminio y actuaremos para proteger la libertad y la vida del pueblo estadounidense" {Clarín, 5 de julio de 2003). Demás está decir que este componente de la doctrina convierte en algo completamente aleatorio la determinación de la amenaza, así como los mecanismos que se puedan utilizar para contrarrestarla. La resuelta defensa que la actual administración norteamericana ha hecho de este enunciado introdujo un cambio de ciento ochenta grados en la conducta exterior de Washington. Con este nuevo enfoque la administración Bush renunciaba a la idea central de la Carta de la Organización de las Naciones Unidas que prohibe cualquier uso de la fuerza en las relaciones internacionales, salvo en caso de autodefensa o por decisión del Consejo de Seguridad. La abdicación a este principio consagrado por la comunidad internacional permite a la Casa Blanca renunciar a avales internacionales en el momento en que considere que su seguridad se encuentra amenazada. El énfasis puesto por la administración Bush en prevenir las posibles amenazas tiene como corolario el hecho de que ubica inmediatamente a Estados Unidos por fuera de los marcos del sistema internacional. Ninguna norma o procedimiento internacional tiene validez si contraviene los intereses nacionales de la gran potencia americana. El gobierno norteameri-
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cano sustituye los deberes que tiene con el resto del mundo y asume unilateralmente un conjunto de derechos, cuya fuente de legitimidad radica en ellos mismos. Otro peligro que entraña esta definición amplia y subjetiva del ataque preventivo radica en la aleatoriedad de su aplicación. Como bien quedó documentado con la invasión de Irak, en enero de 2002, en su discurso a la Unión, el presidente Bush acusó al régimen de Bagdad de estar comprando uranio para la fabricación de armas nucleares. "El gobierno británico -declaró Bush- ha sabido que Sadam Husein ha intentado comprar recientemente cantidades significativas de uranio en África". Después de rocambolescas revelaciones, se demostraría la falsedad de esta acusación. Washington finalmente tuvo qué reconocer el error. Ello, sin embargo, no fue óbice para se instrumentalizara esta acusación, se condenara al régimen de Irak como una amenaza a la paz mundial y se llevara a cabo la invasiójn. Lo que ocurrió con Irak fue que como ya se disponía de un plan para acabar con Husein, lo único que faltaba era encontrar un argumento que justificara la necesidad de esta acción. Era menester esgrimir motivos racionales que probaran ante la opinión pública nacional y mundial la necesidad de desembarazarse del dictador iraquí. Los motivos no podían ser de poca monta por cuanto en ese caso el impacto del desenlace militar sería moderado y prácticamente finalizaría con la remoción del despiadado dictador. En cambio, si el argumento era ampuloso, sus resultados fácilmente podrían ser magnificados. Todo el arsenal argumentativo utilizado para justificar el ataque preventivo contra Irak quedó comprometido al demostrarse su falsedad. Aun cuando el pretexto fuera falso desde todo punto de vista, su importancia no puede ser menospreciada. Si la identificación de Husein con Al Qaeda permitía mantener viva la guerra contra el terrorismo, la denuncia del armamento de destrucción masiva iraquí sirvió de pretexto p>ara poner en marcha los engranajes de los ataques preventivos. Irak fue invadido no porque existieran armas de destrucción masiva, sino, por el contrario, porque no las tenía y por tanto no las podía usar. En síntesis, además del carácter arbitrario que supone el concepto mismo de guerra preventiva, es de esperar igualmente que sea muy limitada la capaci- • dad de este principio para prevenir las amenazas. Esto se explica por el carácter asimétrico que asumen los conflictos en la actualidad. En la medida en que ninguna otra nación o fuerza político militar pueda darse el lujo de un presupuesto militar análogo al estadounidense, el principal procedimiento de beligerancia consistirá en recurrir a medios de agresión asimétricos. "Los atentados de Al Qaeda en 2001, y las emboscadas por sorpresa que sufren las tropas estadounidenses en Irak y en Afganistán, escribe Paul Kennedy, son ejemplos, evidentes de ello. Cuanto más dinero meta el Pentágono en nuevos cazabombarderos, más
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optarán sus enemigos por una guerra clandestina irregular" ("La estrategia de seguridad nacional. Un año después", El País, 19 de septiembre de 2003). De esta premisa podemos inferir un importante factor que explica la tensión que existe entre los actuales dirigentes estadounidenses y buena parte del resto del mundo. El factor cuestionable de la nueva doctrina de la seguridad nacional norteamericana no radica en que se proponga actuar (ataque preventivo) antes que se presenten los problemas, sino en su selectividad. A la envergadura y la incertidumbre que deparan los nuevos focos de tensión propone un accionar exclusivamente militar. Por ello esta selectividad es vista con suspicacia en los otros confines del planeta. En efecto, cuando se está frente a un enemigo del cual se desconoce su paradero, sus reivindicaciones y del cual no es posible prever con certeza sus eventuales golpes, la acción preventiva no es por sí absurda. Lo insensato radica en que esta acción preventiva pretende pasar por alto los mínimos consensos, tales como los que se producen entre los miembros del Consejo de Seguridad, y porque es entendida como un accionar que únicamente privilegia la dimensión militar. Es, en este doble sentido, que el carácter preventivo que la Casa Blanca quiere asignarle a sus acciones se convierte en una fuente de inseguridad y puede, como en efecto ocurrió con Irak, dar lugar a todo tipo de arbitrariedades. Igualmente se puede dudar de la selectividad de qué es lo que se entiende por una amenaza o un peligro. Podemos preguntarnos ¿porqué el terrorismo entra en esta categoría y no ocurre lo mismo con otros problemas que aquejan a la humanidad, los cuales, a veces, son incluso más graves y con consecuencias más desastrosas? O como lo decía en términos muy claro Javier Solana "los responsables políticos estadounidenses ven la nueva amenaza terrorista como el desafío primordial a la seguridad y el orden internacionales, excluyendo casi por completo todos los demás. Los europeos, por otra parte, tienden a verla como una más de entre una serie de amenazas, junto con la pobreza, los conflictos regionales sin resolver, las pandemias y el cambio climático" ("Las semillas de una posible ruptura entre EE.ULT. y Europa", El País, 13 de enero de 2003). Si retomamos una línea argumental que desarrollábamos páginas atrás, esta selectividad de las amenazas y de los peligros es equivocada porque como la globalización es un fenómeno integral, lo que acontece en un ambiente repercute de múltiples formas en todos los demás. Puede incluso argumentarse que así como con la globalización pierde sentido explicativo la exposición de los fenómenos a partir de determinadas o presuntas causas y efectos, pues las circunstancias entran en resonancia mutua, y de esta realidad se alimentan los condicionantes que generan determinados resultados, en el mundo actual se puede secundar una guerra preventiva mientras ésta sea una estrategia que se aplique indistintamente a todos los problemas, en los más variados ambientes sociales, y
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no exclusivamente contra el terrorismo y los tiranos que la administración Bush considere indeseados. Es en este campo donde se observa la ambigüedad principal de los actuales dirigentes políticos estadounidenses. Abandonan el tratado de Kyoto, rechazan el protocolo de verificación del tratado que prohibe las armas biológicas, renuncian a ingresar en la negociación sobre el tráfico de armas de pequeño calibre, desestiman la ratificación de la convención que crea una Corte Criminal Internacional, proclaman el alejamiento del tratado anti misiles entre Washington y Moscú y abandonan la Conferencia de la ONU sobre el racismo. Todas estas decisiones unilaterales tienen lugar además dentro de un contexto en el cual se prolongan medidas que vulneran la libertad comercial como las leyes Helms-Burton y d'Amato, se incrementan las subvenciones a la agricultura estadounidense y se presiona principalmente a las naciones europeas a quienes se les exige la protección de los soldados estadounidenses para que éstos no sean llevados ante la Corte Penal Internacional. Pero ocurre que, aí igual como sucede con la proclamada lucha contra el terrorismo, todos los temas a los cuales están consagrados estas convenciones o acuerdos internacionales son asuntos que también requieren de posiciones y de acciones preventivas. El problema de fondo consiste en que las autoridades estadounidenses reconocen a los organismos y los acuerdos internacionales sólo en la medida en que éstos se ajusten a sus intenciones e intereses. De lo contrario, se les desestima. Claro está que esta selectividad y ambigüedades se inscriben dentro de una línea argumentativa coherente con el nuevo discurso de los funcionarios de la administración Bush. Como el objetivo declarado que se quiere alcanzar consiste en potenciar al máximo la ventaja comparativa militar de los Estados Unidos, como pilar para la reorganización del sistema internacional, entonces se conceptúa que los problemas y las grandes amenazas están representados sólo por aquellas situaciones que requieren acciones de tipo militar, las cuales sirven para retroalimentar y mantener este liderazgo. Superioridad moral. El tercer elemento, derivado del punto anterior, consiste en el abandono de dos conceptos articuladores de la política exterior norteamericana, los cuales le habían otorgado un sentido al accionar de la diplomacia estadounidense desde los lejanos años en que se inició la guerra fría: la disuasión y la contención. El abandono de estos principios se respaldaba en la tesis de que para erradicar los potenciales peligros se debía optar por enérgicas acciones ofensivas. En el discurso en la academia militar de West Point, Bush declaró: "Durante la mayor parte del último siglo, la defensa de los Estados Unidos reposaba en las doctrinas de la guerra fría: disuasión y contención. En algunos casos esas doctrinas se siguen aplicando. Pero las nuevas amenazas exigen también
