MakeTrailNotWar

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KISS MOuntain


MAKETRAILNOTWAR: Novela en fascículos donde cada capítulo es una historia en sí misma que mantiene un nexo argumental con el resto. En este caso, las vivencias de un corredor durante un ultra trail y la relación entre su vida deportiva y la personal.


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M ESTA VEZ NO SE ME VA A ESCAPAR. Casi puedo tocarlo con los dedos. He vivido en sueños tantas veces este momento que conozco el orden exacto en el que las emociones comenzarán a hacer acto de presencia. Piel erizada, vello de punta, lágrimas que empañarán mi visión, escalofríos por todo el cuerpo… En cuanto tome esa calle por la que he pasado hace ya más de catorce horas, cuando esta mañana me dirigía a la salida desde la habitación doble pero de uso individual del hotel Desnivel, todos estas sensaciones físicas y mentales estallarán en una perfecta melodía. Sólo quedan unos cien metros para torcer a la derecha, justo al pasar por la puerta del bar donde anoche tras cenar, estuve a punto de traicionarme a mí mismo y romper la promesa que hace una semana me hice de no volver a llamarle jamás. Entonces afrontaré la recta de no más de un kilómetro en la que los gritos del público me empujaran hacia la meta. Los niños extenderán sus manos para chocarlas con las mías mientras las lágrimas empezarán a rodar por mi cara. Pero esta vez no serán de tristeza por el abandono de Laura del que han pasado ya casi dos meses. No, serán de alegría y de satisfacción por haber seguido entrenando a pesar de no tener en ocasiones ni fuerzas para levantarme de la cama. Mi mirada se detendrá en los ojos de personas elegidas al azar. Es muy probable que se me pase por la cabeza que quizás ella esté entre los familiares que esperan la llegada de sus seres queridos. Pero alejaré ese pensamiento para centrarme únicamente en mí. Este momento no le pertenece. Ni mucho menos la sensación de cortar por primera vez en mi vida la cinta de la 1


línea de meta mientras señalo al cielo con el dedo para dedicarle a mi padre la victoria que tantas veces he buscado y él ha esperado. Antes de que el speaker me acerque el micrófono para que la gente escuche las primeras palabras del ganador de este ultra trail, sujetando con una mano el trozo de plástico o tela recién cortado, volveré trotando sobre mis pasos para recibir de nuevo el aplauso de los aficionados que con admiración y respeto me emocionarán hasta el llanto una vez más. ¡Venga! Mira sin miedo hacia atrás. Es imposible que te hayan recortado los diez minutos que tenías sobre tus dos perseguidores en el último avituallamiento por el que pasaste hace ya nueve kilómetros. Eso significaría que han corrido un minuto por kilómetro más rápido que tú y eso no es viable. Lo sabes. Es impensable cuando las piernas acumulan casi cien kilómetros y un desnivel positivo por encima de los seis mil metros. Ahí está la curva. El dueño del bar está en la puerta y parece haberte reconocido al igual que tú has hecho lo propio con el grupo de música estampado en su camiseta. Tu favorito. Es curioso en lo que uno puede fijarse a pesar de estar totalmente concentrado en la competición. Diez metros más y tus ojos enviarán a tu cerebro una imagen que guardará para siempre en el compartimento destinado a la memoria: la de la gran avenida por donde tus pies no pisarán asfalto sino una alfombra roja como si de una gran gala se tratase. ¿Qué ocurre? No puede ser. ¿Qué broma es esta? Esta no es la calle que tendría que haber aquí. No hay más que una mujer paseando a su perro. Me he perdido. No tiene sentido. Estoy prácticamente seguro que antes, a doscientos metros de aquí, he visto una flecha pintada en el asfalto señalando que iba por el camino correcto. ¡Corre, vuelve a ella! ¡No hay tiempo que perder! Quizás la flecha marcaba otra dirección. He pasado por aquí esta mañana y en lugar de esta calle secundaria, al tomar esta curva a la derecha se enfilaba la recta de meta por una gran avenida. 2


