Hace unos pocos años, en un pueblito lejano, vivía una señora mayor, su nombre era Emilia, de cabello blanco, delgada y algo encorvada por su edad. Tenía una mirada bondadosa. No salía a ningún lugar, su casa era enorme: de dos pisos, escaleras interminables y se encontraba alejada del pueblo. Vivía con su nieto Carmelo de ocho años, buen alumno y excelente compañero. Todos lo querían porque era un ángel. Sus padres habían desaparecido una noche de invierno en esa misma casa, cuando Carmelo apenas tenia tres años, fue encontrado en la casa abandonada de al lado. Del niño se hizo responsable su abuela. Carmelo todas las noches después de cenar, se encerraba en su habitación; se ponía frente a la ventana en medio de la oscuridad y observaba por muchas horas la casa de al lado, hasta que Emilia le daba unos golpecitos a su puerta; señal que ya era hora de irse a dormir. Luego del colegio, Carmelo se iba a un parque con muchísimos árboles, altos y con su bicicleta comenzaba a dar vueltas hasta que empezaba a oscurecer y regresaba a la casa por un camino angosto que casi nadie lo conocía. Una tarde después del colegio, Carmelo se dio una vuelta y regreso a su casa. Cuando llegó, dejó la mochila sobre la mesa y salió, se sentó en la entrada de la casa, mirando hacia la calle. Después de unos minutos un auto pasa muy despacio por delante de el. Un hombre de unos cincuenta años, calvo, de estatura baja, conducía y lo miraba atentamente, estacionó en la casa vecina y mirando al vecino se bajó dle auto, abrió el baúl y cargó con un montón de valijas hacia la casa abandonada, sin sacarle la mirada a Carmelo entró a lo que sería su nuevo hogar. Carmelo se dirigió hacia allí, tocó la puerta, unos pasos se escuchaban que venían cansados, el hombre lo atendió, Carmelo entró callado y comenzó a recorrer la casa, la miraba asombrado.El hombre, sin perder más tiempo, continuó llevando las valijas hacia una habitación muy amplia de segundo piso, Carmelo se sentó quedándose inmóvil y le preguntó a su nuevo vecino cómo se llamaba, a lo que él contesto con una voz suave y bajita: "Lisandro" , y continuó ordenando el lugar. Era una casa muy grande y antigua. Parecía un hombre ordenado y prolijo. Carmelo lo miraba mientras él sacaba las telas de araña, el polvo y acomodaba sus cosas. Carmelo se puso de pie y subió al
segundo piso: recorrió todas las habitaciones y luego regreso a su casa. Emilia estaba en el jardín, cuando sintió que algo se le acercaba, no hizo caso y siguió juntando hojas secas. La tarde se estaba oscureciendo, y de pronto, el sol había desaparecido. Carmelo se encontraba en su habitación, mirando por la ventana hacia donde estaba su abuela y de vez en cuando miraba la casa vecina; se quedó así por largas horas. En un momento estaba soñando despierto, pensaba, hasta que escuchó un golpe en el piso de abajo, volvió en si y miro a su abuela, ella ya no estaba allí, miró la casa vecina y pudo ver a Lisandro acomodando su habitación. Le pareció raro que su abuela hubiera producido ése golpe, ya que ella era muy tranquila, entonces bajó y no la encontró allí. Salió a buscarla y tampoco la encontró. Decidió ir a lo de su vecino para preguntarle si la había visto. Toco la puerta y Lisandro abrió, mirando al chico con mala cara dejó la puerta abierta siguió acomodando sus cosas. Carmelo era muy pocas palabras y no se animaba a hablarle, entonces lo seguía por todos lados. Hasta que Lisandro se cansó que lo siguiera y le pregunto con un tono de voz fuerte que era lo que quería _Estoy buscando a mi abuela, no la encuentro por ningún lado, ¿UD. la ha visto?_ , el hombre miró hacia todos lados y respondió que no, le dijo _ ¿Se te ofrece algo más?_ _ Sí, quisiera saber a que ha venido a este pueblo, a que se dedica_ preguntó el niño, _Soy empleado de comercio, y ya te puedes ir, Carmelo_ el niño sonrió y regresó a su casa, sabía que su abuela se encontraba en la casa del nuevo vecino, ya que nunca le había mencionado como se llamaba él. Subió las escaleras, se encerró en su cuarto, apagó las luces y sentó frente a la ventana. De vez en cuando veía a Lisandro acomodando su equipaje. Estuvo varias horas. De repente su reloj marcó las doce de la noche y él se incorporó, se apoyó en la ventana, la abrió y asomándose vio a Lisandro que salía de la casa, mirando hacia todos lados, caminando muy lento, se dirigía a su casa entonces Carmelo, con una sonrisa macabra, cerró la ventana, bajó las escaleras, apagó todas luces y se acostó en el sillón de entrada, esperando. Hasta que Lisandro, abrió cuidadosamente la puerta, dio unos pasos, se quedó quieto para escuchar si alguien estaba cerca… comenzó a subir la escalera, cuando escuchó una voz bajita: _ ¿Estás buscando algo vecino?_ el hombre sorprendido, se dio vuelta mirando al niño, movió la cabeza hacia ambos lados, _Entonces ya te puedes ir_ le dijo Carmelo levantándose. El hombre no se movía. Entonces el niño se dirigió a la puerta y señalándosela para que se fuera, al niño se le pusieron los ojos brillantes, Lisandro asombrado, regresó a su casa. Carmelo cerró todas las puertas y ventanas, luego salió por la principalmente, volviéndola a cerrar. Se dirigió a la parte trasera de la casa del vecino, que pertenecía al sótano, silenciosamente la abrió y se escabulló. Allí comenzó a buscar a su abuela. La encontró escondida entre unas cajas cubiertas de polvo, ella estaba mareada y a penas abría los ojos. Le dijo a su nieto que debían salir de ahí. Carmelo comenzó a buscar otra salida que no fuera la puerta principal. La abuela señaló una puerta que se encontraba al lado de la ventana por la que Carmelo había entrado; estaba cerrada por una tranca de madera. El niño la quitó, la abrió y arrastró como pudo a la abuela hasta el interior de su casa. La cubrió con una manta, ya que era una noche muy fría y lluviosa en aquel invierno. El niño le ofrecio agua e intento reanimarla. Ya un poco más repuesta entreabrio los ojos, y Carmelo aprovecho