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nuevas formas de pensar. La disuasión -promesa de represalia contra los países— no significa nada para las redes de terroristas clandestinos que no tienen ni nación ni pueblo que defender. La contención es imposible cuando dictadores desequilibrados que poseen armas de destrucción masivas pueden dotarse de misiles o traspasarlos en secreto a sus aliados". En relación con este postulado de la doctrina, el director del periódico parisino Le Monde sostuvo: "Esta política rompe con la tradicional búsqueda de la 'contención' y la práctica de disuasión que ha dominado -con todo, victoriosamente- el pasado medio siglo; rompe también con la doctrina de Clinton, que le iba mucho mejor a los europeos, en el sentido de que, para el presidente demócrata, la 'superpotericia' estadounidense implicaba unos deberes, mientras que en opinión del republicano Bush le confiere unos derechos. En el primer caso, esto permitía a Estados Unidos ser indispensable, en el segundo hace a Estados Unidos una potencia indiscutible; esto crea un desequilibrio y alimenta un resentimiento universal" (Jean Marie Colombani, "El desafío estadounidense", El País, 6 de febrero de 2003). Este tercer componente de la doctrina de seguridad ha sido duramente criticado por la inseguridad que de por sí engendra y porque también con esta formulación la administración Bush extrapola al mundo el sentimiento de superioridad moral de Estados Unidos en los distintos campos, incluso en aquellas posiciones que pretende combatir (Narcís Serra i Serra, "La militarización de la política exterior de Bush", El País, 7 de abril de 2003). Esta tesis de la nueva estrategia de seguridad ha despertado tantas críticas y oposiciones que incluso un realista tan convencido como Henry Kissinger se ha mostrado muy reacio a aceptarla. En una entrevista concedida después de la guerra de Irak a la pregunta de cómo evaluaba la tesis de la guerra preventiva, el antiguo Secretario de Estado norteamericano declaró: "Sólo en el sentido de que la amenaza debe ser abordada antes de que se la implemente. Pero no estoy de acuerdo con el hecho de que a la larga una nación pueda por sí sola definir la naturaleza de la amenaza y el contenido de la prevención, por ende, debería haber una discusión entre Estados Unidos y nuestros aliados, en especial, pero también en otros países sobre bajo qué principios la prevención es algo justificado y factible" ("Kissinger toma distancia de la guerra preventiva", Clarín, 8 de mayo de 2003). Soberanías limitadas. El cuarto elemento recuerda la doctrina brezhneviana de las "soberanías limitadas". Obviamente esta limitación de la soberanía, al igual que ocurriera con la extinta potencia socialista, opera para el caso de los demás Estados, y no del suyo propio, en la medida en que se asume que Estados Unidos debe estar dispuesto a actuar e intervenir en cualquier parte y en todo momento para desmantelar la amenaza por anticipado. En la estrategia de seguridad
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se argumenta que cuando un gobierno muestre señales de tolerancia frente al terrorismo, éste inmediatamente se convierte en un factor de riesgo y en una amenaza. De otra parte, se sostiene que como todo gobierno es responsable de lo que ocurre dentro de su territorio, si se comprueba que fomenta la amenaza puede encontrar limitada su soberanía. En el mencionado discurso Bush precisó: "Debemos combatir al enemigo, desarmar sus planes y anteponernos a las peores amenazas antes que sean puestas en práctica. En el mundo que entramos, la única vía que conducirá a la seguridad es el camino de la acción". Demás está recordar la similitud-de esta tesis con la famosa doctrina Brezhnev de la extinta Unión Soviética que estipulaba que los demás países socialistas eran soberanos pero sólo hasta el límite cuando empezaban a cuestionar la validez del socialismo y/o la solidaridad con la Unión Soviética. Este fue el argumento esgrimido por Moscú, por ejemplo, para invadir Checoslovaquia en 1968. "Todo Estado que opte por la agresión o el terrorismo -declaró Bush- pagará el precio. No dejaremos que la seguridad de América y la paz del planeta caigan por la acción de algunos terroristas o de algunos tiranos desequilibrados". Es un hecho que nos ha correspondido vivir en un mundo en el cual la soberanía como principio y como práctica se ha vuelto difusa. Independientemente de la voluntad de las autoridades norteamericanas, la soberanía encuentra serios límites y obstáculos para su completa realización. Pero, desgraciadamente no es eso a lo que alude la doctrina Bush. El problema con este enunciado es la presunción de que los gobernantes de un Estado, por poderoso que sea, tienen el derecho de limitar la soberanía de cualquier Estado, y más aún cuando de lo que se trata es de enfrentar de manera preventiva una controvertible amenaza. Menosprecio de los acuerdos internacionaies. El quinto postulado considera que Estados Unidos se arroga el derecho de pasar por encima de las reglas, los tratados y las asociaciones de seguridad internacionales cuando considere que existe una amenaza a su seguridad. Esto lo explica claramente Robert Kagan, uno de los principales ideólogos de la política exterior norteamericana, cuando .señala: "hay que enfrentarse a la realidad. Desde el punto de vista estadounidense, un orden internacional sólo puede tener un centro, EE.UU., y no el Consejo de Seguridad de la ONU" (El País, 29 de marzo de 2003). Más enfático fue el controvertido asesor del Pentágono, Richard Perle, cuando aseveró: "Sólo nos quedan las coaliciones de los países dispuestos a intervenir (...) verdadera alternativa al-lamentable fracaso de la ONU" (Clarín, 7 de abril de 2003). Pocos días después, el mismo Perle escribió: "El reino del terror de Sadam Husein está a punto de finalizar. Su gobierno baazista, sin embargo, no se irá solo. Naciones Unidas se está hundiendo con él, lo cual no deja de ser irónico. Quizá no desaparezca toda la Organización de Naciones Unidas. Las partes dedicadas a 'buenas
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obras' se mantendrán (...) El fracaso crónico del Consejo de Seguridad a la hora de hacer que se respeten sus resoluciones (con respecto a Irak) es inconfundible: simplemente no está a la altura de la tarea. Así que nos quedan las coaliciones de voluntarios. Lejos de menospreciarlas como una amenaza contra un nuevo orden mundial, deberíamos reconocer que son, por defecto, la mejor esperanza para ese orden y la verdadera alternativa a la anarquía causada por el triste fracaso de Naciones Unidas" ("La caída de Naciones Unidas", El País, 14 de abril de 2003). Esta renuncia a reconocer la autoridad de los organismos internacionales se inscribe dentro de la concepción hobbesiana que fue propia de la época de la guerra fría y que sigue predominando como un importante referente para la acción entre muchos de los líderes estadounidenses. "Estados Unidos ejerce el poder en un mundo hobbesiano en el que todos luchan contra todos y no se pueden fiar de reglas internacionales ni del derecho internacional público" (Robert Kagan, Clarín, 7 de abril de 2003). Al enunciarse este referente se constata que los actuales ocupantes de la Casa Blanca no quieren tener cortapisas ni en el ejercicio de su poder ni a la hora de emprender acciones que consideren adecuadas. "Los que defiende a la ONU lo hacen obviamente porque no quieren que Estados Unidos tenga un poder sin límites. Es por eso que el consiguiente debate sobre el papel de la ONU parece que será muy agrio. En la medida en que la ONU tiene una membresía universal y es reconocida por lo general en el derecho internacional como la única autoridad que puede legítimamente autorizar el uso de la fuerza por un Estado contra otro, es que representa un problema para Bush. La administración de Bush quiere un nuevo régimen internacional de coaliciones democráticas, que'gozaría de una legitimidad de la que la ONU carece y podría arreglárselas expedita y efectivamente con las amenazas al orden internacional" (William Pfaff, "Bush's new global orden will genérate resistance", International Herald Tribune, 17 de abril de 2003). No debe, sin embargo, dar lugar a engaños la solicitud hecha por la Casa Blanca de obtener un aval por parte del Consejo de Seguridad de la ONU en los meses previos a la invasión de Irak. Se recurrió a la ONU porque era menester apaciguar a los sectores más conciliadores del equipo gobernante y a que "sea como sea, la decisión de George W. Bush de consultar al Consejo de Seguridad ya no se origina en el deseo de lograr la legitimidad que otorga el derecho internacional, que desde hace tiempo se considera superflua. Esta maniobra para cubrirse las espaldas sólo era deseable porque habría ampliado la base de la 'coalición de voluntarios' y habría difuminado las objeciones de la propia población" (Jürgen Habermas, "¿Qué significa el derribo de monumentos?", El País, 20 de mayo de 2003).
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Es decir, este componente de la doctrina de seguridad prevé que las reglas internacionales son buenas mientras no afecten a Estados Unidos o coarten su capacidad de acción. Pero, corno señala Richard Falk, el ataque preventivo y la convicción de que Estados Unidos se encuentra por encima de las reglas internacionales no son los únicos elementos preocupantes de esta visión geopolítica posmoderna delineada en el discurso de West Point. También se encuentra el tema del dominio global, un proyecto para transformar el orden mundial del actual a un imperio global posmoderno (es decir, no territorial) gobernado por Washington128. Alianzas a geometría variable. El último principio enarbolado en esta nueva estrategia de seguridad consiste en que Estados Unidos debe actuar de manera directa y sin limitaciones en respuesta a las amenazas. En ocasión de la guerra de Irak, Bush advirtió, en clara alusión a los países europeos: "La historia nos ha dado una oportunidad histórica de defender la libertad y combatir la tiranía, y es exactamente lo que vamos a hacer. No bajaremos la guardia hasta terminar. Algunos se relajarán, otros se cansarán, pero no será mi caso, ni el del Gobierno de Estados Unidos, ni el de mi país" (El País, 23 de marzo de 2003). Es decir, la utilidad de las alianzas varía según las circunstancias. Esta tesis ya había sido esgrimida en ocasión de la guerra contra Afganistán, lo que despertó la sospecha y oposición de numerosos sectores. El Secretario de Defensa norteamericano, Donald Rumsfeld, poco después del ataque a las Torres Gemelas sostuvo: "Es la misión la que determina la coalición y no permitimos a las coaliciones determinar la misión" ("Face the nation", CBS, 23 de septiembre de 2001). Ello significaba que el gobierno de Estados Unidos juzga considerar las coaliciones de distintas fuerzas dependiendo de la naturaleza y los objetivos de cada misión. Con la formulación de este postulado retorna a la escena política mundial el unilateralismo intemacionalista, el cual es entendido como la determinación a actuar en solitario y que sólo en ocasiones procurará contar con la cooperación de otros Estados, pero siempre y cuando estén totalmente dispuestos a ubicarse bajo el manto directivo de las autoridades estadounidenses. La búsqueda de la estabilidad en el sistema internacional se convierte en un objetivo en si, pero no constituye un medio para alcanzar propósitos más elevados. Esta doctrina ha suscitado agrios debates y comentarios y ha encontrado un gran rechazo por parte de la comunidad internacional y la opinión pública mundial. Como señala Gareth Evans, presidente del Grupo Internacional de Crisis, la estrategia de seguridad es impracticable, porque no es probable que otros