Además está ese bar. Estuve anoche aquí. ¡El dueño! Eso es, pregúntale. Lo acabas de ver vistiendo esa camiseta que tanto te ha gustado. ¡Es imposible! ¡El bar está cerrado! ¡Ni tan siquiera es el local donde estuve cenando anoche! Retrocede y busca la flecha. No tienes otra opción. Juraría que no he pasado por aquí en mi vida. ¿Qué es esto? Vengo de esta dirección y no recuerdo nada de lo que veo. ¡Pregunta a la dueña del perro! ¡Sí! Quizás ella te puedo orientar. ¡Disculpa! ¿Dónde está la meta? ¿Por qué calle se va a ella? ¡Laura! ¿Qué haces tú aquí? Empapado en sudor me despierta una alarma. Bajo una total oscuridad, tal y como hago todas las mañanas de mi vida, extiendo mi brazo hacia la mesita de noche para buscar a tientas mi teléfono móvil. Pero no hay mesa. Abro los ojos y por fin me doy cuenta. Estoy en una habitación doble del hotel Desnivel y por supuesto Laura no está conmigo. El reloj marca las cuatro de la mañana y en dos horas tomaré la salida de la prueba en la que me he refugiado para superar el tremendo golpe que para mí ha supuesto esta ruptura. En la ducha, a pesar del poco tiempo que he dormido, me sorprendo dándole vueltas a dos circunstancias nada habituales en mi vida. Mejor dicho en mis noches. Por un lado, no tuve ningún problema en caer dormido, y además profundamente, cuando las madrugadas de los últimos meses han estado marcadas por el más triste de los insomnios. ¡Y precisamente cuando menos confiaba en que esta situación se produjera por los nervios de la carrera y por encontrarme en una cama desconocida! Por otro, y contrariamente a lo que en mí es habitual, no recuerdo nada de lo soñado, y por el sudor de la camiseta que utilizo como pijama, ha tenido que ser algo realmente intenso. La ropa con la que voy a competir se encuentra preparada desde hace horas. Es una costumbre que me acompaña desde mis primeras carreras. Aunque me levante con tiempo suficiente para preparar todo, prefiero dejarlo hecho antes de intentar dormir. Si no lo hago de esta manera, el 3


frágil sueño que alcanzo se ve continuamente perturbado por la sensación de que algo se ha olvidado. Me siento en la cama que no he ocupado, y antes de comenzar a vestirme, leo los mensajes de apoyo y ánimo en el grupo de WhatsApp de mi club. Confían en mí y saben que es mi momento. Espero no fallarles. Mejor dicho…, sé que no voy a fallarles. Tengo la impresión de que hoy va a ocurrir algo grande. Me siento optimista y tengo unas sensaciones realmente buenas. He entrenado mejor que nunca las cuatro últimas semanas y he cuidado con celo mi alimentación para llegar justo con el peso que creo que más se aproxima a mi ideal para la competición. Sólo tengo que tener un poco de cuidado con la nutrición y la hidratación, y sobre todo hacer mi carrera sin dejarme llevar por los altos ritmos que con total seguridad se marcarán desde el momento en el que que el político de turno dispare al aire para indicar la salida, y un dron sobrevuele nuestras cabezas grabando un momento que todos los que estamos bajo él esperamos que sea inolvidable. Y por supuesto tener algo de suerte. Los que corremos este tipo de carreras sabemos que es un componente importante, básico. Es muy habitual llegar en un estado de forma excelente, con gente que te asiste en los avituallamientos para evitar perder un tiempo que puede ser precioso y para recordarte la ingesta de la alimentación y la suplementación planificadas para cada sector de la carrera, y que sin embargo la prueba se vaya al traste por circunstancias difícilmente evitables como una mala estrategia de carrera, una mala pisada que desencadena un esguince, una descomposición estomacal o una pérdida por falta de concentración. Son demasiados los factores que hay que tener en cuenta y que hacen de este tipo de carreras de larga distancia, competiciones tremendamente ingratas con el sacrificio que se pone en ellas. Aunque también es cierto que son precisamente todos estos factores los que hacen que estas pruebas sean realmente abiertas y puedan llevar a la victoria a alguien que no partía como favorito. En cualquier caso, el precio que se paga por esta circunstancia es muy alto. El sacrificio personal y familiar que hay que realizar para ponerse en la línea de salida con opciones, es

