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EN MARCHA
No vemos por donde comienza una insurrección. Sesenta años de pacificación, de suspensión de los cambios históricos, sesenta años de anestesia democrática y de gestión de los acontecimientos han debilitado en nosotros una cierta percepción abrupta de lo real, el sentido partisano de la guerra en curso. Para empezar, debemos recobrar esta percepción. No hay queindignarsepor el hecho de que desde hace cinco años se aplique una ley tan notablemente anticonstitucional como la ley sobre la Seguridad cotidiana. Es inútil protestar legalmente contra la implosión consumada del marco legal. Es preciso organizarse en consecuencia. No hay quecomprometersecon tal o cual colectivo ciudadano, en este o aquel callejón sin salida de la extrema izquierda, en la última impostura asociativa. Todas las organizaciones que pretenden contestar el orden actual tienen, como los fantoches, la forma, las costumbres y el lenguaje de un Estado en miniatura. Todas las veleidades de “hacer de la política otra cosa” nunca contribuyeron, hasta hoy, más que a la extensión de los seudópodos estatales. No hay quereaccionara las noticias diarias, sino comprender cada información como una operación que descifrar en un campo hostil de estrategias, operación concerniente a suscitar en tal o cual lugar, tal o cual tipo de reacción; y efectuar esta operación para conocer la información veraz que está contenida en la información aparente. No hay queesperarmás una calma, la revolución, el Apocalipsis nuclear o un movimiento social. Esperar todavía, es una locura. La catástrofe no es lo que llega sino lo que ya está ahí. De ahora en adelante nos situamosenel movimiento de desplome de una civilización. Tenemos que tomar partido. No esperar más, es, de una u otra manera, entrar en la lógica insurreccional. Es escuchar de nuevo, en la voz de nuestros gobernantes, el ligero temblor del terror que nunca les abandona. Pues gobernar nunca fue otra cosa que aplazar con mil subterfugios el momento en el que el pueblo les col
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gará, y todo acto de gobierno no es más que un modo de no perder el control de la población. Partimos de un punto de aislamiento extremo, de extrema impotencia. Todo está construyendo un proceso insurreccional. Nada parece menos probable que una insurrección, pero nada es más necesario.
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