PENSAR EL AGUA. JUAN RAMÓN TIRADO ROZÚA. PROFESOR DE FILOSOFÍA. El agua no sabe que es. Sin embargo, todo cuanto consigue lo hace por lo que es, no por lo que desearía ser. No sabe de luchas, esfuerzos, sacrificios, voluntades, bondades o maldades. El agua no solo no sabe porque es insípida, sino que tampoco sabe porque entre sus múltiples cualidades no está el conocer. Nada, por tanto, en apariencia, semejante al ser humano. Sin embargo, sí podemos encontrar algunos paralelismos entre ambos, ya que tanto agua como ser humano se expanden colonizando uno y otro confín de esta nuestra Tierra. Planeta este del que tres cuartas partes de su superficie son agua y en el que en sus márgenes habita una débil caña, pero caña pensante, por parafrasear a Pascal, que no solo necesita del agua para su vida diaria, sino que movido por su curiosidad e instinto de supervivencia no para de acercarse a ella desde múltiples áreas del saber: la biología pretende conocer su importancia para los procesos vitales; la química desentrañar sus elementos más fundamentales y sus posibles combinaciones; la física conocer sus propiedades en el conjunto de los fluidos; la poesía llega a verla como ríos que van a parar a la mar; cierta filosofía antigua la considera el origen de todo cuanto existe; las matemáticas están obsesionadas con cuantificarla; cierta tecnología investiga su potencial energético y el modo de controlarla; la geografía se centra en conocer su localización; las lenguas la denominan con diferentes sonidos… el elenco de saberes sobre el agua es extenso, como extenso es el deseo del ser humano de someter la naturaleza y, por ende, el agua, a su voluntad
depredadora. Es por ello que recientemente ha aparecido una disciplina que, aunque joven, destaca entre los grandes saberes de nuestro tiempo. Se trata de la ética ecológica. La ética ecológica pretende, a grandes rasgos, conocer las consecuencias de las relaciones que se establecen entre los seres humanos y el medio ambiente, intentando prevenir el deterioro medioambiental fruto del gran poder que ha adquirido el ser humano en la transformación de la naturaleza con el desarrollo tecnológico y el consiguiente deterioro en la calidad de vida del propio ser humano debido a la contaminación, agotamiento de recursos naturales, etcétera. Entre sus múltiples temas de investigación ocupa un lugar central el agua, debido a las consecuencias para la vida en general y, en particular, para la humana de su explotación descontrolada, la lluvia ácida, el cambio climático, la destrucción de hábitats, la desertificación, los vertidos de contaminantes, etcétera. La situación es tan preocupante que o se toma en serio la humanidad las propuestas de la ética ecológica o su futuro está en entredicho. Sirva como muestra el ejemplo del Ártico, que nos evoca una estampa idílica, un paraíso de hielo, el aire acondicionado natural del planeta, pero lo cierto es que en los treinta últimos años ha perdido gran parte de su capa de hielo. No caben la indiferencia apática, abúlica y hedonista o el simplismo egoísta mercantilista. O reaccionamos o nuestra calidad de vida y, especialmente, la de las generaciones futuras peligran seriamente.