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realmente considerable aún sabiendo que lo más normal es que la carrera no salga como se ha planificado y que el porcentaje de abandono es muy alto. Pero ahora no es momento de pensar en esto. ¡Sólo positividad y concentración! Me visto con la ropa que me acompañará en las próximas catorce o quince horas y bajo a desayunar. No son ni las cuatro y media de la mañana y el salón restaurante está prácticamente lleno de corredores acompañados por sus familiares. De un vistazo compruebo que no conozco a nadie y elijo una mesa lo más apartada posible del resto de corredores. Me gusta aislarme en los momentos previos a la competición. Café, zumo de naranja y tostadas de aceite con miel. Lo mismo de todos los días. No es momento de probaturas. Y agua, mucha agua. Se prevén temperaturas realmente altas y es importante salir ya hidratado. Los primeros kilómetros son por ciudad y seguro que el ritmo es altísimo por los ánimos de la gente. Es muy fácil descuidar la ingesta de agua en esta primera parte y arruinar la carrera. Con el hambre saciada subo de nuevo a mi habitación para terminar de recoger todo el material que voy a llevar en esta carrera, el obligatorio y el opcional. Entre este último, los bastones que me han acompañado en los entrenamientos de los dos últimos meses y que los compañeros de club me regalaron para arrancarme una sonrisa en los días siguientes a que Laura me abandonase. Las palabras obsesión y pasión están grabadas en su extremo inferior. Salgo a la calle treinta minutos antes del inicio de la prueba. La mayoría de la gente que conozco y que hacen estas carreras de larguísima distancia no suele calentar. Argumentan que para eso están los primeros kilómetros. Yo prefiero hacerlo. No tanto para conseguir la activación de los músculos, sino por una cuestión de concentración. La música que suena directamente en el interior de mis oídos impide que cualquier otro sonido me distraiga, especialmente las llamadas y saludos de otros corredores 5


que me conocen. Entonces se produce un momento que considero vital para mi éxito cuando corro un ultra trail. Trato de anticiparme mentalmente a todas las batallas psicológicas que están a punto de librarse en el interior de mi mente, y de recordar las estrategias preparadas para superarlas. Todos los que corremos estas carreras sabemos que vendrán momentos malos. Solamente depende de uno mismo el que estos no se conviertan en muy malos y hagan que te detengas antes de cruzar la línea meta. Si la carrera sale a un ritmo más rápido del que me interesa, sé que tengo que repetirme y convencerme de que la competición es muy larga y que el tiempo y los kilómetros pondrán a cada uno en su lugar; si sufro un momento de bajón en alguna subida y comienzan a adelantarme rivales, tengo que recordarme que las fuerzas son limitadas para todo el mundo y que el que se excede subiendo, lo paga bajando; si en algún momento noto que mis piernas tratan de transmitir a mi mente que no pueden más, que se han quedado sin fuerzas por un defecto de nutrición, me centraré en que he tomado todo lo planificado con mi nutricionista y que el momento crítico pasará probablemente si dedico un tiempo más extenso de lo habitual en comer en el próximo avituallamiento. Y sonreír. La sonrisa no es sólo una consecuencia de estar viviendo un buen momento en carrera cuando todo sale según lo previsto, también puede ser una causa que provoca las buenas sensaciones. Cuando la idea del abandono surca mi cabeza y no consigo apartarla por más que utilice todas mis herramientas mentales, siempre me queda la opción de sonreír. Puede parecer una tontería, pero a mí me ha salvado en no pocas ocasiones. Trotando paso por la puerta del bar donde cené algo anoche y saludo con un gesto del rostro al dueño del mismo. Lleva puesta una camiseta del grupo que precisamente suena ahora en mi reproductor. Mi favorito. Sonrío para mí diciéndome que esto no puede ser más que una señal que me indica que todo va a ir bien en carrera. Es curioso cómo sin ser supersticioso, suelo dar importancia a este tipo de casualidades. Él también sonríe y puedo leer perfectamente en sus labios el típico “buena 6


suerte”. Eso espero. O al menos que no sea mala. Quedan sólo quince minutos para que los más de quinientos corredores que hoy nos hemos reunido nos pongamos en marcha. Apago la música, cruzo el corralito de salida y me dirijo hacia las primeras posiciones cercanas a la cinta. Sentimientos a flor de piel. No hay marcha atrás. El espectáculo está a punto de comenzar y yo soy parte de él, no sólo alguien que lo observa con admiración y quizás envidia.

