tres acciones que incitan un camino por los momentos propuestos, pero más atractivo, contundente y poético. El momento de la descolonización o (des)aprendizaje, requiere un grito, el tiempo para la ofensiva y el combate alienta a buscar o abrir grietas/roturas, y el espacio de la provocación y la decolonialidad invita a sembrar. Así, desde el grito, la fisura y la siembra, Walsh propone un camino pedagógico. La explicación de cada momento es, para mí, un hilo fuerte y contundente para el tejido que comienza aquí, lo que me permite entrelazar esta apuesta con otras que alimentan mi propuesta pedagógica. Veamos cada momento.
El grito [...] muchas veces actuamos como si estuviéramos a salvo; como si no ver la tormenta nos salvara del naufragio. (Diéguez, 2018: 267).
El grito despierta, sacude, mueve, llama. Lo que se grita es la identificación del dolor, de la herida, la indisposición, el malestar. Cuando el grito aparece en la voz, es porque la persona encontró, sintió, reconoció lo que en su interior estaba agitando su existencia. Este grito puede ser el resultado de una descolonización. No es solo producto del miedo, sino también del dolor y la sorpresa. Los gritos no son solo reacciones y expresiones de susto. Son también mecanismos, estrategias y acciones de lucha, rebeldía, resistencia, desobediencia, insurgencia, ruptura y transgresión ante la condición impuesta de silenciamiento, ante los intentos de silenciar y ante los silencios —impuestos y estratégicos— acumulados. (Walsh, 2017: 25)
En la medida en que la persona perciba todas esas imposiciones que han limitado, empobrecido y violentado su existencia, el grito es el mejor método para expulsarlas. Allí la acción se vuelve bidireccional porque, por un lado, le permite a la persona ver categóricamente esta herida colonial, es decir, conocerse aún más y así identificar la causa del dolor, del malestar. Y, por otro lado, exterioriza aquello que estaba pudriendo su interior, expulsándolo y permitiendo que sea
TEJIENDO UNA APUESTA PEDAGÓGICA
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