128. Richard Falk, "The New Bush Doctrine" en The Nalion, 15 de julio de 2002.
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países vayan a aceptar la disciplina de las limitaciones impuestas por los tratados y la obligación de demostrar que un riesgo es inminente antes de atacar, si Estados Unidos no está dispuesto a hacerlo. Insostenible, debido a las cargas y los compromisos que se acumularán después de cada acción militar, hasta que llegue un momento en que no darán más de sí. Incompleto, porque la estrategia no reconoce la necesidad de cooperación internacional para defender los intereses nacionales en materia de terrorismo, crimen internacional, protección ambiental, comercio. Y contraproducente, porque, si hay una forma de que el país hegemónico acabe encontrándose acosado, es enemistarse con todas las demás potencias importantes a base de abusar de su poder ("El Pentágono tiene pasión por terminar en Irak la labor de 1991", El País, archivo, 2002). El problema de fondo de esta estrategia consiste en que si bien Bush desempeña un gran papel como líder de la guerra, se encuentra todavía muy lejos de convertirse en un líder global, "porque su obtusa visión no llega a reconocer que la seguridad de Estados Unidos está hoy indisolublemente ligada a la seguridad global y al fortalecimiento de la comunidad internacional"129. Podemos concordar con la tesis de Evans de que esta es una doctrina impracticable, insostenible o incompleta. Pero no es eso en realidad lo que cuenta. Lo más importante y preocupante consiste en la maniquea concepción que se sostiene desde la Casa Blanca, cuyo propósito-esencial radica en hacer de la doctrina un medio para alcanzar otros fines. Para el resto del mundo lo que importa es que en lugar de fortalecerse los mecanismos de seguridad a escala planetaria, los resultados son diametralmente los opuestos. La socióloga Sakia Sassen resume muy bien este dilema cuando asevera "el gobierno de los Estados Unidos está trabajando muy duro para hacer del mundo un lugar menos seguro para todos" (Clarín, 17 de mayo de 2003). Esta estrategia constituye, en síntesis, un cuerpo doctrinario encaminado a dar respuesta a los problemas de seguridad del mundo actual, inspirado en la noción de enemigo, tal como existía en la época de la guerra fría, pero con un instrumental funcional para una sociedad y un mundo que ha quedado definitivamente atrás. El principal argumento que explica por qué este esquema de seguridad ha levantado tanta oposición obedece a esta disfuncionalidad existente entre los medios propuestos y las condiciones de intensa globalización que caracterizan la vida mundial en nuestro presente más inmediato. Como señala Ikenberry, "esta gran estrategia neoimperial tiene sus trampas. Un poder estadounidense no sujeto a rendir cuentas, carente de legitimidad y desembarazado de las normas e instituciones nacidas en la posguerra y caracte-
129. Michael Hirsh, op cit., p. 45.
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rísticas del orden internacional, será el heraldo de un sistema internacional más hostil, que hará mucho más difícil satisfacer los intereses estadounidenses"130. ¿O será el petróleo? No obstante la centralidad de estas valoraciones de naturaleza política, otros factores ayudan también a entender la acción emprendida por Estados Unidos contra Irak. Seguramente el motivo principal no fue el petróleo, pero ha sido un elemento que nunca ha estado del todo ausente. Al respecto, el subsecretario de Defensa, Paul Wolfowicz, a la pregunta de unos periodistas de porqué se le ha dado un tratamiento diferente al problema iraquí y al coreano, respondió: "Es sencillo, la mayor diferencia entre Corea del Norte e Irak es que económicamente nosotros no teníamos otra opción en Irak. El país nada en un mar de petróleo", (El País, 5 de junio de 2003). No han sido pocos los políticos, altos funcionarios y analistas que han argumentado que el motivo principal de Estados Unidos para invadir Irak ha consistido en disponer de sus inmensos recursos petroleros. El jeque Ajmed Zaki Yamani en una intervención en El Cairo, excluyendo de ante mano que el motivo del gobierno de Estados Unidos fuera encontrar armas de destrucción masiva, sostuvo: "olvídense de las armas. Hay muchos países, Israel, Corea del Norte, India y Pakistán, que tienen muchísimas más de las que puede esconder Sadam. Ese no es el asunto. A Estados Unidos sólo le interesan dos cosas en Oriente Próximo: Israel y el petróleo". El príncipe Talal Bin Abdelaziz comparte la misma idea: "Estados Unidos quiere controlar el mundo a través del petróleo de Oriente Próximo". Con este gran recurso estratégico en la mano, puede imponer sus condiciones a aquellos que en el futuro pretendan contrarrestar su poderío. La tesis del control de los recursos energéticos no puede despreciarse. Sobre todo porque la lucha contra el terrorismo internacional reanima las inquietudes sobre la seguridad en el suministro de los países consumidores en tanto que el Medio Oriente, principal zona de producción y exportación del petróleo en el mundo, se ha convertido en una región de alta inestabilidad. Desde el 11 de septiembre el escenario petrolero mundial ha venido presentado grandes cambios. Uno muy importante fue el .acercamiento entre Estados Unidos y Rusia; el otro consiste en el mayor interés que han despertado otros centros petroleros como Asia Central y África Occidental. Empero, como muestra el cuadro 1 ninguno de estos países o regiones puede llegar a ser un sustituto a la producción del Golfo Pérsico.
130. John Ikenberry, op cit.\ p. 15.
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Reservas de petróleo (En millones de barriles) País
Reserva
Arabia Saudita Irak Emiratos Árabes Kuwait Irán
263.500 112.500 97.800 96.500 89.700
País Venezuela Rusia Libia EE.UU. México
Reserva 72.600 48.600 29.500 28.600 28.400
Fuente: Departamento de Energía de Estados Unidos
Para nadie es un secreto el importante papel que le corresponde al petróleo en el crecimiento de la economía mundial. Entre 1985 y 2000 la demanda mundial aumentó en 13,1 millones de barriles por año y según estudios prospectivos del Departamento de Energía de Estados Unidos, el incremento en la demanda de petróleo entre 2000 y 2010 rondará los 20 millones de barriles diarios. El consumo mundial aumenta aproximadamente un 1,9% por ano y se incrementara cíe 95,8 miííoiies de barriles en 2010 y a 114,7 millones en 2020. Frente a este
aumento de las importaciones mundiales, el Medio Oriente se convierte en una región estratégica pues dispone de dos tercios de las reservas probadas de petróleo y realiza en la actualidad el 44,5% de las colocaciones en el mercado mundial. Para satisfacer el aumento en la demanda y responder a las necesidades mundiales de crudo, para el año 2010 Arabia Saudita tendrá que doblar su actual capacidad de producción y se calcula que para el 2020 tendrá que incrementarse en un 130% la capacidad extractiva del conjunto de países de la OPEP. De acuerdo con algunos estudios, se estima que la parte correspondiente a cinco países de la OPEP (Arabia Saudita, Emiratos Árabes, Kuwait, Irán e Irak) llegará a representar el 41 % de la producción mundial en 2020, con lo cual la dependencia del mundo con respecto al petróleo de estos países irá en constante aumento131. La posición estratégica de estos países es aún mucho mayor si tenemos en cuenta que por envejecimiento de muchos pozos en otras zonas del planeta la capacidad de producción'del petróleo descenderá en un 5% en promedio por año, en condiciones en que la demanda mundial sigue creciendo. El incremento global en el suministro sólo puede tener lugar si se expande la extracción de
131. Nicolás Sarkis, " Barils de pétrole et barils de poudre au Proche-Orient" en Le Monde Diplornatique, junio de 2002.
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crudo en el Medio Oriente. Pero estos países no disponen de los medios financieros y de la tecnología necesaria para incrementar su producción. En lo que se refiere a las posibilidades del mercado energético, dos problemas están en juego. El primero es el del precio. Algunos países se declaran partidarios de mantener elevada la cotización de los recursos energéticos, como es el caso de Rusia. Para el coloso euroasiático, el destino de Irak representa un interés particular, por cuanto a mediano plazo puede alterar el precio internacional del crudo. El presupuesto estatal ruso depende fundamentalmente de la cotización internacional del petróleo, y un descenso por debajo de los US$ 21,5 por barril perjudica su economía. Rusia no puede influir en la formación del precio mundial del crudo a partir de sus propios yacimientos, donde el costo del barril llega a alcanzar los US$ 12 (El País, 3 de febrero de 2003). El precio internacional del crudo no sólo interesa a los países productores; también crea problemas para las economías más desarrolladas. Se calcula que cada a.umento de US$ 10 en el barril de petróleo reduce el crecimiento real de los países del G.7 en 0,3%, al cabo de 9 meses o un año ("Guillermo de la Dehesa, "Consecuencias económicas potenciales de una guerra en Irak", El País, 27 de febrero de 2002). El segundo problema, especialmente destacado por las autoridades de Estados Unidos, es el tema de la seguridad energética mundial. Para la potencia del norte este es un tema urgente porque su economía representa una cuarta parte del consumo mundial, en condiciones en que su producción descendió a un 15% en 2000. Existen numerosas evidencias que demuestran que para la potencia del norte el tema energético se ha convertido en uno de los principales problemas de seguridad nacional. Al respecto la estrategia de seguridad nacional promete que: "reforzaremos nuestra propia seguridad energética y la prosperidad común de la economía mundial cooperando con nuestros aliados, nuestros socios comerciales y los productos de energía a escala mundial, en particular en el continente americano, en África, Asia Central y en la región del mar Caspio"132. No está demás recordar que la gira que emprendió el presidente Bush por varios países de África subsahariana incluía un marcado interés por el crudo africano. Desde el 11 de septiembre, Estados Unidos ha procurado diversificar las fuentes energéticas, sobre todo aquellas cfue le permitan aminorar la dependencia que se tiene con respecto al Golfo Pérsico y, en particular, con Arabia Saudita. El golfo de Guinea, por su parte, comprende un arco de países entre los que se incluyen Nigeria, Guinea Ecuatorial, Camerún, Gabón y Angola, que dispone de importantes reservas (aproximadamente 80.000 millones de barriles). El petróleo del golfo de Guinea goza de cuatro grandes ventajas: es fácil
132. http:/usinfo.state.gov/joumals/itps/12202/ijpf/flarson.