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MA Contención. Siempre he sido una persona impulsiva, y aunque en ocasiones este aspecto de mi personalidad me ha creado algún problema, es algo que nunca me ha preocupado en exceso. Es más, si en algún momento de mi vida me hubiesen dado la opción de cambiar mi carácter en este sentido, creo que hubiese dicho que no. No sé por qué, pero nunca me han gustado las personas demasiado perfectas e incapaces de dejarse llevar por sus pasiones hasta el punto de perder la razón ante determinadas situaciones. Me generan desconfianza aun sabiendo que este sentimiento tiene poco de racional. Y aunque no pocas veces me he arrepentido con posterioridad de comportamientos sin duda erróneos, al final he acabado aceptándome de esta manera. Sin embargo, hace unos meses me sorprendí manteniendo la calma ante una situación en la que lo normal hubiese sido que me hubiera abalanzado sobre ese compañero de trabajo sin ninguna intención de medir mis fuerzas. Me hizo la cama en un proyecto que me ilusionaba especialmente, lo que motivó que fuera apartado de él en un principio, y finalmente despedido de la empresa donde trabajaba. Nuestro superior nos reunió en su despacho y de su boca fui oyendo mentiras que habían sido formuladas con la peor de las intenciones por mi colega de departamento, quien por supuesto no se atrevía a mirarme a la cara. Todo pasó como a cámara 9


lenta. Me dolía lo que estaba escuchando, pero en lugar de empezar a gritar para defenderme de las acusaciones que sobre mí se vertían, incomprensiblemente mantuve la calma y traté de desmontar las mentiras y coartadas de mi excompañero. No se me creyó, y con el tiempo he llegado a la conclusión de que fue porque para mi jefe, que me conocía bastante bien, mi reacción no fue la que se hubiera esperado de mí. He pensado muchas veces en esto y en otros momentos que indican que mi carácter ha cambiado. Y no ha sido para analizar si esto es positivo o no, sino porque necesito saber las causas del cambio. Es muy infrecuente que las personas modifiquen de una manera tan visible rasgos de su forma de ser. Y creo que he encontrado un posible motivo: la montaña. Últimamente relativizo todo quizás en exceso. Pocas cosas me importan ni una décima parte de lo que para mí es esta pasión. Veo poco o nada la televisión, he reducido drásticamente mi vida social, no me importa no tener ropa nueva y ni siquiera tendría un teléfono inteligente con Whatsapp, si Laura no me lo hubiera regalado harta de no poder comunicarse conmigo de esta forma. El dinero ha pasado de ser algo importante en mi vida a situarse en las últimas posiciones de mi escala de valores. Y creo que aquí está el motivo por el que no le partí la cara al que fue mi compañero. Incluso sentí pena por su vida vacía. De todas formas, pienso que una cosa es que mi pasión por la montaña haya podido eclipsar el resto de aspectos de mi vida que antes consideraba imprescindibles, y otra bien distinta es que la impulsividad haya sido sustituida por la contención. Y muchos pensarían que quizás he perdido un poco la perspectiva si me atreviera a compartir el siguiente punto de vista, pero es que estoy prácticamente convencido de que el motivo de este cambio ha sido mi forma de afrontar la vida después de pasar alguna jornada en la montaña. Y es que cuando vuelvo de estar con ella todo es diferente. Me siento 10


incluso mejor persona. No sabría explicarlo, pero creo que me transmite una energía que hace que mi carácter sea distinto antes y después de adentrarme en sus dominios. La montaña tiene algo que saca lo mejor de mí, tanto en los momentos en los que estoy en este entorno con amigos o solo sin exigirme un ejercicio físico intenso, como cuando preparando alguna carrera, busco elevar mis pulsaciones muy por encima de lo que se entiende por un ritmo cómodo. Porque la montaña siempre está por encima de ti, y de poco sirve dejarte llevar por tus instintos cuando en competición afrontas una ascensión con un gran desnivel. Antes no medía mis fuerzas e impulsivamente trataba de llegar lo antes posible a la cima y por delante de mis competidores. Marcar mi territorio. Pensaba que lo mejor era no mostrar debilidad ante mis rivales e incluso dejarlos atrás para ganar la batalla psicológica. Ahora no. He comprendido que es preferible contar hasta diez antes de salir detrás de ese corredor que se lanza sin control hacia arriba. Malgastaba unas fuerzas innecesarias por no perder un tiempo que luego se me iba en la bajada o el llano que seguía a la ascensión, al llegar con el ritmo cardíaco a unos niveles no adecuados para el tiempo restante de carrera. Contención. … cuatro, tres, dos, uno… Salimos. Las palabras del speaker dejan de oírse poco a poco conforme nos alejamos del arco de salida y son sustituidas por una melodía maravillosa: los gritos del público que jalean a todos los corredores y especialmente al suyo, a la persona que han venido a ver. En las caras de los aficionados puede verse la admiración que sienten por las personas que todavía siendo de noche, emprenden una ruta que les llevará a cubrir unos cien kilómetros por montañas separadas por una distancia inabarcable para sus ojos. Estos momentos siempre son especiales para mí. Imagino que para el resto de los corredores también. De lo que no estoy tan seguro es de si mis acompañantes en esta marcha son capaces de contener 11


