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El silencio a 500 metros de altura
from Ling Mayo 2019
EL SILENCIO A 500 METROS DE ALTURA
TEXT & PHOTOGRAPHY DAVID GARCÍA
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Como en la vida existen especialistas en todo, también existen especialistas en nada. O más bien, especialistas en algo que parece la nada, pero que no lo es: el silencio.
Erling Kagge es escritor, editor y aventurero. Y sí, especialista en buscar el silencio. En medio de la ciudad, de la Antártida, en los túneles del alcantarillado, en un bosque noruego o en lo más alto del puente colgante de Williamsburg.
El explorador dice en su libro El silencio en la era del ruido, que «no podemos esperar a que se haga el silencio. Ni en Nueva York ni en ninguna otra ciudad. Debemos crear nuestro propio silencio».
Hay lugares que parecen hechos a propósito para ser afines a la filosofía de Kagge, como los cielos de Mallorca. Allí, al amanecer, nada se mueve, nada se siente, nada se escucha. El vuelo de los globos aerostáticos de IB Ballooning Mallorca solo se acompaña del apacible rugido de los quemadores que calientan el aire que eleva las naves.
Dice Julio Alou, piloto con diez años de experiencia, que el vuelo «tiene algo mágico porque el globo fue la primera aeronave de la historia en volar en el siglo XVIII, antes incluso que el avión de los hermanos Wright». Hay, por ello, algo de ser pionero de la paz y el sigilo en cada uno de estos vuelos aerostáticos.
La peculiaridad de cada una de estas experiencias viene determinada por las condiciones metereológicas. «Teniendo en cuenta que el globo es una aeronave que no puedes gobernar a tu gusto –solo controlamos la altura, pero no dirección y velocidad–», hay un componente de incertidumbre en el rumbo que hace que cada vuelo sea diferente. Y aunque «en esta vida el riesgo cero no existe, en la sencillez del globo reside su seguridad. Es una aeronave con tan pocas partes mecánicas que hay muy poca probabilidad de que fallen», explica Alou.
Nuestro vuelo mallorquín comenzó entre Petra y Manacor, en el centro de la isla, con las primeras luces del amanecer. En ese momento, las condiciones meteorológicas son las más adecuadas, la sensación de marasmo absoluto se desata de manera incontrolable y las vistas del amanecer mediterráneo establecen una conexión entre persona y cosmos que no se ve, pero que, por algún motivo, se percibe como presente.
Alou dice que, por más veces que eleve su nave, la montaña rusa sensorial de cada día es a la vez similar y diferente. Cambia la secuencia y cambia el orden. Pero el repaso emocional es siempre completo. «Calma, tranquilidad, emoción, adrenalina, excitación, asombro. Son muchas sensaciones las que experimentas en un vuelo. Pasas de una a otra en segundos, de un estado de calma absoluta a la adrenalina de un aterrizaje con un poco de viento».
Mallorca es, además, un escenario único. Dice el piloto que «no es fácil realizar vuelos cercanos a la costa. Esto frena a muchos pilotos a la hora de despegar de lugares donde solo un par de direcciones y rumbos son buenos, pero para muchos pasajeros poder disfrutar de mar y montaña a la vez lo hace una experiencia inolvidable».
Aunque sea sin mar ni montaña, volar es el antídoto contra la monotonía. Flotar en la calma absoluta sobre las cicatrices de los campos de Mallorca, sobre las lindes de los huertos y los sembrados, sobre las edificaciones rústicas baleares, es un recordatorio de que el silencio siempre está esperando. Solo hay que ir a buscarlo y escuchar a la nada que propone.