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doblar su producción (es la región de más rápido crecimiento energético)- el petróleo es de buena calidad; a diferencia del de Asia Central, es fácil de transportar por la cercanía con el océano; y no requiere de grandes inversiones en oleoductos. A partir "de esta realidad geopetrolera mundial, numerosos analistas han argumentado que la guerra de Irak estuvo ante todo motivada por el control del petróleo. Carlos Fuentes, por ejemplo, la definió como una petroguerra133. La nebulosa argumentativa que ha rodeado las declaraciones de las autoridades norteamericanas también ha servido para alimentar las sospechas en este sentido. "De una cosa estoy seguro: el pueblo estadounidense nunca respaldaría la invasión de Irak, ni de ningún otro país del golfo Pérsico, para apoderarse de los campos petrolíferos. Después de todo, luchamos en el Golfo Pérsico para impedir que Irak capturase los campos petrolíferos de Kuwait. Pudiera ser que Europa y el resto del mundo estuviesen en realidad completamente equivocados con respecto a las verdaderas intenciones de Estados Unidos en Irak. Pero el hecho de que en Estados Unidos prácticamente no haya debate público sobre lo que el resto del mundo sospecha que es la verdadera razón para deponer a Sadam me hace creer que detrás de la obsesión de la Casa Blanca por Irak hay algo más de que nos cuentan" (Jeremy Rifkin, "¿Tiene Bush planes secretos con relación a Irak?", El País, 28 de octubre de 2002). Si bien la mayoría de los analistas que destacan el interés petrolero en la guerra se les puede ubicar en la izquierda del espectro político134, porque permite describir el rostro oculto del imperio, esta concepción también la comparten analistas internacionales, como Jeffrey Sachs, que en ningún caso son contestatarios con el sistema. "Cada día que pasa hace pensar que la amenaza de las armas de destrucción masiva de Sadam se habían exagerado, y otro objetivo se perfila en el horizonte: el control del 11 % (o más) de las reservas de petróleo del mundo y, a la larga, el control de los oleoductos entre el Mediterráneo, el Mar Caspio y el Océano Indico". ("La pandilla capitalista va a la guerra", El País, 11 de mayo de 2003). Sachs basa su argumentación en las conclusiones que se desprenden de un documento denominado "Retos estratégicos para la política energética del siglo XXI", el cual fue realizado bajo la conducción de James Baker III en el Institute for Public Policy. De este informe se derivan dos conclusiones. La primera es que Irak constituye una pieza fundamental en el suministro de petróleo del Medio Oriente y la segunda es que, por razones de seguridad económica, Estados Unidos necesita el petróleo iraquí, pero, por motivos de 133. Carlos Fuentes, "El divorcio atlántico" en Foreign Affairs en español, abril-junio de 2003. 134. David North, "The crisis of American capitalism and the war against Iraq" en Globalización. Revista mensual de economía, sociedad y cultura, abril de 2003.
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seguridad militar, la potencia del norte no puede permitir que Sadam Husein lleve a cabo la producción petrolera. De ello se infiere que la Casa Blanca necesita un nuevo régimen en Irak para garantizar su seguridad energética. Conviene recordar igualmente otro hecho difícil de refutar: la importancia y la gran influencia que ejercen las empresas petroleras norteamericanas sobre el actual gobierno norteamericano: el vicepresidente de los Estados Unidos, Dick Chesney, dirigió durante largos años Halliburton, empresa líder en la prestación de servicios a la industria petrolera; Condoleeza Rice, Directora del Consejo Nacional de Seguridad, durante nueve años laboró en el gigante petrolero Chevron y, en su calidad de experta en sovietología, se encargaba particularmente del dossier de Asia Central, región igualmente rica en recursos energéticos; Donald Evans, Secretario de Comercio, y Spencer Abraham, Secretario de Energía trabajaron en la empresa Tom Brown y Kathleen Cooper, la Subsecretaría de Comercio, fue economista jefe de Exxon. Si bien de ello no se puede deducir automáticamente que la actual administración actúe en función de los intereses de las grandes firmas petroleras norteamericanas, no se puede descartar el hecho que por su experiencia laboral y, a veces, por una convergencia de intereses, tienden a tener una visión "geopetrolera" del mundo. Hay otro factor que, en lo que atañe a estas empresas, conviene evocar. Las grandes empresas petroleras se encuentran entre las mayores compañías industriales y comerciales del mundo, pero la mayor parte de ellas tiene una gran limitación: no obstante su gran capacidad para obtener inmensos beneficios del negocio petrolero a través de la exploración, la extracción y comercialización del crudo, estos beneficios no se encuentran garantizado a mediano plazo porque es débil el control que ejercen sobre las reservas de hidrocarburos. Pero del hecho que estas empresas tengan un gran vínculo con el gobierno norteamericano y que, al mismo tiempo, acusen una gran debilidad en tanto que no tienen resuelto el problema del abastecimiento de los recursos energéticos, de ahí no puede extrapolarse de manera mecánica que estas empresas estén comenzando a dirigir la política exterior norteamericana. Entre lo uno y lo otro hay que recorrer un gran trecho. Conviene tener en cuenta que los petroleros (inclui*do Richard Chesney cuando se encontraba al frente de Halliburton) buscaron durante varios años levantar las sanciones impuestas por el Congreso norteamericano en 1996 contra Libia e Irán, sin ningún éxito ("Irak: une guerre pour l'or noir?, Le Nouvel Observateur, 3 de octubre de 2002). No está demás recordar las palabras del Ministro francés de Asuntos Exteriores, Hubert Védrine, quien refiriéndose a los cambios geopolíticos ocurridos luego de los sucesos del 11 de septiembre, declaró "quizá sea el resultado de un proyecto, pero ciertamente no es el resultado de una conspiración" {El País, 25 de octubre de 2001). Algo similar ocurre con el tema petrolero. Una cosa es que
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el tema del petróleo sea una variable a tener en cuenta y otra que sea la gran explicación. Si el objetivo consistía simplemente en abrir mercados a las compañías petroleras norteamericanas, el levantamiento de las sanciones unilaterales sobre Irak, Irán y Libia habría sido mucho más económico y menos arriesgado. Conviene igualmente recordar que incluso en los momentos de mayor tensión entre Estados Unidos e Irak, gran parte del crudo de este último se destinaba al mercado norteamericano. En 2002, Irak se ubicó como el quinto proveedor de crudo de Estados Unidos. A nuestro modo de ver, la explicación de la guerra contra Irak simplemente en términos del control de los recursos petroleros adolece de una gran insuficiencia: pasa por alto el hecho de que el petróleo iraquí ocasiona tantas contrariedades como soluciones. Algunos estudios prospectivos sugieren que si Irak llegara a aumentar sensiblemente su producción el precio del barril podría caer a US$ 15. Este sería un precio tan bajo que se convertiría en un desestímulo para llevar a cabo nuevas prospecciones, incluso en el mismo Irak. Pero más grave aún es que ocasionaría problemas a las pequeñas compañías petroleras tejanas, para las cuales el negocio es rentable sólo en caso de que el precio se mantenga elevado. Por último, "llevar la producción iraquí de petróleo a su nivel histórico de 2,5 millones de barriles diarios exige tres años e inversiones, estimadas en US$ 8 mil millones para las instalaciones petroleras y US$ 20 millones para reparar la red eléctrica nacional. Aumentar la producción hasta 6 millones de barriles costaría otros US$ 30 mil millones135. A ello conviene igualmente agregar que desde un punto de vista económico el Irak de posguerra tiene ante sí grandes desafíos por resolver. Su economía se encuentra en ruinas, dispone de una voluminosa deuda externa, el país sufre de crisis de liquidez, su moneda es inestable, tiene que responder a miles de reclamos por concepto de indemnizaciones, el desempleo se ha convertido en un serio flagelo y tiene que atajar al problema de la inflación. De acuerdo con un informe publicado en enero de 2003 por el Centro de Estudios Estratégicos de Washington las obligaciones financieras del régimen de Sadam entre contratos, indemnizaciones, guerra y deuda exterior ascendía a US$ 383.196 millones. Las compensaciones de guerra alcanzan los US$ 199 mil millones, la deuda externa unos US$ 127 mil millones y los contratos pendientes, otros US$ 57 mil millones {El País, 8 de mayo de 2003). De acuerdo con un informe de consultores ingleses independientes se calcula que la reconstrucción de Irak'costará unos US$ 20 mil millones al año durante al menos una década (Clarín, 17 de abril de 2003).
135. Yahya Sadowski, "Veriles et mensonges sur l'enjeu pétrolier" en Le Monde Diplomatique, abril 2003.
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El restablecimiento de la producción petrolera iraquí se tomará varios años y su costo se elevará también a varios miles de millones de dólares. A ello se agrega finalmente que el único recurso de que dispone este país para pagar sus obligaciones y reimpulsar la "modernización consiste en el aumento de la producción petrolera. Pero cuanto más produzca, más caerán los precios internacionales del petróleo y, por tanto, más lejos se encontrará de solucionar sus urgentes problemas. De ello se puede concluir que es poco razonable pensar que el petróleo pueda financiar la reconstrucción de Irak. Por último, si con la invasión de Irak Estados Uñidos llega a disponer de una mayor ascendencia sobre el mercado de petróleo, ello no significa que lo vaya a controlar. En síntesis, todo apunta a que el motivo principal no parece haber sido el petróleo, pero en todo caso el hidrocarburo no estuvo del todo ausente en las motivaciones para la guerra. El petróleo no fue el motivo principal, porque como acertadamente escribe Robert Kagan "La guerra fue por razones de seguridad" ("Con Gore también habría habido guerra", El País, 13 de abril de 2003). ¿Geopolítica monetaria e intervención en Irak? De la tesis articulada en torno al tema del petróleo ha surgido otra explicación que se centra en la idea de que lo que se ubica en el trasfondo del conflicto es algo más lejano e indirecto y estratégico: la lucha por la supremacía entre el dólar y el euro136, o sea, sería una guerra encubierta entre Estados Unidos y la Unión Europea. "En noviembre de 2000, escribe Beethoven Herrera, Irak adoptó el euro como divisa para sus transacciones petroleras, y desde entonces esta moneda ha incrementado en un 17% su valor; el cual, al aplicarse a los US$ 10 mil millones de la reserva de petróleo por comida que Irak tiene en la ONU, le representa una ganancia significativa. Adicionalmente, China ha convertido un tercio de sus reservas internacionales al euro, y Cuba lo ha adoptado como circulante en las zonas turísticas visitadas sobre todo por europeos (...) Si la Organización de Países Exportadores de Petróleo adoptara el euro como divisa para sus transacciones internacionales, todos los países deberían buscarla para adquirir el crudo, causando un eventual colapso de la divisa estadounidense (...) Un escenario de estos cambiaría radicalmente la geopolítica mundial, con mayor razón aún, si se advierte que Europa importa más petróleo que Estados Unidos. Todo esto explica en gran medida la decisión de Washington de ir a la guerra para revertir las tendencias ya observadas" ("Pasos de euro grande", Un Periódico, 15 de junio de 2003).
136. Clark W., "The real reasons for the upcoming war with Irak: a macroeconomic and Geostrategic analysis of the unspoken thruth", www.radical.org/ratville/CAH//RriraqWar.html. Véase también Elmar Alvater, "Una guerra contra l'Euro" en La revista del Manifestó, abril de 2003.