las lágrimas de emoción y felicidad. Yo desde luego, no. Una vez más, siento que nunca podré devolverle a la montaña todo lo que me da. No llevamos ni dos kilómetros y ya he perdido de vista a la cabeza. El ritmo, tal y como preveía, ha sido altísimo desde que se ha terminado la cuenta atrás y los corredores hemos puesto en marcha nuestros cronómetros. Imagino que gran parte de culpa la tienen los ánimos de la gente que ha llenado las calles de la localidad. Es muy fácil dejarse llevar por estos impulsos automáticos que te hacen tomar decisiones que se alejan de lo planificado. En más de una ocasión he echado a perder una carrera de larga distancia por no saber controlar mis emociones. Pero esta vez no me va a pasar. Llevo bastante tiempo entrenando esta prueba no sólo desde un punto de vista físico, también el aspecto mental. Anticiparme a este tipo de situaciones es un arma con la que no contaba antes. Pero ahora sí. No tengo más que seguir el guion planificado para esta situación. No es más que eso. En palabras de mi entrenador, durante la semana previa a la carrera hay que olvidarse prácticamente del entrenamiento físico para concentrarse mentalmente en la carrera. Detectar los problemas que te vas a encontrar con casi total seguridad durante la prueba y decidir qué vas a hacer o pensar cuando esto ocurra. Es decir, llevar unas pautas predeterminadas desde casa y no tomar decisiones cuando no sólo las piernas, sino también la cabeza, están demasiado cansadas. Ya mientras calentaba sabía que esto iba a ocurrir, y que se me iban a generar multitud de dudas e inseguridades. No es fácil contener voluntariamente tu ritmo cuando tu estado físico es el mejor que recuerdas en años, y ves cómo los que consideras favoritos a la victoria marcan un ritmo muy superior al tuyo y salen de tu campo de visión. Pero sé lo que tengo que hacer. Poner un ritmo cómodo, concentrarme en la pisada sobre la tierra húmeda y en las sensaciones que en poco tiempo el amanecer va a provocar en mí. Y sobre todo, no perder de vista el número que aparece en la pantalla de mi pulsómetro. Por muy bien que

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me encuentre de piernas, en esta primera gran ascensión de unos ocho kilómetros, no voy a pasar de las ciento cuarenta y cinco pulsaciones por minuto. No voy solo. Dos corredores a los que no reconozco se han colocado detrás de mí y se limitan a seguir mi ritmo. No me importa. Yo no suelo hacerlo. No porque piense que no es correcto, sino porque prefiero encontrarme con el camino o sendero despejado al levantar mi mirada, y no con las piernas de otros corredores. Mi entrenador me ha dicho en muchas ocasiones que tal vez debería dejar que fueran mis rivales los que marcaran el ritmo, y limitarme a colocar los pies en las huellas que acaba de dejar el corredor que va por delante de mí. Pero no me va bien esto. Prefiero escuchar las sensaciones que me va transmitiendo mi cuerpo y aumentar o disminuir la cadencia en función de mi percepción, no de la del corredor que me precede. Además, no me importa correr solo aunque sea durante un largo período de tiempo. Es más, me gusta. El ritmo, el sudor, el paisaje, el dolor en mis músculos, la concentración, el terreno bajo mis pies, los ruidos de la montaña, o del bosque, la lluvia, el barro, el sol, la vida. Quedan unos dos kilómetros para llegar al primer avituallamiento situado aproximadamente en el diez de la carrera. Toca afrontar ahora la parte más dura de esta primera ascensión. Son quinientos metros de desnivel por un terreno sin vegetación pero con bastante piedra suelta. Por las luces que desprenden los frontales, puedo ver perfectamente la situación de la carrera. Hay un corredor en primer lugar que debe sacar entorno a treinta segundos a un grupo perseguidor de tres o cuatro unidades, no puedo distinguirlo bien desde aquí. Entre ellos y yo solo uno más a una distancia suficiente para que las piedras que deja caer con sus pisadas no supongan una amenaza. Aun así, prefiero tomar el camino lateral de este cortafuegos. Mis dos acompañantes se sitúan ahora en paralelo y por fin puedo verles las caras. No conozco al que está más próximo a mí, aunque debe de ser de los que cuentan para la victoria pues lleva el número 13