para preguntarle: _ ¿Qué está pasando? ¿Qué es lo qué yo no sé? ¿Quién es el vecino? ¿Por qué te encerró?_ Emilia al no poder ocultar más la verdad, hace un esfuerzo y comienza a hablar:_ Hace muchos años, cuando tú aún eras pequeño, sucedió algo terrible en la casa vecina. Regresábamos del pueblo, al bajar del auto, escuchamos unos gritos pidiendo auxilio que provenían de la casa vecina. Corrimos hacia el lugar, y al abrir la puerta, nos encontramos con un cuerpo casi sin vida de una mujer al pié de la escalera y a Lisandro en la parte superior con el rostro desencajado y gritando: "Yo no la maté...Yo no la maté". Inútiles fueron nuestros esfuerzos para evitara la muerte de esa pobre mujer. Tus padres llamaron a la policía, los cuales descubrieron que Lisandro había escapado, dejando una nota: "Me vengare". Pasaron las semanas y Lisandro no aparecía, y tus padres recibían amenazas de muerte. Ellos decidieron, por tú seguridad y la mía, irse lejos. Meses más tarde, Lisandro fue encontrado y apresado, pero las amenazas seguían llegando. Después de unos años de condena regresó, queriendo vengarse de todos, pero al no encontrar a tus padres, me presionó para que le dé información_ la abuela terminó de contarle a su nieto los escalofriantes hechos, entonces Carmelo pregunta: _¿Dónde están mis padres?_ _Se encuentran en otros país_ contestó Emilia_ _¿Es cierto todo lo que me has contado abuela?¿Ha ocurrido verdaderamente?_ preguntó Carmelo _ ¡Abuela!¡contéstame! abuela ¿Es cierto? ¡Respóndeme!_ repetía una y otra vez Carmelo desesperado. Estaban tan absortos, que no habían escuchado cuando Lisandro entró en la casa con un hacha, sediento de venganza. Fin Autora: Gina Maria Rustichelli Millan Colaboradores:tia mary, Federico y Lubo y Juan Carlos Agradecimiento: a todos ellos!!!los kiero!! Fecha de preparación: entre el sabado 11 de julio y el martes Lugar: Buenos Aires. Casa de tia maria.
LA MOSCA…. Esta mañana me incomodó una mosca que entró de repente en la habitación. Armado de aquel matamoscas que tantas veces me ha permitido descargar mi fastidio hacia ellas cuando irrumpen zumbando en mi cuarto y fastidian mi privacidad, me dirigí, velozmente, hacia la ventana y, de un golpe certero sobre el cristal, pude deshacerme de ella… Mi mirada se detuvo en la pequeña figura que, desorientada y solitaria, caminaba sobre los cristales de la ventana antes de morir. Por unos segundos, me vino un escalofrío al recordar lo vivido días atrás por un amigo al que rescaté de una horrible pesadilla. Cuando Gilberto llegaba al pequeño cuarto de alquiler que había conseguido en el barrio América hacía pocos meses, siempre se encontró con un ambiente pesado. Al entrar en la casa, sus largos, oscuros y fríos corredores despedían un extraño olor a encierro. Le llamaba la atención que en el trayecto hacia su cuarto, siempre revoloteaban a su alrededor, varias moscas grandes, negras, bastante torpes y pesadas, que se congregaban a los lados de las cuarteadas y húmedas paredes. Un día cruzó la puerta del pequeño cuarto de estudiante, dejó las pocas compras sobre la improvisada mesa que hacía las veces de escritorio y sacando el tarro de insecticida comenzó a vaciarlo con toda su furia apuntando a todo lo que a su paso revoloteaba. Muchas moscas caían ante los chorros disparados desde el pulverizador, sin embargo, no parecían tener fin. El lugar por el que penetraban se hizo evidente cuando descubrió junto a la entrada del pequeño cuarto un orificio en el que se arremolinaba una masa de muchas de ellas; el agujero se comunicaba con una esquina de la habitación que daba a un pequeño patio lleno de escombros, separado tan solo por una roída mampara. Desesperado, disparó varios chorros de veneno dentro de aquella entrada. ¡Error! Fue el comienzo del fin. Decenas de ellas, comenzaron a lanzarse al exterior de su madriguera chocando con cuadros, lámparas y cristales de las ventanas que daban al pequeño patio; ni siquiera el pedazo de madera que servía de tapa al hueco por donde salían evitaba que formaran un nubarrón dentro de la casa. Misteriosamente, la puerta se cerró con violencia, Gilberto entre gritos, tenía que dar manotazos al aire para impedir sus ataques desesperados. Me contó que, incluso, alcanzó a oír una risa satírica que se alejaba presurosamente por las escaleras de la vieja casa. Los zumbidos enloquecedores crecían en la habitación, las moscas se arremolinaban enloquecidas con cada segundo que pasaba y el líquido del recipiente se extinguía. En ocasiones, éstas se estrellaban en su cara, se enredaban en su pelo mientras que cientos giraban en el piso agonizantes.