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Desde una perspectiva planetaria se puede observar que desde 2002, la competencia entre el dólar y el euro no ha dejado de aumentar. Luego de su reciente aparición, el euro se ha convertido en un serio desafío para la supremacía histórica que ha detentado el dólar en los últimos cincuenta años. Mientras en 1999, año en que entró en funcionamiento, el euro representaba sólo el 10% de las reservas exteriores de los bancos centrales, el 2002 cerró con un euro que ya alcanzaba el 29%, mientras el dólar descendió al 5.7% de las reservas exteriores de los bancos centrales. Este empuje que ha registrado el euro obedece a varios motivos. El desequilibrio de la balanza comercial y de cuentas corrientes de Estados Unidos. El ahorro neto del sector privado estadounidense en porcentaje del PIB comenzó a ser negativo (-6% del PIB en 2000) y actualmente se sitúa en -1,5%. De otra parte, Estados Unidos acusa un importante déficit fiscal. Por lo tanto, la rentabilidad de las inversiones en euros es mejor que las en dólares, los desequilibrios fiscales de Estados Unidos hacen que ya no atraiga el ahorro mundial y los tipos de interés favorecen al euro. Por último, "el sistema bancario de Estados Unidos no es más fuerte que el europeo". Datos de la revista The Banker de julio de 2002 revelaba que entre los 1.000 mayores bancos del mundo según sus activos, los de la UE representan el 44%, los norteamericanos el 16% y de acuerdo con el capital los europeos tiene el 36% y los norteamericanos el 24%" (Jorge Stecher, "El euro y el dólar", El País, 9 de abril de 2003)." Una explicación geomonetaria como la que acabamos de presentar tampoco puede desconocerse. El mundo de hoy es muy complejo y abigarrado con múltiples entrecruzamientos como para invocar explicaciones monocausales y consecuencias singulares. Como señalábamos páginas atrás, la principal dificultad que se experimenta cuando se pretende arrojar luces sobre este tipo de fenómenos la encontramos en el hecho de que con la intensificación de la globalización los fenómenos deben explicarse en términos de resonancia, es decir, estableciendo enlaces diferenciados entre las distintas situaciones y acontecimientos. Pero difícilmente se puede inferir de la concepción predominante en el núcleo radical que se encuentra actualmente en la Casa Blanca explicaciones geoeconómicas o geomonetarias, cuando sus discursos se encuentran signados fundamentalmente por variables políticas y geoestratégicas. ¿Y el Medio Oriente? En esta resonancia de elementos encontramos también motivaciones más específicas en relación con la posición de Estados Unidos en el Medio Oriente. En páginas anteriores sosteníamos que EE.UU. se ha convertido en una potencia global, por cuanto tiene presencia y se ha convertido en un importante actor regional en el continente americano, en el Asia-Pacífico, en Europa, en Asia Central y en el Medio Oriente. De todas estas regiones, donde ha sido más cuestionada su presencia y su actuación ha sido precisamente en el
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Medio Oriente'. En esta región tiene presencia, pero no logra realizar plenamente su dominación. La intervención en Irak, en línea directa con la guerra de Afganistán, se convierte en una movida estratégica para afirmar su dominio en la región. Estados Unidos en su calidad de potencia global ha tenido la necesidad de encontrar asideros para el ejercicio de su poder en condiciones en que el Medio Oriente se ha visto sacudido por numerosos movimientos tectónicos que han cambiado los fundamentos de ese poder. Esta motivación en ningún caso se inscribe dentro de un registro menor que las anteriores. Para conservar su status, la potencia del norte tiene que desplegar un juego de redes que le permitan conservar su gravitación regional. Pero a diferencia de lo que ocurre en otras regiones del planeta, donde los cambios estructurales han sido más pausados, en el Medio Oriente han sido vertiginosos y eso conduce a prestas respuestas. De otra parte, mientras en Asia-Pacífico o Europa, donde se están presentando profundas transformaciones que se desarrollan en una longue durée, en el Medio Oriente son abruptos cambios en condiciones en que los asideros del poder son bastante efímeros y coyunturales. La guerra contra Irak puede interpretarse como un intento de enquistar el poderío estadounidense en esta sensible y estratégica región. Como vemos, es difícil ser conclusivo en cuanto a las motivaciones que condujeron a esta intervención. Se observa, sin embargo, la existencia de motivaciones económicas, políticas, geomonetarias, geopolíticas, pero todas ellas se inscriben dentro de un gran diseño de reorganización del planeta para hacerlo más afín y moldeable a las pretensiones universalistas norteamericanas. Es decir, la decisión colectiva engloba todo este conjunto de intereses particulares. En síntesis, la guerra de Irak ha sido un importante movimiento dentro de esta gran estrategia de transformación del mundo. Las motivaciones estadounidenses que condujeron a este conflicto son diversa índole. Si se les quiere ordenar de modo jerárquico, se pueden ubicar de la siguiente manera: el primer lugar le corresponde a aquel desplazamiento que las autoridades norteamericanas quieren acelerar mediante el fomento de los elementos s'ecuritarios por sobre las consideraciones democráticas como eje en torno al cual se construye el nuevo orden mundial. En segundo lugar, se encuentran las valoraciones políticas que pretenden reposicionar a Estados Unidos en el mundo, cuyo pilar argumentativo y práctico está representado por la nueva doctrina de seguridad nacional. A continuación, se sitúan los factores que han impulsado a los gobernantes norteamericanos a recomponer el mapa de equilibrios geopolíticos en el Medio Oriente, reconstitución que permite alcanzar dos objetivos: de una parte, afirmar el poder global estadounidense y, de la otra, garantizar la seguridad energética norteamericana. En último lugar, se ubican las consideraciones geomonetarias, factor al
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cual le corresponde cada vez un papel mayor en el ordenamiento financiero mundial, pero que como problema no goza de centralidad entre los tomadores de decisión de la Casa Blanca. Si se puede representar de esta manera el orden jerárquico en lo que respecta a las motivaciones, de ello no puede inferirse que las consecuencias a que ha dado lugar la guerra se ubiquen en ese mismo registro. Tal como sostuvimos con anterioridad, su ecualización se torna aleatoria. No ha sido fortuito que esta tentativa de intentar ejercer una dominación a través de la doctrina de seguridad se haya convertido en un tópico que despertara inusuales polémicas en todo el mundo. Esto obedece a que, a diferencia de otras orientaciones político militares similares propuestas por anteriores administraciones, la doctrina Bush se presentó como un proyecto revolucionario que asume como propósito convertirse en un nuevo derrotero para el conjunto de la política exterior norteamericana y en un prisma a través del cual se inteipreta el papel de los demás actores en el sistema internacional. Por su designio transformador ha impelido a los otros grandes actores internacionales a adoptar referentes similares en términos de conducción externa y de seguridad. Por último, por su naturaleza y su pretensión hegemónica se ha transformado en un elemento adicional que exacerba las tensiones en La vida internacional. El ex candidato demócrata Al Gore resumió muy bien el estado de ánimo que existe eñ el mundo y cómo se ha dilapidado el gran capital de apoyo con que gozó el gobierno norteamericano luego de los ataques terroristas del 11 de septiembre: "Hemos desperdiciado este apoyo y en un año lo hemos reemplazado por el miedo, la ansiedad y la incertidumbre, no sobre lo que los terroristas van a hacer, sino sobre lo que nosotros vamos a hacer". A reglón seguido, señala "la estrategia nacional emergente no sólo celebra la fuerza americana, sino que glorifica además la idea de dominación (...) Si lo que Estados Unidos encarna ante el resto del mundo es liderazgo en una asociación de iguales, nuestros amigos serán legión. Si lo que encarnamos ante el mundo es un imperio, nuestros enemigos serán legión'.' (El País, 25 de septiembre de 2002)137. Es dentro de este contexto que debe interpretarse la invasión de Irak, tanto en lo que se refiere a los propósitos anhelados, como a las posibles consecuencias. Esta aventura bélica demostró que a esta estrategia de seguridad no se le ha asignado la tarea de ser un simple referente, pues "fue diseñada para convertirse en algo real, tangible y para ello tenía que experimentarse in situ. A la intervención en-Irak se le ha querido asignar un carácter fundacional, como momento
137. Véase también José Rodríguez Elizondo, "La doctrina Bush y los demonios de la inseguridad" en Estudios Internacionales, año XXXV, octubre-diciembre de 2002.
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fundamental en el accionar estadounidense, para intentar rehacer el mundo a su imagen y semejanza. Esta es la razón que nos ha llevado a interpretar la intervención como un asunto eminentemente político, a partir del cual se redefine la política exterior y de seguridad de los Estados Unidos y que le otorga un determinado sentido a los otros intereses que se materializan en esta apuesta, sean de naturaleza económica, energética o financiera. Debemos, sin embargo, evitar caer en interpretaciones que, en aras del simplismo, terminen distorsionando la complejidad de la realidad. El énfasis en la capacidad explicativa a partir de esta nueva doctrina de seguridad no debemos extrapolarla como si fuera una "explicación en última instancia'. El fenómeno que prima es la voluntad transformadora de que hace gala la nueva administración estadounidense, para quien la doctrina ha sido su carta de navegación. LOS DILEMAS DE LA GOBERNABILIDAD GLOBAL Dentro de estas coordenadas, podría considerarse afortunado y aventajado aquel país que alcance el status de potencia global. Su existencia y resplandor, sin embargo, pueden ser mucho más efímeros y aleatorios, que la imagen que el concepto sugiere. Esto obedece al hecho de que una potencia global encuentra ventajas y desventajas en el ejercicio de su poder. Entre las primeras se encuentran las formas más sutiles de dominación, su control de las redes de poder, su predominio sobre las nuevas espacialidades temporalizadas globalizantes y su capacidad para ejercer atractividad, es decir, convertirse en referente de acción y emulación por parte de los demás países y actores. En efecto, fue a partir de su posición de primera potencia económica, financiera, militar y política mundial, que sobre todo desde inicios de la década de los años noventa se comenzó a asistir a un proceso de rehegemonización norteamericana del mundo, lo que denotaba una vez más su inmenso poderío. Como señalábamos en una investigación anterior138, esta rehegemonización se observa en el interés creciente de las élites políticas y económicas de prácticamente todo el mundo por acercarse a los Estados Unidos para reproducir en sus propios países el tipo de capitalismo norteamericano (reducción del Estado, flexibilización laboral y liberalización de los circuitos económicos y financieros), buscar integrarse con la potencia del norte por los beneficios políticos además de económicos que una alianza tal depara, facilitar la transferencia de los grandes logros norteamericanos (tecnológicos, formas de gestión, capitales) y, para el caso de