cuatro en el pecho. Al otro sí que le conozco. Lleva el número uno y fue quien se hizo con la victoria el año pasado. Mientras comentan la dureza de este ascenso, van haciendo cálculos sobre el tiempo que les separa de la cabeza. Unos cuatro minutos concluyen. Creo que es un poco más, pero en cualquier caso es un tiempo bastante prudencial. Voy muy cómodo y creo que uno de mis puntos fuertes es la transición de la subida al llano, y precisamente a partir del avituallamiento, la curva del perfil se mantiene sin oscilaciones hacia arriba o hacia abajo durante seis o siete kilómetros. Creo que será un buen momento para recortar esta diferencia. Pero ahora no hay que pensar en lo que ocurrirá después del avituallamiento. Toca concentrarse en esta subida, coger un buen ritmo y mantenerlo sin altibajos hasta arriba. Ritmo, ritmo, ritmo… Voy repitiendo estas palabras en mi cabeza sin darme cuenta de que estoy dejando atrás a los que me acompañan desde los primeros metros de la carrera. Compruebo mis pulsaciones y veo que están dentro de los límites preestablecidos. Todo marcha bien. Sonrío y echo mano del reproductor de música que llevo siempre en uno de los bolsillos con cremallera de mi pantalón. Aprovecho también para comer un higo seco antes de llegar al avituallamiento. Poco a poco veo cómo voy recortando distancia sobre el corredor que me precedía al inicio de este cortafuegos, aunque parece que no lo hago con respecto a la cabeza. En los últimos meses he mejorado mucho en este aspecto de las carreras de montaña. Hasta hace relativamente poco tiempo, las subidas en las que debido al fuerte desnivel había que afrontarlas andando, se me atragantaban. El tiempo que ganaba en los descensos, llanos o subidas donde se puede correr, lo perdía cuando tenía que echar mano a los cuádriceps para ayudarme en los ascensos de andar. Creo que el entrenamiento específico para mejorar esta faceta de las carreras, unido al uso de los bastones, han hecho que si bien no sean mi especialidad, sí al menos no se conviertan en un calvario donde 14


echar por tierra la carrera. Casi todo es susceptible de ser entrenado. El cielo va aclarándose y en el horizonte se vislumbra un color anaranjado indicativo de que el sol está a punto de asomar para hacernos compañía durante todo el día. Hoy lo veré salir y lo veré marcharse. Apago el frontal aunque la luz artificial aún sirve para distinguir accidentes en el camino. Pero me da igual. Me encanta esta sensación. Luces y tinieblas. Frío y calor a la vez. Miedo e ilusión. Dudas y confianza. Cansancio y fuerza. Impulsividad y contención. Aquí está el primer avituallamiento.

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MAK Unos meses antes… - ¿Te encuentras bien? ¿Qué te pasa? ¿No me escuchas? - Perdona, estaba dándole vueltas a lo de siempre. ¡Esto va a peor! No me la quito de la cabeza ni con las pulsaciones disparadas. Estaba tratando de no perder tu paso en la subida al collado y sin darme cuenta te has ido cien metros mientras su rostro volvía una vez más a mi cabeza. - ¡Estás fatal! ¡Tienes que olvidarte de Laura! No se merece que le llores ni una sola vez más. - Ya lo sé, pero es que... - ¡No, hostias! Ya está bien ¿no? Te ha demostrado en más de una ocasión que no es una mujer en la que puedas confiar. ¿Volverías acaso con ella si te lo suplicara y te prometiera que no va a volver a ocurrir? - No, claro que no, pero es que no puedo olvidarle. Me acuesto por la noche pensando en ella, suena la alarma del móvil por la mañana y antes incluso de alargar el brazo para apagarla, miro a mi izquierda con la esperanza de que siga aún conmigo y todo haya sido un mal sueño, en la ducha... 17