Ahora, con el recipiente ya vacío, ensayaba golpes al aire tratando de llegarle al menos a alguna de ellas, pero la extraña batalla parecía no tener fin. Lleno de angustia se lanzó con movimientos bruscos hasta la pequeña puerta revestida de remiendos de maderas y clavos retorcidos. Era como si la nube de horrorosas moscas pegadas a su cuerpo hubiera moldeado una masa humana que ahora, casi impotente, buscaba una salida; sus manos llenas de moscas llegaron hasta el picaporte sin poder conseguir abrir la puerta, pues, la llave atascada en la cerradura, con el maniobrar angustiado, se ablandó hasta romperse. El piso de madera que, con esmero, había limpiado y lustrado esa mañana para recibir a una visita, tan solo reflejaba el horror de una figura desesperada que retrocedía hasta la esquina del pequeño cuartucho donde sentía que las paredes se juntaban haciendo más angustiosa su salida mientras todo parecía indicar que hasta su respiración en algún momento acabaría. Así como apretaba el pedazo de metal de la llave rota con su índice y pulgar derecho, así hubiese querido aplastar una a una a todas sus enemigas que incluso invadieron la luz del cuarto y ahora su interior, mas, con sus ojos cerrados y las manos abiertas, se cubrió la cara, se dejó caer de rodillas mientras que con sus dedos apretando sus oídos trataba de apagar los taladrantes zumbidos que parecían crecer cada vez más y más. Casi derrotado, arrodillado e impotente, miró con angustia como salían unas extrañas criaturas por las rendijas del entablado del solitario y viejo cuarto de alquiler; casi por instinto, corrió hacia la cocina, abrió las perillas haciendo que el gas saliera copiosamente de las hornillas. Como pudo, se las quitaba de su rostro y manos hasta que con desesperación pudo prender una gran bocanada de fuego que al elevarse por los aires chamuscó a muchas de ellas. Ahora, sudoroso y asustado, permanecía cerca de su cocineta de gas buscando refugio junto al fuego que con ansia trataba de mantener vivo. Comenzó a alimentar el fuego con todo lo que tenía a su alcance mientras veía como se extinguía: su ropa, libros y hasta el poco dinero guardado en uno de ellos para completar uno de los alquileres atrasados. De pronto, la sombra siniestra que furiosamente se agitaba comienza a quedarse quieta, callada. Ese ruido ensordecedor da paso al silencio, mientras las extrañas criaturas comienzan a retroceder misteriosamente y a desaparecer entre las ranuras del viejo entablado a medida que las múltiples moscas sobrevivientes de esta extraña batalla pelean entre ellas por escurrirse buscando la oscuridad por entre los espacios del piso de la casa. Ahora, solo se escuchan algunos golpes cada vez más fuertes en la vieja puerta. Sin poder gritar, presa del pánico, corre desesperado hacia la puerta y con todo lo que le queda de fuerzas golpea con sus puños cerrados mientras siente que sus sentidos lo abandonan al momento que cae de bruces sobre el piso. Abrí la puerta por fuera y al entrar, pude observar entre la humareda que se despedía densa desde adentro, el cuerpo semidesnudo de Gilberto que permanecía tirado sobre una extraña alfombra hecha de miles y miles de moscas que yacían inertes sobre el piso. Ventajosamente, sin dificultad,
pude sacarlo y trasladarlo a un centro de reposo donde aún se recupera. Al salir de esa casa, a lo lejos, en una ventana del segundo piso, pude observar a una mujer anciana de aspecto apergaminado, de traje oscuro y burlona sonrisa, que acariciaba un mugriento cartel colgado en uno de los vidrios de la ventana; decía: “Alquilo cuarto para estudiante”. La policía identificó en el cartel elementos de materia viva y, en el pequeño patio junto al cuarto de Gilberto, enterradas algunas partes de cuerpos , probablemente, de algunos inquilinos a quienes la demencial anciana habría sepultado algún tiempo atrás.