138. Hugo Fazio Vengoa, El mundo frente a la globalización. Diferentes maneras de asumirla, op cit.
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países pequeños o que se encuentran en zonas de alto riesgo, garantizar un manto de estabilidad que sólo la potencia del norte puede deparar. Es decir, se advierte que más allá de las acciones mundiales que despliegan los Estados Unidos en los diferentes confines del globo, este país se ha convertido en un polo que ejerce un magnetismo centrípeto y que tiende a atraer a buena parte de los Estados hacia su órbita. En la medida en que Estados Unidos es el país que más ha contribuido a desplegar las tendencias globalizadoras en los distintos campos, esta atracción que ejerce facilita la irradiación de la globalización hacia nuevas regiones y muestra la perseverancia de muchos Estados por adaptarse a la globalización tal como se pregona desde Washington. Las ventajas que le depara su condición de potencia global tienen también un reverso de la medalla. Una potencia global tiene que asumir una serie de costos, muchos de los cuales se le escapan por completo a su control. t)ados los altos niveles de compenetración y la magnitud de los problemas que aquejan al mundo en su conjunto, Estados Unidos sólo puede realizar su supremacía y encontrar mecanismos para la resolución de los problemas a través de alianzas, sean éstas económicas, políticas y/o militares. Es cierto que las coaliciones crean facilidades, reducen costos y permite desarrollar actividades a gran escala. Pero las alianzas establecen también límites al ejercicio del poder porque precisan del apoyo y de la buena disposición de otros actores para la realización de sus objetivos, los cuales no siempre son globales, pues en ocasiones, son estrictamente nacionales. Como señala Jürgen Habermas "las objeciones empíricas a las que se expone la visión estadounidense tienen que ver con su viabilidad: la sociedad mundial se ha vuelto demasiado compleja como para poder seguir siendo piloteada, desde un centro, mediante una política que se base en la fuerza militar. Frente a las redes horizontales, a la comunicación cultural y social, una política que retorna a la forma hobessiana original del sistema de seguridad policial jerarquizado es inevitablemente obsoleta" ("La revolución según Washington", Clarín, 12 de mayo de 2003). Pero, que las actuales autoridades norteamericana gocen de un poder inmenso y que tengan una explícita intención transformadora de la vida internacional, ello no debe interpretarse como si este accionar se produjera en el vacío. Estados Unidos es parte integrante de un mundo globalizado y, a la postre, sus propósitos sufren de distorsión por las réplicas de los denlas actores. Como convenientemente señalara el anterior presidente mexicano, "puede que el mundo en el que vivimos sea unipolar, pero también es interdependiente. En este momento de interdependencia hasta la potencia más poderosa ve limitada su influencia. Para que la. unipolaridad sea algo más que un momento en la historia, otros no deben percibirla como una amenaza, sino como un auténtico pilar de paz. La unipolaridad agresiva obligará al mundo a buscar un equilibrio diferen-
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te, un equilibrio en el que otras potencias puedan contrarrestar la fuerza militar de Estados Unidos" (Ernesto Zedillo, "Roosvelt tenía razón acerca del multilateralismo", El País, 24 de junio de 2003). La historia de los dos últimos siglos es abundante en enseñanzas en este sentido. Quien hubiera imaginado que la Francia napoleónica al cabo de muy pocos años perdería gran parte de su grandeza. Como no recordar que la Inglaterra victoriana encontró desafíos a su supremacía por parte de Estados Unidos, su antigua colonia, y de un país recién reunificado como era.la Alemania de Bismarck. La Rusia zarista, otrora el "gendarme de Europa", fue humillada al despuntar el siglo XX por el país del Sol naciente. La Alemania posnazi, por su parte, e incluso la recientemente reunificada, no es más que un pálido reflejo de la antes poderosa maquinaria bélica del período de entreguerras. La Unión Soviética, gran coloso que sembró el terror entre las clases dirigentes de Occidente durante más de setenta años, hoy tiene como sucesora a una ligera potencia regional. ¿Qué enseñanzas se desprenden de todo esto? Como sagazmente observara Lenin, el fundador del Estado soviético, un rasgo básico de las relaciones internacionales es el desarrollo asimétrico. Los cambios en las ecuaciones de poder en la vida internacional transcurren a unas velocidades insospechadas y nada garantiza que en la actualidad Estados Unidos pueda mantener su actual supremacía ni en el espacio (dominio mundial) ni en el tiempo. Este principio del desarrollo asimétrico de la vida internacional es tanto más importante hoy en día debido a las transformaciones a que ha dado lugar el fenómeno de la globalización que altera sin distinción los patrones sobre los cuales descansa el poder e induce a aceleraciones y ralentizaciones de los mismos, lo que convierte en un asunto bastante azaroso la lógica misma de las ecuaciones de poder a nivel internacional. Tanto en el plano económico como en el político podemos encontrar adecuados ejemplos. La guerra del Golfo de 1991, las negociaciones en el seno de la OMC, la intervención en Afganistán en octubre de 2001 y la reciente invasión de Irak constituyen evidentes demostraciones de que el gobierno de Estados Unidos requiere de la colaboración, la asistencia y el apoyo de otros actores en el propósito de alcanzar sus objetivos. Por su parte, emprender acciones en contra vía de la voluntad de los más importantes o de la mayoría de los actores no sólo puede restarle legitimidad a las actividades de la potencia global, sino que seguramente terminará comprometiendo sus resultados, como ha quedado palmariamente demostrado luego de la invasión de Irak. . Esta dificultad para gestionar el poder se amplifica en las actuales circunstancias en razón de que las tensiones a que da lugar la voluntad imperial de la administración Bush le otorga un nuevo manto de legitimidad a las concepciones y actividades de todos aquellos actores que anhelan fracturar el naciente
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orden existente. Entre ellos podemos destacar a los grupos terroristas del tipo de Al Qaeda, y sus células durmientes, quienes encuentran nuevas justificaciones y motivos para emprender y amplificar sus acciones. Pero también se hace más incisivo el activismo antisistémico de las izquierdas y de nuevas formas de populismo, muchos de los cuales perciben en la arrogancia norteamericana el nuevo ropaje del imperialismo de viejo cuño. Por último, la voluntad imperial de los Estados Unidos ha despertado, sobre todo en los otros países desarrollados, a una extrema derecha, que teme que se estén menoscabando sus intereses nacionales. Pero la mayor secuela que han ocasionado tanto la nueva posición-adoptada por Estados Unidos frente al mundo como la posterior guerra que Washington emprendió contra Irak fue dejar constancia de que ha surgido una significativa fisura en Occidente, es decir, entre naciones acostumbradas a ser percibidas como aliadas. Ha sido un lugar común en el pensamiento social de las últimas décadas suponer la existencia de una entelequia llamada "Occidente" que compartiría un conjunto de visiones, estilos de vida e incluso valores comunes. Para muchos analistas, la última década del siglo XX no fue otra cosa que la victoria final de Occidente, dado que en definitiva había logrado unlversalizar sus valores, prácticas, estilos de vida, instituciones y cosmovisiones a lo largo y ancho de todo el planeta. Empero, Dominique Moísi recientemente se preguntaba si existe todavía "Occidente" y se interrogaba si no se estaría asistiendo a un cambio de gran envergadura: el tránsito de un esquema en el cual existían dos Europas y un Occidente a un mundo con una Europa y dos Occidentes139. Líneas más adelante recordaba una gran ironía de la historia: Estados Unidos ha adoptado el planteamiento bismarckiano respecto de la política exterior, predominante en Europa a finales del siglo XIX, que colocaba espectaculares despliegues de poderío militar en el centro de su estrategia. Por su parte, los europeos se han comportado como los idealistas estadounidenses de principios del siglo XX. Se puede datar en 1989 cuando todo esto comenzó a cambiar. Al calor de la caída del muro de Berlín no fueron pocos los que en Occidente, impregnados de una euforia triunfalista, como producto de la victoria sobre el socialismo soviético, hicieron suya la tesis de Francis Fukuyama sobre el fin de la historia. En ese entonces, el polémico analista proclamaba que, luego de la caída del muro de Berlín y la desaparición del socialismo soviético en el continente europeo, se había llegado al fin de la historia, en tanto que se había desvirtuado el último y más serio intento de generar una contradicción que supusiese una amenaza al
139. Dominique Moisi, "¿Por dónde queda Occidente?" en Foreign Affairs en español, enero-marzo de 2004.
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capitalismo, la economía de mercado y la democracia liberal, las cuales encontraban en esas nuevas coordenadas un terreno abonado para su ulterior expansión y universalización. Inmediatamente después de los sucesos del 11 de septiembre de 2001 sostuvo nuevamente la validez del cueipo central de su tesis, cuando aseveró: "Seguimos estando en el final de la historia porque sólo hay un sistema de Estado que continuará dominando la política mundial, el del Occidente liberal y democrático. Esto no supone un mundo libre de conflictos, ni la desaparición de la cultura como rasgo distintivo de las sociedades. Pero la lucha que afrontamos no es el choque de varias culturas distintas y equivalentes luchando entre sí como las grandes potencias de la Europa del siglo XIX. El choque se compone de una serie de acciones de retaguardia provenientes de sociedades cuya existencia tradicional sí está amenazada por la modernización. La fuerza de esta reacción refleja la seriedad de la amenaza. Pero el tiempo y los recursos están del lado modernidad" ("Seguimos en el frji de la historia", El País, 21 de octubre de 2001). Sin embargo, hacia mediados de 2002, cuando ya habían comenzado a decantarse las consecuencias inmediatas que tuvo el 11 de septiembre de 2001 en Estados Unidos y comenzaba a hacerse realidad la nueva manera con la que la Casa Blanca quería posicionarse frente al mundo, el controvertible analista Francis Fukuyama, no sin cierta preocupación, abandonó su anterior optimismo y comenzó a argumentar que se estaba produciendo una brecha entre las percepciones norteamericanas y las del resto del mundo, con lo cual se estaba empezando a desvirtuar la tesis de que Occidente compartiría un conjunto de principios y valores de proyección universal. "Lo que sí ha surgido es una cuestión importante: la de saber si 'Occidente' es realmente un concepto coherente. Cuando en enero de 2002, George Bush denunció en su discurso del Estado de la Unión a Irak, Irán y Corea del Norte como el 'eje del Mal', no fueron sólo los intelectuales europeos sino también los políticos y, la opinión pública en general, quienes empezaron a criticar a Estados Unidos en una amplia variedad de frentes ¿Qué pasó para que así fuera? Se suponía que el fin de la historia señala la victoria de los valores e instituciones occidentales - no sólo estadounidenses- lo que hacía de la democracia liberal y de la economía de mercado las únicas instituciones viables. La guerra fría se había desarrollado mediante unas alianzas basadas en los valores comunes de libertad y democracia, pero desde entonces, se ha abierto un inmenso foso entre la concepción del mundo estadounidense y la europea, y el sentimiento de compartir los mismos valores se debilita progresivamente ¿Sigue teniendo sentido el concepto de Occidente en esta primera década del siglo XXI? ¿Dónde se sitúa la línea divisoria de la globalización: entre Occidente y el resto del mundo, o entre Estados Unidos y el resto del mundo?" ("Occidente puede resquebrajarse", El País, 17 de agosto de 2002).