- ¡Date tiempo! Seguro que antes de lo que crees has conocido a otra chica que hace que te preguntes cómo podías estar enamorado de Laura. - Lo último que me apetece ahora mismo es estar con alguien. Tengo que aprender a vivir solo. No soporto estar en casa. ¡Me comen las paredes! - ¡Pues sal a entrenar! ¿No eres consciente de lo afortunado que eres con todo el tiempo libre del que dispones? Con esta historia ni siquiera has pensado en correr algún ultra cuando el año te teníamos que frenar. ¿Por qué no te preparas ese que tanta ilusión te hacía? Tienes tiempo de sobra para ponerte en forma. Te vendría muy bien para limpiar de porquería tu cabeza.

Quizás tenga razón Luis. ¡No, quizás no! Tengo que dejar atrás todo esto que no me deja disfrutar ni de este increíble sendero que conecta las caras norte de estos dos “tres miles”. Siempre que he corrido a media ladera por este valle glaciar con forma de U, he tenido sentimientos encontrados e incluso contradictorios, que son precisamente los que han convertido la montaña en mi gran pasión. Por un lado, la belleza de un entorno donde se pueden recorrer senderos que arrojan caídas de cientos de metros mientras la mirada se dirige a lagunas con agua de distintas tonalidades según la profundidad de las mismas, o a cumbres que esconden el secreto de la felicidad bajo las placas de pizarra que dibujan su piso, y que te llaman, te incitan a hoyar su cumbre para hacerte sentir de nuevo una persona afortunada. Pero por otro, uno de los sentimientos más inquietantes que habitan en el interior de la mente humana: el de pequeñez ante la inmensidad de la montaña. Recuerdo las primeras ocasiones en las que afloraba este sentimiento. Fue al principio, cuando comenzaba a correr por la montaña y, ya fuera solo o acompañado, descubría nuevas rutas en las que no era habitual 18


cruzarse con persona alguna. Una mezcla de miedo e inquietud no me permitía alcanzar la felicidad completa. Sabía que nada podía ocurrirme: buen tiempo, agua suficiente, horas de sobra para volver sobre mis pasos, y sin embargo constantemente iba fijando en mi memoria detalles del terreno que me permitiesen encontrar el camino de vuelta en caso de pérdida, o midiendo la distancia que avanzaba después de un cruce donde debía decidirme entre tomar un camino u otro. Por no hablar de ciertas sensaciones en las que el vértigo se disfrazaba de ansiedad. Disfrutaba sin duda del momento, pero no tanto como cuando después de pasar cinco o seis horas a merced de la alta montaña, conseguía vislumbrar a lo lejos mi coche, y se alejaba el temor a no encontrar el camino de vuelta. Tardé mucho en superar esta inquietud y en arrojarme a los brazos de la montaña sin temor alguno, sólo con respeto. Amo la montaña. Y cuanto mayores son los desniveles y más técnico el terreno mejor. Me gusta esa sensación de comprobar la lentitud con la que avanzan los kilómetros en mi reloj frente a la rapidez con la que lo hacen tiempo y desnivel. No son lo mismo treinta kilómetros aquí, por encima de la cota de los tres mil, que allí abajo. Aunque para recorrerlos se empleen cinco o seis horas, y en muchas ocasiones te preguntes si realmente has aprovechado el entrenamiento. Aquí arriba lo importante no es el ritmo, sino el tiempo que transcurre en altitud, aunque simplemente sea caminando. Correr por las caras norte de las cumbres más altas de Sierra Nevada es una experiencia única, brutal. Caminos expuestos a caídas que te arrancarían la vida, senderos que burlándose de ti, siguen más allá de esa loma que parecía poner fin a la conquista de una cumbre, frecuentes canchales que parecen advertir de la tremenda fuerza de la naturaleza, circos que cuando los atraviesas te susurran que es mejor no mirar hacia abajo, aristas donde no perder la concentración… Pero sobre todo es deleite para la vista. A lo grande, cuando tu mirada no encuentra el final de veredas que a menudo se rompen y te obligan a atravesar pasos complicados en 19


los que se hace necesario el uso de las manos, o cuando desde la cima de un pico te sorprendes buscando algún barco que en esos momentos se encuentre atravesando el Mediterráneo, camino de esas tierras que también se divisan y que pertenecen al continente africano; o a lo pequeño, cuando en un descanso entre los borreguiles que rodean alguna laguna, una flor edelweiss o estrella de las nieves, reclama tu atención para recordarte que la belleza también se puede encontrar en los más pequeños detalles. Vientos, nubes, poderoso sol, heladas y deshielos… juegan con crestas, aristas, puntales, cerros y paredes tremendamente atractivas en su desnudez que desaparecen repentinamente, dando paso a barrancos y precipicios donde la mirada del que se asoma puede contemplar pérdidas de cientos de metros de desnivel, mientras algo llama a la puerta donde se esconde el vértigo. Pienso en todo esto y no sé por qué, pero concentrado en no dañarme el tobillo en algún mal gesto, y oyendo mi respiración con un ritmo perfectamente acompasado al de los latidos de mi corazón, me doy cuenta de que he tocado fondo y de que a partir de ahora todo irá a mejor. Sólo es posible emerger de este infierno. Sí, ese es el entorno de la laguna donde hace poco pasé una de las mejores noches de mi vida con Laura. Pero no me entristezco. Todo lo contrario, tengo ganas de sonreír y de alejar de una vez por todas los fantasmas del desamor. - Luis, gracias. En cuanto llegue a casa voy a inscribirme en ese ultra trail. Tienes razón. Creo que ha llegado el momento de ponerse de nuevo en forma. La carrera… Tal y como tenía previsto, no creo que haya perdido ni un solo minuto en este primer avituallamiento. Sólo el tiempo necesario para saludar a los voluntarios y que uno de ellos me ayude a guardar el frontal en el interior de mi mochila. Aún no he tocado uno de los dos bidones de medio 20


litro que llevo en la parte delantera, pegando a mi pecho, y del otro no he consumido ni la mitad. Tengo cantidad suficiente para llegar al siguiente punto de control. Eso sí, a partir de ahora toca estar muy pendiente de la hidratación. Mientras voy cogiendo ritmo, aprovecho para tragar una cápsula de sales y dar un buen trago de agua. Los calambres pueden arruinar a cualquiera la carrera por muy en forma que se esté. Ahora toca disfrutar. Podría decir que en el llano es donde mejor me desenvuelvo. Venir del asfalto y el entrenamiento semanal que aún hago en la pista de atletismo para conseguir rodar a ritmos altos, juegan a mi favor. También las series triangulares que incorporé hace unos meses a mi entrenamiento, y que me facilitan las transiciones de subida a llano o viceversa. Es un entrenamiento realmente duro y que busco realizar en distintas zonas para no acostumbrar a las piernas y sobre todo a la mente. Básicamente consisten en un ascenso exigente que obligue en algunos tramos a caminar por la fuerte inclinación, y una vez llegado al punto más alto, bien descender tan rápido como sea posible para afrontar unos mil metros en llano a ritmo de competición, o directamente saltarme el descenso si el perfil me permite afrontar directamente una zona sin desnivel positivo o negativo. Estas series son realmente efectivas y desde que las practico he notado como suelo tener más facilidad que mis rivales en las transiciones. Prácticamente sin esfuerzo y con las pulsaciones estabilizadas, consigo poner un ritmo cercano a los cuatro minutos por kilómetro. Y este, cuando aún quedan entre ochenta y noventa kilómetros para llegar a la meta, es considerablemente alto. Me encanta esta sensación. El sol asoma ya a lo lejos pero sin fuerza suficiente para impedir dirigirle una mirada directa. El modo aleatorio de mi reproductor de música parece elegir las canciones apropiadas para este momento. Me concentro en mi cadencia y trato de usar una buena técnica de carrera. Todo fluye de manera perfecta, y sin darme cuenta alcanzo al corredor que me precedía en solitario. No hace ningún esfuerzo por seguirme. Si no me equivoco, debo de ir en 21


quinta o sexta posición. Es más o menos lo esperado. Aún queda mucha carrera y el tiempo y sobre todo el desnivel irán poniendo a cada uno en su lugar. Confío en que para mí tenga reservado uno bueno.

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