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En general, siempre que se analiza el mundo desarrollado por fuera de las fronteras de Estados Unidos y de Europa Occidental, este conjunto de países tienden a ser percibidos como bastante homogéneos. Visto el problema desde diferentes ángulos, llama la atención sus altos niveles de interdependencia el capitalismo desarrollado que comparten, la defensa de los valores democráticos y su elevado nivel de vida. Pero cuando estos países son observados más de cerca, se advierte que más allá de compartir ciertos valores comunes, a todos los cuales le asignan un alcance universal, se puede constatar que en el transcurso de los últimos años han comenzado a recorrer caminos divergentes. Este desajuste entre las dos orillas del Atlántico ha alcanzado mayor paroxismo en el presente más inmediato. Nada ha contribuido más a catapultar esta divergencia que la proclamación de la doctrina de la seguridad norteamericana de Bush y la intervención en Irak. En este plano, se observa la gran disimilitud que se presenta en torno a las propuestas de globalización que han querido materializar ios europeos y ios norteamericanos respectivamente. Los segundos han pretendido acentuar la globalización mediante la exportación y la universalización de su proyecto nacional, lo que, de suyo, debe traducirse en una estrategia que autoriza la conservación de su singularidad nacional ee el nuevo contexto de intensa globalización. Por su parte, los primeros han permitido que'su proceso de integración se cristalice mediante una transferencia de parte importante de la soberanía nacional a los entes comunitarios, con lo cual han posibilitado la creación de un esquema globalizante a nivel regional, pero parcialmente desvinculado de las dinámicas y situaciones que tienen lugar a nivel planetario. Esta disimilitud de cara al futuro obedece a que los países europeos se toman el mundo más en serio porque para ellos el mundo es una comunidad política tejida por una red de disposiciones y actores fuertemente entrelazados. 'wLos problemas a los que Europa se enfrenta actualmente son asuntos que trascienden cualquier frontera y superan la lógica de la soberanía y la unilateralidad. Los gobiernos europeos están habituados a trabajar concertadamente o a través de instituciones multilaterales. Desde este punto de vista, hace ya mucho tiempo que Europa esta globalizada, mientras que Estados Unidos se ha quedado atrás" (Daniel Innerarity, "Los límites del poder", El País, 8 de febrero de 2003). Hemos llegado a un punto en que se plantea la necesidad de realizar una evaluación de estas posiciones. Para decirlo en pocas palabras, el proyecto europeo es plenamente acorde con la dinámica globalizante que atraviesa el mundo y se encuentra mucho más acorde con la esencia de un proyecto cosmopolita. Pero en la manera en que está conduciendo este proceso muestra su completa mezquindad para con el resto del mundo. El proyecto norteamericano, compartido en términos generales por demócratas y republicanos, aun cuando subsistan a
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veces profundas diferenciasen los términos en que se enuncia, muestra con su actuación un mayor nivel de compromiso con los procesos globales, pero es mezquino en cuanto a su proyecto ya que simplemente pretende remodelar el mundo a su imagen y semejanza. De esta disyuntiva se desprende una profunda contradicción, que sólo se resuelve con una nueva síntesis: un mejor mundo de cara al futuro debe constituirse en una especie de convergencia entre el proyecto europeo con el compromiso norteamericano. Como sugiere el mismo Fukuyama el gran desacuerdo entre los norteamericanos y europeos no radica en torno a los principios de la democracia liberal, sino sobre los límites de la legitimidad liberal democrática. "Mientras los estadounidenses están inclinados a considerar que no hay legitimidad democrática más allá del Estado-nación constitucional y democrático, los europeos se inclinan a creer que la legitimidad democrática está relacionada con la voluntad de una comunidad mucho más amplia que un Estado-nación individual. Dicha comunidad internacional no toma cuerpo concreto en un único orden mundial constitucional y democrático, pero transmite la legitimidad a unas instituciones internacionales ya existentes que se considera que la encarnan en parte" ("Occidente puede resquebrajarse", El País, 17 de agosto de 2002). En síntesis, la Unión Europea es una consolidada propuesta de soberanía cosmopolita globalizada. Pero la UE carece de los medios, de las necesarias estrategias y de las adecuadas acciones como para proyectarse a escala mundial. Por el contrario, Estados Unidos se encuentra altamente globalizado, pero su proyecto es eminentemente nacional y bajo la conducción de la administración Bush ha evolucionado en el sentido de un "Estado-fortaleza". Si buena parte de la opinión pública mundial estuvo a favor de la "vieja" pero remozada Europa ello se debe a que la naciente sociedad civil mundial no quiere bajarse del tren de la globalización sino que quiere participar en su dirección. Por ello se identifica con ese tipo de posiciones. Su fortaleza a ojos de la opinión pública mundial radica igualmente en que para que se pueda plasmar un proyecto de corte cosmopolita se requiere acabar con las asimetrías que existen entre los grandes y pequeños Estados, razón por la cual urge fortalecer a escala mundial entidades como la UE que pueden introducir correctivos a los desequilibrios. Otra inferencia que se desprende de esta nueva manera de posicionarse de Estados Unidos en el mundo consiste en que a medida en que se han alterado los ejes definidores de la política exterior de la potencia del norte, su accionar se ha constituido en un factor que ha introducido modificaciones en la manera como venían desplegándose las relaciones internacionales. Evidentemente, como resultado de los significativos niveles de compenetración existentes hoy en el mundo, esta variación en los ejes definidores de la política exterior de la Casa Blanca se ha convertido en un motivo de preocupación para el mundo en su conjunto y ha
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inducido a nuevos realineamientos políticos y geopolíticos, con base en la guerra contra el terrorismo como principio fundacional. Esta modificación en el mapa internacional ha sido una consecuencia bastante obvia, sobre todo porque los anteriores puntos de referencia globalizados, los cuales todavía se encontraban en una fase de construcción, han comenzado a debilitarse. Como hemos podido observar Estados Unidos, a diferencia de otras potencias actuales o en la historia, es un actor global, y cualquier cambio que realice, sobre todo uno tan radical como el enunciado con la nueva doctrina de seguridad, trastorna la manera como se configuran las relaciones entre los principales actores y agentes de la vida internacional. América Latina no sale muy bien librada ni de esta transformación de la vida internacional ni de las fisuras que tienen lugar entre los países occidentales. En la medida en que la solución a nuestros más graves problemas sólo puede afrontarse desde una perspectiva mundial, de corazón, los latinoamericanos tendemos a identificarnos con las posiciones que han defendido los actores más influyentes de la Unión Europea. Sin embargo, esos países precisamente son los que se encuentran más distanciados de los problemas latinoamericanos. En este tablero mundial, para desazón nuestra, nos encontramos en los hechos más cerca de quienes defienden posiciones en términos atlantistas y nacionales (Estados Unidos, la España de Aznar, etc.). Claro está que del gobierno de Aznar no se interesó mayormente por defender los intereses latinoamericanos dentro de la Unión Europea. Es dable esperar que con Rodríguez Zapatero se triangulice nuevamente la política de colaboración entre la Unión Europea, España y América Latina. América Latina sigue, por tanto, frente a grandes encrucijadas. De una parte, debe resolver la tensión que subsiste entre la defensa de las prerrogativas de los Estados o la profundización de un proyecto cosmopolita, tomando plena conciencia de que a través de este último se encuentra más cerca para resolver muchos de sus más acuciantes problemas. De la otra, debe acelerar su integración pues este es el único mecanismo que tienen los países débiles para hacer oír su voz y defender sus posiciones en la vida internacional. Por último, tiene que saber conjugar sus intereses dentro del marco de las mutantes realidades geopolíticas actuales. Si no se da solución a estos problemas, América Latina seguirá siendo una Atlántida, es decir, un continente perdido en la geopolítica mundial. Este cambio en los ejes definidores de la actuación estadounidense en el mundo se ha convertido también en un serio motivo de preocupación porque a nivel de la política global ha ampliado la brecha en torno a las percepciones del mundo deseado. De modo un tanto generalizado, puede argumentarse que el mundo de los años noventa se caracterizó por ser relativamente uniforme y equi-
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librado en términos ideológicos y de imaginarios. El gran peso del neoliberalisrno, la convicción de que tras el desmoronamiento del modelo socialista en Europa no existían alternativas al capitalismo transnacional y la relativa convergencia a la que apuntaban casi todos los países del mundo permitían suponer que se estaba entrando en una época de estabilidad e incluso de previsibilidad. El nuevo siglo que acaba de despuntar, por contrario, está acabando con esas certezas y está ocasionando tensiones que alimentan grandes incertidumbres. Dos son los factores principales de esta gran transformación. El primero alude al equilibrio para realizar el poder entre los distintos actores internacionales y a la manera como se resuelva la gestión de la hegemonía norteamericana. Cuando Estados Unidos se eleva a la condición de potencia global, sus intereses se diseminan por todo el orbe. Esta es la razón que explica la sensibilidad que despierta entre las autoridades norteamericanas el estallido de un problema en un país o una región donde se entrecrucen redes globalizantes. Si quisiéramos explicar su posición en el mundo a través de un ejemplo comparativo, podríamos decir que a Estados Unidos le ocurre ajgo similar a lo que acontece a los Estados miembros de la Unión Europea. La diferencia es únicamente de escala. Los niveles de compenetración a que ha conducido la integración europea, ha convertido el tema comunitario en la primera prioridad en la política exterior de todos los países miembros. Los niveles de interdependencia alcanzados en el seno de esta organización han creado una situación en ia que todo lo que ocurra en cualquiera de los Estados pertenecientes a la Unión Europea inmediatamente repercute en todos los demás. El destino de uno se encuentra asociado con el de los demás. A Estados Unidos le sucede lo mismo, pero en una escala no regional, sino global. Su poder se extiende de modo tan intenso por todos los densos intersticios de la globalización que sus autoridades no pueden hacer la vista gorda cuando se presenta una situación crítica en cualquiera de esas espacialidades globalizadas. Si estalla una crisis en Venezuela o se devalúa el bath tailandés, las repercusiones que ello puede tener en Europa son reducidas y, por tanto, los impactos y eventuales resonancias pueden ser contenidos más o menos fácilmente. Pero no sucede lo mismo con Estados Unidos. Por sus niveles de compenetración con la mayor parte de países del mundo y por los densos intersticios por los cuales se comunica y retroalimenta, la potencia del norte debe reaccionar de inmediato para intentar controlar la situación o, por lo menos, para reducir los efectos negativos que pueden convertirse en serios problemas dentro de su misma sociedad. El problema que se le plantea, en el fondo, es la manera como debe asumirse la gestión de los asuntos globales. Esta disimilitud que se presenta entre Estados Unidos y las demás restantes potencias, todas ellas de gravitación mediana, constituye un elemento importan-
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te a tener en cuenta porque cuando se plantea la tensión como una simple oposición entre unilateralismo y multilateralismo, no se está dando rea] cuenta de los inconmensurables desequilibrios que se presentan en términos de poder ni se distinguen las responsabilidades diferenciadas que asumen los distintos actores. Esta es la razón de que consideremos que interpretar el problema del ordenamiento global simplemente como una contraposición entre el unilateralismo y el multilateralismo carece por completo de sentido. Estados Unidos controla los hilos fundamentales del poder en el mundo y por su condición de potencia globalizada, tiene que asumir reacciones inmediatas. El falso dilema del unilateralismo y el multilateralismo tiene también otra arista. Esta dicotomía esconde las disímiles esferas en que se realiza el poder. Tal como lo hemos demostrado en páginas anteriores, el mundo es unipolar en lo militar, híbrido a nivel económico y disperso en el ámbito soft. Cuando las autoridades norteamericanas perseveran en el unilateralismo sólo están teniendo en cuenta una dimensión del poder, aquel en el cual tienen una significativa superioridad. Pero las transformaciones que experimentan las sociedades contemporáneas demuestran que, con total independencia de la voluntad política, el poder ya no se encuentra hegemonizado por el poderío militar. Si Rusia constituye un adecuado ejemplo de un país que dispone de un hipertrofiado poder militar pero débilmente articulado con las otras esferas actuantes, lo que la reduce a una débil potencia regional, otros pequeños países, como las naciones escandinavas, gozan de una autoridad internacional muy superior a sus reales condiciones, debido a que disponen de un impresionante poder blando, porque su cultura e ideas dominantes son más cercanas a las normas globales predominantes y porque gozan de una alta credibilidad por sus innovadoras propuestas a nivel interno e internacional. En un mundo como el actual el dilema del unilaterialismo y multilateralismo es artificioso porque todos los últimos eventos han demostrado que ni siquiera la potencia global puede actuar en solitario en el mundo. La multipolaridad también es irreal ya que sugiere la existencia de actores con capacidades similares. En otras palabras, este dilema es un falso antagonismo porque en un contexto de creciente globalización ni el unilateralismo es la condición de realización del poder para la potencia global ni el multilateralismo es una camisa de fuerza para la primera potencia global. Algunos elementos de la política norteamericana en los noventa así como el referente de la Unión Europea para sus países miembros demuestran que en el accionar multilateral también constituye un mecanismo de realización de ciertas preferencias nacionales. Pero también es falso y equivocado el dilema entre unilateralismo y multilateralismo porque el primero percibe el sistema mundial como una entidad estructurada en tomo al poder de una sola potencia, mientras el segundo
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pretende generar un equilibrio entre los actores principales del sistema-. Ocurre que en la fase actual de la historia mundial, el mundo atraviesa un período de intensificación de la globalización, que compenetra a todos los países, Estados, gobiernos, regiones y localidades, razón por la cual el sistema global no puede reducirse a un simple equilibrio de fuerzas entre determinadas potencias. En este naciente sistema global incluso los países pequeños tienen un gran papel que desempeñar. No está demás recordar la sorpresa de Henri Kissinger, viejo halcón de la política exterior de la Casa Blanca, cuando aseveraba que la dinámica del Consejo de Seguridad es rara, "ya que ahora países pequeños africanos u otros de repente son sujetos de visitas del canciller francés y apelaciones del presidente de Estados Unidos, sobre un asunto que el presidente 3' el público estadounidense considera esencial para la seguridad estadounidense" (La Jornada, 13 de marzo de 2003). En síntesis, seguir sosteniendo un esquema de interpretación en torno a la contraposición entre uniláteralismo y multilaterialismo es equivocado porque implica seguif pensando lo "internacional" dentro del espíritu de las relaciones internacionales, cuando en realidad estamos participando de un escenario en el que predominan las relaciones globales, en las cuales todos los actores, independientemente de su tamaño, poder o nivel de desarrollo, son sujetos y objetos al mismo tiempo. Esta es la razón de que consideremos que la globalidad del poder norteamericano puede convertirse en una camisa de fuerza. Una potencia global debe disponer de una amplia gama de recursos para hacer valer los distintos ámbitos en los que se realiza el poder internacional. Debe propender por un adecuado equilibrio entre todos ellos para mantener nivelada la balanza. El desnivel simplemente no basta. El caso de Rusia nuevamente es revelador. Gran potencia militar nuclear, con capacidad para destruir la vida sobre el planeta, pero con un producto interno bruto del tamaño del de los Países Bajos. Moscú simplemente puede aspirar a convertirse en una ligera potencia regional. Pero mantener este equilibrio no es una tarea fácil. Ocurre que recurrentemente se están modificando los factores que le dan un sentido general a la globalización. En la guerra fría eran políticos y militares, en los noventa fueron básicamente económicos y hoy por hoy adquieren mayor relevancia los político-culturales, siendo imposible saber a ciencia cierta cuales serán en el futuro, incluido el más cercano. Una potencia global debe propender por un equilibrio necesario para reacondicionarse, actuar en cada uno de ellos y sustentar su hegemonía en estos disímiles ambientes. Este es un importante condicionamiento que le impone un mundo globalizado porque en cada uno de estos ambientes se realiza de distinta manera la fuerza, el poder y el ejercicio de la hegemonía.
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Otra complicación que enfrenta una potencia global consiste en que para mantener su hegemonía debe propender por establecer mínimos consensos sobre sus decisiones; debe procura que todo el mundo se considere como parte integrante de sus determinaciones, lo que implica que debe abrir espacios que den cabida a las demandas de los demás agentes y actores que gravitan en la vida internacional. Pero también una potencia global tiene que asumir otro costo adicional. A medida en que se intensifican las tendencias globalizantes y alcanzan un mayor grosor los nuevos circuitos espacio temporales globalizantes, se entrecruza el destino de todas las naciones, situación que conduce a que, en la medida en que se torna más intensa la globalización, se socava el propósito universalista de la potencia del norte, el cual queda diluido dentro de un gran proyecto cosmopolita. El asunto, en el fondo, consiste en que nada es más ajeno a una globalización intensificada que la persistencia de las potencias, sean estas tradicionales, mundiales o globales. Por último, una potencia global encuentra otro obstáculo en el ejercicio de su poder. En los inicios del nuevo siglo, en condiciones en que se atomizó el antiguo movimiento envolvente de la globalización que encontraba en su dimensión económica el nervio central, ha quedado demostrado que la globalización carece de causalidades últimas y que sus impactos son más bien el producto de determinadas resonancias que producen ciertos acontecimientos, coyunturas y procesos. Esto significa que una potencia global encuentra su accionar encadenado a múltiples situaciones, muchas de ellas provenientes de temporalidades distintas, que alteran su capacidad de acción y crean una disfuncionalidad entre los objetivos y los resultados. Como los intereses de una potencia se distribuyen por toda la faz de la tierra llega a un punto en que carece de los recursos necesarios para mantener su presencia y su capacidad de acción. Estos costos que acabamos de comentar demuestran que el status de potencia global puede ser en realidad bastante efímero en razón de la aceleración de las transformaciones en los distintos niveles en los cuales se realiza el poder internacional y porque el unilateralismo encuentra límites naturales, que ni siquiera el poderoso gobierno de Estados Unidos puede a futuro forzar. Esta situación la reconocía el mismo ex presidente Bill Clinton, quien, en un artículo publicado bajo el título "Estados Unidos debería liderar, no gobernar", (El País, archivo, 2002), señalaba que "Estados Unidos se encuentra en un momento único de la historia humana con un dominio político, económico y militar. Pero dentro de 30 años, la economía china podría ser tan grandes o más que la estadounidense. La economía india también, si dejan de luchar con Pakistán y malgastar el dinero en armamento. Dentro de 30 años, si la Unión Europea sigue uniéndose política y económicamente, aumentará de igual manera su influencia
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política y económica. Por lo tanto, en un mundo interdependiente, podemos liderar pero no dominar (...) Debemos reconocer que nuestra interdependencia planetaria, a pesar de ser algo maravilloso para aquellos de nosotros que estamos bien situados para aprovecharla, sigue teniendo sus pros y sus contras. Nuestra apertura en un mundo lleno de divisiones políticas, religiosas, económicas y sociales aumenta también nuestra vulnerabilidad e intensifica el dolor y la alienación de aquellos que se sienten apartados de las ventajas de la interdependencia. Al fin y al cabo, el 11 de septiembre, Al Qaeda utilizó las mismas fronteras abiertas, la facilidad para viajar, y el acceso a la información y a la tecnología que todos damos por hecho para matar 3.100 personas de 70 países, incluidos más de 200 musulmanes (...) ¿Cuál es la responsabilidad de Estados Unidos en este momento de nuestro dominio? Creo que es la de construir un mundo que avance más allá de la interdependencia, hacia una comunidad planetaria integrada, con responsabilidades, beneficios y valores compartidos". De esta reflexión a que nos invita el ex presidente norteamericano así como del breve análisis que hemos realizado sobre las oportunidades, desafíos y costos que representa detentar el status de potencia global, podemos concluir que Estados Unidos ha llegado a convertirse en una potencia global, pero dista enormemente de la capacidad para poder realizar una dominación global, razón por la cual se plantea el imperativo de fortalecer los hilos de la interdependencia. Por desgracia, la administración Bush se ha resistido tercamente a ello. Pero, por fortuna, buena parte del resto del mundo comienza a avanzar en la dirección contraria, situación que, por mera inercia, terminará arrastrando a la potencia más poderosa del planeta.
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